Agua estancada

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Agua estancada Rafael Izquierdo El cuerpo flotaba en el remanso del río. Perturbado y sin perder la vista del cuerpo ni un momento, introduje mi mano derecha en la bolsa de esparto. Toqué la camiseta que minutos antes me había quitado. Tenté las páginas del dominical y también el plástico que envolvía la revista que regalaban. Por un momento recordé la imagen de la mujer medio desnuda que adornaba la portada. Por un momento; pues aquel cuerpo resplandecía blanco, inmóvil reluciente bajo el sol de agosto. Acariciando la patilla, así con destreza, llegué a las gafas. Tardé en enfocar unos segundos. Pude distinguir como sobresalía a la altura de su cabeza un tubo negro de gafas de buceo. Le odiaba. Cerré mis ojos de nuevo y quitándome las gafas volví a recostarme en la tumbona. El calor seco, el ruido de las chicharras y el ronroneo del río, adormecían mis sentidos. Por unos momentos logré imaginar que se ahogaba, que un corte de digestión le hacía regurgitar la comida y se ahogaba. Los chapoteos que oía de vez en cuando, ahogaban también mis esperanzas de encontrarle muerto en la orilla del río. Pálido o amoratado, pero muerto al fin y al cabo. Quizá debiera decírselo sin más ‒ pensé. Traté de eludir este pensamiento, recordando la historia de aquel hombre con la que acostumbraba a acariciar mis siestas. Flas, flas golpeaba con sus aletas a la superficie del río. Flas, flas. Aquel hombre era un hombre dado a las obsesiones. Técnicamente se podría decir que era un obsesivo‐compulsivo. No dejaba de mirar sus dientes en el espejo una y otra vez. Sufría cuando le miraban. ¿por qué me miran al andar?¿por que el pelo?. Por qué, por qué, por qué… Ahora eran los dientes. Buscaba alguna imperfección que los hiciera especiales. Alguna mancha, alguna asimetría. Así pues decidió lavárselos seis en lugar de tres veces al día, con los últimos productos buco‐dentales de vanguardia para su blanqueo. A los pocos días los dientes relucían cegadoramente. Fue entonces cuando sus compañeros de trabajo comenzaron a fijarse en su dentadura de veras. Él creía enloquecer. Concienzudamente volvió a mirarse en el espejo y no encontrando nada raro, excepto un perfecto nácar blanco, decidió que aún no estaban lo suficientemente limpios, ni colocados. Pidió cita al ortodoncista y pasó a lavárselos doce veces al día. Flap, flap salpicaba en el agua. Empleaba Costrum‐ un producto que en una sola aplicación rebajaba tres tonos el color del esmalte. Las encías, que no soportaban tanto ajetreo, comenzaron a sangrarle e inflamadas al rojo vivo resaltaban aún más sobre el blanco perla de sus dientes. Los compañeros no se atrevían a hacerle ningún tipo de comentario pues ya conocían su aprensión. Pero es cierto que aquella boca daba grima. Y esta vez sus obsesiones paranoicas sí estaban justificadas. Los compañeros, no dejaban de mirar horrorizados y Agua estancada Rafael Izquierdo de cuchichear. Por aquel entonces las encías se habían retrotraído dejando al descubierto la parte de la corona que debía quedar oculta. Flap, flap continuaba oyendo en el agua estancada. El contacto excesivo con el agua y aquellos productos químicos y algo agresivos le provocaron pústulas en las comisuras de sus labios y pequeñas ulceraciones. Así que su obsesión de que todo el mundo le miraba era fiel reflejo de la realidad por segunda vez. Sólo cuando dejó de preocuparse por el qué dirán, la dentadura comenzó a recuperar la normalidad. Y acallaron los comentarios. Y se calmó su obsesión. No conseguí dormirme aquella vez. Esperaría a que soltara el arpón, no fuera que….pero estaba convencido de que en cuanto saliera del agua se lo confesaría: “María y yo llevamos juntos desde Navidades“ “Con ese peso en la cabeza no sé como podías flotar ¡cornúpeta de mierda!…” ‐
esta bien, esto último no se lo diría, pero ya lo pensaba. Deseaba quitarme ese lastre que me venía fustigando desde hace tanto tiempo… Flas, flas oía en estéreo. Este secreto, este pensamiento que a veces se disipaba y a veces me consumía con su putrefacción, era como el agua estancada, en pequeñas cantidades se evapora y en grandes se corrompe. Siempre pasaba así. 
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