Mirada histórica a las relaciones chino

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Mirada histórica a las relaciones chino-japonesas
KAWASHIMA Shin1
Se oye a menudo resumir las relaciones entre Japón y China en 2004 con la expresión de
«políticamente frías, económicamente calientes». Durante este año quedó patente el final
de la era de amistad chinojaponesa, y en áreas como la economía y la administración
gubernamental las dos partes han comenzado a buscar la manera de establecer un nuevo
marco para las relaciones bilaterales. La diferencia en la percepción de la historia nacional
en ambos países y la espinosa cuestión de Taiwán eran realmente temas insalvables y se
dejaron de lado para considerarlos más adelante. Se planteó entonces cómo construir un
marco o un mecanismo de control para salvar la distancia entre las frías relaciones políticas y las excesivamente calientes pero prácticas relaciones económicas y culturales,
vinculando ambas para evitar nuevos problemas y solucionar los existentes.
Sin embargo, aunque los acontecimientos del verano de 2004 y la primavera de este año los disturbios organizados por los hinchas de la selección nacional de fútbol de China, que
había perdido frente a la de Japón en el partido disputado en Pekín en agosto y las
violentas manifestaciones antijaponesas celebradas en toda China en marzo y abril- se
pueden interpretar en clave de política interna, pusieron de manifiesto que las
discrepancias sobre la historia pueden desencadenar movimientos y disturbios populares
que afectan a la actividad de las empresas japonesas en China, poniendo en peligro la
seguridad de los ciudadanos japoneses residentes en el país y el conjunto de las
relaciones chino-japonesas. La cuestión histórica que subyace en la frialdad de las
relaciones políticas ha demostrado ser capaz de arrojar un jarro de agua fría en las
calientes relaciones económicas y de bloquear la formación de un marco adecuado para
las relaciones bilaterales.
¿Deshielo en las relaciones?
No está nada claro qué entraña la solución a este «problema histórico». Poco después de
las manifestaciones de la pasada primavera, los ministros de Exteriores de los dos países
se reunieron para analizar la situación. Al encuentro le siguieron conversaciones
estratégicas entre viceministros. Aunque de estos contactos no salieron acuerdos
bilaterales y pusieron de manifiesto, para desaliento de los participantes, que no se
habían realizado este tipo de conversaciones estratégicas anteriormente, al menos evidenciaron que ambas partes tenían la voluntad de hablar cara a cara para aclarar todos
esos problemas. En este sentido debemos verlo como un acontecimiento positivo. La
interacción entre Tokio y Pekín en los últimos meses ha propulsado el problema de la
historia a una nueva fase de análisis.
De la lectura de la Declaración Conjunta ChinaJapón de noviembre de 1998 sobre la
creación de una Sociedad de Amistad y Cooperación para la Paz y el Desarrollo se
desprende que las dos partes han entrado en una nueva fase de interpretación de la his1
KAWASHIMA Shin es doctor en Literatura por la Universidad de Tokio. En la actualidad es profesor adjunto de la
Universidad de Hokkaido. Es autor, entre otras obras, de Chügoku kindai gaiko no keisei (La formación de la diplomacia
moderna de China).
toria. Este acuerdo, firmado durante un viaje del presidente chino Jiang Zemin a Japón,
calificado en general de error diplomático, no se ha considerado como un documento
central en la historia de las relaciones bilaterales. Con todo, conversaciones recientes
entre los dos países han conferido un mayor peso al contenido de esta declaración
conjunta, colocándola al nivel del Comunicado conjunto de 1972 y del Tratado de Paz y
Amistad de 1978. Respecto a la cuestión histórica, la declaración conjunta de 1998 se
basa en la declaración del primer ministro MURAYAMA Tomiichi de 1995 sobre la
responsabilidad de Japón en la guerra. Sorprende encontrar una cita tan larga de este
documento en un acuerdo bilateral de esta clase. Con independencia de la interpretación
de este documento en el marco de las disculpas de Japón por sus acciones históricas,
desde el punto de vista chino, éstas se contradicen -y están minadas- con la aprobación
de los controvertidos libros de texto de historia para utilizarlos en las escuelas japonesas y
con las visitas del primer ministro KOIZUMI Juni'ichiro al santuario de Yasukuni para
rendir homenaje a las víctimas de la guerra, incluso a los criminales convictos.
Un segundo e interesante hecho en las relaciones bilaterales desde que surgió el
malestar a comienzos de este año ha sido el intento de poner en marcha un proyecto de
investigación en el que participarán historiadores chinos y japoneses. Esta clase de
proyectos conjuntos no se habían visto ni siquiera después de la declaración de MURA y
AMA de 1995. Según la posición oficial de Pekín de hace una década, Japón debía
aprender su «propia» historia de China. Ahora, sin embargo, los chinos parecen estar
abiertos a la idea de tomarse cierto tiempo para explicar su punto de vista de la historia a
Japón y, al mismo tiempo, escuchar los puntos de vista de los japoneses.
Las peticiones de China
Sin embargo, debería quedar claro para todo el mundo que esta investigación conjunta no
será una tarea sencilla. Cuando se plantea el tema de la responsabilidad japonesa en la
guerra, la respuesta habitual de Japón es la amarga pregunta de cuántas veces tendrá
que pedir perdón la nación japonesa después de haberlo hecho ya en repetidas
ocasiones. Sin embargo, los chinos creen que las disculpas japonesas no son sinceras.
En abril de este año, en la cumbre AsiaÁfrica de Yakarta, el primer ministro KOIZUMI citó
en su discurso temas de la declaración de MURA y AMA de 1995, sosteniendo que Japón
veía «su papel y agresión colonial... con sentimientos de profundo remordimiento y
sinceras disculpas grabadas en su mente». Pero, acto seguido, los chinos pidieron que
Japón demostrara su remordimiento con obras, no con palabras.
Japón se ha visto en el disparadero por presentar hasta ahora sus disculpas en forma de
pronunciamientos y conversaciones informales en lugar de hacerlo en documentos
diplomáticos. Con todo, suponiendo que una disculpa por escrito podría devolver las
cosas al terreno de las relaciones chino-japonesas, probablemente no resolvería la
cuestión de la interpretación histórica. Y aun cuando KOIZUMI renunciara a sus visitas a
Yasukuni, añadiendo a esta promesa una nueva declaración en la misma línea de los
antiguos comentarios de MURA y AMA, los chinos probablemente no lo considerarían una
concesión como para apoyar, en contrapartida, la candidatura de Japón a un escaño
permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Ha bastado un mes de discusiones
entre las dos partes para ver que no se cerrará este acuerdo.
¿Cómo ve exactamente China la responsabilidad de Japón en la guerra chino-japonesa
de 1937 -1945? En 1972, cuando los dos países trabajaban para normalizar las relaciones
diplomáticas, China optó por hacer recaer la responsabilidad de la guerra en un pequeño
grupo de militaristas japoneses. Japón estuvo de acuerdo con esta interpretación y en el
comunicado declaró que <<la parte japonesa es profundamente consciente de la
responsabilidad del grave daño causado por Japón al pueblo chino durante la guerra y se
lo reprocha a sí misma profundamente». No se trataba de un concepto nuevo en aquella
fecha: la idea de que unos pocos dirigentes militares eran culpables y que el pueblo
japonés en conjunto no compartía la culpa se incorporaba a los intentos de separar las
cuestiones políticas de las económicas en las relaciones chino-japonesas incluso antes
del acercamiento de 1972. Este planteamiento sirvió para que China retirara su petición
de reparaciones de guerra y ambas partes declararan el estado de amistad bilateral
durante las negociaciones de 1972.
Esta posición fundamental de China sobre la culpa de los líderes y la inocencia del pueblo
se aclaró después con las quejas de China por el entierro de los criminales de guerra de
clase A en Yasukuni en 1978 y la visita oficial del primer ministro NAKASONE Yasuhiro al
santuario en 1985. Desde su punto de vista, China había renunciado a las reparaciones y
había iniciado relaciones amistosas con Japón sólo porque se había responsabilizado de
la guerra a unos pocos líderes y no al pueblo japonés en general. Los altos funcionarios
japoneses habían estado socavando este supuesto activamente. Fue ésta la razón por la
que las palabras de KOIZUMI dieron pie a los chinos a pedir que intentara corregir la
interpretación de la historia con obras y no con palabras. Y por esta misma razón, China
pide que los criminales de guerra de clase A sean separados de las víctimas de la guerra
enterradas en Yasukuni.
La historia moderna de China y Japón
La cuestión de la responsabilidad de la guerra y las idas y venidas en las relaciones
chino-japonesas vinculadas con ella son, naturalmente, parte de un largo fragmento de la
historia moderna de China. Con la premisa de crear los fundamentos de la verdadera
existencia de China gracias a su unificación nacional, la centralización del poder
administrativo, la preservación de la soberanía nacional, y la integración de diversos
grupos étnicos establecidos en las fronteras del país, el discurso histórico comprende tres
hilos principales. El primero es la historia de la revolución, que conecta la rebelión de la
Sociedad del Loto Blanco en 1796-1804, la Revolución de Tapei de 18511864, la
Rebelión de los Boxers de 1900, varias sublevaciones de grupos revolucionarios de
comienzos del siglo XX, la Revolución de Xinghai de 1911 que destronó a la dinastía Ping
y el movimiento del 4 de mayo de 1919. El segundo hilo es el de la resistencia y el nacionalismo que se enfrenta a la intrusión extranjera. Este hilo abarca la primera y segunda
Guerra del Opio del siglo XIX, la Guerra chino-francesa de 1884-1885, la primera Guerra
chino-japonesa de 1894-1895, la Rebelión de los Boxer y las XXI demandas de 1915. El
tercer hilo comprende el proceso de modernización y enriquecimiento de la nación.
Discurre desde la Restauración de Tongzhi de 1862-1874 a través del Movimiento de
Occidentalización de finales del siglo XIX, la Reforma de los Cien Días de 1898 y otras
reformas implementadas bajo el reinado del Emperador Guangxu, el liderazgo de Yuan
Shikai y la emergencia del capitalismo chino.
En los últimos años, estos tres hilos de la historia moderna de China se han unido a
través del patriotismo con la idea de que los hechos históricos por amor a la nación son
aceptables aun cuando sobrepasen los límites. Todas estas lecturas históricas se ven
constantemente ajustadas de acuerdo con los cambios de la línea oficial del Gobierno y
del Partido Comunista de China. La historia de la nación oficialmente aceptada es la
historia que se ajusta a la «crónica del pasado» anotada en las constituciones nacionales
y del partido.
¿Cuál es el impacto específico en Japón de estos tres hilos históricos y de su
convergencia en el patriotismo? Para aclararlo hemos de examinar otra área de la historia
moderna de China, es decir, la historia de las relaciones exteriores en las que, por
supuesto, se ha visto envuelto Japón.
Tres campos de las relaciones exteriores
Se puede describir la política exterior moderna de China a través de tres grandes campos
de su desarrollo histórico: primero, la unificación del Estado y la recuperación de la
soberanía nacional; segundo, la intrusión de las potencias extranjeras y la resistencia
china; y tercero, el avance del país como nación moderna y civilizada y como gran
potencia. Junto con los tres hilos históricos mencionados, estos tres campos tienen algo
que ver con el fundamento de la existencia China.
El primero de estos tres campos comprende las luchas para conseguir la devolución de
todo aquello que se considera legítima propiedad. Por ejemplo, esto incluye todo lo que
había perdido con los tratados impuestos a China después de la derrota en la guerra
contra otros países, así como las concesiones realizadas a cambio de préstamos. Uno de
los elementos clave en la historia de la diplomacia china es el registro del proceso por el
que China perdió territorio y soberanía y el subsiguiente proceso para conseguir su
devolución. El único territorio que actualmente le queda por recuperar es Taiwán. En
China esto se ve generalmente como un problema de unificación nacional, pero, en
realidad, sus raíces alcanzan la guerra chino-japonesa de 1894-1895, cuando la isla se
convirtió en territorio japonés. Los chinos relacionan vagamente el gobierno colonial
japonés en Taiwán y el problema actual de su independencia del continente.
El segundo campo, la invasión extranjera y la resistencia china a la misma, ha
proporcionado a China un «examen de lealtad» para los agentes nacionales, que son
examinados a la luz de su resistencia activa a la intrusión extranjera. Esto está
estrechamente ligado a la legitimidad del Partido Comunista, que opuso una firme
resistencia a los japoneses después de ser derrotados en la guerra. Quienes no
mostraban la misma convicción y contemporizaban con los invasores eran castigados
como «traidores», y los gobiernos y administraciones que incorporaban a esa gente eran
calificados de <<impostores». Los que iban en sentido contrario a la corriente principal del
Partido Comunista eran criticados como si actuaran en contra de los intereses chinos.
El tercer campo, el desarrollo de China como el más activo del mundo, es ahora también
el principal centro de atención. Los chinos recalcan que su nación ha observado fielmente
los tratados que ha firmado y ha aceptado los estándares globales de buena gana.
Presentando la forma moderna de China como el resultado de su historia de relaciones
armoniosas con las otras naciones del mundo, no se pretende otra cosa que reforzar su
estatus en el seno de la comunidad internacional.
En estos tres campos de la historia que rigen las relaciones externas de la China
moderna, Japón ha representado una fuerza negativa. En el primer campo, el de la
soberanía china, una de las cuestiones a tener en cuenta, tal y como he anotado antes, es
la situación de Taiwán. Después de la Rebelión de los Boxers, el Gobierno de Quing firmó
el Protocolo de Pekín de 1901, Y el Tratado de Macao en 1902. Estos acuerdos con
potencias extranjeras básicamente cimentaban el statu qua y daban el visto bueno a las
concesiones realizados durante la década de 1890, a la vez que confirmaban que no se
exigirían más concesiones a China. Japón no aceptó estos acuerdos, comenzando con la
guerra ruso-japonesa de 1904-1905, cuando se hizo con nuevo territorio en Manchuria, y
siguiendo con las XXI demandas de 1915, que intensificaron la «vergüenza nacional» de
China con la pérdida de soberanía. Por esta razón, los chinos ven a Japón como el primer
ofensor de su soberanía y de sus demandas territoriales.
Japón también es definido como el principal invasor en el campo segundo, siendo el
Partido Comunista Chino la principal fuerza de la resistencia.
Esta percepción se debe, por supuesto, al gran daño infligido por Japón con sus acciones
en el continente durante el siglo XX. Esta percepción se ha visto amplificada por el hecho
de que durante las cuatro primeras décadas del siglo XX, cuando el pueblo chino
maduraba el concepto de China como Estado-nación y su sentido nacionalista, Japón era
con diferencia el invasor más visible entre las potencias extranjeras implicadas en la
ocupación. Japón es una presencia inextricable en cualquiera de las consideraciones
sobre la legitimidad del Estado chino, así como respecto a la legitimidad de Kuomitang
(Partido Nacionalista) y el Partido Comunista. Prácticamente todos los «traidores» y
«gobiernos vergonzosos» que actualmente se denuncian en este marco son gente que
colaboraron con los japoneses y participaron en gobiernos títeres establecidos bajo el
dominio nipón. Esta visión de la historia la comparten nacionalistas y comunistas. Hasta
hoy, la interacción con los japoneses, la aceptación del punto de vista de los japoneses y
la explicación de este punto de vista en China son actos que generan alta tensión.
En cuanto al tercer campo, China observa la historia de la modernización y el ascenso de
Japón a la categoría de potencia mundial y se dan cuenta que cuando los japoneses se
dirigían a esas metas, intentaban siempre pintar a China como un «Estado bárbaro» para
promover su propia situación. Japón subrayaba su posición como nación de primera
categoría empujando a un segundo plano a China durante el proceso. En la historia de las
relaciones de China con Japón se habla del tibio soporte que los japoneses ofrecieron a
los chinos cuando estos presentaron su candidatura a un puesto de miembro no
permanente en el Consejo de la Liga de Naciones, y lo mismo cuando quiso tener un
asiento permanente. Y aunque China se convirtió en miembro permanente del Consejo de
Seguridad de las recién formadas Naciones Unidas en 1945, la creciente guerra civil entre
nacionalistas y comunistas la mantuvo desde el final de la I1 Guerra Mundial como
miembro de pleno derecho de las victoriosas naciones Aliadas. Todavía tendrá que
esperar un tiempo para hacer realidad su sueño, largamente acariciado, de convertirse en
una potencia mundial.
El patriotismo ha sido una especie importante añadida a esta compleja mezcla en años
recientes. En China se aprecian movimientos para replantear las acciones e ideas
patrióticas que afectan a sus relaciones con otros países y dejar atrás la «resistencia
tradicional» a las potencias extranjeras. Después de la masacre de la Plaza de
Tiananmen de 1989, el Movimiento del 4 de Mayo de 1919 -que, como movimiento
popular contra el gobierno del momento, era un tema histórico tabú- ha sido recuperado y
presentado como un movimiento patriótico.
De modo similar, la actuación de Gu Weijun, el diplomático que se negó a firmar el
Tratado de Versalles en 1919, se ha separado de la del Gobierno de Duan Qirui (que
aprobó el Tratado e hizo concesiones a Japón en Shadong) y se la considera hazaña
patriótica digna de elogio. Aunque China continúa siendo un Estado que reprime con
dureza las acciones antigubernamentales, estas recuperaciones se entienden mejor si
tenemos en cuenta que la oposición en cuestión era contra un Gobierno que mostraba
debilidad frente a Japón: seguramente un objetivo aceptable para desfogar la rabia
patriótica. En efecto, las protestas de 1919 tienen ahora un nombre nuevo: «Movimiento
Patriótico del 4 de Mayo». Aquí también debería anotar que las décadas de los treinta y
cuarenta reciben una renovada atención de los historiadores chinos que examinan los
movimientos patrióticos populares, los boicots a las empresas japonesas en el territorio
ocupado y las acciones individuales que afectaron a la política exterior de aquellas
décadas.
El prolongado recuerdo de la educación antijaponesa
En el terreno de la historia moderna de China y de su política exterior, los historiadores
han abierto nuevas líneas de investigación. Pero, fundamentalmente, Japón todavía es
presentado desde una perspectiva uniformemente negativa, especialmente en lo tocante
a las relaciones políticas y comerciales chino-japonesas. En Japón se piensa que la
educación antijaponesa, informada por estas interpretaciones históricas, es un hecho
relativamente reciente y lo asocian con el Gobierno de Jiang Zemin en la década de los
noventa, pero en realidad viene de antes.
Aquí se ha de tener en cuenta el proceso que sigue China para establecerse como un
Estado moderno. El pueblo chino lleva viéndose como «China» hace sólo algo más de un
siglo, como mucho unos 150 años. El nacionalismo chino nació en el siglo XX; la
narración de la «historia china», como algo opuesto a las antiguas historias de las
dinastías que gobernaron el país, también data de principios del siglo XX. Durante este
período, cuando comenzaba a formarse la idea de «China», Japón adquirió la categoría
de enemigo del Estado chino, de nación que pasaba por alto los acuerdos internacionales
de mantener el statu qua relativo al territorio chino y perseguía nuevas concesiones
territoriales. Creo que la falta de voluntad de Japón para utilizar el nombre de Chüka
Minkoku (Zhonghua Minguo, el nombre elegido por los chinos) en los documentos
diplomáticos oficiales para referir se a la República de China fundada en 1912, y su
insistencia en utilizar en cambio el nombre de Shina Ky6wakoku (República de Shina,
siendo «Shina» el nombre tradicional y a veces despectivo utilizado por los japoneses
para referirse a China), también debería ser ubicada en el marco de la fundación de la
nación china a comienzos del siglo XX y el intento de Japón de frenarla.
La interpretación de la historia moderna de China, en torno a estos conceptos de invasión
y resistencia, comenzó en este período, a principios del siglo XX, cuando comenzaba a
tomar forma la moderna nación china. Los libros de texto utilizados en los primeros años
de la República de China describían ya a Japón como un Estado enemigo, y los manuales
de los profesores que acompañaban a estos libros de texto contenían un material
nacionalista y antijaponés muy virulento. Esto prosiguió en los textos utilizados en las
escuelas durante los últimos años de la República de China, tanto en el continente como
en Taiwán durante la posguerra. La «educación antijaponesa» que preocupa a los
actuales observadores de China no surgió durante el mandato de Jian Zemin ni fue
cultivada por el Partido Comunista durante los decenios que se mantuvo en el poder.
Descansa en una percepción china de la historia que tiene ya más de un siglo de
antigüedad y ha formado la base de la enseñanza de la historia durante los últimos cien
años.
Los problemas que afectan a las actuales relaciones chino-japonesas -el reconocimiento
del hecho histórico y el contenido de los libros de texto- se remontan a mucho antes de
las dos últimas décadas. En 1915, y de nuevo en 1919, Japón ya había presentado una
protesta formal a las autoridades chinas por los materiales educativos antijaponeses, y no
sólo en las aulas; los libros de texto son sólo un aspecto de los amplios movimientos
antijaponeses, como el boicot a los productos japoneses durante el siglo pasado.
En 1932-1933, la Comisión Lytton de la Liga de Naciones, creada para investigar la
situación en Manchuria y el crecimiento de la tensión entre Japón y China, llevó a cabo un
estudio general sobre las relaciones chino-japonesas. Uno de los temas incluidos en las
deliberaciones de la Comisión fue el asunto de los libros de texto. Tanto China como
Japón se acusaban mutuamente de que los libros de texto eran contrarios al otro país
respectivamente. La Liga de Naciones criticó a los dos bandos por estas referencias y
puso en marcha un debate sobre el problema de la percepción histórica en ambos países.
En otras palabras, la cuestión de los libros de texto llamó la atención internacional a
comienzos de los años treinta, cuando se discutía junto con otros asuntos como el
Memorando Tanaka, el texto supuestamente presentado por el primer ministro TANAKA
Giichi al Emperador Sh6wa (Hirohito) que recomendaba la invasión de Manchuria y de
Mongolia.
Examen de los libros de texto de China
¿Hasta qué punto no concuerdan los libros de historia de China y los hechos históricos?
Por supuesto, es importante considerar los elementos del proceso de enseñanza
subyacente a los libros de texto utilizados: por ejemplo, los manuales de los profesores,
sus lecciones orales y los materiales suplementarios. Con este planteamiento en mente,
examinaré los libros de texto que se utilizan actualmente en clase en China.
Algunos textos presentan imágenes positivas de Japón, describiéndolo como un país
donde florecen los cerezos, se levanta el monte Fuji y existe una ciencia y tecnología muy
desarrolladas. Sin embargo, para los propósitos de este artículo, examinaré la obra de
2003 Zhongguo jindai xiandai shi (Historia de China en los albores de la modernidad y en
la modernidad), publicada por People's Education Press (la edición preliminar a la que me
he referido es la versión preparada antes de su examen y revisión). Sus autores son
Wang Hongzhi de PeoplEZ's Education Press, un historiador formado en la Universidad
de Pekín, y Shi Mingxun. Estos académicos son figuras destacadas en el campo de la
formación histórica en China que publican con frecuencia trabajos en el periódico Lishi
Jiaoxue (Enseñanza de la historia).
El libro, que incluye un buen número de ilustraciones y fotografías, ofrece diversos puntos
de vista sobre su material y contiene puntos de vista de autores extranjeros sobre la
historia de China. La principal diferencia entre la edición de 2003 y la anterior del texto es
una sección nueva sobre Taiwán: en ella se trata la situación de la isla durante la guerra
chinofrancesa y las guerras chino-japonesas de 1884,1885 Y 1894-1895, cebándose en
un pasaje que cubre las revueltas armadas de soldados y civiles contra las fuerzas
japonesas en Taiwán.
¿Cómo tratan estos libros de texto los acontecimientos que afectan a Japón? Por ejemplo,
se afirma que los chinos cedieron la isla de Sakhalin a Rusia por el Tratado de Pekín de
1860 (ignoran la reclamación de la isla por Japón). Mientras tanto, la sección del libro que
cubre la guerra chino-japonesa de 1894-1895 señala que, después de la Restauración de
Meiji de 1868, se instauró el capitalismo en Japón, que lo hizo más fuerte y rico. Sin
embargo, el texto continua así: «Las fuerzas feudales de Japón conservaron un poder
considerable y el mercado nacional no era lo suficientemente grande para beneficiar a
todo el mundo, y se produjeron muchas revueltas populares. Las autoridades japonesas
decidieron que para seguir la vía del crecimiento era necesario ocupar territorios
extranjeros y prepararon una 'estrategia continental' centrada sobre todo en la invasión de
China».
El libro no ofrece una imagen completamente negativa de Japón durante esa época: «En
aquel momento, los principales estados capitalistas del mundo eran imperialistas. Hasta
cierto punto, las grandes potencias occidentales observaban con simpatía los
movimientos de Japón para anexionarse territorios». Los mapas incluidos en esta sección
no describen a Taiwán como territorio japonés, sino que lo marcan como «ocupado por
Japón». Hong Kong y Macao, en manos del Reino Unido y Portugal en aquella época,
también eran considerados ocupantes (pero los territorios cedidos a Rusia en el Tratado
de Aigun de 1858 y el Tratado de Pekín de 1860 no constan como «ocupados» en el
mapa).
Los japoneses habían formado parte de la Alianza de Ocho Naciones que sofocaron la
Rebelión de los Boxers, y sus tropas habían mostrado el mayor respeto al derecho
internacional. No es necesario decir que los libros de texto chino no recogen esta opinión;
los soldados japoneses son descritos en los mismos términos que las fuerzas del resto de
naciones.
Fue con las XXI Demandas de 1915 que Japón realmente comenzó a ocupar un lugar
aparte en los libros de texto. «A las potencias europeas les faltaba energía para ocuparse
de Asia, y Japón sacó partido de esta oportunidad para acelerar su incursión en China e
intentar ocupar toda la nación... Finalmente, apoyando la candidatura de Yuan Shikai
como emperador de China, Japón planteó en contrapartida las XXI Demandas, lo que
equivalía a la destrucción de la nación China. El 9 de mayo de 1915, El Gobierno de Yuan
aceptó estas condiciones. Son conocidas como la 'vergüenza nacional del 9 de mayo'».
Por este asunto a Japón se le considera como un invasor sin las excusas que pudo haber
tenido en la guerra chino-japonesa de 1894-1895.
A partir de entonces, los libros de texto contienen cada vez más material referido a Japón.
La sección que cubre el Incidente de Manchura de 1931 comienza con las siguientes
palabras: «Japón reclamaba territorio chino con desesperación». En esta sección hay un
pasaje breve que contiene parte del Memorando Tanaka. Merece la pena señalar que, al
igual que la sección anterior sobre Yuan Shikai, esta parte del libro une los
acontecimientos descritos con las descripciones favorables de los líderes y Gobierno
chino.
Cuando el libro toca el conflicto abierto con las fuerzas japonesas en China, el lenguaje se
vuelve también más duro: «No había nada de sorprendente en el hecho de que los
imperialistas japoneses llevaran su guerra de agresión contra China. El conflicto era el
resultado natural de una vieja política en Japón, cultivada durante muchos años antes,
que perseguía la anexión de China, el control de toda Asia y, finalmente, la supremacía
mundial». La derrota de las fuerzas armadas japonesas en China se presenta en los
términos siguientes: «La victoria de China en la guerra contra Japón representó la primera
victoria total del pueblo chino en una guerra contra el imperialismo en más de cien años.
Esto infundió grandes ánimos en todos los pueblos de la nación china y aumentó su
prestigio personal. Esta victoria también echó los cimientos para el triunfo de la revolución
popular que se vería poco después. La guerra china contra Japón formaba parte de la
lucha global contra el fascismo y el pueblo chino, con su participación en la guerra, hizo
una gran contribución a la batalla mundial y catapultó a China a un primer plano global».
Muchos detalles de este libro difieren de los que se exponen en los libros japoneses. Los
libros de historia de Japón generalmente describen el Incidente de Manchuria en términos
más leves, presentándolo como obra de los militaristas japoneses, y tratan el Incidente del
Puente de Marco Polo como un choque accidental. Más que como resultado inevitable de
la política japonesa, la invasión de China es descrita como algo que ocurrió como parte de
un proceso inexorable. Los textos japoneses también expresan dudas sobre ciertos
detalles, como el contenido del Memorando Tanaka.
Hay que advertir que existen límites en las conexiones que pueden trazarse entre el
contenido de los libros chinos y acontecimientos sociales como las manifestaciones
antijaponesas de esta primavera. Los textos de historia utilizados en las escuelas de
Taiwán son extremadamente similares a los libros chinos, pero la isla no ha sido
escenario de la misma clase de disturbios.
La necesidad de compartir la historia
La «interpretación» de la historia es algo que se forma con el transcurso del tiempo. La
ideología, las posturas de los gobiernos y las teorías históricas en el mundo académico
participan en el proceso, pero es más importante aún el papel decisivo de las fuentes
históricas utilizadas por los historiadores.
Hasta cierto punto es inevitable que los historiadores japoneses se hayan apoyado
principalmente en fuentes japonesas, y que los chinos lo hayan hecho en los materiales
propios para elaborar la historia de las relaciones chino-japonesas. Cuando cada parte
depende en gran medida de sus propios documentos para basar sus tesis, sus esfuerzos
para mantenerse imparciales pueden verse engullidos por la percepción de los
diplomáticos y oficiales militares del pasado. Ya que la historia abarca la guerra entre las
dos partes, es muy difícil efectuar intercambios académicos significativos sobre el tema
cuando cada parte forja su comprensión de estos acontecimientos a partir de los
materiales que obran en su poder. La historia japonesa, tal y como se estudia en Japón, y
la historia china, tal y como se estudia en China, son algo parecido a las «historias
nacionales» oficiales, por lo cual a los historiadores de cada país no les resulta fácil
utilizar libremente los materiales del otro.
Sin embargo, los historiadores se van a ver cada vez más requeridos a examinar las
fuentes de ambas partes, aun cuando les conduzcan a interpretaciones divergentes.
No creo que la utilización de las fuentes históricas disponibles en China y Japón acabe
dando por resultado una visión unificada de la historia. Los historiadores pretenden
«probar» sus teorías, pero la historia no es una ciencia exacta cuyos experimentos dan
siempre un único resultado. Cualquier «historia» es por naturaleza «interpretación».
Debemos ser conscientes del peligro de intentar que todas las (<interpretaciones» se
ajusten en un molde estándar. Por ejemplo, la historia oficialmente aceptada de una
sociedad debe reconocer que las minorías también forman parte de ella y participan en la
historia. Pero, hasta cierto punto, la historia refleja los intereses del Estado, autor de las
leyes y el orden que canalizan el curso de la historia.
El primer paso que actualmente deben dar China y Japón es reconocer que el otro Estado
se desarrolla en unas circunstancias particulares y admitir los argumentos que esgrime la
otra parte para tratar las cuestiones históricas. Una vez sentada esta base, cada país
puede trabajar para facilitar sus materiales históricos a los investigadores de otras
naciones, a la vez que persigue el acceso al mayor número de materiales posibles. Ha
llegado la hora de compartir ampliamente las fuentes históricas. Hasta la fecha Japón no
ha mostrado gran entusiasmo por preservar y poner a disposición todos sus documentos
estatales. Pese a las declaraciones del Centro Japonés de Archivos Históricos Asiáticos y
los grupos asesores del primer ministro que apremian a avanzar en este sentido, los
investigadores chinos, coreanos y taiwaneses todavía dudan de que Japón haya
publicado todos los materiales que obran en su poder. He de recalcar que se podría crear
una situación peligrosa. Preservar, administrar y publicar los documentos históricos es
una responsabilidad hacia las generaciones futuras y además es la forma más segura y
persuasiva de presentar su propia interpretación de la historia.
Por desgracia, esta forma de compartir e intercambiar documentos históricos ha sido más
bien rara. A causa de los problemas que comportan, se han evitado proyectos de
investigación conjunta en igualdad de condiciones entre historiadores de diferentes países
y la traducción mutua de libros de historia y, a consecuencia de ello, no se integraron en
los programas de intercambios culturales y diplomáticos. Por supuesto, ha habido algunos
intentos de llevar a cabo proyectos de investigación multinacionales, pero la mayoría de
ellos han sido obras de individuos o de grupos privados o académicos, patrocinados
principalmente por la parte japonesa o por la china. Con estos antecedentes, la propuesta
actual de realizar investigaciones conjuntas a nivel gubernamental es muy significativa.
Las relaciones chino-japonesas en un contexto de globalización
El estudio de la historia no concierne solamente a Japón y a China. También es
importante determinar cómo el este asiático se ajusta globalmente a la interpretación de la
historia mundial. Esta faceta de la cuestión está estrechamente ligada al foco de los
medios de comunicación internacionales cuando cubren los asuntos asiáticos y al curso
del debate internacional sobre los problemas que afectan a los dos países. Japón tiende a
sobreestimar la fuerza de su posición cuando se convierte en centro de atención
internacional. Por errónea que sea la «educación patriótica.> de China, Japón no puede
limitarse a calificarla de «educación antijaponesa.> y esperar que la comunidad
internacional le dé la razón.
Por ejemplo, durante las protestas antijaponesas que barrieron China esta primavera, los
japoneses pensaban que los medios de comunicación del mundo informaban sobre estos
acontecimientos desde una perspectiva projaponesa. Pero, ¿realmente fue así? Los
periódicos europeos y estadounidenses mas importantes cubrieron ampliamente las
manifestaciones y publicaron en portada los puntos de vista del lado chino y los eslóganes
de los manifestantes. Se dio también a conocer el punto de vista japonés, pero con
frecuencia se le relegó a espacios secundarios y quedó sepultado por las noticias más
importantes. Desde que Japón emprendió el camino de la modernización en el siglo XIX,
se considera a sí misma una nación civilizada y a China un país rezagado, pero esta
percepción no la comparte el resto de países del mundo.
En la actualidad, los sinólogos van ganando influencia en las universidades de todo el
mundo. Asimismo, la obra de los investigadores chinos va cobrando credibilidad en los
círculos académicos. China es todavía un país donde las publicaciones y las reuniones
internacionales están sometidas a restricciones estatales, y la rigidez del control sobre las
ideas continúa siendo un problema para las escuelas chinas. Sin embargo, los estudios
históricos han visto una gran liberalización en los últimos años. Las universidades y
organismos de investigación chinos valoran el éxito y la capacidad más que sus
homólogos japoneses; por eso los investigadores responden con gran entusiasmo. Los
investigadores chinos que trabajan en Japón y en países occidentales están creando un
cuerpo histórico impresionante.
Estas situaciones han sido posibles porque el «contencioso histórico» entre Japón y
China lo han elevado a cuestión internacional e incluso global. En Occidente, los
investigadores extranjeros que se especializan en estudios sobre China ejercen una
influencia considerable en la forma de percibir la historia de las relaciones chinojaponesas. Hacen una presentación convincente de historias privadas y familiares y pulen
la imagen de China en su conjunto.
Las sociedades occidentales tienen su propia historia de la colonización y la invasión, y su
percepción de las mismas no siempre es negativa, pero suelen calificar de bárbaras las
actuaciones de Japón en el pasado.
Quisiera aclarar que no es mi propósito plantear que los historiadores Japoneses se
opongan específicamente a esta tendencia. Mi opinión es que si los historiadores
japoneses no saben presentar adecuadamente sus teorías y resultados al resto del
mundo, probablemente se producirán percepciones e interpretaciones erróneas. Nos
hemos de preguntar también si estos historiadores se esfuerzan lo suficiente para publicar
sus obras en el extranjero y si apoyamos a los japonólogos extranjeros que abordan el
tema con simpatía. Cuando se consideran todos estos puntos, se ve cada vez más claro
que la investigación japonesa de su propia historia -un área que plantea un reto
académico que alardea de tener un vasto cuerpo histórico y algunos de los estudios de
más alta calidad del mundo- no se compara favorablemente con la investigación histórica
nacional de China. En cierto momento pudo haber sido prudente evitar centrarse en las
acciones de la guerra japonesa y el gobierno colonial sobre sus vecinos, pero
actualmente, sesenta años después de su fin, hemos de admitir que este enfoque ha
creado un entorno en el que nuestra nación no puede emitir eficazmente sus puntos de
vista.
Un primer paso hacia un diálogo en igualdad
Por primera vez en la era moderna, Japón y China están interactuando muy
estrechamente como iguales, sin imaginar la posibilidad de una guerra entre ellos. Tokio y
Pekín se esfuerzan en crear un marco para resolver los problemas y conflictos bilaterales,
generar confianza y reducir los riesgos mientras tratan aspectos espinosos de sus
relaciones en áreas como la seguridad y la energía. Dada la importancia de las
percepciones históricas en este proceso, es mejor para las dos partes avanzar en el
reconocimiento mutuo de los puntos de vista históricos de la otra parte, más que intentar
imponer una serie de percepciones en las dos partes.
De la misma manera, deberíamos considerar cuidadosamente la idea de establecer
formalmente una comunidad de Asia Oriental. Esta región difiere con claridad de Europa,
al carecer de una aparato de seguridad como la Organización del Tratado Atlántico; en
este sentido, el modelo europeo no sería un ejemplo para Asia Oriental. Una comunidad
de Asia Oriental sería factible si funcionase como un bloque de Estados geográficamente
vecinos y centrado en áreas de interés común como la salud, el comercio, el entorno, las
cuestiones marítimas, el crimen y la movilidad laboral, y fuese construyendo a la vez
marcos para estudiar los problemas y resolverlos sobre una base regional.
Antes de establecer la comunidad, ¿hay que empezar por crear estos marcos o dialogar
para esclarecer los problemas históricos? Hay tema suficiente para el debate. Al final, el
guión más probable es que Japón y China trabajarán en estas dos áreas
simultáneamente. En definitiva, antes de formar un orden regional habrá que abordar la
percepción de la historia, ya que al parecer se ha decidido por consenso tratar en primer
lugar las cuestiones históricas.
Como parte de este trabajo previo, Japón y China no deben precipitarse a la tarea de
elaborar manuales de historia conjuntamente. La historia es un material con diversas
faceta s y es necesario que las dos partes establezcan un sistema que les permita comparar sus respectivas formas de ver la historia, reconociendo las discrepancias y puntos
en común sin exagerar o representar insuficientemente su discurso histórico.
En la etapa actual, cuando las historias nacionales de ambos lados se caracterizan por
contraponer puntos de vista rígidamente uniformes, no es práctico elaborar manuales de
historia conjuntos que pondrían más el acento en un punto de vista compartido que en la
diversidad de interpretaciones. Los historiadores no llegan a la misma conclusión cuando
examinan una misma fuente histórica. Por naturaleza, su estudio abarca diferentes puntos
de vista. En mi opinión, nuestra tarea actual es reconocer que este campo presenta
múltiples facetas para que todos los miembros de la comunidad regional puedan ordenar
sus fuentes históricas, compartirlas y fomentar la compresión mutua desde la divergencia
histórica. La investigación conjunta es una parte central de este proceso, y es hacia donde
debemos dirigimos.
Es posible que el contencioso histórico entre Japón y China no tenga solución. Con todo,
los dos países deben trazar una «línea básica» de entendimiento y al menos evitar que se
generen otros conflictos serios. Debemos confirmar una vez más las percepciones históricas que compartimos y que permitieron los acuerdos de 1972, 1978 Y 1998. China y
Japón deben realizar esfuerzos diplomáticos para alcanzar una serie de acuerdos tácitos,
aceptables por sus respectivos pueblos, como un marco donde establecer relaciones bilaterales. (Con la amable autorización de Chüa Karon Shinsha)
Traducido de «'Rekishiteki' ni miru Nit-Chü' rekishi mondai», publicado en Chüa Karon,
julio de 2005, págs. 60-71; versión resumida.
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