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La Corte Penal Internacional (CPI) y los límites de la
legitimidad. ¿Garante de la justicia o herramienta
política de Occidente?
Lic. Ezequiel Escudero
Los recientes acuerdos de paz firmados por el gobierno de Jartum y el Movimiento por la
Justicia y la Igualdad (JEM) en Darfur representan, acaso, el mayor avance hacia la resolución
definitiva del extenso conflicto que azota al país de mayor extensión de África. Estos acuerdos
fueron celebrados por la comunidad internacional. A través de un comunicado el Secretario
General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, manifestó la importancia de este documento y
urgió a las partes a cumplir con el acuerdo en su totalidad, así como a avanzar hacia la
flexibilidad y visión política. Sin embargo, la controversia se desató en torno a las formas
jurídicas y su legitimidad en el ámbito de la comunidad internacional, haciendo foco en la
legitimidad de los mecanismos de la justicia internacional.
Voces a favor y en contra
Hacia julio de 2008, el Fiscal Luis Moreno Ocampo presentó pruebas que acreditaban la
responsabilidad de Al-Bashir por crímenes de genocidio y de lesa humanidad, perpetuados
contra su propio pueblo. Ésta era la primera vez en la historia en que una decisión judicial
llevaba adelante el pedido de detención de un presidente en ejercicio.
Pero estas acusaciones llevadas a cabo por la fiscalía pronto tendrían voces opuestas. La
propia Unión Africana (UA) manifestaría su descontento con la misma, al argumentar que esta
regulación amenazaba la estabilidad, no sólo en Sudán, sino dentro de la propia UA. En efecto,
en febrero de 2009 se establece el Panel para Darfur de la UA (AUPD) con el objeto de hallar
instancias intermedias entre la CPI y la justicia interna para lograr la paz en la región. Esta no
sería la única voz que se pronunciara respecto de tan controvertida decisión de un organismo
internacional.
Luego de avances y retrocesos en el proceso de juzgamiento del presidente en ejercicio, las
voces divergentes reavivaron el fuego. El pedido de la CPI de reabrir la posibilidad de juzgar a
Al-Bashir por los mismos cargos de genocidio y crímenes de lesa humanidad que lo llevaron a
la justicia en 2008, desató la polémica dentro de la comunidad internacional. La Liga Árabe
desde El Cairo (Egipto) manifestó su descontento con la decisión de la CPI de reabrir los cargos
contra el presidente de Sudán, argumentando que esta situación obstaculiza la definitiva
puesta en marcha del proceso de paz en Darfur.
Haciéndose eco de los países árabes China y Rusia se encumbran en la misma dirección,
dejando en claro su oposición a los designios de Occidente, sobre todo de los Estados Unidos y
Gran Bretaña. Otro capítulo más en la controvertida lucha entre las grandes potencias por la
apropiación de recursos lejos de sus fronteras. Lo que espera la poderosa Liga Árabe es que la
instancia se vuelva hacia la posibilidad de implementar las recomendaciones del AUPD en
cuanto a la paz y reconciliación, la justicia y la responsabilidad.
Los límites de la legitimidad
Existen diversos enunciados acerca de los límites en el derecho internacional que hacen
hincapié en el concepto de legitimidad. En el caso de la justicia internacional, los organismos
que surgen del consenso entre Estados transitan por un delicado camino entre la
independencia política y la funcionalidad a los intereses de los más poderosos. La justicia no
debe gobernar sobre instancias políticas y los límites entre el derecho y el poder político son
determinados por el grado de legitimidad que otorgan aquellos Estados que dan nacimiento a
estos organismos supranacionales.
La precipitada decisión de llevar al presidente sudanés a la CPI fomentada, sobre todo, por
los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, desencadenó reacciones en todos los frentes, pero
además, puso sobre la mesa el tema de la legitimidad a la hora de imponer justicia más allá del
interior de las fronteras de un mismo país. Cabe mencionar que Sudán no reconoce el Estatuto
que dio origen a la CPI por considerarla una herramienta colonial de Occidente, con lo cual se
reserva para sí la potestad de considerar ilegitimo cualquier pronunciamiento de la Corte. En
efecto, tanto China como Rusia utilizaron su poder de veto dentro del Consejo de Seguridad a
mediados de julio del pasado año en relación a sanciones contra el gobierno de Zimbabwe.
Tanto Beijing como Moscú mantienen estrechos lazos con Jartum, sobre todo respecto a la
venta de armas y en el caso chino, a la explotación de petróleo en la región del Kordofán desde
mediados de la década de los ’90. Motivos más que suficientes para impulsar mecanismos de
veto en las resoluciones que se den dentro cualquiera de los organismos de justicia
internacional. Así, las herramientas dentro del Consejo de Seguridad utilizadas para la
instauración del orden legal, confrontan con divergencias dentro de sus propios creadores.
Lo cierto es que tanto los Estados Unidos como China y Rusia utilizan su poder en función de
la conformidad de sus propios intereses. Cargar con el peso de llevar a la justicia a un
presidente en ejercicio parece ser la mejor alternativa para Occidente sobre todo en virtud de
sacar del juego a un paria e inclinar la balanza en su favor. La utilización de instancias judiciales
internacionales como herramientas de poder y presión política sobre sus miembros es por
caso el fundamento de turno. Sólo basta saber hasta dónde estas instancias soportarán los
avatares de sus propios gestores y cargarán con la posibilidad de cuestionar su misma razón de
ser.
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