LA CORRUPCION DE LA FAMA Muchas veces asombra e incluso

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LA CORRUPCION DE LA FAMA
Muchas veces asombra e incluso escandaliza comprobar que adquieren
popularidad, fama y los beneficios sociales y económicos que se desprenden de ello
personajes que no lo merecen. Parece que la sociedad no evalúa bien su modo de
conceder prestigios. Este es un asunto serio porque es uno de los modos de regulación
social y de implantación de valores. Al tratar el tema de la fama se movilizan temas
muy importantes de la convivencia y de la Historia.
En las culturas antiguas la aceptación social era imprescindible. Los
héroes, los grandes hombres, buscaban la gloria, que era el reconocimiento público de
su valor. El honor, la honra, era patrimonio del alma, índice de la dignidad personal,
pero al mismo tiempo necesitaba y dependía del reconocimiento público. Se establecía
así una estrecha relación entre lo valioso en sí y lo premiado. Una sociedad podía ser
injusta si no reconocía los méritos o si se los atribuía a quien no los tenía. La honra tenía
su expresión social en la fama y la deshonra en la infamia. El lenguaje nos dice hasta
que punto estaban ambas cosas relacionadas. También el sentimiento de vergüenza
servía para implantar normas de comportamiento. Las sociedades pueden regular su
convivencia por sistemas de coacción fuerte –el Derecho- y por sistemas de coacción
suave, que son los sentimientos de vergüenza y culpa. Honor, honra, fama, vergüenza,
forman parte de todo un sistema de regulación social.
Sin embargo, ese sistema degeneró por los excesos cometidos. La presión
social puede conducir a una tiranía del qué dirán que limite la libertad. La honra acabó
identificándose con la decencia. En cierta forma se cosificó, de manera que podía ser
robada. El prototipo de ese robo era la violación, que hacia que la mujer violada
perdiera la honra. Además el “valer más o valer menos” se convirtió en obsesión de la
vanidad humana. Julio Caro Baroja ha escrito brillantemente sobre los desmanes que
este afán producía: “Muchos eran los que reputaban que la disputa sobre más o menos
valer era, precisamente, la causa de la mayor parte de las acciones humanas. No es una
cuestión de ideas la que mueve a los hombres a pretenderlo, sino un instinto nacido en
individuos que se mueven dentro de estructuras sociales que son incluso más viejos que
el cristianismo y la filosofía clásica. El valer más, en efecto, está ligado con una idea de
la honra que no es individual, sino con una especie de honor colectivo”.
Todo este sistema de valoraciones entró en quiebra. Durante el siglo XX
apareció la “transgresión” como forma de protesta contra los excesos antiguos. En cierto
sentido, la afirmación de la libertad personal se identificó con una desvinculación social.
El juicio ajeno dejó de tener relevancia moral, en nombre de una moral de la libertad
personal. A partir de ese momento la fama cambia de significado. Ya no está
relacionada con el mérito, sino con el espectáculo. Son famosos aquellos que interesan
al público porque se mueven en un medio social que resulta atractivo –cine, alta
sociedad, mundo de la moda- o porque despiertan emociones variadas –diversión,
intriga, escándalo-. Como decía Virginia Woolf “A la gente le gusta sentir. Sea lo que
sea”. La vida de los famosos no se distingue bien de la vida ficticia. El mecanismo de
la fama se concentra en el viejo adagio: “Que hablen de ti, aunque hablen mal”. La
“distinción” que tradicionalmente había sido un sinónimo de refinamiento, se convierte
en un mero destacar de los demás, por lo que sea. Siempre había habido una fama
fundada en comportamientos rechazados por la sociedad. La historia de la palabra
“escándalo” lo demuestra. Significa alboroto, ruido, pero ha llegado a significar
desvergüenza. “Dar escándalo es comportarse ostensiblemente en desacuerdo con las
conveniencias sociales”. Estos hechos siempre habían interesado al público, y toda la
prensa sensacionalista encontraba en ellos el gran filón. Se transmitían además cotilleos
y murmuraciones. En la vida real sucede como en las novelas, que resultan más
divertidas las acciones dramáticas, perversas, criminales, que las vidas felices.
Lo que ha cambiado últimamente es que lo escandaloso ha dejado de ser
escandaloso para ser admirado y aplaudido. Resulta inexplicable los personajes que
salen por televisión a contar sus trapos sucios y miserias y que reciben una atención
desmesurada del público. Esto presenta un problema social. Los prestigios públicos
configuran modelos sociales. Si premiamos con la fama a los desvergonzados,
aparecerán desvergonzados hasta debajo de las piedras.
JOSE ANTONIO MARINA
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