FRAGMENTO Teatro Popular El Telón

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Martínez, Angélica. 2006. “Teatro Popular El Telón”, en CD-ROM: Chile, 1948-1988. Los teatros
independientes en escena. Historia crítica y memoria audiovisual, sección II. “Cartografías. 23
compañías de teatro independiente chileno”. Programa de Investigación y Archivos de la Escena
Teatral, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago.
FRAGMENTO
Teatro Popular El Telón
Fundamentos éticos y estéticos
“Elegí el teatro porque era el traje que mejor se ajustaba a mi desnudez
interior”, confesó alguna vez Juan Radrigán, dramaturgo y motor fundamental del
Teatro Popular El Telón, autor casi desconocido hasta ese momento, como si
fuera un escritor tan marginal como los personajes de sus obras. Pero para
Radrigán y su compañía, la marginalidad se vive y se enfrenta sin dar ni pedir
concesiones, cara a cara y con la frente en alto, tal como se señala en el
Manifiesto del grupo.
Con un teatro basado en la palabra como vehículo de una ideología
intransable, donde el diálogo entre los personajes es el conflicto y la acción teatral
en sí misma, donde el gesto político de hablar y ponerle nombre a la miseria
constituía un acto heroico por parte de sus personajes, quienes debían enfrentar y
sobrevivir al mundo que los rechazaba y escondía, al mundo que los marginaba
con la esperanza de que quizás así dejarían de existir, con un teatro alejado de los
grandes despliegues escénico escenográficos, con un teatro pobre, con todas las
connotaciones que la palabra pobreza acarrea, el Teatro Popular El Telón se
presentó ante el mundo, durante la década de los 80, como un teatro
comprometido de palabra y de acción con todos los que lo necesitaran.
Es un teatro agresivo y poco amable para quienes no quieren saber de la
marginalidad, pero es una necesidad y un refugio para quienes se ven inmersos
en ella. Y ese es el principal objetivo del Telón, convertirse en refugio y voz de los
rechazados y olvidados, más rechazados aún en los oscuros días del régimen
militar.
Crear y generar un teatro que hable con la verdad, “tan miserablemente
desnuda como es”, como dice el propio Radrigán, en eso consistía la labor del
grupo. Enarbolar la verdad como bandera de lucha, lucha comprometida, lucha
incansable pese a lo esquiva de las esperanzas, lucha en la que el teatro y el
poder de su palabra fueron el arma más poderosa con la que El Telón defendió la
dignidad de los desposeídos.
Manifiesto de El Telón
En el programa de mano del primer montaje de la compañía:
Redoble fúnebre para lobos y corderos, ya se encuentra expresada la
necesidad de elaborar un discurso que represente la postura política de la
compañía, basándose en los principios en que sustentan su trabajo:
Teatro Popular “El Telón
Tiene como deseo entregar un teatro popular; entendiendo
que teatro popular es aquel que habla de las necesidades de un
pueblo equilibrando el lenguaje de éste con una forma artística
capaz de sostenerlo. Y, entendiendo a la vez, que las
necesidades de un pueblo no son sólo aquellas que se refieren
a su estómago sino también a su corazón. Protesta, rabia, canto,
esperanza, angustia y fe serán pues los materiales de
construcción que emplearemos para acercarnos a aquellos
sectores comunitarios que difícilmente tienen acceso al
quehacer artístico…”.
Tiempo más tarde, este mismo discurso se re-elaborará poéticamente, lo
que le conferirá una fuerza y un compromiso político avasallador:
“Teatro Popular “El Telón”, es una compañía formada por actores
profesionales. Que no posee sala ni intenta poseerla;
Que no tiene otro medio de subsistencia económica que el aporte
voluntario que pueden hacer los espectadores;
Que apunta preferencialmente a un público poblacional, sindical,
campesino y comunitario.Nuestro principio es hacer un Teatro lo más claro, nacional y
directo posible; un Teatro fundamentalmente no escamoteador.Pues, si bien es cierto, que la causa principal de la actual carencia
de espectadores es el factor económico, no es menos cierto que otra
causal importantísima es que el espectador no se siente identificado,
expresado ni comprendido por lo que hemos hecho hasta hoy.Alejado ya de la novelística, por una narrativa sorda, ciega y
cobarde; cansado de un lirismo tísico, absurdo y hueco en la mayoría
de la poesía publicada, también está quedando fuera de un Teatro
que, premunido de un slogan que sólo Dios sabe quien inventó: “El
público no va al Teatro a sufrir” -lo que en buen romance quiere decir
que al que sufre hay que clavarle ilusiones en los ojos para que no
sufra más- se ha tornado cada vez más comercial y frívolo.Somos parte de una sociedad que nos pide expresarla mediante el
análisis; pero no lo hemos hecho, o lo hemos hecho demasiado
cobardemente.Es lo que pretendemos hacer.”
Teatro Popular “El Telón”
Es mediante un “teatro basado en la verdad, tan miserablemente desnuda
como es”, que Juan Radrigán, junto a El Teatro Popular El Telón, deciden
evidenciar la marginalidad en la que vive gran parte del país durante la
dictadura militar; ya no es sólo la marginalidad económica, acrecentada por la
crisis de 1980, la que hace aún más grande la brecha entre los acaudalados
y los desposeídos, sino que además, se suman también los marginados
políticos e intelectuales que manifiestan ideas e ideales totalmente contrarios
a los impuestos por el régimen de Pinochet y los marginados existenciales,
aquellos a los que la vida les dio la espalda, o ellos se la dieron a la vida. El
teatro que escribe Radrigán, -pese a que puede leerse en su totalidad como
una gran tragedia: la tragedia de los marginados- es un teatro que lleva
implícita una esperanza: la de un mañana mejor.
“Queremos que usted sepa
que todos los que pensamos,
actuamos y vivimos
el teatro chileno
nos sentimos tremendamente
orgullosos, satisfechos y
agradecidos de haber contado
con su valiosísima presencia
hoy en esta función.
Y abrigamos la esperanza
de que, al volver, seamos
felices nuevamente.”
Programa de mano de El toro por las astas, Teatro Popular El Telón, 1981.
Objetivos del Teatro Popular “El Telón”
En el proyecto “La actividad teatral para el año 1982 del Teatro Popular El
Telón”, su director, Nelson Brodt, detalla los objetivos del grupo:
- “Enfrentar la problemática nacional, especialmente la que se genera a
partir del 11 de septiembre de 1973.- Búsqueda de formas originales que permitan expresar en forma
moderna, los elementos fundamentales que caracterizan a nuestra sociedad.- Apoyo decidido y permanente a los Teatros Vocacionales y a los
organismos de base; colaborar en su formación y desarrollo.-
- Superar internamente la censura oficial y la auto-censura. Propagar la
idea que las funciones teatrales con su forum posterior son ámbitos de libre
expresión de las personas, así como el gesto de creación del espectáculo es
también una expresión libre de los artistas.- El Teatro Popular “El Telón” es una compañía de naturaleza itinerante.
Visita lugares donde grupos de teatro organizan la presentación, realiza un
foro posterior a la función, distribuye material didáctico sobre materias
teatrales y artísticas, tiende a mantener un contacto permanente con los
grupos y organizaciones de base vía charlas sobre historia del teatro,
aspectos técnicos, etc.-“
Labor del Teatro Popular “El Telón”
Dentro del trabajo teatral del Teatro Popular El Telón, se pueden distinguir
dos áreas: la labor social realizada por el grupo y el desarrollo de un lenguaje
artístico. En relación a lo social, las principales características son expuestas
en el “Proyecto de creación y difusión para Hechos Consumados”,
presentado a la ONG Ceneca en 1980:
- “Grupo de trabajo abierto a quienes coincidan en los objetivos antes
señalados.
- Gran movilidad que permite llegar a cualquier lugar con el sólo requisito
de que exista un espacio donde ubicar a los intérpretes y al público.
- Teatro no competitivo.
- Búsqueda de una actividad ligada a los teatros vocacionales de
inspiración progresista.”
En cuanto a lo artístico, y siempre de la mano de la dramaturgia de Juan
Radrigán, en el grupo se desarrolla una poética de lo marginal. Esto se
manifiesta no sólo en los temas, sino que principalmente en la forma de
producción de cada uno de los montajes: escasa escenografía, vestuarios de
desecho, una iluminación básica para que el público pueda seguir la historia,
etc. Debido a la posibilidad de tener que salir arrancando en medio de
alguna función, había veces en la que el grupo no llevaba su escenografía,
sino que el autor se juntaba días antes con los pobladores que asistirían a la
representación y les narraba la obra; entonces los propios organizadores de
la comunidad se encargaban de construir el espacio en que actuaría el grupo.
Esto nos revela que es un teatro basado en la palabra y la interpretación,
lejos de toda parafernalia.
Montaje Emblemático del Teatro Popular El Telón
Hechos consumados, de Juan Radrigán
Breve reseña de la obra.
La premisa de la obra es “el derecho del hombre de fundar un hogar, de
trabajar y de vivir en el lugar en que nace”. La anécdota revela el último gesto de
un hombre que se niega a moverse del lugar en el que vive y que, despojado de
todo, levanta como arma su intransable dignidad.
Fragmento de la obra dramática:
Miguel:
Emilio:
“No es culpa mía, no me palabree, compadre: yo cumplo órdenes.
Pero no soy enemigo di’ustedes, si juera enemigo n’estaría aquí
conversando.
¿Conoce usté a alguien que sea enemigo de nosotros? Yo no. Toos
los quieren cien o doscientas veces más que a su madre y a su
agüelita juntas; toos se han pasao la vía peliando por nosotros:
escriben libros, hablan por la radio, por la tele; sacan leyes que los
favorecen en esto, en lo otro y en lo de más allá. Palabra, nunca he
sabío de alguien que ocupe un cargo que no sea pa servirlos a
nosotros las veinticuatro horas del día; pucha, si toos tan de acuerdo,
si están en los mismo, ¿quién crestas es el enemigo? Diga po.
Miguel:
No sé, yo no me meto en eso, lo único que sé es que si no trabajo no
como.
Emilio:
Es que tendría que meterse, pos, compadre; porque esta cuestión
significa dos cosas: o los tan güeviando en patota, o el enemigo que
tenimos es Dios.
Marta:
Chis, no te pasis po.
Emilio:
Pero claro po; si no hay nadie en la tierra qu’este contra nosotros,
tiene que ser El nomás el que no los deje estudiar, el que los echa de
las pegas, el que nos saca a bofetás de las casas y el que nos hace
las mil y una.
Marta:
No, yo creo que los tan güeviando en patota; porque El no: Dios es lo
único que tenimos, es el único que los escucha.
Emilio:
No, si pa escuchar es como navaja, pa contestar es lo que cuesta.
Miguel:
Perdone que le diga, pero lo que pasa es que usté es muy ignorante:
El no contesta con palabras, contesta con hechos, arregla las cosas
di’una forma que a nadie más se le podía ocurrir. Eso si que lo sé
bien yo pos, compadre: a mi me ayudó con la vieja.
Marta:
¿Y que no dijo qu’estaba enferma?
Miguel:
Claro, y se va a morirse. Pero yo no sabía qué hacer pa
conformarme, porque siempre la he querío más que la cresta, y
cuando la muerte entró pa la pieza y se puso a esperarla, yo
pensaba que cuando se la llevara ía a ser igual que si se llevara a
too el mundo. Claro, porque la muerte de un ser querío trae muchas
muertes detrás pa uno: muertes pa la mañana, pa la tarde y pa la
noche; la mitá de la cama vacía es una, la mitá de la mesa, otra… y
las palabras que uno no va a escuchar más, que es la muerte que
más duele. Eso pensaba yo y’ staba desesperao…
Cuando de repente cambió, se puso odiosa, se puso mala; no me
deja’ star ni un rato tranquilo, le duele tóo. “Miguel, tráeme agua – me
dice – y cuando de la llevo me reta porque l’ haya muy fría, muy
caliente o muy tibia. Miguel arréglame la ropa de la cama, sécame la
traspiración, anda ver si te dan hora en el Seguro. Miguel, tengo
hambre, Miguel, pásame la bacenica, no te durmai; pásame eso,
pásame eso otro” Miguel, Miguel, Miguel, ya me tiene loco, no me
deja descansar ni de día ni de noche. Ahora mismo me tiene qu’estar
llamando pa cualquier lesera. Pucha, y ahora que le dio la cuestión
que le diga a ellos (señala) que pasen por otro lao, es pior; así que…
Claro, no es que haya dejao de quererla… ¡Pero puta que voy a
descansar cuando se muera!
Emilio:
¿Y eso lo haya güeno? En vez de hacer que la odiara, podría
habérsela mejorao…”
Fragmento de Hechos consumados.
Extracto del libro “Juan Radrigán. Hechos Consumados. Teatro 11 Obras”.
Ediciones LOM, 1998, Santiago, p. 83.
Palabras del autor Juan Radrigán acerca de la obra.
Hechos consumados no es una obra amable, no puede serlo, pues trata el
problema de un hombre que quiere vivir con dignidad, y esa es hoy la más dura
tarea que se puede imponer a una persona. Es una obra rigurosa, amarga,
compulsiva; esperanzadora sólo en la medida en que tras la destrucción
sobrevenga el tiempo en que alguien entienda a alguien.
No creo en la existencia de una realidad independiente de nuestra
conciencia, en este ajusticiamiento de la razón todos tenemos las manos metidas
hasta el codo.
En nuestro quehacer, el teatro, el invento más funesto de los últimos años
ha sido el de pintar de rosado el sufrimiento. Si vivimos en un tiempo en que el
gran problema humano es la industrialización de la injusticia, no se puede
presentar una visión en donde la gente parece holgar en el mejor de los mundos
posibles.
No niego el humor intrínseco, el humor que fluye simplemente del hecho de
vivir; lo que exaspera es que señores de río revuelto hayan comenzado a
fabricarlo tras un cruel estudio de mercado, transformando la noche del hombre en
su personal cuerno de la abundancia. A este paso, pronto el único precio acorde
con la realidad en una sala de teatro va a ser el de treinta monedas de plata.
No es compitiendo por hacer reír como va a surgir una dramaturgia
profunda y alteradora en nuestro país, tampoco escribiendo retratos hablados, eso
sólo implica esfuerzo físico. En la calle, en cualquier calle de cualquier parte, es
posible encontrar personajes quijotescos, gente que espera; pero no es posible
toparse con don Quijote ni con Vladimiro y Estragón: esa es la labor, el aporte del
dramaturgo.
Programa de mano de Hechos consumados.
Crítica de prensa
Hechos consumados
De Juan Radrigán. Teatro Bulnes
Creemos que el estreno de la pieza de Juan Radrigán Hechos consumados reviste
especial significación: efectivamente, nos encontramos ante un dramaturgo de
elevadas aspiraciones, honesto, que escribe sobre personajes humildes,
populares, desamparados, pero, al mismo tiempo, los trata con dignidad y
profundidad humana, usando un lenguaje coloquial sin caer, no obstante, en la
procacidad gratuita, en esa obscenidad vacía, estéril y “comercial” a que nos tiene
acostumbrados este género de obras donde se utiliza por lo general un penoso
simulacro del verdadero lenguaje popular: Radrigán cala más hondo, perfora la
superficie de los hechos y va más allá de esas “apariencias” con que se han
realizado muchas obras que no son otra cosa que parodias de la realidad. El autor
de Hechos consumados, como todo buen dramaturgo no comienza por el efecto,
no construye sus caracteres basándose en la fachada de éstos: él los trabaja
desde el interior, desde el trasfondo de sus almas, de sus peculiaridades, de sus
características más trascendentes y singulares y es por ello que nada en su pieza
huele a concesión fácil al grueso público. El escritor nos expone con valentía
problemas sociales sin buscar el aplauso gratuito e incondicional avalado por
piruetas exitosas de cómoda identidad extra artística.
Estos seres marginales sobre los que escribe Radrigán –como lo son Emilio,
Marta y Miguel, sus protagonistas- poseen también un espíritu, una conciencia,
una sensibilidad, poseen ideas y sentimientos. Radrigán los ha tratado como
personas, buscando las verdaderas raíces de sus identidades con la elevada
responsabilidad con que un dramaturgo debe considerar a cualquier ser humano,
sea cual sea su condición social: y quizá esto constituya el acierto más relevante
de su pieza: la dignificación del hombre de baja extracción por medio del arte, con
todos los recursos espirituales y técnicos que la dramaturgia pone a su alcance,
sin eludir una auténtica búsqueda psicológica, una severa radiografía moral o esa
poesía –esencia del buen teatro- que emerge desde el interior mismo de los
conflictos y las pasiones planteadas.
“Hechos consumados no es una obra amable” –nos explica el autor en un
pequeño prólogo insertado en el programa de mano-, “no puede serlo, pues se
trata del problema de un hombre que quiere vivir con dignidad, y ésa es la más
dura tarea que se puede imponer una persona”.
“Es una obra rigurosa, amarga, compulsiva; esperanzadora sólo en la medida en
que tras la destrucción sobrevenga el tiempo en que alguien entienda a alguien”.
Hecho consumados es una obra de contenido esencialmente universal, que
concierne a todos los hombres que luchan, han luchado o lucharán por su
dignidad en el mundo entero”.
Esta dignidad no solamente pudimos advertirla en los personajes y en la pieza de
Radrigán, sino también en la puesta en escena (escenografía casi inexistente,
iluminación, vestuario, actuación) adscrita al severo teatro pobre de Jerry
Grotowski.
Los actores se han despojado –igualmente- de todo artificio, de todo rasgo
superfluo en sus expresiones, en sus matices, en sus voces, en su mímica, en sus
desplazamientos, buscando una síntesis interior, expresiva y descantada a la vez:
todo fluye desde dentro y a medida que la pieza arranca lentamente los
personajes se van construyendo a si mismos ante nuestros ojos, gradual y
meticulosamente, en una especie de rito confesional de inquietantes proyecciones.
“Hemos renunciado a los trajes” –dice Grotowski en un ensayo sobre el actor
santo y el actor cortesano- a las narices postizas, a las panzas falsas, es decir a
todo lo que el actor prepara antes de su entrada en escena. Y hemos constatado
que lo que es teatral, mágico, fascinante, es la capacidad del actor para
transformarse en tipos y caracteres diferentes, y todo eso “pobremente”, es decir,
gracias sólo a su talento”. Y más adelante añade: “Aceptar un teatro pobre,
despojado de todo lo que no es teatral, concentrarse en la quintaesencia, o más
simplemente, en un punto de arranque, todo esto nos ha hecho comprender y
descubrir nuevas riquezas que pertenecen verdaderamente al teatro y que están
implícitas en nuestro oficio”.
La teatralidad, la magia, la poesía, la fascinación surgen en Hechos consumados a
través de esta pobreza grotowskiana y la verdad de la obra no por ello se hace
menos receptiva, poderosa, emocionante: los personajes cobran, finalmente, una
dimensión trágica sin aspavientos, sin gritos, sin histeria: todo se ha consumado
en el interior de estos seres erráticos, perdidos en una oscuridad corpórea y brutal
–la agresividad surge como siempre, desde afuera-, y el espectador mira a la
víctima –Miguel, el vagabundo- consciente de la gran injusticia cometida, rígido en
su butaca, mudo, estupefacto.
En Hechos consumados actuaron: Pepe Herrera, Silvia Marín, Jaime Wilson,
Nelson Brodt, quien además, tuvo la su cargo la dirección. No hay virtuosismos
espectaculares en sus actuaciones, no hay grandes escenas “impactantes”, todo
se resuelve –descontando el final- a través de una creación de escueta eficacia,
sin alarmes de histrionismo.
Pero de súbito experimentamos una sensación perturbadora: tuvimos la impresión
de asistir a una obra de teatro muda, helada, silenciosa, cerrada en sí misma,
donde las palabras penetraban la piel del espectador y su atmósfera adquiría por
instantes, una dimensión onírica envolvente y extraña: la acción se había
convertido, inesperadamente, en un ceremonial furioso sobre la injusticia, el
absurdo y la muerte.
La escenografía, no carente de atmósfera, es sólo una sobria ambientación de un
terreno baldío.
Por cierto, no todo es perfecto en esta puesta en escena y pensamos que
Radrigán puede profundizar y enriquecer aún mucho su texto, pero la
conmovedora y sincera honestidad que emana de él, un entrañable espíritu
artístico, escénico, profundo, estimulan tanto la sensibilidad como el intelecto y
porque todo en esta obra resuma una aspiración teatral que, como el mismo
Radrigán escribe en su prólogo acerca de la dignidad del hombre –la difícil
dignidad del hombre- es la sencilla exteriorización de su propia e irrenunciable
dignidad de dramaturgo.
Fernando Josseau, Diario El Mercurio, 18 de octubre de 1981
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