“CAMINO DE MISERICORDIA” ENCUENTRO DE AGENTES DINAMIZADORES 2016 Oración de la mañana-Sábado “Ánimo, soy yo. No tengáis miedo”, (Mc 6,45-52) Bienvenidos. Un año más nos reunimos para compartir y celebrar la fe, la formación y la vida. Toca desperezarse, activar los sentidos y dejar a un lado lo que nos bulle para poder estar abiertos a lo que este Encuentro Nacional de Agentes Dinamizadores del Proceso de Maduración de la Fe nos tiene reservado. Por eso hoy empezamos la jornada poniéndonos en presencia del Señor, porque sólo desde Él y en Él nuestro ser cristiano y nuestra vida tienen sentido. Himno: “Vengo aquí mi Señor” Vengo aquí, mi Señor, a olvidar las prisas de mi vida, ahora sólo importas Tú, dale tu paz a mi alma. Vengo aquí, mi Señor, a que en mí lo transformes todo nuevo, ahora sólo importas Tú, dale tu paz a mi alma. Vengo aquí, mi Señor, a pedir que me enseñes tu proyecto, ahora sólo importas Tú, dale tu paz a mi alma. Lector: En el año de la Misericordia el Papa Francisco nos recuerda que Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, “rico de misericordia”, después de haber revelado su nombre a Moisés como “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad” no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la “plenitud del tiempo”, cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre. Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios. Ant. A quien confía en el Señor la misericordia lo rodea (bis). Salmo 50 (recitado a dos coros) Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces. En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre. Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve. Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti. Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios, Salvador mío, y cantará mi lengua tu justicia. Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza. Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén: entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar se inmolarán novillos. Lector 2: Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. “Dios es amor”; este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona y ofrece gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión. Hoy nos dice que “no tengamos miedo”. Evangelio: Mc 6,45-52 “Inmediatamente obligó a sus discípulos a reembarcarse y a adelantársele hacia la otra orilla, en dirección a Betsaida, mientras El despedía a la gente. Habiéndola, en efecto despedido, se fue al monte a orar. Cuando llegó la noche, la barca estaba en medio del mar, y El solo en tierra. Y viendo que ellos hacían esfuerzos penosos por avanzar, porque el viento les era contrario, vino hacia ellos, cerca de la cuarta vela de la noche, andando sobre el mar, y parecía querer pasarlos de largo. Pero ellos, al verlo andando sobre el mar, creyeron que era un fantasma y gritaron; porque todos lo vieron y se sobresaltaron. Más El, al instante, les habló y les dijo: "¡Ánimo! soy Yo. No tengáis miedo". Subió entonces con ellos a la barca, y se calmó el viento. Y la extrañeza de ellos llegó a su colmo. Es que no habían comprendido lo de los panes, porque sus corazones estaban endurecidos”. Reflexión: Es tiempo de reembarcarnos hace un nuevo camino de Misericordia. Desde el Evangelio, se nos invita a “no tener miedo” y a seguirle, a recorrer este camino con la mirada en su rostro. El Papa Francisco nos dice: “Queridos hermanos y hermanas, he pensado a menudo en cómo la Iglesia puede poner más en evidencia su misión de ser testimonio de la misericordia. Es un camino que inicia con una conversión espiritual, vivido a la luz de la palabra del Señor: 'Seamos misericordiosos como el Padre'. (...) Estoy convencido de que toda la Iglesia podrá encontrar en este Jubileo la alegría de redescubrir y hacer fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos somos llamados a dar consuelo a cada hombre y cada mujer de nuestro tiempo. Lo confiamos a partir de ahora a la Madre de la Misericordia para que dirija a nosotros su mirada y vele en nuestro camino”. Responsorio breve V. Te aclamarán mis labios, Señor. R. Te aclamarán mis labios, Señor. V. Mi lengua recitará tu auxilio. R. Mis labios, Señor. V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. R. Te aclamarán mis labios, Señor. Preces Adoremos a Dios, que por su Hijo ha dado vida y esperanza al mundo, y supliquémosle, diciendo: Escúchanos, Señor. Señor, Padre de todos, que nos has hecho llegar al comienzo de este día, —haz que toda nuestra vida, unida a la de Cristo, sea alabanza de tu gloria. Que vivamos siempre arraigados en la fe, esperanza y caridad —que tú mismo has infundido en nuestras almas. Haz que nuestros ojos estén siempre levantados hacia ti, —para que respondamos con presteza a tus llamadas. Guíanos siempre en el camino, —y en especial durante esta jornada de formación. Oración final: Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación. Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso. Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios. Amén. Canto: “María, la Madre buena" 1. Tantas cosas en la vida nos ofrecen plenitud y no son más que mentiras que desgastan la inquietud, tú has llegado mi existencia al quererme de verdad. Yo quisiera, Madre buena, amarte más. Ave María, Ave María (bis). En silencio escuchabas la Palabra de Jesús y la hacías pan de vida meditando en tu interior. La semilla que ha caído ya germina y está en flor, con el corazón en fiesta cantaré. 3. No me dejes Madre mía, ven conmigo al caminar; quiero compartir mi vida y crear fraternidad. Muchas cosas en nosotros son el fruto de tu amor. La plegaria más sencilla cantaré. 2. Desde que yo era muy niño has estado junto a mí, y guiado de tu mano aprendí a decir sí. Al calor de la esperanza nunca se enfrió mi fe, y en la noche más oscura fuiste luz.