: autores argentinos de microrrelatos En tiempos de Twitter y otras formas breves del reino digital, varios escritores argentinos mantienen viva una tradición que antecede la prescripción de decirlo todo en ciento cuarenta caracteres. A los ya clásicos cultores del género de las microficciones, como Raúl Brasca, Luisa Valenzuela y Ana María Shua, se sumaron en años recientes nuevas voces. Giselle Aronson, Fabián Vique, Norah Scarpa, Patricia Nasello, Leonardo Dolengiewic, entre muchos otros, han profundizado una forma narrativa tan potente como popular. Una novedad la aportó en estas semanas el sello Interzona, que publicó Seré breve (cien cuentos escuetos), firmados por el narrador y traductor Ariel Magnus (Buenos Aires, 1975). En el volumen, el autor de Un chino en bicicleta y Sandra reúne cuentos escritos con cien palabras y otros textos escritos con cien letras. Estos últimos se asemejan más a chistes, paradojas y dilemas cómicos: "Un día pensaba una cosa y al otro día, otra. Por ejemplo, los martes pensaba hoy es martes, pero los miércoles, hoy es miércoles". O: "Ya no escribía, pero aparecía en todas partes: presentaciones, ferias, diarios, la tele. Lo suyo ahora era el arte figurativo". "En el arte de escribir microrrelatos hay una técnica y un misterio -dice Ana María Shua, autora de La sueñera y Botánica del caos, obras maestras del género-. El misterio es una cuestión de minería: cómo seguir la veta hasta encontrar la idea, esa piedra en bruto que quizás sea una gema y quizás no. La técnica es la de los talladores de diamantes: pulir y limar hasta convertir la piedra en un diamante perfecto. Si tiene la más mínima imperfección, hay que descartarlo de inmediato, ponerse la lámpara de minero y salir otra vez a recorrer socavones." Shua ha publicado también Fenómenos de circo, donde altera las convenciones del arte del microrrelato mediante una articulación y coherencia interna de los textos breves para dar lugar a una obra mayor. Giselle Aronson es, como Shua, autora de microrrelatos y también de novelas. "Escribir microrrelatos, para mí, es jugar con el lenguaje, relajarme. Es lo que sale espontáneamente cuando me dispongo a escribir. Para el cuento, para la novela, hago un trabajo más pormenorizado, con otra dedicación, otra elaboración. Esto no significa que el microrrelato sea fácil o simple", dice. Escribir un microrrelato implica condensar sentidos, concentrar tramas y calcular un efecto intenso con pocos recursos. "Es la vehemencia de la precisión, el golpe certero, la estocada directa -señala la autora de Dos-. La escritura del microrrelato se completa en la lectura, en el trabajo que hace el lector al reponer el sentido final. En la microficción valen de igual modo lo dicho y lo elidido." Para Aronson, el microrrelato "es un ménage à trois conformado por la mano de quien escribe, el ojo de quien lee y lo que queda en el anverso de las palabras". Microrrelatos de siete autores argentinos Eugenio Mandrini, Prueba de vuelo Si evaporada el agua el nadador todavía se sostiene, no cabe duda: es un ángel. Ana María Shua, El disfraz En el circo, disfrazado de payaso, su torpeza pasa desapercibida. El maquillaje blanco encubre su blancura. Sus compañeros de trabajo se quejan a veces de que huele mal, pero el director de circo lo defiende, porque hace reír como ninguno, se contenta con poco, y casi nadie se da cuenta de que está muerto. Ariel Magnus, Instrucciones para deponer un imperio Retiraron las tropas estacionadas en el mundo y devolvieron la soberanía a los países invadidos, desarticularon sus redes de espionaje y clausuraron sus prisiones clandestinas, condonaron las deudas a los países pobres y cerraron los organismos de crédito. Así fue como su moneda perdió valor y sus políticas perdieron trascendencia, limitándose a los asuntos internos. Largamente se especuló sobre por qué habían renunciado a su liderazgo sin mediar una guerra. Algunos aseguran que fue por filantropía. Los más creen que fue por agotamiento, como un Dios que tras haber deshecho todo, se retira a descansar. Giselle Aronson, Smartphone Mi celular cuenta con un sistema predictivo de escritura: cuando presiono los botones, busca en un diccionario los términos posibles. Aunque sea una simple tecnología, sospecho que algo más ocurre. Si yo tecleo "ansiedad", el aparato escribe "sequedad". Si ingreso "boca", predice "viva". Si intento con "piel", refiere "pido"; escribo "horas", el teléfono interpreta "gotas". "Palabras" se convierte en "parajes", "silencio" se vuelve "dolencia". Pero hay algo más extraño: si escribo "cerca", aparece tu nombre. Raúl Brasca, Felinos Algo sucede entre el gato y yo. Estaba mirándolo desde mi sillón cuando se puso tenso, irguió las orejas y clavó la vista en un punto muy preciso del ligustro. Yo me concentré en él tanto como él en lo que miraba. De pronto sentí su instinto, un torbellino que me arrasó. Saltamos los dos a la vez. Ahora ha vuelto al mismo lugar de antes, se ha relajado y me echa una mirada lenta como para controlar que todo está bien. Ovillado en mi sillón, aguardo expectante su veredicto. Tengo la boca llena de plumas. Ildiko Valeria Nasrr, Pensamientos Los pensamientos estaban prohibidos para las mujeres entonces. Por eso cuando el hombre se acercó y sospechó algo, ellas se callaron. Eran concubinas esperando a su caballero. Llegó con la impuntualidad de los que mandan. Las mujeres aprovecharon el tiempo juntas, para instalar una nueva forma de gobierno. Someterían a los hombres y les prohibirían pensar. Eduardo Gothleff, Mentira histórica En batalla singular, un ejército gigantesco fue vencido por el valor de un solo iluminado. Su resentido biógrafo, mutilado de guerra él mismo, en lugar de mencionar gigantes, consignó molinos