+ El desarrollo infantil y las dimensiones socio afectiva y cognitiva

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 El desarrollo infantil y las dimensiones
socio afectiva y cognitiva en la educación
preescolar
Descripción: Presenta los principios del desarrollo
infantil y caracteriza dos dimensiones claves en la
educación preescolar
Autor: Fundación Promigas -Universidad del Norte
Libro: Gestión de la Educación Preescolar
Cuando se habla de desarrollo se hace referencia al proceso continuo, que
nunca cesa, desde la concepción hasta la muerte, que varía en cuanto a la
velocidad en que ocurre, ya que algunas veces es rápido, otras veces es lento y
casi imperceptible; sin embargo, jamás cesa, y lo que sucede en una etapa
tiene influencia en la siguiente (Hurlock, 1988). Por lo cual es posible identificar
etapas o estadios de creciente nivel de complejidad.
Apoyando el planteamiento de Hurlock, algunos teóricos consideran que el
desarrollo infantil se rige por unos principios generales que permiten
comprender las diferencias entre los seres humanos y cómo ocurre el
desarrollo.
De acuerdo con Papalia y Wedkos (2001), el primer principio es: los seres
humanos se desarrollan a ritmos diferentes, ya que cada persona y cada niño
presenta diferencias en el ritmo en que se desarrolla y en algunas áreas será
más rápido que en otras.
El segundo principio: el desarrollo es relativamente ordenado, es decir,
presenta unas secuencias y cada nuevo aprendizaje tiene unos prerrequisitos,
los cuales deben tener la madurez necesaria para poder adquirir el otro, ya que
si el individuo no los aprende e interioriza, no podrá avanzar a la siguiente
etapa.
El tercer y último principio: el desarrollo tiene lugar en forma gradual, lo que
indica que los cambios no ocurren de la noche a la mañana, sino que los niños
necesitan un tiempo para alcanzar el manejo absoluto de una habilidad.
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Por tales motivos, se considera de gran importancia la formación y la educación
que recibe el niño durante sus primeros años de vida por parte de todos los
adultos, sus compañeros y su contexto, ya que éstos son el inicio para el
desarrollo de cada uno de los diferentes aspectos
que lo conforman, los cuales necesitan de la estimulación y la oportunidad de
ejercitarlos. Según Diane Bales –especialista del Departamento de Desarrollo
de la Infancia y la Familia–, los seres humanos aprenden ciertas cosas con más
facilidad durante ciertos momentos en la vida. Estos momentos se conocen
como “ventanas de oportunidad”, los cuales ocurren cuando el cerebro está
más preparado para aprender algo nuevo. Es como si una ventana en el
cerebro se abriera por un momento y después se cerrara. Cuando la ventana
está abierta es más fácil aprender; cuando está cerrada aún se puede
aprender, pero es más difícil. La mayoría de las ventanas del cerebro se abren
y se cierran durante los primeros años de vida, de ahí la importancia de ofrecer
contextos que propicien este desarrollo.
En opinión de Nelson Ortiz (1991), los niños se desarrollan como totalidad,
funcionan como un sistema compuesto por múltiples subsistemas, el
funcionamiento particular de cada uno de ellos afecta de alguna manera a la
persona total. Si bien es cierto que la evolución del niño se realiza en varias
áreas o procesos a la vez, estos desarrollos no son independientes sino
complementarios.
Los múltiples subsistemas a los que hace referencia Ortiz (1991) son cada uno
de los componentes, áreas, dimensiones o aspectos divididos de esta manera
para profundizar y facilitar el estudio de cada uno de ellos, sin olvidarse, desde
luego, de la interrelación entre estos aspectos, que es lo que explica y permite
la comprensión del niño.
Como se ha mencionado, los aspectos son: el socioafectivo, cognitivo,
psicomotor y el lenguaje, con base en los cuales se realizará un aproximación
teórica a componentes específicos como el autoconcepto infantil, las aptitudes
cognoscitivas, las conductas motrices finas y gruesas y el aprendizaje de la lectoescritura.
A continuación se profundiza en cada una de las dimensiones:
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Dimensión Socioafectiva
Cuando se habla del aspecto socioafectivo se hace referencia a todos aquellos
procesos o cambios graduales que ocurren en la personalidad, en las
emociones y en el área social de cada individuo.
La dimensión socioafectiva no se puede entender desligada de lo social; por
eso ha sido denominada Socioafectiva, para hacer énfasis en el hecho de que
la interacción social determina la vida psíquica del niño desde antes de que
éste nazca.
El ser humano es ante todo un ser social, que se desenvuelve en un mundo en
el cual cohabita con otros, quienes a su vez generan espacios en los cuales el
niño puede expresarse, comunicarse, sentir, pensar y hacer.
Sin embargo, de la misma manera necesita, llegar a un conocimiento sobre
¿quién es él? Por tal motivo, el afianzamiento de su personalidad, la
autoimagen, el autoconcepto y autonomía le permiten consolidar su
subjetividad, como también establecer relaciones con sus padres, hermanos,
docentes, niños y adultos cercanos a él.
Es por ello que se consideró relevante profundizar acerca del autoconcepto
como variable principal dentro del aspecto socioafectivo. De acuerdo con
muchas investigaciones se ha deducido la importancia de la propia estima para
un adecuado desarrollo afectivo, cognitivo y social. Se ha observado que si no
posee un autoconcepto adecuado, la persona no puede estar abierta a sus
propias experiencias afectivas, especialmente a los aspectos desfavorables de
su carácter.
Por otra parte, muchos teóricos sostienen que el autoconcepto desempeña un
papel importante en el proceso educativo. El rendimiento de los alumnos en el
colegio está influenciado no sólo por lo que saben sino también por sus
actitudes y motivos.
Villa y Auzmendi (1992) definen el autoconcepto como la actitud valorativa que
un individuo tiene hacia sí mismo, hacia su propia persona. Es la estima, los
sentimientos, experiencias y actitudes que la persona desarrolla hacia su propio
yo.
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La característica fundamental del autoconcepto en la edad preescolar consiste
en que se trata de un momento de implantación y consolidación del yo, seguido
de la expansión de sí mismo. Conociendo este hecho, el yo está poniendo sus
cimientos, y cualquier desajuste o problema que se produzca en esta etapa
puede tener consecuencias negativas en el adulto del mañana. No cabe duda,
por tanto, de la relevancia que adquiere su evaluación con el fin de intervenir, si
así fuera necesario.
Dimensión Cognitiva
Aunque se ha aislado con el fin de profundizar su estudio, el aspecto cognitivo
está íntimamente relacionado con el autoconcepto y el área socioafectiva
propiamente dicha.
El pensamiento se desarrolla según la relación que el niño establece entre su
curiosidad e interés por el mundo que lo rodea y el anhelo que manifiesta por
las personas cercanas a su entorno, lo cual lo impulsa a interactuar con su
medio y desarrollar el pensamiento práctico.
El paso del pensamiento práctico al pensamiento cognoscitivo es lo que
posibilita el desarrollo de las aptitudes cognoscitivas, ya que sólo este tipo de
pensamiento estimula la memoria, la reflexión y el juicio.
En la teoría de Piaget, el desarrollo es el resultado de la organización cada vez
más compleja de los esquemas mentales y de los comportamientos a través de
la adaptación (asimilación y acomodación) y del equilibrio. De igual manera,
describió que el desarrollo cognoscitivo ocurre en una serie de etapas
cualitativamente diferentes; en cada etapa, un niño desarrolla una nueva
operación que implica pensar acerca del entorno y responder a él.
Este autor divide el desarrollo cognitivo en cuatro períodos importantes. A
continuación se mencionarán algunas de ellas:
El primer período es el sensorio - motriz, el cual llega hasta los 24 meses, es el
de la inteligencia anterior al lenguaje y al pensamiento propiamente dicho. Es
un período de ejercicio de los reflejos en el que las reacciones del niño están
íntimamente unidas a sus tendencias instintivas, como la alimentación, y con
éste aparecen los primeros hábitos elementales. Bastará que una acción aporte
satisfacción para que sea repetida constantemente por el niño. A esta repetición
por medio de la cual el niño disfruta y a la vez aprende, Jean Piaget le llama
reacción circular.
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Estas acciones no se repiten como los reflejos, sino que se incorporan a las
experiencias que empieza acumular el bebé y que se van uniendo a nuevos
estímulos (algunos logrados por mera casualidad).
La inteligencia sensorio - motriz tiende a la satisfacción práctica, el éxito de la
acción, pero no al conocimiento: no busca la explicación ni la clasificación ni la
comprobación; no se relaciona casualmente. Es la inteligencia vivida, no
reflexiva, es decir, el pensamiento práctico.
El segundo período se denomina pensamiento preoperacional (2 a 7 años): en
éste se encuentra el subperíodo simbólico - preconceptual, que abarca de los 2
hasta los 4 años, cuando se empieza a consolidar el lenguaje, y con este logro
se observan grandes progresos tanto del pensamiento como del
comportamiento emocional y social del niño. El lenguaje es la manifestación de
cómo el ser humano puede usar símbolos (palabras) en lugar de objetos,
personas, acciones, sentimientos y pensamientos (Papalia y Wedkos, 2001).
El lenguaje permite al niño adquirir un progresivo conocimiento de los sonidos
que escucha en su medio ambiente. Repitiéndolos y ordenándolos empieza a
comprender que a través de ellos puede expresar sus deseos. Primero hace y
repite con gran placer sus propios “gorgoritos” y vocalizaciones y luego imita
ruidos, sonidos y palabras que oye en su medio ambiente.
La adquisición de las palabras, que después se convierten en frases, es lo que
llamamos lenguaje, que consiste en un doble proceso de comprensión de estos
símbolos y su utilización para expresar ideas, sentimientos y acciones.
En la teoría piagetiana, el lenguaje tiene una función simbólica y en gran parte
se adquiere en forma de actividades lúdicas (juegos simbólicos).
El niño juega, platica y reproduce con el juego situaciones que le han
impresionado, y al reproducirlas enriquece su experiencia y su conocimiento.
En esta actividad lúdica en la cual ya no sólo repite sino que imita y representa
lo vivido, el lenguaje contribuye a la asimilación y acomodación de su
experiencia, transformando en el juego todo lo que en la realidad pudo ser
penoso y haciéndolo soportable e incluso agradable. Para el niño, el juego
simbólico es un medio de adaptación tanto intelectual como afectiva.
Período del pensamiento intuitivo: se evidencia desde los 4 hasta los siete años
aproximadamente. Se caracteriza por que el niño centra su atención en las
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configuraciones del conjunto, es decir, si cambian las configuraciones del
conjunto cambia el conjunto.
A diferencia del subperíodo anterior, en el cual al finalizar el niño ya está en
posesión del objeto individual pero no de la noción de conjuntos de objetos, en
este período hay un rudimento de lógica, pero aún el niño centra su
pensamiento en una sola de las dimensiones o de las situaciones.
El período anterior (simbólico - preoperacional) comparte con éste la
característica de que en ambos el niño es egocéntrico, es decir, el niño menor
de 7 años difícilmente se coloca mentalmente en el lugar de otra persona.
Cada una de las anteriores etapas le permite al niño pasar de un pensamiento
práctico y concreto a un pensamiento abstracto y lógico, por medio de la
evolución de las aptitudes cognoscitivas, las cuales son las herramientas
mentales que le permiten procesar, analizar y organizar la información del
exterior y la escolar.
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