Entrevistas inolvidables: DICK FOSBURY

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Entrevistas Inolvidables
Estamos en el Saloon de Ketchum, en el Estado de Idaho, donde
vive el hombre que revolucionó el salto de altura. Dick Fosbury
estuvo afectuoso y amigable con este reportero. La foto la hizo el
camarero que nos sirvió un Burbon's y, la verdad, salió muy
oscura. Pero es un testimonio válido del encuentro.
DICK FOSBURY
EL GRAN SALTADOR
,
"Me siento feliz de haber
impuesto un estilo propio".
*
"En el colegio me consideraban
un chiflado por practicar el salto
de espaldas".
*
Idaho viene de la palabra india Edah Hoe y significa "luz de los
montes". Allí están el Hell's Canyon, con sus 2.430 metros de
longitud, el bosque de pinos blancos conocido como el Clearwater
National Forest, sus dos mil lagos, los maravillosos parajes que
deja, cual surco de piedra, el Snake River (Río Serpiente) y el
incomparable Río sin Retorno, donde se pesca el salmón. Idaho es
una maravilla. El Estado que eligió para vivir --el suyo natural de
Oregón, donde vino al mundo en la ciudad de Portland, el 6 de
marzo de 1947, tuvo que abandonarlo por problemas de alergia-esta leyenda viva del olimpismo que es Richard Douglas Fosbury,
creador de un nuevo estilo en el salto de altura que revolucionó
todas las técnicas conocidas para acabar siendo asumido por todos
los especialistas del mundo.
Quizá haya deportistas con más estela que Fosbury. Quizá un Ray
Ewry, ganador en triple salto sin carrera en las Olimpiadas de
1900, 1904 y 1908; un Duke Paoa Kahanamoku, hijo de una
princesa hawaiana y extraordinario nadador; un vegetariano
como el finlandés Hannes Kolehmainen o su compatriota Paavo
Nurmi; un Alfred Oerter; un Billy Mills, un Emil Zatopek o un
Tommie Smith superen a nuestro personaje. Pero nadie le podrá
negar a Fosbury haber entrado en la historia del deporte con el
ímpetu que lo hizo en México. Un salto...y la gloria para siempre.
El Olimpo, este domingo 20 de octubre de 1968, último día de los
Juegos de México, tenía un nuevo dios. Y no precisamente un dios
menor.
Fosbury vive en Ketchum, un pequeño pueblo perdido en una
estribación de las Montañas Rocosas. La suya es una vida
tranquila, ya que por culpa de la nieve trabaja sólo seis meses al
año como ingeniero civil. El resto del año lo pasa en casa con su
mujer, Kareen, con la que contrajo matrimonio a principios de
1982, su hijo Erick, esquinado en la vecina Sun Valley, donde
tienen vivienda los componentes de la "jet society" americana, o
matando las horas en el "saloon" del pueblo con un grupo de
amigos. Y sería en el "saloon" donde quedamos citados tras una
jornada agotadora para ambos. La mía tras un largo viaje en
coche desde Salt Lake City, en el vecino Estado de Utah, y él
después de haber estado todo el día en Boise, la capital de Idaho,
por cuestiones relacionadas con su profesión.
Diez de la noche. Fosbury se presenta vestido de vaquero, pelo
largo, bigote y con una incipiente perilla. La suya es una imagen
muy distinta de la que mostraba la tarde del hito en el Estadio
Olímpico, en que parecía un colegial aplicado. En el "saloon"
tintinean los vasos y alguien, de vez en cuando, pone unos
centavos en la máquina de discos para que suene la melódica voz
de Kenny Rogers. Fosbury, Dick para los amigos, eleva la voz
para emerger del estruendo. Y mientras tomamos un trago de
whisky de Kentucky, que entra como una cornada de búfalo, le he
comentado la opinión que tienen de él los aficionados, su carisma
histórico y legendario al haber impuesto un estilo nuevo en el salto
de altura. Las revoluciones van caras, pero la suya acabó con un
triunfo en regla. A Fosbury le brillan sus ojos azules cuando dice:
--Me siento feliz de haber impuesto un estilo propio. Mi salto es
fácil y quizá por esto lo ha copiado mucha gente.
--Todos, absolutamente todos, Dick...
--Eso no lo sé. Aquí vivo apartado de todo. Me han comentado que
ahora hay un chino que salta "Fosbury" y esto es excitante para
mí. Es como un premio maravilloso a todo lo que tuve que
aguantar al principio con un estilo que no gustaba a nadie. Porque
yo el salto de espaldas lo practicaba ya en el colegio y todos se
reían de mí. Me consideraban un chiflado y, los más benevolentes,
un esnob por salirme de la norma. Hasta que gané la medalla de
oro en México.
--Entonces todo fueron alabanzas...
--Así es la vida. Dejé de ser un chiflado y un esnob para pasar a la
categoría de héroe.
Kareen escucha con atención, casi con arrobamiento. Conoció a
Dick en Ketchum, trece años después de la gesta, y en casa apenas
hablan de deporte.
--¿Se lo creía usted?.
--La verdad es que no. En México esperaba quedar entre los cinco
primeros, no el primero y encima entrar en la historia. Nunca
competi con la idea de ganar, entre otras cosas porque tenía la
tercera mejor marca de mi país y el soviético Gavrilov, por
añadidura, me había batido antes en algunas competiciones
"indoor" en que participamos. Quizá la victoria en México fue un
accidente, pero el salto de 2,24 existe, es una hermosa realidad.
El salto existe, sí. Lo vimos todos. Lo que interesa saber es cómo,
dónde y cuándo surgió la feliz idea. Fosbury lo cuenta con toda
naturalidad:
--A los once años, en la escuela de Portland, el profesor de
gimnasia me hizo saltar junto con muchos otros niños. Estábamos
en fila y ésta se iba abriendo tanto que, cuando me tocó saltar a mí
resulta que estaba casi paralelo al listón. Como no era cuestión de
volverme atrás y tomar carrerilla, salté como estaba, o sea, de
cara al profesor y de espaldas al listón. La carcajada fue general.
El caso es que a mí me pareció más cómodo saltar de aquel modo
y continué así. En solitario y progresando.
--Hábleme de este progreso...
--A los once años saltaba 1,15 metros; a los 16 años el salto era de
1,60 metros, a los 19 años 1,93 metros, y nueve meses antes de la
Olimpiada de México hice un 2,13 que me pareció un mundo. Ya
a principios de 1968 me proclamé campeón intercolegial con 2,19
y en las semifinales para formar parte del equipo olímpico de
Estados Unidos salté 2,16 metros primero y 2,21 metros después,
lo que suponía la tercera mejor marca de mi país, tras Ed
Caruthers y Reynaldo Brown. Pero en México todo me fue bien.
En las pruebas de calificación salté en el primer intento 2,03, 2,09,
2,14, 2,18, 2,20 y 2,22. En la final, en solitario, salté el 2,24 que me
valdría la medalla de oro y un nuevo récord olímpico. Luego,
probé en vano superar el récord mundial de Valeri Brumel, que
era mi ídolo, colocando el listón en 2,29 metros. No pudo ser.
--Se baja del podio y anuncia su retirada de la competición, ¿por
qué?.
--No estaba preparado para el triunfo. Estaba cansado.
Demasiada conmoción. Emocionalmente no estaba preparado
para asumir la gloria.
--Quizá le asustara la responsabilidad...
--Quizá. No quería competir más para no hacer el ridículo. Hice lo
mejor que pude y era mejor dejarlo.
Un poco para no mancillar su hazaña, y otro poco porque había
que labrarse el futuro, Fosbury se fue estando en la cima, cuando
su nombre podía haber supuesto unas grandes ganancias en
dólares de haberse prestado a las exhibiciones. Pero ya lo dice él:
estaba cansado. Y, además, emocionalmente desequilibrado tras
su espectacular triunfo en el Estadio Azteca. Pero hay más...
--Tras la Olimpiada reanudé mis estudios de ingeniero en
Metford. Después, una vez finalizados los estudios, busqué
trabajo, pero tuve dificultades, por lo que durante un año trabajé
en Eugene como entrenador de atletismo en la Universidad estatal
de Oregón. Hasta que por culpa de una alergia tuve que
abandonar el estado y me vine a vivir a Idaho.
El resto lo sabemos. Seis años lleva Fosbury en Ketchum, en cuya
guía telefónica es el único que lleva este nombre. Los habitantes
del pueblo se sienten orgullosos de tenerle como vecino. Su gran
salto de México, superado ya en muchos centimetros con su
propio estilo, le ha hecho acreedor al respeto y al cariño de todos.
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