homilia solemnidad de san josé

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SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ
Homilía del P. Abad Josep M. Soler 19 de marzo de 2014 2Sam 7, 4-5.12-14.16; Rom 4, 13.16-18.22; Mt 1, 16.18-21.24
Descendiente de David y esposo de María. Así presenta san a José el Evangelio
según San Mateo. Son, hermanos y hermanas, las dos realidades fundamentales que
hacen posible la misión de nuestro santo cerca de Jesús. Descendiente de David y
esposo de María. Desde el rey David hasta el humilde carpintero de Nazaret hay un
salto muy notable, del esplendor y el poder de la realeza a la simplicidad de un
artesano de pueblo. Pero la línea sucesoria tiene continuidad. Fueron pasando las
generaciones, la monarquía davídica dejó de reinar y, sin embargo, Dios mantenía la
promesa que había hecho a David por medio del profeta Natán; la hemos escuchado
en la primera lectura: afirmaré después de ti la descendencia [... ] y yo consolidaré el
trono de su realeza para siempre... Ahora, sin el poder político y desde la condición de
artesano que se gana la vida con el trabajo de sus manos, pero manteniendo la línea
sucesoria, San José tiene la misión de introducir al Hijo de Dios hecho hombre en la
saga de David. Porque Jesús es el descendiente por excelencia que Dios da por
sucesor a David. Su realeza será muy peculiar al servicio de los pobres y los humildes,
pero el trono de su realeza se mantendrá para siempre. Desde la muerte en cruz,
desde la derecha del Padre, Jesús es Señor y Rey del universo. Señor y Rey de la
dinastía davídica a través de José.
Si la descendencia de David tiene un alcance jurídico y lleva a José a transferir su
linaje a Jesús, el hecho de ser el esposo de María indica su misión espiritual y
material; una misión arraigada en la fe y vivida desde las grandes cualidades humanas
de san José. Todo en él estaba empapado de amor esponsal y paternal, a favor de la
esposa y de su hijo. Y es aquí donde brilla con luz propia la santidad de san José.
Efectivamente, el fragmento evangélico que hemos leído, nos lo presenta como un
hombre de fe; una fe que llega a la talla de la de Abraham porque, como él, es capaz
de esperar contra toda esperanza y de creer firmemente en Dios aunque la lógica
humana le pudiera hacer dudar (cf. segunda lectura). Así, José cree en el origen divino
de la maternidad de su esposa y se da totalmente, en cuerpo y alma, a servir el
misterio del hijo que espera. Lo hace pleno del temor reverencial de quien sabe que se
encuentra en la presencia de Dios, porque es consciente del misterio divino que se ha
hecho presente en María. Con la misma fe afrontará el día a día, con las dificultades
que le comportará; será una fe llena de esperanza y de la alegría interior de saber que
Dios lleva su vida. Esta fe esperanzada y alegre lo hace fiel a Dios y a las dos
personas que él le ha confiado: María, su esposa y el niño Jesús, que le llama con el
nombre de padre.
La fe lleva a san José a vivir la obediencia a la voluntad de Dios que se le manifiesta
de muchas maneras; fundamentalmente a través de la Palabra divina y de las
circunstancias de la vida. Todo lo vive en clave de respuesta generosa a la vocación
que Dios le ha dado. Con este espíritu de obediencia y de amor, aporta sus cualidades
humanas a la unión de corazón y de espíritu con María, y a la educación durante la
infancia y la adolescencia de la personalidad de Jesús. Su contribución a la formación
de la personalidad humana de Jesús unido a María fructificará y se desplegará en el
anuncio de la Buena Nueva del Reino y en el llevar a cabo la salvación de la
humanidad por medio de la pasión.
Descendiente de David y esposo de María. Estas dos realidades enmarcan la
vocación de San José y su contribución peculiar, unida a la de su esposa, a la obra de
la Encarnación y del crecimiento humano de Jesucristo. Al igual que con Abraham, el
Señor tuvo en cuenta su fe sólida y su obediencia generosa para hacerlo justo, para
glorificarlo entre los santos.
La vocación y las condiciones de vida de San José fueron únicas. Pero, sin embargo,
no deja de ser un modelo siempre actual para los cristianos. Y un estímulo en el
proceso de conversión y de renovación que vivimos en este tiempo de cuaresma
dentro del cual cae la solemnidad de nuestro santo. Debemos aprender de su fe
inquebrantable en toda circunstancia; José sabe que Dios es fiel, que todo lo dispone
en bien de los que confían en él y, arraigado en esta convicción, se fía de Dios. Se fía,
lo ama y le obedece. Porque sabe, también, que el amor lleva a complacer la voluntad
divina, es consciente de que esta voluntad es una voluntad de amor, que no va nunca
contra la persona humana sino a favor de liberarla, de hacerla mejor, de ayudarla a
desplegarse plenamente, siempre en la dinámica del Reino que hace encontrar la
plenitud después de las pruebas y las tribulaciones. Fe, obediencia y amor. San José
nos enseña a amar concretamente a Dios en las cosas de cada día, a ponernos
generosamente al servicio de su plan de amor y de salvación a favor de la humanidad.
Nos enseña a leer nuestra historia a la luz de Dios y a vivir con confianza.
Nos disponemos a celebrar la eucaristía. El misterio del Hijo de Dios hecho hombre del
que san José tuvo cuidado, se nos hará presente en el Sacramento del altar. Para
enriquecernos con su gracia y ayudarnos a vivir con fidelidad el designio de Dios sobre
nosotros. Acojámoslo con la disponibilidad generosa de san José, el descendiente de
David y esposo de María.
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