Fondos de pensiones bajo disfraz nacional

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Fondos de pensiones bajo disfraz nacional
JACOUES NIKONOFF ( Antiguo agregado financiero del Tesoro de Nueva York, presidente del
movimiento Un Trabajo Para Cada Uno. Miembro del consejo científico de ATTAC. Ultima obra
publicada: La Comèdie des fonds de pension, Arléa, París, 1999 )
Le Monde Diplomatique, nº 52, febrero 2000, pp 18-19
Después del intento fallido, a través del informe Charpin (1), de preparar a la opinión pública para
la creación de fondos de pensiones invocando un pretendido shock demográfico que amenazaría los
regímenes de pensiones, el argumento de nacionalizar el capital de las grandes empresas es el que
ahora toma oficialmente el relevo. Y con la misma mala fe. Según el más militante de sus
promotores, el diputado Jean-Pierre Thomas, estos fondos solamente habrían conseguido entre 30 y
40 millardos de francos en un año completo (2); por su parte, la Asociación Francesa de Banca
(AFB), evalúa esta cantidad entre 19 y 23 millardos de francos como evolución estimada (3). Estas
evaluaciones se acercan a los 2.000 millardos de francos de acciones francesas que poseen los
inversores no residentes. Si se conserva una hipótesis de 40 millardos de francos de recaudación
anual, y que la mitad de esta suma está invertida en acciones francesas, se necesitarán cien años
para reemplazar a los inversores no residentes. Pero, como decía Keynes, “a largo plazo estaremos
todos muertos".
Los partidarios de los fondos de pensiones “a la francesa” hacen gala de un mutismo total sobre la
política de inversiones que llevarían a cabo. Se comprende este silencio, porque en caso contrario se
pondría de manifiesto la engañifa en toda su magnitud. De hecho, si buscaran el mejor rendimiento
posible para sus cotizantes, los fondos no podrán ser “franceses”, ya que ofrecerían un rendimiento
inferior al de sus competidores extranjeros. Si la acción de Coca Cola permite un beneficio más alto
que la acción de Renault ¿van a comprar de Coca Cola (y entonces se pierde el factor “francés”) o
de Renault (y así no van a optimizar sus capitales).
En realidad, han sido las políticas llevadas a cabo hasta ahora por los sucesivos gobiernos, desde el
de Edouard Balladur al de Lionel Jospin, con vistas a acoplarse al modelo liberal anglosajón, las
que han contribuido a abrir a tope el capital de las empresas francesas a los inversores no residentes.
Cuatro causas principales explican su masiva presencia.
La primera se refiere al hecho de que Francia es el país desarrollado que más ha privatizado en estos
últimos años. Tan sólo en el período de 1994 a 1999, se ha situ4do ampliamente a la cabeza en
Europa, con 40 millardos de dólares de acciones emitidas, por delante del Reino Unido (20
millardos) y de Italia (15 millardos) (4). Estas privatizaciones han provocado un rápido aumento de
los inversores extranjeros en el capital de las grandes empresas francesas cotizadas: TotalFina
(77%), Rhóne-Poulenc (59%), Elf(56%)... De 146 millardos de francos en 1986 (12,3% de las
acciones cotizadas francesas), la parte que poseen los no residentes ha aumentado hasta 1.016
millardos de francos en 1997 (26,6% de la capitalización bursátil francesa), para alcanzar el 35,7%
del total de 1998. Ese mismo año los no residentes poseían solamente el 27,8% de las acciones
cotizadas en el Reino Unido, el 11,8% en Alemania y el 7% en Estados Unidos (5).
Segunda razón: Francia es el país desarrollado que ha organizado la presión más fuerte sobre los
salarios. El origen de esta situación hay que buscarlo en las políticas de paro que han hecho disminuir en un 7% la masa salarial en quince años. El hundimiento de los salarios y el correlativo
aumento de los índices de beneficio, han contribuido a seducir a los inversores no residentes,
convencidos de poder obtener en Francia excelentes rendimientos en sus colocaciones.
Tercera razón: Francia es el país desarrollado que ha llevado políticas más activas en pro del
debilitamiento de los sindicatos. En 1997, 15.921 cargos electos sindicales (delegados de personal y
miembros de los comités de empresa) fueron objeto de una demanda de despido (6). El riesgo social
y político se ha disipado considerablemente en Francia creando un clima de “confianza” para los
inversores extranjeros.
1
Cuarta razón: Francia es el país desarrollado que ha puesto mayor celo en la búsqueda de inversores
extranjeros. Jean Peyrelevade, antiguo consejero de Pierre Mauroy cuando era primer ministro, y
luego presidente de la UAP y, actualmente, del Crédit Lyonnais, ilustra muy bien la cultura de una
parte de las élites fascinadas por las ilusiones y las modas de las finanzas anglosajonas. Por eso
afirma que “sin fondos de pensiones a lo anglosajón, (...) no queda más que una solución: ir a
buscar dinero al extranjero (...), lo que obligará a aceptar reglas de los proveedores de fondos,
principalmente los anglosajones” (7). Un juego de prestidigitación especialmente deshonesto: hacer
entrar a los inversores no residentes, dar después la impresión de que el fenómeno es “natural”,
inquietar después a la opinión pública ante esta “invasión” para convencerla mejor de la necesidad
de crear fondos de pensiones “a la francesa”, está claro...
Esta política se ha puesto en práctica de múltiples maneras. Así, la plaza de París ofrece las tarifas
menos elevadas del mundo para la ejecución de órdenes de Bolsa. El coste global de ejecución de
una transacción es de 30 puntos de base (8), frente a una media de 72 en el plano internacional. Este
resultado se ha conseguido, esencialmente, con la supresión del impuesto de Bolsa sobre las
transacciones efectuadas por los no residentes...
Otra medida particularmente significativa: siguiendo el modelo anglosajón, se ha ofrecido a la
empresas francesas la posibilidad de comprar hasta el 10% de su propio capital, mediante una ley
adoptada el 25 de febrero de 1998, por iniciativa del ex ministro de Finanzas Dominique StraussKahn. Rescatar sus propias acciones equivale a devolver el dinero a los accionistas: cuantos menos
títulos hay en circulación mayor es el aumento del beneficio para cada uno de ellos. Por otra parte,
Francia se ha convertido en un paraíso fiscal. El Consejo Nacional de Impuestos recuerda que es el
único país europeo que hace que los inversores no residentes se beneficien del reembolso del haber
fiscal (9), y cifra el coste de esta ventaja en 23,5 millardos de francos en ocho años. De ahí la gula
de los fondos de pensiones norteamericanos por las acciones francesas, ya que sus compras están
subvencionadas por los contribuyentes franceses, y en Estados Unidos no existe el mecanismo del
haber fiscal...
El considerable peso de los no residentes en el capital de las empresas provoca una transferencia de
riquezas hacia los países de origen de los inversores. En el caso de Francia (sin equivalente entre los
países desarrollados), a causa de la presencia de los fondos de pensiones norteamericanos, el fenómeno equivale a subvencionar a la primera potencia mundial: en 1998, a partir del trabajo realizado
por los asalariados franceses (o por los que vivían en Francia), los inversores no residentes percibieron 70 millardos de francos de dividendos. Para 1999 la suma debería alcanzar los 115 millardos de
francos: una suma con la que se podrían financiar 760.000 empleos...
Para adornar la situación, el diputado Jean-Claude Boulard (PS) cree haber encontrado la fórmula
mágica: “En un país cuya demografía envejece y cuyo crecimiento económico no será suficiente
para mantener las pensiones, no hay otra solución que volverse hacia el exterior. Es necesario que
los fondos de pensiones puedan beneficiarse del crecimiento mundial, allá donde sea más
dinámico. En el 2015 serán los chinos quienes pagarán las pensiones de los franceses” (10).
¿Caer en el modelo anglosajón?
Si se comprende bien este razonamiento, son los franceses quienes hoy están pagando las pensiones
de los norteamericanos, y los chinos quienes, mañana, pagarán las de los franceses. Pero ¿en qué
medida estos serán fondos de pensiones “a la francesa”? ¿Y qué sucedería silos chinos tuvieran la
idea descabellada de crear fondos de pensiones “a la china”?
Segundo efecto de la potencia de los inversores no residentes: su estrategia transforma la vocación
de la empresa, que se convierte en una simple máquina de “crear valor” para el accionista. Para el
economista François Morin, “este cambio se parece a una verdadera revolución, impulsada desde
el exterior (...) por la interposición de los grandes gestores de fondos de pensiones
norteamericanos (…) La penetración de las normas anglosajonas es hoy impresionante y total”
(11). Más allá de la empresa, es toda la economía la que se ve reorientada hacia los objetivos de los
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inversores institucionales norteamericanos.
El dominio de los no residentes entraña una volatilidad creciente de los precios de las acciones. Los
efectos son mecánicos: aceleración al alza del cambio a la llegada del inversor, y aceleración a la
baja en el momento de su partida. ¿Cómo podría ser de otra forma cuando en Francia la duración
media de la presencia de accionistas en las empresas que se cotizan era de once meses en 1993 y de
diez meses en 1995, y cuando se sabe que los no residentes realizaron, en 1999, el 80% de las transacciones de la Bolsa de París? En esas condiciones no es posible ninguna política industrial coherente. El reto del debate sobre los fondos de pensiones “a la francesa”, lo mismo que el del ahorro
salarial (léase el artículo de Michel Husson), no puede ser más claro: o bien Francia cae totalmente
en el modelo liberal anglosajón, o bien encuentra una vía original de desarrollo, susceptible de
adquirir carácter de referencia universal.
La dificultad consiste entonces en reemplazar progresivamente a los inversores no residentes sin
crear fondos de pensiones. Para conseguirlo, debe abrirse paso una idea esencial: los Estados nacionales y, a través de ellos, los ciudadanos, pueden imponer su voluntad a los inversores mststucnonales y, más generalmente, al poder de las finanzas. En esta perspectiva, deben abrirse cuatro frentes.
El primero, y el más urgente, es la creación de un nuevo tipo de pleno empleo. La alternativa es la
siguiente: o el trabajo y el empleo no son más que la resultante aleatoria de la coyuntura económica
mundial, o se convierten en una construcción política. Debería considerarse como perteneciente al
trabajo todo lo que contribuya a crear valor en sentido económico: bienestar en el plano individual,
relación social en el plano colectivo. Todo se basa entonces en dos factores: las necesidades y las
opciones de la civilización en la que queremos vivir. Lejos de haber “desaparecido”, el trabajo debe,
por el contrario, ampliarse a nuevas dimensiones: la producción de uno mismo y la producción de la
sociedad.
¿Producirse a sí mismo? Se trata de tener la posibilidad permanente de formarse, de educarse, de
cultivarse, en una sociedad de complejidad creciente. ¿Producción de la sociedad? Son actividades
nuevas, ligadas a una etapa superior de nuestra organización democrática: interconexión entre los
individuos y los .grupos, o las instituciones; transparencia de la vida pública; información y
comunicación; creación de ciudadanía, investigaciones, estudios, animación de reuniones;
desarrollo sostenible... Hay que aceptar que esos empleos sean financiados con fondos públicos.
Segundo frente: reducir la influencia de los inversores extranjeros en el capital de las empresas.
Para ello, los responsables políticos deberían empezar por suprimir las causas de esta influencia. En
esta perspectiva, deberían pararse las privatizaciones. Debería ponerse en práctica una verdadera
política de empleo que permitiera recuperar el retraso francés en materia de masa salarial. Deberían
adoptarse medidas que redujeran de forma drástica los despidos, especialmente los de los delegados
sindicales.
Serían suprimidas las disposiciones legislativas y reglamentarias que favorecen a los inversores no
residentes y reemplazadas por medidas disuasivas: se reinstauraría el impuesto de Bolsa para los no
residentes —el equivalente a una pequeña Tasa Tobin— (sobre la hipótesis de 12.000 millardos de
francos de volumen de transacciones en 1999 (12), un impuesto del 0,5% significaría 60 millardos
de francos, con los que se podría financiar 413.000 empleos al año); sería abolida la ley que
autoriza a las empresas a comprar el 10% de su capital; se suprimiría el haber fiscal; se adoptaría de
nuevo la ley que limita al 20% la posibilidad de poseer acciones de una empresa francesa...
Pero, ante la ausencia de fondos de pensiones “nacionales” ¿a qué inversores franceses venderían
sus acciones los no residentes afectados por estas medidas? La solución seria constituir un gran polo
financiero público que tuviera como pivote la Caisse des Dépóts et Consignations (Caja de
Depósitos y Consignaciones) y que, por ejemplo, podría emitir, durante varios años, créditos obligatorios destinados a los residentes franceses por un montante próximo a los 150 millardos de francos,
y cuyo producto iría destinado al rescate de títulos que estuvieran disponibles. La CDC servida así
de estructura de transporte y reconstrucción del corazón financiero de las grandes empresas
francesas, a la espera de que se lleve a cabo una reforma completa del ahorro.
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Tercer frente: renovar totalmente la concepción y los dispositivos del ahorro. La crítica justificada
de los fondos de pensiones no debe llevar al rechazo, por principio, de cualquier forma de ahorro,
porque éste sigue siendo necesario, por ejemplo, para financiar las infraestructuras: carreteras,
puentes, escuelas, viviendas...
Pero favorecerlo (en el contexto actual) significaría reducir el consumo y por tanto el crecimiento y,
en cierta medida, el empleo. No se necesita crear ahorro suplementario sino reorganizar el que ya
existe, inspirándose en la experiencia de la “libreta A” de la Caja de Ahorros, que, amenazada por
los Bancos y por la Comisión Europea, resiste. Porque su mecanismo es de una simplicidad sin
igual: liquidez de los depósitos, garantía del Estado sobre el capital y los intereses, exoneración
fiscal, inscripción de movimientos y saldos en un carnet, utilización de los fondos al margen de los
mercados financieros, para el interés general (800 millardos de francos).
Por una economía al servicio del hombre
Sobre estos parámetros se puede reconstruir el ahorro nacional (incluido el ahorro salarial que
también debe estar garantizado por el Estado) tanto en lo que se refiere al capital como a los
intereses. En junio de 1999 se adoptó una ley sobre “el ahorro y la seguridad financiera” que ha
creado un fondo único de garantía de los depósitos bancarios y un dispositivo completo destinado a
proteger los derechos de los asegurados, en caso de quiebra de una empresa de seguros.
Un sistema así sólo está pidiendo ser ampliado al ahorro popular y salarial y entonces podría servir,
con toda seguridad, para la financiación de las Pequeñas y Medianas Empresas (PYME) (en créditos y en capital) y para la compra de acciones de las empresas que cotizan, gracias a una “libreta
E”, que debería ponerse en práctica siguiendo el modelo de la “libreta A”. Los títulos serían
inmediatamente retirados de la cotización y objeto de transacciones graduales. No sedan, por tanto,
negociables en los mercados financieros porque no tienen, en absoluto, necesidad de exigir la
liquidez (13).
Cuarto frente: diversificar las formas de propiedad para cambiar el modo de desarrollo y el mercado, tarea imposible de llevar a cabo sin hacer evolucionar los modos de propiedad, que no se
reducen en absoluto al Estado y a la nacionalización. Existen, de hecho, múltiples posibilidades de
propiedad compartida, susceptibles de asociar a los asalariados, los subcontratistas, los proveedores,
las colectividades locales, las mutuas, las asociaciones, las cooperativas, los territorios... Entonces
sería posible invertir la lógica exclusiva de la oferta para construir una verdadera lógica de la
demanda. La economía tendría entonces un solo motor dotado de verdadera legitimidad: las
necesidades humanas.
(1) Léase a René Passet, “Escenarios catastróficos para los jubilados”, Le Monde diplomatique,
edición española, junio de 1999; Jacques Nikonoff, “Triple fracaso en Estados Unidos”, y Míchel
Husson, “Jugamos nuestra jubilación en Bolsa”, Le Monde diplomatique, edición española, febrero
de 1999; François Chesnais, “Los pensionistas a merced de los mercados”, Le Monde diplomatique,
edición española, abril de 1997; René Passet, “La gran mixtificación de los fondos de pensiones’~
Le Monde diplomatique, edición española, marzo de 1997.
(2) Despacho de AFP, 5 de febrero de 1997.
(3) LA gefi, 25 de febrero de 1997.
(4> Fuente: Fabrice Dion, Les Privatisations en France, col. “Les Etudes de la Documentation
française”, La Documentation française, Paris, 1995.
(5> L’Expansion, 4 al 17 de noviembre de 1999; Bulletin de la Commision des opérations de
Bourse (COB), núm. 322, marzo de 1998. Bancos centrales (traitement Cause des
Dépóts et Consignations)
(6) Le Monde, 10 de mayo de 1999
(7> Le Monde, 27 de abril de 1995
(8> Un punto representa 0,01% del montante de una transacción
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(9) Los dividendos pagados por las sociedades francesas a sus accionistas se sacan de sus
resultados netos después de impuestos. Con el fin de evitar que ese dividendo tenga impuestos, por
segunda vez, para el accionista, va unido a un crédito de impuesto, llamado haber fiscal, que el
accionario desgrava de su impuesto
(10) Les Echos, Paris, 22 de octubre de 1998.
(11> François Morin, Le Modéle français de détentíon et de gestion du capital, Editions de Bercy,
junio de 1998.
(12> Fuente: Banco de Francia (2.952 millardos de francos en el primer trimestre de 1999>.
(13> Léase a André Orléan, Le Pouvoir de la finance, Odile Jacob, Paris, 1999.
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