cuando el tercero está muerto - Asociación Psicoanalítica del Uruguay

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CUANDO EL TERCERO ESTÁ MUERTO
Memoria, Duelo y ser Testigo después del Holocausto.
Samuel Gerson
Introducción
Los orígenes del psicoanálisis, tanto como las preocupaciones de
nuestros diarios esfuerzos, se centran en el compromiso con el
destino de lo insoportable- sea el deseo, los afectos, o la experiencia.
En este trabajo exploro los estados y dinámicas psicológicas que los
sobrevivientes del genocidio y sus hijos enfrentaron en su lucha para
mantener la vida en medio de una letalidad implacable. Enfocado en
este esfuerzo continuo, re-examino las formulaciones teóricas de
Freud con respecto al duelo y la memoria, trabajo el concepto de
André Green de la “madre muerta” e introduzco ideas más recientes
sobre los conceptos de “tercero” y “terceridad”. A lo largo del trabajo,
mis ideas se basan en nuestra experiencia clínica y lo que ella nos
enseña sobre el rol esencial del permanecer testigo en el
sostenimiento de la vida luego de un trauma masivo.
A su vez articulo aspectos de estas vías del conocer con un poema de
Primo Levi titulado “Un asunto sin terminar” (“Unfinished business”) y
con nuestra tarea, nunca terminada, de evitar la negación mientras
vivimos en una era de genocidio y bajo el aura de una destructividad
no contenida.
Palabras clave: ausencia, madre muerta, tercero muerto, genocidio,
Holocausto, melancolía, memoria, recuerdo, duelo. Primo Levi,
tercero, trauma, testigo.
Los imperativos de permanecer testigo y la seducción de una negación ciega
son herencias rivales y duraderas del holocausto. Cada una de ellas desafía
nuestras flaquezas de cara a un mundo indiferente y marcan el potencial así
como también los límites del ser humano. Como todos sabemos muy bien ya,
la continua presencia del genocidio y de la destrucción en masa tanto como
efecto histórico y como futuro anunciado, es algo que merodea nuestro tiempo
y que inexorablemente da forma a nuestros destinos individuales y colectivos.
No hay fin para el retorno de las atrocidades del pasado. Nosotros somos
visitados de maneras no buscadas y en momentos indecibles por las imágenes
icónicas de una nube en forma de hongo ,por figuras atrás de alambres de
púas, por montones de esqueletos, y por todo lo que han sido las excavaciones
en lugares donde se ha vertido basura humana, dejada allí por la llamada
limpieza étnica. Aún más la continua reactualización del genocidio en nuevos
lugares no significa que su significado y su impacto sean completamente
reconocidos como tales; más bien que la emergencia de memorias traumáticas
puede paradójicamente ampliar el sentido de ausencia y de vacíos en el
conocimiento y entonces nos quedamos con rastros de eventos, que, no
podemos ni recordar ni olvidar completamente. Lo que nos habita son las
vívidas pero, aún así, congeladas imágenes posteriores de la atrocidad,
convenidas en esa luz moderna de los medios de comunicación, y lo que nos
invade aún mas odiosamente es una miasma persistente que tiende a
oscurecer mas nuestra visión y apagar nuestra respuesta. Las amenazas del
futuro pueden entonces moverse más allá de nuestra imaginación en tanto
nuestra memoria elude nuestro conocimiento.
Entonces, ¿qué es lo que puede existir entre el grito y el silencio?
Primero que nada esperamos que pueda haber un testigo, un otro que pueda
pararse al lado de ese evento y que le interese escuchar; un otro que sea
capaz de contener aquello que es oído y sea capaz de imaginar lo insoportable;
un otro que esté en posición de confirmar tanto nuestra realidad externa como
nuestra realidad psíquica y por lo tanto que nos ayude a integrar y a vivir dentro
del campo de nuestra experiencia. Ésta es la presencia que vive en ese
espacio (gap), que absorbe la ausencia y transforma nuestra realidad en
pérdida. Este es el tercero- entre la experiencia y su significado, entre lo real y
lo simbólico, es el otro a través de quien la vida se gesta y a través de quien el
futuro nace.
La terceridad es aquella cualidad de la existencia humana que trasciende la
individualidad, permite y delimita aquello que puede ser conocido, y también
envuelve
toda
nuestra
sensibilidad
de
una
manera
que
podemos
experimentarla al mismo tiempo como ajena (alien), así como también parte
nuestra. La terceridad es el medio en el cual vivimos y que cambia los eventos
en historia, transforma los momentos en tiempo y los fragmentos en un todo.
Entonces, imaginemos la vida cuando el tercero está muerto, cuando el
contenedor se rompe, hace crack, y no hay presencia más allá de nosotros
mismos para representar la continuidad. Es un mundo constituido por la
ausencia, donde el significado es efímero y el cinismo pasa por sabiduría. Un
mundo en donde el anonadamiento psíquico es el bálsamo contra los afectos
insoportables, donde los sentimientos de vacío y tedio reemplazan la culpa y la
vergüenza, y donde las manías de todo tipo se disfrazan como Eros. Este es el
mundo creado por los traumas que proliferan, por las heridas que no son
reconocidas, o si lo son no están suficientemente curadas antes que el próximo
golpe caiga de nuevo, y como el próximo se vuelve algo inevitable, la cascada
de ataques nos fuerzan a, o bien escondernos de nuestros miedos detrás de la
seguridad falsa de una comunidad cerrada (gated community) o confrontarnos
con ellos con la falsa seguridad de una fuerza desmedida.
Este es el mundo externo dentro del cual practicamos el psicoanálisis. Y este
es el mundo interno de mucho de nuestros pacientes que vienen a buscar
ayuda.
Pacientes
que
sufren
perplejas
constricciones
en
su
animación(enlivenment) y en sus compromisos, y cuyas vidas están a menudo
marcadas por curiosos fracasos cubiertos por un barniz de indiferencia
estudiada o por logros que producen un sentimiento de fraudulencia donde la
gratificación debería ser lo esperado. Estos son pacientes que llegan
sintiéndose muy empobrecidos en medio de la abundancia, y que entran a
nuestros consultorios con la esperanza silenciosa de que la presencia del
analista pueda servirles de un antídoto mágico para su sentido de falta de
vitalidad interna, y para el nihilismo que ha echado raíces en ese espacio vacío
y sin sentido.
Freud nos enseñó que las causas de la pérdida de la vitalidad están localizadas
en redes intrincadas que se forman por los conflictos entre Eros y Tánatos. Un
aspecto de nuestras vidas es sacrificado en el intento de regular el poder de las
fuerzas que nos compelen hacia la vida y hacia la muerte. También nos enseñó
que las reliquias de estos conflictos se encuentran en los síntomas de, o bien
dejar ir muy rápidamente lo que nos es molesto, o de sostener demasiado
asiduamente lo que nos es muy preciado. En el primer caso Freud consideraba
a lo olvidado, como el vínculo perdido que podía revelar la causa de la
condición neurótica y de la pérdida de la capacidad. El fracaso en olvidar, por
otra parte, era como la marca de la depresión, y revelaba un intento
desesperado de evitar la pérdida. En el centro de la memoria y de la melancolía
están los temas que tienen que ver con la presencia y la ausencia, estados
experienciales que Freud por momentos marca con la palabra brecha (gap)
(laguna, brecha, grieta). Yo subrayo este término porque en nuestra
comprensión que evoluciona sobre esta brecha y nuestra relación con ella,
tanto como pacientes como analistas es tan central para nuestro trabajo como
lo fue para Freud
Freud en su ensayo Recordar, Repetir y Reelaborar (1914), rastrea la historia
de la técnica psicoanalítica y escribe que “el objetivo de las diferentes
técnicas tiene que por supuesto permanecer el mismo. Hablando
descriptivamente,
es
llenar
las
lagunas
(gaps)
de
la
memoria,
dinámicamente hablando esto es poder vencer las resistencias debido a
la represión” (p. 147). Desde Freud nosotros hemos aprendido que en la vida
de muchos pacientes traumatizados, estas lagunas significan la presencia
permanente de una ausencia más que una pérdida específica de la memoria; y
que con estos pacientes las resistencias son mejor comprendidas como una
aversión para enfrentar un dolor incontenible, más que como una represión de
deseos inaceptables. En una misma vertiente, mientras Freud pensaba que las
lagunas en la memoria podían ser llenadas por el analista ayudando al paciente
a identificar y desmantelar las resistencias a recordar, o por el analista
ofreciendo una reconstrucción posible, nosotros ahora nos preocupamos de
cómo el analista puede ayudar al paciente a llenar una laguna que representa
la experiencia de la ausencia.
En el mismo ensayo Freud más adelante escribe que: “nosotros podemos
decir que el paciente no recuerda nada de lo que ha olvidado y reprimido,
pero lo actúa. Lo reproduce y no como una memoria sino como una
acción; lo repite, sin por supuesto saber que lo está repitiendo”. Ahora
nosotros entendemos que para víctimas de traumas inimaginables lo que es
repetidamente actuado no es una memoria reprimida sino más bien el fracaso
de una aptitud para olvidar y volver a vivir la vida como se la vivió antes del
trauma. No es la memoria lo que se actúa, es la presencia de una ausencia, es
la laguna misma.
Eva Hoffman (2004), hablando desde el punto de vista privilegiado de la
experiencia de los hijos de los sobrevivientes del Holocausto escribió que:
“no eran tampoco exactamente memorias lo que era expresado
al principio por los sobrevivientes mismos. Más bien era algo
más potente y menos lúcido, algo más próximo a la actuación
de la experiencia (enactment of experience), a emanaciones o
algo más cercano a la encarnación de un tema psíquico, de un
material demasiado horrible para ser procesado y asimilado
dentro de la corriente de la conciencia o la
memoria o un
sentimiento inteligible”.
Para los sobrevivientes del holocausto y sus niños la verdad reside en la
realidad de la ausencia, o para ponerlo de otra manera la ausencia se vuelve
ella misma en una presencia permanente. A nosotros nos ayuda en nuestra
comprensión de esto, Winnicott (1971), cuando discutía sobre un paciente
quien habiendo sido un niño durante la 2ª guerra mundial, y habiendo sido
evacuado de Londres a la Inglaterra rural, desarrolló entonces una amnesia por
sus padres. Winnicott escribió:
“… mi paciente llegó a aquella posición, la cual otra vez vuelve
a la transferencia, de que la única cosa real es la laguna (gap);
esto quiere decir, la muerte o la ausencia o la amnesia. En el
curso de la sesión ella tuvo una amnesia específica, y eso le
molestaba, y resultó que la comunicación más importante para
mí de entender era de que podía haber allí una desaparición
(blotting out), y que este espacio en blanco podía ser el único
hecho y la única cosa que era real”.
Winnicott nos ofrece otra serie de ejemplos de esta paciente, para ilustrarnos
cómo el sentido de la pérdida misma puede transformarse en una vía de
integrar la propia experiencia. Hablando de su analista anterior la paciente
subraya que “lo negativo de él es más real que lo positivo de Ud”, y que en otro
momento, le dice” todo lo que yo tengo es lo que yo no tengo”. Winnicott
formula esto como “un instinto desesperado de transformar lo negativo en el
último cartucho de defensa contra el fin de todo. Lo negativo es lo único
positivo”.
Para mí la manera mas convincente de entender estos fenómenos clínicos ha
sido a través del uso de teorías y conceptos que subrayan la presencia de una
sensación de ausencia como el núcleo de la persona. Figura para mí entre
ellos, de manera prominente el agudo concepto de André Green (1983), de la
“madre muerta”, concepto que, en mi mente trasciende su aparente ubicación
singular en lo materno, y describe todos los posibles ámbitos de la ausencia
que pueden configurar obstáculos en la búsqueda de la vitalidad (enlivenment).
Mi uso del concepto de Green es tanto figurativo como literal. Si nosotros
estiramos la metáfora de la madre muerta puede significar la ausencia de
provisión y de cuidados de aquellas fuentes en las cuales o bien confiábamos
en el pasado, o de las cuales esperamos se vuelvan dadores (nurturing) en el
futuro, -sea un padre, un doctor, otro ser humano, una comunidad, o la Madre
Tierra ella misma. Como Laub (2005) notaba, la misma dinámica y
fenomenología encontrada en el síndrome de la “Madre Muerta”: “se sostiene
como verdad no sólo para la pérdida maternal simbólica infantil, sino
también para la pérdida traumática del objeto interno bueno a cualquier
edad (p. 315)”.
En una vertiente similar yo creo que para los sobrevivientes del genocidio, el
concepto de la Madre Muerta puede ser útilmente extendido a la inclusión de
las experiencias de estos sobrevivientes del mundo como no respondiendo a
su sufrimiento y sin concernirse acerca de su futuro. El mundo como una
Madre Muerta, mas como algo mas personal tal como lo describe Green, es un
mundo tan absorbido con sus propias pérdidas y necesidades que permanece
silencioso e inconmovido por la situación de la víctima; es un mundo que existe
pero sin poder proveer para una experiencia compartida, y por eso entonces
esto toma el espacio de un “tercero muerto”.
Green, desde una perspectiva más literal, ofrece un retrato convincente de la
psicología de los individuos, cuyas madres están tan saturadas de pérdidas
traumáticas, que dejan una herencia de espacios vacíos y de muerte en el
centro (core) del niño. En este sentido, la Madre Muerta evoca agudamente,
experiencias de muchos niños (hijos) de sobrevivientes, cuyos padres no sólo
tuvieron que vivir sus traumas específicos propios, sino que tuvieron que lidiar
casi siempre, con ese duelo irresoluble de sus propios padres, parientes,
amigos e hijos muertos. Green describe a la Madre Muerta como:
“Un imago que ha sido constituida en la mente del niño a raíz de
la depresión maternal, transformando brutalmente al objeto
vivo, esa fuente de vitalidad para el niño, en una figura distante,
sin tonos, y prácticamente inanimada,... Entonces, la madre
muerta, contrario a lo que uno podría pensar, es una madre que
permanece viva pero que está, para decirlo de algún modo,
psíquicamente muerta a los ojos del niño pequeño a su cuidado.
(p 170)”
Para Green, la madre muerta es una presencia ausente cuyos efectos en el
niño es como aquel de un agujero negro que implacablemente le chupa al niño
su vitalidad. Como lo dice él: “El paciente tiene el sentimiento de que una
maldición cae sobre él, y que no hay un fin para este morir de esta madre
muerta (p 181,1983)”. No hay “un fin para este morir de esta madre muerta”
porque la ausencia de ella se ha transformado en la de él, en tanto el ha tenido
que forjar una conexión con ella. Su leche ha llevado el suero tóxico de esta
muerte enconándose dentro y alrededor de ella (festering in and about),
dejando al niño saturado con la pérdida no digerida de la madre y su vacío
(blankness). El vacío de ella se transforma en el vacío de él, y el vacío de él se
transforma en la tarea de llenar a ambos, en crear presencia en el espacio
dejado por la ausencia.
Esta tarea es tanto imperativa como imposible, y de cara a este reclamo
paradojal todos los otros deseos se vuelven cuestiones sin sentido. Los logros
se vuelven huecos porque la ausencia los borra y cubre el self con una
máscara de falsedad. Este es el lugar de descanso psicológico definitivo de la
“Madre Muerta”, un destino en el cual los rastros de lo que queda en la mente
del niño subrayan todo lo que no está allí, y todo este no-estar-allí constituye
tanto la laguna, o ausencia, como aquello que llena la ausencia. Quizás esto
podría ser más simplemente imaginado como esa presencia merodeadora de
los fantasmas, quienes justamente como nunca pueden desterrarse, se
transforman en objetos primarios de identificación, y entonces forman los
aspectos más perdurables del Self.
Esta idea de una mente ocupada por una no-presencia de lo que no-estácompletamente-muerto, es vívidamente capturada por Nicolas Abraham (1975)
quien en una teorización acerca de la existencia de material inconsciente que
no funciona como una represión dinámica, nos introduce en el concepto del
“fantasma” y se refiere a él como:
“el sepultamiento de un echo inconfesable dentro del objeto de
amor... El fantasma es una formación del inconsciente que
nunca ha sido conciente- por buenas razones. Pasa -de una
manera que todavía tiene que ser determinada- del inconsciente
de los padres al inconsciente del niño. La presencia de un
fantasma indica los efectos, en los descendientes, de algo que
ha infringido una herida narcisista o más aún catastrófica en los
padres. El fantasma que retorna para asediar se vuelve el
testigo de la existencia de esa madre sepultada dentro de el
otro.”
La descripción poética y aguda de Abraham encuentra un eco sin igual en la
novela con ese título tan inquietante, escrita por Thane Rosenbaum y que se
llama “Second Hand Smoke” (Humo de segunda mano). Este autor es un hijo
de sobrevivientes del holocausto (1999). El autor escribe desde una
sensibilidad autobiográfica, sucintamente resumida en esa transmisión
intergeneracional del trauma cuando escribe: “Él llevaba sus antiguos
sufrimientos
sin
protestar-
alimentados
en
la
leche
del
terror,
reconociendo para siempre –dentro de él como prueba viviente- la
conexión umbilical entre lo no asesinado (unmurdered) y lo que ya hace
mucho tiempo está sepultado(p 215).”
Hal Boris (1987) captura el sentido de la vida en este estadio de asedio, en su
trabajo “Tolerating Nothing”, donde escribe: “Yo digo que, lo que
para
ciertas personas es, una ausencia, un vacío, un eco, es para otros una
presencia, una amenaza, un dolor más allá de lo medible. La nada no se
siente simplemente como nada, sino como una no-cosa llena de malignas
y espantosas implicancias. Estas personas… no se han vuelto en plena
posesión de sus vidas(p 118).”
Ellos “no se han vuelto en plena posesión de sus vidas” porque ellos
fueron infundidos con los traumas no metabolizados de aquellos que les dieron
la vida. Recientemente hemos empezado a reconocer más completamente
como el self se puede constituir por las ausencias que son los residuos de los
traumas sufridos por el otro. Faimberg (1988) en su trabajo sobre “El
telescopaje de las generaciones” lo ilustró en su descripción de un hijo de un
paciente sobreviviente para quien:
“la identidad estaba determinada por aquello que estaba
excluido de la historia de los padres; identidad que permanecía
por lo tanto en una conexión sólida con su historia y en tanto
estaba organizada bajo el eje de la negación puede ser
catalogada como una identidad negativa ... la ausencia
amenazante del objeto, no simbolizada todavía como un objeto
perdido sino como un no-objeto presente...(p 116)”
Lagunas, fantasmas, vacíos e identidades negativas, son todos conceptos que
intentan describir esta experiencia viva del morir, viva
en algún lugar del
campo entre la presencia y la ausencia - esta es la “vidamuerta(deadlife)”
descripta por Langer en el 2001, y también “la vida- en la- muerte” descripta
por Lifton.(1979). Yo creo que estos estados pueden útilmente ser pensados
también como una tercera entidad, el medio en el cual y a través del cual la
navegación del deseo y de la realidad de un individuo puede ser
proyectada(mapped) )Gerson,2004). Sin embargo y no como en la terceridad
que nos empuja a un mundo más allá de la fusión diádica, y crea un espacio
triangular necesario para la reflexión y la significación (Britton,2004) el tercero
constituido por los espectros y los fantasmas nos deja solos en las sombras de
la destrucción. Es un tercero muerto y cuando nosotros vivimos en relación a
él, nosotros vivimos dentro de los rastros, de la memoria, de la reverberación y
del eco de la pérdida. Las pérdidas encarnadas en este efímero pero siempre
tercero muerto presente existen como imposibilidades que confrontan la vida
del deseo. En el triángulo que constituye el tercero muerto, los tres puntos que
significan al deseo, la realidad y la pérdida se juntan en una pila densa y
colapsada. Aquellos que añoramos, lo que es y lo que perdimos,
se
interpenetran unos a otros de tal manera que ninguno de ellos existe con una
esencia independiente singular que nos pueda arrancar de nuestra
subjetividad. En este triángulo colapsado no hay ninguna fuerza externa viva
que permanezca y pueda ejercer su propia voluntad, con el cual nosotros
debemos luchar y a través del cual nuestros deseos y pérdidas puedan
evolucionar.
En un tercero constituido por la presencia fantasmática de la muerte en la
mente del otro, los mundos perdidos del pasado están congelados en el tiempo
y no ejercen ninguna influencia más que aquella de separarnos de la
posibilidad del desear. No como en el tercero que es creado en relación a una
pareja parental viva, estar en relación con el tercero muerto es como flotar en
el ámbito de lo Real mas que un estar anclado y poder desarrollarse dentro de
un orden simbólico. La experiencia entonces
no puede ser comprendida,
procesada, articulada, escuchada y circulada como algo que nació verdadero
socialmente(socially borne truth). Como resultado vivir con y a través del
tercero muerto significa estar en posesión de, y ser poseído por, sensibilidades
que no pueden ser conocidas sino como ausencia.
Nuestra comprensión de cómo la existencia de tales estados son formados en
relación a otros y son transmitidos de generación en generación ha sido
enriquecida por las investigaciones de Mary Main y sus colegas (1990) sobre
los procesos por los cuales los traumas parentales producen un efecto en el
sistema del apego padres-hijo. Su investigación sugiere que el desarrollo de un
apego desorganizado y desorientado en el niño es producido por “…deslices
y disociaciones en el discurso de los padres durante discusiones de
experiencias traumáticas, muy a menudo la muerte de una persona
significativa(p. 109, 1990)”.
Fonagy (2002), a partir de éste trabajo y de sus experiencias con segundas y
terceras generaciones de hijos de sobrevivientes del holocausto, ha
conceptualizado estos procesos como formando las bases
tempranas del
desarrollo para la transmisión intergeneracional del trauma. La disociación en
relación a las pérdidas improcesables , y la transmisión de este estado de
alienación psíquica a los hijos, es visto ahora como la dinámica a través de la
cual el fantasma se desliza de una vida a otra. (Davoine & Guadillere, 2004).
Un vívido retrato de esto fue capturado por un cineasta israelí que estaba
creando un documento sobre el viaje de regreso de su madre a su casa de la
infancia en Polonia, y luego al sitio de su cautiverio en Auschwitz. Cuando el
hijo le preguntó cómo ella se sentía al embarcarse en este viaje, la madre
contestó que ella era como un cuerpo que volvía a la escena donde ella había
perdido a los hijos y a su marido del primer matrimonio. Ella dijo: “yo voy a
visitar el lugar donde yo morí, donde mi vida terminó.” El hijo quedó
boquiabierto tras esta respuesta, su voz se resquebrajó mientras él continuaba
tratando de hablar a través de sus lágrimas y le preguntó: “¿Cómo puedes
decir que te moriste? -¿no estamos vivos?” La madre no le respondió.
¿Qué respuesta es posible?
Esta pregunta se cristalizó para mi cuando tuve la oportunidad de cruzarme
con el siguiente poema de Primo Levi. Lo escribió en 1981, seis años antes de
su muerte, a raíz de su suicidio, y treinta y seis años después de su liberación
de Auschwitz. Se titula:
UN TEMA NO TERMINADO
Señor, empezando desde el próximo mes,
Acepte mi renuncia, por favor
Y, si fuere necesario, encuentre alguien que me reemplace.
Yo dejo un montón de trabajos incompletos,
O por haraganería o por problemas prácticos.
Yo debería haber dicho algo a alguien,
Pero no sé mas qué o a quién. Lo he olvidado.
Tendría que haber dado algo, también:
Una palabra de sabiduría, un regalo, un beso.
Yo lo he ido posponiendo de un día para otro. Perdóneme.
Yo voy a cuidar de esto en el poco tiempo que queda.
Yo creo, me temo, haber sido negligente con clientes importantes.
Yo debería haber visitado.
Ciudades lejanas, islas, campos desiertos;
Usted va a tener que tacharlos del programa
O confiarlo al cuidado de mi sucesor.
Yo debería haber plantado árboles y no lo he hecho,
Debería haberme construido una casa,
Quizás no bella pero conforme a un plan.
Pero por sobretodo, mi querido señor, yo tenía en mente
Un libro maravilloso que debería haber
Revelado innumerables secretos,
Aliviado dolores y miedos,
Disuelto dudas, de haber sido dado a mucha gente
El alivio de las lágrimas y de las risas.
Usted va a encontrar el esquema en mi cajón,
.... ,con este tema no terminado,
Pero no he tenido tiempo para verlo. Mala suerte(too bad)l.
Hubiera sido un trabajo fundamental.
Para mi, tanto el poema como la historia en la cual este es envuelto, evocan el
pathos de una muerte continuamente vivida (a continuous living death) que
sigue a la imposibilidad de articular la experiencia del genocidio de tal forma
que, por un lado, haga lugar a las realidades de una atrocidad inimaginable y
mantenga a la vez la esperanza en la decencia del hombre. El “Tema no
terminado” es el tema imposible de vivir dentro de un tercero muerto -es un
testimonio de los fracasos del otro y del mundo para reparar el daño hecho a la
experiencia de la bondad. En mi primera lectura del poema de Levi, yo tomé
este fracaso en la reparación como algo propio, seguramente como el mismo
también lo habría imaginado. En esta versión, el duelo era reemplazado por la
creación fantaseada de un memorial que debería, al menos, ser tan
monumental como las muertes. Quizás, aún más fantásticamente, el trabajo del
memorial (memorial work) debería reparar el trauma del pasado al inocular el
futuro de la posibilidad de la repetición de la atrocidad insoportable.
“ Sobretodo, querido señor, yo tenía en mente
Un libro maravilloso que habría
Revelado innumerables secretos
Aliviado el dolor y el miedo,
Disuelto dudas, que se dieron a tantos
El alivio de las lágrimas y de la risa”
Para Levi, esto podría haber sido la obligación que sentía tan necesaria como
imposible para él de lograr –el tema no terminado de revitalizar a un mundo
moribundo a través de su propia creatividad.
“Habría sido un trabajo fundamental”- un trabajo que lo hubiera transformado a
él mismo y al mundo. Después de mi primera lectura me quedé pensando que
en el lugar del duelo, había melancolía - un trabajo no terminado que dejaba a
la vida misma privada de sentido, a través de un abrazo inconsciente y trágico
con lo mortífero ; una vida en la cual los reproches contra un mundo
despreocupado se transforman en auto reproches, por no ser capaz de
preocuparse lo suficiente por salvar a ese mundo. Ciertamente, parecería muy
posible de que aquella sentencia que Freud planteaba de que:”la sombra del
objeto caía sobre el yo”, realmente describía la melancolía de Primo Levi.
Pero no; decir que Levi no había realizado el duelo adecuadamente es algo
que siento profundamente incorrecto - primero por la arrogancia contenida en
sugerir que nosotros poseemos una comprensión de cómo uno podría vivir
psicológicamente con lo mortífero cuando no tenemos una experiencia directa
de ello. Y segundo está el error de creer que un penar adecuado - esto es, el
poder desasirse de las garras de la muerte- pueda en sí mismo permitir la vida .
No, nosotros no sabemos como Levi habría podido continuar viviendo; y sí, es
muy perturbadoramente cierto que el haberse quitado la vida disminuye nuestra
creencia en el poder redentor de la creatividad que su propio trabajo había
inspirado. Con todo, nosotros deseamos creer que la vida puede ser permitida
y aún mas vitalizada al sacar a luz lo mortífero desde aquel submundo en el
cual no está ni enterrado ni completamente vivo. Y que este doloroso
reconocimiento podría alterar esa inmersión sin fin, en esa media- vida de una
existencia malograda(stillborn) donde se intenta la vida, se la desea aún, pero
hay una propiedad esencial que falta y es la que podría imbuir a la actividad
con el potencial para el crecimiento.
Hay otra lectura del poema de Levi, de este“Tema no terminado”” que me viene
a la mente - una en la cual él no describe un proyecto fracasado; sino que
ilustra como la sobrevivencia psicológica requiere que la imposibilidad de la
vida pueda ser hablada. Un “Tema no terminado” es después de todo un
poema terminado ;es la expresión creativa del fracaso de la creación para
borrar la destrucción. No nos olvidemos que Primo Levi vivió 41 años después
de que la muerte se transformó en una presencia constante en su vida y que
ese dar voz a su desesperación puede haber sido lo que hizo la vida posible
para él y para otros durante esos años. En este sentido él ofreció un modelo de
duelo que no descansa en la esperanza de cambiar la relación de uno con el
pasado al abandonar las rigurosas ataduras con las memorias y las personas
para poder así formar nuevos vínculos. Más bien, Levi ofrece una visión de
vivir la propia vida con un sentido de integridad, un sentido de self verdadero
funcionando, si Uds. quieren, al vivirla valientemente con esto mortífero
permanente. Una vida munida con la fuerza constructiva del Eros requiere
también una articulación con lo mortífero insensible(numbing deadliness) en la
vida, con Tanatos. En esta aparente paradoja, no es el abandono del duelo lo
que asegura la vida futura, sino más bien un compromiso valiente con la
pérdida, la ausencia y la muerte que no tiene como finalidad un final ilusorio de
la elaboración sino más bien el desafío permanente de vivir con.
Vivir con hechos y consecuencias de una indiferencia ampliamente difundida
hacia la locura del genocidio nos deja con una necesidad de cuestionar lo
adecuado de los pensamientos de Freud concernientes al recuperarse de la
pérdida. En “Duelo y melancolía” (1917), Freud afirma que “el hecho es sin
embargo que cuando el trabajo de duelo es completado el yo se vuelve
libre y desinhibido nuevamente.” (pág. 245). Nosotros sabemos que Freud
trabajó con el supuesto básico de que cuando uno elabora la pérdida, hay una
reposición potencial disponible para el yo para lograr. Pero, ¿qué pasaría si eso
que se pierde es la fe en un mundo empático y qué pasa si lo que se encuentra
en su lugar es la realidad de un mundo en gran medida indiferente, un tercero
muerto o una madre muerta? Yo sugeriría que la noción de que podría haber
una terminación para el trabajo de duelo de las pérdidas monumentales del
genocidio es una idea insostenible. Martín Amis (2007), en su reciente novela
publicada “House of Meetings” (La casa de los encuentros), una novela acerca
del destino psíquico de un sobreviviente del la prisión (Gulag) soviética, lo
escribe de manera sucinta cuando el sobreviviente, en una carta a su hija
escrita desde su lecho de muerte, habla de cómo detesta el término cierre
(“closure”) y afirma “La verdad ... es que nadie nunca supera ( gets over)
nada(p. 235) “.
Con todo el duelo ha sido típicamente entendido como un proceso
necesariamente limitado en el tiempo, de tal manera que la vida no podría
seguir si la relación con la pérdida continuara más allá de cierto límite de
tiempo socialmente acordado. Para Freud, por ejemplo, el duelo incompleto se
transformaba en una melancolía interminable; sin embargo yo sugeriría lo
opuesto, a saber que es el duelo truncado, quizás aún cualquier noción de
duelo terminado del genocidio, que concluye en distintos disfraces de
melancolía o manía. Es una melancolía formada por el rechazo a seguir
preocupándose y está marcada por el cinismo y la indiferencia, y es una
melancolía que puede, en última instancia, transformarse en desesperación y
en un intento ilusorio maníaco para negar que hubo alguna vez un evento que
podría haber suscitado el duelo. Ya más adelante retomaré las manifestaciones
contemporáneas de la negación del holocausto, hacia las conclusiones de este
trabajo, ahora voy a volver a las condiciones que perpetúan lo mortífero en la
víctima de la atrocidad.
El trauma, como nosotros sabemos, se construye como tal por su cualidad de
sobrepasar la capacidad del individuo de protegerse contra la destrucción. Y
hemos podido saber que, aún cuando el impacto inicial del trauma de eludir la
representación es atenuado, el trauma, tal como un virus virulento puede
evolucionar hacia un secreto ocasionado por la vergüenza y la culpa de estar
simultáneamente dentro de las puertas del infierno y el vivir una vida cotidiana.
Hemos aprendido que este mantenimiento de la vergüenza y de secretos
sostenidos por la culpa son a menudo una consecuencia de un aislamiento
social real o temido, y por lo tanto, de una continua retraumatización. Primo
Levi(1988), en su libro “El ahogado y el salvado”, escribió acerca de
compañeros de campos de concentración cuyo destino parecería ser el de
portadores silenciosos para siempre de una experiencia inenarrable; ellos eran
llamados en alemán Gehminstrager, que significa los portadores de secretos.
Ellos permanecían atrapados en ese rol como portadores de secretos porque
ninguno podía soportar su verdad ; y al final esto resultó ser para estos
portadores de secretos mismos algo insoportable; y quizá particularmente así
para aquellos que se sentían compelidos tanto como prohibidos a articular esos
secretos. Nosotros estamos perturbados, y también más humildes cada vez
que nos recuerdan las crueldades del sufrir solos, y
recordar que las lagunas en la memoria y en el duelo
también nos hacen
nunca pueden ser
llenados de una manera solitaria, más bien que las ausencias requieren de la
presencia de otros tanto para ser registrados como para ser re-trabajados a lo
largo de la vida. Harris (2006) ha descrito este proceso como ese trabajo
compartido de duelo relacional, es una especie de sostenimiento común a raíz
del cual cada participante tiene la singularidad de su propia experiencia
reconocida sin dejar ese efecto posterior de aislamiento (Poland,2000).
Todos hemos llegado a reconocer que la necesidad básica más importante
para la vida psíquica, luego de la atrocidad, es la presencia atestiguadora
activa de otro. A través del trabajo dedicado de muchos psicoanalistas,
trabajando tanto con su cabeza como con su corazón con sobrevivientes del
Holocausto, a lo largo de los últimos 60 años - Auerhahn & Peskin (2003),
Bergmann (1985), Kestenberg (1993), Kogan (2002; 2003), y Laub (1989)
están entre aquellos que han hecho contribuciones esenciales en este campohemos aprendido que la presencia de otro que pueda soportar vivir con aquello
que no puede ser representado en palabras, es lo que da significación tanto a
la vida como a la muerte. Al inicio de mi carrera, mucho antes de que yo
hubiera reconocido la significación de lo que se había dicho, un hombre en sus
treinta y pocos años que había nacido escondido en Polonia en 1943, y que
pasó sus primeros dos años de vida en la atmósfera silenciosa del miedo de
sus padres, me preguntó un día si yo había escuchado la pregunta que se hace
en casi todos los “Cursos de Introducción a la Filosofía” – la pregunta fue –“ ¿Si
un árbol se cae en el bosque y no hay nadie allí que lo escuche, hace un
sonido?”. Entonces él siguió diciendo: “Bueno, ninguna de las dos opciones
tiene mucho sentido para mi. Me parece que para que un árbol pueda
hacer un ruido tiene que haber más de una persona para oírlo. Si yo
hubiera estado sólo en el bosque y un árbol se hubiera caído yo habría
necesitado volverme a alguien para preguntarle: ¿Escuchaste eso? Sin la
respuesta de un otro, ¿cómo podría estar yo seguro acerca de lo que
pasó? Yo ahora puedo reconocer que más allá de todos los temas
epistemológicos acerca de la naturaleza intersubjetiva del conocimiento que su
pregunta y su pensamiento ilustran, él también nos estaba dando insights
acerca de esa desesperada necesidad de otro que pueda activamente ser
testigo de su experiencia y a través del cual
podría fundirse con una
significación llevadera.
Su ausencia comenzó con el nacimiento; la siguiente viñeta termina con la
muerte. Recientemente en una conferencia on-line(IARPP), hice un comentario
sugiriendo
el concepto de vivir dentro (within) de un tercero muerto y la
necesidad de un otro testigo que lo rescate a uno de esos efectos anuladores,
entonces recibí una respuesta de Doron Levene en Londres en el cual el
describía una entrevista muy destacable que él había tenido recientemente con
Helen Bamber, la fundadora de la “Fundación Médica para las Víctimas de la
Tortura en Londres. Ella le contó acerca de su experiencia en 1945, cuando
ella tenía 20 años y como voluntaria de Inglaterra, ella había entrado al grupo
recientemente liberado del campo de concentración de Bergen Belsen. Helen
Bamber, dijo:
“Las personas estaban en una situación muy difícil, estaban
sentados en el piso, se agarraban a nosotros y nos hundían los
dedos en la carne, y entonces se mecían, se mecían y se
mecían, y nos mecíamos todos juntos. Uno veía a la gente
mecerse, pero el acto mismo de mecerse juntos y de recibir este
dolor sin retroceder era algo esencial. La razón por la cual las
personas se sienten humilladas por los terribles ataques que
sufren en su cuerpo y en su mente es porque ellos
experimentan un sentido de contaminación y de lo que yo me di
cuenta entonces era que
uno tenía que recibir
todo sin
retroceder. Esto fue una de las lecciones más importantes que
aprendí en Belsen. Yo me acuerdo de haberle dicho a una
persona, que yo realmente pensaba que no iba a vivir mucho
tiempo, de que yo podía contener su historia y que su historia
iba a ser contada.” Entonces cuando la gente con historias de este
tipo piden ayuda, nosotros inevitablemente vamos a representar una
potencial cuerda salvavidas a través de campos de desolación y de
una miseria inimaginable. Harriet Wrye y Judith Wells (1994) en su
libro “La narración del deseo” recuentan un sueño que vividamente
captura el mundo interno de una paciente utilizando a su analista
para ayudarla a navegar a través del sufrimiento consecuente a la
presencia de traumas secretos y de terceros muertos:
“El océano está acordonado para que la gente pueda nadar. Hay
bebés jugando. Tú y yo estamos en el borde, sosteniéndonos a
la cuerda. Viene la marea. Los padres están tratando de salvar a
sus bebés. Está oscuro. Tú y yo decidimos meternos. Yo digo
que nosotros tenemos que darnos la mano. Nosotros estamos
buscando a los bebés. Yo creo que todos los bebés se salvan.
Nosotros vemos padres tipo zombis, que se mueven en el agua,
sosteniendo a los bebés muertos(p.99)”.
Se nos recuerda aquí que así como nosotros, como psicoanalistas, luchamos
para contener la rabia y desesperación de nuestros pacientes en tanto su vida
se pasa albergando los fantasmas de una historia familiar, también tenemos
que luchar para permitir a estos pacientes vivir sus ausencias en el
tratamiento. El sentido de la ausencia puede volverse vivo en un análisis al
bienvenir, más que tratar de borrar, los fantasmas en tanto presencias que
para siempre van a habitar al paciente. Todos deseamos aliarnos con las
esperanzas y la vitalidad de nuestros pacientes, y quizás particularmente
cuando un momento espontáneo de placer se abre paso en las nubes
permanentes. Así mismo nos ayuda que recordemos que los estados mentales
que anuncian la presencia de la ausencia, o de lagunas o fantasmas, son a
menudo
experimentados como mas permanentes y reales que aquellos
momentos de encuentro creativo. Los pacientes que contienen
una
sensibilidad irregular(desultory) y abjecta que acompaña la presencia de lo
mortífero, son propensos a experimentar frente a cualquier intervención del
analista que indique optimismo, un abandono de su sensibilidad verdadera.
Nos vemos así enfrentados al dilema que, en momentos en los cuales estamos
apostando al potencial de un nuevo nacimiento, el paciente sin vida (still born)
puede sentir desesperación al sentirse que hay una especie de negligencia en
relación a él, a favor de un self falso y precoz. En estas instancias los
pacientes pueden reaccionar al principio con un sentido de gratificación y
aceptan, más bien sumisamente, la visión del analista como algo posible ;pero
el abandono de los registros negativos de experiencias vividas inevitablemente
lleva a una reactivación dentro del paciente de un sentido de la imposibilidad
de que su dolor pueda ser visto y soportado. Como un paciente lo dijo: “Yo
estaría
completamente
desesperanzado
si
yo
no
pudiera
estar
verdaderamente desesperanzado con Ud.”
En este viaje nuestros pacientes y nosotros, a menudo nos movemos a través
de grandes sentimientos de soledad y como Estragón, en la obra de Beckett
(1954), “Esperando a Godot”, ellos pueden en algunos momentos tener la
necesidad de declarar, a menudo sin palabras, “¡No me toquen!, ¡No me
cuestionen! ¡No me hablen! Quédense conmigo” . En estos momentos, las
ausencias que constituyen un vacío psíquico, y pueden hacer que la
experiencia se vuelva tediosa e insípida, se cargan con potencial en tanto son
contenidas por una presencia, presencia de un otro que permite que lo
incomunicable pueda ser sostenido y se transforme en tema de reflexión y
significación en vez de transformarse en algo insulso por la acción repetitiva o
de anonadamiento en estados de resignación pasiva. En estos momentos
dorados de conexión, un nuevo tercero se constituye - un tercero que
representa un mundo en el cual la propia vida y experiencia tienen significado
y continuidad. Es de esta manera que uno puede transformarse en una parte
de un orden social compartido que puede sostenerse unido por símbolos
comunes, y un mundo moral guiado por el concernimiento de los unos por los
otros.
Faimberg (1988) de alguna manera captura estas posibilidades únicas de
encuentro (engagement) cuando escribe que:
“Entre la intrusión y la apropiación, entre el vacío y el objeto
siempre
presente,
la
interpretación
psicoanalítica
busca
establecer la presencia, encarnada en las palabras requeridas
para nombrar la ausencia(p 117)”
Sean cuales sean las formas en que podamos pensar acerca de lo que falta
en la experiencia de nuestros pacientes y sean cuales sean las formas en las
que buscamos localizar y reparar esto, nosotros seguimos a Freud en su
búsqueda para permitir la vitalidad a través de nuestra presencia permanente
y de nuestro compromiso para dialogar, conocer y ser memoria frente al miedo
y al olvido. Nuestro llamado y responsabilidad hacia un ser testigo activo
(Auerhahn)&Peskin,2003;Ullman,2006) tiene también que extenderse a la
arena pública cada vez que los individuos y las naciones se alejan de su
verdad histórica y de su legado de dolor. Todos realmente nos volcamos hacia
la desesperación y hacia la furia cuando escuchamos las estridentes
negaciones del Holocausto. Nuestra angustia tiene que ver, en primer lugar,
con volver a herir a aquellos que directamente sufrieron, y luego por el daño
que sufre nuestra propia experiencia a raíz de estas negaciones. Es sin
embargo, esencial considerar que son esos mismos negadores los que sufren
un gran daño; los negadores del genocidio impiden su propio acceso a la
verdad y por lo tanto causan un daño inconmensurable a su propia capacidad
de pensar, de sentir y de contener responsablemente la agresión asesina y la
indiferencia que asedia nuestra humanidad. La negación del Holocausto, así
como de cualquier genocidio, en realidad de cualquier asesinato, no puede
permanecer compartimentalizada - inevitablemente la negación sangra hacia
una especie de fábrica de funcionamiento del negador, comprometiendo las
habilidades para procesar constructivamente la destructividad. Y entonces,
nuevamente, como Freud nos enseñó, la laguna no puede ser recordada y su
destino es que esta sea repetida en una acción destructiva cada vez mayor.
En Alemania, nosotros somos testigos de una determinación muy dolorosa de
este pueblo de enfrentar los horrores del pasado de tal manera que estos
nunca más vuelvan a ser revisitados por las fantasías destructivas y
omnipotentes de aquellos tiempos. En Sudáfrica, las víctimas de la opresión,
ellas mismos han llegado a un punto, más allá de su propio sufrimiento, para
crear “Verdad y Reconciliación” (“Truth and Reconciliation”) – un proceso que
apunta a la rehumnización de todos aquellos que fueron dañados por una
violencia incontenible. Todos nos hemos vuelto mas esperanzados e íntegros
por este compromiso valiente con la compasión, la honestidad y la
responsabilidad que estas naciones han abrazado. Yo creo que esto es la
única manera de seguir adelante con ese “Tema no terminado” que Primo Levi
nos dejó.
Samuel Gerson, Ph.D.
2252 Fillmore St.
San Francisco, CA 94115
415-567-3896
[email protected]
Traducción realizada por la Psicoanalista Adriana Ponzoni
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