EL REALISMO

Anuncio
UNIDAD
2
EL REALISMO
3. El debate meliano
TucíDIDES
[416 a. de J.C.) 84. Al verano siguiente, Alcibíades se desplazó a Argos con veinte galeras,
y. ahí capturó a los argivos sospechosos y a todos
aquellos que parecieran favorecer a la facción
lacedemónica, en número de trescientos, llevándolos a la más cercana de las islas súbditas del
estado ateniense.
Los atenienses emprendieron asimismo la
guerra contra la isla de Melos, con treinta galeras propias, seis de Khíos y dos de Lesbos, en
las cuales transportaban a mil doscientos de sus
hombres de armas, a trescientos arqueros y a
veinte arqueros de caballería; entre sus confederados y habitantes de las islas contaban con
unos mil quinientos hombres armados. Los melianos son colonia de los lacedemones, por lo
que se rehusaron, al igual que el resto de las
islas, a convertirse en súbditos de los atenienses;
en un principiO guardaron posidón de neutralidad, y posreriormente, cuando los atenienses,
comenzaron a invadir SUS tícrtas, decidieronJanzarse en guerra franca.
to
36
Tomado de, The PelQjJQnnesian War, quinvolumen, traducción de Thomas Hobb.es.
Ahora bien, los comandantes atenienses Cleómedes, hijo de Licómedes, y Tisias, hijo de Tisímaco, acampados con sus fuerzas en tierras de
Melos, antes de infligir daño alguno enviaron
embajadores a los habitantes de la isla para negociar en conferencia. Los melianos se negaro
a presentar a dichos embajadores ante la multitud, exigiéndoles por el contrario que pronunciaran su mensaje ante los magistrados y la
minoría; así, intercambiaron las siguientes palabras:
85. Atenienses. "Puesto que no nos es permitido expresarnos ante la multitud, por temor
de que ésta se sienta atraída al escuchar nuestros
argumentos persuasivos e irrebatibles al unísono, en fluido discurso (pues conscientes estamos
de que tal ha sido la causa de hacernos conferenciar ante la minoría)¡ tomad muy encuenta
ese pilnto, voSOtros aquí séntados; responded
VQsotros a cada pormenor, no en discurso elabOi''ado", síno de hecho interrumpidnos cuando
ostentéis una opJnJóocontraria a aquélla por nos
manifést~da. '1, en primer lu~~t. responded si
esta mOcJón es o: no de vuestro agrado."
86. Alo cual contest6el consejo de los mellanas: '''Falla 00 ha de percibirse en la equidad
El debate meliano
de un holgado debate; mas estos preparativos de
guerra, no futuros sino aquí presentes, parecen
no concordar con lo anterior. Pues vemos que
vosotros habéis venido a ser jueces de la conferencia, y que esto, si resultamos superiores en .
argumentos y, por tanto, no cedemos, nos habrá de acarrear la guerra o, por el contrario, si
cedemos, la servidumbre."
87. Atenienses. "No, si habréis de limitaros
a inferir sospechas de lo que puede ser o de
cualquier objetivo ajeno a solicitar consejo sobre lo que sucede realmente y se despliega ante
vuestros ojos, es decir, cómo salvar a vuestra
ciudad de la destrución, más valdrá retirarnos.
Pero si os apegáis a la realidad, procedamos a
discutirla. "
88. Melianos. "Es razonable y excusable que
los hombres en un caso como el nuestro dirijan sus palabras y pensamientos a diversos asuntos. No obstante, si la presente consulta se ha
de sujetar al tema de nuestra seguridad, estaremos complacidos, si os parece, de seguir el curso por vos propuesto."
89. Atenienses. "Como por nuestra parte no
hemos de jactarnos, por ejemplo, de que nuestro reino es legítimo por haber derrotado a los
medas, o de haber venido aquí en contra vuestra por los daños provocados, tampoco habremos de realizar un prolongado discurso ante
oídos incrédulos; del mismo modo, demandamos que vosotros no esperéis prevalecer argumentando que no nos despojásteis porque érais
colonia de los lacedemones, o que no no~ habéis inflingido perjuicio alguno. Mas, de todo
lo que predomina en nuestro pensamiento, discutamos sólo aquello que sea factible, tanto para
vosotros como para nosotros, sabedores de que
en el debate humano sólo se logra la justicia
cuando la necesidad es igual; considerando que
quienes gozan de poder impar exigen cuanto
pueden, y que los débiles ceden a cuantas condiciones pueden obtener. "
90. Melianos. "Pues bien (en vista de que vosotros colocáis el beneficio en el lugar de la justicia), consideramos provechoso para nosotros no
eliminar un beneficio general de todos los hombres, que es el siguiente: que a todos los hombres
en peligro, si se defienden con razón y equidad,
37
se les otorgue un trato justo, quizás apartándoos
un tanto del estricto rigor de la justicia. Y esto,
sobre todo, os concierne a vosotros, puesto que
de otro modo, si vuestro poder se frustrase, daríais al resto del mundo un ejemplo de la mayor
venganza concebible."
91. Atenienses. "Por lo que a nos respecta,
aun cuando nuestro dominio cesase, no habríamos de temer a las secuelas. Pues quienes ejercen
el mando no son crueles con los vencidos, norma ésta que los lacedemones no observaban
(aunque ya nada tenemos que hablar de estos
últimos); de hecho, habiendo sido súbditos en
alguna época, atacaron a quienes los gobernaban y lograron la victoria. Pero dejad tal peligro a nuestro cuidado. Entre tanto, os decimos
que: aquí nos encontramos para engrandecer
nuestros dominios y para someter a debate la
salvación de vuestra ciudad. Es nuestra intención el ejercer dominio, que no opresión, sobre vosotros, así como preservaros en beneficio
de ambos."
92. Melianos. "¿Mas cómo podemos nosotros hallar provecho en la servidumbre del mismo modo que vosotros en el mando?"
93. Atenienses. "Vosotros, mediante la obediencia, os salvaréis de la adversidad; y nosotros,
al no destruiros, extraeremos beneficios de vos."
94. Melianos. "¿Mas acaso no aceptaríais que
nosotros permaneciésemos en paz y en términos
de amistad con vosotros (considerando que antes fuimos vuestros enemigos), sin tomar partido por nadie?"
95. Atenienses. "No. Pues que vuestra enemistad no nos perjudicó tanto como lo haría
vuestra amistad; ésta se convertiría en argumento de nuestra debilidad y de vuestro rencor por
nuestro poderío entre aquellos que ahora gobernamos."
96. Melianos. "Pero, ¿por qué? ¿Acaso vuestros súbditos miden la equidad con una misma
vara, colocando a quienes nunca han tenido nada
que ver con vosotros, y con ellos mismos, que
en su mayoría han sido colonias vuestras, junto con aquellos que han sido conquistados tras
rebelarse?"
97. Atenienses. "¿Por qué no? Ellos piensan
que la razón está de su parte, en uno y otro as-
38
El
realismo
pectos, y que quienes viven sometidos, han sido
101. Atenienses, "No, si sabéis conduciros.
sometidos por la fuerza, y que quienes tienen Pues que no os enfrentáis a una contienda de
ascendiente lo tienen por temor nuestro. Por valor en igualdad de condiciones, donde vuestanto, al someteros a vosotros, además de ex- tro honor quede en prenda, sino a una consulta
tender nuestro dominio sobre cuantiosos súb- por vuestra seguridad, a la cual os resistís coditos más, reafirmaremos, ante quienes ya eran mo si no reconociéreis nuestra superioridad
nuestros súbditos nuestra posición de amos de como adversarios."
los mares, y la vuestra de isleños, más débiles
102. Melianos, "Pero nosotros sabemos que,
(salvo que vos podáis obtener la victoria) que en materia de guerra, se da el caso de que no
aquéllos a quienes ya hemos sometido,"
siempre el resultado va de acuerdo con la dife98. Melianos. "Entonces, ¿vosotros conside- rencia numérica de los bandos; y que si cedemos
ráis que no existe garantía alguna en aquello que en este momento, perderemos toda esperanhemos propuesto? Pues ahora nuevamente (ya za; no obstante, si sabemos resistir, podremos
que apartándonos de nuestra defensa de equi- acariciar cierta esperanza de conservar nuestra
dad nos persuadís de someternos a vuestro be- posición, "
neficio), habiéndoos expuesto 10 que es bueno
103. Atenienses. "La esperanza, consuelo del
para nosotros, debemos esforzarnos por remi- peligro, cuando se le emplea de sobra, pese a
tiros al mismo tema, puesto que también será de que puede perjudicar, no destruye. Mas entre
provecho para vosotros. Tomando en cuenta aquéllos que en ella cifran toda su confianza
que muchos hoy guardan una postura neutral, (pues por naturaleza es asaz pródiga), pronto
¿en qué los convertís vosotros si no en vues- se da a conocer por su fracaso; y una vez cotros enemigos, ahora que se percatan de estos nocida, no deja lugar para precaución futura.
vuestros procedimientos, y de que a partir de Que no sea tal vuestro caso, vos que no sóis
este momento vosotros intentaréis asimismo vol- sino débiles y no contáis más que con dicho
car vuestras armas contra ellos, ¿Y qué significa recurso, Tampoco seáis como muchos hombres
esto si no azuzar a quienes ya son vuestros ene- que, aunque puedan salvarse de inmediato por
migos, ya la vez enemistaros con quienes no 10 medios humanos, cuando sus esperanzas más
son, en contra de la voluntad de todos ellos, firmes los abandonen bajo la presión del enemilo cual se habría podido evitar adoptando otras go, se aferran a cosas fútiles como la adivinamedidas?"
ción, los oráculos, y tantas otras que, mediante
99. Atenienses. "No consideramos que pue- la esperanza, destruyen al hombre."
dan ser peores enemigos nuestros aquellos que
104. Melianos, "Vos bien sabéis que para nopueblan otras regiones del continente, ya que mu- sotros sería extremadamente arduo el combatir
cho tiempo ha de pasar antes de que deban sal- vuestro poderío y fortuna, a menos que pudiévaguardar su libertad en contra nuestra. Mas semos hacerlo en igualdad de circunstancias. No
aquellos habitantes no sometidos de las islas, co- obstante, sentimos que en lo concerniente a la
mo es vuestro caso, o los que ya se sienten in- fortuna no seremos inferiores de ninguna masultados por la necesidad de sometimiento en nera, ya que tendremos a los dioses de nuestra
el que ya se eacuentran, ellos sí, mediante recur- parte por nuestra postura inocente ante hombres
sos imprudentes, pueden ponernos en aparente injustos; por lo que respecta al poder, aquello de
10 que carezcamos nos será abastecido mediante
peligro a nosotros y a ellos mismos. "
100. Melianos, "Entonces, ¿si vosotros pre- nuestros nexos con los lacedemones, que por
tendéis retener vuestro poder, y si vuestros vasa- necesidad están obligados a defendernos, si no
llos han de padecer peligro extremo al alejarse de por causa distinta, en aras de la consanguineidad
vos, a caso no se nos imputaría a nosotros, seres y de su propio honor. Por tanto, estamos conlibres, indecible vileza y cobardía si no antes ha- fiados, y no sin razón como vosotros pensáis."
cemos frente a lo que sea, con tal de no sufrir
105. Atenienses. "En cuanto al favor de los
la humillación de sumirnos en el cautiverio?" dioses, esperamos gozar de él tanto como voso-
El debate meliano
tros; pues ni hacemos ni exigimos nada opuesto
a lo decretado por la humanidad con respecto a
venerarlos o a sus divinas presencias. Pues que
los dioses guardamos el concepto de la opinión
común; y de los hombres, tenemos por seguro
que, por necesidad de la naturaleza, deberán reinar en todas aquellas regiones donde cuenten
con el poder para hacerlo . Ni establecimos nosotros esta ley, ni somos los primeros en hacerla
valer; mas así que la hallamos, y la legaremos
a la posteridad, así pensamos emplearla, sabedores de que tanto vosotros, como cualquier otro
que detentase el ' mismo poder que nosotros,
procedería de la misma manera. Por tanto, en lo
concerniente al favor de los dioses, la razón nos
hace no temer a vernos minimizados. Y en lo
que respecta a la opinión que vos guardáis de
los lacedemones, creyendo que os respaldarán
en aras de su honor, os bendecimos, espíritus
inocentes, mas no intentaremos disuadiros. Los
lacedemones suele ser, en gran parte, generosos por lo que toca a ellos mismos y a las constituciones de su propio país; mas en lo relativo
a otros, aunque mucho pudiese alegarse, trataré
de resumir su actitud con certera brevedad: a
toda luces, de entre todos los hombres, ostentan como honorable aquello que les place, y como justo aquello que les beneficia. Tal opinión
no favorece en nada a vuestro ahora absurdo
recurso de seguridad."
106. Melianos. "No, gracias a esta misma
opinión que vos expresasteis, ahora creemos
con mayor firmeza que no traicionarán a su propia colonia, los melianos, ya que se tornarían
desleales hacia sus amigos, los griegos, favoreciendo así a sus enemigos."
107. Atenienses. "Por tanto, vosotros no
consideráis que aquello que sea benéfico deba
también ser seguro, y que toda causa justa y honorable deba ser emprendida con riesgo, riesgo
que, de entre todos los hombres, los lacedemones son los menos dispuestos a arrostrar [en aras
de otros] ."
108. Melianos. "Mas suponemos que afrontarán el peligro en favor de nosotros, más que
de ningún otro pueblo; y además, que saben
que nos apegaremos más a ellos que a ningún
otro, ya que por hechos, somos vecinos del
39
Peloponeso y, por afecto, les guardemos mayor
fidelidad por nuestro estrecho parentesco" .
109. Atenienses. "La seguridad de quienes
se encuentran en guerra, no ha consistido jamás
en la buena voluntad de aquellos que han convocado en su auxilio, sino en el poder de los
recursos que dominan. Es este un precepto que
impera entre los lacedemones más que entre
otros; por tanto, como desconfían de sus propias fuerzas, llevan en expedición a gran parte
de sus confederados, con el fin real de atacar
a sus vecinos. Sin embargo, siendo nosotros los
amos del mar, resulta improbaole que jamás logran apoderarse de una isla."
110. Melianos. "Sí, pero podrán enviar a
otros en su lugar; el mar de Creta es muy extenso, y será más difícil para el amo del mismo
capturar a otro en él que para éste surcarlo a
hurtadillas en busca de su salvación. Y si dicho
método fracasara, podrán levantarse en armas
contra vuestro propio territorio o contra vuestros confederados que no hayan sido invadidos
por Brasidias. Y entonces no deberéis preocuparos más de un territorio donde nada teníais
que hacer, sino únicamente de vosotros mismos
y de vuestros confederados."
111. Atenienses. "Dejadlos adoptar el método que más les convenga, que ya vosotros sabréis por experiencia, y no ignoraréis, que los
atenienses jamás levantan un sitio por temor a
crear diversión entre otros. Mas observamos
que, pese a haber dicho que consultaríais acerca
de vuestra seguridad, no habéis pronunciado,
en todo este intercambio, una sola palabra a la
que se pudiese atener un hombre en busca de su
preservación; vuestros argumentos más sonoros
se reducen a esperanzas futuras; y vuestro poder actual es por demás escaso para defenderos contra las fuerzas contra vos dispuestas. En
consecuencia, llegaréis a conclusiones absurdas
a menos que, excluyéndonos, acordéis entre
vos de manera más prudente; así [cuando os
reunáis en privado], ya no girarán vuestros conceptos en torno a la vergüenza que, por lo general, ha perdido a los hombres cada vez que
el deshonor y el peligro se posan ante sus ojos.
Pues que muchos, aun previendo los peligros
que sobre ellos se cernían, fueron de tal manera
40
El realismo
subyugados por el fantasma del deshonor, palabra potente, que los hizo precipitarse voluntariamente en indecibles calamidades, y así, por
su propia demencia, padecer un deshonor mucho mayor que el que la fortuna les hubiese deparado. Ahora bien, si vosotros deliberáis con
prudenda, sabréis esquivar dicho riesgo, sin considerar vergonzoso el someteros a una ciudad
extremadamente poderosa, bajo las condiciones
razonables de una liga y gozando de cierta autonomía, bajo tributo; puesto que ante vosotros
se despliega la alternativa de guerra o seguridad,
no escojáis la peor por mera obstinación. Pues
quienes proceden con mayor sabiduría, aunque
no ceden ante sus iguales, encuentran justo acomodo con sus superiores, y emplean la moderación para con sus inferiores. Por tanto, someted
todo esto a consideración en tanto que nos apartamos; y no olvidéis, que en vuestra deliberación, vuestro país se encuentra en juego, y que
esta única consulta le brindará la dicha o la desgracia."
112. Dicho lo cual, los ateniense5 se retiraron de la conferencia; y los melianos, tras haber
decretado lo mismo que anteriormente habían
expuesto, les dieron contestación de la siguiente
manera: "Hombres de Atenas, nuestra resolución
es la misma que escuchasteis previamente; no
hemos de deponer, en momento tan breve, esa
libertad que por espacio de siete centurias prevaleció en nuestra ciudad desde su fundación.
Emprenderemos nuestros mayores esfuerzos
por así preservarla, confiados en la fortuna que
los dioses han tenido a bien concedernos hasta
ahora y en la ayuda de nuestro prójimo, es decir, de los lacedemones. Mas ofrecemos lo siguiente: nuestra amistad para con vosotros y
nuestra enemistad para con nadie; que vosotros
os alejéis de nuestra tierra tras llegar a un acuerdo que ambos consideremos conveniente."
113. Tal fue la respuesta de los melianos. A
la cual los atenienses, una vez disuelta la conferencia, replicaron así: "A nuestro parecer, por
este debate, sóis vos los únicos hombres que
perciben mayor certeza en las cosas del futuro
que en las palpables, y que, por un deseo de tornarlas ciertas, las miran vacilantes como si estuviesen a punto de suceder. Vuestra decepción
será inmensa, ya que atribuís inmensos poderes y confianza a los lacedemones, a la fortuna
y a la esperanza."
114. Concluida la sentencia, los embajadores atenienses partieron hacia su campamento.
y los comandantes, al enterarse de la firmeza
de los melianos, pronunciaron el grito de guerra; dividiendo el trabajo entre las diversas ciudades, procedieron a cercar con una muralla la
ciudad de los melianos. Posteriormente, los atenienses destacaron algunas fuerzas propias y de
sus confederados para que hiciesen guardia por
tierra y por mar, y tras reunir al grueso de sus
fuerzas, marcharon de regreso a casa.
115. Por esos días los argivos, en su camino
a Pliasia, perdieron casi ochenta hombres en una
emboscada que les tendieron los soldados del
Plío y los forajidos de su propia ciudad. Y los
atenienses estacionados en Pilos transportaron
a dicho lugar un regio botín de los lacedemones. No obstante lo anterior, los lacedemones
decidieron no atacarlos por haber repudiado la
paz; únicamente emitieron un edicto mediante
el cual, autorizaban a cualquier individuo del
pueblo que así lo deseara para que se apoderase recíprocamente de botines en el territorio de
los atenienses. Los corintios sí combatieron a los
atenienses por causa de ciertas desavenencias
propias, mas el resto del Peloponeso se mantuvo al margen .
En ataque nocturno, los melianos se apoderaron del sector de la muralla ateniense que daba al mercado; tras eliminar a los hombres que
la vigilaban, llevaron grano y otras provisiones
al pueblo, y todo aquello que pudiesen adquirir con dinero. De tal modo regresaron, y permanecieron sosegados. Apartir de entonces, los
atenienses redoblaron la vigilancia. Y así llego
el fin del estío.
116. El invierno siguiente, los lacedemones
estuvieron a punto de irrumpir con su ejército en
el territorio de los argivos, mas decidieron volver
sobre su huella al percibir que los sacrificios que
debían padecer para atravesar la frontera eran
inhumanos. Los de Argos, sembrando la sospecha entre algunos de su habitantes con respecto
a tal decisión de los lacedemones, aprehendieron a algunos de ellos; otros lograron escapar.
El debate meliano
Por esos mismos días, los melianos se apoderaron de otro sector de la muralla del sitio
ateniense, que para entonces había quedado
insuficientemente resguardada . Hecho lo cual,
arribaron refuerzos de Atenas bajo el mando de
Filócrates, hijo de Demeas. Y la ciudad, ya fuertemente situada, e incluso habiendo ejecutado
41
algunas prácticas de rendición, capitul6 a la voluntad de los atenienses, que masacraron a todos
los varones en edad militar, hicieron esclavos a
mujeres y niños, y ocuparon el lugar creando
una colonia de quinientos atenienses que hasta
esos lares se desplazaron posteriormente.
4. De El Príncipe
NICOLAs MAQUlAVELO
CAPíTULO V: DE CÓMO SE HAN
DE GOBERNAR AQUELLAS CIUDADES
O PRINCIPADOS QUE, A~TES DE SER
CONQUISTADOS, SE REGlAN
POR SUS PROPIAS LEYES.
El conquistador puede valerse de tres recursos
para imponerse en aquellos estados que estaban
acostumbrados a la libertad y al gobierno bajo
sus propias leyes. El primero es arruinarlos; el
segundo, que el conquistador vaya a residir en
ellos; el tercero, que permita a esos pueblos
seguir viviendo bajo sus propias leyes, supeditados al pago de un tributo periódico, y que establezca en ellos un gobierno minoritario que
mantenga al país en términos amistosos con el
conquistador. Tal gobierno, así establecido por
el nuevo príncipe, consciente estará de que no
podrá subsistir sin el respaldo de su poderío y
buena voluntad, por lo que será en su interés
saberlo respaldar. Si es deseo del conquistador
Traducido por Christian E. Detmold; publicado por vez primera en los Estados Unidos de
Norteamérica en el año de 1882.
42
prevalecer en el ánimo de ese pueblo, habrá
de tomar en cuenta que los propios habitantes de
una ciudad acostumbrada a instituciones libres
son el mejor medio para lograrlo. Espartanos y
romano constituyen grandes ejemplos de estos
distintos métodos de conservar a un estado conquistado.
Los espartanos se apoderaron de Atenas y de
Tebas, donde crearon gobiernos minoritarios; no
obstante, perdieron el control de dichos estados.
Los romanos, con el objetivo de reafirmarse en
Capua, Cártago y Numancia, arrasaron con ellas,
mas no las perdieron. También quisieron preservar su dominio sobre Grecia siguiendo en cierta
medida el ejemplo de los espartanos, otorgándole libertad y permitiéndole gozar del ejercicio
de sus propias leyes, mas su designio fracasó; por
tanto, viéronse obligados a destruir numerosas
ciudades de esa provincia para poderla conservar. En realidad, el único recurso seguro para
reafirmar la posesión de la provincia fue el arruinarla. Aquel que se convierta en amo de una ciudad acostumbrada a la libertad, y no la destruya,
consciente deberá estar de que será derrocado
por ella. Pues ésta invariablemente recurrirá a
la rebelión en nombre de la libertad y antiguas
De El prínCiPe
43
conveniente procurar la esencia misma de la
materia sin distraer la atención en meras especulaciones; pues en las fantasías de muchos
se han recreado repúblicas y principados que
jamás han existido en la realidad. El modo en
que el hombre vive es tan distinto de aquél
en que debería vivir que quien abandona el cauce
común para seguir el correcto no tarda en percatarse de que éste lo conducirá más a la ruina
que a la seguridad. El hombre que, en todos los
aspectos, esgrima la profesión del bien como
único fin, propiciará su ruina personal entre tantos que obran con perversidad. En consecuencia, el príncipe que desee hacer prevalecer su
dominio deberá aprender a no actuar siempre
con bondad, sino a emplearla o no según el caso lo requiera. Haciendo caso omiso, por tanto, de los desvaríos acerca de los príncipes, y
aplicándonos exclusivamente a las realidades,
diré que todos aquellos hombres, y especial·
mente los príncipes, que se hacen notar por
tener una posición sobresaliente cobran reputación por una cierta 'cualidad que los hace
acreedores de aclamación o de censura. De tal
modo, uno es juzgado liberal, y el otro mísero,
por emplear una expresión toscana (ya que avaro es aquél que mediante actos de rapiña codicia la riqueza, y mísero es el que se abstiene en
demasía de disfrutar de lo suyo). A los ojos del
pueblo, un hombre es generoso, el otro rapaz;
uno cruel, otro misericordioso; uno pérfido, el
otro fiel; uno es conocido por afeminado y pusilánime, el otro por fiero y valiente; uno es agradable, otro soberbio; uno lascivo, otro casto; éste
CAPíTULO XV: DEL MODO EN QUE
sincero, aquél malicioso; uno de disposición fálOS HOMBRES, Y EN PARTICULAR
lOS PRíNCIPES, SE HACEN
cil, aquél inflexible; a éste lo juzgan sombrío, al
ACREEDORES DE ACLAMACiÓN O DE
otro frívolo; a éste religioso, al otro escéptico;
CENSURA.
y así sucesivamente.
Perfectamente consciente estoy de que lo más
Ahora se impone abordar la materia de cómo deseable sería que un príncipe ostentara todas
se ha de conducir un príncipe para con sus súb- las cualidades dignas de alabanza de entre las
ditos y aliados; sabedor de que existen muchas enumeradas; mas, como su naturaleza humana
versiones anteriores al respecto, comprendo que le impediría poseerlas todas, o ejercer plena obdisertar sobre el tema pueda parecer presun- servancia de las mismas, por lo menos deberá
tuoso, en especial porque he de diferir de las nor- conservar la prudencia necesaria para saberse
mas establecidas por otros. Sin embargo, en tanto apartar de la infamia de esos vicios que pudieran
que es mi objetivo escribir algo útil para despojarlo de su principado; y, en la medida de
aquel a quien competa directamente, considero lo posible, deberá 'saberse guardar de aquello
instituciones que ni el paso del tiempo ni los beneficios conferidos por el nuevo gobernante borrarán jamás de su memoria. No importa lo que
éste baga, ni las medidas precautorias que tome,
si ,no divide y dispersa a los habitantes de la provincia, éstos invocarán en la primera oportunidad el nombre de la libertad y la memoria de sus
antiguos establecimientos, como sucedió en la
ciudad de Piza, luego de haber estado sometida
durante más de una centuria al dominio de los
florentinos.
Sin embargo, aquellos estados acostumbrados
a vivir bajo el régimen de un príncipe representan un caso totalmente distinto. Una vez extinta
la dinastía del señor que reinaba, los habitantes,
por una parte habituados a obedecer y, por la
otra, carentes de su antiguo soberano, no aciertan a erigir uno nuevo de entre sí, mas tampoco
a vivir en libertad; por tanto, se mostrarán menos dispuestos a tomar las armas, y el conquistador podrá ganarse fácilmente su buena
voluntad y su lealtad. Las repúblicas, por el contrario, emanan mayor vitalidad, alimentan un
fuerte ánimo de resentimiento y sed de venganza, pues la memoria de la autonomía de que antes gozaba no les podrá ni les habrá de permitir
que permanezcan en calma; por tanto, los únicos recursos seguros con que habrá de contar
el conquistador para sustentar su dominio sobre
ellas será destruirlas o establecer su sede en
ellas ...
44
El realismo
que le representen grave riesgo. Ahora bien, si
esto no fuese posible, podrá seguir sus inclinaciones naturales con menos reserva. No ha de
preocuparse por la censura que tales vicios pudiesen suscitar, si en ausencia de estos le resultare difícil preservar su estado. Pues, si ha de
ponderarse todo de manera justa, se encontrará
que ciertos caminos que parecen virtuosos sólo
conducen a la ruina, en tanto que otros, con aspecto de vicio, ofrecen al final la seguridad y el
bienestar. ..
moderado, prudente y benigno, de modo tal
que no se torne incauto por exceso de confianza,
pero tampoco intolerante por exceso de desconianza. Aquí surge la interrogante central: "¿Vale
más ser amado que temido?" o "¿vale más ser
temido que amado? " Naturalmente, la respuesta más deseable sería conjuntar ambas posibilidades a un mismo tiempo; sin embargo, ante
la extrema dificultad de ser temido y amado a la
vez, en favor de la seguridad es preferible ser
temido y no amado, si ha de elegirse una de las
dos posiciones. Hablando de hombre en general, se puede decir que es ingrato y voluble, enCAPÍTULO XVII: DE LA CRUELDAD Y
gañoso, temeroso del peligro y codicioso de
LA CLEMENCIA, Y DE SI ES MEJOR
riquezas . En tanto que se ve colmado de bieSER AMADO QUE TEMIDO.
nes por su príncipe, le guarda lealtad ciega; los
hombres ponen a los pies del príncipe su sangre,
Abordando otras de las cualidades previamente esencia, vida y vástagos, puesto que la necesidad
citadas, digo que todo príncipe debe ambicio- de llevarlo a efecto es posibilidad remota; mas
nar reputación de compasivo, y no de cruel; mas cuando la ocasión se presenta, se rebelan. Y el
siempre ha de guardar buen cuidado de no ha- príncipe, que ha cifrado toda su seguridad en
cer mal uso de la compasión. César Borgia creó la palabra de sus hombres, enfrenta su ruina;
fama de ser despiadado; no obstante, gracias a pues que la amistad que se gana con recompenla inclemencia reuOlficó a la Romagna dentro sas y no con nobleza y grandeza de alma, aunde sus estados, y restableció el orden, la paz y que merecida, carece de sinceridad y resulta futil
la lealtad en dicha provincia; y, si analizamos en tiempos de adversidad.
Por otra parte, el hombre duda menos en
meticulosamente su proceder, veremos que excedió en piedad al pueblo de Florencia, que para ofender al que se hace amar que al que se hace
librarse de la reputación de cruel permitió la des- temer; teniendo en cuenta la naturaleza perversa
trucción de Pistoya. Por tanto, un príncipe debe del hombre, el amor establece un lazo de obligahacer caso omiso de ser tenido por despiadado, ción que se rompe con extrema facilidad, cuando
si gracias a ello puede mantener a sus súbditos ello favorece a los intereses de la parte obligaunidos y leales; pues unos cuantos despliegues da. Sin embargo, el temor hace presa del homde severidad serán más clementes que permi- bre por el miedo al castigo, como un fantasma
tir, por un exceso de compasión, la gestación perenne. No obstante, un príncipe debe hacerde revueltas que degeneran en actos de rapiña se temer de modo tal que, si no ha sido capaz
y muerte; éstos lesionan a la comunidad ente- de ganarse el aprecio de su pueblo, tampoco inra, mientras que las ejecuciones decretadas por curra en su animadversión; puesto que el ser
el príncipe sólo afectan a unos cuantos indivi- temido sin ser odiado resulta una postura favoduos. Ymás que a ningún otro, al príncipe le re- rable, si el príncipe se abstiene de privar a los
sultará imposible apartarse de la reputación de súbditos de sus bienes y deja en paz a sus mucrueldad puesto que, en términos generales, los jeres. Si se da el caso en que se viera obligado
estados nuevos están expuestos a enormes pe- a infligir pena capital sobre uno de ellos, debeligros . . .
ra tener buen cuidado de hacerlo sólo cuando
No obstante, el príncipe debe ser pausado en exista justificación plena y causa manifiesta para
credulidad y en actos; no debe dejarse sobreco- ello; mas, por encima de todo, debera abstenerse
ger con demasiada facilidad por sus propios te- de privar al ajusticiado de sus bienes, pues que
mores. Por el contrario, su proceder debe ser el hombre olvida con mayor presteza la muerte
De El prínciPe
45
de sus padres que la pérdida de su patrimonio. sabe esquivar la lealtad jurada, el gobernante deAdemás, nunca faltan razones para adueñarse de be proceder siguiendo el mismo ejemplo; nunla propiedad del pueblo, y el príncipe que co- ca ha carecido gobernante alguno de razones
mienza a vivir de los actos de rapiña siempre legítimas para exagerar su deseo de buena fe.
encontrará excusas para privar a otros de sus Existen infinidad de instancias de esta época pabienes. Por otra parte, no se encuentran fácil- ra ilustrar tal situación; del mismo modo, será
mente razones para privar a los súbditos de la fácil enumerar series interminables de tratados
vida, y las existentes se agotan rápidamente. Mas de paz y de compromisos que han sido anulacuando un príncipe se yergue a la cabeza de su dos e invalidados por la deslealtad de los prínejército, con una multitud de soldados a su man- cipes; el que mejor supo desempeñar el papel
do, es menester ante todo que haga caso omiso de la zorra, obtuvo siempre el mayor triunfo.
de reputación de crueldad; el rigor es elemenEs menester, empero, que el príncipe sepa
to indispensable para mantener a un ejército mostrar un cariz distinto a tal naturaleza, que
sea un maestro supremo en las artes de la hipounido, y dispuesto a gestas triunfantes . . .
Retomando el dilema de la conveniencia de cresía y el engaño. Pues que los hombres son
ser amado o temido, concluyo que, en tanto que en esencia tan simples, y ceden tanto a la neceel hombre ama por libre albedrío, mas teme a su sidad inmediata, que el maestro del engaño nungobernante por la voluntad de éste, el prín- ca carecerá de víctimas . ..
Sin embargo, no es indispensable que un
cipe que se precie de ser sabio deberá depender invariablemente de sí mismo, y nunca de príncipe posea todas las cualidades antes menla voluntad ajena; pero, sobre todo, deberá es- cionadas; aquello que sí resulta fundamental es
forzarse siempre por no ser aborrecido, como que por lo menos dé apariencia de poseerlas.
Incluso me aventuraré a señalar que la posesión
ya lo he dicho en líneas anteriores.
y la práctica constante de tales cualidades produce efectos perniciosos, mas el'aparentar poseerCAPíTULO XVIII: DEL MODO EN QUE
las es por demás conveniente. Por ejemplo, un
gobernante
debe aparentar ser clemente, leal,
lOS PRíNCIPES D~BEN CONSERVAR
lA LtAlTAD.
'
benigno, religioso y justo, y aun serlo en la realidad; pero su mente debe estar de tal modo enDe acuerdo con la opinión general, es altamen- trenada que pueda adoptar una actitud contraria
te loable que un príncipe sepa preservar la leal- cuando la situación lo amerite. Es necesario aclatad, y enarbolar la integridad en detrimento de rar con ftrmeza que un príncipe, y especialmente
artificios y engaños. Y sin embargo, la experien- aquél que haya adquirido su estado recientemencia de nuestros tiempos demuestra que aquellos te, no puede darse el lujo .de apegarse a todas
gobernantes que han hecho caso .omiso de la esas virtudes que en el hombre crean repmabuena fe y que han sabido embaucar con arti- ción de bondad; en aras de preservar su estamañas la inteligencia de otros, cuentan con gran- do, se verá impelido con frecuencia a obrar de
des logros en su haber; además, nos demuestra manera contraria a los preceptos de humanidad,
que estos salieron mucho mejor librados que de caridad y de fe religiosa. En consecuencia, es
aquellos que se dejaron guiar por la lealtad y la menester que posea un ánimo versátil, capaz de
transformarse en la dirección que le deparen los
buena fe ...
Por tanto, el príncipe sagaz no puede, ni de- vientos y los cambios de fortuna; como ya he
be hacer valer sus juramentos cuando éstos re- dejado asentado previamente, no ha de desviarsulten opuestos a sus intereses, ni cuando hayan se del camino del bien, si es posible, mas sabrá
fenecido las causas que lo indujeron a tales jura- recurrir a las vías del mal cuando la necesidad
mentos. Ciertamente sería éste un mal precepto apremie.
Así, el príncipe deberá guardar extremo cuidasi todos los hombres practicaran la bondad; mas
como por naturaleza el hombre es perverso y do de sus palabras, que todo aquello que emane
46
El realismo
de sus labios se apegue estrictamente a las cinco
cualidades antes enunciadas, de modo tal que al
verlo y escucharlo, parezca todo caridad, integridad y humanidad, todo justicia, todo piedad.
Es menester que demuestre esta última cualidad
por encima de todas, pues en general, la humanidad juzga más por aquello que ve y escucha,
que por aquello que siente, ya que a todos es
dado el ver, mas a pocos el sentir. Todo el pueblo puede ver aquello que el gobernante aparenta
ser, mas pocos son quienes tienen el privilegio
de sentir su esencia real; y estos pocos privilegiados no osan contradecir la opinión de la mayoría, protegida por la majestad del estado, pues
las obras de todos los hombres, y en particular
de los gobernantes, son juzgadas por los resultados, donde no existe más juez al cual apelar.
Por ende, un príncipe debe tener como mira fundamental la preservación exitosa de su estado. No importa cuáles sean los métodos que
emplee a tal 'fin; éstos siempre se tendrán por
honorables y dignos de alabanza' entre los hombres; cabe recordar que el hombre común y corriente invariablemente se deja llevar por las
apariencias y por los resultados, y que es precisamente el vulgo la masa que al mundo configura. Escasos son aquellos que portan rango y
condición, y muy numerosos quienes nada tienen que los respalde. Existe un cierto príncipe
en nuestra época, cuyo nombre no es conveniente citar, que se dedica a predicar únicamente la paz y la buena fe; sin embargo, de haber
observado siempre una u otra, le habría costado la pérdida de su reputación o su estado ...
CAPíTULO XXI: DE CÓMO SE DEBEN
CONDUCIR lOS PRíNCIPES
PARA HACERSE APRECIAR.
.. . Es de vital importancia que un príncipe dé
ejemplos contundentes de su gobierno interior
(similares a los de Messer Barnabó -Viscontide Milán), cada vez que en el orden civil se presente la ocasión de recompensar o castigar a
cualquier particular que haya prestado un gran
servicio al estado o cometido algún delito, de
modo tal que exalte el interés del pueblo. Mas,
por encima de todo, un príncipe debe empeñar
sus esfuerzos en revestir todos sus actos de un sello de grandeza y de excelencia. Además, un gobernante se hace acreedor de estimación cuando
demuestra una posición resuelta de amistad cabalo de enemistad total; es decir, cuando apartando todo temor a las consecuencias se declara
abiertamente en favor o en contra de otro, posición que le ganará reputación mucho más benéfica que si opta por la neutralidad. Así, en
la contingencia de que dos soberanos vecinos
emprendieran la guerra entre sí, adoptará tal
posición que, cuando cualquiera de ellos fuese
vencido, el gobernante en cuestión tendrá o no
motivos para temer al conquistador. En cualquiera de los casos, siempre resultará más conveniente que el príncipe declare su postura de
manera franca y libre una guerra acorde a la misma; que si así no lo hiciere, será susceptible de
caer presa del vencedor, para deleite y satisfacción de la facción derrotada, y sin posibilidad
de demandar protección o apoyo a cualquiera de
las partes beligerantes. Habrá de tomar debida
cuenta de que el conquistador no deseará la proximidad de amigos inciertos; que no lo hayan
respaldado en el m~mento de la adversidad; ni
el vencido lo habrá de perdonar por haberse rehusado, armas en mano, a correr el riesgo en
aras de su fortuna .. .
Asimismo, siempre se presentará el caso en
que aquel que no sea amigo del gobernante, solicite su neutralidad, en tanto que aquel que
efectivamente sea su amigo, le damande la intervención armada en su favor. Con la mira de
esquivar un riesgo inmediato, los gobernantes
indecisos adoptan con suma frecuencia la neutralidad, de la cual dimana generalmente su ruina.
Sin embargo, cuando un príncipe se declara resueltamente en favor de uno de los contendientes, y éste consigue la victoria final , aun cuando
sea poderoso y el príncipe se encuentre a su
merced, el vencedor guardad para con él una
deuda de afecto y de obligación moral; nunca
el hombre es lo suficientemente ruin como para pagar la generosidad recibida con la flagrante ingratitud de la opresión.
Más aún, no existe victoria tan rotunda que
exima al vencedor de todo miramiento por la
De El príncipe
justicia. Ahora bien, si resulta vencido aquél a
quien el príncipe brindó su apoyo, siempre lo
tendrá por buen amigo y, cuando se encuentre
en condiciones de hacerlo, le ofrecerá su respaldo a cambio; de modo tal, el príncipe se habrá hecho partícipe de una fortuna que podrá
recuperar llegada la hora.
En e! segundo de los casos, cuando las partes beligerantes son tales que el príncipe no
guarda motivos para temer al vencedor, lo más
aconsejable es que se pronuncie en favor de este
último; así, contribuirá a que e! uno arruine
al otro, aunque si e! uno fuese sabio, salvaría al
otro. Aun cuando haya derrotado a su adversario, seguirá a merced de! príncipe, pues sin e!
respaldo de éste le habría resultado imposible
acariciar la victoria. En este punto habrá de subrayarse especialmente, que e! príncipe deberá guardar buen cuidado de no emprender causa
común con otro gobernante que le exceda en
poderío, en su intento de atacar a otro soberano, a menos que se vea obligado a ello por
absoluta necesidad. Si e! más poderoso sale victorioso, e! príncipe quedará a su merced, y todo gobernante tiene la obligación, en la medida
de lo posible, de esquivar todo aquello que lo
coloque en dicha posición.
Los venecianos se aliaron con Francia en
contra del Duque de Milán, nexo que pudieron
haber eStado con facilidad, y que provocó su
ruina. Mas cuando las alianzas resultan inevitables, como en el caso de los florentinos al registrarse la unión de fuerzas de España y del
Papa con el fin de atacar a la Lombardía, el gobernante debe anexarse a la facción más poderosa en virtud de las razones antes enunciadas.
47
No ha de suponerse que un estado pueda asumir jamás una postura de seguridad absoluta;
muy por e! contrario, el príncipe debe hacerse
al ánimo de correr el riesgo que implican todas
las dudas e incertidumbres; pues según e! orden natural de las cosas, sólo se puede esquivar un inconveniente a riesgo de exponerse a
otro. Compete a un juicio prudente e! saber discernir entre tales inconvenientes, y aceptar por
buena la alternativa menos perniciosa.
Asimismo, un príncipe debe erigirse en amante de la virtud, y honrar a todo aquél de entre
sus súbditos que se distinga en cualquiera de las
bellas artes, alentando a sus ciudadanos a seguir
e! llamado de su vocación, sea el comercio, la
agricultura o cualquier otro empeño humano;
de modo tal que el uno no se abstenga de embellecer sus posesiones por temor a ser despojado de ellas, ni e! otro de establecer nuevas
fuentes de comercio por temor a los tributos.
El príncipe deberá ofrecer recompensas a todo
aquél que se encuentre dispuesto a realizar tales proezas, así como a todo e! que se esfuerce
por engrandecer a su ciudad o a su estado. A
más de todo lo anterior, en los periodos en que
se estime apropiado, deberá brindar esparcimiento a su pueblo, mediante festividades y espectáculos. Y, habida cuenta de que las ciudades
se dividen por lo general en gremios y clases,
deberá tener siempre a dichos cuerpos sociales
en mente y, de cuando en cuando, hacer acto
de presencia en sus asambleas, y sentar ejemplo de su afabilidad y magnificencia, sin dejar
de enarbolar en ningún momento la majestad de
su rango, que no deberá verse empañada nunca, bajo ninguna circunstancia.
5. La guerra y la
iglesia norteamericana
REINHOLD NIEBUHR
La iglesia cristiana de los Estados Unidos de
Norteamericana jamás se ha encontrado en nivel tan inferior de penetración espiritual y de
sensibilidad moral como en esta trágica era
de conflicto mundial. Vive entre una humanidad
adolorida, sus oídos han quedado abrumados por
los gritos desgarrados de víctimas de la tiranía
y de la conflagración, y por ello, ha preferido
identificar al1ema "Mantengamos a Norteamérica fuera de la guerra", con el evangelio cristiano .. .
... Por supuesto, es importante que la religión no se involucre nuevamente en una guerra santa. Es vital que la cristiandad se percate
de que todas las pugnas históricas se han dado
entre hombres regidos por el pecado, y no entre
justos y pecadores; pero es igualmente importante salvar lo poco que guarda de decencia y
de justicia el mundo occidental, contra la tiraCondensado de Christianity and Power Potities, de Reinhold Niebuhr (New York : Charles
Scibner's Sons, 1940), pp. 33, 35-38, 39, 40-41 ,
42 -47. Reimpreso co n autorizació n testamentaria del autOr.
48
nía más demoniaca de la historia. Es por demás
obvio que si la sociedad occidental no fuese corrupta, los nazis jamás habrían podido lograr una
posición en Europa desde la que ahora les es
factible ondear su bandera en todo el continente. Evidenteme~te , hay decadencia en el mundo
democrático, y no existe seguridad alguna de
que las democracias capitalistas vayan a poder rescatar aquello de sus sociedades que conserve cierta decencia y justicia, de las garras de
la corrupción interna o del peligro externo. Sin
embargo, la historia no nos ofrece ideales ni alternativas perfectamente definidas.
Hubo una época en la cual, con toda razón,
los socialistas austriacos declararon que no existía gran diferencia entre el fascismo de Hitler y
el de Schuschnigg. Sin embargo, cuando se enfrentaron realmente al peligro de ver a Austria
subyugada por la infame tiranía de Hitler, de
manera sabia (aunque tardía) decidieron que esa
pequeña diferencia podría resultar esencial en
ese momento histórico en particular. Tal situación fue simbólica de todas las decisiones históricas. El concepto según el cual es posible
hallar un punto ventajoso de inocencia desde el
cual proceder en contra del mundo no es de ori-
La guerra y la iglesia norteamericana
gen cristiano; de hecho, pertenece al racionalismo moderno. Desde el siglo dieciocho, los seculares modernos han procurado encontrar las
causas específicas del pecado social, yeliminarlas. Se suponía que la injusticia tenía su origen
exclusivamente en gobiernos deshonestos, o en
una defectuosa organización económica de la
sociedad, o en la ignorancia humana. Se tenía a la democracia como la fuerza de la justicia
en contra de la monarquía. Se asumía que el socialismo estaba libre de todo apasionamiento
imperialista, en tanto que el capitalismo era, supuestamente, recurso exclusivo de la voluntad
imperial.
"Si no encontramos la causa real de la injusticia social", dijo recientemente un representante de la corriente moderna, "nos veremos
obligados a replegarnos a la absurda doctrina del
pecado original". Ese comentario es revelador
de la "objetividad" científica de la modernidad.
Se descarta a priori el concepto cristiano del
pecado original, lo cual resulta perfectamente comprensible en un mundo no cristiano. Lo
que sí se antoja absurdo es que la cristiandad
actual haya asimilado con tan patética presteza
esta negación moderna de la doctrina del pecado original, y haya tenido que emplear tanta
energía en tratar de demostrar que un cristiano
puede ser tan respetable y moderno como un
secular. ¿Acaso no sostiene el mismo dogma absurdo de la bondad de la naturaleza humana y
no conserva la misma patética esperanza de que,
al corregir talo cual defecto del sistema educativo, social, político o económico, el hombre
dejará de representar un peligro para sí mismo
y para su prójimo?
El problema de tal optimismo acerca de la naturaleza humana estriba en que crea confusión
en todo asunto político del mundo moderno. El
cristianismo contemporáneo, lejos de ofrecer un
enfoque correctivo de ese optimismo, agrava la
confusión al exagerarlo. El secular cree en el surgimiento gradual de una mente universal. El cristianismo cree que todo hombre es un Cristo en
potencia. Se ha olvidado de que, según las interpretaciones más profundas del cristianismo, todo hombre vislumbra en Cristo no sólo aquello
que es, y que debería ser, sino también la rea-
49
lidad esencial que crea una contradicción en su
existencia. Adiferencia de los pesimistas, el cristianismo no conceptúa al hombre como ególatra
por naturaleza, pero tampoco comparte el punto
de vista optimista según el cual la egolatría se
puede superar fácilmente . Más bien, sostiene
que el hombre es un ególatra en contradicción
con su naturaleza esencial. He ahí la doctrina
del pecado original, despojada de todo espejismo literario ...
La paz internacional, la justicia política y
económica, así como toda forma de logro social, representan estructuras precarias donde se
pone a prueba el egoísmo del hombre e, irónicamente, se da por sentado; donde se deben
explotar al máximo la compasión y el amor humano y, sin embargo, se dan por descartados. La
paz universal no puede estar a la expectativa de
la cultura universal ni del amor universal. De hecho, la paz universal no puede existir como tal
si por ella se entiende la armonía sin desacuerdos entre las naciones y la justicia perfecta entre los hombres. No obstante, debe ser factible
que la sociedad occidental alcance un mayor
grado de cohesión social y política y evite la
anarquía total. Tal posibilidad, empero, depende de un grado de realismo político del que actualmente se carece, tanto en nuestra cultura
religiosa como en la secular. Depende de un realismo que sepa comprender lo débil e incierta
que resulta toda forma de paz social y de justicia ...
En un sentido, la lógica de este aislacionismo
es, por supuesto, absolutamente correcta. No es
posible realizar una selección discriminada en
el ámbito político sin correr el riesgo de involucrarse al final de cuentas en un conflicto, por
que toda tensión social puede derivar en un
conflicto patente, y todas aquellas formas que
respalden a uno u otro bando tendrán que sufrir la consecuencia de precisar de un apoyo más
directo. La lógica del aislacionismo es, en sí,
plausible, mas las implicaciones morales de la
misma son intolerables. Si el grueso de la sociedad acatara sus preceptos cabalmente, cada
familia procuraría construirse un refugio aislado,
por temor a verse involucrada en las horrendas
realidades de la pugna política, parte integrante
50
El realismo
de toda existencia nacional. La paz en Norteamérica, como símbolo de la bondad del hombre, sólo se puede preservar a costa de acentuar
todos los vicios del carácter norteamericano, en
especial aquéllos relativos al farisaísmo y a la
ostentación de la probidad, generados en una
nación que, gracias a estar cercada por dos océanos, se ha salvado de verse involucrada con demasiada obviedad en la pugna internacional, y
cuya riqueza la ha preservado de un despliegue
demasiado obvio de lucha social interna ...
La confusión moral y política engendrada por
aquellos perfeccionistas religiosos y seculares
que no aciertan a comprender la responsabilidad de la humanidad entera en las pecaminosas
realidades de la historia, ha sido exacerbada por
los sueños de paz de los perfeccionistas. La cristiandad norteamericana ha convertido casi en
un dogma universal el lema de que cualquier tipo de paz es mejor que la guerra. Finalmente,
esto implica invariablemente que la tiranía es
preferible a la guerra, puesto que la sumisión para con el enemigo es la única alternativa cierta
a la resistencia contra el enemigo.
Una enorme cantidad de pronunciamientos
actuales en el mundo religioso revelan que la
suposición dogmática de que nada puede ser
peor que la guerra conduce de manera inevitable a la aceptación implícita o explicíta de la tiranía. Las iglesias, en una conferencia de análisis
sobre la situación internacional, realizada bajo
los auspicios del Federal Council of Churches
a principios de 1940, declararon: "Estamos convenddos de que existen fundamentos para esperar
que surja una paz justa mediante la negociación.
En pro del bienestar de la humanidad, es vital
que se dé fin al conflicto, no mediante una paz
impuesta, sino negociada, basada en los intereses de todas las partes afectadas".
Dicha declaración, que el principal periódico
cristiano de los Estados Unidos alabó por contener la esencia misma del consenso cristiano
con respecto a la situación de guerra, reflejaba
una separación total de cualquier realidad política. El hecho es que Hitler deseó una paz negociada desde el momento en que invadió Polonia
hasta que lanzó la gran ofensiva. Habiéndose
apoderado del continente, con excepción del
territorio francés, resultaba obvio que la paz negociada sólo habría sido factible en términos de
reconocer su posesión del botín hasta entonces logrado. De haberse concertado ese tipo de
paz, las naciones menos poderosas que aún no
se encontraban bajo el yugo nazi habrían sido
conquistadas gradualmente mediante la presión
económica y política. Asimismo, habríancarecido de fuerza y de incentivos para ofrecer resistencia, ya que no hubieran podido ambicionar
ningún auxilio en su intento de frenar el despliegue del nazismo. La paz negociada, tal y como
fue propuesta por las iglesias en esa época, habría sido equivalente a una sencilla victoria nazi.
La otra alternativa, es decir, el esfuerzo por
desalojar a los nazis, puede representar la ruina de Europa aun cuando se tenga éxito; si se
fracasa, podrá degenerar en el mismo resultado
de una capitulación prematura mediante la paz
negociada. Supuestamente, eSte hecho justifica
la frenética exigencia de paz a cualquier precio. Sin embargo, nuestros moralistas norteamericanos no logran comprender que, aquellos
pueblos y naciones que hoy se enfrentan a la
inminente amenaza de la esclavitud, no se detienen a realizar graciosos cálculos de posibles
consecuencias. Existen momentos críticos en la
historia en que tales consideraciones se tornan
irrelevantes. Se compromete todo instinto de su. pervivencia y todo impulso decoroso de humanidad, exhortando a la resistencia sin importar
las consecuencias. El resultado puede ser trágico; pero sólo un moralismo insulso puede ignorar la belleza y la nobleza que engrandecen
a esa tragedia, y seguir especulando sobre los
enormes beneficios que habría aportado el aceptar la esclavitud sin resistencia, en lugar de tener que aceptarla después de la resistencia.
Del mismo modo en que el énfasis dogmático
relativo a que nada puede ser peor que la guerra
conduce a la aceptación explícita o implícita
de la tiranía, así la identificación sin reservas de
la neutralidad con la ética cristiana conduce a
una ofuscación perversa de diferencias morales
de importancia entre las fuerzas contendientes.
The Christian Century (El siglo cristiano) ha criticado ferozmente al presidente Roosevelt por
no mantener una posición neutral preclara. Apa-
La guerra y la iglesia norteamericana
51
rentemente, tal publicación no comprende que puede negar que su importancia real es dudosa
esos significaría condonar a una tiranía que ha desde el punto de vista moral, y ambigua desde
derrocado a la libertad, que sería pretender ani- el político. Resulta moralmente dudosa, porque
quilar a la religión cristiana, que degradaría a sus permite que otras naciones resientan el impacto
súbditos a la categoría de robots sin opinión ni de defender a una civilización que trasciende a
juicio propios, que amenazaría a los judíos de la existencia misma de esas naciones. Desde el
Europa con la exterminación total y a todas las punto de vista político resulta ambigua, puesto
naciones europeas con la sumisión bajo el do- que los intereses vitales de una nación pueden
minio imperial de una "raza superior" .
correr un riesgo final, aunque no un riesgo inThe Christian Century se concreta a debatir mediato. El hecho de aguardar hasta el riesgo
los argumentos de quienes creen que la civiliza- final, se convierte en un medio inmediato para
ción corre grave peligro ante la victoria de ale- esperar demasiado.
La mejor recomendación a las naciones escanmania, afirmando con extrema simplicidad que
eso no puede ser cierto por que es la guerra la dinavas habría sido la de ofrecer resistencia conque pone en peligro a la civilización. En tan- junta a la agresión, en vez de esperar la extinción
to que reconoce una cierta inquietud de fondo de sus libertades individuales. Holanda y Bélgica
entre los norteamericanos, les aconseja sujetar- procuraron evitar el desastre mediante la elabose a su resolución de no involucrarse de manera ración de un programa de neutralidad, que dealguna en el conflicto, y pretende liberarlos de paraba un mismo riesgo en los designios de los
todo cargo de conciencia adviertiéndoles que la poderes imperiales contendientes. El riesgo no
"la conciencia protestante" de Holanda y de Sui- era el mismo. En realidad, uno de los bandos
za llegó a las mismas conclusiones. La gran mayo- no representaba peligro alguno. La consecuenría de esos neutrales de Europa a cuya conciencia cia de esa política que ensombreció los hechos
The Christian Century hizo referencia, fueron reales, fue la invasión de dichas naciones y la
exterminados mientras ésta los enarbolaba co- irrupción del ejército alemán en territorio francés. Por supuesto, Estados Unidos está en la mismo gloriosos ejemplos.
En su moralismo simplista, The Christian ma posición; supuso que sus intereses vitales se
Century no logró esclarecer el problema básico verían afectados en la misma medida tanto por
de las relaciones internacionales. Dicho problema la victoria alemana como por la aliada. La situaes la imperiosa necesidad de una coincidencia ción real es que, tanto la causa final de la civiliobvia entre intereses nacionales e ideales, antes zación como nuestros intereses vitales, corren
de que las naciones se embarquen en las azaro- un peligro mucho más grave ante los alemanes
sas aguas de la guerra. En ninguna de las naciones que ante los aliados. Hemos abierto gradualmenneutrales pequeñas surgieron dudas en cuanto te nuestro entendimiento a este hecho desde la
al carácter definitivo del conflicto actual. Muchas victoria de los ejércitos germanos en Holanda,
de ellas abrigaron esperanzas de que Europa se Bélgica y Francia, pero probablemente, ya sea
salvara sin su apoyo. Absolutamente en todos los demasiado tarde.
casos, sus intereses vitales se veían afectados de
En otras palabras, la política de neutralidad
manera final, mas no inmediata. Cuando de he- que The Christian Century y otras publicaciocho se sintieron afectados de manera inmedia- nes de su clase han loado como representativa
ta, expresamente por la invasión enemiga, ya era de cierto tipo de objetivo cristiano, no sólo es
demasiado tarde para obrar en pro del interés una teoría moral reprobable sino también una
nacional , o de los valores de la civilización que política denigrante. Ostenta la debilidad cardinal
trascienden al interés nacional.
de la democracia ante los peligros de la tiranía.
El que deba existir cierta congruencia entre Esa democracia que debe tomar debida cuema
los intereses nacionales e ideales para exhortar de los temores y las angustias del pueblo común
a la acción nacional en medio de una crisis es, y corriente en tanto que las dictadur~s los ignoinevitablemente, un hecho político, mas no se ran, no podrá jamás actuar a tiempo. Unicamente
52 . El realismo
podia actuar a tiempo si cuenta con gobernantes dispuestos y capaces de anticiparse a los peligros que permanecen invisibles para el hombre
común. Para cuando éste percibe la magnitud
del riesgo al peligro es ya tan inminente que resulta imposible todo preparativo para una defensa adecuada.
Esa debilidad ingénita de la democracia como
forma de gobierno, en lo tocante a la política exterior, se ve exacerbada por el liberalismo como
cultura que ha ilustrado la vida de las naciones
democráticas. En el seno de ese liberalismo, poco se entiende de los abismos que puede tocar
la malevolencia humana, y del nivel al que se
puede encumbrar el poder del mal. De hecho,
se intenta un escape fácil e insulso de los terrores y pesares de una era trágica.
La realidad es que los sueños moralistas de
nuestra cultura liberal han sido tan flagrantes, y
su voluntad de vivir ha sido tan gravemente desvirtuada por un pacifismo confuso, en el cual se
han entremezclado de manera por demás curiosa
el perfeccionismo cristiano y la despreocupación
burguesa, que hablando con franqueza, nuestro
mundo democrático no merece sobrevivir. Quizá no sobreviva. Si acaso lo logra será porque
a última hora habrá recobrado la sensatez, y porque las flaquezas de la tiranía pudieran exceder
finalmente a sus ventajas transitorias.
6. El poder político
Teoría realista de
la política internacional
HANS
J. MORGENTNAU
PODER POLÍTICO
I
I
.
'lQUÉ ES EL PODER pOLíTICO?
realización mediante métodos no políticos, tales
como la cooperación técnica con otras naciones
aelación que guarda con la nación como o con organizaciones internacionales. No obstante, cada vez que se esfuerzan por cumplir su
'un todo
objetivo valiéndose de la política internacional,
'.. La política internacional, al igual que todo lo hacen mediante la lucha por el poder. Los cruzados ambicionaban liberar a las ciudades santas
~ipo de política, es una lucha por el poder. No
¡iPlporta cuáles sean los objetivos finales de la del dominio infiel; Woodrow Wilson deseaba
pqlítica internacional, el poder se constituye in- salvaguardar al mundo en pro de la democracia; los nazis codiciaban abrir Europa Oriental
¡y~blemente en el fin inmediato. Gobernantes
,Ypueblos pueden acariciar como meta final la a la colonización alemana, dominar el continen.libertad; la seguridad, la prosperidad o el poder te europeo y conquistar al mundo. Todos ellos
¡miSmo. Pueden incluso definir tales metas en eligieron el camino del poder para alcanzar sus
objetivos; por tanto, todos fueron actores en el
~é.rqlinos de un ideal religioso, filosófico, ecoMmico o social, y guardar la esperanza de que escenario de la política internacional.
dicho ideal se materialice gracias a un impulso
De este concepto de política internacional se
interior, a la intervención de fuerzas divinas, desprenden dos conclusiones. Primera: no todos
Lo 'a la evolución natural de los asuntos huma- los actos que una nación lleva a cabo con rela,.tíos. Asimismo, pueden tratar de promover su ción a otra son de naturaleza política ...
Segunda: no todas las naciones se encuentran en todo momento involucradas al mismo
\' Dé Politics among Nations: Tbe Struggle for grado en la política internacional. ..
.po.we'r and Peace, tercera edición, autor: Hans
1960), pp.
n-29, 31 -3 5,3-4,10-12 , 14. Copyright 1948,
1954, © 1960, Alfred A. Knopf, Inc . Reimpreso
con autorización de Alfred A. Knopf. Notas
al calce suprimidas.
h Morgenthau (Nueva York, Knopf,
Su naturaleza
.. . Al hablar de poder nos referimos al control que ejerce el hombre sobre la mente y los
53
54
El
realismo
actos de otros. Por poder político se entienden
las relaciones mutuas de control que se registran
entre los individuos que ostentan la autoridad
pública, pero también entre estos últimos y
la población en general.
El poder político es una relación psicológica entre aquellos que lo ejercen y aquéllos sobre los cuales se ejerce. A los primeros, les
confiere el control sobre una serie de actos de
los segundos , merced a la influencia que los
primeros tienen sobre la mente de los segundos. Dicha influencia emana de tres fuentes : la
expectativa de beneficios, el temor a las desventajas, el respeto o el amor por los hombres
o por las instituciones; y se puede materializar a través de mandatos, amenazas, la persuasión, la autoridad o el carisma de un hombre o
de un organismo gubernamental, o mediante
una ágil combinación de varios de estos elementos . . .
algunos pueblos primitivos carecen de la ambición de poder, hasta ahora nadie ha demostrado
fehacientemente el modo en que se puede recrear a escala mundial el estado mental que presenta y las condiciones en que habitan, para así
eliminar del escenario internacional la lucha por
el poder. Liberar a uno u otro de los pueblos de
la tierra de la ambición de poder, manteniéndola intacta en otros, no sólo sería inútil sinQ
también autodestructivo. Si no se lograra abolir en todas las latitudes terrestres el deseo de
poder, los pueblos redimidos se convertirían.
en presa inmediata del poder de los demas . . .
Fuera condiciones sociales en particular, el
argumento definitivo en contra de la opinión
de que la lucha por el poder en el escenario internacional es un simple accidente histórico se
debe desprender de la naturaleza de la política
interna. La esencia de la política internacional
es idéntica a su contraparte interna. Tanto la política interna como la internacional representan
una lucha por el poder, exclusivamente modiDEPRECIACiÓN DEL
ficada por las diversas condiciones en que esa
PODER POLíTICO
pugna se registra, sea en el ámbito interno o en
el internacional.
Dado que la ambición del poder es el elemento ,--oLa tendencia a dominar, específicamente, se
distintivo de la política internacional, como encuentra presente en toda asociación humatoda política, la internacional es, pornecesi- na, desde el núcleo familiar, pasando por las
dad, una política del poder. Este hecho goza de sociedades fraternales y profesionales, y las orreconocimiento general en la práctica .de los ganizaciones políticas de carácter local, hasta
asuntos internacionales; no obstante, los estu- el estado. Anivel familiar, el añejo conflicto endiosos del tema, los publicistas e incluso los tre suegra y nuera es, en esencia, un:UlJ~hapoi
estadistas, suelen negarlo en sus declaracio- eLI2Q.º~r -la . defe!l~a. _Q~J!..IlJ2.Qd~.Le.~tabl.e~i_ºg
contra la tentativa de establecimiento-de uno
nes al respecto . ..
Recientemente, la convicción de que la lu- !l~.vo :-(;óiñú tal,-esa lüéhi es -ün presa-gió 'del
cha por el poder se puede eliminar del escena- éonflicto que se registra en el escenario interrio internacional se ha asociado con las grandes nacional, entre las políticas del statu quo y las
tentativas de organizar al mundo, como las del imperialismo . ..
de la Liga de las Naciones y las Naciones UniConsiderando dicha ubicuidad de la pugna
por el poder en la esfera de las relaciones sodas . . .
. . . Baste enunciar que la lucha por el po- ciales y en todo nivel de organización social, ¿es
der es universal, tanto en tiempo como en espa- acaso de sorprender que la política internaciocio, y es un hecho irrefutable de la experien- nal sea, por necesidad, una política del poder?
cia. Resulta imposible negar que, a través de la ¿No sería más desconcertante que la lucha por
historia, los estados se han enfrentado unos con el poder fuese un atributo accidental y efímero
otros en contiendas por el poder, sin importar de la política internacional, cuando en realidad
las condiciones sociales, económicas y políticas. es un elemento permanente e indispensable de
Aunque los antropólogos han demostrado que todas las ramas de la política interna?
El poder político. Teoría realista de la política internacional
55
TEORÍA REALISTA DE LA POLÍTICA INTERNACIONAL
Esta obra pretende exponer una teoría de política internacional. La teoría en cuestión no debe
ser analizada con un criterio a priori y abstracto
sino, por el contrario, empírico y pragmático. En
otrOS términos, no se debe someter la presente
teoría a juicio a la luz de un concepto o principio abstracto y preconcebido, alejado de la realidad, sino a la luz de su objetivo primordi;¡l: el
de aportar un orden y un significado al caudal de
fenómenos que, en su ausencia, permanecerían
incoherentes e ininteligibles. Esta teoría debe
satisfacer las exigencias de un análisis doble, empírico y lógico: ¿acaso los hechos, en su realidad intrínseca, se prestan a la interpretación que
la teoría les ha conferido? y, segundo, ¿esas conclusiones que la teoría extrae siguen un curso
lógico, por necesidad, desde sus premisas? En
breve, ¿es la teoría congruente tanto con los hechos corno con su esencia?
". El problema que esta tesis plantea concierne
a la naturaleza de todo tipo de política. La historia del pensami~nt9_'pQJLti~º~9~e!.!.l6 eil~..
rustoria déJ}Cconii~n<1ª entr~ c1QS .escuélaiquf .
dífíeien fundamentalmente en st! .foC!P·a cte cOnéeolnanáturaleza aeThombre, la sociedad yla
política. UnacteeTrassostÍene 'que"a<iúí, y--aho~
ra;-se-puede lograr un orden político racional
y moral, producto de principios abstractos con
validez universal. Así, presupone la bondad
esencial y la infiruta maleabilidad de la naturaleza humana; eU~_acaso del orden social para
e1evars_~"a la altura de las normas racionales, 19
~ca ala falta de.. c0f!-()~imi~JJ.t9 y d.e..C01ll7
prensipQ,a las instituciones sociales obsoletas
o alá depravación de algunos individuos o grupos aislactos. Sin embargo, confía en poder corregrr'taIes defectos mediante la educación, la reforma y el empleo esporádico de la fuerza.
-La escuela contraria afirma que el mundo,
,imperfecto corno es desde el punto de vista ra~j~}fial, es el resultado de fuerzas inherentes a
la naturaleza humana. Para mejor<ir al mundo se
de.be trabajar con dichas fuerzas, no atacarlas. Al
ser éste, de manera inherente, un mundo de intereses contrarios y de conflictos intestinos,
¡
nunca es posible la consecución plena de los principios morales, pero sí resulta factible una ventajosa aproximación mediante el equilibrio de
intereses, siempre efímero, y la conciliación
de conflictos, eternamente precaria. En consecuencia, ~tª . escu.e.IªcQJ}$.tde.ca_qy.e .!Ul .si~~~ma
º~ co!!~l!!~~"~f!- Y.. eq~ilibr!<.>.E~I.1~~uos se d~b<:-'
erigir corno principio universal para to~. las
$<Jciedades plimilista§: Recurre más al precedente histórico que a los principios abstractos, y
apunta a la consecución del mal menor, en lugar del bien absoluto . ...
El realismQ político s()stien~"gu~J~lítica1.
al igual que la sociedad en gene~al, se rige por
leyes objetivas con raigambre en la naturaleza
humana. Para lograr el progreso de la sociedad,
es necesario entender, en rrimer lugar, las leyes a las que se apega la sociedad. En tanto que
el funcionamiento de dichas leyes se torna infranqueable a nuestras preferencias, el hombre
sólo se atreve a desafiarlas a riesgo de fracasar.
Al así creer en la objetividad de las leyes de
la política, el realismo debe creer también en la
posibilidad de desarrollar una teoría racional
que sea reflejo, aunque imperfecto y unilateral,
de tales leyes objetivas. Por ende, cree también
en la posibilidad de trazar distinciones entre
verdad y opinión en el ámbito político -entre aquello que es verdadero desde un punto
de vista objetivo y racional, apoyado por pruebas e ilustrado por la razón, y aquello que es
sólo un juicio subjetivo, escindido de la realidad de los hechos y nutrido de prejuicios y vanas ilusiones ...
El realismo político está perfectamente consciente de la importancia moral del proceder político. También se percata de la inevitable tensión
que se suscita entre los mandamientos de la
moral y las exigencias de un proceder político
exitoso. Además, resulta inadecuado tratar de
encubrir y anular dicha tensión, ofuscando así
tanto a la cuestión moral corno a la política, haciéndola aparecer corno si los crudos hechos de
la política fuesen, desde el punto de vista moral, más satisfactorios de lo que en realidad son,
.
56
El realismo
y la normatividad moral menos exigente de lo
que es.
El realismo manifiesta que no es posible aplicar los principios morales universales a los actos
de los estados en riguroso apego a su esquema
universal abstracto; por el contrario, deben trascender a las circunstancias concretas de tiempo
y lugar. El individuo puede decir para sus adentros: "Fiat justitia, pereat mundus (que se haga justicia, aunque el mundo perezca)", pero el
estado no tiene derecho alguno de así pronunciarse en nombre del pueblo a su cargo. Tanto
el individuo como el estado deben juzgar el proceder político bajo el criterio de los principios
morales universales, como el que se refiere a la
libertad. No obstante, aun cuando el individuo
posee el derecho moral de sacrificarse en defensa de dicho principio moral, el estado no tiene derecho de permitir que su rechazo moral
a la violación de la libertad impida la evolución
exitosa del proceder político, inspirado a su vez
en el principio moral de la supervivencia nacional. No es factible la moral política si se carece
de prudencia; es decir, si no se ponderan adecuadamente las consecuencias políticas de un
acto de apariencia moral. Por tanto, el realismo
considera que la prudencia -la justa ponderación
de las consecuencias que pueden desencadenar
acciones políticas encontradas- es la virtud suprema de la política. La ética abstracta juzga a la
acción por su apego a la ley moral; la ética política juzga a la acción por sus consecuencias políticas .. .
El realismo político se niega a identificar las
aspiraciones morales de una nación en particular
con las leyes morales que rigen al universo. Del
mismo modo que traza distinciones entre verdad y opinión, las traza también entre verdad
e idolatría. No existe nación que no se haya visto
tentada -y son contadas aquellas que han logrado resistir mucho tiempo a la tentación- a
disfrazar sus aspiraciones y procedimientos muy
particulares bajo el amparo de los propósitos
morales del universo . El saber que las naciones se encuentran sujetas a las normas morales
es una cosa, pero el pretender saber con total
certidumbre aquello que es bueno o malo en
la relación que guardan las naciones es materia
aparte. Existe un mundo de diferencia entre la
creencia de que todas las naciones están supeditadas al juicio divino, inescrutable a la mente humana, y la convicción por demás blasfema de que
Dios está eternamente de nuestro lado, y que lo
que uno desea también lo quiere Dios.
Esa ecuación despreocupada que surge entre
un nacionalismo en particular y los designios de
la Providencia es injustificable desde el punto
de vista moral, ya que representa ese mismo pecado de soberbia contra el cual los trágicos griegos y los profetas bíblicos previnieron a gobernantes y gobernados. Tal ecuación es de igual
manera perniciosa desde el punto de vista político, pues permite que se engendre una distorsión de criterio que, en la ceguedad que provoca
el desvarío de una cruzada, arrasa con naciones
y civilizaciones -en el nombre de un principio
moral, de un ideal o de Dios mismo .
Por otra parte, es precisamente el concepto de interés, definido en términos de poder,
lo que nos salvaguarda del exceso moral y del
frenesí político. De tal modo, si vislumbramos
a todas las naciones, incluida la nuestra, como
entidades políticas que persiguen sus intereses
respectivos en términos de poder, estaremos en
condiciones de hacer justicia a todas ellas. Pero
además, podremos hacerles justicia por partida
doble: Al tener la capacidad de juzgar a otras
naciones bajo el mismo criterio con que juzgamos a la propia, una vez concluido nuestro discernimiento, estaremos en posición de procurar
la adopción de políticas que respeten los intereses de otras naciones y que a la vez protejan
y promuevan los nuestros. La moderación en la
política no puede dejar de reflejar la moderación del juicio moral. ..
El realista político no ignora la existencia
y la relevancia de normas de pensamiento ajenas a las del campo político. En su calidad de
realista político, sólo se puede concretar a subordinar esas otras normas a las de la política.
Asimismo, se aparta de otras escuelas cuando
éstas imponen criterios pertenecientes a otras
esferas, en el ámbito político. Es en este punto
donde el realismo político disiente del "enfoque
legalista-moralista" relativo a la política internacional. Son innumerables los ejemplos históricos
El poder político. Teoría realista de la política internacional
que pueden demostrar que este tema no es, como se ha objetado, un simple ardid de la imag¡nadón, sino que va al núcleo mismo de la
controversia . ..
.Esta defensa realista de la autonomía de la esf(:ra, política contra toda alteración provocada
por otras formas de pensamiento no implica, de
ninguna manera, que se ignoren la existencia y
la importancia de las mismas. De hecho, implica
que a cada una se le deben asignar su esfera de
acción y sus funciones, adecuadas a su estructura. El realismo político se fundamenta en una
concepción pluralista de la naturaleza humana. El
ser humano real, es una mezcla del "hombre económico", del "hombre político", del "hombre
moral", del "hombre religioso" , etc. El hombre que fuera exclusivamente un "ser político"
equivaldría a una bestia, ya que carecería absolutamente de toda restricción moral. El hombre
que sólo fuera un "ser moral" sería un insensato, ya que carecería totalmente de prudencia.
El hombre que se concretara a personificar a un
'lser religioso" sería un santo, ya que no acariciaría ningún deseo mundano en absoluto .
•J
57
En tanto que el realismo político está consciente de la existencia de esas distintas facetas
de la naturaleza humana, también reconoce que
para poder comprender cabalmente cada una de
ellas, es necesario abordarlas bajo sus propias
condiciones. Es decir, si yo deseo comprender
al "hombre religioso", debo abstraerme durante
un cierto periodo de todos los demás aspectos
de la naturaleza humana, y enfrentar su faceta
religiosa como si fuera la única que existiera ...
Lo mismo se aplica a cualquier otra faceta de
la naturaleza humana. Por ejemplo, ningún economista moderno concebiría de manera distinta a su ciencia y a la relación que ésta guarda
con las demás ciencias del hombre. Precisamente gracias a dicho proceso de emancipación de
otras normas de pensamiento, y al desarrollo
de una norma adecuada a la materia que trata,
la economía ha evolucionado como una teoría
autónoma de las actividades económicas del
hombre. El propósito fundamental del realismo
político es el de contribuir a un desarrollo similar en el campo de la política.
7. La diplomacia en el
mundo moderno
GEORGE
F.
.. .Tal como ustedes sin duda alguna habrán
supuesto, considero que la falla más grave del
esquema de nuestra política anterior estriba en
algo que podría denominar el enfoque legalistamoralista en torno a los problemas internacionales. Tal enfoque se desliza como una madeja
roja a lo largo de nuestra política exterior de los
últimos cincuenta años. Engloba algo del añejo
énfasis en los tratados de arbitraje, algo de las
Conferencias de La Haya y de los planes de desarme universal, algo de los más ambiciosos
conceptos norteamericanos sobre el papel que
desempeña la ley internacional, algo de la Liga
de las Naciones y de las Naciones Unidas, algo del
Pacto Kellogg, algo de la idea de un pacto universal "Artículo 51 ", algo de la fe en la ley mundial y en el gobierno mundial. Sin embargo, no
es ninguno de tales elementos por completo.
Permítanme tratar de definir lo anterior.
Reimpreso de American Diplomacy, 19001950; autor: George F. Kennan (Chicago: University of Chicago Press, 1951), pp. 95-103, con
autOrización de The University of Chicago
Press. Copyright © 1951, The University of Chicago Press.
58
KENNAN
Se trata de la creencia que sustenta la hipotética posibilidad de suprimir las aspiraciones
caóticas y peligrosas de los gobiernos en el marco
internacional, mediante la aceptación de cierto sistema de normas legales y medidas de refrenamiento. Indudablemente, dicha creencia
representa parcialmente un intento de transponer el concepto anglosajón de la ley individual
al campo internacional, y de hacerlo aplicable a
los gobiernos del mismo modo que se aplica
aquí a los individuos en el plano interno. Asimismo, debe derivarse en cierta medida de la
remembranza de los orígenes de nuestro propio sistema político - de evocar que, gracias
a la aceptación de una estructura común institucional y jurídica, fuimos capaces de disminuir a una proporción inofensiva todos los
conflictos de interés y de ambición que imperaron en las trece colonias originales, y de
llevarlas a una interrelación pacífica y ordenada. Al recordar lo anterior, la gente no logra
comprender que, aquello que fue factible para
las trece colonias bajo una serie dada de circunstancias, podría no resultar en el ámbito
internacional, de dimensiones mucho más generosas.
La dIplomacia en el mundo moderno
La esencia de esta creencia dicta que, en vez
de abordar los ásperos conflictos de interés nacional con base en sus méritos y con la mira de
encontrar las soluciones que sean menos perni·ciosas para la estabilidad de la vida en el plano
internacional, sería más conveniente establecer
un conjunto de criterios formales de naturaleza
jurídica mediante los cuales se pudiera definir
el comportamiento permisible de los estados.
Así, se propiciaría la creación de entidades impar·ciales encargadas de ponderar las acciones de
los gobiernos a la luz de esos criterios y de decidir cuándo su comportamiento es aceptable
y cuándo no. Por supuesto, atrás de todo lo
anteriormente planteado, está la suposición
norteamericana de que aquéllos en los que los
demás pueblos de la tierra pueden ofrecer una
contienda digna carece, en gran parte, de reconocimiento y de importancia, por lo que se espera, con toda justicia, que ocupen un lugar
secundario a la sombra de la conveniencia de
up..mundo disciplinado, no perturbado por la
violencia internacional. De acuerdo con el pensamiento norteamericano, es poco plausible que
los pueblos tengan aspiraciones positivas, a las
que ellos consideren legítimas y les den mayor
· importancia que a la tranquilidad y al orden que
deben regir la vida internacional. Desde este punto de vista, no se puede entender por qué otros
pueblos no se podrán unir a nosotros en la aceptación de las reglas del juego de la política inter.rlacional, del mismo modo en que nosotros las
acatamos en las competencias deportivas paraque el juego no se torne demasiado cruel y
demasiado destructivo y que, por ende, no
adopte una relevancia que no pensábamos otorgarle.
Si procedieran de tal manera continua el razonamiento, se podrían contener esas manifestaciones
perturbadoras y caóticas del ego nacionalista,
tornándolas insubstanciales o permitiendo que se
desecharan sin mayor problema, mediante algún método que resultara familiar y comprensible para la costumbre norteamericana. Apartir
de esto, la mentalidad propia del estadista norteamericano, que encuentra gran parte de sus
raíces en la carrera de derecho en nuestro país,
busca ti tientas y con inquebrantable persisten-
59
cia, una estructura institucional que sea capaz
de desempeñar esa función ...
En primer lugar, el concepto ue subordinación de un número considerable de estados a
un régimen jurídico internacional, mismo que
limitaría sus posibilidades de agresión y de daño contra otros estados, implica que todos ellos
fueran similares al nuestro, que se encontraran
razonablemente satisfechos con sus fronteras y
con su posición a nivel internacional, por lo menos hasta un grado tal que se contuvieran de manera voluntaria de ejercer presiones tendientes
al cambio sin un previo acuerdo internacional.
En segundo lugar, en tanto que dicho concepto se suele asociar con una rebelión en contra del
nacionalismo, es por demás curioso percatarse
de que, en realidad, tiende a conferir un valor
absoluto al concepto de nacionalidad y de soberanía nacional, valor del que anteriormente
carecía. El principio mismo de "un gobierno, un
voto", independientemente de cualquier diferencia física o política entre estados, exalta el
concepto de soberanía nacional y lo convierte
en la forma exclusiva de participación en la vida
internacional. Vislumbra a un mundo integrado
únicamente de estados nacionales y soberanos,
donde todos ellos gocen de igualdad plena de
posición. Bajo tal esquema, ignora las gigantescas variaciones en la solidez y la firmeza de las
divisiones nacionales: el hecho de que en muchos de los casos, los orígenes de las fronteras
entre países y de las personalidades nacionales
se dieron de manera fortuita o, al menos, casi
en total desapego a las necesidades reaies. Simultáneamente, ignora la ley del cambio. El modelo de estado nacional no es, ni debería ser, ni
puede ser algo fijo y estático; por su naturaleza
misma, es un fenómeno inestable en constante
estado de cambio y de intercambio. La historia
ha demostrado que la voluntad y la capacidad de
cada pueblo para contribuir al entorno mundial
está en cambio continuo. Por tanto, resulta por
demás lógico que los esquemas de organización
(¿acaso no se reducen a estos gobiernos y fronteras?) se transformen al unísono con ellos. La
función de un sistema de relaciones internacionales no es la de restringir ese proceso de cambio confinándolo a una camisa de fuerza legal
60
El realismo
sino, por el contrario, propiciarlo para facilitar
sus transiciones, para limar las asperezas que suele producir, para aislar y moderar los conflictos
que frecuentemente conlleva, para procurar que
estos conflictos no alcancen dimensiones que puedan perturbar la vida internacional en general. No
obstante, esta labor corresponde a la diplomacia, en el sentido más anticuado del término. Para
ella, la ley resulta demasiado abstracta, demasiado inflexible, sumamente difícil de adaptarse a las
exigencias de lo impredecible y de lo inesperado.
Por el mismo motivo, el concepto norteamericano de ley mundial pasa por alto los recursos
de agravio internacional-esos medios de proyección del poder y de coerción sobre los pueblos- que rebasan por completo a las formas
institucionales, o que incluso las explotan contra sí; por ejemplo, recursos tales como el ataque ideológico, la intimidación, la penetración
y la captura disfrazada de los bienes parafernales
institucionales de la soberanía nacional. En otras
palabras, hace caso omiso del dispositivo de estado títere, así como del conjunto de técnicas
mediante las cuales se pueden convertir en títeres a los estados sin que para ello medie una
violación formal o un desafío a los atributos aparentes de su soberanía y de su independencia.
He aquí uno de los factores que han provocado que los pueblos de los países satélites de
Europa Oriental, miren hacia las Naciones Unidas con cierto dejo de amargura. Fue rotundo
el fracaso de la organización en su intento de
preservarlas de la dominación por parte de un
gigantesco país vecino, dominación que no deja
de ser denigrante en virtud del hecho de haber
cobrado vida mediante procesos que no podríamos calificar de "agresión". Ese resentimiento
es justificable hasta cierto punto, dado que el enfoque legalista de los asuntos internacionales desecha, en términos generales, la importancia internacional que revisten los problemas políticos
y las raíces más profundas de inestabilidad internacional. De hecho, presupone que toda guerra civil se constreñirá a sus límites nacionales y
no degenerará en un conflicto internacional. . .
En otras palabras, presupone que los asuntos internos no cobrarán una dimensión internacional, y que la comunidad mundial no se verá
jamás en la disyuntiva de pronunciarse en favor de uno de los rivales por el poder dentro
de los confines del estado individual.
Por último, otra de las fallas de este enfoque
legalista en torno a las relaciones internacionales
es que asume la posibilidad de imposición de
sanciones contra agravios y violaciones. De manera general, acude a la acción colectiva para
que ésta se encargue de sancionar el comportamiento equívoco de los estados. Por tanto, olvida los límites de efectividad de la coalición
militar. Olvida que, a medida que se expande
un círculo de socios militares con la mira de
cualquier empresa político-militar concebible,
se puede incrementar el total teórico de poderío militar disponible, pero únicamé.nte a costa
de solidez del grupo y de holgura en el control.
A mayor expansión de la coalición, menor es
la factibilidad de mantener la unidad política
y el acuerdo general sobre los propósitos y los
efectos de lo que se lleva a cabo. Tal como lo
podemos apreciar en el caso de Corea, los operativos militares conjuntos en contra de un agresor pueden tener un significado distinto para
cada uno de los participantes, y plantear problemas políticos específicos e individuales que
resulten ajenos a la empresa en cuestión y afecten muchas otras facetas de la vida internacional. Así, entre más crece el círculo de socios
militares, más difícil de manejar se torna el problema del control político sobre sus actos, y más
restringido el común denominador mínimo de
acuerdo. Dicha ley de utilidad decreciente pesa tanto en las posibilidades de acción militar
multilateral que se llega a dudar si, en realidad,
la participación de países menores puede contribuir en gran medida a la capacidad de las grandes potencias para garantizar la estabilidad en
el plano internacional. La importancia de 10 previamente expuesto resulta contundente, dado
que una vez más nos hacF. caer en la cuenta
de que, incluso bajo un sistema de ley mundial, toda sanción contra un comportamiento destructivo a nivel internacional podría seguir
apoyándose fundamentalmente, al igual que en
el pasado, en las alianzas y relaciones de las grandes potencias. Podrá haber un estado - o probablemente un grupo de estados- que mostrara
La diplomacia en el mundo moderno
una postura violentamente adversa a la de! resto del mundo, y al cual la comunidad mundial
no pudiera obligar a acatar una determinada línea de acción. Suponiendo que éste fuera un
caso real, ¿en dónde quedamos nosotros? A mi
parecer, de vuelta en e! reino del olvidado arte
de la diplomacia, de la que hemos tratato de escapar durante los últimos diez lustros.
Así, en estas líneas he expuesto algunas de
las deficiencias teóricas que, según mi opinión,
resultan inherentes al enfoque legalista de los
asuntos internacionales. Sin embargo, existe una
deficiencia aún mayor que me agradaría mencionar antes de concluir mi disertación. Me refiero a la inevitable asociación que surge entre
los conceptos legalistas y los moralistas: a la extensión de la eterna idea de! bien y el mal a los
asuntos de los estados, la suposición de que e!
comportamiento de un estado es terreno fértil
para e! juicio moral. Cualquier persona que manifieste la existencia de una ley debe experimentar un sentimiento de indignación, totalmente
justificable, hacia aquel que la infrige a la par
con una sensación de superioridad moral sobre
él. Cuando dicha indignación se vierte al campo de la contienda militar, no admite puntos
medios en la reducción del infractor hasta el nivel mismo de la sumisión total- es decir, la rendición incondicional. Resulta irónico, aunque
cierto, que e! enfoque legalista de los asuntos
internacionales, pese a encontrar sus irrefutables orígenes en un deseo real de eliminar la guerra y la violencia, convierta a la violencia en un
factor mucho más resistente, más pernicioso y
más destructivo para la estabilidad política que
las rancias motivaciones de interés nacional. Una
guerra que se libra en el nombre de un elevado
principio moral, prosigue invariablemente hasta
lograr su objetivo de dominación total, en cualquiera de sus manifestaciones.
De este modo, nos percatamos de que el enfoque legalista de los problemas internacionales
se identifica estrechamente con e! concepto de
guerra total y victoria total, y que las expresiones de una se vierten con extrema facilidad en
las de la otra. Además, en esta era conflictiva,
a nadie perjudicaría dedicar unos momentos a
meditar en e! concepto de guerra total. Sea co-
61
mo sea, este es un concepto relativamente novedoso en la civilización occidental; de hecho, no
hizo acto de presencia en el foro internacional
hasta la Primera Guerra Mundial. Sir. embargo,
fue la característica principal de ambas conflagraciones mundiales, y las dos -tal como lo he
señalado- tuvieron como consecuencia una
gran inestabilidad y el desencanto. Lo fundamental ahora, empero, no es la conveniencia del
concepto sino su factibilidad. De hecho, me pregunto si aun en las gestas del pasado la victoria
total no fue sino una mera ilusión desde la posición de los vencedores. En cierto sentido, no
existe victoria total que no conlleve un genocidio, a menos que se trate de una victoria sobre
la mente de los hombres. En este punto, cabe
señalar que las victorias militares totales no suelen
darse precisamente sobre la mente de! hombre.
Por otra parte, actualmente nos enfrentamos al
hecho de dilucidar si, en una nueva conflagración mundial, podrá darse el resultado de victoria militar total, algo por demás dudoso. Por
lo que a mí respecta, no crea en tal posibilidad.
Ciertamente se produciría un enorme debilitamiento de las fuerzas armadas de uno u otro
bando, mas considero totalmente imposible que
se pudiese dar una sumisión total y formal de la
volutad nacional de cualquiera de las partes contendientes. No obstante, una tentativa de lograr
ese objetivo inalcanzable podría infligir sobre
la civilización otra serie de desastres tanto o más
graves que aquéllos provocados por la Primera
o la Segunda Guerra Mundial; someto al juicio
del mundo el tratar de descifrar si la civilización
podría sobrevivir a tales calamidades.
Hace poco, un prominente ciudadano norteamericano aseveró que "el objetivo mismo de la
guerra es la victoria", y que, "en la guerra nada
substituye a la victoria". La confusión, probablemente, radica en e! significado que se confiere
a la palabra "victoria"; quizá se aplica una acepción equivocada del término. En una batalla, es
factible que se produzca la "victoria", pero en
la guerra sólo se puede registrar el cumplimiento
o e! incumplimiento de los objetivos trazados.
Antaño, los objetivos de guerra se confinaban,
generalmente, a fines prácticos, por lo que comúnmente se medía e! éxito de los operativos
62
El realismo
militares en razón del grado en que éstos aproximaban a los objetivos trazados. Sin embargo,
cuando se trata de objetivos morales e ideológicos, tendientes a transformar la actitud y las
tradiciones de un pueblo entero, o la personalidad d~ un régimen, quizá la victoria no sea una
meta factible por medios militares, o en un corto
plazo; y probablemente en este punto estribe
el origen de nuestra confusión.
De cualquier modo, sostengo con toda franqueza que, a mi parecer, no existe fantasía más
peligrosa, nada que nos haya provocado mayor
perjuicio en el pasado o que amenace con provocarlo aún mayor en el futuro, que el concepto de victoria total. Por otra parte, temo que éste
se desprenda en gran medida de las deficiencias
básicas del enfoque sobre asuntos internacionales que he expuesto en estas páginas. Si es nuestro
propósito el alejarnos de este peligro, eso no
significa que debamos adoptar la actitud errónea
de abandonar todo respeto por la ley internacional-, ni tampoco nuestras esperanzas de que
en el futuro se convierta en útil y bondadoso civilizador de los acontecimientos ... Por
el contrario, significa el surgimiento de una actitud nueva entre nosotros, hacia la interminable serie de sucesos fuera de nuestras fronteras
que nos provocan irritación e intranquilidad,
... una actitud de desprendimiento, de sobriedad y de ágil disposición a someter todo acto
a cauteloso juicio. Significa que asumiremos la
modestia necesaria para admitir que únicamente
somos capaces de conocer y de comprender cabalmente nuestros intereses nacionales -pero
también el valor para reconocer que si todos los
objetivos y empresas que ambicionamos ep el
plano interno son respetables, carentes de arrogancia o de hostilidad hacia otros pueblos, o de
delirios de grandeza, entonces la incesante búsqueda de nuestro interés nacional invariablemente se erigirá en adalid de un mundo mejor. Tal
concepto puede resultar menos ambicioso y
menos incitante, en su perspectiva inmediata,
que aquéllos por los que nos hemos inclinado
con tanta frecuencia, a la vez que menos complaciente de nuestra imagen. Otros muchos encontrarán en él un cierto cariz de cinismo y de
reacción. Yo nO puedo ser partícipe de tales dudas. Todo aquello que en concepto sea realista, fundamentado en un esfuerzo sincero por
vislumbramos a nosotros mismos ya los demás
en nuestra esencia real, ho puede por ningún
motivo ser contrario al estandarte liberal.
Descargar