La consolidación del modelo agroexportador primario

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Historia socio-económica Argentina
Unidad 3 - 1880-1930 "Orden y Progreso"
La consolidación del modelo agroexportador primario. El mercado interno. El proceso inmigratorio:
composición y lugares de origen. La “Estancia Mixta”, el frigorífico. El PAN y la crisis de 1890. La Unión
Cívica: revoluciones de 1893 y 1905. Quiebra del PAN y salida electoral: la Reforma de 1912. El
movimiento obrero argentino: sus orígenes y evolución. Las dos primeras presidencias radicales.
La consolidación del modelo agroexportador primario
A partir de 1890 se suscitaría otra crisis de carácter tanto económico como sociopolítico. Sobre ella
volveremos en lo sucesivo. Tal crisis afectó significativamente la producción local, hiriendo de muerte al
ciclo del lanar. De la Pampa Húmeda, y particularmente la provincia de Buenos Aires y el sur de Santa
Fe, se expulsaría al lanar hacia áreas marginales recientemente incorporadas como la Patagonia, en la
cual prospera la cría del ovino en la actualidad.
El nuevo “ciclo” –al que en gran medida sigue estando atado el esquema productivo argentino en la
actualidad- se había establecido, desde luego, en función de la modificación de la demanda
internacional. En este momento, en plena Segunda Revolución Industrial, se había producido un sensible
mejoramiento en el nivel de vida de las clases trabajadoras de los países desarrollados (Europa, EEUU).
La demanda había dejado de ser de productos para abastecer la industria textil –como la lana-; en este
momento se requería carne y cereales: el aumento del consumo de carne era indicio de la elevación del
nivel de vida del proletariado industrial. Esto daría origen a un nuevo tipo de explotación que exigía los
conocimientos (agrícolas) de los inmigrantes: la estancia mixta.
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La “Estancia”
En el capítulo anterior habíamos observado como se había desarrollado la polémica
historiográfica acerca de la “cuestión agraria” pampeana, con diversos autores (Oddone,
Pucciarelli) que sostenían la superioridad de la agricultura sobre la ganadería, actividad
principal de la clase terrateniente local. En realidad, para la clase terrateniente –que reunía
poder a la vez político, económico y social- ambas actividades eran complementarias.
A partir de la década de 1860, se observa el incremento en la producción de ganado vacuno
refinado (Shorthorn, Hereford, Angus) en la cual la importación de reproductores incidió en la
calidad del vacuno argentino, entonces relegado a un segundo plano por el incremento en la
demanda de lanares. La demanda entonces era de carne: debido al gran número de lanares,
a partir de 1873 se recomendó la incorporación de razas ovinas que fuesen eficientes
productoras de carne a la vez que de lanas (Lincoln). En esta época precisamente, se había
generado la tecnología que permitía la exportación de carne: habiéndose prohibido la
exportación de ganado en pie a Gran Bretaña por causa de una epizootia ocurrida en la
década de 1880, la incorporación del frigorífico, subsanó este problema. En 1882 llega a
Buenos Aires el vapor le Frigorifique, que poseía la tecnología del “congelado”: a partir de
ésta fue posible exportar al exterior la carne de cordero congelada. Pronto se establecieron en
el país frigoríficos que poseían esta tecnología –en su mayor parte de capitales británicospero se hizo evidente a corto plazo de que no era suficiente para abastecer la demanda.
Con posterioridad a la crisis de 1890, comenzaron a establecerse frigoríficos de otras
características: se trataba de la tecnología del enfriado (“Chilled Beef”); que permitía la
exportación de carnes sin necesidad de congelarlas (método Julián-Carré), sin la pérdida
consiguiente del sabor natural de la carne propia del proceso del congelado (método Tellier).
Esto permitió la exportación de carne vacuna, prácticamente imposible de acuerdo con la
tecnología anterior.
En virtud de esta demanda la unidad de producción de la Pampa Húmeda –la “estancia” – de
igual manera sufrió transformaciones; sin embargo, la constante de aumento de los beneficios
al menor costo posible siguió siendo evidente en el manejo empresarial de los terratenientes.
La nueva explotación, a diferencia de la del lanar, exigía un notable costo de inversión,
identificado ante todo con las pasturas, que debían ser sembradas, para el engorde del
ganado vacuno(1). Para esta actividad, evidentemente complementaria de la agricultura, se
requeríafuerza de trabajo, que debería ser provista por el inmigrante:
“…La tierra – apuntan los Anales de la Sociedad Rural Argentina(2)- se divide en potreros
alambrados de 1.600 a 2.000 hectáreas, y enseguida se subdivide en lotes amojonados y
numerados de 200 hectáreas, sin alambrado intermedio. Estos lotes se arriendan a
chacareros italianos con elementos y recursos propios, a razón de $ 4.- m/n. la hectárea, por
el término de tres años, con la obligación de dejar el terreno sembrado con alfalfa al finalizar
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el contrato, siendo a cuenta del establecimiento proporcionar la semilla
de alfalfa…”
El párrafo con anterioridad transcripto resulta significativo, habiendo llamado la atención de
muchos investigadores(3), puesto que le asigna un papel fundamental al inmigrante: éste,
desde luego tenía interés en la producción agraria, siendo el único motivo para la misma del
terrateniente la alfalfa para engordar el ganado. No obstante, el terrateniente también tendría
su participación en la producción agraria, aunque el costo de la misma, como se desprende
del documento citado debería recaer sobre el chacarero, reducido al papel de simple
arrendatario. De este modo, se presenta un nuevo tipo de explotación, que combinaba la
agricultura con la ganadería: la estancia mixta. Ésta constituirá el fundamento del modelo
exportador primario en la Argentina, y tendrá como principal destinatario al mercado
británico, ávido de consumir carne argentina, que tenía un costo sensiblemente inferior al de
los otros mercados (Australia, EEUU), por efecto de las citadas rentas diferenciales.
El chacarero, según autores como Pucciarelli, y a pesar de ver vista su posición reducida a la
de simple arrendatario, constituirá la avanzada de un empresariado en ciernes que deberá
discutir precios con las empresas acopiadoras, vinculadas con el mercado internacional, que
fijaban el precio de los granos. Estas empresas acopiadoras, se tratarán de verdaderas
empresas multinacionales, existentes incluso en la actualidad, y dedicadas al mismo rubro: la
adquisición de granos al productor(4). No obstante tener algunas de tales compañías,
capitales nacionales, detrás de ellas se escondían sucursales de poderosos intereses
comerciales europeos. Los acopiadores –conocidos como los “Cuatro Grandes” (“The Big
Four”) -, Bunge & Born, Dreyfus, Weil Brothers, Huni & Wormser(5), serán quienes se
apropien de la mayor cantidad del capital producido por la agricultura en la Argentina.
La estancia mixta desarrollará una actividad estrechamente vinculada a la del frigorífico:
pero, no todas las explotaciones eran aptas para el mercado de exportación. Existía –y de
hecho existe en la actualidad-
una marcada diferencia entre los campos del sur de la
provincia de Buenos Aires (como los recientemente incorporados a raíz de la Conquista del
Desierto), y los del norte de la provincia de Buenos Aires y el sur de la de Santa Fe, que
poseían pasturas muchos mejores. Se establecía, de este modo, una diferencia entre los
intereses de los propietarios de los campos del sur de la provincia y los del norte,
considerados respectivamente como área de cría y área de invernada.(6). En general, existía
un flujo continuo de hacienda entre un área y la otra: se calcula que un animal aumentaba
cinco veces de peso una vez transferido del área de cría a la de invernada. Los productores
del área de invernada (“invernadores”), de este modo, eran los vinculados con el frigorífico, y
por lo tanto, los principales apropiadores de la renta diferencial.(7)
De esta manera, se estableció una competencia de carácter político entre los propietarios del
sur y norte de la provincia que en líneas generales, se extendería hasta la crisis de 1930.
Siendo el principal destinatario de la carne enfriada argentina el Reino Unido, por el contrario,
ésta se procesaba en frigoríficos de capitales mayormente norteamericanos, y, la mayor parte
de las veces, en transporte de ese origen, originando tensiones entre ambos inversionistas
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(1) Por el contrario, el ganado lanar se nutría de pastos comunes, dejando desierta de pasturas
prácticamente la totalidad del área pampeana.
(2) Benigno del Carril: “Praderas de alfalfa en la República Argentina”, Anales de la Sociedad Rural,
Vol. XXVI (1892), Nº 11, p. 274.
(3) Scobie, J.: Revolución…, p. 62.
(4) Desde luego, la mayoría de estas empresas acopiadoras hoy han diversificado sus actividades,
como en el caso de la más conocida de ellas (Bunge & Born )
(5) Scobie, J.: Op. cit., pp. 119 y sigs
(6) Acerca de las implicaciones políticas de esta división, véase Smith, Peter: Carne y política en la
República Argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, 1984.
(7) Sábato, Jorge: Op. cit., Cap. III y sigs.
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La inmigración
Junto con el proceso de consolidación del modelo agroexportador primario, se gestaría el paso
de una sociedad tradicional a otra moderna. “…La Argentina contemporánea –apunta Gino
Germani(8) - no podría ser comprendida sin un análisis detenido de la inmigración masiva…”.
Excepto para el caso de los EEUU, no existe otro antecedente similar para el proceso de la
inmigración al de la Argentina: por casi setenta años, tres cuartos de la población de la
ciudad de Buenos Aires y casi un tercio de los habitantes de las provincias más pobladas,
como Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, estaban constituidas por inmigrantes. Se trataba de
un proceso de “europeización” de la Argentina, que se tradujo en una política inmigratoria
franca, que se vio modificada por causas de origen local y foráneo que escapaban al control
de las clases dirigentes.
Hasta
1880
se
trató
de
“poblar
el
desierto”,
promoviendo
la
agricultura
y
complementariamente la ganadería y la red de transportes necesarias para la posterior
industrialización del país. El saldo inmigratorio anual se estimaba entonces en diez mil
personas. En la década de 1890, la media ascendió a 64.000, llegando en la primera mitad
del siglo XX a 112.000. Alrededor de la mitad de los inmigrantes llegados a suelo argentino
era de origen italiano –téngase en cuenta el párrafo transcripto en el acápite anteriorprocedentes, ante todo del mezzogiorno italiano, es decir, la parte meridional de la península,
seguido por la española, siendo el resto distribuido entre europeos de diversa procedencia
(franceses, polacos, rusos, alemanes y turcos, término éste último con el que se identificaba
a todos los inmigrantes procedentes del Cercano Oriente, agrupados entonces en el Imperio
Otomano).
Desde luego, el propósito del fomento de la inmigración era la obtención de “…mano de obra
abundante para conseguir una producción masiva de productos agrícola-ganaderos…”(9). Sin
embargo, a diferencia de lo sucedido en EEUU, el plan de establecer una capa de pequeños
propietarios no tuvo éxito debido a las causas citadas con anterioridad, transformándose el
inmigrante en arrendatario o en peón rural –es decir asalariado-, buscando por lo tanto la
mayor parte empleo en los centros urbanos. Los que hallaron actividad en la zona rural, no
pudiendo ser arrendatarios, se adaptaron a los ciclos de cosecha, estableciendo una
inmigración de carácter golondrina, en función de la demanda laboral en suelo argentino: se
calcula que el 50% de los inmigrantes llegados a suelo argentino retornaron a sus lugares de
origen. El desierto no pudo ser poblado. Según el censo de 1869, el 48% de los extranjeros
residía en Buenos Aires, distribuyéndose el 42% restante entre los grandes centros urbanos
del Interior del país, y ocupando únicamente el 10 % el resto del territorio. Quince años más
tarde los porcentajes eran de 39%,
52% y 9 % respectivamente. De este modo, la
inmigración ultramarina constituyó un fenómeno esencialmente urbano, aunque, de igual
manera, indisolublemente ligado al esquema productivo agrario.
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En función del mercado laboral, la población extranjera era predominantemente masculina, y
mientras se ocupó de las actividades rurales (en particular en el período comprendido entre
1871 y 1890, en que lo hizo el 73% de los inmigrantes, reduciéndose tal proporción durante
el período 1891-1910 al 48%), fue decisiva en el desarrollo de una economía agrícola que
permitió al país exportar dicha producción, convirtiéndose la Argentina en el “granero del
mundo”.
El fenómeno inmigratorio representó un cambio fundamental en la estructura social de la
Argentina, que a largo plazo tendrá consecuencias políticas y económicas de importancia.(10)
La sociedad argentina adquirió un carácter europeo, identificado principalmente con cambios
en su cultura política, producto de la entrada en escena de los estratos populares y
particularmente, de los “sectores medios”, fenómeno que se acentuó una vez ingresada la
Argentina en el siglo XX, con la existencia ya de inmigrantes de segunda generación, nacidos
en el país.
No obstante, las clases dominantes permanecieron impermeables al arribo de los inmigrantes,
estableciéndose –división que suena un poco arbitraria en la actualidad – una división en
cuatro clases(11): aristocracia – clase que reunía prestigio y poder económico, político y
social a la vez -, clase media alta, constituida por comerciantes, la clase media baja, en
general empleados del sector servicios, y la clase baja, que representaba el 67% de la
población para 1914, y que ocupaba la base de la pirámide social.(12) Si bien existió cierta
movilidad social; no sólo la hubo entre las clases baja y media; la así llamada aristocracia
(léase “oligarquía”) también recibió a los recién llegados: apellidos nuevos como Devoto,
Zuberbühler y Santamarina llegaron a integrar a esta clase(13), formando parte del sector
terrateniente. La clase dominante, constituida por estancieros, terratenientes, ganaderos,
grandes comerciantes, especuladores, profesionales de diversas actividades, y por supuesto
políticos, son reflejo de el carácter contradictorio de una generación cuyos valores, virtudes y
defectos se entremezclan: riqueza, habilidad, arrogancia, sectarismo, prudencia y optimismo.
La “clase media” y la “clase media alta”, que llegaron a constituir un tercio de la población, se
fueron amalgamando con el inmigrante a través de un proceso de integración progresivo, con
la constante y trabajosa integración de éste último, que sufría serias limitaciones en la
participación económica, sufriendo las penas de la aculturación(14).
Las “clases bajas”, que no participarían hasta 1945 de este proceso de modernización, se
hallaban no sólo en las grandes ciudades: el elemento nativo, predominante en el Interior,
marcaría la persistencia de un indicador de la complejidad del país, indicio de que el conflicto
entre Buenos Aires y el Interior – solucionado, en apariencia, en lo político – todavía se
hallaba presente en lo social. “…Para gobernar la Argentina moderna – apuntan Floria y
García Belsunce(15)- la clase dominante debía apelar a la ambivalencia: predicar el
liberalismo sin añadir una democracia efectiva; integrar a los inmigrantes sin arriesgar la
identidad nacional; centralizar el sistema político mientras el Estado llegaba hasta los confines
de su territorio; incorporar gentes e intereses sin ceder el poder político. Pero la fórmula
fundamental es la alianza de los notables…”.
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(8) Germani, Gino: Política y Sociedad en una época de transición. De la sociedad tradicional a la
sociedad de masas, Buenos Aires, Paidós, 1962, p. 179.
(9)
Beyhaut,
Gustavo;
Cortés
Conde,
Roberto;
Gorostegui,
Haydeé;
Torrado,
Susana: “Los
inmigrantes en el sistema ocupacional argentino” en Germani, G. – Graciarena, J.: Argentina,
sociedad de masa, Buenos Aires, Eudeba, 1965, pp. 85 a 123.
(10) Floria- García Belsunce, II, 175
(11) Véase Sábato, Jorge Federico: Notas sobre la formación de la clase terrateniente argentina,
Buenos Aires, Paidós 1982.
(12) La constitución de sociedades mutuales a partir de 1850 por parte de las colectividades (Unione
e Benevolenza, Sociedades Españolas de Socorros Mutuos) trató de paliar éstas carencias.
(13) Ibid., p. 176.
(14) Esta división fue efectuada por Peter Smith, en Carne y política…, Cap. II.
(15) Cf. Floria- García Belsunce, II, p. 177.
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El PAN: el orden conservador
Como habíamos visto en el capítulo anterior, Roca había llegado al poder a través de una liga
de gobernadores, apoyado principalmente por las oligarquías del Interior, y en menor medida
por la de la provincia de Buenos Aires. Roca había sido candidato por el recientemente
constituido P.A.N (“Partido” o “Pacto Autonomista Nacional”), tal como había sido bautizada
por Sarmiento esta alianza que en teoría pretendía aunar las oligarquías de Buenos Aires con
las del Interior.
La dominación del P.A.N, que se extendería con diversas alternativas en el período que se
extiende entre 1880 y 1912, correspondió a lo que un sociólogo argentino (Natalio Botana)
denominó
“orden conservador”(16),
el
cual,
detrás
de
una
fachada
aparentemente
republicana, se esforzaba por mantener los privilegios de las clases dominantes, identificados
con el dominio político. Se trataba en este caso de una oligarquía “nacional”; no únicamente
de un sistema oligárquico que dominaba a partir de los intereses del puerto de Buenos Aires,
como había sucedido desde los tiempos de la colonia hasta Mitre: el orden conservador era un
verdadero sistema de dominación, basado en mecanismos políticos de carácter institucional
para conservar el poder.
Basado en una alianza de clases, el gobierno inaugurado por Roca en 1880 debía ante todo
asegurar la continuidad del sistema. Recursos de orden institucional, inherentes a la
Constitución Nacional de 1853 en la cual se basaba el sistema republicano, permitieron la
conservación de éste orden. Se observa que este control institucional, se extendía a toda la
esfera política: control de la sucesión presidencial; control del Senado, por los gobernadores,
que se insertaban en el ámbito de las decisiones nacionales; control del poder central sobre
las provincias mediante la Intervención Federal, y predominio de Buenos Aires en el gabinete
de ministros. Tales mecanismos de control, se complementaban con el ejercido directamente
sobre el electorado llegando incluso a contemplar el fraude.(17)
La sucesión presidencial formaba parte de un acuerdo entre los integrantes del poder político.
Entre el Senado, electo por mecanismos indirectos (colegios electorales), y los gobernadores,
se producía un continuo intercambio de figuras políticas: las principales de ellas, habían
ocupado diversos cargos; el cursus honorum incluía el paso desde Diputado Nacional,
Senador, Ministro del Poder Ejecutivo Nacional y Gobernador. Era frecuente que los
gobernadores salientes se transformaran en Senadores y viceversa, siendo el Senado una
institución indispensable de acuerdo con la Constitución del 53 para ciertas decisiones político
administrativas de suma importancia, que sólo podían sancionarse “con acuerdo del
Senado”(18), como por ejemplo, el nombramiento de militares de graduación superior.
La Intervención Federal, recurso de orden constitucional en teoría destinado a ejercer el
control del poder nacional sobre el provincial (conmoción interior o peligro de la forma
republicana de gobierno), en realidad ocultaba el instrumento más poderoso ante cualquier
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intento de sublevación por parte de las provincias, que formaban parte de este “pacto”,
contra el poder nacional constituido. Por motivos políticos, sería un instrumento recurrente en
manos del nuevo poder central(19).
Si bien este pacto de oligarquías contemplaba tanto a los intereses de Interior como a los de
la provincia de Buenos Aires, ésta última constituía a todas luces el eje dinámico en torno del
cual giraba la inserción capitalista de la Argentina en el contexto mundial. Por tal motivo se
observa un neto predominio de representantes de esta área en el gabinete nacional de
ministros, si bien en general el cargo de presidente se reservaba para un hombre del Interior,
como Roca, de origen tucumano. En el período transcurrido entre 1880 y 1912, si el
presidente era de origen porteño (Luis Sáenz Peña, Quintana, Roque Sáenz Peña) el
vicepresidente debía representar al Interior (José Evaristo Uriburu, Victorino de la Plaza) o
viceversa.
Tales mecanismos de control se complementaban con el “control” directo ejercido sobre el
electorado. Desde luego, este régimen conservador tenía por propósito mantener el poder de
una oligarquía sobre el pueblo: a pesar de ello, debía atenerse a todo aquello prescripto por
el sistema republicano y la Constitución Nacional; en otras palabras, las elecciones eran algo
que no podían evitar. Desde luego, se trataba de un sistema de sufragio masculino (a partir
de 1901sólamente se habilitaba para votar a aquellos que hubiesen sido enrolado para
cumplir el servicio militar en virtud de la Ley Ricchieri de servicio militar obligatorio), en el
cual no estaba contemplado el voto secreto, careciendo éste de un carácter obligatorio. El
instrumento más eficaz para el control del electorado, sin embargo, lo constituían los colegios
electorales: el votante no sufragaba en forma directa es decir no elegía a sus candidatos, sino
que votaba electores (como se vio, este mecanismo se aplicaba también para la elección de
Senadores Nacionales: únicamente los Diputados – representantes del pueblo - se elegían por
voto directo) los cuales, reunidos en colegios electorales, elegían a los candidatos. De más
está decir que los colegios electorales en numerosas oportunidades se prestaron a maniobras
de toda índole con objeto de conservar el “sistema”(20). Amén de ello, este mecanismo se
complementaba con el fraude, compra de votos, sustracción de padrones, etc., y no
mediando
la
custodia
militar
de
las
urnas
sino
hasta
1945,
permitía maniobras y
oligárquico
sería
subsanado
tergiversaciones de toda laya.
Parcialmente,
este
sistema
de
control
en
1912 con la
promulgación de la Ley Sáenz Peña, de voto secreto, universal (masculino) y obligatorio. A
pesar de ello, el fraude siguió siendo una práctica habitual hasta 1945.
Este régimen, en lo “político” tan conservador, era sumamente liberal en lo social: aunque
parezca una incongruencia, la combinación de ambos factores, conservadurismo político y
liberalismo económico social fue la verdadera marca del régimen. Prueba de ello lo
constituyen la promulgación de las leyes de Matrimonio Civil y de Educación (Ley 1420), que
provocaron un serio conflicto con la iglesia por sus alcances.
(16) Botana, Natalio R.: El orden conservador, Buenos Aires, Sudamericana, 1977.
(17) Botana, Natalio: El orden conservador, Buenos Aires, Sudamericana, 1977, pp. 65 y sigs.
(18) Ibid. p. 85 sigs.
(19) Ibid. pp. 121-126
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(20) Ibid. pp. 174 y sigs.
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El mercado interno y el pacto de oligarquías
El amplio proceso inmigratorio experimentado a partir de 1880, permitió la inserción de
sectores productivos anteriormente postergados o inexistentes, o bien que subsistían gracias
a una economía puramente regional, como los de la provincia del norte argentino (Tucumán y
Salta), o de la Región Cuyana, que integraban la alianza de notables que habían dado origen
al “orden conservador “(21).
Estas provincias, habían orientado su producción principalmente hacia el mercado interno,
habida cuenta del incremento poblacional experimentado por las ciudades del Litoral (Buenos
Aires, Córdoba). En tal sentido pesó una fuerte decisión de orden político de favorecer las
economías regionales de estas provincias integrantes del pacto de dominación, identificada
principalmente con la aplicación de tarifas proteccionistas. De esta manera, surgieron las
industrias azucarera del Norte Argentino, y vitivinícola de Cuyo. La extensión del ferrocarril
hasta estas regiones, permitió la vinculación de la producción de las mismas hacia los centros
de consumo: empero, durante una primera etapa, la producción de las mismas distaba mucho
de poseer los niveles de calidad propios de sus homólogos de importación; a partir de ello se
comprende la importancia que para su desarrollo tuvieron las leyes de orden proteccionista.
Las oligarquías provinciales, en particular la azucarera tuvieron un peso decisivo dentro del
sistema de dominación inaugurado en 1880: por lo menos dos presidentes fueron de origen
salteño (J. E. Uriburu y Victorino de la Plaza), contemplándose por tal motivo dentro del
esquema de dominación con un carácter indispensable la incorporación de las mismas al área
principal de producción con destino al mercado internacional, La Pampa Húmeda: en virtud de
ello, la inserción de estas provincias en la economía –inicio de lo que se conoció como
“mercado interno”- fue producto del proceso inmigratorio iniciado durante esta etapa(22),
generando una poderosa industria que subsiste en la actualidad.
(21) Debe tenerse en cuenta que Roca no obstante estar identificado en gran medida con los
intereses del puerto de Buenos Aires era de origen tucumano.
(22) Véase Dorfman Adolfo: pp. 215-220
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La crisis de 1890
En virtud de los mecanismos arribas descriptos, Roca usó su influencia para que fuese
designado su sucesor su cuñado –ex gobernador de Córdoba- Miguel Juárez Celman, siendo
apoyado por la mayoría del PAN, siendo acompañado por el porteño Carlos Pellegrini: “…os
transmito el poder, - dijo Roca a Juárez Celman en su discurso de abandono del cargo(23) con la República más rica, más fuerte, más vasta, con más crédito y con más amor a la
estabilidad, y más serenos y halagüeños horizontes que cuando la recibí yo…”. Celman, figura
en apariencia de la confianza de Roca, inmediatamente pensó tomar control sobre el PAN,
circunstancia que pronto consiguió, convirtiéndose en presidente tanto del partido (el PAN),
como de la Nación – hecho conocido como el “Unicazo” – violentando abiertamente las “reglas
de juego”, con la consiguiente oposición de Roca, y de otras figuras opuestas al sistema
(mitristas, católicos malquistados con el gobierno debido a las leyes de educación y
matrimonio civil). El centro del poder, rápidamente se desplazaría desde Buenos Aires hacia
Córdoba, convirtiéndose Juárez Celman en una figura tan autocrática en lo político como
liberal en lo económico. El credo económico de Juárez Celman se resume en el siguiente
discurso:
“… ¿Que mi administración es mercantilista? ¿Qué otra cosa corresponde hacer al gobierno en
las actuales condiciones? A Alberdi, el teórico de nuestras positivas grandezas, se le despreció
y vive amargado en el destierro. Roca y yo realizamos la prédica inspirada del autor de Las
Bases ¡Seré el Presidente de la Inmigración!Las clases conservadoras, las viejas familias
patricias, esos núcleos que han vivido en una paz colonial, gozando plácidamente de normas
sociales en desuso, me combaten porque no me entienden. Acaso les esté salvando el
patrimonio de sus nietos. Sus tierras estériles serán por la colonización, por los ferrocarriles,
por las obras hidráulicas, por los puentes y las carreteras, predios de producción…”
Juárez Celman, conservador y liberal al mismo tiempo, estaba convencido de que la “…
industria privada construye y explota sus obras con más prontitud y economía que los
gobiernos, porque no se encuentra trabada como éstos por la limitación de los presupuestos y
por las formalidades legales que impiden aprovechar los momentos oportunos y tomar con
rapidez disposiciones vigentes…”.
La presidencia de Celman fue un período de expansión. Iniciada en 1886, para 1888 el área
cultivada se había extendido a 2.400.000 hectáreas, habiendo en los campos 70.000.000 de
cabezas lanares y 23 de vacunos. No obstante, la especulación con las tierras puestas en
producción y con la Bolsa de Comercio, ocasionaron una balanza de pagos sumamente
deficitaria, y una abierta especulación inmobiliaria. En 1885, si las transacciones en bienes
raíces se habían elevado a 85 millones de pesos, para 1889 llegaron a 300 millones. La deuda
pública, de igual modo se triplicó hacia 1890.
Los temas más importantes de las reformas implementadas por la administración de Celman
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se reducían a la Ley de Bancos Garantidos, que autorizaba a cualquier entidad bancaria a
establecerse en todo el territorio nacional, a recibir depósitos, y sobre todo, a emitir
circulante que recibía garantías de los fondos públicos nacionales. De esta manera, bancos
oficiales y privados, autorizados a emitir monedas, duplicaron la cantidad de circulante en
tiempo récord, contándose 191 denominaciones de monedas diferentes entre 1887 y 1894.
De igual manera Celman privatizó el último de los ferrocarriles estatales, El Oeste, haciendo
concesiones para el establecimiento de nuevas líneas, de carácter absolutamente privado. El
criterio de Celman era el de un franco defensor de la actividad privada. De este modo se
establecieron nuevas líneas, de capitales británicos (Buenos Aires Pacífico, Central Argentino).
A decir de H. Ferns, el período del “Unicato” fue un “infierno ferroviario”(24).
Tanto la política ferroviaria como la ley de bancos garantidos fue gravemente criticada,
puesto que perjudicaba abiertamente las rentas públicas a favor de capitales privados. La
banca internacional restringió el crédito a partir de 1889. El gobierno estaría en quiebra,
intentando para paliarlo la venta de 24.000 leguas de tierras fiscales en la Patagonia, en las
cuales los inversionistas extranjeros no estaban interesados. De igual modo, la crisis social
era evidente. Para 1890, se produciría una conspiración apoyados por diversos sectores
(mitristas, católicos, Roca, etc.) que produjo una revolución conocida como Revolución del
Parque a cuya cabeza se ubicó Leandro N. Alem: había surgido la Unión Cívica, que al año
siguiente (1891) se quebraría con la separación del mitrismo (que constituyó la Unión Cívica
Nacional), dando origen a la Unión Cívica Radical, primer partido político “moderno” en la
historia de la Argentina.
No obstante, últimamente se ha reivindicado a la política económica del juarizmo: la crisis en
este caso se trataba de un fenómeno puramente coyuntural, del que brinda prueba la rápida
recuperación de la Argentina de esta crisis, de la que salió principalmente debido a las
exportaciones cerealeras, producto de las inversiones - en particular de las ferroviarias - que
permitieron extender el área de cultivo conectándola con el mercado. La crisis se produjo de
este modo, únicamente por un desfasaje entre las inversiones y su ingreso a la producción,
que no se produjeron pari passu(25).
(23) Floria – García Belsunce II, 200
(24) Ferns, Henry: Gran Bretaña y la Argentina, Cap. II
(25) Ford, Anibal: The Gold Standard, 1880-1914. Britain and Argentina, Oxford, 1962.
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La Unión Cívica Radical: las revoluciones de 1893 y
1905
Juárez Celman fue sucedido por su vicepresidente, Carlos Pellegrini, con el cual se salió
rápidamente de la crisis. No obstante en el plano político, ya estaba instalada una alternativa
al conservadurismo de turno, identificada con la Unión Cívica Radical, nueva fuerza
encabezada por Leandro N. Alem. La UCR, se trataba de un partido recientemente formado
que agrupaba distintas fuerzas y estaba apoyado por la clase media urbana producto de la
inmigración, quienes habían sido integrantes de la llamada Revolución del Parque llevada a
cabo contra Juárez Celman. En general, tanto Alem como su sobrino y sucesor Hipólito
Yrigoyen, no prescribían demasiadas alteraciones en el espectro económico (éste último era
conocido por ser propietario rural de la provincia de Buenos Aires), sino únicamente
elecciones libres, carentes de los mecanismos de control descriptos en el acápite anterior, de
índole abiertamente antidemocrática que sólo eran funcionales al régimen –que Yrigoyen
definiera como “falaz y descreído”- para conservar el poder.
Tal es así, que muchos integrantes de las clases medias tanto urbanas como rurales
adhirieron al Radicalismo únicamente por el hecho de estar éste opuesto a quienes poseían la
tierra: en 1893, al producirse otra sublevación encabezada por la UCR, los colonos de la
provincia de Santa Fe, -en quienes descansaba buena parte de la producción agraria del paísse sublevaron a favor de la UCR motivados sólo por esta circunstancia. Sublevaciones como
esta, ocurridas en ese mismo año en Santa Fe y la provincia de Buenos Aires, sólo hicieron
reforzar el poder represivo del régimen, no obstante contar en Radicalismo con ciertos
sectores de las fuerzas armadas.
Se ha observado en la Unión Cívica Radical uno de los elementos de orden político más
importante en la transición de la Argentina de una sociedad tradicional a otra moderna.
Tomando como base las transformaciones sociales sufridas por la Argentina, traducidas en
una mayor inmigración, en una alfabetización asimismo mayor, y en un proceso de
urbanización creciente, tales variables incidieron en la formación de un partido que
promoviera la “causa”, de la democracia, que se constituyó en uno de sus principales valores;
así se observa en la provincia de Santa Fe, cuando hacia 1912, año de la Ley Sáenz Peña, el
centro de la provincia constituido por pequeños propietarios rurales se volcó abiertamente a
favor de la Unión Cívica Radical, quedando no obstante el atrasado norte de la provincia en
poder de los conservadores, y siendo origen el rico sur de la provincia, ocupado por
arrendatarios de un nuevo partido político, la “Liga del Sur”, que más tarde se convertiría en
el
Partido
Demócrata
Progresista, que
nucleaba
a
quienes
arrendaban
terrenos a
terratenientes latifundistas, propugnando por la promulgación de leyes parecidas a las de los
EEUU (elección de autoridades judiciales y policiales entre otras)(26).
Para 1905, siendo presidente Quintana, figura afín al roquismo, y habiendo fallecido ya Alem
estallaría otra revuelta radical en Capital, Córdoba, Mendoza, Rosario y Bahía Blanca, núcleos
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urbanos, con importante presencia de una clase media que apoyaba el radicalismo. A pesar
de contar con sectores del ejército, esta revuelta fue duramente reprimida por el Estado
Nacional, quedando la impresión en el gobierno de que el radicalismo sólo podía llegar al
poder mediante una acción violenta, y no por los mecanismos institucionales cuya defensa
pregonaba.
(26) Gallo, Ezequiel- Sigal, Silvia: “La Formación de los Partidos Políticos contemporáneos: la UCR
(1890-1916) en Germani, G.- Graciarena, J.: La Argentina, sociedad de masas, Buenos Aires,
Eudeba, 1966, pp. 130 y sigs.
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La Reforma Electoral de 1912
Hacia 1912 se hacía evidente que la situación social no podía resistir mayores cimbronazos:
se imponía, de este modo, una salida electoral que permitiese el libre juego de las
instituciones, y que no estuviese supeditada a los mecanismos de control propios del esquema
conservador, permitiendo el libre juego de los partidos políticos. Se pensaba entonces que el
radicalismo no estaba en condiciones de llegar al poder mediante elecciones libres, sino que
sólo podía hacerlo por medio de revueltas o de “revoluciones” como las acontecidas en 1893 y
1905(27).Asimismo, se permitiría el libre juego de otros partidos políticos, como el
socialismo, sobre el que avanzaremos en el acápite correspondiente al movimiento obrero,
que según algunos se transformaría a partir de este momento en el rival por antonomasia del
radicalismo, al disputarse ambos el predominio sobre los sectores medios urbanos(28).
Ya en 1902 se había esbozado, siendo ministro del interior Joaquín V. González, un leve
intento reformista, que permitía la elección por circunscripciones: en este caso quien obtenía
el triunfo en una determinada circunscripción electoral, quedaba en posición de la totalidad de
los cargos. Este sistema eliminaba lo que en el actualidad se conoce como “lista sábana”, pero
adolecía del defecto de no contemplar la repartición proporcional de los cargos, dejando sin
representación a la oposición. De este modo el socialismo logró triunfar en algunas
circunscripciones de la Capital Federal, siendo electo diputado por la circunscripción de La
Boca Alfredo L. Palacios.
Hacia 1906 el roquismo había sido herido de muerte por el accionar de figuras como la del
presidente José Figueroa Alcorta, que clausuró las sesiones del Congreso, desmantelando el
aparato del roquismo. El año del centenario (1910) volvió a mostrar la prosperidad de la
Argentina, pero era evidente que la “sociedad de notables”, en la cual se basaba el orden
conservador, ya no tenía lugar. La población había aumentado notablemente, con la
incorporación de inmigrantes nacidos en el país que bregaban por su participación política. La
autocrítica del sistema era evidente. Ya en un discurso de 1909 el presidente Roque Sáenz
Peña había analizado a la política argentina, describiéndola como “democracia conservadora”.
“…La evolución de los partidos - pronunció Sáenz Peña en el mismo discurso(29)- tiene dos
períodos bien caracterizados. Durante todo el primero, el más largo y el más glorioso,
lucharon los ideales y los hombres; y es al comenzar del segundo cuando, acordadas las
bases de la organización nacional, perdida su verdadera razón de existencia por el desenlace
de sus controversias doctrinarias, sobreviven por la sola virtud de los prestigios personales de
sus hombres. …Si hacéis triunfar al candidato, no será seguramente para derrotar a un
presidente…”.
Ante todo se trataba de ampliar la base electoral, integrando una oposición hasta entonces
revolucionaria o conspirativa dentro del sistema constitucional, dando vigencia a un régimen
de competencia entre distintos actores políticos, y según las propias palabras de Sáenz Peña,
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de “crear al sufragante”. Se trataba de una verdadera “revolución a través de los
comicios”(30). El 17 de diciembre de 1910, el gobierno había enviado al Parlamento un
proyecto de ley que proponía el empadronamiento general, y la nueva confección de un
padrón, a efectos de proteger al ciudadano del fraude. El sistema electoral de lista incompleta
aseguraba la representación de las minorías. Para octubre de 1911, el proyecto estaba en
debate. La ley se sancionó, finalmente el 10 de febrero de 1912, siendo conocida desde
entonces como “Ley Sáenz Peña” (Ley 8.871), de sufragio universal obligatorio. Sáenz Peña,
que falleció al poco tiempo, confiaba en que la competencia fuera abierta, siendo el principal
oponente la UCR, y siendo un conservador, advertía a sus camaradas del peligro:
“…Sean los comicios próximos y todos los comicios argentinos escenarios de luchas francas y
libres, de ideales y de partidos. Sean anacronismos de imposible reproducción, tanto la
indiferencia individual como las aspiraciones eventuales, vinculadas por pactos transitorios.
Sean por fin las elecciones la instrumentación de las ideas. He dicho a mi país todo mi
pensamiento, mis convicciones y mis esperanzas. Quiera
mi país escuchar la palabra y el
consejo de su primer mandatario. Quiera votar…”(31).
Sáenz Peña, hizo la reforma metodológicamente, articulando el enrolamiento ciudadano y la
vigencia del padrón militar con la fiscalización del poder judicial, y confeccionando al padrón
sin injerencias de orden político. No obstante, las resistencias fueron muchas (su sucesor,
Victorino de la Plaza, era opuesto a las mismas). A pesar de ello, en comicios libres, posibilitó
la llegada al poder del primer gobierno electo por mecanismos genuinos, el de Hipólito
Yrigoyen.
(27) Véase Rock, David: El Radicalismo Argentino, Buenos Aires, Amorrortu, 1985, Cap. III y sigs.
(28) Ibid.
(29) Sáenz Peña. La campaña política de 1910, Buenos Aires, Pesce, 1910. Cf. Floria- García
Belsunce, II, 280-281.
(30) Cf. Floria- García Belsunce II, 283.
(31) Cárcano, Miguel Angel: La revolución por los comicios, Buenos Aires, Hyspamérica, 1984.
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Las dos primeras presidencias radicales
En 1916, triunfó el primer partido moderno de la República Argentina, UCR. Si bien las
elecciones fueron reñidas, la UCR se impuso por mayoría. El sufragio daba el triunfo al
radicalismo, pero la decisión la tenía el colegio electoral, logrando la UCR 152 electores, uno
más de lo necesario.
Se trataba Yrigoyen
de un caudillo en el estricto sentido del término, aun que carecía de
carisma, que hizo de la “causa” una verdadera profesión de fe. El radicalismo tenía una
estructura de tipo policlasista - que agrupaba en su seno a distintos sectores sociales- que no
obstante tenía un marcado tono popular. Muchos de sus dirigentes, por su extracción
pertenecían a la elite tradicional, siendo su base para la acción el comité, que servía de medio
para el ascenso de una nueva clase dirigente. El comité reemplazó al club en el cual tejían
sus acuerdos los conservadores.
Yrigoyen no vaciló en aplicar los mecanismos represivos previstos por la Constitución
Nacional, como cuando decretó la intervención federal a la provincia de Buenos Aires en
1917. Según su criterio, las elecciones eran fiel reflejo de la voluntad popular, siendo el
radicalismo una suerte de depositario de la razón pública. La soberanía popular había pasado
a ser la soberanía del partido, y dentro de éste, la del caudillo. Sin embargo, en el juego
institucional, sufrió un continuo acoso por parte de la oposición desde el Parlamento, juego
que no estaba en su voluntad impedir bajo ninguna circunstancia.
La primera presidencia de Yrigoyen – que coincidió con el estallido de la Primera Guerra
Mundial – sufrió dos condicionamientos de importancia, en primer lugar la consolidación de la
hegemonía de su partido el radicalismo, y organizar con carácter definitivo su estructura
interna, no vacilando para concretar el primer objetivo utilizar el recurso de la intervención
federal, cosa que le generará fama de autócrata. Por otra parte, no dudará en reprimir al
movimiento obrero o de apoyarlo según las circunstancias: reprimirá duramente en 1917 una
huelga de frigoríficos, enviando a la marina para tal efecto. Sucederá lo mismo con los
conflictos de la llamada “Semana Trágica” de 1919, suerte de golpe anarquista que ocasiona
centenares de muertos y heridos. Lo mismo resulta aplicable a las huelgas de empleados
rurales de la Patagonia de 1922. Su gobierno, por lo tanto, aun siendo “nacional y popular”,
estuvo lejos de verse libre de conflictos internos. Pero por el contrario, intervendrá a favor de
los obreros cuando sus intereses coincidieran con los de éstos, como en los casos de las
huelgas ferroviarias dirigidos contra las compañías inglesas(32). Yrigoyen, aun estando los
intereses comerciales de la Argentina unidos a los de Gran Bretaña, logró conservar la
neutralidad durante la Primera Guerra Mundial.
Yrigoyen logró imponer su candidato en la convención de marzo de 1922, un embajador de
aristocrático cuño: Marcelo T. de Alvear, perteneciente a “…una de las pocas familias
argentinas que podía jactarse de una real aristocracia…”(33), quien había pasado gran parte
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de su vida en París, y que a diferencia de su antecesor era un hombre de mundo. Yigoyen
pudo haber apoyado a un hombre que estuvo alejado de la política confiado en que aceptaría
su tutela, pero pronto se observaron diferencias entre ambos, que no se reducían al puro
estilo personal. Pareció, en tal sentido, volverse atrás en la historia, iniciando una especie de
nuevo patriciado.
Durante la presidencia de Alvear hubo 519 huelgas, en las que participaron cerca de medio
millón de trabajadores, decretándose siete intervenciones federales por el Poder Ejecutivo y
tres más por el Congreso; a pesar de ello, su presidencia siguió el más estricto criterio
legalista. En cuanto respecta al plano económico, existen opiniones encontradas acerca del
período correspondiente a Alvear: por una parte, se lo considera el padre del “despegue”
industrial de la Argentina (gran cantidad de empresas, de capitales preferentemente
norteamericanos) se radicaron en el país durante su mandato; por el contrario, otros lo
consideran como la “gran demora” que impidió el surgimiento industrial, lapso que se
extendió hasta 1933, en el cual se inició una etapa de sustitución de importaciones(34).
Siguieron privando durante la presidencia de Alvear los intereses ligados a la industria
agropecuaria: en 1922 una crisis en la industria de la carne, producto de un conflicto entre
frigoríficos ingleses (congelado) y norteamericanos (enfriado) fue rápidamente solucionada
por medio de la construcción de un frigorífico administrado por el Estado, y ubicado en
Buenos Aires, con inspección y supervisión del precio de la carne: este sería el antecedente
más importante para el intervencionismo estatal de la década del 30.
La heterogeneidad social de radicalismo le auguraba un futuro de quiebras: en 1924, el
alvearismo aliado con otros sectores, se impone en las elecciones a Diputados sobre el
yrigoyenismo:
el
“antipersonalismo”,
que
los
yrigoyenistas
no
vacilan
en
tildar
de
“contubernio” había surgido. Esta será la dicotomía en la cual estará inmerso el radicalismo
durante la próxima década, que no obstante, permitirá el regreso de Yrigoyen al poder en
1928.
(32) Rock, D.: Ibid. Cap. III y sigs.
(33) Luna, Félix: Alvear, Buenos Aires, Libros Argentinos, 1958, pp.56.
(34) Véase, respectivamente, Jorge, Eduardo: Industria y concentración económica, Buenos Aires,
Hyspamérica, 1984: Di Tella, Guido – Zymelman, Manuel: “Las etapas del desarrollo económico
argentino” en Germani, G. –Graciarena, J.: La Argentina sociedad de masas, Buenos Aires, Eudeba,
1966, pp. 177-195.
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El movimiento obrero argentino: sus orígenes y
evolución
El proceso inmigratorio había tenido como objeto la conformación de un mercado de trabajo:
un proceso tal, no podía estar exento de conflictos. Según el nuevo censo realizado en 1914,
los extranjeros representaban el 30 % de la población. “…En proporción con la población, la
Argentina – señala el norteamericano A. P. Whitaker (35) - ha recibido más inmigrantes
permanentes que cualquier otro país del mundo…”.
El desarrollo orientado ante todo al sector agropecuario, favoreció al sector industrial que le
era subsidiario. Así, de acuerdo con el censo industrial de 1895, existían en el país más de
23.000 establecimientos industriales que ocupaban alrededor de 170.000 personas(36). Tal
actividad desde luego se vio reflejada en el incremento del movimiento obrero local.
Los primeros sindicatos en surgir fueron las sociedades de socorros mutuos, que no
agrupaban exclusivamente a trabajadores, sino a todos los individuos cuyo nexo aglutinante
era la pertenencia a una colectividad determinada (Unione e Benevolenza, Sociedad Española
de Socorros Mutuos, etc.), seguidas de los gremios por actividad. Por ejemplo La Unión
Tipográfica, que llevó a cabo la primera huelga importante en el país en 1978(37).
Las huelgas también se registraron en forma creciente en las últimas décadas del siglo XIX.
En 1887, si bien hubo una única huelga, las mismas habían ascendido en 1896 al número de
26, presentándose las mismas en las más diversas actividades. En 1891 se fundó la
Federación de Trabajadores de la Región Argentina (F.T.R.A.), primera central obrera del
país. En 1901 se creó la F.O.A. (Federación Obrera Argentina), que rápidamente mutó su
denominación por la de Federación Obrera Regional Argentina (F.O.R.A.), dominada por el
anarquismo, que se transformó en la central posiblemente la más importante durante las
primeras décadas del siglo XX(38).
En general, las ideologías obreras argentinas eran reproducción de las ya existentes en
Europa. Posiblemente la principal de estas corrientes haya sido el anarquismo, que llegó al
país alrededor de 1870(39). El anarquismo poseía características que le eran muy marcadas.
Siendo la primera su marcado acento en los mecanismos de acción directa (huelga, sabotaje,
incluso magnicidio). La acción directa colectiva, implicaba la acción del Sindicato o de las
Organizaciones Obreras, dado la “…necesidad que tiene el proletariado de organizarse para
combatir con éxito a la clase capitalista…”.
La segunda de sus características es la de abjurar de todo mecanismo de tipo político. A tal
respecto, el Cuarto Congreso de la FOA, celebrado en 1904, declaraba lo siguiente: “…nuestra
organización, puramente económica, es distinta y opuesta a la de todos los partidos políticos
burgueses y políticos obreros, puesto que así como ellos se organizan para la conquista del
poder político, nosotros nos organizamos para que los Estados políticos y jurídicos
actualmente existentes queden reducidos a funciones puramente económicas…”(40). El
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anarquismo, lograría un amplio apoyo entre los obreros “argentinos” (término dudoso puesto
que en su gran mayoría se trataba de extranjeros), en las últimas décadas del siglo XIX y la
primera del XX. Su ideología, de fácil comprensión para un proletariado analfabeto, favorecía
la difusión de la misma. Se puede afirmar que era la Argentina el país sudamericano en el
que más influyó el anarquismo, comparable al de Italia o de España.
Otra de las vertientes fue la del socialismo. Al contrario del anarquismo, el socialismo no sólo
contemplaba el accionar político –descreyendo de la huelga sino como última circunstancia de
la lucha por el derecho del trabajador – sino que lo concebía como único medio para llegar a
la revolución. Desde luego, el partido socialista se transformó en un “partido” político antes
que en un sindicato, agrupando preferentemente a pequeños comerciantes y sectores
vinculados con las clases medias urbanas. En 1903 crearía la U.G.T. (Unión Gremial de
Trabajadores), integrada ante todo por gremios socialistas separados de la FOA, contrarios a
la huelga general con fines de violencia, recomendando a la clase trabajadora que “…
independientemente de la lucha gremial de los obreros se preocupen de la lucha política y
conquisten leyes protectoras del trabajo, dando sus votos a los partidos que tienen en sus
programas reformas concretas en pro de la legislación obrera…”(41). El párrafo anteriormente
transcripto resulta un manifiesto del abismo que se extendía entre la concepción del
socialismo y la del anarquismo. El socialismo cosecharía pocos adherentes entre las clases
proletarias: su accionar sería ante todo político, y en algunas circunstancias, llegaría al
Congreso.
La tercera corriente en el movimiento obrero argentino fue la del sindicalismo, introducido
hacia 1903 como separación de la UGT dominada por los socialistas, siendo su definición la de
que
“…los
sindicatos
y
no
el
partido
político
son
el
arma
principal
de
la lucha
proletaria…”(42). Originado en Europa, el sindicalismo fue una suerte de reacción contra el
parlamentarismo propio de los socialistas, adjudicándole al sindicato el rol revolucionario en la
lucha contra el régimen capitalista: en coincidencia con el anarquismo, consideraba a la
huelga como único mecanismo válido para cumplir con las reivindicaciones obreras. Los
sindicalistas coparían la dirección de la UGT en 1906, adaptando a esta organización sindical a
la metodología de la huelga. Tras haber conseguido la hegemonía en la UGT, los sindicalistas
la mantuvieron en una nueva organización sindical la C.O.R.A. (Confederación Obrera
Regional Argentina), en la cual participaba conjuntamente con algunos anarquistas y los
socialistas.
La CORA se fundió con la FORA en 1914 manteniendo los sindicalistas la hegemonía en la
misma: de este modo para el IX Congreso de la FORA, llevado a cabo en 1915, la
organización destacó su marcado carácter sindicalista, aprobando una resolución que no sólo
se pronunciaba por la prescindencia política, sino que también sostenía que la FORA “…no se
pronuncia oficialmente partidaria ni aconseja la adopción de sistemas filosóficos ni ideologías
determinadas…”(43). En general se sostiene que la diferencia existente entre el sindicalismo
y las otras dos vertientes del movimiento obrero eran la procedencia de sus componentes: el
sindicalismo en general no poseía otras consignas sino que la de conseguir mejoras salariales
y otras ventajas de los patrones, sin necesidad de alterar el sistema es decir, de llegar a la
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revolución. Sus componentes a diferencia de los del anarquismo, se trataban de nativos de la
Argentina y no de extranjeros como en los casos anteriores.
Asimismo, para este período se registró gran número de conflictos agrarios, motivados ante
todo por circunstancias de mercado tal como la huelga de arrendatarios, surgida en la
provincia de Santa Fe en 1912 como consecuencia de dos períodos de malas cosechas. Los
chacareros en este caso, sólo pedían mejoras coyunturales, como reducciones en el canon de
los arrendamientos. El conflicto culminó con el llamado Grito de Alcorta (1912), que dio
origen a una entidad gremial de los chacareros, la Federación Agraria Argentina (FAA). No
obstante, resulta significativo el hecho de que no se permitiera el ingreso a la misma de los
braceros, es decir de los peones rurales, indicio de la falta de conciencia de clase de los
chacareros.
El gobierno mantuvo una constante vigilancia sobre los trabajadores: la “Cuestión Social” fue
una de las principales preocupaciones durante el “Orden Conservador” y aun durante las
primeras presidencias radicales. Evidencia de ello lo constituye el Informe sobre la situación
de la clase obrera (1904), encargado por Joaquín V. González, ministro del interior de Roca al
abogado e ingeniero español J. Bialet Massé, que describió sin tapujos la cruda situación de
las clases obreras tanto urbanas como rurales en la República Argentina en ese momento. A
pesar de la preocupación por la cuestión social, el esquema represivo - cuya justificación se
identificaba con los atentados llevados a cabo por los anarquistas – se intensificó, originando
una legislación acorde a la misma como la Ley de Residencia (Nº 4.144) de 1904, que
prescribía la deportación de todo extranjero juzgado indeseable, o la Ley de Defensa Social
(1910) , en virtud de la cual se podía encarcelar a cualquier “revoltoso”, incluso cuando
hubiese nacido en el país.
(35) Whitaker, Arthur P.: La Argentina y los Estados Unidos, Buenos Aires, Proceso, p.59
(36) Dorfman, A.: Op. cit., pp.207-208.
(37) Senén González, Santiago: Breve historia del sindicalismo argentino 1857-1974, Buenos Aires,
Alzamar Editores, p. 10.
(38) Oddone, Jacinto: Gremialismo proletario argentino, Buenos Aires, Ediciones Libra, 1975, pp. 8384.
(39) Solomonoff, Jorge N.: Ideologías del movimiento obrero y conflicto social. De la Organización
Nacional hasta la Primera Guerra Mundial, Buenos Aires, Proyección, pp. 169-173.
(40) Marotta, Sebastián: El movimiento sindical argentino. Su génesis y desarrollo, Buenos Aires,
Ediciones Lacio, 1960, Vol. I, 1857-1907, p. 179
(41) Oddone, J.: Gremialismo…, p. 196.
(42) Godio, Julio: Historia del movimiento obrero argentino. Inmigrantes, asalariados y lucha de
clases, 1880-1910, Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo, 1970, Segunda Parte, p. 236.
(43) Marotta, S.: Vol II, p. 186
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Conclusiones
Durante el período que media entre 1880 y 1912 se consolidó un sistema de dominación
basado en una alianza entre las oligarquías de la Capital y del Interior (PAN), cuyo sostén lo
constituían mecanismos de orden institucional cuya manipulación permitía la permanencia del
sistema establecido.
Para este momento, se consolidó la presencia de Argentina en el mercado internacional a
partir de un nuevo ciclo: la Estancia Mixta, nueva explotación que combinaba la producción de
ganado vacuno refinado, con la de cereales, actividades complementarias. A pesar de ello, la
producción cerealera, subsidiaria de la de la ganadería quedaría en manos de arrendatarios, y
no de propietarios. Por el contrario, la ganadería seguiría en manos de grandes terratenientes
(invernadores), vinculados con el frigorífico. Para este momento, se produce una gran
corriente inmigratoria hacia el país procedente de los países mediterráneos de Europa en su
mayoría, tendientes a su inserción laboral en suelo local.
Esta corriente inmigratoria poblaría ante todo los centros urbanos del Litoral del país: este
hecho permitió la consolidación de un mercado interno a partir de la producción de las áreas
marginales del país (Cuyo, Norte Argentino), la cual, a partir de tarifas proteccionistas pudo
insertarse en el mercado local (azúcar, industria vitivinícola), constituyendo su empresariado
parte fundamental de la “alianza de notables” establecida en el poder.
Hacia 1890, otra crisis, producto de la especulación golpeó a la Argentina, resintiendo en
parte al esquema de dominación (Juárez Celman), instaurado en el país a partir de la llegada
al poder de Roca. De esta crisis, de la cual se saldría a corto plazo, emergería una alternativa
de orden político (UCR), que llegaría al poder una vez emprendida la reforma electoral por los
propios grupos dirigentes (Ley Sáenz Peña).
Las
dos
primeras
presidencias
del
radicalismo
(Yrigoyen,
Alvear),
no
modificarían
sustancialmente el esquema productivo pero se indentificarían con el tránsito de la sociedad
argentina de una etapa “tradicional” a otra “moderna”.
La “cuestión social”, producto de la inserción capitalista de la Argentina en el mercado
internacional, se identificó con conflictos, y con las luchas emprendidas por los trabajadores
para la mejora de sus condiciones de vida. Hacia el Centenario, las diversas corrientes del
movimiento obrero (anarquismo, socialismo), habían cedido espacio al sindicalismo, corriente
que no buscaba la revolución, sino mejoras dentro del “sistema”, cuyos representantes eran
en su mayoría nativos del país.
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