CONGRESSO TOMISTA INTERNAZIONALE L’UMANESIMO CRISTIANO NEL III MILLENNIO: PROSPETTIVA DI TOMMASO D’AQUINO ROMA, 21-25 settembre 2003 Pontificia Accademia di San Tommaso – Società Internazionale Tommaso d’Aquino La ley natural Respuesta de Santo Tomás a una problemática actual Lic. Federico Guillermo Wechsung Bilbao Pontificia Universidad Católica Argentina, Buenos Aires Introducción Tiene una particular relevancia el estudio de la ley natural, que siendo resultado de la impresión de la ley eterna, es luz para la inteligencia y es inclinación para la voluntad, mediante la cual el hombre es capaz de dirigirse de modo consciente y libre hacia su fin último, por medio de una razón formada, iluminada y atenta.1 La armonía de la síntesis presentada por santo Tomás, que además de integrar lo mejor de la tradición clásica y medieval, es un claro esfuerzo por adecuarse a la realidad, ha encontrado su ruptura a partir de la profunda crisis del nominalismo occamista. Dos términos frente a la ley natural son dos posturas en las que, desde entonces, el hombre contemporáneo se encuentra: la realidad y la ideología.2 Como fruto de las concepciones filosóficas surgidas del modernismo, en la sociedad actual se observa la tensión entre el ámbito del ser y del deber ser. En las diversas corrientes filosóficas surgidas desde entonces, observamos que se erige una razón que vuelta hacia sí misma, se hace fuente y medida de ulteriores pronunciamientos sobre cualquier realidad, es una razón exenta de cualquier determinación natural, tan carente de sustancia inteligible, cuanto dogmática, intransigente y cerril. Esta nueva postura, tan difundida en el pensamiento filosófico, quiso eliminar todo supuesto, para afirma la absoluta autonomía de un hombre emancipado.3 Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa Theológica, I-II, q.91, aa. 1-2. J.A. Widow, El hombre, animal político”. Ed Universitaria. Chile 1984. 3 R. Alvira; Nota sobre la relación entre algunos conceptos fundamentales del pensamiento moderno. En “Ética y Teología ante la crisis contemporánea”. Eunsa, Pamplona 1980. 1 2 © Copyright 2003 INSTITUTO UNIVERSITARIO VIRTUAL SANTO TOMÁS Fundación Balmesiana – Universitat Abat Oliba CEU F. G. WECHSUNG BILBAO, La ley natural El concepto de ley natural desarrollado en santo Tomás, se presenta esclarecedor para el problema actual de la autonomía moral. El desarrollo específico de la ley natural en nuestro autor, nos sitúa en la discusión actual acerca del origen de los derechos humanos, los principios que rige una sociedad, y el verdadero fundamento de las leyes positivas que deben tomar del derecho natural sus principios fundamentales, gracias a los cuales se pueden elaborar normas justas que rijan la vida individual y social. Nos ubicamos, por tanto, frente a dos coordenadas en las cuales situamos este trabajo sobre el concepto de ley natural en Santo Tomás. Acudimos al pensamiento siempre original del Doctor Humanitatis para exponer el aporte de su pensamiento, procurando a su vez iluminar desde la hondura de sus enseñanzas, algunos aspectos de la problemática contemporánea que es objeto de las manifestaciones más recientes de la Iglesia, desde el Concilio Vaticano II hasta algunas encíclicas del magisterio pontificio de Juan Pablo II. Resulta innecesario entonces, destacar la importancia y la actualidad de este problema, especialmente después de la publicación de las Encíclicas Veritatis Splendor, Evangelium vitae y Fides et Ratio. Las criaturas participan de la ley eterna y están intrínsecamente ordenadas por Dios Santo Tomás, en el capítulo 97 de la III parte de la Suma Contra Gentiles, plantea este tema con detenimiento. Enseña allí, que a todas las cosas Dios las ordena por su providencia y las conduce hacia su fin último, que es su misma Bondad, no de modo que la Bondad divina se acreciente por la acción de las criaturas, sino comunicándose a ellas según una cierta semejanza. Para el Aquinate, la multiplicidad del universo, es necesaria para manifestar la perfección divina, y para que, de este modo el universo cumpla el fin para el que ha sido creado; en el fin último de la creación, que es la manifestación de la Gloria y el Poder divinos, hay que buscar la razón de todo el orden creado. Así, la perfección de las cosas, depende de la participación en el ser, dado que siendo, se asemejan a Dios que es el Ipsum esse subsistens, y de este modo las formas substanciales, a través de las cuales las cosas reciben su ser, no son más que los diversos modos en los que la Bondad divina puede ser participada.4 González, A.I., Ser y participación. Estudio sobre la cuarta vía de Santo Tomás de Aquino, EUNSA, Pamplona 1995. Pp 81-82. 4 p. 2 Congresso Tomista Internazionale Las criaturas son diversas por la multiplicidad de sus formas substanciales, a través de las cuales reciben el ser. De la diversidad de las formas se puede partir para entender la ratio ordinis. Los entes son más o menos perfectos según la plenitud o limitación con que representan la perfección divina. Aristóteles, hablando de la forma, dice en el libro I de la Física que “es algo divino y deseable”. La Contra Gentiles explica que la semejanza divina, siendo Dios uno y simple, se manifiesta en los diversos entes según la diversidad de formas, de modo que cuando una criatura representa mejor a Dios, es más perfecta. Por ello, las formas se distinguen por los diversos grados de participación en el ser que les corresponden: “La semejanza requerida a una cosa simple no puede diversificarse sino en cuanto es más próxima o más remota. Y cuanto más cerca está una cosa de la semejanza divina, más perfecta es”.5 De la diversidad de formas específicas, se sigue la diversidad de operaciones. Así lo explica santo Tomás, cada cosa obra en cuanto está en acto y lo que está en potencia carece de operaciones en cuanto tal; y como las cosas están en acto por la forma, se sigue que las operaciones son según ésta, y las diversas operaciones según las diversas formas.6 De este modo, Dios ha dado a cada cosa su propia forma, por la que está ordenada, dirigida e inclinada a sus propias operaciones, y al fin que por ellas logra, que también le es propio, Dios dirige las cosas al fin intrínsecamente. Esto es, ha hecho que las cosas se dirijan por sí mismas a sus propios fines particulares, y a través de aquellos, al fin último de todo el universo. Encontramos en las cosas un doble fin: uno particular, porque cada cosa alcanza por su operación el fin propio: a la diversidad de acciones corresponde la distinción de fines propios; y otro común a todo el universo, el fin último de todos, en el que confluyen todos los entes. Por los fines propios todas las cosas participan, cada una a su manera, de la infinita perfección divina. En cada criatura, la ley eterna está presente a través de su propia forma, porque en ella está impreso el fin. Si actúa en conformidad con su naturaleza está siendo, simultáneamente, gobernada eficazmente por Dios.7 5 6 7 Santo Tomás de Aquino, Summa Contra Gentiles, III, 97. Ibidem. Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q. 19, a. 8 c. p. 3 F. G. WECHSUNG BILBAO, La ley natural Entre los diversos lugares en los cuales santo Tomas habla de Dios como fin último, destacamos el capítulo 16 del libro III de la Contra Gentiles: “Todo está ordenado a un solo fin que es Dios”. Decimos entonces que, en las cosas creadas hay una tendencia, una inclinación, por la que se dirigen de modo necesario al fin conveniente según la propia naturaleza. En consecuencia las cosas creadas están gobernadas por Dios mediante las inclinaciones naturales, y así se someten al orden de la ley eterna8 . De esta manera puede concluir santo Tomás que la ley eterna está presente en todas las criaturas, racionales o irracionales, al menos en cuanto que todas ellas son medidas y reguladas por aquella. Santo Tomás en la Suma Teológica I-II, q. 93, se dedica íntegramente a la ley eterna. Plantea en el a. 6 si todas las cosas humanas están sometidas al orden de la ley eterna. En su respuesta se vuelve a exponer dos modos en los que las criaturas pueden participar del orden de la ley eterna: bien conociendo sus principios -“per modum cognitionis”- exclusivo de las criaturas racionales, o bien en cuanto que están sometidas a ellos -“per modum actionis et passionis”- lo cual es común a todas las criaturas. La ley eterna, como toda ley, es una ordenación de la razón y, en cuanto tal, sólo puede participar en ella formalmente por medio del conocimiento racional, propio del hombre. Las criaturas irracionales no participan de la ley eterna racionalmente, y su participación por lo tanto no puede llamarse propiamente ley, sino sólo según cierta semejanza.9 Sólo en el hombre, la ley eterna se participa formalmente como ley En virtud de su constitución metafísica, el hombre está ordenado a Dios. Sabemos que sólo son estrictamente humanas, las operaciones libres que proceden a la vez de la inteligencia y de la voluntad. Por ellas el hombre, puede dirigirse de modo conveniente a su propio fin que es el conocimiento y el amor.10 Según explica Santo Tomás en la Contra Gentiles, a cada ente le conviene naturalmente aquellas cosas por las que consigue su fin, y le son inconveniente Cf. Millán-Puelles, A., Léxico filosófico, Rialp, Madrid 1984, p. 181. Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q.91, a.2-3. 10 Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II, q. 3, a. 1. 8 9 p. 4 Congresso Tomista Internazionale las que lo alejan de él. Por ello lo que conduce al hombre al conocimiento y al amor de Dios es naturalmente bueno, y malo lo que le aparta.11 El hombre es la más perfecta criatura salida de las manos de Dios. Participa de un modo superior en el ser. Es Imago Dei y, por su naturaleza espiritual, ocupa el lugar principal entre los entes corporales. Participa del ser por el alma espiritual capaz de subsistir por sí misma independientemente del cuerpo. La dignidad de la criatura racional, radica en la perfección de su acto de ser de la que se sigue la espiritualidad del alma, que le otorga de algún modo abrazar la totalidad en la que se incluye, advertir la ordenación recibida, y situarse racionalmente en el universo. Santo Tomás presenta al hombre como la única criatura querida directamente por Dios en orden al fin último del universo. Únicamente a través de criaturas libres e inteligentes, puede conseguir el fin que se propone al crear, dado que sólo ellas pueden dirigirse libremente hacia Él, dándole gloria formal con su conocimiento y amor.12 El hombre alcanza libremente el fin último de su propia operación, conociendo y amando a Dios, mientras las demás criaturas sólo lo alcanzan de un modo muy imperfecto según una cierta semejanza. El hombre es el que imita de modo más perfecto la naturaleza divina, dado que ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios, y le pueden dar gloria formal, dirigiéndose a Él como su fin último, no de modo ciego y necesario como las criaturas irracionales, sino activamente, en el ejercicio de su libertad participada, sometiéndose libremente a la ordenación divina. Encontramos en los capítulos 112 y 113 del libro III de la Contra Gentiles, algunas de las consecuencias de la singular perfección del hombre en el conjunto de los seres creados. Explica cómo el hombre está sometido a la Providencia divina de un modo más excelente que los demás seres. Dios lo gobierna según la dignidad de su naturaleza, como a criatura libre, que es dueña de sus propios actos, mientras que ordena las demás criaturas al bien de las racionales. “Ahora bien, consta por lo expuesto (C,17) que el fin último del universo es Dios, a quien sólo la creatura intelectual puede alcanzar en sí mismo, es decir, conociéndole y amándole, como se ve por lo dicho (c. 25 ss). Luego, únicamente la criatura intelectual es buscada por ella, y las demás, para ella.”13 11 12 13 Cf. Santo Tomás de Aquino, Contra Gentiles, III, 129. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II, prólogo. Santo Tomás de Aquino, Contra Gentiles, III, 112. p. 5 F. G. WECHSUNG BILBAO, La ley natural Los entes que no tienen conocimiento intelectual no pueden alcanzar por sí mismos el último fin del universo y están ordenados a la criatura racional, que es la única que lo alcanza directamente. Santo Tomás lo explica recurriendo al caso del ejercicio; dado que los soldados son los que directamente alcanzan la victoria que es, en definitiva, el fin anhelado por el ejercicio, todos los demás componentes del regimiento se ordenan a ellos, facilitando y disponiendo todo lo que sea necesario para que puedan lograr aquel fin. Así también todos los entes corpóreos se ordenan a la criatura racional, que es la única que alcanza por sí misma el fin último del universo, que es Dios. Santo Tomás hace constatar un doble orden, del que sigue un doble bien: el primero es el orden de cada hombre y de todas las cosas al fin último, que es Dios; el segundo orden es el de las cosas entre sí, y este orden es causado por el primero y es para él. Siendo así, todas las cosas están ordenadas al ser racional, y este, en el trato con las demás criaturas espirituales y en el uso de los bienes temporales, se encamina siempre, si su obrar es recto moralmente, al conocimiento y al amor de Dios. Partiendo de esta ordenación fundamental, también la integración del hombre en el concierto de las demás criaturas está en función de esta ordenación última y radical, que determina la adecuada relación de los hombres entre sí y con los demás seres creados. Siguiendo a Santo Tomás, entonces, afirmamos la participación de la criatura racional en el orden de la ley eterna y esta participación es a su vez una equilibrada autonomía del hombre y teonomía participada. Justa autonomía dado que, una parte de la razón humana es capaz de conocer y de comunicar el orden moral natural, que es susceptible de una argumentación racional; Justa autonomía también afirmamos porque la obligatoriedad moral que acompaña al orden moral natural tiene carácter eterno, la voluntad puede prestarle su asentimiento solamente en razón del conocimiento de la razón humana y de la conciencia moral. Teonomía participada decimos, porque el orden moral natural se funda en la ley eterna que el hombre alcanza por participación. La razón humana desempeña un papel activo en el descubrimiento y aplicación de la ley moral natural, una ley cuyos mandatos de validez universal corresponden con los planes de Dios respecto al hombre14 . Cf. Rhonheimer, M. Autonomía y teonomía moral según la Encíclica Veritatis Splendor. Contenido en la obra colectiva dirigida por del Pozo Abejón, G., Comentarios a la Veritatis Splendor, Bac, Madrid, 1994, pp. 543-568. 14 p. 6 Congresso Tomista Internazionale La ontología y la gnoseología de ley natural en el hombre, luz e inclinación al bien El texto que a continuación se presenta, sirve para distinguir el contenido óntico y gnoseológico de lo que llamamos ley natural. Estos se halla intrínsecamente unidas, y su separación redunda en una pura teorización de la ley natural, ocasionando luego una significativa ineficacia práctica. “Siendo la ley regla y medida, puede existir de dos maneras: tal como se encuentra en el principio regulador y mensurante, y tal como está en lo regulado y medido. Ahora bien, el que algo se halle medido y regulado se debe a que participa de la regla y medida. Por tanto, como todas las cosas que se encuentran sometidas a la divina providencia están reguladas y medidas por la ley eterna, es manifiesto que participan en cierto modo de la ley eterna, a saber, en la medida en que, bajo la impronta de esta ley, se ven impulsados a sus actos y fines propios. Por otra parte, la criatura racional se encuentra sometida a la divina providencia de una manera superior a las demás, porque participa de la providencia como tal, y es providente por sí misma y para las demás cosas. Por lo mismo, hay también en ella (la criatura racional) una participación de la razón eterna en virtud de la cual se encuentra naturalmente inclinada a los actos y fines debidos. Y esta participación de la ley eterna en la criatura racional es lo que se llama ley natural. De aquí que el salmista (Sal. 4,6),tras haber cantado: Sacrificad un sacrificio de justicia, como si pensar en los que preguntan cuáles son las obras de justicia, añade: Muchos dicen:¿quién nos mostrará el bien? Y responde: La luz de tu rostro, Señor, ha quedado impresa en nuestras mentes, como diciendo que la luz de la razón natural, por la que discernimos entre lo bueno y lo malo –que tal es el cometido de la ley-, no es otra cosa que la impresión de la luz divina en nosotros. Es, pues, patente que la ley natural no es otra cosa que la participación de la ley eterna en la criatura racional”.15 Nos detenemos, pues, y profundizamos en las características de la participación de la ley eterna en razón de las facultades superiores en el hombre, de la inteligencia y la voluntad, que son consecuencia de su peculiar dignidad de criatura espiritual. Dichas facultades, como todo lo creado, están ordenadas de modo natural. Para Santo Tomás, como venimos afirmando, por la impresión de la ley eterna hay en el hombre no sólo una inclinación natural, común a las demás criaturas, sino también un conocimiento. Al crear seres que deben obrar de acuerdo al dictado de la razón,16 Dios ha de proveernos del conocimiento de la ley y de los medios adecuados para alcanzar tal finalidad natural. Por medio de la razón natural, la criatura racional participa, limitadamente de la Sabiduría divina. 15 16 Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II, q., 91, a.2. Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II, q., 94, a.3. p. 7 F. G. WECHSUNG BILBAO, La ley natural Para Santo Tomás la ley natural es pues, participación de la criatura racional en la ley eterna que, como queda dicho, es la misma inteligencia divina que ordena perfectamente todas las cosas. El conocimiento que tiene el hombre de lo bueno y lo malo es el fundamento de su autonomía, dado que con tal, el hombre tiene dominio sobre sí mismo y toma una decisión sobre su destino libre y conscientemente. Afirmamos aquí que el hombre es un ser racional capaz de ordenar su obrar según el orden de la razón y que mediante ella conoce naturalmente el orden querido por Dios en toda la creación y en sí mismo. Encontramos, entonces, dos perspectivas para entender la participación racional. Por un lado la reconocemos como una participación receptiva: dado que la razón creada recibe la ley eterna de modo semejante aunque de modo más elevado al caso de la criatura irracional. También describimos el carácter de participación legislativa, como participación en la facultad de legislar, es decir, vemos a la razón humana aquí como reguladora además de regulada. La ley natural, la luz por la que conocemos lo que debemos hacer y lo que debemos evitar, nos la ha dado Dios con la misma creación. El hombre ha sido creado con un fin determinado, que está impreso en su naturaleza, que lo impulsa libremente, de acuerdo a la dignidad que le es propia como criatura libre. Este fin, no se lo impone el hombre, sino que le viene dado, y el hombre no puede tener otro fin que dar gloria a Dios. Puede, renunciar a la dignidad con que logra el fin, al contradecir la luz de su propia razón natural y su debida inclinación. Quien no posee la ley como luz, la participa de un modo disminuido y esta participación sólo es ley de modo imperfecto según una cierta semejanza. Para Santo Tomás la razón expresa las exigencias de la estructura metafísica del ser humano manifestando la ordenación natural al propio fin, y discursivamente considera los medios más adecuados para alcanzarlo. Así la razón nos muestra las exigencias de nuestro mismo ser. Poseer la ley como quien la puede utilizar como medida, es exclusivo de la razón. La ley se constituye formalmente como tal, y así se puede llamar con propiedad, cuando impone o prohibe, cuando impera y esto es obra de la razón. Imperar, aquí, es inclinar a obrar por algunas razones que fuerzan a ello.17 El imperio aunque es acto de la razón, supone el acto de la voluntad dado que sólo por su fuerza la razón mueve a obrar, según claramente nos lo expone el Aquinate. 17 Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II. q. 17, a.1. p. 8 Congresso Tomista Internazionale A la ley natural pertenecen las cosas a las que el hombre se inclina según su naturaleza. Siendo el alma la forma substancial del hombre, de ello se sigue que en el hombre hay una inclinación natural a obrar según el orden de la razón, lo que significa obrar según la virtud, porque la ley natural inclina al hombre a obrar virtuosamente. El hombre se constituye como tal por el alma racional, que es la forma substancial del cuerpo. Por esto decimos que lo natural en el hombre está determinado según la razón, y lo que es contrario a ella, es contrario a la naturaleza humana. Y lo que es secundum rationem, lo reconocemos como adecuado a la naturaleza del hombre en cuanto tal, y de este modo se determina el bien moral natural del hombre. Para Santo Tomás la ley moral natural, cuyos preceptos corresponden al proyecto divino respecto del hombre, no es otra cosa que la luz de la inteligencia infusa en nosotros por Dios. Gracias a esa luz conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. La razón natural viene a ser en nosotros, una propia y verdadera autoridad fundada sobre una sabiduría superior. La autonomía moral del hombre es auténtica aunque falible, es participación por parte del hombre del gobierno divino del mundo y de sí mismo. En ella se revela y es promulgada la ley eterna de Dios. El hombre es así llamado a una verdadera participación en la razón y actuación soberana de Dios. Toda rebelión del hombre contra la ley de Dios será a su vez una rebelión contra su propio ser de hombre, y por lo tanto contra su propio bien.18 Por ello, tanto por parte de la razón -por la que conocemos los principios prácticos del obrar humano-, como por parte de la voluntad -que de suyo se mueve al bien conocido por la inteligencia-, el hombre se dirige a su fin. Así, para Santo Tomas, originaria y esencialmente, la ley natural es también una recta inclinación de la voluntad. “Cualquier operación de la razón y de la voluntad surge en nosotros a partir de algo que nos es natural, como expusimos arriba (q. 10 a.1), porque todo raciocinio parte de principios naturalmente conocidos, y todo apetito relativo a los medios deriva del apetito natural del fin último. Por la misma razón es también indispensable que la primera ordenación de nuestros actos al fin sea obra de una ley natural”.19 Las facultades del alma, -inteligencia y voluntad-, son el principio de todas las operaciones propiamente humanas, que son las que ordenan al hombre al fin último propio de la criatura espiritual, en ellas se asumen los 18 19 Cf. Santo Tomás de Aquino, Contra Gentiles III, 122. Santo Tomas de Aquino, Suma Teológica, I-II, q. 91, a. 2. p. 9 F. G. WECHSUNG BILBAO, La ley natural demás elementos configuran metafísicamente la naturaleza humana que participa de la racionalidad. La participación del hombre en la ley eterna quedaría incompleta si sólo fuese un mero conocimiento racional del orden que de ella se deriva. Dios ha dispuesto las cosas de modo que por su propia naturaleza el hombre estuviera inclinado a poner por obra el orden que su inteligencia percibe. Como venimos afirmando, para santo Tomás, el conocimiento del orden de la ley eterna –el conocimiento de la ordenación al último fin que tiene el hombre- va acompañado de una inclinación natural de la voluntad que dirige al hombre hacia su último fin. Conclusión De lo desarrollado en esta comunicación, llegamos a algunas conclusiones fundamentales que nos ofrece santo Tomás y que resumimos en las siguientes: - En la ley eterna, encontramos el origen, la regla y medida de toda norma posterior. En cuanto es participada por la criatura racional, viene a ser la primera y trascendente norma del orden moral, dado que constituye el verdadero fundamento de la ordenación al fin último que el hombre puede alcanzar por sus actos. - Santo Tomás, pone de relieve que, para obrar de modo recto, el hombre necesita un complemento de perfección que le otorgue obrar de un modo conforme a las exigencias de la naturaleza humana, o sobrenaturalmente considerando la gracia, de la naturaleza divina participada. Este complemento son los hábitos operativos buenos regulados por Dios que suponen un sometimiento y una participación en el orden de la ley eterna. - Dios, otorgando a cada cosa su forma propia, la dispone, ordena, dirige e inclina a sus propias operaciones, y al fin que por ellas logra, que también le es propio. Dios dirige las cosas al fin intrínsecamente. Hace que las cosas se dirijan por sí mismas a sus propios fines particulares, y, a través de ellos, al fin último de todo el universo. En consecuencia, las cosas creadas están gobernadas por Dios mediante las inclinaciones naturales, y así se someten al orden de la ley eterna. - El hombre participa de un modo superior en el ser. El hombre es Imago Dei y, en virtud de su naturaleza espiritual, ocupa entre los seres corporales, el lugar principal. El hombre se eleva sobre los demás animales, con los que tiene en común el conocimiento sensible, puesto que tiene un conocimiento del fin y de las acciones que conducen a él. Este conocimiento, por el que el hombre se regula en sus actos, le llama ley natural. p. 10 Congresso Tomista Internazionale La reducción de los verdaderos horizontes del hombre, fue una enajenación de la inteligencia, y por eso se perdió la capacidad de juicio crítico realista y se tomó como punto de partida para la resolución de los problemas más profundos razones sucedáneas superficiales y frágiles. Paradójicamente, después de siglo en que la Iglesia tuvo que afrontar una defensa de la diferencia y superioridad de la fe con respecto a la razón frente a las reivindicaciones del iluminismo, la Iglesia hoy, en nombre de la fe, debe defender de los herederos del iluminismo, la razón apta del hombre de conocer el orden natural de las cosas que les sirven de fundamento en la formulación de las leyes positivas que declaren con justicia los derechos del hombre.20 Procuramos presentar una visión integral y cristiana del hombre que lo restituya de las reducciones, fruto de los binomios que a lo largo de la historia provocaron el estrechamiento de las fronteras del conocimiento y del amor, de la dignidad, vocación y destino del hombre. Y ante la pregunta antropológica, respondemos con el fundamento último revelado en Jesucristo. Así lo proclama el Concilio Vaticano II en el nº 22 de la Gandium et Spes, en una afirmación que fue reiteradamente invocada por el papa Juan Pablo II: “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el Misterio del Verbo encarnado..., pone de manifiesto plenamente al hombre ante el propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación.” Las conclusiones que brotan de la doctrina del Aquinate iluminan la mentalidad ideológica de nuestro tiempo, que no repara de que el orden natural de la vida humana no es un sistema ideológico, otro fundamento a priori que moldea la inteligencia del hombre antes de que sea fecundada por la naturaleza de lo real. Nos encontramos ante la oportunidad histórica de devolverle al hombre su verdadero fundamento, de descubrirle su verdadero horizonte, que desde la ideología sufrió en claro estrechamiento. Para tal meta, nos situamos en medio de los debates actuales cargados de incertidumbre y confusión acerca del concepto de naturaleza y de su vinculación con la ética, y nos remitimos fieles a una tradición cultural que tiene carácter de perennidad, nos atrevemos a pensar con apertura a los horizontes científicos y culturales, con el respeto, el diálogo y el rigor que nos presenta, un singular exponente del verdadero humanismo cristiano como lo es sin lugar a duda, Santo Tomás de Aquino. 20 L´Osservatore Romano, 19 de febrero de 1999. (123) 11. p. 11 F. G. WECHSUNG BILBAO, La ley natural Bibliografía - - - Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, Bac, Madrid 1989. Santo Tomás de Aquino, Suma contra Gentiles, Club de lectores, Bs. As. 1951. Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis Splendor, Roma 1994. Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium Vitae, Roma 1995. Maritain J, Los derechos del hombre y la ley natural, Dedalo, Bs. As. 1961. Aubert, La ley de Dios, leyes de los hombres, en colección El misterio Cristiano. Herder, Madrid 1969. Alvira R., Nota sobre la relación entre algunos conceptos fundamentales del pensamiento moderno, en “Ética y teología ante la crisis contemporánea”, Eunsa, Pamplona 1980. Rhonheimer, M. Autonomía y teonomía moral según la Encíclica Veritatis Splendor. Contenido en la obra colectiva dirigida por del Pozo Abejòn, G., Comentarios a la Veritatis Splendor, Bac, Madrid, 1994, pp. 543568. González, A.I., Ser y participación, estudio sobre la cuarta vía de santo Tomás de Aquino, Eunsa, Pamplona 1995. Widow J.A., El hombre, animal político, Ed Universitaria, Chile 1984. p. 12