profesorado. «La manera de hacer clase es a menudo aburrida, (los

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La nueva educación, Ferran Ruiz Tarragó. LID editorial empresarial 2007
Premio Fundación Everis
Paginas 25 a 30
1. Reflexiones de una estudiante
El recientemente desaparecido gran gurú de la literatura de gestión Peter
Drucker decía que en todos los ámbitos de actividad es fundamental
preguntar qué piensan los clientes. Lo que sigue es una indagación a una
escala muy pequeña, de una sola persona, pero no por ello deja de ser
próxima y reveladora de la vida escolar, tal vez más que un conjunto de
estadísticas. Helena, una chica de 14 años espabilada y buena estudiante
que cursa tercero de ESO en un colegio concertado, explica su visión de la
educación que recibe. En esta sección se transcriben literalmente en
cursiva sus opiniones acerca del aprendizaje y de la vida escolar.
Durante toda la primaria Helena siempre se ha encontrado a gusto en su
escuela, pero ahora las cosas están cambiando, no son como antes, cuando
no se aburría nunca. Ahora encuentra que «cada hora se hace
interminable» y que no le gusta la manera de hacer de buena parte del
profesorado. «La manera de hacer clase es a menudo aburrida, (los
profesores) sólo explican el contenido del tema, que a veces ni
comentamos, y después hacemos los ejercicios. Si no los acabamos los
debemos hacer en casa». Hacer ejercicios en clase y deberes en casa
configuran su rutina escolar cotidiana.
Helena cree que tendría que cambiar la manera de hacer las clases: «La
manera de explicar el tema no te da ganas de aprenderlo». Piensa que se
tendrían que plantear de manera que hubiera más protagonismo y más
participación del alumnado: «Haría clases donde intervinieran más los
alumnos, haría más trabajos sobre los temas explicados» y también lo
haría «de manera que utilizásemos más a menudo la informática ya que es
una forma útil y no tan pesada de aprender». No entiende la razón por la
que en clase «no podamos ver un vídeo sobre el tema trabajado o no
podamos hacer un trabajo por ordenador», ya que casi todo se limita a las
explicaciones verbales de los profesores y a hacer ejercicios escritos.
Piensa que el profesorado «al menos podría adaptar la manera de hacer la
clase (sólo un poco) a nuestra manera de ser». Y esta manera de ser
comprende el uso de Internet y los utensilios digitales que forman parte
de su entorno natural, y que ella y sus amigos y amigas usan habitualmente
fuera del centro escolar.
Pese a que Helena y sus compañeros han nacido en la era digital y siempre
han tenido ordenador en casa, su escuela funciona casi como si aún se
tuviesen que inventar. Los profesores apenas los utilizan para enseñar y
prácticamente no promueven que se empleen para aprender: «En la
escuela usamos muy poco los ordenadores. Los profesores no usan ni
ordenadores ni Internet para hacer clase. Sólo alguna vez, de vez en
cuando, vamos al aula de ordenadores y buscamos alguna información
suplementaria de la asignatura (eso es una vez cada dos meses)».
Afortunadamente afirma que «no está mal visto» entregar trabajos
hechos con ordenador en casa y que «depende de qué trabajos se tienen
que dar con ordenador y otros a mano». No obstante, la monotonía
metodológica en el aula es prácticamente total: «sólo en clase de
tecnología usamos audiovisuales para hacer clase, en todas las otras sólo
usamos el libro de texto».
Helena también señala que no existe ninguna posibilidad de escoger temas
que le interesan., ni como alternativa ni corno complemento a lo que está
programado. «Me gustaría que me enseñasen cosas más relacionadas con
los temas que me gustan», pero, de todos modos, no es especialmente
crítica con los contenidos de las clases, con lo que le hacen estudiar.
Aunque preferiría tener la posibilidad de escoger admite que «los temas
que hacemos son interesantes y necesarios» y con sensatez añade que
«también es bueno hacer de todo ya que estamos en una educación
obligatoria». El Problema principal proviene de los métodos del
profesorado: «no siempre nos aburrimos, pero cuando nos aburrimos es
por la forma en que explican las cosas. Aunque los temas te interesen, la
manera de explicarlos se hace pesada».
Pero en los estudios de secundaria obligatoria que cursa actualmente se
ha presentado un problema nuevo y poco agradable. Es un problema de
trato, de relación, que ella considera importante. Helena es claramente
consciente de que ha cambiado, de que no es como antes, cuando hacía
primaria y encontraba que la escuela era divertida. «Nosotros hemos
crecido y tenemos ideas diferentes, pero hay gente a nuestro alrededor
que no se adapta a nosotros y a nuestra manera de ser y de hacer». Esta
gente es una parte considerable del profesorado. Seguimos con sus
palabras: «Cuando un profesor entra en una clase de adolescentes ya se
pone a la defensiva. Ya no es como un profesor de primaria que es tu
amigo, sino que el profesor entra, imparte la materia y marcha. Y a la
mínima que hacemos o decimos ya nos riñen sin saber el motivo».
Sobre este asunto añade: «Los profesores no nos entienden. A algunos
profesores que he tenido, parecía que no le gustasen los chicos/as de
nuestra edad, sólo aquellos alumnos ejemplares perfectos. Y cuando uno
no es perfecto y hace alguna cosa mal hecha, lo riñen y se le complican las
cosas de tal manera que ya no tiene ningún interés por la asignatura».
Puntualiza sin embargo que «no puede decirse eso de todos los
profesores» y que «hay profesores buenísimos y que nos entienden, y
norma1mente estos profesores se hacen amigos nuestros y hacen las
clases muy interesantes». Su conclusión y su deseo es que el profesorado
«debe valorar que estamos en una época de cambio» y que no se, tiene que
enfadar cuando «hacemos algunas cosas mal hechas sin percatarnos».
Entre los estudiantes hay un sentimiento común y generalizado que los
une: el sentimiento de obligación, de seguir un año tras otro un plan de
vida impuesto que no les satisface (la falta de satisfacción en el trabajo
es bastante común en nuestra sociedad, un poco en consonancia, como
también decía Drucker, con la tradición judeocristiana de que el trabajo
es una maldición). «Si tengo que decir la verdad, a muy, muy poca gente le
gusta ir a la escuela ahora. Siempre cuando lo hablamos todo el mundo
dice: ¡qué rollo!» Este rechazo prácticamente no tiene excepciones: «En
mi clase sólo hay una chica muy preocupada por los estudios [...] sólo
estudia. No sale con los amigos ni nada [...] le gusta mucho hacer el pelota
con los profesores pero a mí no me cae demasiado bien [...] hay muy pocos
chicos que se dediquen sólo a estudiar y que tengan muchas ganas de ir a
la escuela».
Según Helena, el profesorado sabe que el alumnado piensa así y que no le
gusta el trabajo de la escuela, que lo encuentra poco interesante. Pero
eso no cambia nada, al contrario, continúa con los mismos procedimientos,
reafirma que hay que estudiar por obligación y reprocha al alumnado su
falta de motivación. «Cuando los compañeros dicen que la escuela es un
rollo no lo dicen ante los profesores», a pesar de que éstos «saben que
nos gusta muy poco.». Helena dice que algunas veces, en su clase, un
profesor hace referencia a eso diciendo: «ya sé que eso no es lo más
divertido para vosotros pero al menos demostrad interés».
«Normalmente no hacen ninguna referencia más, sólo dicen que estudiar
es importante y que nos tendríamos que preocupar más por los estudios»,
pero saben de sobras que esta admonición no tiene fuerza de persuasión
para conseguir que los estudiantes se motiven o piensen de manera
distinta.
A los alumnos de la clase de Helena no se les pide que apliquen lo que
aprenden para demostrar qué han aprendido cómo lo han aprendido. La
finalidad de estudiar es aprobar los exámenes. Las evaluaciones consisten
sólo en exámenes escritos, lo cual según ella no ayuda demasiado a
aprender: «De casi todos los exámenes al cabo un mes casi no te
acuerdas. Me acuerdo de algunas cosas pero cuesta, porque ya estás
trabajando un tema nuevo. De los únicos que me acuerdo son de los de
matemáticas porque son muy mecánicas y de experimentales porque es la
asignatura que me gusta. Hay exámenes que sinceramente son cosas que
creo carentes de salida alguna, pero no son todos los casos».
Sus inquietudes de cara al futuro y a lo que podría hacer más adelante no
tienen lugar en el plan de estudios que ahora sigue. La proyección del
aprendizaje en la vida personal no forma parte del día a día. A pesar de
que este asunto le interesa y a veces es tema de conversación con sus
amigos y amigas. Helena dice que en la escuela «apenas hablamos del
futuro, a mí me gustaría hablar más de ello. Tampoco hacemos debates ni
ningún otro tipo de actividad relacionada con este tema».
El planteamiento del centro educativo es que en el momento apropiado
dará la información oportuna, como si esta fuera otra asignatura o un
asunto informativo puntual que se despacha en una o en unas cuantas
sesiones («nos han dicho que el año que viene nos informaremos y lo
hablaremos») en lugar de ser un asunto plenamente formativo que hay que
personalizar, que requiere tiempo, maduración y múltiples oportunidades
de tratarlo. Helena se inquieta, está convencida que «necesitamos que
este año comiencen a hablar de ello» puesto que <con los compañeros lo
hablamos a menudo ya que estos temas nos interesan y apenas tenemos
información. Comentamos las posibilidades que tendremos y lo que nos
gustaría hacer». La orientación entendida no el sentido puntualinformativo sino como un proceso personalizado de larga trayectoria –que
para el alumno es mucho más vital que las materias curriculares– es
ciertamente un gran agujero negro en la educación que reciben los
jóvenes de este país.
Una cosa que se puede afirmar con un grado muy alto de probabilidad es
que la vida de la generación de Helena estará profundamente afectada
por los cambios laborales, profesionales, económicos y culturales
relacionados con una globalización galopante. A sus 14 años no tiene nada
de extraño que diga que «ahora mismo me costaría hablar sobre este
tema» porque este asunto «lo hemos tratado superficialmente». Pero si
que es preocupante que afirme que en su clase «normalmente no hablamos
de cómo está cambiando el mundo». Al respecto cabria preguntarse, ¿qué
elementos proporciona la escuela a Helena y a sus compañeros para
ayudarles a interpretar, entre otras cosas, lo que ven por los medios de
comunicación?
El estatismo académico y la escasa proyección de futuro del mundo
escolar, elementos que agravan el divorcio que hay entre el alumnado y la
institución escolar, son sintetizados por Helena con una sola frase que da
mucho que pensar: «la educación se basa en las materias de siempre, en
las cosas que han pasado o que siempre serán iguales». Así, es legítimo
preguntarse, ¿qué posibilidades hay de que la esuela atraiga a quién está
lleno de vida y de futuro? Siendo éste, con bastante probabilidad, un
sentimiento generalizado entre los jóvenes, ¿no debería ser motivo de
serios replanteamientos de la actividad escolar? Y si estos
planteamientos se producen ¿por qué no tienen unos efectos más visibles?
Las conclusiones que se deduzcan de estas opiniones de una buena
estudiante de secundaria no pueden extrapolarse, pero no dejan de ser
sintomáticas de la esclerosis organizativa, de la rutina profesional y de la
falta de centralidad y de protagonismo del alumnado. En la anquilosada
educación española, en la cual los desarrollos legislativos, administrativos
y curriculares sólo tienen efectos cosméticos y suelen influir poco en el
cambio de la praxis cotidiana, hoy mucho alumnado se debate entre ser un
sujeto pasivo, que va siguiendo y haciendo lo que se le manda, o bien ser
activo en el rechazo al servicio que se le ofrece. Este es el tema que
ahora consideramos.
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