La psicopatología de los delincuentes en sus relaciones con la

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José Ingenieros
La pscicopatología de los delincuentes en
sus relaciones con la simulación de la
locura
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José Ingenieros
La pscicopatología de los delincuentes en
sus relaciones con la simulación de la
locura
I. La interpretación científica del delito y del delincuente. - II. Las anomalías psicológicas
en los delincuentes. - III. Predisposición a las formas clínicas de alienación: locura en las
cárceles. - IV. Psicopatología de los delincuentes con relación a la simulación de la locura.
- V. La simulación se produce a pesar de las anormalidades del simulador. - VI. La aptitud
para la simulación está en razón inversa de la degeneracion psíquica del delincuente. VII. Conclusiones.
I. La interpretación científica del delito y del delincuente
Una difícil cuestión de psicopatología analizaremos en este capítulo: existiendo diversas
categorías de delincuentes, ¿cuáles de ellas, en qué proporciones y formas predisponen o
alejan de la simulación de la locura? En otros términos, ¿en cuáles delincuentes es más
común la simulación? Para ser lógicos comenzaremos fijando algunas ideas fundamentales
relativas al delincuente y al delito.
La escuela clásica de Derecho Penal, dominante en la legislación contemporánea, considera
el delito como un hecho jurídico; no atribuye importancia a las condiciones orgánicas y
mesológicas que lo determinan. El delito aparece como entidad abstracta susceptible de
castigarse como expresión de la maldad intencional del delincuente, proporcionándose la
pena a la gravedad de los efectos del delito y a la apreciación de las intenciones del
delincuente. En una palabra: para la escuela penal clásica existen categorías iguales de
delitos, y delincuentes dotados de libre albedrío y de responsabilidad. Nada significan,
jurídicamente, para ella, la diversidad de las condiciones del medio en que se comete el
delito, ni la particular constitución fisiopsíquica de cada delincuente.
Si alguna vez intenta determinar los caracteres fisiopsíquicos del individuo, lo hace de
manera parcial e incompleta, partiendo de principios tan absurdamente peligrosos, que
convierten en causas de relativa impunidad los motivos que impondrían una más severa
defensa social (delincuentes locos, impulsivos, alcoholistas consuetudinarios, etcétera).
Tal criterio resulta ilógico en una época en que todas las ciencias son regeneradas por las
nociones fundamentales del evolucionismo y del determinismo, cuya discusión es
concebible en filosofía, pero es absolutamente ridícula en las ciencias. Y si el derecho penal
aspira a ser una ciencia, sus viejas doctrinas especulativas deben evolucionar hacia nuevos
criterios, cimentados en la observación y la experiencia.
Éstas enseñaron que las condiciones del medio físico o cósmico influyen de manera
indudable en la determinación del fenómeno delictuoso; que las del medio social impulsan,
en muchos casos, al hombre hacia el delito; que no existen dos individuos de igual
constitución fisiopsíquica, y que por esas desigualdades la acción de causas análogas se
traduce en reacciones distintas en diversos individuos, con independencia absoluta del libre
albedrío. Un sujeto no puede dejar de reaccionar en sentido delictuoso, mientras otro en
iguales circunstancias se ve forzado a mantenerse honesto.
Así el derecho penal ascendió a una vida más intensa y fecunda, más verdadera. Ya en
medicina se había conquistado la noción fundamental de que no hay enfermedades, sino
enfermos; en criminología pudo afirmarse que no hay delitos, sino delincuentes. Y así
como el médico no tiene panaceas infalibles para cada enfermedad y adapta sus medios
terapéuticos a cada uno de sus enfermos, según su temperamento y las circunstancias, el
criminólogo cree que en cada caso debe hacer un estudio especial y no aplicar una fórmula
apriorista del código.
Los factores convergentes a la determinación del hecho delictuoso han sido divididos en
dos grandes grupos:
1º Factores endógenos , biológicos, propios de la constitución fisiopsíquica de los
delincuentes. 2º Factores exógenos , mesológicos, propios del medio en que actúan. Los
primeros se manifiestan bajo forma de modalidades especiales de la conformación
morfológica y de funcionamiento psíquico de los delincuentes; los segundos pertenecen al
ambiente físico o al ambiente social.
El estudio de los factores biológicos constituye la antropología criminal . Comprende dos
partes, vinculadas entre sí y recíprocamente subordinadas: la morfología criminal, que
estudia los caracteres morfológicos de los delincuentes, y la psicopatología criminal, que
estudia las anormalidades psíquicas de los delincuentes.
Los factores externos o exógenos constituyen la mesología criminal. Comprende, a su vez,
dos partes: la sociología criminal, que estudia los factores sociales del delito y la
meteorología criminal, que estudia los factores meteorológicos, llamados también físicos,
naturales o telúricos.
Ninguno de esos grupos de factores basta, por sí solo, para explicar la etiología del delito.
Su coexistencia es necesaria. Los partidarios de la escuela sociológica han sostenido que sin
la acción del medio no bastan las condiciones fisiopsíquicas; los de la antropológica han
demostrado que el medio, por sí solo, no crea delincuentes. Ambos han estado en lo cierto;
los dos son indispensables. Pero lejos de pensar que se excluyan recíprocamente, debieron
reconocer que ninguno de ellos por sí solo basta para explicar la etiología criminal.
Laccassagne trajo a la discusión una analogía; el delincuente, como el microbio, es un
elemento sin importancia si no encuentra un medio de cultura favorable, el ambiente social;
pero, con toda razón, pudo Ferri observar que ningún caldo de cultura es capaz de
engendrar microbios por generación espontánea.
El delincuente más anormal, más tarado, física y psíquicamente, necesita encontrar en el
medio circunstancias propicias para exteriorizar sus tendencias. De igual manera, las
condiciones del ambiente, aun siendo pésimas, necesitan actuar sobre un temperamento
predispuesto para determinar el delito.
En la combinación cuantitativa de esos factores puede observarse una gama completa. En
un extremo se tendrá la combinación de un máximo de factores endógenos, fisiopsíquicos,
con un mínimo de exógenos, sociales. En otro extremo: endógenos mínimos y exógenos
máximos. Allá tenemos al sujeto orgánicamente predispuesto al delito, el loco moral o
delincuente nato, el delincuente loco, el impulsivo sin inhibición; aquí tenemos al
delincuente ocasional, el hambriento, el ebrio, el emocionado.
Cupo a la escuela italiana, capitaneada por Lombroso, el mérito de evidenciar la existencia
de anomalías orgánicas de los delincuentes, señalando su influencia en la etiología del
delito. Mas, como ocurre en todas las nuevas doctrinas científicas, las primeras
observaciones encaminadas a demostrar esa tesis fueron deficientes y, sobre todo,
unilaterales. Los primeros trabajos iniciados por Lombroso, Marro y Virgilio, encararon el
estudio de los delincuentes desde el punto de vista de sus anomalías morfológicas; con esas
características se difundieron los ruidosos descubrimientos que esparcieron por el mundo la
fama del psiquiatra de Turín. Durante muchos años -cuando ya los antropologistas italianos
habían ampliado y corregido ese criterio primitivo- esas observaciones sobre anomalías
morfológicas continuaron siendo la única base de discusión usada en el extranjero, con gran
detrimento, por cierto, para la nueva escuela.
Gracias a las laboriosas investigaciones de Marro, Penta, Sommer, Virgilio, Thompson,
Ferri, Zucarelli y muchos otros, las anomalías morfológicas visibles y mesurables, las
deformidades, las divergencias del tipo medio, constituyeron el material científico sobre el
que se fundó la biología de los delincuentes. Se describieron escrupulosamente las
anomalías morfológicas generales y especiales de las funciones de nutrición, de
reproducción, tróficas, reflejas, motrices, sensitivas, y llegóse a constituir un "tipo
delincuente", sin comprender que se estaba en presencia de los estigmas morfolóicos y
funcionales de la degeneración.
Puede afirmarse que, en realidad, esos caracteres no son específicos de los delincuentes -es
decir, no existe, morfológicamente, un "tipo delincuente"-, sino que en los delincuentes
abundan las anomalías morfológicas comunes a todos los degenerados.
II. Las anomalías psicologícas en los delincuentes
En pocos años la escuela positiva modificó su primitivo criterio sobre la etiología criminal,
agregando a los factores orgánicos los físicos y sociales; trató, asimismo, de orientarse
mejor, hasta observar que los delincuentes, además de presentar anomalías morfológicas,
tenían anomalías psicológicas bien definidas.
En los trabajos de la segunda época se dio la debida importancia a los factores sociales en
la etiología del delito y se comenzó el estudio de las anormalidades psicológicas de los
delincuentes. La crítica cooperó a esta labor; pronto la psicopatología criminal mereció
puesto importante al lado de la morfología.
Los que hemos estudiado a los delincuentes -no desde la cómoda biblioteca del leguleyo,
sino en los sitios mismos donde ellos marchitan su organismo- sabemos que los
delincuentes con predominio de los factores orgánicos tienen caracteres morfológicos que
corresponden a la atipia atávica y a la degeneración hereditaria; en los que predominan los
factores sociales, corresponden a la degeneración adquirida. El número de estigmas físicos
disminuye de los delincuentes congénitos y los habituales, a los pasionales y a los de
ocasión. El estudio morfológico de los delincuentes no es, pues, un estudio específico, sino
un estudio general útil solamente para determinar su grado de degeneración congénita o
adquirida.
El único estudio específico de los delincuentes es, en nuestro concepto, el de su
funcionamiento psíquico. Tienen las deficiencias comunes a los degenerados, pero de una
manera especial ; por eso no todos los degenerados encarrilan su actividad hacia la
delincuencia.
Estudiando la morfología criminal se observó en los delincuentes la existencia de los
caracteres comunes a todos los degenerados; los propios de los delincuentes sólo pueden
estudiarse en su psicopatología.
El acto delictuoso es la resultante de un proceso psicológico. La actividad anormal -que en
relación al medio se traduce en acto antisocial- es el producto de un funcionamiento
psíquico anormal.
En la vasta familia degenerativa todos los grupos tienen sus propias deficiencias mentales,
pero cada uno ofrece una psicología que le es peculiar, específica. La del homicida no es la
del uranista; la del paranoico no es la del cleptómano; la del suicida no es la del impulsivo;
la del tímido no es la del mentiroso.
Los delincuentes tienen anormalidades específicas que los arrastran al delito o les impiden
resistir a él; una de tantas modalidades psicológicas de la degeneración, no hay duda, pero
una modalidad especial. Esta anormalidad tiene su marca exterior en los caracteres
morfológicos, cuando existen; revelan la degeneración como fenómeno general, no la
criminalidad como fenómeno especial. El "temperamento criminal" (Ferri) es un síndrome
psicológico. Esas anormalidades pueden ser ausencias o perversiones morales,
perturbaciones de la inhibición volitiva, etc.; pero son siempre anormalidades psicológicas.
Creemos posible afirmar, en suma, que el estudio verdaderamente específico de los
delincuentes debe ser el de sus anomalías psicológicas. La antropología criminal debe
estudiar la psicopatología de los delincuentes, más bien que sus caracteres morfológicos.
Esta opinión encuentra asidero en recientes estudios de Kowalewsky, De Fleury, Del
Greco, Longo y otros, orientados ya hacia este nuevo criterio.
Sería error craso, sin embargo, atribuir a todos los delincuentes anomalías psicológicas
iguales en cantidad e intensidad. En primer término, ellas pueden gravitar principalmente
sobre algunas de las formas del funcionamiento psíquico, dejando indemnes las demás; por
otra parte, la intensidad de las anomalías puede ser distinta, así como su duración. No hay,
pues, una psicopatología del criminal, sino varios tipos psicológicos de delincuentes.
III. Predisposición a las formas clínicas de alienación: Locura en las cárceles
Siendo ramas nacidas del tronco común de la degeneración fisiopsíquica, la criminalidad y
la locura tienen estrecho parentesco. Así como el delito es más frecuente en los alienados
que en los cuerdos, la locura se observa con más frecuencia en los delincuentes que entre
los honestos. Más aún: si se interpretan ambos fenómenos desde el punto de vista social,
encuétrase que la locura y el delito se exteriorizan como formas de inadaptación de la
conducta a las condiciones del medio. Pero manteniéndonos en el terreno clínico, los
alienados y los delincuentes se nos presentan como ramas de un mismo tronco, sin
confundirse.
Los delincuentes tienen anomalías psicológicas reveladoras de su degeneración; eso mismo
los predispone a las demás perturbaciones florecen sobre el terreno degenerativo. A esa
predisposición a la locura agréganse numerosos factores externos, relacionados con las
condiciones de vida propias del ambiente criminal o del ambiente carcelario. El hecho es
que en las cárceles, no obstante estar suprimido un gran factor etiológico, el alcohol,
enloquece un número de delincuentes muy superior al promedio general de la población.
Algunos autores pretendieron ver en esto un tipo clínico especial de locura, la "psicosis
carcelaria", estudiada por Penta y otros; pero los delincuentes enloquecidos en las cárceles
no presentan caracteres especiales, sino las formas comunes a todos los demás alienados,
aparte de ligeras diferencias debidas a la fisonomía especial del ambiente carcelario. Podría
agregarse que es característica la escasez de episodios agudos, por la supresión del
envenenamiento alcohólico, predominando más bien los delirios sistematizados y los
delirios polimorfos, propios de los degenerados hereditarios.
En las cárceles los delincuentes suelen vivir en condiciones materiales singularmente
propicias a su derrumbamiento orgánico. No es raro el aumento de peso en los criminales,
observado por Giribaldi en las cárceles de Montevideo; es común en los delincuentes natos
y habituales, así como en los alienados que cometen un delito en estado de miseria
fisiológica; en los delincuentes de ocasión y pasionales, que constituyen la parte más
numerosa y enmendable de la población criminal, la vida carcelaria determina decadencia
orgánica y psíquica.
En las cárceles de sistema rigorista, los delincuentes viven en constante rumiación
psicológica y análisis introspectivo; más propicio a la alienación que a la enmienda moral;
la inacción forzosa, en las numerosas cárceles donde no funciona el trabajo penitenciario, y
el silencio continuo -elocuentemente pintado por Goncourt en La ramera Elisa - fomentan
esa demoledora introspección psíquica.
La interrupción de la actividad sexual, cuya importancia como causa de locura no es
despreciable, suele arrastrar al preso al vacío solitario que es, por otra parte, su
entretenimiento menos desagradable. MacDonald ha llamado la atención sobre la
importancia etiológica de esas funciones en el desequilibrio de la mujer; sin duda, entre las
mujeres enloquecidas, la privación de placeres normales podría muchas veces ser culpable
de la aparición de la locura.
La moralidad carcelaria no es la más propicia para evitar el desmoronamiento de una
mentalidad ya claudicante. La falta de criterio científico en el régimen interno de muchas
cárceles hace que el penado sienta el peso de la tiranía administrativa, a menudo
complicada con la severidad superflua de los llamados a dirigirlas; esa falta de simpatía y
solidaridad entre la administración y el delincuente suele intensificar su fondo de
inmoralidad, fomentando sentimientos antisociales de odio y de venganza. En cuanto a la
acción de los compañeros de pena, todo contribuye a la mayor desorientación mental de
cada uno; el que entra bueno se convierte en malo, el que entra malo sale peor. En la
anormalidad de los demás es difícil encontrar ejemplos y sugestiones normalizadoras; el
roce psicológico con los copenados se traduce por empeoramiento recíproco, es decir, por
recíproca anormalización. No insistimos sobre este tópico, pues poco podríamos agregar
sobre el carácter de "escuela del crimen" propio de muchas cárceles contemporáneas.
Esas condiciones del ambiente carcelario, y otras que fuera largo enumerar, explican la
frecuencia de la locura en las cárceles; la degeneración mental encuentra las condiciones
más favorables para la aparición de síndromes clínicos de locura, perfectamente definidos.
Las formas predominantes son, como hemos dicho, delirios parciales o sistematizados; su
punto de partida suele ser falsas interpretaciones que después de lenta evolución se
convierten en núcleo germinativo de las ideas delirantes; éstas revisten con frecuencia el
carácter persecutorio o megalomaníaco. En otros casos la ausencia de funcionamiento
psíquico normal, propio de la vida en sociedad, pone al individuo en condiciones de
entregarse a una verdadera rumiación intelectual, cuyo resultado es una cerebrastenia que
encuentra preparado el terreno por la degeneración; sobre ese fondo de irritabilidad de
menor resistencia, el cerebro cae en falsos procesos perceptivos y de asociación,
originándose fenómenos alucinatorios.
De esa manera verán aparecidos y fantasmas; escucharán palabras amenazadoras y
ultrajantes; tendrán comunicación con seres sobrenaturales que traigan consuelos del
paraíso o amenazas del infierno; sentirán su cuerpo minado por invisibles venenos que
manos traidoras han disuelto en sus alimentos; sobre sus carnes percibirán el siniestro
contacto de víboras y alimañas; sentirán pestilenciales olores de substancias fecales o de
cadáveres en putrefacción, que temidos enemigos aproximan a su celda o depositan en ella;
considerarán que el desprecio y el odio de los honestos gravita merecida o inmerecidamente
sobre sus conciencias; creerán encarnar grandes ideales y ser personajes no comprendidos
por sus semejantes, etc. Con el andar del tiempo todo ello hará del delincuente un inspirado
o un perseguido, si una crisis aguda no le lleva al manicomio, o si la sífilis y otras
intoxicaciones no aprovechan esas circunstancias para determinar la parálisis general
progresiva. En muchos casos una epilepsia, hasta entonces limitada a fenómenos parciales,
de índole psíquica, sensorial o motriz, acaba por convertirse en terrible locura epiléptica,
preparando el camino final de la demencia.
Muchas de las estadísticas relativas a la locura entre los criminales son deficientes,
heterogéneas y privadas de valor científico. Baste recordar que en las prisiones suelen
albergarse delincuentes ya alienados antes de cometer su delito, que más tarde se computan
en las estadísticas junto con los que enloquecen después de encarcelados; nos limitamos a
citar la reciente monografía de Pactet y Colin.
No debe olvidarse la influencia de la categoría del delincuente, ya señalada. Los natos y los
habituales, además de adaptarse a la vida carcelaria, protestan contra quienes afirman que la
cárcel es un sitio de castigo y de tormento; mil ejemplos curiosos de su singular psicología
ha reunido Lombroso en sus Palimsesti del Carcere , Ferriani en su Delinquenti che
scrivono y otros autores en numerosas monografías sobre la pretendida acción correctiva de
las cárceles. En cambio un delincuente pasional, que en un desfallecimiento transitorio de
su afectividad ha delinquido, mal podrá adaptarse a un ambiente moral inferior al propio,
encontrando motivos para resbalar de la cárcel al manicomio.
Lógicamente, por otra parte, cuanto más vengativo y riguroso sea el sistema de represión
moral, mayores serán las probabilidades de que los delincuentes enloquezcan. En cárceles
higiénicas, donde el trabajo penitenciario sirve de distracción y de correctivo -y más aún en
colonias donde se persigan objetivos de curación y defensa social, o en reformatorios,
donde se alimente la idea de expiación, dejando que saludables sugestiones orienten la
psiquis criminal hacia una actividad sana y fecunda- desaparecerían las probabilidades de
enloquecimiento que pesan en la actualidad sobre los delincuentes, tan poco culpables de su
herencia o de su educación, como el hombre de genio que hereda o educa las condiciones
que determinan su genialidad.
IV. Psicopatología de los delincuentes con relación a la simulación de la locura
Los tres parágrafos precedentes consolidan las premisas indispensables para estudiar la
simulación de la locura en sus relaciones con la psicopatología de los delincuentes. Hemos
visto, en primer lugar, que los delincuentes no están exentos de anormalidades en su
funcionamiento psíquico, y que esas mismas anormalidades, congénitas o adquiridas,
constituyen un fondo mental degenerativo que predispone a las enfermedades mentales de
tipo clínico bien definido, cuando obran las circunstancias inherentes a la vida carcelaria.
Pero antes de entrar al estudio propio de este capítulo, debemos agregar otra consideración,
de fundamental importancia. Todos los delincuentes no presentan anormalidades psíquicas
semejantes. Por el contrario, existen diversos tipos psicológicos perfectamente
diferenciables que, además de los signos somáticos, permiten distinguir diversas categorías
de delincuentes, caracterizados por estigmas psíquicos especiales. Esa diferenciación es
importante en este caso, pues esas peculiaridades psicopatológicas ponen a los delincuentes
en situación muy diversa ante la posibilidad, la utilidad, la frecuencia y las modalidades de
la simulación de la locura.
Numerosas son las clasificaciones de los delincuentes, propuestas por los diversos
criminólogos. Prescindiendo de una propia nos atendremos a la aceptada por la Escuela
Positiva (natos, locos, habituales, pasionales, ocasionales); es, sin duda, la más aceptable
entre las corrientes en los tratados sobre la materia.
Las cinco categorías de delincuentes constituyen dos grandes grupos según que sus
caracteres psicológicos diverjan poco o mucho de la medida psicológica normal.
El primer grupo comprende a los delincuentes que presentan divergencias psíquicas
intensas; repercuten sobre su fondo moral, bajo forma de ausencias congénitas del sentido
moral ( delincuentes natos o locos morales ) o se traducen por profundos desequilibrios de
la inteligencia ( delincuentes locos ). Estos delincuentes carecen de aptitudes para
comprender el carácter delictuoso de un acto o criticar los estímulos que determinan el
delito. En cambio encuentran en la criminalidad la exteriorización natural de sus tendencias
antisociales, o manifiestan con ella su incapacidad para adaptarse a las condiciones de la
lucha por la vida propias de su ambiente.
En el segundo grupo están comprendidos los delincuentes que divergen poco del tipo
psicológico medio; sin estar propensos al delito carecen de aptitudes para resistir a la idea
criminosa, toda vez que ella resulta de una crisis psicológica transitoria ( pasionales ) o de
condiciones inherentes al medio social ( ocasionales ). Son individuos que, sustraídos a esa
crisis psicológica o a esas condiciones son aptos para pensar, sentir y orientar su conducta
en la misma forma que los honestos.
Constituyen un grupo intermedio los delincuentes que comenzaron su carrera criminal bajo
el influjo de los factores externos; mas por adaptación a la vida delictuosa asimilan la
moralidad de los delincuentes en quienes predominan las anomalías morales congénitas.
Estos delincuentes ( habituales ) en el comienzo de su carrera se encuentran en la misma
condición que los del segundo grupo; una vez engolfados en la criminalidad se asemejan a
los del primero.
Tenemos, pues, un grupo de delincuentes con intensa degeneración písquica , constituido
por los natos y locos; otros con escasa degeneración psíquica , formado por los pasionales
y ocasionales. Por fin, fluctuando entre ambos, los habituales, pero que por la adaptación a
la vida criminal adquieren una intensa degeneración de su personalidad. Examinemos los
caracteres psicológicos de esos grupos en sus relaciones con la simulación de la locura.
El delincuente nato se caracteriza psicológicamente por la ausencia congénita de sentido
moral; esto indujo a Lombroso a acercarlo al "loco moral". Esa anomalía hace que no tenga
aversión al delito, considerando preferible ser delincuente a pasar por alienado. En la lucha
contra el ambiente jurídico-penal, sus formas de acción son de carácter violento, adaptadas
a su manera de ser. Y se explica. Si el delincuente nato posee una mentalidad inferior -sea o
no atávica, es cuestión discutible- lógico es que sus medios de defensa sean inferiores, es
decir, violentos, pues la fraudulencia es una forma evolucionada de lucha por la vida. Si el
fraude no le es peculiar, tampoco debe serlo la simulación de la locura, medio por
excelencia fraudulento; y, en efecto, nuestras observaciones muestran que los delincuentes
natos no suelen usarla para eludir la represión de la ley penal. Los caracteres mentales de
estos delincuentes son los menos propicios para la simulación. La insensibilidad para
consigo mismo y para con sus cómplices, las ideas de fatalidad delictuosa, el seudocoraje,
la falta de temor a la pena, las propalaciones anticipadas, la tranquilidad para revelar otros
delitos por ellos cometidos, la confesión de estar dispuestos a delinquir nuevamente, la fácil
adaptación a la vida carcelaria, la indiferencia ante el número y la intensidad de las
condenas, la satisfacción por el acto realizado, la vanidad criminal, la voluptuosidad en la
narración del crimen, la idea de que el crimen es bello, la imprevisión, etc., son otros tantos
factores psicológicos que alejan a los delincuentes natos de simular la locura para eludir la
pena.
Con esto no negamos la posibilidad del hecho; lo consideramos poco frecuente. Por otra
parte, hemos visto, más de una vez, a delincuentes natos protestar enérgicamente contra
peritos empeñados en demostrar su irresponsabilidad presentándolos como alienados, es
recentísimo el caso del célebre Passo, el matador de Ramayón que, siendo un verdadero
criminal congénito, hizo llegar sus amenazas hasta los peritos nombrados por sus
defensores, al saber que éstos trataban de presentarle como "loco", bajo la forma de locura
moral sobre un fondo de epilepsia psíquica. El hecho es frecuente, conocido por cuantos
tienen práctica en medicina judicial .
En el delincuente loco la simulación de la locura -"sobresimulación"- no puede tener fines
jurídicos de importancia objetiva, sino puramente subjetivos, según el errado criterio del
simulador. Solamente podrá producirse cuando éste no tenga conciencia de su verdadero
estado de alienación y la tenga de la utilidad jurídica de la simulación como medio de eludir
la pena, que considera merecida no creyéndose alienado. En los delincuentes locos pueden
distinguirse dos formas de "sobresimulación". En la una el simulador obedece a las causas
que la determinan generalmente en los alienados; podrían reunirse muchos ejemplos
análogos a las observaciones VII, VIII, IX y X. En la otra la simulación preséntase como
fenómeno específico del delincuente, es decir, como medio de lucha usado por éste contra
el ambiente jurídico, durante el proceso; tal nuestra observación IX.
Esta forma única específica, se observa rara vez. Nótese bien que hemos distinguido
claramente las "anomalías psíquicas", más o menos intensas, de las "formas clínicojurídicas" de alienación. Todo simulador, lo repetimos, tiene perturbaciones psíquicas que
le son propias como delincuente; pero ellas, aun siendo intensas, no constituyen la "locura"
en el sentido que acepta el código como causa eximente de responsabilidad: de allí la
simulación de una forma "legal" de locura. Cuando hablamos de "sobresimulación", nos
referimos a sujetos con una forma clínica definida que simulan los síntomas de otra.
El estado mental de estos delincuentes los aleja de la "sobresimulación". En muchos de
ellos junto con los trastornos de la inteligencia, suelen coexistir muchas de las anomalías
morales observadas en los natos, que los apartan de la simulación lo mismo que a ellos. En
algunos delincuentes locos la psicopatía responde a otro tipo; pero nadie querrá pensar que
simule la locura para eludir la pena el que interpreta su delito como obra de la voluntad
divina o como justa venganza contra un perseguidor; ni tampoco que un agitador pueda
cubrirse con la máscara de la locura, para no ser imputable por su delito. En cambio, en
ciertos delirantes sistematizados, en quienes la razón persiste en tal grado que permite
simular o disimular, no suele observarse la "sobresimulación", sino la disimulación de la
locura. Esta línea de conducta, tan frecuentemente observada en locos procesados, suele ser
una prueba de su alienación.
Las investigaciones sobre los caracteres somáticos de los delincuentes de esta categoría
revelan una cantidad media de estigmas degenerativos algo mayor que la encontrada en los
alienados no delincuentes y análoga a la de los delincuentes natos. Este hecho se explica
por su intensa degeneración, pues muchas veces encuéntrase en ellos una forma clínica de
locura sobre un fondo de amoralidad congénita.
Pasemos de los delincuentes con intensa degeneración psíquica a los con escasa
degeneración.
Lombroso, al designar con el nombre de "criminaloides" a los delincuentes de ocasión y
pasionales , ha querido expresar su menor anormalidad psíquica, comparados con los
precedentes. La mayor importancia causal corresponde a los factores sociales; éstos
desenvuelven la idea delictuosa, apenas ayudados por anomalías transitorias de la psiquis.
El ambiente empuja al delito, encontrando escasa resistencia en la mente del individuo.
Todas las investigaciones son concordantes: el número de estigmas y somáticos es
pequeño, más próximo a la media de los sujetos honestos que a la de los delincuentes natos
o locos.
Dos condiciones predisponen a los delincuentes de este grupo a la simulación de la locura.
La normalidad intelectual les permite tener conciencia clara de su posición jurídica y de la
eficacia de los recursos utilizables para eludir la represión: ésta falta, como hemos visto, en
los delincuentes locos. La moralidad casi honesta de estos delincuentes hace que el delito,
la pena, la vida carcelaria, choquen abiertamente sus sentimientos; la simulación de la
locura, sobre ser una salvación jurídica, los justifica ante el ambiente moral de la sociedad,
con cuyos sentimientos concuerdan los del delincuente pasional o de ocasión.
Esos factores psicológicos explican el hecho dominante en nuestras observaciones: la
simulación de las locura aparece en los delincuentes menos degenerados como un recurso
supremo en la lucha contra el ambiente jurídico-penal, llenando el fin utilitario de eludir la
pena y la necesidad de justificación moral ante el ambiente.
V. La simulación se produce a pesar de las anormalidades del simulador
El delincuente, para simular la locura, necesita tener conciencia de la utilidad jurídica de la
simulación. Tratándose de un medio astuto de lucha, será tanto mayor la probabilidad de
discernirlo y usarlo cuanto mejor conservada esté la inteligencia del delincuente, cuanto
mayor sea su aptitud para adaptar su conducta a las condiciones del medio. Las
anormalidades psicológicas, si son intensas, determinan la desadaptación; sólo cuando son
pequeñas persiste el discernimiento de la utilidad jurídica y la posibilidad de subordinar la
conducta a la mayor utilidad.
Ningún delincuente, cuyas anomalías no le impiden ponderar su situación legal, simularía
la locura sin el estímulo de la salvadora irresponsabilidad. Por otra parte, no existe la
posibilidad de la simulación "específica" sino cuando el simulador comprende su alcance
jurídico.
Si se produce en criminales verdaderamente alienados (obs. XI), demuestra que el loco
tiene conciencia de su utilidad jurídica, aun no teniéndola de su alienación; si la tuviera,
comprendería que la simulación es superflua. Este es el caso de los locos arrastrados al
delito por un delirio consciente. Cuanto acabamos de exponer impone esta conclusión: el
delincuente que simula la locura no es simulador en virtud de su anomalías psicológicas,
sino a pesar de ella.
VI. La aptitud para la simulación está en razón inversa de la degeneración psíquica del delincuente
El estudio comparativo de la posibilidad de simular la locura en los diversos grupos de
delincuentes conduce a formular este principio general: la frecuencia de la simulación entre
los delincuentes está en razón inversa de sus anomalías psicológicas, hereditarias o
adquiridas.
Debemos anticiparnos a una objeción. Se dirá que si fuese exacto el mayor número de
simuladores debería encontrarse entre los delincuentes normales . Esto implicaría
aparentemente dos contradicciones graves: la una con lo expuesto en el capítulo anterior, y
la otra, con la observación que suele revelarnos la existencia de caracteres degenerativos en
los simuladores.
Esa objeción resulta absurda si se analiza detenidamente. El principio de la proporción
inversa entre la posibilidad de simular y el grado de anormalidad se refiere a delincuentes,
es decir, a individuos que no son psicológicamente normales, y que, en proporciones
variables -ora enormes y permanentes, ora leves y transitorias-, presentan anomalías. Las
anormalidades los arrastran al delito, o les impiden resistir la idea delictuosa, cuando los
factores externos la presentan a la crítica de su inteligencia o al contralor de su moralidad.
(No es superfluo recordar que no pueden considerarse delincuentes los individuos que
incurren accidentalmente en una transgresión de la ley penal; esta exclusión, generalmente
aceptada por los criminólogos, la concreta Lombroso al llamar "seudo-delincuentes" a
cuantos infringen o violan una ley cuya existencia ignoran. Podrán "legalmente"
considerarse delincuentes, pero desde el punto de vista psicológico, y especialmente ético,
son anormales y adaptados al ambiente en que viven.)
En la psiquis normal no se determina el delito. Baste recordar estas palabras de Ferri:
"También el hombre honrado puede, en un momento crítico, sentir cruzar por el cerebro el
siniestro relámpago de la idea criminal; pero la imagen del delito no hace presa en su ánimo
y, excepto en los huracanes psicológicos en que se desencadena la pasión, ella resbala sobre
el terco acero de su conciencia moral, sin atravesarlo. Por el contrario, el delincuente, en su
tipo común, no siente esta repugnancia por la idea de un delito, y toda su actividad psíquica
es lentamente tomada en el engranaje de un proyecto criminal, y llega a ejecutarlo sin
encontrar en su propia constitución moral casi ninguna fuerza repulsiva, o harto débil, que
le aparte del delito. Lo contrario sucede en el hombre honrado, como cada uno puede sentir
dentro de sí mismo, y como, por ejemplo, se sabe del ilustre psiquiatra Morel, quien refiere
de sí mismo que un día, paseando por un puente de París, sintió de improviso la tentación
de tirar al río a un obrero que estaba apoyado en el antepecho, y huyó corriendo, temeroso
de ser arrastrado por semejante tentación...".
No puede, pues, decirse que el "delincuente psicológico normal" es el más propenso a la
simulación de la locura, sino que en los delincuentes más degenerados su posibilidad es
menor, mientras que en los menos degenerados, con escasas anormalidades psicológicas, la
posibilidad es mayor.
Así llegamos a esta fórmula concreta: la posibildad de la simulación de la locura está en la
razón inversa de la intensidad de las anomalías psíquicas de los delincuentes.
VII. Conclusiones
Los delincuentes son individuos psicológicamente anormales y su anormalidad presenta
desigual intensidad en las diversas categorías de delincuentes. Todos los simuladores de la
locura, por ser delincuentes, son mentalmente anormales; pero la posibilidad de simular la
locura con fines jurídicos es independiente de esas anormalidades. Los delincuentes más
degenerados son menos aptos para usar de este medio defensivo en su lucha por la vida. La
posibilidad de la simulación está en razón inversa del grado de degeneración psíquica de los
delincuentes.
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