Gines - apaex

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Mayo 2005
Querida Ivonne:
Una mañana más, como todas desde hace tiempo, el tambor incesante de mi corazón
me ha despertado de madrugada. Eran las 4:35 en el reloj de mi teléfono, he intentado
permanecer en la cama un rato más para procurar alargar mi abstinencia, pero a los pocos
minutos no lo he podido resistir. He tenido que levantarme y como todas las mañanas desde
hace algún tiempo, esos pálpitos, esos temblores, ese fuerte dolor de todo el cuerpo y cómo
no, el grito sordo de todo mi organismo exigiéndome con furia su dosis con mirada
estrábica. Me he dirigido a la ducha para darme un baño bien caliente, siempre intentando
prolongar esa abstinencia, pero todo ha sido inútil. Tembloroso he buscado desesperado
ante las exigencias de mi cuerpo, he rebuscado por todos los armarios cualquier residuo de
alcohol que pudiera calmarme. Un viejo vaso sucio que aun contenía whisky seguramente
de la noche anterior y un poco de brandy barato del que se usa para cocinar y que he
añadido al vaso mezclándolo, ha sido el primer tributo que le he pagado a este cuerpo mío.
Cogiendo el vaso con las dos manos, puesto que los temblores no me permitían llevármelo
a la boca, bebí el vaso entero con avivez, de un solo trago y tan sólo al primer contacto con
mi garganta, el grito sordo de mi organismo se silenció un poco, aunque yo ya sé que como
muchas mañanas desde hace mucho tiempo, ese vaso con colmo no va a ser suficiente para
acallar totalmente el grito que me atormenta.
He aprovechado esta pequeña prueba para escribirte y recordar aquellas plácidas
tardes de verano que, paseando por el campo, hacíamos planes y proyectos para nuestro
futuro; el mío ya ves como está siendo. Si hay algo que se pueda semejar al infierno, ésto
es. Como ya te decía, de nuevo comienza ese grito ensordecedor exigiendo su tributo de
alcohol este maldito organismo mío. Rebusco por todos los bolsillos de mi ropa
comprobando si me queda algo de dinero de ayer, con el objetivo de acercarme a un 24
horas próximo para poder comprar más licor. Al encontrarlo me inundo de satisfacción
tranquilizadora, voy a vestirme lo más rápido posible y acallar el grito.
Siempre tuyo: SIMON
1
Noviembre 2005
Querida Ivonne:
Disculpa la falta de noticias, no creas que me he olvidado de ti, en algunos
momentos de sobriedad aún puedo ver tu imagen en mi mente.
Es este condenado alcohol el que me tiene esclavizado, estoy completamente borracho pero
todavía puedo encontrar ese momento de lucidez para poder escribir estas palabras.
He abandonado mi trabajo, he perdido el contacto con mi familia y hasta el respeto por mí
mismo.
Estoy totalmente sumergido en la espiral de autodestrucción a la que me está llevando esta
maldita botella que ya, casi vacía tengo a mi lado mientras te escribo.
Estoy en mi despacho solo, los trabajadores se marcharon a las 7´00. Te confieso que lo estaba
deseando, para sacar la botella del último cajón de mi escritorio y vaciarla con avidez, como el
que bebe agua hasta ahogarse en el mar. Cuando atravesé la frontera sólo era consciente de
que todo mi mundo, todos mis sueños, toda mi vida se deteriora por momentos cada vez más
rápido, a la vez que mi cuerpo, ya casi no como y sin embargo estoy exageradamente gordo,
hinchado como un globo de feria a punto de explotar pero no debe importarme porque vuelvo
a llenarme el vaso y de un solo trago convulsivamente lo he vaciado y ni tan siquiera lo he
saboreado.
Te pido por favor disculpes si hay alguna incongruencia en estas palabras que te escribo; es
producto del estado en que me encuentro. No hay salida, o por lo menos yo no la encuentro.
Siempre tuyo:
SIMON
2
Marzo 2006
Querida Ivonne:
Te escribo para decirte que estoy al borde del precipicio, y la desesperación inunda
mi mente y mi alma. Siendo consciente de ello, no puedo arrancar de mi vida esta apretada
cadena que me está destruyendo. La carga pasada me tiene agotado, las noches son
interminables, ya casi no voy por la oficina y he perdido casi el respeto de mis trabajadores.
El barco va a la deriva, soy incapaz de concluir ningún trabajo y los pocos que concluyo ni
tan siquiera se acercan a la realidad.
Soy incapaz de pensar, de sentir, incapaz de salir del bar, no sé dónde pedir ayuda,
me siento sin fuerzas para decir hasta aquí. Sólo me alivia un poco la presión de mi alma,
los pocos momentos de lucidez, en los que me atrevo a ponerme en contacto contigo.
Tengo que deshacerme de esta cadena como sea, antes que acabe con mi vida tirado
en una cuneta o pasando la noche en un frío portal, abrazado a un cartón de vino como
única compañía.
Todas las mañanas me lo repito delante del espejo y con rabia le digo: TIENES
QUE DEJARLO, TIENES QUE DEJARLO.
Siempre tuyo:
SIMON
3
Octubre 2006
Querida Ivonne:
Aquí estoy. Sigo sumergido en el caos. La empresa que tanto me costó levantar está
totalmente hundida, siendo yo el único responsable. De nada me sirve recordar o reprochar
a las personas que, aprovechándose de mi infernal locura han sacado beneficio, incluso
llegar a robarme favoreciendo el hundimiento más rápido de este barco ya sin solución.
En un momento de desesperación, hace un mes dejé de beber, pero no aguanté ni
una semana: la locura, la ira, el grito esclavizador del que hemos hablado en más de una
ocasión, me ha vuelto a vencer. Me miro al espejo y al mirar mi rostro totalmente
desaliñado con una larga barba, ojeroso y despeinado, sólo puedo sentir un profundo asco,
desprecio, odio. He dejado totalmente de quererme y me he abandonado sin remisión al
amor de la botella. He perdido toda mi relación con el mundo ajeno a ese líquido
amarillento y de sabor a madera que cabalga por mis venas.
Vivo en un momento que no me importa nada el mundo exterior, tan sólo esa
relación mortífera que acabará con mi vida y que a veces deseo que ocurra.
Creo que he tirado la toalla.
Siempre tuyo:
SIMON
4
Abril 2007
Querida Ivonne:
Hace tiempo que no te escribo y hoy te escribo emocionado, nervioso e ilusionado.
Hace unos 20 días, estando apurando un vaso de whysky en el bar de costumbre, noté que
alguien mencionaba mi nombre: “hombre Simon, ¿qué tal estás?” Al principio no le
reconocí. Era Santiago. Su aspecto había cambiado increíblemente cuando hace tan sólo
pocos meses estaba incluso peor que yo. Su rostro y sus ojos irradiaban luz, alegría y
esperanza. Me preguntó si me encontraba bien y le conté el estado en el que me encontraba.
Él me contó que ya llevaba más de dos meses sin beber, desde que su mujer ya
desesperada, le puso en contacto con una asociación de apoyo para alcohólicos. Me hablaba
emocionado de todos los cambios que tenía en su día a día para bien, y me comentó que si
quería intentarlo, y se ofreció a acompañarme a la mañana siguiente para presentarme al
grupo. Accedí rápidamente ya que estaba tan desesperado que aquella mañana que hubiese
hecho cualquier cosa para salir de ese infierno. No obstante, continué bebiendo a pesar de
la cita que tenía al día siguiente.
Aquella noche no dormí ansioso porque llegara la hora de la cita, sin embargo, no
dejaba de separarme del vaso. A la mañana siguiente, el viaje en el autobús a la ciudad
cercana donde se encontraba la asociación, se hizo eterno. Estaba nervioso, intranquilo,
asustado y con mucho miedo. Temía que fuera otro intento fallido que había tenido en los
últimos años. Al llegar a la sede, sentí tranquilidad. Nos recibió el presidente del grupo, un
hombre de gesto duro pero muy cordial, agitando la cabeza con tono de desacuerdo y
comprensión hacia mi aspecto, dijo:”está usted borracho”. Al principio me avergoncé pero
enseguida me tranquilizó diciéndome que él también lo había sido y había conseguido
superarlo. Eso me tranquilizó. Me acompañó a un pequeño despacho y me presentó a una
joven psicóloga, diciéndome que se ocuparía de mi comienzo. Empezó a preguntarme y yo,
como un torrente, comencé a contarle todas las amarguras y desesperaciones que había
sufrido durante estos últimos años. Ellos escuchaban atentamente y en silencio. Yo cada
vez me encontraba mejor, tenía la sensación que había encontrado por fin a alguien que
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estaba dispuesto a escucharme y ayudarme. Ese mismo día, sin esperar a más, me asignaron
el tratamiento y me dieron el orden de terapias. Desde ese mismo momento hasta ahora,
estoy sin beber.
Deséame suerte y fuerza en este gran intento.
Siempre tuyo:
SIMON
6
Octubre 2007
Querida Ivonne:
Te escribo primero para darte las gracias y pedirte perdón por servirme de válvula de
escape; en ocasiones, siento que te estoy utilizando y abusando de nuestra amistad y el
afecto que sé que me tienes.
Yo sigo igual, totalmente sumido en la desesperación. He intentado buscar soluciones
médicas y de asociaciones, siendo todas un auténtico fracaso.
La pasada noche me ocurrió un hecho que aún me hundió más en el profundo desasosiego
que todavía siento. Arrastraba mi cuerpo de madrugada por las calles, después de cerrar con
el último vaso en el bar donde lo estaba bebiendo y buscando otro lugar donde seguir
satisfaciendo los deseos exigidos de mi cuerpo. Al pasar por una callejuela divisé al fondo,
a unos 100 metros delante de mí, la imagen de una joven. Aceleré el paso curioso hasta
acercarme a ella un poco más y le seguí su caminar. Era ondulado, señal que también había
bebido en cantidad. De vez en vez paraba y levantaba la cabeza para seguir bebiendo algo y
a los pocos minutos paró en seco, se giró hacia mí, me miró desafiante y me gritó: ” qué
pasa contigo, por qué me sigues". Por un momento me quedé sin palabras porque yo
tampoco lo sabía. Intenté pedirle perdón y le expliqué que no tenía ningún tipo de mala
intención. La muchacha era jovencísima y aunque no le pregunté la edad, por su aspecto yo
diría que no tenía ni 25 años, estaba extremadamente delgada, sus ojos verdes intensos
destacaban en el interior de sus cuencas cavernas negras, su rostro flácido y su cuello
delgado descolgaba su piel descarnada como si de una vieja se tratara, las manos huesudas
y temblorosas estaban sucias como el resto de su ropa y su pelo. Advertí enseguida que ese
aspecto no era sólo producto del alcohol, sino también de otro tipo de sustancias que seguro
estaba usando desde hacía tiempo. Entonces me dijo: "pues si quieres me das algo y te hago
pasar un rato agusto". La muchacha, a pesar de su aspecto, se podía distinguir en ella un
aire de elegancia y belleza, siendo más joven, antes de caer en el submundo que estaba
igual que yo. Yo no pensaba ni mucho menos en ese tipo de placer que ella me proponía y
le dije: “ sí, te voy a dar 10 euros, pero no por lo que tú me propones sino por compartir la
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botella que llevas en el macuto”. Se quedó dudando y yo me quedé perplejo al observar que
prefería darme su cuerpo antes que compartir su preciado tesoro. Al final accedió y
compartimos una botella grande de coca cola llena de un vinazo oscuro y espeso, al cual yo
no estaba acostumbrado, pero que sirvió para calmar ese grito sordo del que siempre te he
hablado. Nos sentamos en el zaguán y comenzamos a compartir la botella. Jamás había
oído una historia tan cargada de amargura en una vida tan corta como la de la muchacha.
Por un momento me sentí ruin y avergonzado, ya que sentí en mi interior una sensación de
alivio al ver que había alguien que aún estaba peor que yo. Le di los 10 euros que le
prometí y me alejé despacio hasta mi casa. Al poco tiempo, me encontraba en la cama
vestido y llorando como un niño.
Siempre tuyo:
SIMON
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