¿Ser apolíneo o dionisíaco?

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Punto de Vista
por
José Morales Mancera
El dilema del líder:
¿Ser apolíneo o dionisíaco?
Cada vez se dificulta más encontrar líderes positivos en un mundo en
el cual el espectáculo, el show, es más importante que la autenticidad
de la persona. La superficialidad puede más que la profundidad de
pensamiento y la imagen comprada es mejor que la real. Mundo
de máscaras, no de personas.
E
l mayor riesgo para la estrategia realista en la dirección de empresas o en
los puestos relevantes de gobierno o de los partidos, es la soberbia: el
apetito desmedido de la propia excelencia, de su influencia y dominio en
los demás. Reinos, países, familias, fortunas, los ha acabado la soberbia y su
hermana, la envidia.
La pregunta que todo el día y más aún en las cavilaciones nocturnas se formula
la mente, es ¿quién soy? y ¿quién creen los demás que soy? ¿Cuánto valgo?
¿A quién puedo dominar y quién me domina? Autoestimación y prestigio son
los temas de cualquier humano, pero mucho más de quien se piensa líder o se
lo han hecho creer en su familia, en su escuela de negocios que lo ha inflado, o
en su partido político que lo ha postulado. Tan malo es quien le crea una baja
estima a un niño, humillándolo, como quien lo pone por las nubes sin mayor
mérito que el apellido, la sangre, el dinero o la posición social.
Aclaro que admiro a Argentina y a los argentinos, pero es la fama que a ellos
mismos les gusta crear. El ego es el pequeño argentino que todos llevamos
dentro. La máscara que nos agrada que miren los demás. Cada quien para sí
mismo es el centro del universo y le agradaría serlo para los que le rodean.
El “seréis como dioses” fue la tentación bíblica que perdió a Adán. El yo, lo
que realmente soy, y el ego, o la imagen amplificada que tengo de mí, las
estructuras donde me encaramo para parecer más.
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foto: IndexOpen
Le decía un niño argentino a su papá:
—De grande quiero ser como tú.
—¿De veras hijo? Qué bueno que reconozcas y te agraden mis éxitos, mi
fortuna, mi físico.
—No papá, lo que quiero es tener un hijo como yo.
Mi yo y mi ego viven en continuo dialogo o competencia, pero
paradójicamente mientras más inseguro y más baja autoestima tengo, más
busco máscaras y medallas que ponerme. La persona con baja autoestima es
la más proclive a desarrollar egos fantásticos, a dominar y estorbar a quien
pueda. Lo vives en la mayoría de los trámites burocráticos: obstaculizar es el
ego del burócrata.
Generalmente habla primero y domina el ego sobre el yo. Ambos cohabitan
juntos a veces de acuerdo, pero generalmente en divergencia: quién es
superior a quién y qué imagen proyecta el yo, que no le agrada al ego
o qué historias pasadas acepta el yo, pero que al ego le disgustan, por
remordimientos o rencores. Los recuerdos se ajustan más al ego que al yo,
pues la memoria es buena para recordar lo que le agrada al ego y para olvidar
a personas y acciones que le molestan.
¿Con cuáles personas soy aceptado en mi yo, cómo soy realmente, pero no
en mi ego? Con las que me aman, me conocen y me toleran. ¿Cuántos son mis
competidores o enemigos? Pues mi relación puede ser de dominante o de
dominado, de admirado o despreciado, de ejemplo o de vergüenza para los
cercanos o para la opinión de quienes personalmente ni conozco, sobre todo,
si soy hombre público, pues en política o en negocios o en el mundo social,
hay esferas en las que mi ego disfruta, sufre o compite con los egos ajenos.
Está perdido el director con baja autoestima al que le guste rodearse de
admiradores dóciles y complacientes cortesanos. Al director maduro le gusta
rodearse de gente mejor que él, cada quien en su área: los apoya, los escucha
y no compite, solo unifica la planeación y acción.
Sartre, el filósofo de la angustia existencial, decía: “El infierno son los otros”.
Aquí está expresando la mejor definición de infierno, donde conviven egos
absolutos frustrados aborreciéndose unos a los otros. Puede haber familias,
empresas, clubes, sindicatos o partidos, preludios del infierno. Mi yo y mi ego
no sobreviven sin la comparación y la competencia con los otros.
Al ego se le dificulta amar y el yo tiene que aprender a colocar a los demás en
su lugar de aprecio, que es el comienzo del amor. Atrapar los yo de otros hasta
fusionarse en un tú-yo o un yo-tú con la familia, con los del equipo de trabajo,
en un solo rostro de unidad es el comienzo de un buen matrimonio y de una
delegación de autoridad a altos niveles. En México, por desgracia, para la
mayoría, todo es competir y oponerse, abunda la baja autoestima en busca de
dominación.
Los grandes líderes, Gandhi, Mandela, Churchill, no requirieron de “ingeniería
de imagen” pues se aceptaban plenamente en lo bueno y en lo malo, dueños
de una auténtica personalidad y no tenían baja autoestima o, como antes se
decía, no estaban acomplejados. Sus activos del espíritu, tanto el humanístico,
el la verdadera cultura, como el sentido religioso de su vida estaban sólidos.
Los falsos líderes generalmente han sido ateos o panteístas (el cosmos es Dios),
los verdaderos han tenido por lo general un sentido trascendente de su vida.
El amor pleno se logra cuando el yo no necesita acordarse continuamente de
sí mismo. La salud mental extrema se da cuando en el sentido de mi vida son
los otros tan apreciados hasta la identificación de su yo real con mi yo, en una
realidad que hace posible la aceptación de mi yo real con mis ligeros egos, por
los demás, en mi familia, empresa, asociación etcétera. Porque yo acepto los
pequeños egos de los otros y hasta se los alabo en ocasiones.
La disyuntiva es: libre de mi ego
para poder volverme hacia los
demás, o libre de los demás para
concentrarme en mí mismo como
el máximo neurótico. Torre cerrada
donde disfruto y sufro al mismo
tiempo contemplando mi egoteca,
compitiendo, envidiando o rumiando
rencores.
Las neurosis están más en los hijos de
los ricos que en los pobres, porque
confunden el tener y el mandar, o
sea el ego, con el ser real del yo, y
el poder humillar con el liderazgo
constructivo. El ego máximo se
alcanza cuando el ego ha tomado
posesión del yo y se identifica con
el olvido o el odio de los otros, lo
mismo familiares que socios que
miembros del partido. Cree que sólo
él lo puede todo.
La paranoia es un síndrome cargado
de egos irreversibles. Es una
enfermedad que no duele, antes
agrada, frecuente en políticos y
empresarios de éxito, y que tiene
varios momentos. Primer momento:
“No me ames, admírame”. Segundo:
“Témeme aunque no me hagas caso
y me desprecies”. Tercero: “Publica
mis cualidades y virtudes, aunque no
creas en ellas”. Por último, cuando ha
sido abandonado por los seguidores,
“a dónde huyo o me escondo”, pues
las estructuras de mis egos se han
desmoronado y regreso a la realidad
solitaria del tirano, del frívolo o del
hombre vacío. El final de la paranoia
es la obsesión de huida: puede llegar
al suicidio.
El ego crea sus estructuras de
soporte: el dinero, el puesto, la
credencial del nombramiento, las
relaciones, los títulos. Hay la pequeña
pantalla (hobby) de quienes se creen
los mejores cazadores, pescadores
o deportistas, expertos en fiestas,
en buen comer o en pequeñas
vanidades que aunque no les dan
un desarrollo integral, sí logran cierta
felicidad que los entretiene y les
proporciona amigos. Estas pueden
ser muy buenas aficiones positivas si
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no se convierten en adicciones (que hacen perder los verdaderos valores) y si
son usadas sin despilfarros, pues permiten compartirse humildemente con los
demás en una verdadera amistad.
El excesivo uso de computadoras y de los medios electrónicos, cuando llega a
la adicción o dependencia, produce una soledad peligrosa con la imagen de
muchos y sin presencia de nadie, sin afectos humanos, demasiada información,
datos y más datos, sin juicios de valor, la cual no forma, ni desarrolla el
pensamiento abstracto (causa del déficit de atención actual). Únicamente
produce imágenes virtuales, en un buque fantasma vacío de personas reales
con sus afectos, pasiones y gestos que son los que me permiten identificar
su yo, no solo sus datos en su clave de Internet. Este es el problema de las
grandes empresas globalizadas donde sus funcionarios lejanos ni se conocen,
pues son simples números de enlace de comunicación.
El pensamiento humano abstracto se vuelve nulo y sólo queda lo visual y
existencial. El materialismo crece, el espíritu, se esfuma. La diversión substituye a
la formación.
Simpatía y empatía significan poder sentir y padecer o gozar con los demás lo
que sólo se logra en reuniones presenciales. Las tertulias, las peñas, los cafés de
antaño literarios o de cultura, no tienen substituto.
Si la conciencia de tu yo es fuerte, más que tu ego, podrías ser independiente,
existencial y creativo sin importarte demasiado la opinión ajena o el puro
quedar bien.
Con quiénes te identificas y de quiénes te separas, en qué grupos de amigos te
apoyas cuales son cambiantes, según los tiempos y cuáles son tus amigos
de verdad, los vitalicios que forman parte de tu personalidad, aunque no te
alaben continuamente.
Apolo y Dionisos
Son dos formas de egos famosos de la mitología. Esta división sólo marca los
extremos, pues en medio existe toda una gama de diferencias:
La personalidad apolínea es aquella que ya lo tiene todo o cree tenerlo y se
convierte en obsesiva-compulsiva de sí mismo y de los demás. Juez absoluto,
es dueño de la verdad. Son muy efectivos como gerentes en resultados
materiales, pero peligrosos en el proceso de desarrollo de personas y de
equipos. Se rodean de cortesanos y luminarias. En el apolíneo domina el súper
ego y por lo menos en apariencia, desaprecia el Id, el “ello”, cargado de
impulsos y pasiones. Su pecado es la soberbia.
En el dionisiaco, por el contrario, domina el id, y se burla del súper ego. El débil
yo se tambalea entre ambos: el súper ego rígido y aburrido, y el id permisivo y
divertido. En la teoría de Freud se requiere del psicoanálisis para reencontrarse.
El yo no es capaz de unificar esta doble imagen de la persona.
Los apolíneos como jefes o como padres son generalmente destructivos de
la personalidad de sus subalternos, hijos o empleados, pues son más temidos
que amados y logran grandes objetivos a costa de mucha infelicidad propia
y ajena. San Pablo aconseja: “Padres, no abuséis ni abruméis a vuestros hijos,
pues los haréis pusilánimes” o sea acomplejados, diría el buen psicólogo.
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Los apolíneos desprecian a los
dionisiacos del dios Dionisos,
contrarios al dios Apolo, pues
estos son hedonistas divertidos,
placenteros, gentes sin voluntad,
esclavos de las pasiones del cuerpo;
carecen de la virtud de la templaza
y son frívolos.
El modelo apolíneo suele degenerar
un una forma de paranoia ligera,
(rara vez en la grave e incurable de
la paranoia vera). En este estado
intermedio le es necesario el otro
como competidor a quien debe
combatir. Compite en la tertulia, en el
café, en el club, en el deporte, en los
negocios, en las conquistas. Su ego
crece cuando pude descubrir y acusar
errores o inmoralidades de otros,
sobre todo en el orden moral o del
negocio.
El dionisiaco basa su popularidad en la fiesta y en la diversión; es apariencia, le
falta compromiso; es simpático por el momento, pero carece de fundamentos,
de principios mentales y morales. El soporte de imagen del apolíneo es la
soberbia, pero el soporte del dionisiaco es la envidia, pues en ambos el yo
es muy débil y existe baja autoestima, y el falso yo es el soporte amargo
de su ego.
El dionisiaco es “socio céntrico”, se siente bien si es el eje de la fiesta, pues
es un consumado actor y la representación su fuerte, se muestra siempre
tolerante y pacifista, está con los pobres y con los oprimidos, aunque nunca
se compromete con ellos, pero goza su ego de la aceptación y del aplauso
de salir en notas periodísticas como benefactor y modelo de buena persona.
Es experto en colocarse cerca de los que deciden, se fotografía cerca de los
importantes, es lambiscón y sus enemigos son los que le puedan hacer sombra
a su imagen. En ambos hay narcisismo, o sea auto admiración contemplativa.
La moral burguesa puritana tiene su origen en una personalidad apolínea
de orden y rectitud, que tiene en su personalidad oculta o reprimida de su
subconsciente a la dionisiaca, en la cual lo que importa es sólo la imagen
externa, la apariencia de moral o ética, o sea, la del fariseo, sepulcro
blanqueado, del que hace mención el Evangelio. Dicen que la moral puritana
burguesa siempre puede dar explicaciones de sus excesos e injusticias pues
parte de los principios de la moral utilitaria. ¿Qué es bueno? Lo que es útil por
el momento.
Una moral según sus propios criterios subjetivos los hace sentirse de una
imaginada superioridad moral de infalibilidad. Estamos viendo cómo los
grandes negocios y la gran banca quiebra, a pesar de sus apolíneos directores
que se creían infalibles y sus soberbios consejeros y auditores incorruptibles.
Es curiosa la moral puritana, pues el que roba en una tienda comercial va de
inmediato a la cárcel, mientras el que defrauda millones de dólares con cuello
blanco, puede seguir en la calle por mucho tiempo y quedar rico.
El apolíneo disfrutará proyectos estratégicos estrafalarios, romper normas y
querer cambiarlo todo al momento. Malas asociaciones puede ser su fracaso,
pues desea dominarlo todo. En el dionisiaco, la falta de control, los gastos
absurdos y la incompetencia e inmoralidad de sus subalternos son la causa de
su ruina.
El delirio de Prometeo en el apolíneo o dionisiaco es necesariamente llegar al
sol, mientras no se le derritan sus alas de cera y regrese a la triste realidad del
humus de la tierra, de la humildad. La humildad es la verdad, la verdad de uno
mismo frente a Dios y los demás, para poder amar y compartir, reconociendo
que todo lo bueno viene de Dios si el hombre lo busca.
Foto: Santiago Arvizu
El líder humilde es el que tiene mejores condiciones de plantación estratégica,
es quien sabe delegar en el largo plazo, pues es realista de sí mismo, de su
gente, de sus recursos, de sus posibilidades y de su entorno presente y futuro.
Sabe crear el mejor equipo de seguidores leales e imitadores. La gloria no es
de él, es de su equipo. E
El autor es Licenciado en
Administración de Empresas y
Contador Público. Es Doctor en
Filosofía por la Universidad de
Navarra y Director General del
despacho Morales Mancera, de
Contabilidad y Consultoría.
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