PERSPECTIVAS Usos y abusos de lo ‘neuro’ José E. García-Albea Introducción Es curioso –e inquietante a la vez– comprobar el de­ venir reciente de una disciplina tan respetable como la neurología, con antecedentes preclaros y un bagaje histórico inequívoco, que ha venido a verse desborda­ da por las así llamadas ‘neurociencias’ o, si se prefiere el singular integrador, por la neurociencia en general. A primera vista, y sólo atendiendo a la etimología, los términos ‘neurología’ y ‘neurociencia’ deberían consi­ derarse sinónimos a todos los efectos, por lo que po­ dría resultar chocante, al menos para un observador descontextualizado, el desmedido énfasis que ha co­ brado el segundo de estos términos a costa del prime­ ro. Y es que no se trata de una mera cuestión termino­ lógica, se supone que hay mucha más miga dentro. Aparte de posibles matices diferenciadores entre lo más clínico de la neurología y lo más básico de la neu­ rociencia, algunos llegan a sugerir que el cambio de nombre refleja todo un ‘cambio de paradigmas’: más allá de la neurología clásica, centrada en el estudio del sistema nervioso (su estructura, función y desarrollo) en estado normal y patológico, la nueva neurociencia se presenta con vocación universalista y multidiscipli­ nar, que traspasa las fronteras departamentales y aspi­ ra a la reconciliación (la ‘consiliencia’ se dice ahora [1]) de las ciencias y las humanidades, proyectándose en una especie de ‘neurocultura’ de la que se esperan grandes beneficios para la humanidad [2]. La neurociencia vendría a abrir así nuevos y muy variados campos a la neurología clásica, en la medida en que no pone límite a su pretendida influencia en ‘todas las disciplinas del conocimiento humano’ (sic), aplicando el prefijo ‘neuro’, también sin límite, al estu­ dio de cualquier actividad o manifestación humana, como reflejo, a su vez, de la actividad del sistema ner­ vioso [3]. De ello se hace eco, con ánimo constructivo, el Suplementos de octubre de 2009 de la revista Neurología, que nos ofrece un amplio catálogo de neuro­ ciencias, desde la neuroeconomía a la neuromagia, pasando por disciplinas tan dispares como neuromar­ www.neurologia.com Rev Neurol 2011; 52 (10): 577-580 keting, neuropolítica, neuroética, neurofilosofía, neu­ roteología, neuropsiquiatría, neurosociología, neuro­ antropología, neuroastronomía, neurojurisprudencia, neuroestética, neuromúsica y neurogastronomía, y que podría ampliarse fácilmente a otras con incluso algo más de predicamento, como la neuropsicología, la neuropedagogía, la neurolingüística, la neurocom­ putación o la neuroetología. No cabe duda de que lo ‘neuro’ ha alcanzado un estatus privilegiado a través de su presencia omnímoda en el mundo científico –y hasta en el literario; el último hallazgo de que tenemos noticia es el de la neuroliteratura o neurocrítica (neu­ ro lit-crit), de la que se informaba hace unos meses en El País [4]–. Ante la patente euforia y atracción mediática que ello llega a suscitar (estamos ‘a un paso de leer la men­ te’, titulaba Javier Sampedro un reportaje sobre neu­ rociencia también en El País [5]), cabe hacerse unas cuantas preguntas. En primer lugar, si no habrá un tanto de exceso en todo ello, en la utilización abusiva de lo ‘neuro’ para tratar de reciclar cualquier otro ám­ bito del saber (sobre todo si es ‘humanístico’ en un sentido genérico). En segundo lugar, a qué se puede atribuir dicho exceso y si, a pesar de todo, tiene algún sentido, si supone una contribución sustantiva al avan­ ce de las disciplinas así recicladas. Y, en tercer lugar, habría que preguntarse también por aquello que pue­ da afectar a la neurología como tal, hasta qué punto se ha de conformar con ser abducida por el gigante de la neurociencia o, por el contrario, ha de procurar man­ tenerse fiel a su trayectoria y sus contenidos propios, aun sin renunciar a todos los avances que puedan faci­ litar la exploración de esos contenidos. Departamento de Psicología/CRAMC. Universitat Rovira i Virgili. Tarragona, España. Correspondencia: Dr. José Eugenio García-Albea Ristol. Departamento de Psicología. Universitat Rovira i Virgili. Ctra. Valls, s/n. E-43007 Tarragona. E-mail: [email protected] Financiación: Trabajo financiado en parte por las ayudas SGR2009-401 de la Generalitat de Catalunya y PSI2009-12616 del Ministerio de Ciencia e Innovación. Aceptado tras revisión externa: 21.02.11. Cómo citar este artículo: García-Albea JE. Usos y abusos de lo ‘neuro’. Rev Neurol 2011; 52: 577-80. © 2011 Revista de Neurología El auge de lo neurológico No hacía falta que llegara la era ‘neurocientífica’, o que se celebrara con gran éxito promocional la ‘década del cerebro’ (la de 1990), para tener claro el papel central que desempeña el sistema nervioso en el control y la 577 J.E. García-Albea regulación de todas las funciones del organismo. En este sentido, es verdad que no hay capacidad, conduc­ ta o logro de los humanos que no dependa directa­ mente del sistema nervioso. Nadie duda ya –al menos en el ámbito científico– de que lo neuronal constituye el sustrato físico más próximo que hace posible la acti­ vidad mental (el cerebro como órgano de la mente) y, por lo mismo, la actividad social, económica, artística, religiosa, científica, etc., de los humanos. No ha habi­ do que esperar al boom de la neurociencia para que la neurología clásica (ciencia del cerebro) y la psicología (ciencia de la mente) hayan tratado de encontrarse en esa aventura interdisciplinar de la neuropsicología, que cuenta ya con una dilatada tradición, asociada principalmente al estudio de los trastornos funciona­ les debidos a lesiones o malformaciones cerebrales. Su objetivo último estaba claro, dar con los correlatos neurobiológicos de nuestras funciones mentales bá­ sicas (percepción, memoria, pensamiento, lenguaje, emociones) y sus alteraciones, lo cual, en principio, habría podido servir de pauta a aquellos otros ámbi­ tos, de las ciencias sociales y las humanidades, en que se despliegan dichas funciones. No obstante, hay que reconocer que el factor deci­ sivo que ha impulsado este ambicioso programa de investigación ha sido el de los espectaculares avances tecnológicos en la exploración del cerebro. Más allá de los datos clínicos relacionados con el daño cerebral, las observaciones por necropsia o las del cerebro vivo por intervención quirúrgica, hemos asistido en las úl­ timas décadas al desarrollo de sofisticadas técnicas de registro electrofisiológico y magnetográfico de la acti­ vidad neuronal, de técnicas avanzadas de estimulación cerebral, de exploración por tomografía axial compu­ tarizada, por emisión de positrones o por resonancia magnética y resonancia magnética funcional, junto al de aquellas que utilizan marcadores bioquímicos y procedimientos de la biología molecular para llegar hasta los condicionantes genéticos del desarrollo y el deterioro neuronal. Como se ha dicho tantas veces, se han roto las barreras que impedían el examen en vivo de nuestro ‘órgano oculto’ y podemos ya examinar el cerebro en acción. A partir de ahí, la proliferación de neurociencias (neuro-X) caería por su propio peso. Para remplazar ‘X’, bastará con acotar uno u otro ám­ bito de la actividad humana, y en el ejercicio de dicha actividad comprobar el comportamiento cerebral que corresponda, plasmado, por cierto, en imágenes diná­ micas que gozan ya de gran resolución espaciotempo­ ral. La neuroimagen en la base de la neurociencia. Con todo lo que estos avances tecnológicos han su­ puesto para la propia neurología, básica y aplicada, la cuestión está en saber hasta qué punto su utilización masiva en las antedichas disciplinas ‘neuro-’ constitu­ ye una auténtica revolución científica. Es la cuestión de hasta qué punto la neurotecnología comporta un 578 genuino cambio de paradigmas que, como anuncia la neuropropaganda, vendrá a resolver los antiguos enig­ mas (el problema mente-cuerpo, el problema de la consciencia o el problema de la acción voluntaria, en­ tre otros) y concederá por fin carta de naturaleza cien­ tífica, la del ‘núcleo duro’ (hardcore science), a las otro­ ra más que débiles ciencias sociales y humanidades. Éstas quedarían así convertidas en especialidades de la gran neurociencia, empezando por la misma psicolo­ gía (que para algunos habría muerto ya, sacrificada en el altar de la llamada ‘neurociencia cognitiva’ [6]). Ahora bien, ¿tiene todo esto algún sentido? Cuestiones de fondo Aparte de sonar a bombo y platillo, la impresión que da es que los medios se han transmutado en fines, pro­ duciéndose el efecto ilusorio de que el avance tan es­ pectacular que se ha llevado a cabo en la ‘exploración’ del órgano (el cerebro y el sistema nervioso en gene­ ral) va a garantizar de modo automático la ‘explicación’ de la función (cualquiera que sea su ámbito de aplica­ ción). Basta un somero repaso de la literatura sobre neurociencia para comprobar sus excesos en cuanto al predominio que trata de ejercer sobre las demás disci­ plinas (de ahí, quizá, lo de ‘neurocultura’), presentán­ dose como último argumento explicativo de éstas. El hecho de encontrar el correlato neuronal (en términos de áreas, circuitos o procesos bioquímicos) de una función mental (o de alguna de sus derivadas) se toma como prueba suficiente y definitiva para su explica­ ción, lo que acaba resultando sencillamente abusivo. Está bien, por supuesto, constatar la presencia de esos correlatos neuronales y establecer los nexos que correspondan entre órgano y función (de indudable utilidad en algunos campos, como, por ejemplo, el de la enfermedad mental [7]), pero ello no exime de tener que dar cuenta de la función en el nivel de explicación que le sea propio (normalmente más abstracto que el de su implementación física). Así, incluso en funcio­ nes mentales tan básicas como la visión, por ejemplo, siendo muy importante lo que ya se sabe del sistema neurosensorial responsable de ésta, no es, en cambio, suficiente para dar cuenta de los mecanismos y proce­ sos de carácter computacional que subyacen a ese lo­ gro adaptativo del organismo que llamamos ‘ver’ [8]. Si esto es así con respecto a la visión, qué no habría que decir de los requisitos explicativos que comportan funciones como el lenguaje, la toma de decisiones, las preferencias estéticas, el juicio moral o el pensamiento creativo, por añadir sólo algunos ejemplos. Las disci­ plinas que se han ocupado tradicionalmente de esas funciones podrán tener un carácter más o menos cien­ tífico (por su nivel de adecuación explicativa, por su rigor metodológico, etc.), pero sea éste el que fuere, el www.neurologia.com Rev Neurol 2011; 52 (10): 577-580 Usos y abusos de lo ‘neuro’ anteponerles el prefijo ‘neuro’ no las convierte en más científicas, no añade un ápice de valor explicativo al que ya tuvieran de por sí. Aunque supiéramos con de­ talle lo que pasa en nuestro cerebro cuando realizamos cualquiera de las funciones referidas, quedaría por ex­ plicar en qué consisten dichas funciones y cómo se lle­ van a cabo en términos operativos. Y, con respecto a ello, parece claro que la contribución de la neurocien­ cia al desarrollo de esas otras disciplinas es más bien nula, no aporta nada sustantivo al conocimiento y ex­ plicación de los fenómenos de uno u otro tipo en el ámbito de la psicología, las ciencias sociales o las hu­ manidades. Del mismo modo que para comprobar los usos y funciones de un ordenador tiene poco sentido desmenuzarlo e inspeccionar cada uno de sus com­ ponentes físicos (relés, cables, conexiones, materiales conductores, etc.), siendo imprescindible acceder al software, así, para entender lo que es la visión (o el len­ guaje, etc.) no se llega muy lejos inspeccionando al de­ talle todo lo que pasa en el cerebro mientras se realiza la función, sino que es imprescindible descifrar el com­ plejo sistema de procesamiento de información que da cuenta de la propia función y de la posibilidad misma de realizarla. En el fondo de todo este asunto es fácil detectar un amago de vuelta al ‘reduccionismo eliminativista’, por el que los fenómenos psicológicos, sociales, religiosos, económicos o de cualquier otro dominio que concier­ na al ser humano terminarían por ser explicados en términos neurocientíficos. Las disciplinas que tradi­ cionalmente se han ocupado de esos distintos fenóme­ nos (psicología, sociología, antropología, economía, etc.) tendrían así una vigencia transitoria, en espera de que los previsibles avances de la neurociencia nos per­ mitan acabar prescindiendo de ellas. El caso de la psicología es bien ilustrativo, al haber mostrado una especial sensibilidad (¿vulnerabilidad?) ante las propuestas reduccionistas, aunque sólo haya sido para resolver la tensión entre el mentalismo pro­ pio de su objeto de estudio (¿cómo funciona la men­ te?) y los presupuestos materialistas de que parte la ciencia moderna. Es verdad que la superación del dua­ lismo ontológico cartesiano por la adopción de un ni­ vel de explicación funcionalista le ha permitido a la psicología contemporánea hablar de lo mental sin en­ trar en conflicto con esos postulados materialistas, y sin caer tampoco en el reduccionismo eliminativista [9]. Lo que, sin embargo, no ha hecho disminuir el enorme atractivo que han ejercido –y siguen ejercien­ do– sobre ella las distintas propuestas reduccionistas que se le han ofrecido, bien en sus formas más radica­ les de eliminación de lo mental (como, por ejemplo, las contenidas en el programa de neurofilosofía de Paul Churchland [10,11]), o bien, de forma más sutil, a través del frecuente recurso al argumento explicativo del ‘isomorfismo’, por el que se asume una correspon­ www.neurologia.com Rev Neurol 2011; 52 (10): 577-580 dencia puntual de lo mental con lo neuronal: la estruc­ tura y funcionamiento del cerebro como modelo de la estructura y funcionamiento de la mente. Quizá el mejor ejemplo de esta opción isomorfista lo tenemos en el así llamado enfoque conexionista o de ‘redes neu­ ronales’ [12], que, aun hablando de neuronas y de si­ napsis en un sentido abstracto, plantea un diseño de la arquitectura mental en estricto paralelismo con lo que sabemos de la arquitectura neuronal. Su influencia se ha hecho notar claramente en el movimiento de la neurociencia cognitiva, desde la que se ofrecen pro­ puestas aparentemente integradoras, como la del sis­ tema de ‘cognits’ neuronales de Joaquín Fuster, quien, al comienzo de su celebrada obra Cortex and mind [13], no duda en declarar que su objetivo último ha sido ‘to substantiate the correlations between a neural order and a phenomenal order, the isomorphism of cortex and mind’. El empeño isomorfista deja a la psicología atrapada en la neurociencia, algo que resulta, como poco, des­ mesurado. Y no es porque no se pueda contemplar la propuesta del isomorfismo como una hipótesis plausi­ ble del funcionamiento mental, sino por el ‘aprioris­ mo’ de considerar dicha propuesta como la única compatible con los rigores de la ciencia. El que nues­ tro cerebro sea, de hecho, una gran estructura asocia­ tiva, de unidades conectadas entre sí por flujos excita­ torios e inhibitorios, no implica necesariamente que el funcionamiento mental tenga que proceder al modo de una ‘máquina asociativa’ (cosa que, por cierto, ya proponían los empiristas británicos del s. xviii). Entre otras alternativas igualmente viables (pero no isomor­ fistas, ni asociacionistas), cabe la posibilidad –o, al menos, así lo propone una corriente bien acreditada en la psicología cognitiva actual– de que se parezca más a una ‘máquina simbólica’ (procesos reglados que operan sobre representaciones discretas), al modo de las máquinas de Turing en que se basa el modelo clási­ co de computación. No es el momento de escoger en­ tre ambos modelos de arquitectura cognitiva; baste aquí con indicar que es ésta una cuestión enteramente empírica y que no puede, por tanto, quedar zanjada a priori ni en un sentido ni en otro. Sirva como ejemplo ilustrativo de este abordaje empírico el clarificador trabajo de Randy Gallistel en el ámbito del aprendizaje y la memoria [14,15]. Neurología y neurociencia Y, a todo esto, ¿en qué situación queda la neurología como tal?; ¿qué le ha aportado su supuesta transfor­ mación en neurociencia? Pues, la verdad, tampoco parece que mucho. Ni ha cambiado su objeto de estudio, ni ha cambiado su me­ todología (salvo en lo que aportan las nuevas técnicas 579 J.E. García-Albea de exploración), ni ha cambiado su aparato concep­ tual. Las innovaciones principales han venido de las ciencias más básicas –la física, la química y la biología molecular– y poco, realmente poco, han hecho por ella las disciplinas de nivel más abstracto (como las ‘humanísticas’ en sentido amplio). Nada, desde luego, como para que se haya producido un cambio de para­ digma (como sí sucedió, por ejemplo, con la teoría de la neurona de nuestro insigne Santiago Ramón y Cajal hace ya un siglo). Ello no quita para que la neurología como tal siga gozando de buena salud, haya avanzado técnicamente de forma espectacular y tenga un futuro prometedor en cuanto a sus aplicaciones clínicas (curar el cerebro enfermo), sin necesidad alguna de quedar absorbida por la marca ‘neurociencia’. Es verdad que los avances que se han podido producir en las disciplinas ‘huma­ nísticas’ le han proporcionado un input significativo para evaluar las funciones críticas y orientar la explo­ ración de sus bases neurobiológicas. Y hasta es posible que, con respecto a las disciplinas más cercanas (como la psicología y la psiquiatría), se dé un intercambio productivo en lo que es el conocimiento cabal de las funciones mentales básicas y sus alteraciones. Pero, de ahí a pretender que estamos ‘a un paso de leer la men­ te’, o que la economía, la sociología, la ciencia política, la jurisprudencia o la antropología cultural van a in­ fluir en el rumbo de la neurología (o verse influidas por ella) no es más que una quimera. Consideraciones finales Para terminar, y a modo de conclusión, entiéndase todo lo anterior sencillamente como una llamada a la moderación, a contener la euforia del neurocientifis­ mo y, sobre todo, a tratar de evitar el fraude de cara al gran público. Para ello, es muy importante saber dis­ tinguir –al hablar de neurociencia en general o de neurociencias en particular– lo verdaderamente sus­ tantivo de lo que es pura retórica o estrategia de marketing (es evidente que lo ‘neuro’ vende mucho y atrae fondos de financiación). Por muy vistosos que sean los resultados de la investigación con neuroimagen, no está bien confundir a la gente con injustificadas expec­ tativas que no hacen sino ocultar las graves dificulta­ des que comporta el estudio de la mente, sus logros y capacidades, o el estudio de los fenómenos sociales, políticos, económicos, éticos, estéticos, etc. Las disci­ plinas que se ocupan de ellos tendrán que avanzar por su propio pie para esclarecerlos, sin que el saber que todos dependen, a la larga, de un cerebro en acción reste dificultad al intento. Y, del mismo modo, la cien­ cia que se ocupa del cerebro tendrá que avanzar tam­ 580 bién por su propio pie, es verdad que con gran apoyo tecnológico, para desentrañar los principios y compo­ nentes básicos que caracterizan la anatomía, fisiología y patología de un órgano tan capital para la vida y las obras del ser humano. Ahora bien, el respeto a las diferencias (de objeto, método y nivel de explicación) entre disciplinas no es ni mucho menos incompatible con la colaboración en­ tre ellas. De ahí que se deba reconocer el importante avance que se ha producido, bajo el amparo de lo ‘neu­ ro’ y la neurotecnología, en todo aquello que podría­ mos considerar los correlatos neurobiológicos de las funciones mentales y sus derivadas. Un avance que deja todavía muchas cosas por resolver, y que sigue quedando abierto a que dichos correlatos se manifies­ ten de forma más o menos (o nada) consistente, de forma localizada o global, puntual o recurrente, etc., pero que permite apostar por la consolidación de un ámbito auténticamente interdisciplinar que sirva de ‘puente’ entre la ciencia del cerebro y la ciencia de la mente y sus derivados. No sé si, para designarlo, con­ vendrá seguir usando lo de ‘neurociencia’ (o neuro-X), pero después, al menos, de haber reflexionado sobre el buen uso y los abusos de lo ‘neuro’, y de haber rebajado un tanto las ínfulas con que a veces se presenta. Bibliografía 1. Wilson EO. Consilience. The unity of knowledge. New York: Alfred A. Knopf; 1998. 2. Mora F. Neurocultura. Madrid: Alianza Editorial; 2007. 3. Martínez-Salio A, Porta-Etessam J. Introducción. Neuroeconomía. Nuevos campos de la neurología. Neurología Suplementos 2009; 5: 1-3. 4. Rodríguez-Rivero M. Paso a la neurocrítica. 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