Patria Éxito - IES "Leonardo da Vinci"

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TEXTOS PARA 2º DE BACHILLERATO
Patria
ELVIRA LINDO
EL PAÍS - Última - 23-02-2005
La patria debiera ser no el lugar donde se nace, sino el lugar en el que uno desea estar. Patria,
palabra infravalorada por quienes la tienen sin esfuerzo, odiosa si en su nombre se mata,
amenazadora cuando sale de la boca de quien se cree su amo. Patria, palabra de difícil definición
porque cualquiera de sus significados puede ser ensuciado con los actos. Unos dicen que es la
lengua y no estaría mal si no hubiera gente empeñada en utilizar la lengua como arma
arrojadiza. Hay quien dice que es el lugar en el que uno hizo el bachillerato. Hay estúpidos que
colocan la patria en una bandera, hay quien la sitúa más sentimentalmente en la persona
amada, hay quien la utiliza como reflejo de sus delirios. Patria, por qué no el lugar en el que uno
decide voluntariamente estar. Cuando uno sale fuera de España, que a veces es mi patria (otras
lo dudo), encuentra el rastro de los que fueron expulsados de ella. América es el continente que
acogió a esos españoles expulsados por una dictadura tan ferozmente larga que no pudieron
cumplir su humilde sueño: envejecer en su calle española. El rastro del exilio español es a veces
un poema, un libro de memorias, una placa en un centro cultural: es el rastro de los Salinas, de
los Cernudas, de los Aub. A veces la huella del destierro es silenciosa, pertenece a personas que
no pudieron expresar públicamente lo que sintieron. Uno de los lugares más melancólicos que
pueden visitarse en Nueva York es el cementerio donde fue enterrado el padre de Federico
García Lorca. Su nombre, entre los nombres anglosajones, salta a nuestra vista con la
rotundidad de los nombres castellanos: Federico García Rodríguez. Don Federico murió en un
exilio del que tal vez no quería regresar nunca, porque si te roban la patria matándote un hijo, te
la han robado para siempre. Ahí se queda ese jodido país, dicen que dijo cuando el barco dejó
atrás España. Estas cosas rondan mi mente leyendo las palabras cariñosas que se han dedicado
estos días a Cabrera Infante, escritor expulsado, muerto fuera de lugar, exiliado y encima
insultado por quienes aún a día de hoy defienden los exilios. Cabrera Infante, forzosamente
olvidado entre los tuyos: ni una reseña de momento en la prensa cubana. ¿Quién puede
defender sin apelar al cinismo una cosa tan triste?
Éxito
MANUEL VICENT
EL PAÍS - Última - 30-11-2008
En los países anglosajones el deporte es la base de la educación. El esfuerzo, la audacia, el juego
limpio, no dar nunca nada por perdido hasta el final, aceptar la victoria o la derrota con
elegancia son valores que se desarrollan primero en el patio de los colegios, se transforman en
conocimiento en las aulas y de ellos se nutre luego la moral ciudadana. En la cultura anglosajona
el pensamiento se genera a través de la acción. Con esta regla crearon su imperio. En la
educación latina, en cambio, queda establecido que en el principio era el verbo, que siempre
termina haciéndose carne. España ha sido tradicionalmente un país verborreico, tierra propicia
para leguleyos, abogados, tribunos, predicadores y sacamuelas. Durante el franquismo, un
mando falangista daba la asignatura de formación del espíritu nacional en la escuela. Con
soflamas patrióticas, que eran puro flato, llevaba a los alumnos por el imperio hacia Dios y
desde los luceros se bajaba después al recreo donde un instructor desganado y fondón dirigía
una tabla de gimnasia rudimentaria con un bocadillo de chorizo en la mano. Los charlatanes
apenas han cambiado de tarima, pero de forma casi milagrosa España ha generado hoy una
floración de campeones del mundo en el deporte. Mientras este país sigue produciendo, en
general, políticos, artistas, escritores y científicos sin ningún significado en el orden
internacional, unos deportistas de élite no cesan de generar victorias que obligan una y otra vez
en cualquier parte del planeta a tocar el himno e izar en el mástil la bandera española, que aquí
ha representado lo más rancio y nefasto del patriotismo. El éxito mundial en el deporte
comienza a ser una costumbre en esta tierra de perdedores. Los jóvenes han comenzado a
asociar la patria, no con un desfile militar ni con un acto político institucional, sino con la figura
de cualquiera de nuestros campeones subido en lo más alto del podio. En Grecia se solía
derribar parte de la muralla de una ciudad para que entrara con todo esplendor el atleta que
había triunfado en los juegos olímpicos. Pero eso sucedía cuando en el principio era la acción y
el verbo no se había convertido todavía en nuestra carne.
Disparo
MANUEL VICENT
EL PAÍS - Última - 14-12-2008
Ante la crisis actual sólo cabe una actitud sensata, aunque poco gallarda: la misma que adoptan
los futbolistas cuando el árbitro ordena cerca del área un tiro a puerta. Los jugadores contrarios
forman una barrera, pero más allá de la posibilidad de que se produzca el gol o de que el portero
pare el balón, cada uno se protege con las manos los genitales para que el disparo no se los
aplaste. Así hay que afrontar la crisis y después Dios dirá. Pero cualquier cosa que uno crea que
ha dicho Dios, es falsa, como afirmó un sabio sufí. Lo mismo podría afirmarse de la física
cuántica porque, según el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, en el mundo microscópico
la acción del observador altera por sí misma el sistema observado. Si este principio se aplica a la
filosofía resulta que la famosa frase de Descartes pienso, luego existo, no resuelve la duda
metódica, puesto que nuestra existencia cambia por el hecho de pensarla. Si se aplica al
periodismo una noticia pierde veracidad por el hecho de publicarla. Si se aplica a la política la
opinión de un líder nunca es auténtica ya que su sentido se modifica por el hecho de
pronunciarla. Si se aplica a la economía ningún pronóstico sirve de nada porque el propio
dictamen del experto distorsiona el problema por el hecho de formularlo. Si Dios, la física
cuántica y la economía no permiten que ningún analista, aun tratándose de un profesional muy
solvente, acierte en la diana, no quiera usted saber el desastre que se produce cuando el teólogo
es un fanático, el filósofo un estúpido, el periodista un golfo, el político un corrupto y el
economista un ignorante, algo muy habitual. En este supuesto en lugar de dar en las
proximidades de la diana, la flecha puede perderse en las nubes o atravesar el pie del que la
dispara. Contra la ley de la óptica los problemas se ven más grandes de lejos que de cerca, de
modo que cualquier opinión que se refiera a la próxima hecatombe nunca será acertada. Ésta es
la base del optimismo antropológico. Nadie puede demostrar de antemano que el disparo a
puerta llegará a la red o lo parará el portero. Ante esta incertidumbre sólo queda una actitud:
protegerse los genitales con las manos para que no salten por los aires.
El
vacío
MANUEL VICENT
EL PAÍS - Última - 13-02-2005
Una pincelada de más acaba por estropear un cuadro, una sola palabra puede arruinar un
poema y también puede destruir una historia de amor, si se convierte en una bala. Detenerse a
tiempo, esa es la primera regla del arte y Matisse lo sabía cuando pintó su famosa composición
La Danza, en la que cinco muchachas desnudas bailan agarradas de las manos formando un
círculo con la guirnalda de sus brazos. La simple apariencia te hace creer que ese círculo es
perfecto, que está totalmente cerrado, que en él ya no cabe nadie más, pero no es así. Dos
bailarinas en primer plano no llegan a alcanzarse con las manos, el artista ha creado entre ellas
un vacío que genera una tensión rítmica en todas las danzantes forzándolas a girar. Es difícil
encontrar un cuadro que exprese mejor la dicha de vivir. Da la sensación de que al espectador le
bastaría con agarrarse de esas manos libres aún para ensanchar el círculo y sumarse al baile. Ese
vacío está formado por los momentos felices de la vida: la playa de la niñez llena de gritos y de
cuerpos dorados persiguiendo la pelota de Nivea, las risas de tu juventud con los amigos a la
sombra de los plátanos, el campari que iluminaba la terraza del café Rosati en Roma, todos los
viajes al Sur, las dunas del desierto rayadas por los lagartos, aquellas hogazas de trigo candeal
que tenían el color del románico, la lectura de los versos de Keats favorecida por una melodía de
Grieg, aquella navegación por la costa de Turquía buscando recalar en Efeso. Basta con
desnudar la memoria y aceptar como un don de los dioses la belleza que un día te fue regalada
sin más, para que esas muchachas de Matisse te admitan con gusto en la danza. El pintor Miguel
Ángel también conocía la carga magnética que contiene el vacío, por eso en lugar de unir los
dedos de Adán y de Jehová en el techo de la Capilla Sixtina dejó sus yemas a punto de entrar en
contacto, vibrando en el aire, sin llegar a rozarse. El vacío que existe entre esos dedos, de pronto,
causó una detonación y su onda explosiva creó al primer hombre. En la plaza del poblado dos
vaqueros se miran a los ojos con las manos en la culata del revólver: el vacío que existe entre
ellos es absolutamente creativo; una pareja de adolescentes está a punto de besarse por primera
vez: esa mariposa radioactiva que aletea entre sus labios podría levantar una montaña; unos
amantes van a pronunciar la palabra maldita que destruirá una larga historia de amor: su
silencio incluye la vida y la muerte. El arte consiste siempre en detenerse.
Vacío
MANUEL VICENT
EL PAÍS - Última - 22-02-2009
Montó en el coche de 16 válvulas y primero se palpó los genitales para comprobar que seguían
en su sitio, luego acarició el salpicadero para estimularlo como se hace con los caballos, estiró la
yugular con un gesto de halcón, puso en marcha el motor y finalmente el tipo arrancó
encabritado para convertir la máquina en un arma. Tumbó la aguja a 190 y enseguida montes,
valles y sembrados se fundieron con su mente en el cristal del parabrisas. Le bastaba con
impulsar un poco la suela del zapato y la máquina obedecía: a cada segundo se tragaba el
horizonte con más voracidad. Podía aniquilar a su antojo el tiempo y el espacio, esos dos
conceptos estúpidos de la creación; de hecho a 220 por hora el tipo comenzó a sentirse amo del
vacío. En plena exaltación decidió hacer un alto en el camino y en cuanto entró en aquel bar de
carretera su existencia volvió a llenarse de intrascendentes actos anodinos que pertenecen al
resto de los mortales. Bostezó, se rascó una oreja y después de vaciar la vejiga sobre la raja de
limón del urinario, escribió el número de su teléfono móvil en la puerta de uno de los retretes.
Lo había hecho muchas veces en otros bares de carretera. Mientras tomaba una ración de queso
contempló una vitrina repleta de mantecadas, tarros de miel y embutidos de la comarca. Dudó si
comprar un chorizo. Ése fue el pensamiento más profundo que tuvo ese día. Miró el reloj. Volvió
a montar en el coche, acarició el salpicadero y salió disparado. De nuevo el tiempo y el espacio se
constriñeron en un punto, pero ahora el vacío no era distinto de la propia soledad. Si es cierto
que un segundo antes de morir se concentra toda la vida en un solo pensamiento, a 220 por
hora, antes de ver el camión que se le venía encima, el tipo pensó en el chorizo que estuvo a
punto de comprar. Jamás supo si se había salvado del golpe mortal, aunque al llegar a su destino
comprobó que los genitales seguían en su sitio. Vivía solo. Su número de teléfono anotado en
todos los retretes del camino era su única conexión con el mundo, pero nunca nadie le había
llamado. Una vez en casa, el tipo habló con el gato en la cocina y luego se cortó las uñas mirando
por la ventana. Como les pasa a muchos, tal vez había muerto y lo ignoraba.
Educadores
asociales
FERNANDO SAVATER
EL PAÍS - Cultura - 03-03-2009
Al poco de asumir la presidencia Obama, leí más de un artículo comentando que vuelve a haber
en Estados Unidos escuelas sólo para negros porque allí reciben una atención más especializada
y obtienen mejores resultados. También en España hay partidarios de una educación separada
por sexos, no para discriminar a las féminas, todo lo contrario: porque las chicas son más listas y
educándose solas obtienen mejores resultados. Y no faltan padres que reivindican su derecho a
no enviar a sus hijos a la escuela y educarlos ellos mismos en casa, una práctica que aseguran
hace furor en los países más avanzados... y naturalmente también permite obtener mejores
resultados. Porque no me negarán ustedes que son los resultados los que cuentan...
Pero resultados ¿de qué tipo? ¿Sacar mejores notas? ¿Más adecuada y fructuosa preparación
laboral? En cualquier caso, por supuesto, nada que tenga que ver con la función social de la
educación, que es el nuevo anatema. Lo que más conviene al educando, según estos educadores
asociales, es aquello que individualmente mejor le prepare para la competición laboral, aunque
sea a costa de las dimensiones cívicas -o sea, sociales- de su formación.
Porque nadie puede dudar que, si de educación para la convivencia se trata, a los que van a vivir
juntos hay que educarlos juntos: sea cual fuere su etnia, su sexo o la religión familiar. No para
que se lleven obligatoriamente bien, sino para que conozcan cuanto antes los motivos por los
que podrían incurrir luego en la tentación nociva de llevarse mal. La única razón para separar
ocasionalmente a unos alumnos de otros son las cuestiones estrictamente académicas:
necesidad de clases de refuerzo, agrupación por materias o lenguas optativas, etcétera. Por lo
demás, si de buenos resultados se trata, no está de más señalar alguno realmente histórico: si
hoy el afroamericano Obama ha podido llegar a presidente de USA es gracias a que cuarenta
años antes Johnson acabó con la segregación en la escuela: le han votado quienes están
acostumbrados a sentarse junto a negros desde su infancia y les juzgan con toda naturalidad por
sus méritos y no por el color de su piel.
En España, el más habitual caballo de batalla de la educación asocial es ahora la insistencia en el
derecho de los padres a educar a sus hijos, que casualmente nadie pone en duda. En cambio, lo
que algunos no sólo discutimos, sino que decididamente negamos, es que posean el monopolio
de formar moralmente a sus vástagos. Que los padres les transmitan los valores que prefieran:
pero que no nieguen a la escuela pública el derecho a enseñarles que también hay otras
opiniones y otros criterios no menos respetables. Cuando hay padres que venden a la televisión
las proezas sexuales de sus hijos de trece años o los noviazgos de sus hijas de catorce con
acusados de asesinato, no parece mucho pedir. Hemos tenido un ejemplo fehaciente con las
estentóreas declaraciones del padre de la infortunada Marta del Castillo, recibido en audiencia
por el presidente Zapatero en un acceso demagógico literalmente patético. ¿Acaso quisiéramos
que la interpretación de la justicia que reciben los jóvenes dependiese de una perspectiva tan
lógicamente sesgada por el deseo de venganza y quizá por una secreta sospecha de
irresponsabilidad? En tal caso, como alguien ha señalado, lo mejor sería que las penas a esos
delincuentes se establecieran sacando la media entre lo que desean los padres de la víctima, que
piden el descuartizamiento del culpable, y los del asesino, que le proclaman buen chico y piden
su absolución...
Los padres que de verdad se preocupan por la educación en valores de sus hijos no les enseñan a
pensar como ellos, sino a pensar por sí mismos. Y nadie es capaz de tal cosa si no conoce,
además de las opiniones que ha mamado, las que han recibido no menos cordialmente otros y
las razones de todas. Luego intentará elegir bien, como hemos hecho los demás con mil errores.
Por lo demás, ¿educación para la ciudadanía? Hombre, en un país en que los medios de
información clericales consideran el laicismo un desvarío de extrema izquierda y el establo
"progre" llama fascista a reivindicar el derecho a ser educado en la lengua común... ustedes me
dirán.
MANUEL VICENT
Nazareno
MANUEL VICENT 08/04/2007
El nazareno vestía un hábito morado con capirote amarillo y arrastraba unas cadenas con
los pies descalzos detrás del paso de un Cristo durante la procesión del Viernes Santo, junto
con otros penitentes de vía dura. Llevaba un hachón encendido en la mano. De pronto, en
medio del sonido de trompetas y tambores de unos legionarios, a este nazareno le vibró el
móvil en un bolsillo del pantalón y tuvo que hurgar en la faltriquera por los entresijos del
hábito hasta que consiguió atraparlo. Le llamaba su hijo desde el laboratorio de biología
molecular de Ottawa, en Canadá, donde este joven trabajaba como investigador. El padre
atendió la llamada mientras a su alrededor un coro imploraba el perdón de Dios por no se
sabe qué clase de pecados. Su hijo le dijo que acababa de recibir una distinción por un
trabajo sobre las deformaciones cromosomáticas del cerebro que propiciaban el mal de
Alzheimer. A través del teléfono la alegría del joven rebotaba en un satélite y bajaba hasta la
capucha del nazareno y a su vez al laboratorio de Ottawa llegaba un coro de ánimas que
cantaba: "Perdón a tu pueblo, Señor, no estés eternamente enojado". Uno celebraba en
Canadá un éxito de la ciencia; otro arrastraba unas cadenas en un Vía Crucis en el fondo de
España para dar gracias a Dios por haber salido vivo de una operación de colon. El
nazareno tenía dos vástagos más. Una hija de 20 años estudiaba física matemática en Berlín
con la beca Erasmus y había aprovechado las vacaciones de Semana Santa para viajar con
un amigo holandés a un poblado de Ruanda a enseñar los primeros números a unos niños.
Por las aberturas del antifaz el nazareno sólo veía a un Cristo coronado de espinas entre
sayones llevado por los costaleros, pero a su lado caminaban unos empalados y detrás iban
unos disciplinantes dándose latigazos en las espaldas llenas de bubones sangrantes. El
tercero de sus descendientes se había quedado en casa. Era un esteta que para conmemorar
el Viernes Santo esa noche puso en el equipo de música el Réquiem de Mozart y lo
escuchaba junto a una botella de oporto, mientras escribía notas para una charla sobre el
cambio climático. El domingo de Pascua pensaba ir de excursión a la sierra. Después de las
lluvias de Semana Santa el valle estaría lleno de espárragos silvestres y si su novia le hacía
con ellos una buena tortilla, esa sería la mejor forma de celebrar que Dios había vuelto a
resucitar igual que el año pasado. Entre el nazareno y sus hijos había más de tres siglos de
distancia.
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