CUATRO ECONOMISTAS SINGULARES Javier Márquez, Fernando

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CUATRO ECONOMISTAS SINGULARES
Javier Márquez, Fernando Rosenzweig, Jorge Sol
Castellanos, Miguel S. Wionczek
Víctor L. Urquidi *
En poco menos de dieciocho meses se han retirado a mejor vida cuatro
economistas de la América Latina que, cada uno en su terreno, cada uno
con su personalidad y su talento, algunos de ellos entreverados en sus
actividades con los otros, dejan para la posteridad una huella clara y
perdurable: Javier Márquez, Fernando Rosenzweig, Jorge Sol Castellanos
y Miguel S. Wionczek.
Al recordarlos, con profundo sentimiento por la amistad que cultivamos y el respeto mutuo que nos tuvimos, no intento siquiera esbozar adecuadamente su biografía profesional, como tampoco analizar ni valorar
toda su obra. Los contrastes y las semejanzas entre ellos, sin embargo,
me animan a considerar que algo han dicho y hecho, en su fecunda vida,
acerca de y para la América Latina, y que han contribuido a la evolución
del pensamiento sobre la economía de nuestra región. Cada uno en su
campo de reflexión aportó ideas y conocimientos y fue, a su manera,
arquitecto de acciones e instituciones que quedan para la historia, ya un
poco olvidada, de lo que fue o pudo ser la América Latina hará unos
cuarenta años —y hasta el presente.
Javier Márquez (1909-1987) se formó en su España natal. Miguel S.
Wionczek (1918-1988) surgió de tierra polonesa. Jorge Sol (1915-1988)
del trópico centroamericano. Fernando Rosenzweig (1921-1988) de las
frías llanuras del estado de México. Los dos primeros llegaron a México
para quedarse, trayendo ya una buena experiencia de trabajo, peripecias
y vida de otras culturas. Javier, egresado de la Universidad de Madrid,
con sus estudios de posgrado en la Escuela de Economía de Londres y
su participación en las lides administrativas y financieras, y en la diplomacia, de la etapa última de la República Española. Miguel, graduado
de la Universidad de Varsovia, con su trauma de guerra bajo el acoso
nazi, su supervivencia precaria y su entrada al mundo de la comunicación escrita en la posguerra, como corresponsal que presenció los juicios
de Nuremberg. Javier vino al exilio en México y, para principiar, se
convirtió en el economista editor y traductor del FCE. Miguel siguió su
carrera periodística como subjefe de la agencia noticiosa de Polonia en
* El Colegio de México.
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las Naciones Unidas, hasta que su rompimiento con el régimen lo trajo
a México hacia 1951.
Jorge Sol también conoció exilio, voluntario y necesario en su juventud, casi obligado muy recientemente, pero tuvo una adolescencia
dorada en su nativo El Salvador, donde obtuvo su grado universitario.
En los años cuarenta puso sus pies y su cabeza en Harvard, donde se
convirtió de abogado en economista, al lado de otros latinoamericanos
y bajo la tutela de Robert Triffin y de profesores ya consagrados de la
época. Jorge ingresó en 1947 al Fondo Monetario Internacional, junto
con Felipe Pazos, el propio Javier Márquez, Juan F. Noyola y otros —el
primer equipo latinoamericano del FMi, en la división de investigaciones
que encabezaba Edward Bernstein y de la que formaba parte también
Robert Triffin.
La carrera de Fernando Rosenzweig fue en su inicio netamente local.
De cursos en la Escuela Nacional de Economía de la UNAM se deslizó
pronto hacia el periodismo como redactor y analista en la revista Tiempo,
y se fue transformando fácilmente en historiador económico en el grupo
de investigación del Porfiriato de Daniel Cosío Villegas, sin abandonar
otras aficiones. Más tarde entraría a la vida institucional del desarrollo
en la Comisión del Papaloapan y, después, en la FAO en Guatemala y en
la selva peruana.
Javier Márquez, a principios de los años cuarenta, fue profesor de
Comercio Internacional en la Escuela Nacional de Economía —él daba
el curso de la tarde, yo el de las 7.30 de la mañana—, y traductor de
varios textos de economía para el Fondo de Cultura Económica, En esa
época me tocó colaborar estrechamente con Javier en el Fondo. Nos habíamos conocido en 1936 en Londres, bajo el pórtico de la LSE, donde tardamos quince largos minutos en reconocernos porque al hacer la cita por
teléfono a ninguno de los dos se nos había ocurrido pensar que se nos
pudiera tomar por ingleses, hasta por la vestimenta estudiantil de aquel
tiempo. Ni él era un andaluz de largas patillas, ni yo un mexicano bigotudo. Cuando regresé a México en 1940, fue Javier quien me llevó con
Daniel Cosío Villegas, el que no tardó sino minutos en verme cara de
traductor para el Fondo -—de ahí la primera edición en español del texto
general de economía de Benham, y luego la del libro de Ellsworth sobre
comercio internacional, en traducción al alimón con Javier, y otras más. . .
En esos años. Fondo, UNAM, Banco de México (donde yo laboraba).
El Colegio de México, eran un solo mundo para muchos de nosotros: el
mundo de la economía de la que nos alimentábamos como haciendo
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nuestro propio posgrado; enseñábamos, aprendíamos, investigábamos,
traducíamos, publicábamos en EL TRIMESTRE ECONóMICO y otras revistas. El Colegio de México nos abrió el horizonte de las ciencias sociales
y el latinoamericano. El Banco de México nos acercó a la perspectiva
internacional de posguerra, y entre el Banco, El Colegio y Raúl Prebisch
en sus visitas a México de 1943, 1944 y 1946 nos educamos sobre la realidad de la América Latina y su posible lugar en la posguerra. Detrás
de estas inquietudes estaban principalmente Cosío Villegas y Eduardo
Villaseñor, y con el tiempo, a nivel más "práctico", Rodrigo Gómez.
Javier ingresó al Banco de México y exploró temas nuevos sobre la América Latina: materias primas, inversión extranjera, los "bloques económicos" que preanunciaban la integración. En 1946 se llevó a cabo con
los auspicios del Banco de México la Primera Reunión de Técnicos sobre
Banca Central del Continente Americano, y en ella participaron, entre
otros, Raúl Prebisch, Felipe Pazos, José Antonio Mayobre, y la plana
mayor de los economistas, gerentes o directores de los bancos centrales
de la América Latina, los Estados Unidos y el Canadá. Acababa de
crearse el Fondo Monetario Internacional, y Javier ingresó a su personal técnico poco después. Más adelante sería representante de México
en la Junta Directiva.
De las primeras reuniones bienales de los bancos centrales nació la
idea de dar continuidad a la labor de acercamiento y de intercambio
de experiencias. Se encargó a Javier Márquez, a su vuelta a México,
elaborar un proyecto de Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos, para dar permanencia a la investigación económica, monetaria y
financiera de interés para los bancos centrales y para formar sus cuadros
futuros de personal técnico. En 1951 Javier trabajó una temporada en
la CEPAL de Santiago de Chile, y en 1952 se aprobó el establecimiento
del CEMLA por parte de los principales bancos centrales, con especial
apoyo del Banco de México. Javier fue su director durante 21 años,
asistió a gran número de foros internacionales en asuntos del campo de
acción del CEMLA, y contribuyó a institucionalizar la base jurídica y
conceptual de varios bancos centrales de la región, entre ellos los de
Honduras y El Salvador. No sólo creó Javier una institución ejemplar,
sino que, por medio de incontables seminarios y cursos, a los cuales invitaba a lo más granado de los economistas internacionales, animó y promovió el necesario diálogo entre los latinoamericanos, incluidos los mexicanos de espíritu latinoamericanista, y los de esas otras latitudes. A eso
se agregó un notable programa de publicaciones del CEMLA, a las que
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Javier mismo contribuyó, que pusieron al alcance del lector de habla
española el pensamiento y el resultado de investigaciones tanto de economistas extranjeros como de latinoamericanos.
Desde su llegada a México, Miguel S. Wionczek estuvo asociado al
Departamento de Investigaciones Industriales del Banco de México, al
lado de Manuel Bravo Jiménez; al comienzo se hizo cargo de tareas de
recopilación y análisis de información internacional y poco a poco fue
centrándose más en la investigación directa. Fue inevitable que gravitara
hacia el CEMLA, donde por varios años fue el adalid técnico de la naciente integración económica latinoamericana. Sus inquietudes lo llevaron a asesorar en la materia a funcionarios mexicanos y a participar en
múltiples conferencias internacionales, en campos cada vez más amplios:
comercio internacional, inversión extranjera, transferencia de tecnología,
economía internacional, deuda externa, armamentismo y, en su etapa
final, los hidrocarburos y sus consecuencias y problemas. Miguel fue
prolífico en sus escritos, acucioso en sus investigaciones —le decía yo
que era el Sherlock Holmes de la economía, the economist who leaves no
stone unturned. Poseedor de una memoria extraordinaria, hurgaba en los
misterios de la política económica internacional, y tenía al dedillo lo que
había que saber sobre energéticos, lo mismo en los países árabes que en
Brunei o Moscú. Su capacidad como analista y redactor lo hicieron brillante periodista en Excélsior. Colaboró en muchas publicaciones económicas y financieras de México y el extranjero.
Jorge Sol, vuelto a El Salvador en 1950, fue nombrado ministro de
Economía y puso en movimiento importantes reformas económicas y proyectos de desarrollo. Contribuyó asimismo a crear la Facultad de Economía de la Universidad de El Salvador. En la época en que más lo
traté, hasta 1958, su pasión paralela era la integración económica de
Centroamérica. A Jorge se le debe que la CEPAL entrara en escena
en 1951, en su capacidad técnica de secretaría del Comité de Cooperación Económica del Istmo Centroamericano, creado por la CEPAL, a nivel
gubernamental, en su célebre reunión de México de ese año. Los mecanismos propios de los países centroamericanos llevaban constantemente
a la frustración y las disparidades de visión política de sus mandatarios
eran muy fuertes —desde Árbenz por un lado hasta el viejo Somoza
en el otro extremo. Por coincidencia ocupaban el cargo de ministro de
Economía en tres de los países sendos economistas con experiencia internacional; así, los cinco delegados centroamericanos a la CEPAL no
tuvieron dificultad en obtener el apoyo de ésta. De la resolución apro-
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bada surgió el programa centroamericano de integración económica, al
que se sumaron la Junta de Asistencia Técnica y varios organismos especializados de las Naciones Unidas y otros. Al cabo de un largo proceso
de negociaciones y vicisitudes se estableció el Mercado Común Centroamericano en 1960. Jorge Sol fue sin duda el alma, el pilar en los momentos difíciles y otros, y un hábil negociador político, de toda esa etapa
de la integración centroamericana, de lo que puedo dar fe por haber colaborado en ella durante siete años desde la subsede de la CEPAL. Sin
ánimo de incurrir en hipérbole, diría que Jorge Sol fue el estadista de
la integración en esa región. Circunstancias diversas tienen hoy en suspenso —esperemos que no desemboque en algo peor— esta historia.
Más adelante, Jorge Sol siguió su carrera en organismos de las Naciones Unidas, CEPAL, UNCTAD, comisiones diversas de expertos, así
como, durante la Alianza para el Progreso, de la que fue uno de los
originadores latinoamericanos, en los organismos técnicos creados para
tal fin en el marco de la CEA. Fue también asesor del Banco Interamericano de Desarrollo en diversas épocas.
No recuerdo a Fernando Rosenzweig en el CEMLA ni en asuntos de
integración centroamericana, aunque sin duda se enteró bien de ésta al
ser representante de la FAO en Guatemala. Sin embargo, hacia 1963 se
asoció a un importante proyecto de investigación del Banco de México
y la Secretaría de Hacienda y Crédito Público sobre proyecciones de la
oferta y la demanda de productos agropecuarios de México. Sobre la
base de una encuesta del ingreso y el gasto familiar hecha por la oficina
de proyecciones agrícolas bajo la responsabilidad directa de Manuel Rodríguez Cisneros, y de estudios sobre perspectivas de oferta nacional de
los principales productos, en que participaban Marco Antonio Duran
y otras personas, Fernando nos preparaba los primeros borradores, siempre pulcramente redactados, que revisábamos en frecuentes reuniones
con Emilio Alanís Patino. Creo que al mismo tiempo ejercía el periodismo y hacía traducciones, seguramente por necesidad. Lo conocí como
hombre trabajador, discreto, inteligente en su dedicación a la obra emprendida, buen crítico. No me parecía constructor de instituciones, sino
una especie de "llanero solitario". No obstante, años después participó
activamente en la creación y puesta en marcha del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE), y compartimos muchas jornadas de
trabajo con Óscar Soberón y Leopoldo Solís en apoyo del programa
de ediciones y reediciones del Fondo de Cultura Económica, donde sus
juicios eran siempre bien fundados.
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Su vertiente —término favorito de Fernando— como historiador económico merece subrayarse. En la historia del comercio exterior del Porfiriato, analizó los datos y escribió como economista; la aplicación de
conceptos y metodología de la CEPAL a cifras de exportaciones del siglo XIX fue una innovación útil para interpretar la gran expansión mexicana hacia los mercados internacionales en ese periodo. Pero se hizo
Rosenzweig asimismo un gran conocedor del pensamiento económico de
la época y a su esclarecida pluma se debe uno de los mejores ensayos
interpretativos del desarrollo de México hacia fines del siglo xix. En
algún momento de desencanto con la administración pública en los años
ochenta, ingresó a El Colegio de México como investigador asociado,
para escribir historia económica. Pese a su reintegración al poco tiempo
en el sector público, en la Secretaría de Educación, creo que la historia
económica de México lo siguió dominando intelectualmente. Dio conferencias, seminarios y cursos en El Colegio Mexiquense, el Instituto Tecnológico Autónomo de México y El Colegio de México. Colaboraba activamente en el comité editorial de EL TRIMESTRE ECONóMICO. Hablé con
Fernando por última vez un día del mes de junio de 1988 al verificarse
en El Colegio Mexiquense, en Zinacantepec, la presentación, que él hizo
con garbo y entusiasmo, de la Breve historia del estado de México, de
la que fue coautor.
Cuando Javier Márquez dejó la dirección del CEMLA en 1973, le perdí un poco la pista, aunque no se afectó en lo mínimo mi relación personal y social con él y su familia. Sus actividades como asesor de la banca
y de organismos internacionales no se cruzaron con las mías en El Colegio sino en forma poco frecuente, aunque coincidimos en algunas reuniones y actividades dentro y fuera de México, por ejemplo, en Madrid,
o en el comité editorial de la revista Comercio Exterior y en la Junta
de Gobierno del Banco de México. Nos intercambiábamos memoranda
—más jugosos los de Javier que los míos— sobre la situación y perspectivas de la economía mexicana después de 1982. Su experiencia y su
indudable conocimiento de los asuntos monetarios y financieros resultaban invaluables. Nos vimos por última vez en su lecho de hospital en
1987, en un momento en que parecía haber optimismo; nos despedimos
afectuosamente, como buenos compadres que éramos.
Jorge Sol, desde la tragedia que ha vivido El Salvador en los últimos
años, se volvió militante colaborador del Frente Democrático Revolucionario. Residía en Washington e investigaba en un instituto de estudios
de esa ciudad. En uno de sus constantes viajes, en diciembre de 1987,
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donde el azar nos colocó en el mismo vuelo en el trayecto Dallas-México,
pudimos conversar un rato, como siempre; entre otras, su gran ilusión
era venir a radicar en México, país que había conocido y querido desde
joven —en el aeropuerto se me perdió de vista. Supe recientemente que
en aquel viaje hizo sus primeras gestiones para su retiro en México;
también, que semanas antes de fallecer en Washington había podido
hacer una visita a San Salvador, invitado a dar unas conferencias.
Después de hacer una extraordinaria labor de investigación en el
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología —investigación sobre la investigación—, Miguel S. Wionczek me llegó a ver en El Colegio de México a principios de 1977, con la idea de explorar la posibilidad de asociarse a la institución para escribir historia económica de México en el
siglo XIX. El Colegio había retomado una práctica de sus primeros años
de existencia: la de acoger, por tiempo determinado, a investigadores
y profesores para tareas académicas específicas de su propio interés,
sin integrarlos necesariamente en alguno de sus centros o departamentos.
Aceptada la idea, el súbito auge petrolero hizo pensar a Miguel que,
no obstante su acopio de importantes libros y documentos, de Humboldt
para acá, y alguna publicación ya hecha por él, su tiempo y su experiencia podían estar mejor empleados en analizar las perspectivas del
mercado mundial de hidrocarburos, así como la relación de éste con el
sector petrolero mexicano, con el endeudamiento y con la inestabilidad
económica internacional. Le encargué elaborar un proyecto que presentaríamos a la consideración de PEMEX para obtener un modesto apoyo
financiero. Miguel puso manos a la obra, y a los pocos meses teníamos
armado el proyecto, asegurando el apoyo financiero y contratados los
primeros investigadores.
En diez años se formó un sólido grupo de investigación, de gran
expertise, se llevaron a cabo seminarios nacionales e internacionales y
se publicaron documentos de trabajo y una importante serie de libros
originales. Se creó una unidad de documentación especializada como
pocas hay en la América Latina, y se prestó asesoramiento a organismos
y entidades del sector público mexicano. A ello añadió Miguel S. Wionczek su infatigable peregrinar por el mundo en busca de información y
de apoyos adicionales de organismos internacionales. Fue un ir y venir
productivo, una fuente de intercambios con expertos de numerosas nacionalidades, en distintas partes del planeta. Miguel fue de los primeros
en prever correctamente, desde mediados de 1981, que el auge petrolero llegaba a su fin, con graves consecuencias. Poco caso se le hizo en
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México. En uno de sus últimos trabajos formuló advertencias claras acerca de la sobreoferta de petróleo que ahora afecta al mercado. Miguel
se excedió en su capacidad física, y los quebrantos de salud se sucedieron. Pero a raíz del último, cuando me permitieron hablar con él en el
hospital durante escasos minutos, parecía haber comprendido la necesidad de cuidarse y de andar más despacio. Nos despedimos por teléfono
a fines de junio, en víspera de salir yo en corto viaje; me dijo que ya
había aprendido su lección, que se cuidaría y que estaba haciendo planes
para su recuperación ... sin dejar de trabajar. A los dos días se extinguió su ánimo laborioso.
Octubre de 1988
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