¿Lagunas en el Reglamento Parlamentario?. A propósito de las SSTC 226 ( RTC 2004, 226) y 227/2004, de 29 de noviembre ( RTC 2004, 227) , relativas a la disolución anticipada de la Comisión de investigación sobre la catástrofe del Prestige en el Parlamento de Galicia Javier Pardo Falcón. Letrado del Parlamento de Andalucía. Profesor Titular de Derecho Constitucional Publicación: Repertorio Aranzadi del Tribunal Constitucional núm. 1/2005 Parte Estudio Editorial Aranzadi, SA, Pamplona. 2005 Lengua de publicación: Español 1. Introducción: las particulares connotaciones de los amparos parlamentarios Generalmente, suele aceptarse que el recurso de amparo es el único cometido no político de todos los que tiene atribuido el Tribunal Constitucional (TC) por la Constitución ( RCL 1978, 2836) (CE) y su Ley Orgánica ( RCL 1979, 2383) (LOTC). En efecto, mientras que en el ejercicio del resto de sus competencias, ya sea por los sujetos que instan su actuación, ya sea por el objeto del propio proceso, ya sea por ambas cosas a la vez, el TC ha de ejercer en la mayor parte de los casos su función jurisdiccional sobre materias de inequívoca naturaleza y relevancia políticas, en los procesos de amparo dicha circunstancia suele ser excepcional. Así sucede en todos los tipos de amparo previstos en la LOTC menos en uno: el que el art. 42 LOTC prevé contra las decisiones o actos sin valor de ley de las Cortes Generales o de las Asambleas Legislativas de las Comunidades Autónomas cuando se interpone por los integrantes de dichas Cámaras por vulneración del art. 23.2 CE. Como resulta evidente, estos recursos de amparo constituyen un episodio más -y no siempre el último- del debate político suscitado en el ámbito parlamentario sobre un determinado tema entre las fuerzas políticas de la mayoría y la minoría, dejando a partir de entonces las artes de la Política paso a las del Derecho. Así pues, también en estos casos, el juez constitucional se sitúa objetivamente -esto es, muy a su pesar- como árbitro de un conflicto en última instancia político, ostentando una posición nada cómoda aunque algo atemperada por el considerable período de tiempo que transcurre generalmente entre la interposición del recurso y su resolución. Si esto que decimos respecto de los amparos parlamentarios ha sido hasta ahora así prácticamente sin excepción, el asunto que sirve de pretexto a las páginas que siguen no podía ser muy distinto. Más bien al contrario, la extraordinaria dimensión social y política que alcanzó el acontecimiento que está en su origen (el hundimiento del petrolero Prestige en las costas gallegas en noviembre de 2002 y la extraordinaria polémica que se suscitó, no sólo en Galicia, sino en toda España, sobre la gestión que tanto el Gobierno central como el autonómico hicieron de la crisis) abocaron una vez más al TC a decir la última palabra al menos en una de las batallas -la disolución anticipada de la Comisión de Investigación constituida al efecto en el Parlamento gallego- de la guerra política suscitada por aquella catástrofe. Así iba a ser desde el momento en que su decisión, fuese cual fuese, a la hora de resolver los correspondientes recursos de amparo iba a ser irremediablemente interpretada como un triunfo propio y una derrota del adversario por la fuerza o fuerzas políticas beneficiadas por el fallo. Finalmente, la esperada intervención del TC se produjo con la emisión de dos Sentencias (ya que los recursos de amparo no fueron acumulados) emitidas por su Sala Primera y de contenido prácticamente idéntico: las Sentencias (SSTC) 226 ( RTC 2004, 226) y 227/2004, de 29 de noviembre ( RTC 2004, 227) , a las que formula sendos votos particulares discrepantes el Magistrado RodríguezZapata Pérez. Hechas estas breves consideraciones introductorias -seguramente un tanto superfluas- sobre las particulares connotaciones de los amparos promovidos por parlamentarios contra decisiones de sus propias Cámaras, y de las que el supuesto que ahora nos ocupa constituye un claro ejemplo, vamos a centrarnos ya sin más dilación en los aspectos estrictamente jurídicos que se abordan en ambas Sentencias. En ellas, como se verá, la Sala aprovecha las líneas magistrales de la doctrina del TC para introducir, como suele ocurrir a menudo, ciertos matices de no poco alcance que hacen muy aconsejable su conocimiento y estudio por los interesados en la jurisprudencia constitucional y especialmente en la referida al Derecho parlamentario. 2. La disolución de la Comisión de investigación sobre la catástrofe del Prestige en el Parlamento gallego: los hechos y las interrogantes Para situarnos adecuadamente en el análisis de los problemas jurídicos que plantean tanto los recursos de amparos como las respectivas Sentencias objeto de este comentario, resulta conveniente efectuar un breve relato de los hechos, lo que se hace a continuación a partir de los datos esenciales que se vierten en aquéllas y que son los siguientes: En diciembre de 2002, el Pleno del Parlamento de Galicia aprobó por unanimidad la creación de una Comisión de investigación sobre la catástrofe del petrolero Prestige, hundido cerca de las costas gallegas. Dicha Comisión quedaba integrada por doce miembros distribuidos de manera igual entre los tres Grupos parlamentarios existentes en la Cámara: el Popular (GPP), que ostentaba la mayoría absoluta, el Socialista (GPS) y el Bloque Nacionalista Gallego (BNG). Entre sus normas básicas de funcionamiento se establecía un quórum de constitución de siete miembros, que dejaba la misma a merced de los dos Grupos de oposición, y otro de mayoría simple para la adopción de acuerdos con un sistema de voto ponderado, que favorecía al Grupo mayoritario dada la composición de la Cámara 1 . 1 41 escaños para el GPP, 17 para el GPS y 17 para el BNG. Una vez constituida, la Comisión de investigación acordó requerir la comparecencia de diversos cargos y responsables públicos de la Comunidad Autónoma así como de la Administración del Estado. Manifestada la voluntad de solicitar también la presencia de estos últimos, el Secretario de Estado de Organización Territorial comunicó al Presidente de la Cámara autonómica que, por razones competenciales, no consideraba «adecuada» tal solicitud. Dicha actitud provocó la protesta del GPS y del BNG, quienes consideraban que los responsables de la Administración del Estado llamados a comparecer lo eran como testigos y no como titulares de cargos públicos políticamente responsables ante el Parlamento de Galicia, por lo que la Comisión no debía sentirse vinculada por el escrito del Secretario de Estado. Además, los parlamentarios de la oposición, entendiendo que la Comisión actuaba con pasividad, consintiendo la incomparecencia de los cargos públicos estatales, decidieron abandonar temporalmente aquélla en señal de protesta, bloqueando por tanto su constitución por falta de quórum. A raíz de ello, varios Diputados del GPP presentaron ante la Mesa del Parlamento un escrito por el que solicitaban la inclusión en el orden del día del próximo Pleno de la propuesta de disolución de la Comisión de investigación «por su inoperancia ante la no comparecencia y abandono reiterado de la misma por los Diputados de la oposición». Solicitado el correspondiente informe a los Servicios Jurídicos de la Cámara y una vez evacuado el mismo, su Presidente, por Resolución de 5 de marzo de 2003, ordenó la publicación de unas normas supletorias del artículo 50 del Reglamento del Parlamento de Galicia ( LG 1982, 637) (RPG), aprobadas por la Mesa de la Cámara, por las que se habilitaba al Pleno para acordar la disolución anticipada de las Comisiones de investigación. Según la primera de dichas normas, «además de las dos causas previstas en el artículo 50 del Reglamento [esto es, por finalización de su objeto o por agotamiento de la legislatura], también podrá extinguirse una Comisión de investigación por disolución acordada por el Pleno de la Cámara ante la imposibilidad objetiva de terminar la tarea encomendada» 2 . Finalmente, y sobre la base de esta norma, el Pleno, por Resolución de 11 de marzo de 2003, acordó disolver la Comisión de investigación sobre el Prestige. 2 El Acuerdo de la Mesa incluía otras tres normas más. Así, la norma segunda explicitaba los órganos y sujetos que tenían atribuida la iniciativa para pedir la disolución, que eran los mismos que la tenían para pedir su creación (art. 52.1 RPG [ LG 1982, 637] ), obligando a los legitimados a motivar su solicitud. La norma tercera regulaba el trámite para la inclusión de una solicitud de disolución en el orden del día, siendo el establecido con carácter general en el artículo 72.1 RPG. Por último, la cuarta ordenaba el debate y determinaba el órgano competente para disolver la Comisión al invocar los artículos 79 y 84.1 RPG, que son los que se aplican con carácter general para la adopción de acuerdos por el Pleno. Como consecuencia de los hechos relatados, cuatro Diputados del GPS y otros tantos del BNG interpusieron sendos recursos de amparo contra el Acuerdo de la Mesa de aprobación de las referidas normas supletorias del art. 50 RPG 3 y contra la Resolución del Pleno que les daba aplicación. Como es lógico, el contenido de ambos recursos de amparo era muy semejante y en ambos se alegaba básicamente la vulneración del art. 23.1 y 2 CE ( RCL 1978, 2836) por parte de las resoluciones citadas, ya que, en opinión de los Diputados recurrentes, las normas supletorias aprobadas por la Mesa habrían supuesto una modificación encubierta del RPG, sin que su finalidad fuera hacer frente a un vacío normativo sino legitimar una decisión antirreglamentaria del Pleno, en virtud de la cual se afectaba de modo definitivo al derecho a la información de los parlamentarios de la minoría y de sus representados, dificultando así el ejercicio por parte de los mismos de la función de control del Ejecutivo. 3 No obstante, hay que reseñar que el primero de estos recursos iba formalmente dirigido contra la Resolución del Pleno que acordaba la disolución de la Comisión de investigación y contra la Resolución de la Presidencia de la Cámara que ordenaba la publicación de unas normas supletorias del artículo 50 RPG ( LG 1982, 637) , aprobadas por la Mesa de la Cámara; mientras que el segundo lo era contra el Acuerdo de la Mesa del Parlamento de Galicia, de 10 de marzo de 2003, desestimatorio de la solicitud de reconsideración formulada por el BNG contra el Acuerdo anterior de la Mesa, de aprobación de las referidas normas supletorias e inclusión en el orden del día del Pleno de la disolución anticipada de la Comisión, y contra el Acuerdo de este último de disolución anticipada de la citada Comisión (véase el antecedente 1 de ambas Sentencias [ RTC 2004, 226] y [ RTC 2004, 227] ). Uno solo era, pues, el motivo esencial de ambos recursos: la imposibilidad de que las resoluciones interpretativas del RPG, dictadas por la Mesa del Parlamento de Galicia al amparo de su art. 30.1.1ª, pudieran suplir lagunas inexistentes del Reglamento parlamentario, pues de ese modo lo que en realidad se estaba haciendo no era sino contravenir el propio Reglamento a través de normas de inferior rango. No obstante, y a pesar de la simplicidad del objeto de ambos recursos, el TC se va a ver también en la obligación (y ello probablemente como consecuencia del debate que tuvo lugar en su seno, puesto de manifiesto por el voto particular) de efectuar algunas consideraciones preliminares en torno a la impugnabilidad en amparo de las resoluciones intraparlamentarias distintas al Reglamento. 3. Las respuestas del Tribunal Constitucional en las Sentencias 226 ( RTC 2004, 226) y 227/2004, de 29 de noviembre ( RTC 2004, 227) En efecto, las dos Sentencias que comentamos abordan dos asuntos bastante diferentes aunque bastante relacionados: el primero, de naturaleza estrictamente procesal, versa sobre el régimen de impugnabilidad ante la jurisdicción constitucional de las resoluciones intraparlamentarias distintas al Reglamento de la Cámara; el segundo, atinente ya al fondo del asunto, se refiere a la naturaleza de la función de suplir las lagunas del Reglamento que éste suele atribuir a determinados órganos de la Cámara y al alcance con el que ha de ser entendida dicha prerrogativa. Como se acaba de indicar, ambos temas se encuentran estrechamente vinculados entre sí, ya que la mayor o menor capacidad que ostenten las normas intraparlamentarias distintas al Reglamento para innovar el ordenamiento parlamentario afectará, como es lógico, tanto a su propia naturaleza jurídica, acercándola a la de éste, como también a su procedimiento de impugnación, que habría de ser el mismo que el del recurso de inconstitucionalidad. Voy a ocuparme de todas estas cuestiones a continuación, comenzando, como la lógica jurídica recomienda, por la que tiene que ver con la corrección del procedimiento utilizado por los recurrentes 4 . 4 Al ser, según se 226) , ( RTC 2004, a los fundamentos ambas de manera las mismas. ha indicado ya, el contenido de las dos Sentencias ( RTC 2004, 227) que aquí se comentan sustancialmente igual, las referencias jurídicos que se contienen en las siguientes páginas sirven para indistinta, observación extensible al voto particular formulado a 3.1 La vertiente procesal: la impugnabilidad directa en amparo de las resoluciones interpretativas del Reglamento parlamentario En pocas materias ha sido posible hasta ahora apreciar un cambio tan radical en la jurisprudencia del TC como en la referente al régimen de impugnación ante la jurisdicción constitucional de las resoluciones de naturaleza intraparlamentaria provenientes de los órganos de dirección de las Cámaras. En efecto, en poco más de una década nuestro juez constitucional ha pasado de considerar todas estas resoluciones sin distinción susceptibles de impugnación únicamente a través del recurso de constitucionalidad, a reservar éste en exclusiva al Reglamento propiamente dicho, admitiendo para las demás sólo el recurso de amparo. No podemos detenernos aquí en los pormenores de esta evolución jurisprudencial, bastante estudiada por los especialistas y cuyo último hito lo constituye la STC 44/1995, de 13 de febrero ( RTC 1995, 44) 5 . En cualquier caso, la doctrina actual del TC posee la indudable virtualidad de evitar incertidumbres en un ámbito especialmente inadecuado para las mismas como es el de las normas que ostentan el privilegio procesal de ser impugnadas exclusivamente a través de los procedimientos de declaración de inconstitucionalidad, el cual no va a depender ya de su contenido sino de su rango formal 6 . Con todo, bajo el manto de su régimen de impugnabilidad lo que en última instancia se encuentra detrás de estos dos posicionamientos jurisprudenciales consecutivamente mantenidos por nuestro juez constitucional es, como resulta obvio, la existencia o no de una tipología formal de resoluciones intraparlamentarias de distinta naturaleza y rango jerárquico; tipología que la línea doctrinal que el TC mantiene en la actualidad viene a confirmar y que, por ésta y otras razones, tiene algunos detractores entre aquellos autores partidarios del mantenimiento de la postura inicial 7 . 5 Una relación de los trabajos aparecidos después de esa STC 44/1995 ( RTC 1995, 44) realiza E. MATÍA PORTILLA en «La insatisfactoria jurisprudencia del Tribunal Constitucional sobre las llamadas normas interpretativas y supletorias del Reglamento parlamentario», Corts. Anuario de Derecho Parlamentario núm. 7, 1999, pgs. 179-207, pg. 180, nota 2. A dicho elenco podría añadirse, además del propio trabajo mencionado, algún otro aparecido con posterioridad, como el de E. GÓMEZ CORONA: «La resoluciones interpretativas y supletorias del Reglamento en la jurisprudencia constitucional», Revista de las Cortes Generales núm. 52, pgs. 229256; sin olvidar, más recientemente, el de A. ARCE JANARIS: El Parlamento ante los Tribunales. Prontuario de Jurisprudencia Parlamentaria, Thomson-Aranzadi, 2004, pgs. 51 y ss., y 133 a 135. 6 Es precisamente este exclusivo régimen de impugnabilidad el que conferiría a tales normas su rango o valor de ley, según F. RUBIO LLORENTE [«Rango de ley, fuerza de ley, valor de ley (sobre el concepto de ley en la Constitución)», Revista de Administración Pública núm. 100-102, 1983, pgs. 417-232, en especial pg. 422; recopilado en el volumen del mismo autor La forma del poder (Estudios sobre la Constitución), CEC, Madrid], 1993, pgs. 319-332]. Como manifesté en otro lugar, dicha tesis resulta discutible desde el momento en que deja en manos del legislador -aunque sea del orgánico que aprueba la LOTC- la atribución de ese rango o valor de ley, que debería en mi opinión supeditarse sobre todo a la vinculación directa de la norma con la CE o, en su caso, los Estatutos de Autonomía (J. PARDO FALCÓN: Comentario al artículo 27 LOTC», en J. L. REQUEJO PAGÉS [coord.]: Comentarios a la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional, Tribunal Constitucional y Boletín Oficial del Estado, Madrid, 2001, pgs. 367-396, en especial pgs. 378 y 379). 7 Así, por ejemplo, E. MATÍA PORTILLA, se muestra muy crítico con la doctrina fijada por la STC 44/1995 ( RTC 1995, 44) , entre otros por estos cuatro motivos que seguidamente se resumen: 1) porque crea una notable confusión sobre el valor normativo que corresponde a las normas intraparlamentarias e introduce confusamente la tesis de la degradación del rango de las disposiciones dictadas ultra vires; 2) porque permite la interposición directa del recurso de amparo con independencia de la lesión actual y efectiva de un derecho fundamental; 3) porque deja exentas de fiscalización las normas supletorias que regulen materias ajenas al acceso, permanencia o ejercicio en las funciones parlamentarias; y 4) porque amplia indebidamente el contenido del derecho del art. 23.2 CE ( RCL 1978, 2836) , al incluir en el mismo el respeto a los principios de jerarquía normativa y reserva reglamentaria, tanto en la creación del Derecho parlamentario como en la aplicación del mismo (vid. op. cit., pg. 205). A favor de dicha doctrina se muestra, en cambio, M. ARAGÓN REYES, que considera, no obstante, coincidiendo con el anterior, que la Sala debió utilizar el procedimiento de art. 13 LOTC [«Las fuentes del Derecho Parlamentario. Ponencia General», en J. C. DE SILVA OCHOA (coord.): Instituciones de Derecho Parlamentario, I. Las fuentes del Derecho Parlamentario. Eusko Legebiltzarra Parlamento Vasco, Vitoria-Gasteiz, 1996, pgs. 25-48, en especial, pg. 48]; también, en análogo sentido, I. E. PITARCH («Las Resoluciones normativas» idem, pgs. 87-142, en especial, 109 in fine y 110). A favor de la subordinación al Reglamento de las normas intraparlementarias supletorias del mismo se había mostrado igualmente ya, con anterioridad a la consolidación de esta doctrina del TC, F. PAU I VALL: «La sumisión a Derecho de los criterios interpretativos y las normas supletorias», Revista de las Cortes Generales núm. 25, 1992, pgs. 31-46, en especial pg. 34. Por su parte, las SSTC 226 y 227/2004 mantienen (al menos en sus extremos esenciales, a los que de forma expresa hacen referencia) la doctrina parece que definitivamente sentada por la STC 44/1995. En todo caso, llama la atención la poca precisión con la que el TC confirma esta circunstancia, y ello no sólo porque vuelve a situar discutiblemente, como ya hiciera la propia STC 44/1995, el origen de la misma en la STC 119/1990, de 21 de junio ( RTC 1990, 119) . También porque la síntesis que hace de dicha doctrina no es del todo afortunada 8 , aunque al menos se reconoce por primera vez que, en esta materia, lo que se ha producido es un «abandono» de la línea jurisprudencial que remitía la impugnación de ese tipo de resoluciones al procedimiento del recurso de inconstitucionalidad (FJ 1). 8 En efecto, según las SSTC 226 ( RTC 2004, 226) y 227/2004 ( RTC 1994, 227) la doctrina actual supone la procedencia de la vía del art. 42 LOTC ( RCL 1979, 2383) «para la impugnación de las resoluciones que tengan por objeto el desarrollo, con vocación de permanencia, de un Reglamento parlamentario y sean susceptibles de una pluralidad de actos singulares de aplicación» (FJ 1). Sin embargo, el TC ha venido distinguiendo hasta ahora -y así parece seguir haciéndolo también en las dos Sentencias que comentamos (FJ 2)- las resoluciones interpretativas o que colman lagunas de las que desarrollan los preceptos del Reglamento, que no suelen ser reconocidas en todos ellos (por todas, SSTC 118/1988 [ RTC 1988, 118] , FJ 4, y 119/1990 [ RTC 1990, 119] , FJ 5). Ahora bien, hay un dato singular en los dos recursos de amparo que no puede ser soslayado por el TC y al que en todo caso hace referencia principal el voto particular formulado a cada una de las Sentencias. Así, en efecto, en el recurso interpuesto por el GPS se impugna, en primer lugar, la Resolución del Pleno que acordó la disolución de la Comisión de Investigación y, en segundo lugar, la de la Presidencia de la Cámara que ordenaba la publicación de unas normas supletorias del art. 50 RPG ( LG 1982, 637) aprobadas por la Mesa. En cambio, el recurso del BNG invierte el orden de los actos impugnados, solicitando primero el amparo contra las actuaciones de la Mesa relacionadas con dicha regulación supletoria a través del el Acuerdo de ésta, de 10 de marzo de 2003, desestimatorio de la solicitud de reconsideración formulada contra el Acuerdo anterior de la misma y, finalmente, contra el Acuerdo del Pleno del Parlamento de Galicia de disolución anticipada de la citada Comisión 9 . 9 Véase la nota 3. Ciertamente, la determinación del objeto preciso de los recursos no es baladí desde el momento en que, como hemos visto, uno de los aspectos más criticados de la doctrina del TC que fija el recurso de amparo como única vía de impugnación de las resoluciones intraparlamentarias distintas al Reglamento es que permite la impugnación directa de tales resoluciones con independencia de que hayan ocasionado una lesión real y efectiva de un derecho fundamental susceptible de amparo. No obstante, para la Sala la distinta formulación en ambas demandas del orden de prelación de los actos impugnados carece de relevancia en este caso, una vez que, en último término, en los dos ha sido expresamente impugnado dentro de plazo el acto de aplicación susceptible de haber originado la vulneración del art. 23.2 CE ( RCL 1978, 2836) alegado por los recurrentes (FJ 1). Aún así, la Sala no deja de destacar la mayor corrección del interpuesto por el GPS, al indicar que el mismo se ha formulado «en los términos que siempre se han tenido por procedentes, es decir, impugnando el acto de aplicación de la norma parlamentaria lesiva en origen de los derechos que se dicen conculcados, por más que, en su caso, también sea admisible la impugnación inmediata de aquella norma en el supuesto de que sea de directa aplicación ( STC 121/1997, de 1 de julio [ RTC 1997, 121] , FJ 3; en la misma línea, STC 192/1991, de 14 de octubre [ RTC 1991, 192] , FJ 2)» 10 . 10 No deja no deja de resultar un tanto sorprendente esta última afirmación del TC, ya que nunca antes se había expresado en términos tan rotundos y, de hecho, como apunta el voto particular (FJ 3), ninguna de las dos Sentencias ( RTC 2004, 226) , ( RTC 1994, 227) que cita en apoyo de la misma fueron dictadas a propósito de recursos de amparo interpuestos conforme al procedimiento establecido en el art. 42 LOTC ( RCL 1979, 2383) . Así, la primera de ellas tiene su origen en un recurso de amparo interpuesto contra un acto administrativo y no parlamentario de las Cortes Generales, como era indudablemente la Resolución de los Presidentes del Congreso de los Diputados y del Senado por la que se dictaban normas reguladoras de las elecciones a la Junta de Personal de las Cortes Generales, recurso cuya vía procesal adecuada era la del art. 42 LOTC como señala la propia Sala (FJ 3 in fine). En la otra Sentencia el recurso iba formalmente dirigido contra una Sentencia de la Sala de lo Contencioso-administrativo de la Audiencia Territorial de Cáceres, aunque su verdadero objeto lo constituía un Estatuto de Personal Auxiliar Sanitario Titulado y Auxiliar de Clínica de la Seguridad Social, como precisa el FJ 2 de la propia Sentencia. En realidad, esa doble consideración tiene sobre todo su sentido, a modo de advertencia, respecto del recurso de amparo interpuesto por el BNG, cuya Sentencia también la contiene 11 . La Sala estaría dando a entender con ello que, de haberse circunscrito el objeto del amparo al Acuerdo de la Mesa, el recurso podría haber resultado inadmisible por falta de lesión real y efectiva del art. 23.2 CE, al no poder ser considerada la regulación supletoria introducida por dicho Acuerdo autoaplicativa y no haberse recurrido el acto de aplicación del mismo 12 . 11 En términos más confusos, sin embargo, pues en este caso la Sala afirma que «si bien tenemos dicho que el objeto de la impugnación en amparo debe ser el acto de aplicación de la norma parlamentaria lesiva en origen de los derechos que se dicen conculcados, también es admisible la impugnación inmediata de aquella norma en el supuesto de que sea de directa aplicación (...)» (mismo FJ). 12 Como hemos apuntado, este primer pronunciamiento de las Sentencias es objeto de una dura crítica por parte del Magistrado autor del voto particular, que se muestra en desacuerdo con el abandono de la doctrina de la asimilación de las normas intraparlamentarias que se advierte con claridad a partir de la STC 44/1995 ( RTC 1995, 44) , una vez que supone la traslación al Derecho parlamentario de un sistema de relaciones entre el Reglamento y las demás normas intraparlamentarias interpretativas o supletorias análogo al existente entre la Ley y el Reglamento en el Derecho administrativo; y ello con la consecuencia de convertir, tal y como sucede con el recurso contencioso-administrativo, «el recurso de amparo frente al Parlamento en un recurso contencioso-parlamentario, a modo de simple control de la legalidad o ilegalidad de las normas que emanan de las distintas fuentes del Derecho parlamentario» (FJ 1). La lógica consecuencia del planteamiento doctrinal del voto particular no se hace esperar: tras manifestar el Magistrado disidente que no observa ninguna vulneración de los derechos fundamentales de los recurrentes más allá de un hipotético derecho a la legalidad parlamentaria como integrante del reconocido en el art. 23.2 CE ( RCL 1978, 2836) , entiende que la única vía procesal procedente en el presente supuesto era la impugnación directa de las resoluciones intraparlamentarias de carácter general en cuestión. Partiendo, pues, de esta premisa, el recurso interpuesto por el GPS sería extemporáneo al haber transcurrido más de tres meses entre la publicación en el Boletín Oficial del Parlamento de Galicia del Acuerdo de la Mesa que introducía las normas supletorias y el recurso de amparo interpuesto. Y otro tanto ocurriría en el formulado por el BNG, si bien en este caso la extemporaneidad derivaría del «alargamiento indebido de la vía parlamentaria» puesto que el recurso de reconsideración interpuesto contra el citado Acuerdo de la Mesa era claramente improcedente conforme al RPG, al no estar previsto para los supuestos de interpretación y suplencia del Reglamento de acuerdo con lo establecido en el art. 30.1.2º. Con ser esto cierto, no deja de llamar la atención que el Magistrado determine como causa de inadmisión de los recursos de amparo su extemporaneidad en lugar de la inadecuación del procedimiento, desde el momento en que la consecuencia procesal que lleva necesariamente aparejada la doctrina de la asimilación es, según hemos visto, la impugnación de dichas resoluciones exclusivamente a través de los procedimientos de declaración de inconstitucionalidad, tal y como se viene a reconocer por otra parte en el propio voto particular (FJ 2). 3.2 La vertiente sustantiva: los límites de la interpretación del Reglamento parlamentario Aunque las anteriores consideraciones de orden procesal que suscitan las Sentencias no dejan de tener su importancia, tanto por las precisiones que introducen como porque evidencian las discrepancias existentes en el seno del TC en relación con una de sus líneas doctrinales más relevantes en materia parlamentaria, de mayor interés resultan las que afectan al fondo del asunto, pues aquí sí que realiza la Sala observaciones mucho más novedosas. Y es que la cuestión que en última instancia plantean los recursos de amparo afecta a un tema clave de la propia teoría general del Derecho como es el concepto mismo de laguna jurídica, el cual, por lo que al concreto ámbito del Derecho parlamentario se refiere, afecta muy directamente al entendimiento de esa función de interpretar y suplir el Reglamento en los supuestos de duda u omisión que la práctica totalidad de los reglamentos parlamentarios suelen atribuir a los órganos de dirección de las cámaras 13 . 13 Véase al respecto, M. ALBA NAVARRO: «Procedimiento de reforma de los Reglamentos parlamentarios», Revista de las Cortes Generales núm. 30, 1993, pgs. 7-51, en especial pgs. 18 a 20. Respecto del tratamiento concreto que recibe esta cuestión en países como Alemania, Estados Unidos, Francia, Reino Unido o Italia, puede consultarse también J.C. DE SILVA OCHOA (coord.): op. cit, pgs. 307 y ss. Según hemos visto, el problema se plantea a raíz de la decisión de los Diputados del GPS y del BNG, tras las discrepancias surgidas con los del GPP en relación con la comparecencia de autoridades de la Administración central, de dejar de asistir a las sesiones de la Comisión de Investigación sobre el naufragio el Prestige, impidiendo en consecuencia su constitución por falta de quórum. Como consecuencia de ello, la Mesa de la Cámara decidió aprobar unas normas supletorias del art. 50 RPG que habilitaban al Pleno para acordar la disolución anticipada de las Comisiones de Investigación «ante la imposibilidad objetiva de terminar la tarea encomendada», uniéndose así ésta a las otras dos causas de extinción de las mismas expresamente previstas en dicho precepto reglamentario, a saber: «al finalizar su objeto, y en todo caso, al concluir la legislatura». Acotados de esta manera los términos del conflicto, la cuestión suscitada resulta, en su formulación, muy simple: ¿nos encontramos o no ante una verdadera laguna jurídica? 14 . De ser así, la actuación de la Mesa del Parlamento al aprobar las mencionadas normas supletorias habría de tenerse por jurídicamente impecable, pues -en términos semejantes a los de los Reglamentos del Congreso, el Senado y las Asambleas legislativas autonómicas- el art. 30.1.1º del RPG atribuye a la misma la función de «interpretar y suplir el Reglamento, en su caso, en los supuestos de omisión». Además, hay que tener en cuenta -tal como se apunta en el escrito de alegaciones del Parlamento de Galicia- que se valoró por la Mesa la aprobación de un criterio interpretativo en torno a la expresión «finalización del objeto de la Comisión», expresamente contemplada por el art. 50 RPG como causa de disolución de la misma. No obstante, esta posibilidad -sin duda con buen criterio- resultó finalmente descartada, al estimarse que entender incluido en dicho tenor literal el supuesto de imposibilidad objetiva de que la Comisión pudiese cumplir con su cometido suponía dotar a la norma de un contenido que razonablemente no podía inferirse de ella 15 . 14 Así lo entiende también con toda claridad y desde un principio la Sala del TC cuando dice: «La representación procesal del Parlamento de Galicia nunca ha dejado de reconocer que el artículo 50 del Reglamento de la Cámara ( LG 1982, 637) no contempla la disolución anticipada de una Comisión no permanente de investigación. Los demandantes de amparo y el Ministerio Fiscal coinciden también en esa apreciación. La divergencia surge al valorar esa circunstancia, pues el Parlamento de Galicia entiende que con ella se pone de manifiesto la existencia de una laguna jurídica, en tanto que los recurrentes y el Ministerio público concluyen que la imposibilidad de la disolución anticipada es consecuencia de una voluntad normativa indubitada y perfecta (FJ 3). 15 También se consideró el recurso a la analogía atendiendo a la posible identidad de razón que pudiera apreciarse entre dicho art. 50 y el art. 49 RPG ( LG 1982, 637) , relativo a las Comisiones permanentes de creación potestativa, el cual prevé su disolución a través del mismo procedimiento establecido para su constitución. Sin embargo, se descartó igualmente esta vía al suponer una solución ad casum que además no permitía valorar la posición de las minorías. Pues bien, así las cosas... ¿cómo aborda la Sala la resolución de la controversia? Tras sintetizar las líneas maestras de su doctrina sobre la naturaleza de los Reglamentos con algunas referencias que no por comúnmente reiteradas resultan algo imprecisas en algunos casos 16 y bastante discutibles en otros 17 , el TC recuerda el principio fundamental de su doctrina sobre las normas interpretativas y supletorias del Reglamento, según el cual «las normas internas dictadas con ese objeto encuentran su límite en el Reglamento mismo al que interpretan o suplen» (FJ 2). Bajo esta máxima, que presupone esa jerarquización de las normas intraparlamentarias tan criticada por algunos sectores de la doctrina y el propio voto particular, va a examinar seguidamente el supuesto de hecho concreto objeto de enjuiciamiento. Así, analiza en primer lugar las causas de disolución de las Comisiones no permanentes expresamente mencionadas en el art. 50 RPG (sin distinguir, porque el precepto no lo hace, las de investigación), destacando a continuación que la laguna reglamentaria, de existir efectivamente, consistiría en la imposibilidad de disolver la Comisión una vez acreditada también su incapacidad para concluir la tarea que llevó a su constitución. A partir de este presupuesto la Sala va a efectuar tres consideraciones básicas sobre las que fundamenta la resolución de la cuestión planteada y una cuarta realizada ya a mayor abundamiento. Todas ellas suscitan algunos interrogantes que se abordan a continuación. 16 Así, se afirma que los Reglamentos parlamentarios «tienen fuerza de ley» (FJ 2), cualidad ésta que en puridad sólo resulta predicable de las leyes propiamente dichas, siendo por ello preferible emplear respecto de tales Reglamentos -cuya fuerza propia y singular es indiscutible- la expresión valor de ley o rango de ley, como correctamente distingue la STC 119/1990, de 21 de junio ( RTC 1990, 119) (FJ 2) y sobre cuyo sentido ya se hizo algún comentario en la nota 6. 17 Resulta difícil entender esa estrecha relación que establecen las Sentencias entre la exigencia de aprobación de los Reglamentos parlamentarios por mayoría absoluta y «la garantía de los derechos de las minorías» cuyo concurso entiende como «inexcusable» (FJ 2). En efecto, parece poco discutible que si una fuerza política como ocurría en el propio Parlamento gallego en el momento de los hechos- disfruta de mayoría absoluta, puede modificar legítimamente el Reglamento de manera unilateral sin tener en cuenta por tanto la opinión del resto de los Grupos minoritarios que integran la Cámara. A El derecho a la legalidad reglamentaria como integrante del art. 23.2 de la Constitución «Ha de coincidirse, sin embargo, con los demandantes de amparo y con el Ministerio Fiscal en que las normas supletorias impugnadas han introducido en el Reglamento de la Cámara un contenido normativo que lo altera de manera sustancial y con vocación de permanencia -una nueva causa de disolución, "absolutamente desligada de las anteriores", según el Ministerio Fiscal-, siendo lo de menos que con esa alteración se haya o no afectado al principio de seguridad jurídica en virtud de la aplicación retroactiva de la reforma, pues lo determinante es, sencillamente, el hecho mismo de la reforma por cauces ajenos a la revisión reglamentaria. Tales normas supletorias se fundamentan en una clara petición de principio, pues parten de considerar que el artículo 50 del Reglamento adolece de una laguna, sencillamente porque no incluye como causa de disolución la que, invocada por un grupo de Diputados, considera la Mesa que el Reglamento no puede dejar de contemplar pese a su silencio. Ese silencio, sin embargo, sólo puede interpretarse en el sentido de que las Comisiones únicamente pueden disolverse en los casos expresamente previstos por el Reglamento y en ningún otro, por más que puedan imaginarse supuestos que merecerían el mismo tratamiento, que sólo puede dispensarse, sin embargo, con una reforma expresa del Reglamento parlamentario» (FJ 4). Según puede observarse con toda claridad, en este pasaje de las Sentencias se contiene ya la exteriorización de la decisión del juez constitucional y el motivo en que se fundamenta ( ratio decidendi). En efecto, aquí la Sala entiende implícitamente vulnerado el art. 23.2 CE por el solo hecho de que, lejos de colmar una laguna que ha de reputarse inexistente, las normas supletorias dictadas por la Mesa del Parlamento gallego han innovado el ordenamiento parlamentario sin atenerse al procedimiento establecido para la reforma del Reglamento, al que «le cumple, en su ámbito propio, la condición de ley a los efectos del citado precepto constitucional» (mismo FJ). Tal circunstancia hace innecesario para la Sala entrar en otras consideraciones 18 . 18 No obstante, dicha conclusión no se hace explícita hasta al final de las Sentencias, cuando la Sala afirma expresamente la vulneración de este derecho porque «no puede haber mayor lesión que la alteración de las reglas que definen y delimitan, precisamente, ese campo institucionalizado del debate político que es el ámbito parlamentario» (FJ 6). De todas formas, esta relación automática que establece el TC entre vulneración del Reglamento por una norma intraparlamentaria dictada ultra vires y lesión del art. 23.2 (véase también la STC 44/1995 [ RTC 1995, 44] , FJ 3) ha encontrado siempre, como se ha indicado ya, la oposición de la mayor parte de la doctrina (por todos, F. SANTAOLALLA: Derecho Parlamentario español, Espasa Universidad, Madrid, 1990, pg. 50 in fine y 51). No obstante, el TC parece poner así de manifiesto su voluntad de dar prevalencia a la defensa de los derechos de las minorías parlamentarias que se inferiría del art. 23.2 CE ( RCL 1978, 2836) sobre el principio de autonomía reglamentaria de las cámaras y sus órganos derivado del art. 72 CE (en este sentido, más recientemente, aunque dentro de la misma posición crítica con la doctrina del TC, E. GÓMEZ CORONA: op. cit., pg. 256). En cualquier caso, la argumentación de la Sala tiene no poco de apodíctica, pues se limita a afirmar, sin grandes alardes dialécticos, que el silencio del precepto sólo puede ser interpretado como una decisión consciente de sus autores a la hora de redactarlo. Pero no parece que una aseveración de este tipo sea suficiente para objetar con fundamento la alegación planteada por el Parlamento de Galicia en el sentido de que la causa de disolución establecida mediante las normas supletorias aprobadas por la Mesa estaría implícita en el propio art. 50 RPG, ya que «lo razonable es pensar que si se comienza una Comisión de investigación es para terminar su trabajo» 19 . En principio, pues, la Sala interpreta cabalmente el problema planteado y la argumentación de la representación del órgano parlamentario, que alega, lisa y llanamente, en palabras de la propia Sala, que «la norma que establece expresamente que esas Comisiones deben disolverse cuando concluyen su tarea no puede dejar de querer lo mismo cuando ese objetivo se demuestra inalcanzable» (FJ 4) 20 . 19 La propia Sala recoge textualmente esta alegación, sin duda sustancial, de la representación procesal de la cámara gallega en el FJ 4 de las Sentencias ( RTC 2004, 226) , ( RTC 1994, 227) . 20 El razonamiento prosigue del siguiente modo: «Se desprendería, por tanto, de la naturaleza de las cosas la necesidad de entender implícita en el art. 50 RPG ( LG 1982, 637) una causa de disolución que, por su inmanencia al sentido y razón de ser de las Comisiones, no puede dejar de acompañar a las que de manera expresa se recogen en el precepto» (mismo FJ). Tal vez por ello, y aunque el orden expositivo de las Sentencias quede un tanto afectado, la Sala aprecia la necesidad inmediata de ampliar su argumentación en los términos que analizamos de inmediato. B El concepto de laguna jurídica según el Tribunal Constitucional «Sólo puede apreciarse la existencia de una laguna jurídica cuando el contenido normativo que se considera en falta puede de alguna manera considerarse implícito en previsiones normativas expresas dotadas de un contenido equivalente. Así ha de ser desde el momento en que con esa técnica se sirve al fin de la ampliación de las facultades inherentes a la función interpretativa, extendiéndola, sin superarlo, hasta el límite de la verdadera creación de normas» (FJ 5). A continuación, como vemos, la Sala pasa a definir el concepto mismo de laguna jurídica, lo que en principio podría parecer una consideración impropia de una jurisdicción constitucional 21 . Hasta ahora, en efecto, el entendimiento de cuándo existe una laguna o no se ha considerado un tema de estricta legalidad cuya apreciación y resolución corresponde por tanto a los órganos de la jurisdicción ordinaria. Evidentemente, cuando la legalidad de la que hablamos (como suele ocurrir en el caso de la interpretación y aplicación del Reglamento parlamentario y del Derecho parlamentario en general) posee directa relevancia constitucional por razón de la materia, compete al propio TC la apreciación de la existencia o no de una laguna. Más dudoso resulta, sin embargo, que el propio TC pueda formular una definición de lo que es una laguna jurídica con la pretensión de que resulte vinculante para el resto de los operadores jurídicos en general, incluidos los órganos judiciales. Algo que no cabe descartar tras la lectura de este pasaje de las Sentencias, dado que la Sala no hace acotación alguna sobre el alcance de su concluyente afirmación. A no ser que entienda constitucionalmente relevantes los principios generales relativos a la aplicación del Derecho en cuanto (y esto es una mera conjetura, pues las Sentencias no hacen ninguna consideración al respecto) deban entenderse afectados por algunos de los principios constitucionalmente conformadores del ordenamiento jurídico enunciados en el art. 9.3 CE 22 . 21 Inmediatamente, la Sala se ve en la necesidad de precisar, aun reconociendo la obviedad de su propia consideración, la muy distinta posición en la que, a la hora de colmar lagunas jurídicas, se sitúan el operador jurídico que ha de interpretar y aplicar las normas preexistentes y el órgano o poder que tiene la potestad de crearlas o modificarlas: «Obviamente, la técnica de la corrección de lagunas es inoperante en el caso de quién puede dotar a la norma interpretada con cualquier contenido, pues no precisa para ese fin de más fundamento que el de la sola voluntad de cambio de la situación normativa existente. De lagunas sólo puede hablarse, en sentido propio, por relación a las funciones de interpretación y aplicación de normas sobre cuyo contenido no puede disponer creativamente el intérprete, ampliándose por esta vía su ámbito de actuación posible hasta el límite mismo de la innovación» (mismo FJ). 22 Desde luego, poco discutible parece que la errónea constatación o la defectuosa integración de una laguna jurídica puede afectar por sí misma a los principios de legalidad, jerarquía normativa, seguridad jurídica e interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos mencionados en dicho art. 9.3 CE ( RCL 1978, 2836) . Pero también pueden quedar afectados, en función del procedimiento seguido o del contenido de la norma integrada, el resto de los principios a los que el precepto constitucional hace referencia. De cualquier modo, y más allá de su pertinencia, las observaciones que la Sala realiza acerca de lo que debe entenderse por laguna jurídica resultan esencialmente correctas. Así, en afirmación de quién es autor de una de las obras de referencia de la teoría general del Derecho, Karl LARENZ, «laguna y silencio de la ley no son sencillamente lo mismo» 23 . En efecto, el jurista alemán diferencia claramente, en todo proceso de interpretación y aplicación de las normas jurídicas, la fase de constatación de la laguna, por un lado, y la de integración de la norma que ha de colmarla, por otro 24 . Así, por lo que a la primera se refiere, entiende que sólo cabe apreciar una laguna jurídica cuando existe un vacío normativo «contrario al plan de la ley» 25 ; esto es, cuando la ausencia de regulación no ha sido querida por el autor de la norma, pues, en caso contrario, nos encontraríamos en realidad ante una pseudolaguna que, desde el punto de vista estrictamente jurídico, seguramente no ha de merecer valoración alguna. Sólo una vez constatada la existencia de una laguna jurídica, entendida en el sentido antes expresado, cabría pasar a la segunda fase del proceso, es decir, a su integración. Y, en buena lógica jurídica, citando nuevamente a LARENZ, este proceso de integración requiere, para que sea correcto, que la laguna sea colmada «en concordancia con la intención reguladora a ella subyacente y con la teleología de la ley» 26 . O lo que es lo mismo, pero aplicado ya al ámbito concreto del Derecho parlamentario, que la cobertura de las lagunas jurídicas apreciadas en el Reglamento ha de ser congruente con el marco axiológico establecido en él 27 . Así pues, la integración puede ser, y lo es sin duda en la práctica, un proceso de creación del Derecho, pero en modo alguno, como acertadamente entiende nuestro juez constitucional, equiparable al que lleva a cabo el legislador 28 . 23 Methodenlehre der Rechtswissenschaft, Heidelberg, 1960 (1ª ed.); edición española consultada: Metodología de la Ciencia del Derecho. Traducción de M. RODRÍGUEZ MOLINERO, Ariel Derecho, 2.ª edición, 2001. Barcelona, pg. 364). 24 Idem, pg. 396. 25 Idem, pg. 366. Preferimos esta expresión a la de « incompletez contraria al plan de la ley», que se utiliza en la traducción española de dicha obra, sin duda fruto de la pretensión de ajustar al máximo la equivalencia semántica del término español al alemán, pero que ni aparece en el diccionario de la RAE ni tampoco resulta de uso corriente. 26 Idem, pg. 365. 27 Así, I. E. PITARCH: op. cit. pg. 119 y también 137. En la clasificación que este autor hace de las lagunas del Reglamento parlamentario, a la que también hace alguna referencia el escrito de alegaciones del Parlamento gallego, lagunas axiológicas son precisamente, «las que derivan de la confrontación de la escala de valores existente en el momento de aplicar el Reglamento, con la escala de valores axiológicos existente en el momento de dictar la norma; o bien derivan de la confrontación ideológica entre las diversas fuerzas a quienes se aplica la norma, que postulan soluciones contradictorias, invocando valores informantes diferentes» ( idem, pg. 118). 28 De ahí que, siguiendo al autor citado en la nota anterior, en el supuesto de lagunas axiológicas, que no son propiamente lagunas jurídicas, resulte conveniente la reforma del Reglamento ( idem pgs. 118 y 124). C La regulación en el Reglamento del Parlamento de Galicia de las Comisiones no permanentes como regulación completa «En el presente caso, el contenido del art. 50 RPG no brinda margen alguno para operar con la técnica de las lagunas. Su contenido expreso, muy claro por lo demás, puede parecer insuficiente, pero no puede hablarse de carencias u omisiones inadvertidas y necesitadas de corrección. Al menos, no puede hacerse tal cosa por quien sólo puede interpretar y aplicar aquel precepto, siendo su posición muy distinta de la de quien puede modificar aquel contenido por medio de una reforma reglamentaria e incluir expresamente supuestos de disolución que para el intérprete resultan, sencillamente, inalcanzables (FJ 5). La Sala concluye su iter argumental en torno a la cuestión central planteada por las partes de una manera un tanto circular, reiterando que el tenor del art. 50 RPG no permite apreciar la existencia de una laguna jurídica al menos desde la perspectiva del intérprete y aplicador del Derecho, que tiene como límite infranqueable de su actuación la norma jurídica dada 29 . O dicho con otras palabras: que dicho precepto contiene una regulación completa sobre la disolución de las Comisiones no permanentes desde la perspectiva -por utilizar la expresión más común- de la voluntas legislatoris tal y como pretendió ser expresada en su momento 30 . En consecuencia, si lo que se aprecia es una insuficiencia o, mejor dicho, una deficiencia en la regulación, la misma sólo podría ser abordada por el órgano que tiene conferida la potestad de crear Reglamento parlamentario, que no es sino el propio Pleno de la Cámara a través del procedimiento de reforma de aquél. 29 En este sentido el TC se aventura a indicar cuál era la decisión jurídicamente correcta que debió ser adoptada por la Mesa de la Cámara: «La Mesa del Parlamento de Galicia no podía ampararse, para superar los límites de su condición de intérprete, en la necesidad de dar cumplido trámite a una solicitud presentada por varios parlamentarios en orden a la disolución de la Comisión por causa no contemplada en el repetido artículo 50. La respuesta en Derecho a esa solicitud era, desde luego, obligada, pero el Reglamento no permite darle otro contenido que el estrictamente negativo, precisamente por no encontrar en el Reglamento ningún acomodo la concreta causa invocada por los peticionarios. Lejos de justificar la adopción de las normas supletorias ahora impugnadas, la pretensión de éstos no merecía, en el marco de lo reglamentariamente factible, otra respuesta que la inadmisión, la remisión a la Comisión por si ésta acordara asumir esa pretensión como propia y debatirla en su seno o, en su caso, la reconducción de la iniciativa como propuesta de reforma expresa del Reglamento parlamentario» (mismo FJ). 30 A la conclusión contraria, sobre la base de la misma doctrina, ha llegado sin embargo el TC con ocasión de los dos recursos de amparo interpuestos, respectivamente, por uno y cuatro Diputados del Congreso contra el Acuerdo de la Mesa de la Cámara que acordó la admisión a trámite y decidió la tramitación de la Propuesta de reforma de Estatuto Político para Euskadi por el procedimiento establecido en el apartado II de la Resolución de la Presidencia del Congreso de los Diputados, de 16 de marzo de 1993, sobre procedimientos a seguir para la tramitación de la reforma de los Estatutos de Autonomía. Según la Sección que inadmite ambos recursos, no puede compararse este supuesto con el resuelto por las SSTC 226 ( RTC 2004, 226) y 227/2004 ( RTC 2004, 227) , ya que «la Resolución de la Presidencia del Congreso de los Diputados se limita a desarrollar, supliendo una auténtica laguna jurídica, el art. 145 RCD ( RCL 1982, 552) sin contradecirlo ni alterarlo» (AATC, de 31 de enero de 2005, FJ 5). Desde luego, poca duda cabe albergar acerca de la existencia de una laguna procedimental en el parco art. 145 del Reglamento del Congreso en relación con la reforma de los Estatutos de Autonomía. En cualquier caso, es bastante probable que, dentro de la tipología de las lagunas jurídicas en el ámbito del Derecho parlamentario, sea justamente esta clase de lagunas la que, a priori, menos problemas de constatación suscite. Sin embargo, y a pesar de estos esfuerzos por fundamentar su decisión, resulta a mi juicio difícil de entender que, en el plan del Reglamento del Parlamento gallego relativo a las causas de disolución de las Comisiones no permanentes (art. 50 RPG, segundo párrafo, primer inciso), el Pleno de la Cámara no haya querido contemplar el supuesto al que aludía, con mayor o menor precisión gramatical y jurídica, la norma supletoria primera de las aprobadas por la Mesa y que no era otro, según referencia textual, que «la imposibilidad objetiva de terminar la tarea encomendada» 31 . Y es que, ciertamente, si hacemos abstracción de los acontecimientos que están en el origen de la norma y nos ceñimos a su estricto tenor parece un tanto difícil que la misma, precisamente por esa expresa referencia que hace a una imposibilidad de naturaleza objetiva, pueda estar aludiendo a situaciones de clara intencionalidad política surgidas de la voluntad de algunos miembros de la Comisión. Así ha de entenderse que ocurre en el caso concreto planteado, donde la imposibilidad de que la Comisión de investigación siguiera con sus trabajos tuvo su raíz en la decisión de los Diputados del GPS y el BNG de dejar de asistir a las sesiones de aquélla. 31 En este extremo se comparte, pues, lo afirmado en el voto particular en el sentido de que la potestades de la Mesa del Parlamento de Galicia para suplir las omisiones del Reglamento «alcanzaban en este caso» a la regulación aprobada (FJ 4). Mucho más discutible me parece, en cambio, lo que se añade a continuación en relación con la existencia de un mandato de homogeneidad, derivado del art. 152.1 CE ( RCL 1978, 2836) , en virtud del cual la práctica parlamentaria de las Cortes Generales (y se cita un precedente semejante acaecido en el Senado) de alguna manera vincularía o sería trasladable a los Parlamentos autonómicos (mismo FJ). En efecto, este punto de vista parece pasar por alto el detalle esencial de que el ius in officium que el TC entiende comprendido en el derecho garantizado por el art. 23.2 CE viene específicamente configurado por cada Reglamento parlamentario y las demás normas intraparlamentarias derivadas del mismo, que conforman así, junto con la Constitución y los Estatutos de Autonomía, el bloque normativo regulador del ejercicio de las funciones parlamentarias, a partir del cual ha de determinarse la vulneración de aquel derecho. Supongamos, en efecto, que se creara una Comisión no permanente en el seno del Parlamento gallego (o de cualquier otro Parlamento cuyo Reglamento incluyera un precepto análogo al art. 50 RPG) para determinar las condiciones legales en las que un emblemático edificio de la Comunidad Autónoma debería convertirse en el museo representativo de las artes y costumbres de la misma. Si durante los trabajos de la Comisión ese edificio es destruido, por ejemplo, por un incendio, ¿cabría entender con arreglo al art. 50 RPG y a la doctrina del TC expresada en estas dos Sentencias que la única solución jurídica existente, dada la imposibilidad material de finalizar su objeto, sería esperar a que concluyese la legislatura? En realidad, la verdadera cuestión que se suscita en estos procesos de amparo es en mi opinión- otra muy distinta, que no parece haber sido adecuadamente apreciada ni por los recurrentes ni por la Sala del TC encargada de juzgar el caso 32 . En efecto, no se trata de que las normas supletorias del art. 50 RPG aprobadas por la Mesa de la Cámara hubieran transgredido el Reglamento, innovando el mismo más allá de lo que permite todo proceso de integración jurídica. Muy al contrario, lo que realmente sucede es que esas normas supletorias, al limitarse a establecer como causa de disolución anticipada de las Comisiones no permanentes la imposibilidad objetiva de terminar la tarea encomendada, no podían ser razonablemente aplicadas, según se ha apuntado ya, al supuesto al que se aplicaron: una causa de naturaleza indiscutiblemente subjetiva -en el sentido de tener su origen directo en la voluntad humana- como fue el plante de los Diputados de los dos Grupos parlamentarios de la oposición que formaban parte de la Comisión al objeto de bloquear su constitución por falta de quórum 33 . Así creo que debería haberse enfocado la cuestión para llegar desde luego a la misma conclusión que la de las Sentencias: la estimación de los recursos de amparo por vulneración del derecho de los Diputados recurrentes, derivado del art. 23.2 CE, a ejercer en condiciones de igualdad su cargo público en un cometido de indudable relevancia constitucional, según reiterada jurisprudencia del TC, como es el control de la acción del Ejecutivo 34 . 32 Sí, en cambio, por el Parlamento gallego aunque sólo parcialmente, porque la conclusión que se alcanza con este otro enfoque del problema tampoco favorece, como vamos a ver, sus intereses. 33 Justamente el criterio contrario mantiene el Ministerio Fiscal, cuyas alegaciones son seguidas muy de cerca por la Sala. Así, para el Fiscal, el concepto de imposibilidad objetiva, «por su generalidad y amplitud», puede ser «integrado con cualquier incidente acaecido en el desarrollo de los trabajos de la Comisión, y en concreto con el abandono temporal de la misma por parte de los grupos parlamentarios de la oposición». De ahí que concluya que dicha causa de disolución supera ampliamente los límites del RPG. 34 Aunque, conforme a este planteamiento, sólo como consecuencia de la nulidad de la Resolución del Pleno del Parlamento de Galicia por la que se acordó la disolución de la Comisión de investigación. Quizás por este erróneo enfoque de partida, a la Sala no le parece completo su razonamiento hasta el fallo y se ve en la necesidad de introducir un último fundamento jurídico, a modo de obiter dicta, en torno a la legitimidad no sólo política sino también constitucional de los plantes parlamentarios. Pero no parece precisamente que fuera este tipo de conducta el que propiamente ponían en cuestión las normas supletorias impugnadas si atendemos a su «voluntad objetiva» ( voluntas legis), deducible de su tenor literal. Sí era, ciertamente, la de sus autores, pero no parece que esta otra voluntad subjetiva, sin plasmación jurídica verdaderamente constatable, fuera la que debería haber tomado como punto de referencia básico y único el TC para el enjuiciamiento del caso. D Una consideración a mayor abundamiento: ¿los plantes parlamentarios como recurso legítimo en el debate político? «Por lo demás, la apreciación misma de que el artículo 50 del Reglamento ofrece un vacío necesitado de algún remedio es en sí misma discutible, con independencia, por tanto, de las consecuencias que para su remedio ha creído poder deducir la Mesa del Parlamento gallego. En efecto, la imprevisión de una norma que autorice la disolución de una Comisión de investigación cuando, como parece el caso, quienes la componen adoptan una conducta que conduce a su inoperancia puede cumplir una función de la mayor relevancia en la lógica del juego político y parlamentario. La estrategia de los Diputados de la minoría, entre ellos los ahora recurrentes, respondía a su disconformidad con el tratamiento dado desde la Comisión a las dificultades planteadas para la verificación de determinadas comparecencias. Se quería así, con el bloqueo de la actividad de la Comisión, escenificar la situación de desavenencia alcanzada con el grupo de la mayoría. En términos parlamentarios, ese fin puede ser tan legítimo y relevante como alcanzar los específicos objetivos para los que la Comisión fue creada, pues no puede dejar de tenerse en cuenta que los Parlamentos son, ante todo, escenarios privilegiados del debate público, también articulado legítimamente por medio de la desavenencia y de la política de gestos, incluida la negativa misma a debatir o a hacer acto de presencia cuando con ello se quiere significar la discrepancia o censurar la conducta de la mayoría. Disolver el escenario que hace posible la expresión de la discrepancia a través de la inasistencia o de la abstención supone sacrificar, en último término, un fin parlamentario superior, cual es el de la institucionalización del debate político en clave de libertad y pluralidad» (FJ 6). Las Sentencias finalizan con una última consideración realizada a mayor abundamiento (FJ 6), recurso éste que, aunque siempre discutible desde el punto de vista de la técnica jurisdiccional, no deja de ser de utilización frecuente por parte de los órganos que ejercen dicha potestad y, en particular, por quienes suelen ocupar la cúspide de sus órdenes respectivos. Así ocurre muy particularmente cuando, por vía de obiter dicta, se pretende apuntar alguna línea doctrinal, como aviso de navegantes, susceptible de ser aplicada en un futuro. En efecto, si ya la Sala había concluido como vimos en la inexistencia de laguna jurídica alguna que precisara ser colmada por la vía de la integración jurídica, llama un tanto la atención que decida ir más allá hasta considerar discutible la existencia de una deficiencia en la regulación (aunque impropiamente lo considere un vacío normativo) que necesite siquiera ser colmado por la vía de la reforma del Reglamento 35 . 35 Si, como parece, la Sala considera que los plantes parlamentarios (nada excepcionales en la práctica democrática de nuestro país), en cuanto manifestación solemne de la discrepancia política, no dejan de ser expresión de valores constitucionalmente protegidos como pudiera ser el propio pluralismo político, sorprenden un tanto sus siguientes razonamientos, que sugieren que el Reglamento, en este caso el RPG, podría por vía de reforma prohibir este tipo de conductas: «A ese fin ha de entenderse que responde la imprevisión que la Mesa ha interpretado como una carencia del art. 50 RPG ( LG 1982, 637) , que se muestra así, por el contrario, como un elemento definidor de un modelo de debate parlamentario que sólo cabe alterar por medio de una reforma del Reglamento con la participación cualificada, por tanto, de las minorías, principales beneficiarias de la estrategia de bloqueo que el actual artículo 50 permite. El respeto a la autonomía parlamentaria lo es, sobre todo, a unas reglas de juego que institucionalizan el debate político y sobre cuyo contenido sólo de manera excepcional puede extenderse nuestra jurisdicción. Pero es también respeto a las reglas mismas, incluso frente a quienes son los protagonistas del juego político que en ellas se desarrolla, a los que no puede estar permitida su alteración fuera del margen reglamentariamente establecido, ampliamente superado en este caso como pone de manifiesto el Ministerio Fiscal en sus alegaciones» (mismo FJ). En todo caso, se echa de menos en este elaborado hito discursivo de la Sala a alguna referencia al deber de los Diputados de asistir a las sesiones del Pleno del Parlamento y de las Comisiones de que formen parte, obligación que se recoge en el art. 12 RPG y que también se encuentra con idéntica o casi idéntica formulación en los demás Reglamentos de las Cámaras que operan en el Estado. Bien es cierto que el TC no está diciendo que cualquier plante parlamentario ha de ser objeto de protección constitucional en aras de los principios de libertad y pluralismo que informan nuestro orden político y jurídico, de modo que una conducta como ésta no pudiera ser sancionada 36 . Por eso, quizás deba simplemente concluirse que nuestro juez constitucional se limita a efectuar una observación muy apegada al caso enjuiciado, considerando desproporcionada la disolución de un órgano parlamentario por el mero hecho de que dicha circunstancia se haya producido 37 . 36 De ser esto así, tal vez hubieran de considerarse inconstitucionales -o precisaran una interpretación constitucionalmente conforme- las sanciones que la gran mayoría de los Reglamentos contemplan (también el RPG [ LG 1982, 637] : art. 101.1.1º) para los parlamentarios que dejen de asistir de forma reiterada y sin justificación a las sesiones del Pleno o de las Comisiones de las que formen parte. 37 En consecuencia con todo lo anterior, la primera de las Sentencias concluye resolviendo la nulidad del Acuerdo de la Mesa del Parlamento Gallego por el que se aprobaban normas supletorias del art. 50 RPG ( LG 1982, 637) , extendiendo la misma al Acuerdo del Pleno del Parlamento que les dio cumplida aplicación con la disolución anticipada de la Comisión de investigación sobre la catástrofe del petrolero Prestige. La segunda Sentencia, en cambio, partiendo de la nulidad de ambas normas intraparlamentarias ya decretada por la anterior, se limita a declarar la infracción padecida por los recurrentes reconociéndoles el derecho fundamental vulnerado, al entender este pronunciamiento suficiente para la reparación de la lesión causada sin necesidad de disponer de nuevo la nulidad de aquellos Acuerdos, expulsados ya del ordenamiento jurídico. 4. Algunas reflexiones para finalizar Que el poder político es, por su propio origen y naturaleza, particularmente resistente a su juridificación no suele ser discutido por casi nadie y ahí está la historia del constitucionalismo y del Derecho constitucional para atestiguarlo. Por ello, poco debe sorprendernos que el Derecho parlamentario, en cuanto parte esencial del Derecho constitucional desde sus primeras conformaciones históricas, constituya uno de los más claros paradigmas de esa experiencia, al ocuparse de la regulación del órgano que, todavía hoy, representa la esencia de la soberanía en las sociedades constituidas democráticamente: el Parlamento. Justamente por su propia obviedad la anterior consideración no debe resultar tampoco ajena al TC a la hora de abordar aquellos procesos constitucionales que tienen que ver con el ámbito parlamentario. Así ocurre de manera muy particular con los recursos de amparo, que han servido a nuestro juez constitucional para construir una jurisprudencia, muy consolidada en sus líneas esenciales, en torno al contenido constitucional del derecho reconocido en el art. 23.2 CE ( RCL 1978, 2836) ; jurisprudencia cuyo criterio rector no es otro que la garantía de los derechos de los parlamentarios individualmente considerados y, en general, de las minorías políticas que integran las cámaras en aras de un efectivo respeto del pluralismo político, consustancial a todo sistema democrático y elevado formalmente a valor superior de nuestro ordenamiento jurídico por el art. 1.1 CE. En efecto, el Derecho parlamentario -y, en concreto, el Reglamento de la cámara, en cuanto componente más significativo del mismo- presenta la particularidad de que su interpretación y aplicación recaen, al menos en primera instancia, sobre órganos de composición política como son todos los órganos parlamentarios, incluidos los de dirección de las asambleas. De modo que, en buena parte de las ocasiones, sobre todo si el asunto posee cierta relevancia, la decisión adoptada coincide con los intereses de la fuerza o fuerzas que conforman la mayoría en un momento dado. El supuesto al que ha tenido que hacer frente el TC en las Sentencias aquí analizadas constituye sin duda un buen ejemplo de lo que se acaba de decir. Y probablemente algo de ello ha tenido que ver en el camino elegido por la Sala que ha resuelto los recursos de amparo para llegar a una decisión que, como ya se ha visto aquí, me parece la correcta. Quiero decir que si la Sala hubiese efectuado un análisis más aséptico de los hechos y de las resoluciones recurridas, el discurso seguido en las Sentencias podría haber sido distinto y más coherente en su desarrollo, sin necesidad de plantearse la legitimidad de unas normas supletorias difícilmente cuestionables con arreglo a su propia doctrina. Ciertamente, desde la estricta perspectiva individual de los recurrentes y de su derecho fundamental en cuestión, las anteriores disquisiciones pudieran parecer meramente académicas y hasta irrelevantes desde el momento en que las Sentencias les han podido reintegrar en el ejercicio de sus derechos subjetivos. Sin embargo, desde esa otra vertiente objetiva que suele reconocérsele al recurso de amparo, y en la que la doctrina constitucional cumple una destacadísima función a la hora de conformar el contenido de los derechos fundamentales y otras categorías jurídicas estrechamente vinculadas a los mismos, estas resoluciones del TC no pueden dejarnos tan satisfechos. Sobre todo, y volvemos a la idea inicial, por recaer en un sector del ordenamiento jurídico-constitucional, como es el Derecho parlamentario, que, precisamente por su poca idoneidad para las limitaciones jurídicas, precisa de manera muy especial que aquellas que hayan de establecerse sean, tanto en su fundamento como en su contenido, de una claridad que las haga poco susceptibles de equívoco por los órganos primordialmente llamados a su aplicación.