Según los estudiosos, el máximo esplendor de la civilización maya

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EVALUACIÓN SOCIOECONÓMICA DEL PROYECTO: “DESARROLLO DE
LAS UNIDADES DE PRODUCCIÓN CAMPESINA EN EL ESTADO DE
YUCATÁN”. YAXCABÁ, YUCATÁN, MÉXICO
Introducción
Muchos estudiosos coinciden en que la civilización maya alcanzó su máximo esplendor
hacia el año 700 d.C. Con todo, su llegada a Yucatán marcó el inicio de una nueva etapa en
la historia de esa gran cultura –el Nuevo Imperio– que se extendió desde 987 hasta 1697,
casi doscientos años después de la llegada de los españoles.
Según sostienen algunos arqueólogos, alrededor del año 967 d.C. ese orgulloso pueblo de
guerreros, astrónomos y escultores se vio influido por otra de las grandes culturas del altiplano mexicano: la tolteca. Los estilos arquitectónicos de las grandes ciudades-estado levantadas en Yucatán, como Uxmal y Chichén-Itzá, son una muestra clara de esa influencia.
Sin embargo, nadie ha podido explicar de manera irrefutable qué llevó a los mayas a abandonar la tierra yucateca donde habían vivido por siglos. Lo cierto es que emprendieron un
misterioso éxodo, dejando tras de sí su arte, su ciencia y sus majestuosos centros urbanos.
El primer contacto de los españoles con Yucatán fue en 1511, cuando unos infortunados
navegantes que habían salido de Panamá rumbo a Santo Domingo, tras zozobrar al sur de
Jamaica, llegaron en un bajel sin velas a la costa oriental de la península (posiblemente a
Tulúm). A la catástrofe marítima se sumó el recibimiento hostil de los nativos: solamente
sobrevivieron Gonzalo Guerrero, quien luego se integraría con los aborígenes para el resto
de su vida, y Jerónimo de Aguilar, rescatado años después por Hernán Cortés.
Pero pasaría más de una década antes de que los españoles se asentaran definitivamente en
este territorio. Fue don Francisco de Montejo quien obtuvo de Carlos V, rey de España, la
concesión para conquistar y colonizar la península yucateca, en 1526. Al no encontrar metales preciosos, los conquistadores se dedicaron a explotar a sus conquistados en las labores
agrícolas, en la construcción de sus moradas y en otras tareas, reducidos a servidumbre.
En 1761, Jacinto Canek encabezó la primera rebelión importante de los mayas contra la
explotación colonialista en Yucatán. Pero el alzamiento fue duramente reprimido y el statu
quo se mantuvo hasta que, el 8 de septiembre de 1848, de indígenas comandados por Cecilio Chí tomaron la plaza de Yaxcabá, cabeza del municipio del mismo nombre. Por orden
del gobierno, el coronel Eulogio Rosado salió desde Mérida para sofocar a los insurrectos.
Este episodio desató una prolongada y sangrienta lucha –llamada por algunos historiadores
la guerra de las castas– que nunca tuvo una finalización formal: se fue extinguiendo con el
paso del tiempo. Lo que no se superó hasta la actualidad es el alto grado de pobreza, marginación y desnutrición que afecta a la gran mayoría de la población indígena mexicana1.
Por el contrario, esas condiciones se agudizaron con el correr de los años en todo el territorio nacional. Y Yaxcabá no ha sido la excepción. De acuerdo con la medición del
1
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) señala que una cuarta parte de los indígenas del hemisferio
norte vive en México. En el país se conocen alrededor de 60 grupos indígenas. Todos soportan severas condiciones de vida.
1
CONAPO2 (1995), ocho de cada diez comunidades integrantes del municipio yucateca
mostraban un grado de marginación muy alto, y en las dos restantes era alto.
Las familias campesinas de la región enfrentan diversos problemas vinculados con la precaria condición que padecen, como la baja producción agropecuaria, la desnutrición, la escasez de empleos, los bajos ingresos y la migración.
Con el propósito de ayudarlas a superar esa problemática, la sección de Ecología Humana
del Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados (CINVESTAV) – Unidad Mérida del
Instituto Politécnico Nacional (IPN), resolvió implementar el proyecto Desarrollo de las
Unidades de Producción Campesina en el Estado de Yucatán, que se puso en marcha en
junio de 1996, con el apoyo financiero de la Fundación W. K. Kellogg, en el marco de La
Iniciativa de Nutrición Humana impulsada por la entidad filantrópica desde 1995.
El proyecto se propuso proveer las bases para que las familias campesinas fueran capaces
de producir sus requerimientos alimenticios básicos y, de ser posible, excedentes para vender y de ese modo generar ingresos. Además, intentó promover la modernización de sus
unidades de producción, ofreciéndoles opciones para que pudieran capitalizarse.
La estrategia consistió en innovar aquellas unidades, tanto diversificadas como tradicionales, que mostraron ser viables y de producción sostenida. Las innovaciones se implementaron en los subsistemas agrícola (milpa, hortalizas y frutas), ganadero (producción de carne
de cerdo y bovinos, leche y huevo) y forestal, a través de inversión individual, asesoramiento y capacitación de los productores. El proyecto incluyó un esquema de préstamos.
En el año 2000, tras cuatro años de operación, se evaluó el impacto de las acciones encaradas a través de una encuesta, cuyos resultados se resumen en las siguientes páginas.
La muestra incluyó a 327 individuos de 65 familias beneficiarias. Algo más de la mitad
(52%) eran hombres. También eran varones casi todos los jefes de familia, con una edad
promedio de 46 años. Cada grupo familiar tenía una media de cinco miembros. El 50% eran
menores de 20 años.
El contexto
Yaxcabá, toponímico maya que para algunos significa agua transparente de color aturquesado y, para otros, lugar de tierra verde, está ubicado en el centro-sur de la península, a
poco más de 100 kilómetros al sudeste de Mérida. Es una región caracterizada por llanuras
con lomeríos bajos, ondulaciones suaves, algunas quebradas y abundantes colinas, que no
sobrepasan los 35 metros de altura sobre el nivel del mar.
El clima es cálido subhúmedo, con una temperatura media anual cercana a los 26º C. Llueve principalmente en verano (unos 1,100 milímetros al año). No hay ríos ni arroyos que lo
surquen: sólo se encuentran corrientes subterráneas que forman depósitos comúnmente conocidos como cenotes. A veces los techos de los cenotes se desploman y forman aguadas.
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Consejo Nacional de Población.
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La superficie total del municipio es de 1,079 Km² y la población, en el año 2000, era de
13,248 habitantes. En las últimas tres décadas, y a pesar de los flujos migratorios hacia los
Estados Unidos y hacia la turística ciudad de Cancún, creció un 60%.
Yaxcabá está enclavado en plena zona milpera del Estado. El cultivo principal es el maíz,
asociado con otras plantas anuales. Sin embargo, en la zona donde se desarrolló el proyecto
las tierras son escasas y pedregosas, de manera que para sembrar las familias tienen que
buscar el suelo acumulado por años entre los resquicios de las piedras calizas.
Los sectores económicos que más población ocupan en Yucatán son la industria manufacturera (18.1%), la agricultura, la ganadería, el aprovechamiento forestal, la pesca y la caza
(juntos dan trabajo al 17.5%), el comercio (16.7%) y otros servicios, excepto el gobierno
(10.4%)3. En el momento de la encuesta el 92% de la población de Yaxcabá tenía ingresos
menores a dos salarios mínimos.
Las instituciones públicas del sector salud que atienden a los pobladores del municipio son,
principalmente, el Instituto Mexicano de Seguridad Social (a través del programa IMSS–
Solidaridad), los Servicios de Salud de Yucatán (SSY) y el DIF4.
Las familias beneficiarias
La tasa de analfabetismo del Estado (14.8%) supera en cuatro puntos y medio el promedio
nacional (10.3%). Yaxcabá cuenta con un número significativo de escuelas (preescolar,
primaria, secundaria y bachillerato). Sin embargo, gran parte de ellas fueron establecidas
recientemente, de manera que su incidencia en el grado de escolaridad y en el alfabetismo
de las personas de mayor edad es nula.
Uno de cada diez jefes de familia entrevistados no sabía leer ni escribir. Casi el 9% de la
población de 18 años o más no había asistido a la escuela. Entre los que sí habían cursado
estudios, el promedio de escolaridad era algo superior a cinco años. Alrededor del 72%
recibió sólo enseñanza primaria y apenas el 9% había accedido a la secundaria.
La etnia indígena predominante en Yucatán es la maya. Este grupo comparte un idioma, un
universo simbólico, una visión del mundo y formas de organización específicas. En la
muestra, el 92% de los jefes de familia y el 66% de los hijos hablaban español y maya. Pero
esos rasgos culturales distintivos se han ido desdibujando a través del tiempo, consecuencia
de la migración hacia los centros urbanos como la ciudad de Mérida.
Esto se refleja con claridad en la adulteración del idioma maya (que se ha mezclado crecientemente con el español) y también en el abandono de la ropa típica, las prácticas religiosas y el culto a seres sobrenaturales asociados con la agricultura. En la actualidad, los
indígenas ya no conocen el ciclo de los astros y su relación con la milpa, ni tampoco las
formas de gobierno y de organización tradicionales de su pueblo.
La mayor parte de las familias entrevistadas se dedicaba principalmente a la agricultura
(86%). La albañilería, en tanto, era la actividad secundaria o temporal más importante de
3
4
Fuente: INEGI (www.inegi.gob.mx/estadistica/espanol/estados/yuc/sociodem/caraceco/car_05.html)
Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia.
3
los jefes de familia. Las actividades agropecuarias se desarrollan dentro de la localidad,
mientras que los albañiles tienen que desplazarse hacia otros municipios (Ciudad de Mérida) y los comerciantes y empleados hacia otros Estados, como Quintana Roo (Cancún).
Aunque siete de cada diez hijos e hijas eran estudiantes o menores de edad, los restantes se
desempeñaban en actividades agrícolas (6%), como empleadas domésticas (3%), como
amas de casa (4%) o como albañiles (3%) y de ese modo contribuían al ingreso familiar.
Casi todas las cónyuges eran sólo amas de casa pero, del total de mujeres mayores de 15
años, casi un 26% había aportado ingresos económicos a la familia durante el año 2000.
Las líneas de trabajo que habían convocado a más participantes eran las de mejoramiento
de la milpa (58%), ahorro y crédito (52%) y mejoramiento de la producción del traspatio
(31%). Quienes habían tenido una participación más activa eran los jefes de familia. Se
habían involucrado en todos los programas, excepto en los de banco comunitario y nutrición, introducidos en los años 1998 y 2000, respectivamente. Las que más habían participado en éstos eran las cónyuges. Los hijos e hijas tenían una participación apenas marginal
(los varones, en el programa de milpa, y las mujeres, en el de ahorro y crédito).
La producción de alimentos
Prácticamente todas las familias disponían de un área de traspatio para producir especies
vegetales o animales, con una superficie promedio de aproximadamente 1,000 m².
El 85% de las familias cultivaba al menos una especie de frutales, en particular naranja
agria (conocida en la región como china), limón, naranja dulce y mandarina. Se destinaban
básicamente al autoconsumo y, en menor medida, a la venta o a regalos.
En cambio, sólo dos de cada diez producían hortalizas tales cilantro (75%), rábano (75%),
chile (33%) y lechuga (33%). También se destinaban principalmente al autoconsumo, aunque la producción era insuficiente para satisfacer las necesidades alimenticias propias, ya
que el rendimiento promedio obtenido cubría la demanda por sólo 2.75 meses al año.
Apenas un 5% tenía cultivos anuales en su traspatio. Los principales eran maíz, frijol y calabaza, con rendimientos de 155 kg, 60 kg y 2 kg promedio por familia, que se destinaban
básicamente al consumo hogareño. En el caso del frijol, el 33% de la producción se comercializaba. El cultivo de plantas medicinales no tenía relevancia.
El proyecto asesoró al 20% de las familias, les dio apoyos materiales como semillas y plántulas, las instruyó sobre la instalación de bombas y pozos, y les otorgó créditos para sistemas de riego y ayuda para adquirir insumos y comercializar sus productos. Del total de participantes en esta línea de acción –jefes de familia, en su mayoría– el 54% había recibido
cursos de capacitación en temas como establecimiento de huertos familiares, construcción y
uso de bombas de mecate, agricultura orgánica, control de plagas y enfermedades de los
cultivos, uso y aplicación de sistemas de riego, agrosilvicultura y fruticultura.
En el año 2000, el 87% de los participantes en el proyecto tenía al menos una especie pecuaria en su traspatio, especialmente aves (gallinas, guajolotes o pavos, patos y gansos) y
porcinos. El 12% estaba criando alguna de las promovidas por el proyecto –entre ellas bovinos y aves– y había recibido cursos de capacitación en: manejo de especies ganaderas
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menores, prevención y control de enfermedades de los animales, y manejo y mejoramiento
reproductivo del ganado. A estos cursos habían asistido sobre todo las cónyuges.
Si bien el 43% de los participantes en estas actividades declaró no haber obtenido ningún
beneficio adicional como resultado su participación, el resto destacó que disponía de más
alimentos y que también generaba algunos ingresos por la venta de excedentes.
La producción agrícola
En Yucatán, la producción agropecuaria está tendiendo crecientemente hacia la ganadería
tropical extensiva. El pasto llega a ocupar entre el 60 y el 70% de la superficie total sembrada. Sin embargo, entre los beneficiarios del proyecto sólo se registró un caso de producción de bovinos mediante ese sistema, y tenía tres cabezas de ganado.
El segundo cultivo en importancia es el maíz, con un 20% de la superficie sembrada. Se lo
cultiva asociado con frijol y calabaza, alimentos básicos en la alimentación para la cuarta
parte de la población del Estado.
Las unidades de producción campesina de Yaxcabá se caracterizan por ser pequeñas y estar
dispersas en varias fracciones de tierra. El 92% de las familias entrevistadas practicaba la
agricultura en una superficie media de 3.5 ha, distribuidas en dos parcelas en promedio por
familia, aunque hubo productores que contaban con una y otros hasta con cinco parcelas.
El 37% de los agricultores trabajaba el sistema milpa con roza-tumba-quema. Cultivaban
principalmente maíz, en asociación con frijol, ibes, calabaza, tomate, jícama, camote y macal. Más de la mitad también producía frutales: en el rendimiento sobresalían los cultivos
de limón y naranja. En todos los casos una parte de la producción se reservaba para el consumo familiar, con excepción de la mandarina, que se destinaba totalmente a la venta.
Además, algunos contaban con montes de especies arbóreas, de las que obtenían leña para
combustible y madera para la construcción.
La milpa es el sistema de producción más importante para las familias, tanto como fuente
de alimentos para el autoconsumo como para la compra-venta por medio del trueque.
Promover la milpa sin quema fue uno de los objetivos fundamentales del proyecto. Sin embargo, de los 59 productores que tenían cultivos de maíz, únicamente el 61% había participado en esa línea de trabajo. Con todo, el programa tuvo un impacto favorable, en opinión
del técnico responsable. El primer año se inició con 50 ha y en el cuarto año se llegó a
18,000 ha de milpa sin quema. Las familias participantes en el programa habían obtenido
un rendimiento medio de una tonelada por hectárea; las que no se integraron habían obtenido un 20% menos. La producción, destinada en su mayor parte al autoconsumo y a la alimentación de los animales, abastecía a las familias por 8.6 meses, en promedio.
El proyecto también promovió la producción diversificada, tanto en la milpa como a nivel
de toda la unidad familiar, aprovechando mejores materiales y genotipos de la región. Por
otro lado, además de buscar un impacto económico y social positivo, enfatizó la importancia de proteger los recursos naturales con el fomento de la agricultura orgánica, los cultivos
de cobertera y la elaboración y el uso de compostas, entre otras técnicas.
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Yucatán es el principal productor de miel en el país5 y Yaxcabá se encuentra entre los 23
municipios con mayor volumen de producción en el Estado. En el caso de las familias participantes en el proyecto, el 28% complementaba sus ingresos con la apicultura. Producían
una media de 1,012.2 litros de miel al año, cuyo valor era de $6,188.61 (U$S 672.68)6 La
mayor parte se destinaba a la venta, así como la cera obtenida (9.61 litros en promedio).
El proyecto también ofreció cursos y asistencia técnica en materia apícola. Nueve de cada
diez participantes mencionaron que habían mejorado su producción y habían logrado un
mayor acceso a los mercados gracias a las enseñanzas recibidas.
Entre los productores rurales el acceso a los servicios bancarios es limitado. Por ello recurren a la formación de pequeños de ahorro y crédito, a fin de contar con financiamiento. El
banco comunitario de Yaxcabá comenzó a formarse en febrero de 1998. En el 2000 estaba
integrado por 128 ahorradores organizados en 8 grupos. El monto total ahorrado hasta es
momento era de $31,414.00 (U$S 3,460.00), pero había suspendido la línea de créditos
debido a la alta mora en los pagos.
Algunas familias dijeron que había un manejo poco claro de los fondos y escasa información sobre el funcionamiento del ahorro, pero la mayoría (94%) reconoció la importancia
de contar con un sistema como éste y manifestó que deseaba seguir participando, ya que le
permitía cubrir emergencias (64%), capitalizarse (35%) y seguir ahorrando (31%).
Los ingresos de las familias
En el año 2000 las familias habían obtenido un ingreso neto anual de $10,892.78 (U$S
1,184.00) en promedio, considerando en los costos todos los recursos –propios y comprados– del productor. Considerando sólo los recursos comprados, el ingreso neto anual promediaba $18,730.72 (U$S 2,036.95). En el primer caso estaban por debajo y en el segundo
superaban la cifra de U$S 927.00 establecida por la FAO como línea de pobreza. La mayor
parte de la renta familiar provenía, en ambos casos, de las actividades extra-finca
El consumo de alimentos de alto valor nutritivo era restringido. Más de la mitad de las familias sólo comía carne –de pollo o de puerco– con una frecuencia menor a una vez por
semana. El pescado se consumía poco, debido a que estas comunidades están lejos del mar.
Existía un alto consumo de frutas pero no así de hortalizas: sólo el 20% las comía diario o
cada tres días. El 50% incluía la leche en polvo en su dieta diaria o cada tercer día y algunas
familias, yogur y queso durante la semana. El maíz (en forma de tortillas), el frijol y el trigo
(como pan) eran los alimentos consumidos con mayor regularidad.
Algunas familias comían, aunque no muy frecuentemente, platillos elaborados con chaya,
cuyo contenido de vitaminas y minerales es alto. El consumo de soya era bajo. Las familias
producían en sus fincas el 80% del maíz (tortillas) y el 48% de las frutas que consumían,
pero el 88% se veía en la necesidad de comprar las hortalizas y la carne de puerco.
55
Fuente: SAGARPA (Secretaria de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación). Sistema Nacional de Información Agropecuaria. México, 2000.
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El tipo de cambio vigente en el momento de la encuesta fue de 9.20 pesos mexicanos por dólar.
6
El promedio mensual de recursos destinado a adquirir estos alimentos fue de $731.69 (U$S
79.53). Sin considerar como costos en las actividades económicas los recursos propios, este
gasto equivale al 47% de los ingresos. En cambio, si se consideran los recursos propios, los
ingresos eran insuficientes para cubrirlo, con un faltante de $3,507.00 (U$S 386.25).
Si bien el 57% de los jefes de familia manifestó tener una alimentación adecuada en cantidad y calidad, el 38% dijo que era deficiente y otro 5% opinó que era muy deficiente, debido a la falta de recursos económicos y a la falta de información sobre nutrición. De todas
maneras, al compararla con la que tenían hace 5 años, el 38% consideró que se alimentaba
mejor por el progreso económico logrado tanto a nivel familiar como comunitario, porque
aprovechaban más los alimentos de la región y por la ayuda de los hijos que ya trabajaban.
Las enfermedades más comunes, sobre todo entre los niños de hasta cuatro años, eran las
respiratorias y las gastrointestinales, debidas a las malas condiciones de las viviendas, la
falta de higiene y la alimentación deficiente. El proyecto ofreció cursos sobre higiene personal, primeros auxilios y salud reproductiva al 15% de las familias. Muchos participantes
consideraron que la salud de sus familias había mejorado gracias a lo aprendido.
Pero gran parte de los beneficiarios vive en condiciones de hacinamiento: el 45% de las
familias encuestadas reportó un promedio de más 5 personas en una sola habitación.
En cuanto a los servicios, el 97% contaba con energía eléctrica y el 95% con agua potable,
pero un poco más de la mitad (el 54%) no tenía baño ni letrina.
La percepción de las familias beneficiarias acerca del proyecto fue positiva, en términos
generales. Según dijeron, les había dado la oportunidad de producir y de mejorar sus propios alimentos, además de ayudarles a obtener ingresos adicionales por la venta de algunos
excedentes y permitirles acceder a préstamos. Muchos entrevistados opinaron que sería
conveniente extender sus beneficios a más familias y comunidades, así como alargar su
período de operación y, por último, dar continuidad al funcionamiento del banco comunitario. Ocho de cada diez participantes manifestaron que deseaban seguir participando.
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