“En TODO lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio” (II Parte)

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II Parte
“En todo lo que podáis,
ofreced a Dios un sacrificio”
En la I Parte (The Fatima Crusader, edición 103) de la alocución de Michal Semin para
nuestra conferencia de mayo de 2012, en Roma, explicó el autor que el infierno no está
vacío, y que todos nosotros debemos hacer sacrificios y rezar para librarnos, a nosotros y a
muchos otros pecadores como nosotros, del fuego del infierno, dando el ejemplo
inspirador del espíritu de sacrificio de los tres pastorcitos de Fátima.
En la II Parte, el Sr. Semin sigue explicando el sacrificio supremo de Jesucristo en el Santo
Sacrificio de la Misa.
por Michal Semin
En esta segunda parte de mi comunicación, me gustaría comparar el Rito
Tradicional Romano con el Nuevo Rito del Papa Pablo VI.
¿Podremos decir, en buena conciencia, que ambos transmiten la misma actitud
en relación al significado del sacrificio?
¿Expresan ambos, de modo idéntico, la enseñanza católica definida en el
Concilio de Trento y reiterada por Pio XII en la encíclica Mediator Dei?
El Cardenal Ottaviani pensaba que no, cuando afirmó en 1969:
“El Novus Ordo representa, tanto en su totalidad como en los
detalles, una desviación notable de la Teología católica de la Misa, tal
como ella fue…definitivamente fijada por el Concilio de Trento”.
¿Por qué pensaba él así? ¿Cuáles son las principales diferencias entre estos dos
Ritos, capaces de confirmar la afirmación que el significado del sacrificio y el papel que
se reviste se desviaron, de una posición central a otra lateral?
Bueno, se trata de la estructura misma de la Misa. El Nuevo Rito de la Misa está
dividido en dos partes – la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística. Tal división
da la impresión de que la parte de la Misa antes del Ofertorio es de algún modo
independiente y puede existir, por sí sola, sin la segunda parte; que estas dos partes son
separables y del mismo valor.
Hay, en efecto, muchas parroquias en Europa y tal vez en otros lados en que,
debido a la falta de sacerdotes, los parroquianos son invitados a tomar parte en las
“Liturgias de la Palabra”, presididas por un diácono o un laico. El Misal Tradicional
Romano no tiene tal división, una vez que todas sus oraciones y gestos sagrados del
sacerdote se orientan al sacrificio propiciatorio, al momento de la Consagración.
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Este cuadrito muy conocido de Jesús
llamando a la puerta refleja nuestro
libre arbitrio. Nosotros podemos abrir
la puerta de nuestra alma y dejar a
Jesús entrar o, usando nuestro libre
arbitrio, rechazarlo. Recemos por el
Papa y por todas aquellas personas –
Cardenales, Obispos y autoridades
civiles – que puedan animarlo y
persuadirlo a no retrasar más la
realización de la Consagración de Rusia,
como Jesús ordenó formalmente que se
hiciese.
En el Rito Tradicional, el sacerdote se dirige al pie de los grados del altar, donde
se detiene de rostro al altar – que representa Nuestro Señor – y dice la oración Introibo
ad altare Dei, seguida del Salmo Penitencial Judica me, haciendo brotar en su corazón
un espíritu de arrepentimiento, la consciencia de su indignidad y la necesidad de
expiación por sus pecados personales y por los pecados de los fieles allí presentes. Este
Rito de purificación del sacerdote viene de la liturgia del Antiguo Testamento, en que el
sacerdote del Templo – antes de entrar en el Santo de los Santos – se purificaba
ritualmente.
El comienzo de la Santa Misa a los pies de los grados del altar – el sacerdote no
se pone a hacer inclinaciones a la congregación – simboliza la subida al Monte del
Calvario, de donde, después de haber ofrecido el Sacrificio, se derraman las gracias a
toda la Iglesia. La naturaleza penitencial de las oraciones de abertura es confirmada y
coronada por un doble Confiteor – doble, porque el sacerdote y los fieles no están en
igual posición cuanto al ofrecimiento del Sacrificio – hecho que no se encuentra
reflejado en la Nueva Misa, que tiene un único Confiteor.
También el Kyrie Eleison es una oración penitencial; es, por eso, completamente
sin sentido considerar todas estas oraciones como una preparación para una lectura de la
Biblia o como una instrucción para los fieles.
La Sagrada Escritura tradicional
se entiende de manera diferente
en el Nuevo Rito
La lectura misma de las Sagradas Escrituras, en el Rito Tradicional, se entiende
de manera diferente de lo que se hace en la liturgia moderna – la Epístola es leída de
rostro al altar (Cristo), el Evangelio es leído de rostro al Norte, porque el Norte
representa las tierras paganas y el dominio de los demonios. La lectura del Evangelio,
en este sentido, es una especie de exorcismo – lo que se encuentra al fin del Evangelio –
reflejado en las palabras del sacerdote: “Por las palabras de este Santo Evangelio, sean
apagados nuestros pecados”.
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El cambio del Sacrificio a una cena es aun más claro y transparente en la
alteración de las oraciones hechas en el Ofertorio o, antes, en la alteración de la
naturaleza misma del Ofertorio en sí mismo. Según la Fe católica y la tradición de la
Iglesia con ella relacionada, el sujeto que ofrece y el objeto ofrecido es Nuestro Señor
Jesucristo. Es por eso que las oraciones contenidas en el Ofertorio tradicional
presuponen la presencia de Nuestro Señor como la verdadera y única Víctima, la
Presencia Eucarística. Las oraciones del Ofertorio anticipan la Consagración. No se
habla del pan sino se usa el término Víctima-Hostia, Hostia sin mancha, aunque aún no
haya sido consagrada.
Unida con las acciones del sacerdote, esta oración da testimonio que aquello que
es ofrecido en la Santa Misa es la “Hostia sin Mancha” – o sea, la Víctima sin Mancha.
La naturaleza propiciatoria de la Misa es explicita – es ofrecida por nuestros pecados.
Eso nos recuerda que la Misa es ofrecida “por los vivos y por los muertos”; y el
sacerdote que ofrece el Sacrificio es un mediador entre el hombre y Dios.
De las 12 oraciones tradicionales
para el ofertorio, quedan sólo 2
en la Nueva Misa
De las doce oraciones para el Ofertorio en el Rito Tradicional, sólo dos quedaron
en la Nuevo Rito de la Misa. Y es interesante el hecho de que las oraciones suprimidas
son precisamente aquellas que Lutero y Cranmer eliminaron. ¿Y por qué las eliminaron
ellos? Porque, como dijo Lutero, ellas “huelen a sacrificio – la abominación llamada
Ofertorio, y a partir de este punto casi todo huele a oblación”.
El Nuevo Rito de la Misa ni siquiera usa ya el término Ofertorio; llama a esta
parte de la Misa “preparación de los dones”. Y, en esta parte del Nuevo Rito, no hay
ninguna palabra que dé al menos una sugerencia de que aquello que es ofrecido es la
Víctima Divina. Ahora, el pan y el vino – “fruto del trabajo del hombre” – es todo lo
que es ofrecido.
Michael Davis, que gozó de un relacionamiento próximo del Cardenal
Ratzinger, señala que este concepto es plenamente compatible con la teoría teilhardiana
según la cual el esfuerzo humano, el trabajo de las manos del hombre, se hace, de cierto
modo, la materia del Sacramento.
Después, tenemos las alteraciones en el corazón mismo de la Santa Misa – en el
Canon. La segunda oración eucarística es famosa por la ausencia de oraciones de
preparación para la Consagración y de las palabras de la Consagración, la Narrativa de
la Institución. El sacerdote dice esas palabras como si estuviese pura y simplemente
narrando la historia de la Última Cena, hace unos 2000 años, en vez de estar realmente
consagrando el pan y el vino aquí y ahora.
Además de estos cambios en las oraciones de la Misa – con la alteración más
profunda indicando el cambio del Sacrificio a una cena congregacional – hay una
diferencia en la orientación del sacerdote durante la Misa.
Su posición ya no simboliza el hecho de él siendo un intermediario entre Dios y
el hombre, como sucede en la Misa Tradicional – en que él se vuelve al Tabernáculo;
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ahora el sacerdote es el “presidente” de una asamblea, que preside a la mesa en redor de
la cual los fieles se reúnen para “refrescarse” en la “cena memorial”. (Todas estas frases
constan de la Instrucción General). Todos nosotros podemos contar varias historias
sobre la destrucción de los altares tradicionales en iglesias por todo el mundo, y su
sustitución por mesas. Una vez más, la naturaleza de la Misa mueve de Sacrificio a
cena.
Yo no dudo de la validad de la Nueva Misa; pero ¿cómo es que no concluimos, a
partir de estos cambios, que hay algo muy malo en ella? No dudo que haya muchos
sacerdotes y laicos devotos asistiendo a la Nueva Misa; pero, si su fe está viva y sana en
la naturaleza sacrificial de la Santa Misa, bien como en la religión católica como un
todo, no es gracias a la llamada reforma litúrgica, sino a pesar de ella.
De una perspectiva histórica, vemos que las alteraciones litúrgicas
postconciliares son semejantes, si no idénticas, a aquellas que los fundadores del
protestantismo iniciaron – la Misa como asamblea con presidente, el Sacrificio que se
hace una cena, los laicos realizando funciones específicamente sacerdotales, la
naturaleza narrativa de la Consagración, el sacerdote vuelto al pueblo (y de espaldas al
Tabernáculo), etc.
La inspiración protestante en la creación del Nuevo Rito de la Misa fue
confirmada por un amigo íntimo del Papa Pablo VI, Jean Guitton:
“La intención de Pablo VI con respecto a lo que se llama
vulgarmente la Misa, era reformar la liturgia católica de tal manera que
casi coincidiese con la liturgia protestante – pero lo que es curioso es que
Pablo VI hizo esto para aproximarse lo más posible de la Cena del Señor
protestante… había en Pablo VI una intención ecuménica de remover, o
por lo menos corregir, o por lo menos relajar lo que era demasiado
católico, en el sentido tradicional, en la Misa y, repito, para aproximar la
Misa católica al servicio calvinista”.
Mentalidad sacrificial
y vocaciones sacerdotales
Como no soy sacerdote, no quiero detenerme excesivamente sobre los temas que
están más relacionados con la vida sacerdotal, pero permítanme que exprese mi
preocupación de que la falta de la mentalidad sacrificial en la Nueva Liturgia pueda
afectar la identidad misma del sacerdocio. No estoy aquí, queridos padres, para
enseñarlos, porque estoy seguro que no sólo lo saben antes lo viven, que la vida del
sacerdote es definida y también alimentada por el sacrificio, tanto en el altar como en el
ministerio fuera de la liturgia.
Nuestro Señor, Que es el Supremo Sacerdote, da el ejemplo – dio Su propia vida
para nuestra salvación eterna. Los sacerdotes de Su Iglesia deben seguirlo y dar sus
vidas por la grey que les fue confiada.
¿Seré demasiado atrevido si haga una ligación entre la represión de la naturaleza
sacrificial de la Santa Misa y la falta de vocaciones sacerdotales? ¿O el aumento de la
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violación de la vida del celibato – porque el voto de celibato no puede ser cumplido sin
sacrificar el bien del matrimonio por un bien superior?
Un sacerdote desiste de las ventajas de la vida matrimonial para poder ser un
alter Christus, otro Cristo, mediador entre Dios y los hombres. La razón para el celibato
no es sólo para que el sacerdote tenga más tiempo para el trabajo pastoral (razones
pragmáticas), sino porque, por la vida del celibato, está a unirse con Cristo celibato y
vivo, el Sumo Sacerdote, para ofrecer el Santísimo Sacrificio, por el cual tiene que estar
ritualmente limpio.
Todo lo que el sacerdote hace como sacerdote es, de alguna manera, orientado al
altar y al sacrificio de Nuestro Señor, fuente de todas las gracias. Es de su servicio en el
altar que él recibe su dignidad sacerdotal, y no por tocar guitarra o por jugar al fútbol
con los jóvenes. Y cuando está al altar, no está allí para inventar liturgias creativas que
expresan su personalidad, sino para conformarse a Cristo y actuar en Su persona. ¡Esto
se reflexiona tan bien en las rubricas fijas del Rito Romano Tradicional!
Mentalidad sacrificial
y los laicos y el matrimonio
Pero, obviamente, la vida de sacrificio no está reservada exclusivamente para los
sacerdotes. Nosotros, laicos, también somos obligados a seguir el ejemplo de nuestro
Salvador. ¿Cómo es que la llamada para vivir una vida sacrificial acostumbra a
manifestarse en la vida de una familia? En la aceptación generosa de hijos, en la
disposición para tener una familia más grande de la que es la norma en las actuales
sociedades anticonceptivas del mundo moderno.
Hoy, la definición de una “vida buena” se basa en la auto-realización individual
y en la construcción de una carrera. Hoy, la definición de la “vida buena”, es
simplemente gozar la vida sin respecto por el objetivo final de la vida humana, que es
espiritual, o por las necesidades de los otros. Desafortunadamente, ni los católicos están
inmunes a sucumbir a este estilo de vida.
La pérdida del sentido del sacrificio
La anticoncepción, símbolo del hedonismo moderno y, por lo tanto, la pérdida
del sentido del sacrificio, está generalizada en la Iglesia postconciliar. Pero aun entre los
que tienen objeciones al uso de la anticoncepción artificial y del aborto y defienden el
planeamiento familiar natural (PFN), encontramos un esfuerzo para neutralizar las
enseñanzas claras de Pio XII sobre la legalidad condicionada de este método de crear
mayores espacios entre los hijos.
Conozco la literatura del PFN y tomé parte hace años en un curso de PFN, y no
recuerdo haber encontrado una consideración específica sobre las condiciones
explícitas, médicas, sociales o económicas, en que un matrimonio puede realizar el acto
matrimonial con la esterilidad planeada de ese acto en particular.
Aunque muchos católicos en general continúan a tener más hijos que uno o dos,
la falta de voluntad de tener más hijos está llevando a la extinción las naciones
nominalmente cristianas de Europa. Su futuro demográfico no es prometedor, y, si no
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hay un milagro, ellas se someterán dentro de algunas décadas a culturas ajenas y
religiones falsas.
España e Italia – los dos países más importantes de la Cristiandad – así como
Francia, tienen una índice de fertilidad total de 1,29 hijos por mujer. ¡Esto es menos de
que los países del norte de Europa, protestantes y más acostumbrados a la
anticoncepción! Como se sabe, 2,1 es el nivel de sustitución. ¡No veo como sea posible,
y me parece mentira, llamar ‘católicos’ estos países nominalmente católicos!
Otro fruto amargo de la pérdida del sentido de sacrificio es la destrucción
generalizada de la fidelidad conyugal. Los porcentajes de divorcio en la mayor parte de
los países nominalmente cristianos están aumentando, lo que también sucede con el
número de anulaciones en el caso de matrimonios católicos.
“En el contexto de una mentalidad de divorcio, hasta los casos de
anulación canónica pueden ser fácilmente mal interpretados, como si no
fuesen más de que una manera de obtener un divorcio con la bendición de
la Iglesia”.
El Cardenal Julián Herranz, que preside al Concejo Pontificio para los Textos
Legislativos, dijo esto a la comunicación social hace dos años, cuando el Vaticano
publicó una nota crítica sobre el aumento radical de anulaciones en los Estados Unidos.
Y tenía mucha razón. Encontré un buen número de católicos de mentalidad moderna
que no ven diferencia ninguna. La considera como un divorcio para los católicos, un
punto de vista semejante a lo que tienen sobre el uso de PFN sin restricciones – la
anticoncepción para los católicos.
Además de los nuevos y modernos conceptos de sacerdocio, la disminución del
número de hijos en las familias católicas es la principal causa de la falta de vocaciones
sacerdotales y religiosas. Las grandes familias son siempre – especialmente si sufren de
privaciones e incomodidad – una escuela de abnegación y del servicio a los otros. Al
contrario, el mundo moderno, con un solo hijo por familia – que existe para el placer de
los padres – no crea un ambiente suficiente para aprender aptitudes sociales positivas.
De las familias católicas numerosas
nacen buenas vocaciones
El 20 de enero de 1958, en una audiencia para la Asociación italiana de las
Familias Numerosas, Pio XII señaló la importancia del ideal de las familias católicas
numerosas como criadores de un buen ambiente para las vocaciones:
“Todos estos beneficios preciosos serán más sólidos y permanentes, más
intensos y más productivos si la grande familia toma el espíritu sobrenatural del
Evangelio, que espiritualiza todo y lo torna eterno, como su regla particular de
orientación y su base. La experiencia demuestra que, en estos casos, Dios muchas veces
excede los dones ordinarios de la Providencia, tales como alegría y paz, para concederle
una llamada especial – una vocación al sacerdocio, a la vida religiosa, a una más alta
santidad”.
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“Con buenas razones, ha sido el caso muchas veces que las grandes familias se
distinguen como cunas de santos. Podemos citar, entre otros ejemplos, San Luís, Rey de
Francia, de una familia de diez hijos; Santa Catarina de Siena, proveniente de una
familia de veinte y cinco; San Roberto Belarmino, de una familia de doce; y San Pio X,
de una familia de diez”.
“Cada vocación es un secreto de la Providencia; pero estos casos prueban que
un gran número de hijos no impide los padres de darles una educación excelente y
perfecta; y muestran que el número no perjudica su calidad, tanto con respecto a los
valores físicos como con respecto a los espirituales”.
La pérdida gradual del sentido del sacrificio propiciatorio de Nuestro Señor en la
Cruz, y su re-presentación en los altares de todo el mundo, conduce a otro efecto grave
– la debilitación de la consciencia de nuestra condición de pecador, de la necesidad de
nuestra conversión, de penitencia y de ofrecer reparación por nuestros pecados. Fue por
nuestros pecados que Nuestro Señor sufrió y padeció una muerte brutal; somos culpados
de los dolores que Él tuvo que suportar.
La pasión y acción sacrificial de Nuestro Señor nos hace conscientes del veneno,
de la oscuridad del pecado; de la ofensa infinita hecha a la Santidad ilimitada de Dios.
Es por nuestros pecados que el Santo Sacrificio de la Misa es ofrecido hoy, para que
podamos beneficiar de los méritos de Cristo y viene a comprender el gran precio que
Nuestro Señor pagó por nuestra redención.
Nuestra necesidad de conversión
El aspecto amortiguado y cohibido de la propiciación en el Nuevo Rito lleva a la
falta total de la consciencia de nuestra condición de pecadores y de la naturaleza del
pecado, y también a una grave disminución en el número de confesiones. Muchos
sacerdotes dejaron de predicar sobre la naturaleza del pecado – diciendo que insulta a
Dios – y sobre los pecados mortales, que privan los hombres de la gracia santificante y
les cierran las puertas del Cielo.
Más que la necesidad de nuestra reconciliación con Dios, oímos hablar de la
reconciliación con nosotros mismos, como debemos aceptarnos a nosotros mismos tales
como somos, sin ninguna llamada a la penitencia y a la conversión de nuestros
corazones.
No conozco la situación en otros países, pero en el área de lengua alemán, la
práctica de las confesiones individuales es bastante rara. ¡Un sacerdote tradicional
checo, morador en Austria, me contó recientemente que conoce párrocos en Austria y
en Alemania que no tuvieron ni un único parroquiano que se fuese a confesar durante
todo el año!
La Misa Antigua transmita mejor
la naturaleza sacrificial de la vida católica
De aquello que dije hasta aquí, espero que esté claro lo que yo quise transmitir,
La Liturgia Tradicional expresa mucho más claramente que el Nuevo Rito – que hasta el
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Papa Benedicto XVI llama un “producto banal del
momento”, – nuestra naturaleza pecadora y nuestra
necesidad de redención.
Conocí una vez una señora que, por ocasión
de su introducción a la Misa Tradicional en latín,
me dijo que no podría recibir la Sagrada Comunión.
Cuando le pregunté por qué, ella respondió: ¡“Yo
debería haber ido a la Confesión primero”! Algo en
que ella nunca había pensado antes.
Tal como rezamos, así creemos y – así
vivimos. Es tan simple como esto.
El Mensaje de Fátima nos da
un mejor entendimiento de cómo
vivir una vida de sacrificio
El Mensaje de Fátima nos lleva a una mejor
comprensión de la necesidad de vivir una vida de
sacrificio. La Santa Misa, siendo el centro y la
cumbre más alta de nuestras vidas, seamos
sacerdotes o laicos, debe enseñarnos la verdadera
lección – que el sacrificio es el medio para nuestra
redención y salvación. Si la Misa deja de transmitir
este mensaje, entonces hay algo muy mal con ella.
Cristo, Ejemplo Supremo del
Sacrificio, se entregó a Sí mismo
para ser flagelado, coronado de
espinas y crucificado para nuestra
salvación.
Nosotros, como fieles católicos, debemos hacer todo lo posible para construir
nuestras vidas sobre fundamentos saludables y firmes, y evitar todo aquello que las
debilita. No es una cuestión de elección; es nuestro deber.
Todos nosotros, presentes en esta conferencia, tomamos a serio el Mensaje de
Fátima y queremos vivir de acuerdo con él. No porque a nosotros, por cualquier razón,
nos gusta o porque él se encaja con nuestras preferencias subjetivas, sino porque es un
mensaje del Cielo, reconocido y promovido por las más altas autoridades de la Iglesia; y
porque él es, además de la Misa de San Pio V, la barrera insuperable erigida contra
todas las herejías.
Las apariciones de Nuestra Señora en Fátima dan testimonio de la importancia
vital de vivir la vida de un modo sacrificial. El Rito Romano Tradicional, al contrario de
la Reforma Litúrgica, personifica este espíritu de la manera más profunda y perfecta.
Que el hombre no separe, pues, lo que Dios unió.
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