CULTURA DEL TRABAJO E INCLUSIÓN SOCIAL Uno siempre reflexiona y habla desde un lugar particular. En mi caso hablo desde la realidad de una universidad particular (la UCC), desde la filosofía y la teología – que son mis disciplinas- y la experiencia de varios años trabajo con jóvenes de diverso estrato social (en el Gran Buenos Aires y en Córdoba). Pero fundamentalmente trataré de hablar como universitario desde una óptica universitaria. Deolinda es una joven que vive en la Costa del Río Pinto, a setenta kilómetros al norte de la ciudad de Córdoba. Vive en un caserío muy pobre. Tiene 17 años pero parece de 13. Hace rato ya que es mujer, pero apenas pudo cursar el tercer grado (repitió tantas veces, que abandonó la escuela). Trabaja en lo que puede, cuando puede. Ella es una más de los varios jóvenes de la zona, muchos de los cuales ya no viven allí. Y hacen lo que pueden en trabajos más o menos mal pagos, o en las periferias de la ciudad. Las calles de Córdoba –y las de todo el país- son testigos de que para muchos –demasiados- no es fácil ser joven hoy, en argentina (y tampoco en Córdoba) y que cada vez es más alevosa la Injusticia y la opresión. ¿Exclusión u Opresión? Hay palabras que siendo fundamentales desaparecen del lenguaje y no por casualidad sino intencionadamente. Esto tiene que ver con la trivialización del lenguaje, pero también con la intención de sectores importantes de encubrir la realidad y generar realidades ficticias anestesiantes y distractivas. Algo de esto ocurre con la palabra “Opresión” que viene siempre acompañada de su prima hermana, la esclavitud. (término absolutamente incorrecto políticamente si se quiere aplicar a occidente, no así si se aplica al África o al mundo islámico; como si en occidente no hubiese opresión y esclavitud). En el mundo de hoy se excluyen del lenguaje palabras claves para impedir que la gente capte la realidad de injusticia estructural en que vivimos, su significado y sus causas. Se trata de un verdadero “robo”. De un secuestro del lenguaje. Se tolera más otro tipo de palabras que parecen más “políticamente correctas”: se habla de “menos favorecidos”, “desfavorecidos”; “pobreza”. Pero la pregunta para mí es: ¿Hay opresión en argentina? ¿Hay seres humanos oprimidos, hay jóvenes oprimidos? No tengo dudas de que sí los hay. A esta miseria a la que se ha marginado a mucha gente hoy –en particular a adolescentes y jóvenes- y que tenemos desde hace mucho, hay que seguir llamándola opresión, por mucho que debamos precisar sus formas y causas en la actualidad. Ahora se habla de “exclusión”, término que parece fonéticamente menos “malo” que oprimidos y esclavos; aunque si se lo piensa a fondo, exclusión es algo todavía más inhumano. Significa no sólo oprimir y esclavizar, sino privar, de antemano, de existencia, declarar irreales e inexistentes a miles y millones de seres humanos. Excluidos, sin nombre las miles de Deolindas. Hablemos de “exclusión”, de opresión, de crueldad, de esclavitud, el tema es que hay gran cantidad de argentinos – en particular jóvenes- que siguen siendo oprimidos en sus posibilidades de vida, de desarrollo, de progreso, de inclusión. Por todo esto, me parece también que hablar de liberación es absolutamente necesario. No sólo de inclusión: liberación de la opresión. Esta liberación es necesaria en todos los ámbitos de la realidad. En el ámbito académico el término comenzó a ser utilizado por Paulo Freyre desde la pedagogía, cuando habla de la ”pedagogía de la Liberación”. Y luego fue utilizada por los teólogos (de la liberación) con lo cual se hizo algo justo; ya que la teología no pocas veces y en variados contextos, fue instrumento de opresión más que de liberación. Y si hablamos de la universidad el término liberación no debe quedar solo relegado a la pedagogía. Hay que hacer medicina de la liberación, derecho de la liberación, arquitectura de la liberación… ¿Inclusión o hacer Justicia? Ahora bien, si aceptamos usar el término y hablamos de inclusión me pregunto ¿inclusión en qué? Porque en realidad el opuesto a inclusión es exclusión, pero si queremos incluir a los jóvenes en un sistema que por definición los excluye, entonces tenemos que cambiar el sistema, porque este sistema es excluyente, o para decirlo con todas las letras: es injusto. Si no es justo hay que hacer justicia. Entonces hay que trabajar desde las universidades, desde la política y desde las organizaciones de la sociedad civil para hacer un sistema más justo, para que no haya excluidos, o mejor para que no haya más oprimidos. Aquí las universidades tenemos una responsabilidad irrenunciable. En ese contexto se sitúan los centros educativos y la generación de una cultura del trabajo; que sea trabajo que exprese la dignidad de la persona, no trabajo basura, no precariedad laboral. Instituir una cultura del trabajo (que hay que instituirla e institucionalizarla) implica también volver a instituir el sistema educativo un sistema que está destituido. Un autor francés dice que la escuela se ha convertido en un “galpón destituido”. Educación y Justicia Durante décadas los argentinos nos ufanábamos de la posibilidad de ascenso social a través de la educación. Hoy no es así. Hay escuelas para ricos y escuelas para pobres. Pobres que no podrán acceder a la universidad, aunque logren finalizar con éxito su ciclo de especialización. Se dan los countries del conocimiento, al lado de las cada vez más grandes villas miserias de la ignorancia. Las universidades tenemos una responsabilidad ineludible: hacer que los problemas de la injusticia y la exclusión entren de lleno en nuestras aulas y laboratorios, favoreciendo experiencias que generen una conciencia crítica superadora de la conciencia de clase que ciega y prejuzga. En nuestros laboratorios y equipos de investigación, debemos abordar los temas que aquejan a los oprimidos, a los excluidos. Producir conocimientos para la liberación. Una universidad que no solo haga “extensión”, sino que se haga responsable de los que no pueden acceder a sus claustros (y estoy hablando no solo de las universidades en la que hay que pagar para ingresar, sino en todas). En ese sentido desde la UCC estamos trabajando cinco áreas de investigación sobre temas prioritarias: Discriminación, Marginalidad y Derechos humanos; Medio ambiente y desarrollo sustentable, Salud de la población; tecnologías aplicadas; y prácticas institucionales y políticas públicas. Además estamos favoreciendo e incentivando proyectos de cátedras que incluyen experiencias de resolución de problemas sociales concretos, de modo que los alumnos aprenden en experiencia de contacto con los pobres, intentando aprender algo fundamental: que lo aprendido debe servir para ayudar a quienes más necesitan a desarrollarse y ser sujetos de su propio progreso. Y aprender de la gente cómo ayudarlos desde el conocimiento profesional que se va adquiriendo. Son pasos concretos en un largo camino a recorrer que deberá ir gestando muchas transformaciones más y que tiene un horizonte utópico. Sistema educativo, inclusión y cultura del trabajo Deolinda ya está fuera del sistema educativo, como tantos chicos y jóvenes que están en las calles, y sufren de la intemperie y el desamparo, muchas veces atrapados por la droga y las recaídas en la cárcel.1 Escuchemos a algunos de ellos: “Me iba bien en el cole, por ahí había días en que me quedaba en mi casa … porque hacía falta plata, necesidades de la familia. Y ahí me las rebusqué y empecé a trabajar por mi cuenta, dejé el colegio un tiempo, después lo volvía a agarrar, lo volvía a dejar.” Otro dice: “Si, yo gracias a Dios soy muy pícaro en todo…de diez me iba (en la escuela) tenía diez, diez, era cuestión de ponerle pilas, si yo tengo bochito, pero bueno…la droga y la cárcel”. Otro dice: “Si sos malo o te va mal, no te dan bola las maestras, porque es la verdad ¿o no? Te ignoran. Ah…dejalo al loco ese que no quiere aprender, no te preguntan qué te pasa.” Entonces…¿cómo incluir? El sistema educativo debe generar capacidades de aprender, no sólo conocimiento sino competencias. Pero primero hay que generar condiciones de educabilidad. Eso implica un fortalecimiento de la escuela –instituirla nuevamente-. Posibilitar el acceso y la permanencia, sin por eso favorecer una Diálogos tomados de TESSIO CONCA, Adriana y PISANO; María Magdalena; “Los Chicos de la calle hablan de la escuela”; ponencia presentada en el II foro Educación y Psicología, 2007. 1 educación de segunda (o de tercera). Es necesario entonces también, fortalecer el rol del docente, su formación permanente, su valoración salarial; su autoridad, una palabra que suena mal, pero que es muy necesaria, dado que el proceso educativo en la escuela, no es un proceso simétrico. Si el maestro debe luchar para hacerse con el poder en el aula, no podrá educar, no podrá enseñar. El maestro está allí porque sabe algo más que el alumno. Decir otra cosa es participar de un discurso demagógico que ha hecho mucho daño a la escuela. Ahora bien, para las instituciones educativas, en particular para el sistema de educación superior -que es el lugar de la construcción del conocimiento, de sus discusión y transmisión (y proyección)- es fundamental un pensamiento contextualizado. Aquí juega un papel muy importante la óptica desde la que se dan los procesos formativos. ¿Se reflexiona sobre la realidad? La reflexión tampoco es aséptica y neutral. Se puede reflexionar la realidad de la injusticia desde los parámetros legales, teóricamente asépticos, o desde un parámetro científico numérico: (porcentajes, NBI, etc). Ahora bien, esa reflexión tiene otro “color” y otro “calor” si hay rostros concretos detrás. Por eso el proceso de formación universitaria (pienso fundamentalmente en el grado, aunque no exclusivamente) debe generar experiencias que puedan ser objeto de reflexión. Experiencias que involucren “rostros”. Vuelvo a un rostro concreto: el de Deolinda. Ella trabaja, pero no tiene posibilidades de ser de verdad “incluida” en el mundo laboral: conseguirá, probablemente, trabajos temporales, pero sólo eso. No tiene posibilidades de acceso a más. Estará a merced de los vaivenes del mercado y de la voluntad de quienes le quieran pagar justamente. Valorar la educación y el trabajo Para poder generar una cultura del trabajo hay que valorizar el trabajo y hay que señalar claramente que el trabajo es un valor. Algo que no está tan claro. No debemos perder de vista que –además de la familia- no es sólo la escuela ola universidad la que educa. La sociedad es la que educa señalando modelos deseables, premiando y castigando. ¿Quiénes son hoy los verdaderos educadores? Los verdaderos pedagogos son los que consagran los medios masivos de comunicación, los deportistas, actores y actrices, estrellas del espectáculo, políticos… Es inútil pretender, entonces, que la escuela ejerza un liderazgo moral sobre los niños y jóvenes si ese liderazgo es constantemente desautorizado por la misma sociedad que envía a sus hijos a la escuela. Dice Guillermo Jaim Echeverri: “Nuestra sociedad honra la ambición descontrolada, recompensa la codicia, celebra el materialismo, tolera la corrupción, cultiva la banalidad y lo frívolo, desprecia el intelecto y lo arduo por considerarlo “aburrido”, adora el poder adquisitivo y pretende luego dirigirse a los jóvenes para convencerlos, con la palabra, de la fuerza del conocimiento, de las bondades de la cultura, de la supremacía del espíritu”2. Los chicos y jóvenes comprenden el juego inmediatamente y entran en él. ¿Cómo van a leer si los adultos no leen? ¿cómo van a valorar el estudio y el esfuerzo si lo que se canoniza por todas partes es el golpe de suerte, los quince minutos de fama? “Yo solo quiero pegar en la radio para ganar mi primer millón” decía una canción muy de moda hace pocos años. Mientras tenga más raiting bailar por un sueño que estudiar o trabajar por un sueño, estamos en problemas. Entonces al hablar de educación no deberíamos perder de vista que es la sociedad la que educa. Que los centros educativos tienen finalidades específicas, son lugares intensivos, centros de formación, pero que no existen en un espacio aséptico, son centros cada vez más permeables y cada vez más vulnerables a las presiones del medio. Si un docente debe “defenderse” en el aula de la violencia de los alumnos y a la salida debe defenderse de los padres que van a venir a reclamarle, cuando no a agredirlo, ¿Cómo va a ser un agente activo del proceso de educación? Si los directivos están inermes ante posibles “demandas judiciales” o sumarios administrativos, ¿cómo van a apoyar al docente? Aún más, todo sea dicho, si el docente se escuda en que la sociedad no lo valora para continuar en la mediocridad, o abusando de su rol, tampoco hay posibilidades de avanzar en el proceso de calidad. Hay que re instituir la escuela. Escuela y vida. Jacques Julliard en su libro “la escuela de la tiranía” afirma: “Se ha querido abrir la escuela a la “vida”, lo que nada significa. Tal vez se debería intentar abrir la vida a los valores de la escuela. Al pretender abrir la escuela a los valores de la vida, lo que se ha hecho es introducir los valores de la televisión: policías, drogas, corrupción, pandillas, violencia, obscenidad, y esta apertura es la que ha dado los resultados ya conocidos. Si la escuela debe construirse a semejanza de la vida, entonces es preferible el original a la copia; llegando al fondo de esta lógica inepta: cerremos las escuelas y dejemos a los niños en la calle”. Más allá de la radicalidad del autor, es claro señalar que si la escuela educa – ayudando a la familia-, la sociedad debe acompañar. Y que en todo caso lo que debe introducirse en la escuela es una mirada que ayude a formar para hacer la vida mejor a los demás, una vida más vivible, más justa, más solidaria. El proceso educativo se da encarnado. Se educa en contexto, desde un contexto, para ayudar a transformar el contexto. La educación debe ayudar a hacer justicia, una sociedad donde haya lugar para todos. Es -bien dice Julliard- la vida la que debe abrirse a los valores de la escuela. Y es la escuela la que debe saber estar abierta a las necesidades de la sociedad. El JAIM ECHEVERRY, Guillermo; “La Tragedia Educativa”; Fondo de cultura económica; Bs. As, 1999, pag. 63 2 conocimiento tiene una carga social, es para ser compartido, debe ser compartido para mejorar la calidad de vida de una sociedad, en especial de los más desfavorecidos, los oprimidos, los excluidos. Algunas preguntas para la Universidad En este marco, entonces, es honesto plantearse algunas preguntas claves: La Universidad, ¿produce pensamiento para transformar la realidad o repite pensamiento fosilizado para mantener el orden establecido? ¿ayuda a generar cultura del trabajo? ¿Produce agentes de liberación? ¿Educa en la creatividad solidaria, o se dedica a entrenar sobrevivientes en la selva del mercado? ¿Piensa, conoce y siente en términos de Argentina o se diluye en el pensamiento globalizador hegemónico? ¿Es, en definitiva, una voz diferente de las voces que consagran el pensamiento único? En la Universidad formamos politólogos, abogados, contadores, agentes educativos, licenciados en administración, médicos, etc. ¿Desde dónde lo hacemos? ¿Qué clases de experiencias favorecemos en nuestros alumnos? ¿Qué tipo de reflexión? ¿Qué acciones concretas se derivan de esa reflexión? ¿Formamos abogados de la liberación, médicos de la liberación, docentes de la liberación? No siempre el fruto son profesionales de la libración: La gran mayoría de políticos y comunicadores y dueños de multimedios han pasado por aulas universitarias y no siempre hemos sido capaces de formar conciencias, muchas veces hemos sido parte del problema. No debemos olvidarnos que muchos de los que han dado la espalda a los pobres y han agregado muchos ladrillos en el muro de la insolidaridad y la exclusión social han pasado por claustros universitarios. Por lo tanto también para nosotros es la llamada a la reflexión, sobre el contexto, sobre nuestras experiencias, sobre la acción que promovemos. La Universidad –concebida como formadora de personas críticas y compasivas, y no como una fábrica de profesionales- es -debe ser- un signo de contradicción, una institución que de algún modo incomode y rompa con los esquemas de pensamiento fosilizados de los grupos de pensamiento consolidados. Debe ser un agente de liberación. El desafío de la universidad reside en afrontar su responsabilidad social ante los que no pueden acceder a sus claustros y siguen esperando una palabra con fundamento que les ayude a encontrar la solución de sus problemas de desempleo, precariedad laboral, indigencia educativa, injusta distribución de las riquezas, marginación e irrespeto de los derechos humanos. Una universidad que se haga cargo de los excluidos del contexto. Entonces... ¿qué hacer? Hacerse cargo, encargarse, cargar3 Ignacio Ellacuría (quien fuera rector de la Universidad Centroamericana Simeón Cañas y mártir de la Justicia, asesinado en 1989) decía –siguiendo a 3 Algunas de las ideas de este punto están tomadas de la conferencia del Teólogo Jon Sobrino, SJ, titulada “La Teología de la Liberación Hoy”, dictada en la Universidad Católica de Córdoba el 28 de agosto de 2002 Zubiri- que la inteligencia lo que hace es, fundamentalmente, aprehender la realidad, tratar de captar lo real como real (lo cual implica, también, un proceso de construcción). Pero como real, no como abstractamente participante del ser. Lo que hace la inteligencia es aprender la realidad y enfrentarse con ella. Este proceso de aprender la realidad y enfrentarse con ella tiene tres dimensiones que él llama el “inteligir de la liberación”. Estas son: hacerse cargo de la realidad, encargarse de la realidad y cargar con la realidad. En primer lugar, él dice un hacerse cargo. Hacerse cargo tiene que ver con un pensamiento encarnado, contextualizado. Es el momento teórico; pero no se teoriza en el aire, sino haciéndose cargo de lo real. En segundo lugar, dice él que además de hacerse cargo, la inteligencia tiene que encargarse de la realidad, tiene que encargarse de ponerle una dirección, un color, unas expectativas, un horizonte; tiene que hacer algo con la realidad para que esa misma realidad vaya llegando a ser lo que debiera ser. Esa es la dimensión práctica. Y en tercer lugar: al ser humano no se le dio la inteligencia para aprender muchas cosas sino para cargar también con la realidad (dimensión ética). La realidad pesa, el que quiera conocer realmente lo que es la exclusión deberá hacerse cargo de la exclusión real, no de la definición de exclusión de los manuales. En cambio, el que quiera hacerse cargo de lo que es la pobreza debe estar de alguna forma en la pobreza; el que quiera encargarse de la opresión para que deje de ser opresión va a ver muy pronto que tiene que cargar con algo, con la reacción de quienes quieren que la opresión siga, y de esos hay muchos, muchísimos. Cargar con la realidad, dejarnos afectar por lo que la realidad tiene de peso. Concluyendo: ¿Cómo aportar a una cultura de la inclusión y del trabajo desde las Universidades? Desde la docencia, la investigación y la proyección social del conocimiento. En diálogo con otras instituciones, aportando a la re institución de la escuela como espacio privilegiado de inclusión y de formación. Por eso la universidad se encuentra ante el desafío de cambiar el signo de la cultura. Formando más que informando, pero fundamentalmente haciéndonos cargo, encargándonos y cargando con la realidad de la injusticia, la opresión, la exclusión. Es decir comprendiendo y enfrentando la realidad desde el aspecto teórico; operando activamente a favor de la liberación, es decir tratando de lograr que la realidad llegue a ser lo que está llamada a ser (este es el momento práctico, que tiene que ver con la clase de experiencias de aprendizaje, investigación y proyección que se favorecen), y haciéndonos responsables por la realidad, cargando con la realidad, y esto tiene que ver con una ética, una conducta. La Universidad que quiera aportar a la Inclusión social y a generar y fortalecer cultura del trabajo, para que no haya más opresión, debe unir lo que en la realidad se da divorciado: Teoría, práctica y ética. Debe ayudar a generar espacios de no opresión, de no exclusión, de “no infierno”. Lo dice mejor Italo Calvino en el diálogo entre el Gran Kan y Marco Polo buscando la ciudad ideal: …dice el gran Kan: todo es inútil si el último fondeadero no puede ser sino la ciudad infernal, donde en el fondo, en una espiral cada vez más cerrada nos sorbe la corriente. A lo que Marco Polo le responde: “El infierno de los vivos no es algo por venir: hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio4” Rafael Velasco, sj 4 CALVINO, Italo; “Las ciudades invisibles”, ed siruela, Bs. As 1994