1 EL SABIO Y EL NECIO (Prov. 8:32 – 9:18) INTRODUCCIÓN

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EL SABIO Y EL NECIO
(Prov. 8:32 – 9:18)
INTRODUCCIÓN.Aunque el título de esta predicación pudiera resultar algo provocativo, a lo largo del mensaje
trataremos de descubrir quién es el sabio, quién es el necio, cómo es cada uno de ellos y como
encaminarnos hacia la sabiduría.
Todo el capítulo 8 de Proverbios habla de la sabiduría personificada, y en los vs. 32-36 se nos hace un
llamamiento a buscarla; se nos explica el buen resultado que tiene ese camino de búsqueda y el mal
fin que tiene el desprecio o el rechazo de la misma.
Varias expresiones muestran cómo la sabiduría nos insta a buscarla. “Y ahora hijos míos
escuchadme” (v. 32) “Atended a mi instrucción…” “no la descuidéis” (v. 33) La sabiduría está ahí y
hace un llamamiento a nuestra responsabilidad de “estad atentos cada día, esperando a la entrada
de mi casa” (v. 34)
Así mismo enfatiza la dicha que supone hallar la sabiduría: “Dichosos los que van por mis caminos” (v.
32) “Dichosos los que me escuchan” (v. 34) “Quien me encuentra halla la vida y recibe el favor del
SEÑOR” (v. 35). Como dijimos el día anterior esta dicha que es la vida y el favor de Dios es el Shalom
de Dios, que implica amplias connotaciones de paz y estar bien verdaderamente. No se trata de una
simple prosperidad económica sino de verdadera paz, justicia, integridad, y bien estar.
Lo opuesto a la búsqueda de la sabiduría es el menosprecio o rechazo de ella. De estos se dice que
“Quien me rechaza, se perjudica a sí mismo; quien me aborrece, ama la muerte” (v. 36) Algo que
deberíamos tener presente.
Y el capítulo 9 presenta con gran simetría dos imágenes opuestas: Los primeros 6 versículos (1-6)
muestran a la sabiduría, como una mujer que prepara su casa y estupendos manjares, y manda a sus
doncellas a invitar al banquete a los simples e inexpertos para disfrutar de todo lo que supone la
sabiduría (leedlo). Los últimos 6 versículos (13-18) nos representa también una mujer, pero esta es
necia, y también llama a los inexpertos o faltos de juicio a comer y a beber pero en este caso ofrece
“Las aguas robadas –que dice que– saben a gloria” “Y el pan –dice– que sabe a miel si se come a
escondidas”. (v. 17) (leed 13-18)
Ambas, la sabiduría y la necedad, ofrecen un cierto banquete a los simples o inexpertos con un texto
prácticamente idéntico: “Venid conmigo los inexpertos –dice a los faltos de juicio–“. (v. 4,16) Los
versículos intermedios (7-12) muestran unas pinceladas del carácter que producen cada uno de estos
dos banquetes opuestos: el necio con su mente cerrada, y el sabio siempre dispuesto a aprender.
El día anterior hablamos del sabio, hoy nos centraremos más en el necio.
I.- ¿CÓMO ES EL NECIO?
Hay tres escalones de la necedad en el libro de proverbios. El que generalmente se traduce como
‘simple o inexperto’, que es el primer escalón, con el cual todavía hay esperanzas. En segundo lugar,
y por tanto el segundo escalón, el término que más se repite, y aunque el hebreo utiliza tres palabras
distintas son intercambiables y vienen a significar lo mismo y se traduce como ‘necio’. Y en tercer
lugar, y por tanto el escalón superior de los necios es una palabra que se traduce como ‘burlón,
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insolente o escarnecedor’ según las versiones; este último necio tiene una actitud más deliberada y
consciente que los otros cuando hace el mal; de éste hay poca esperanza, aunque siempre queda
alguna.
Si no se reacciona, si no se produce un cambio interno de dirección, se irán subiendo estos tres
escalones. Es decir, el simple heredará necedad y el necio terminará siendo un burlador. “Herencia
de los simples (o inexpertos) es la necedad” (Prov. 14:18) Es como el hormigón en su proceso de
endurecido, recién hecho se le puede dar la forma buena queramos, pero según va pasando el
tiempo se va endureciendo y cada vez cambiarlo es más difícil. Según vamos subiendo los escalones
la esperanza de cambio es más pequeña porque “Aunque al necio lo muelas y lo remuelas, y lo
machaques como al grano, no le quitarás la necedad” (Prov. 27:22)
Antes de proseguir es necesario e importante aclarar lo que la Biblia califica como una persona
necia. No se refiere a que tenga poca capacidad mental, sino a quienes tienen una equivocada
actitud mental; es decir, un menosprecio de la sabiduría y de la corrección. Tiene desprecio hacia la
verdad y disciplina divinas. “El temor del SEÑOR es el principio del conocimiento; los necios desprecian
la sabiduría y la disciplina”. (Prov. 1:7) No se trata sólo de una falta de conocimiento, es que está
fatalmente descarriado. Así que debe hacer una elección moral y espiritual, no sólo un esfuerzo
mental. Debe decidir si acudirá al llamado del banquete de la sabiduría (Prov. 9:1-6) o al que le hace
la necedad (Prov. 9:13-18). Por tanto se trata de un cambio interno de dirección.
El necio no se plantea una búsqueda paciente de la sabiduría; no tiene la concentración necesaria
para ello. “El necio divaga contemplando vagos horizontes” (Prov. 17:24) Pero en cambio se imagina
que podrá ser sabio fácilmente, con algún golpe de suerte y no se da cuenta que es un problema de
su corazón que tiene que cambiar “¿De que le sirve al necio poseer dinero? ¿Podrá adquirir sabiduría
si le falta entendimiento (lit. corazón)? (Prov. 17:16)
Como hemos dicho la raíz del problema es espiritual, no es falta de capacidad mental. El asunto es
que le agrada su propia necedad. No tiene en su corazón reverencia por la verdad y prefiere vivir de
ilusiones. “La sabiduría del prudente es discernir sus propios caminos, pero al necio lo engaña su
propia necedad” (Prov. 14:8) El sabio, lo que busca fundamentalmente no es saber muchas cosas,
sino discernir su camino (su forma de vivir). En cambio el necio tiene deshonestidad mental: no se
trata meramente de que falte a la verdad, sino que la elude. Por tanto se engaña a sí mismo.
Como estamos viendo, están claras las características tanto del sabio como del necio. La reverencia
interna a Dios es el principio que nos irá conduciendo a la sabiduría, mientras que el menosprecio de
la sabiduría y de la corrección nos irá hundiendo en la necedad.
Pero ¿quiénes son realmente los necios?
II.- ¿QUIÉNES SON LOS NECIOS?
Como hemos visto en el capítulo 9 de Proverbios, tanto la sabiduría como la necedad invitan al
simple o inexperto a su banquete. Porque realmente todos nacemos simples e inexpertos. La Caída
nos coloca a todos, de salida, en ese primer escalón de la necedad. La cuestión es si seguiremos
subiendo escalones o por el contrario acudiremos al otro banquete, el de la sabiduría. Pero nos
engañamos si pensamos que podemos quedar neutrales, puesto que ya nacemos en el primer
escalón de la necedad, y si no acudimos al banquete de la sabiduría seguiremos subiendo los
escalones de la necedad.
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Y este llamamiento que hace la sabiduría a todos nosotros, que somos los necios, a “Venid, disfrutar
de mi pan y bebed del vino que he mezclado” de los primeros 6 versículos de Prov. 9 nos recuerda
mucho otras invitaciones similares del Señor a lo largo de muchos sitios de la Biblia, citaré un par de
ellas: Isaías 55:1-3 (leedlo), y en Apocalipsis, al final de todo, dicho ahora por el Espíritu y la novia aún
suena este llamamiento Apoc.22:17 (leedlo).
Pero sobre todo vemos a Jesús vez tras vez invitando a venir a Él. Frases como, “Yo soy el pan de
vida, el que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed” (Jn.
6: 35). Cristo es la verdadera y única sabiduría, el único verdaderamente sabio. Pero no se trata
solamente, que al ver su vida y su enseñanza alucinamos, aunque ciertamente sólo Él es el único
sabio; se trata de que al acudir a su invitación, a su banquete, somos unidos a Él, estamos en esa casa
espléndida que la sabiduría dice que ha preparado, (Prov. 9:1) estamos en Él, estamos en Cristo
como diría Pablo en tan repetidas ocasiones. Lo grandioso es que el único sabio se convierte en
nuestra sabiduría: “Pero gracias a Él vosotros estáis unidos a Cristo Jesús, a quien Dios ha hecho
nuestra sabiduría –es decir, nuestra justificación, santificación y redención–“. (1ª Cor. 1:30)
Nosotros no podemos ser justos pero Dios nos regala este ser de justicia perfecta como nuestra
justicia. Nosotros no podemos ser santos, o sea, exclusivamente separados para Dios, pero Él nos
viste con su absoluta perfección. Nosotros no podemos liberarnos de lo necios que somos, pero con
su muerte, resurrección y mediante su Espíritu nos libera del poder del pecado que mora en
nosotros, nos redime. Así que “Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe en el Señor” (v. 31)
Esto es el centro de la Historia; el hecho de relevancia incomparable.
Pero nosotros ¿Cómo cambiamos? ¿Cómo podemos ir siendo transformados desde nuestra natural
necedad a la sabiduría y gloria del Señor Jesucristo?
III.- ¿CÓMO CAMBIAMOS?
“Pero cada vez que alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado. Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y
donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto
reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y
más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu”. (2ª Cor. 3:16-18)
Pablo nos dice que si no estamos vueltos hacia el Señor hay un velo sobre la mente que impide que
reflejemos la gloria de Dios. Ese velo podrá tomar la forma de gente muy religiosa –como era el caso
de los judíos–, o de personas que deciden ellos mismos, al margen de Dios, como vivir o que creer;
en cualquier caso el velo permanece. “El velo no les ha sido quitado, porque sólo se quita en Cristo”
(v. 14b)
Así que para cambiar necesitamos:
1. Tomar conciencia de que no estamos viviendo vueltos hacia el Señor Jesucristo, sino que
buscamos en otras cosas hallar nuestra felicidad y nuestra identidad (en una profesión, en
acumular conocimientos, en lo económico, en el éxito, en el reconocimiento y amor de otros,
en la familia, etc.) En lugar de mirar y esperar del Señor estamos mirando y esperando de
algunas de estas cosas. Tomar conciencia de que estamos mirando y esperando de estas
cosas en alguna medida, es imprescindible para el cambio. Esto es el arrepentimiento, y algo
necesario para producir cambios en nuestra vida de la necedad a la sabiduría.
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2. Volvernos al Señor. Es decir, reconocerle como la sabiduría que Dios ha provisto para
nosotros, que nos justifica, santifica y libera, como vimos en 1ª Cor. 1:30. Poner en Él, y solo
en Él, nuestra esperanza de gloria. Estar satisfechos en lo que Él es para nosotros. No temer
nuestra flaqueza porque es en ella que se nos permitirá ver su poder.
Así, mirando al Señor, sin eludir la verdad de lo que somos que es lo que hacen los necios, iremos
reflejando su gloria en nosotros de más a más, es decir, se irán produciendo profundas
transformaciones en nuestro interior, que no son propias de nosotros sino realizadas por su Espíritu.
Así cambiamos, así poco a poco se producen los cambios profundos en nuestro interior que, irán
saliendo hacia fuera, e iremos pasando de nuestra natural necedad a su amorosa sabiduría.
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