Entre la amenaza del paro y el cebo de los

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Entre la amenaza del paro y el cebo de los dividendos
LAS FALSAS PROMESAS DEL AHORRO SALARIAL EN FRANCIA
Michel Husson (Economista, miembro de la Fundación Copernic y del Consejo científico de
ATTAC. Ha publicado Les Ajustaments de l’emploi, Page deux, Lausana, 1999 )
Le Monde Diplomatique, nº 52 febrero 2000, pp 18-19
Después de haber denunciado la “mundialización desbocada” el primer ministro francés,
Lionel Jospin prepara un proyecto de ley sobre las “nuevas regulaciones” destinadas a
frenarla. Figurarán en lugar destacado proyectos animando al ahorro salarial, a pesar de
que se están multiplicando las presiones para crear fondos de pensiones, con el fin de
“afrancesar” el accionariado de las grandes empresas. Los asalariados, futuros jubilados,
se ven por tanto invitados (siguiendo el modelo anglosajón) a entrar en el gran juego del
capital, plegándose a sus reglas.
El debate sobre el ahorro salarial y el accionariado asalariado que trata de poner en marcha el
gobierno francés debería partir de esta simple cuestión: ¿Por qué es posible redistribuir la
renta en forma de dividendos, mientras que no realizan esta redistribución en forma de
salarios? Este enigma es el que se encuentra en el centro de una argumentación, hoy
reconocida, y que resume así el senador Jean Chérioux: “Las obligaciones de la competitividad imponen a las empresas un estricto dominio de los costes. Las políticas salariales
han de ser por tanto más rigurosas. En este contexto, el accionariado procedente de los
asalariados, lo mismo que otros sistemas de participación financiera, permiten compensar en
parte la débil evolución de los salarios, garantizando al asalariado un ‘salario diferido’.
Permite aumentar la renta de los trabajadores sin que pese sobre la masa salarial ni
amenace la competitividad” (1).
No está muy claro el porqué de esta remuneración “diferida” (y que un día acabará por no
serlo) conseguiría realizar la proeza de pagar un sustitutivo del salario sin ningún coste. Ni
tampoco mediante qué milagro la competitividad impondría el rigor salarial, pero podría
acomodarse a generosidades en materia de dividendos. ¿Dónde está la diferencia?
En primer lugar, reside en el hecho de que las remuneraciones no salariales no pagan cargas
sociales (por parte de quienes las pagan) y pagan menos impuestos (por parte de quienes las
reciben). Los productos existentes de ahorro salarial se benefician de estas ventajas y crean
ya una competencia desleal entre las pensiones por reparto y el ahorro por capitalización del
que, se nos afirma que por supuesto no tiene ninguna relación con las jubilaciones. Una
medida de simple justicia sería (a la inversa de los proyectos que se preparan) tratar todas las
formas de remuneración de los asalariados de la misma manera desde el punto de vista de las
cargas sociales. Si éste no es el caso, la institución de fondos de ahorros salariales dotados de
tales ventajas representaría un vector suplementario de desestabilización de las pensiones
públicas.
A nivel de una empresa se puede tener la impresión de que todos “ganan”, ya que los
empleadores pagan menos cargas y los empleados menos impuestos. Pero esta ganancia
“paritaria” olvida el tercer vértice del triángulo, a saber, la protección social: lo que se pague
menos de impuestos o cotizaciones faltará en prestaciones sociales o en servicios públicos. Se
congelan los recursos de las cajas de pensiones animando a los fondos privados, y se puede
después exclamar triunfalmente: “Ya habíamos dicho que habría problemas de financiación,
y que hay que completar con pensiones privadas por capitalización”. Es lo que los
economistas llaman profecías autorrealizadoras.
Otra diferencia se encuentra en las contrapartidas aceptadas a nivel de la empresa. Todo el
secreto de la maniobra consiste aquí en cambiar una congelación (global) de los salarios por
una redistribución (individualizada) de los dividendos. Era así como el predecesor de
Christian Sautter en el Ministerio francés de Economía y Finanzas justificaba el recurso al
1
accionariado asalariado: “La empresa os remunera por el trabajo que hacéis, pero podría
ocurrir que vuestro trabajo fuera mucho más productivo de lo que la empresa imagina hoy y,
si llega el caso, tendrá ganancias considerables en términos de beneficios. No hay ninguna
razón para que este excedente vaya enteramente a los accionistas y no a los asalariados”
(2).
Pero, en ese caso ¿por qué no aumentar los salarios? ¿Por qué, por ejemplo, no adoptar una
norma de progresión salarial paralela a las ganancias de la productividad, tal y como fue
anticipada por otro antiguo ministro de Finanzas, el alemán Oskar Lafontaine? Esta regla —
que equivale a decir que se mantiene a nivel constante la parte salarial— prevaleció en
Europa durante los años del pleno empleo. Se rompió en nombre de la lucha contra la
inflación, durante el giro neoliberal de comienzos de los años 80. Hoy todo ocurre como si se
debiera dar por definitivamente adquirida una base tendencial de esta parte salarial. En ese
caso, la única manera de aumentar la remuneración de los asalariados es, efectivamente,
abrirles el acceso al accionariado, pero de a manera necesariamente selectiva.
En un texto redactado por la extinta Fundación Saint-Simon, el economista Robert Boyer,
uno de los teóricos de la escuela de la regulación, y Jean-Louis Beffa, presidente-director
general del grupo Saint-Gobain, subrayan que “la creaczon de fondos salariales, por iniciativa de las empresas y los sindicatos, y posteriormente su gestión en función de objetivos
fijados de común acuerdo (con la condición de que se confíen a profesionales), podría
marcar un avance en términos de nuevos derechos sociales” (3).
Pero Boyer tiene la honestidad de reconocer que esta evolución no afectaría más que a dos
categorías que representan, en total, entre el 35 y el 45% de las plantillas de asalariados: “Por
una parte, los especialistas, con competencias punteras, muy móviles a escala s
internacional, y según el modelo profesional. Por otra parte, a los asalariados que se
encuentran en el corazón de la competencia de las grandes empresas, pertenecientes al
modelo de la estabilidad polivalente” (4). Es forzoso constatar que “la resegmentación se
encuentra pues en el centro del modelo y, por ello, parece muy difícil construir un único
derecho del trabajo”. El senador Chérioux (antes citado) también trata de resultar
tranquilizador, si bien no lo consigue realmente: “Aunque está claro que los asalariados
precarios no pueden convertirse en accionistas, aunque sólo sea por los motivos de
antigüedad requeridos, se observa que esos asalariados precarios no tienen vocación de
seguir siéndolo “(5).
Otro economista, Michel Aglietta, justifica de forma idéntica estas nuevas formas de
remuneración (6). Para responder a la objeción, según la cual sólo beneficiaría a una minoría
de asalariados, recuerda el caso norteamericano: “No, no en Estados Unidos. Allí existen
varias decenas de millones de accionistas individuales y las fórmulas de participación están
muy extendidas en las empresas “. El accionariado asalariado y los fondos de pensiones
habrían hecho llegar, al otro lado del Atlántico, esa democracia accionarial que ahora
convendría inaugurar en Francia. Los datos sobre el reparto de las rentas en Estados Unidos
nos ofrecen un panorama menos idílico. Así, entre 1989 y 1997, el 40% de los hogares de la
parte más baja de la escala social vieron cómo su renta se estancaba (+0,1% anual), mientras
que el 5% más acomodado registraba una progresión anual del 0,90/o (7). Sobre un período
más largo (1979-1994) se puede resumir la evolución diciendo que “las rentas del 95% de
las familias norteamericanas no han progresado” (8).
¿Cómo conciliar este aumento de las desigualdades con una amplia difusión del
accionariado? La respuesta es muy simple: justamente es la enorme concentración de
acciones lo que ha provocado este aumento. Según Doug Henwood, uno de los mejores
especialistas del tema, el 10% de los hogares norteamericanos posee el 86,8% de las acciones
(9). Las últimas estimaciones disponibles demuestran además que solamente el 40% de ellos
posee acciones por la intermediación de los fondos de pensiones y el 20% directamente. En
resumen, son “200 millones para unos y tres francos con seis céntimos para otros”(10).
Queda todavía el argumento (invocado a menudo) según el cual los fondos salariales
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representarían una protección contra las ofertas públicas de corripra de acciones (OPA).
Curiosamente es el que menos mencionan (25%) los principales interesados, los jefes de
empresa (11), que destacan mayoritariamente otros objetivos: “Mejor comprensión de las
empresas y del mercado” “Todos van en el mismo sentido”, “Motivar a los asalariados”.
Para los empleadores, el accionariado asalariado no representa en absoluto esa palanca de la
que podrían apoderarse los sindicatos, como sugiere Michel Aglietta: “La ascensión de un
accionariado asalariado que tomara el control de los fondos de pensiones podría modificar
el arbitraje entre los intereses de los ahorradores y los de los trabajadores. Esta podría ser
una perspectiva para los sindicatos de la Europa continental [que] encontrarían en los
fondos salariales la mediación para influir en las normas de rentabilidad” (12). Algunos no
dudan en prevenir un “nuevo colectivismo” (13), mientras que el sindicato socialista CFDT
asume el proyecto de “tener un peso sobre la gestión”.
Todos estos planteamientos olvidan un elemento absolutamente central: para que esta
“socialización rampante” del capital adquiera cualquier viabilidad sería necesario que los
accionistas asalariados se organizaran en una opción colectiva para oponer otros criterios a
los del capitalismo financiarizado. Pero, ¿cómo podrían tomar así el poder en empresas en las
que renunciarían (de antemano) a imponer una norma de progresión salarial paralela a los
resultados? La transformación de los asalariados en accionistas les reduce a un papel de
fuerza de apoyo (como ocurrió durante el pulso entre los bancos BNP y Societé Générale) sin
ninguna expresión autónoma de sus propios intereses. Dividiendo al asalariado en franjas
(por generaciones, por categorías de empresas, por niveles de cualificación), se intenta, por el
contrario, desarrollar ese “individualismo patrimonial “. Y, a partir de ese momento, el
accionariado asalariado es a la precariedad lo mismo que la zanahoria es al garrote: todo
asalariado se encontrará así pillado entre la amenaza del paro y el cebo de una participación
en las ganancias, necesariamente selectiva. Este no es, en absoluto, el marco en que se puede
constituir un proyecto de sustitución respecto a la huida hacia adelante del capitalismo
contemporáneo en las finanzas.
Aún queda por desvelar una última ambigüedad, según la cual existiría una diferencia de
naturaleza entre fondos de pensiones y fondos de ahorro salarial, y se podrían rechazar los
primeros aceptando los segundos. De hecho, los planes de ahorro de empresa (PEE) ya
existentes, se han deslizado naturalmente hacia planes a largo plazo (PEELT). Como explica
el informe de la Comisión de Operaciones de Bolsa (COB): “Bastaría (al principio) poca
cosa para transformar un PEE en un fondo de pensiones: que el vencimiento no se fije en
número de años (cinco u ocho) sino en la fecha del inicio de la jubilación” (14).
Y, por otra parte, para qué se necesitaría crear nuevos productos de ahorro salarial si no es
para hacer que se beneficien de un aumento de bonificaciones fiscales y exenciones de cargas
cuya dosificación (es cieno) resulta políticamente delicada. El calendario que ha elegido el
gobierno francés intenta acomodar los plazos necesarios para obtener el consentimiento de las
confederaciones sindicales; consentimiento que significaría un giro decisivo hacia una
concepción estrechamente gestora de su papel.
En el coloquio de la CFDT fue la señora Michéle Debonneuil, jefa del servicio económico en
el Comisariado General del Plan, quien recordó un dato fundamental: “El asalariado ya no es
homogéneo. Son las personas sin formación, las que simplemente disponen de sus brazos y
su fuerza de trabajo, quienes nos necesitan, y no aquellos para quienes el trabajo constituye
ya un capital” (15).
Finalmente, el ahorro salarial está destinado a extender al conjunto del este concepto el
proceso de canibalización que los fondos de pensiones han ejercido sobre la jubilación. Sin
duda por esta razón, se va a discutir antes la reforma de las pensiones que ya se está preparando. Este proyecto de integración diferenciada, aparentemente muy coherente, choca sin
embargo con una contradicción de envergadura: el capital impone a quienes intentan
acercarse por vía de participación financiera, la misma duración y la misma inestabilidad de
relaciones de trabajo que al resto de los asalariados. Y así, al mismo tiempo que intenta
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fraccionar al asalariado, le proporciona motivos concretos de solidaridad, cuyo mejor ejemplo
es, sin duda, la movilización de los cuadros sobre la cuestión del tiempo de trabajo. En fin,
como observa el propio Michel Aglietta: “Las crisis financieras tienen hermosos días por
delante” (16). Lo que lleva a pensar que la forma de desregulación que preconiza no es, sin
duda, tan “sostenible” como parece.
(1) Jean Chérioux, L ‘Actionnariat salarié, dossier de información núm. 500 de la
Comisión de Asuntos Sociales del Senado, París, 1999.
(2) Dominique Strauss-Kahn, entrevista en Liaisons sociales magazine, París, noviembre
de 1999.
(3) Jean-Louis Beffa, Robert Boyer, JeanPhilippe Touffut, Les Relations salariales en
France, nota de la Fundación Saint-Simon, París, 1999.
(4) Robert Boyer, “Le droit fiscal peut supplanter le droit de travail”, La Tribune, Paris,
25 de agosto de 1999.
(5) Jean Chérioux, op. cit
(6) Léase a Michel Aglietta, Le Capitalisme de dernain, nota de la Fundación SaintSimon, Paris, 1998.
(7) Lawrence Mishel <bajo la dirección de), The State of Working America 1998-99,
Economic Policy Institute, ILR Press, Washington, 1999.
(8) Richard B. Freeman, “Le modéle américain à l’épreuve de la comparaison”, Actes de la
recherche en sciences sociales, Paris, núm. 124, septiembre de 1998.
(9) Doug Henwood, Wall Street, Verso, Londres, 1997. Doug Henwood edita, además, un
boletín muy útil, Left Busíness Observer, que se puede consultar en la página
http://www.panix.com/dhenwood/LBO-home.htrn
(10) Por retomar la excelente fórmula de Frédéric Lordon en “La gauche dans la logique
de la finan-ce”, Le Monde, 9 de noviembre de 1999.
(11) Investigación realizada en junio de 1999 por la sociedad Altéd la, con la ayuda de la
Comisión de Operaciones de Bolsa (COB), en 150 sociedades que cotizan en la Bolsa de
Paris, y citada en el informe Chérioux.
(12) Michel Aglietta, Regulación y crisis del capitalismo: la experiencia de los EE UU,
Siglo XXI, Madrid, 1979.
(13) Robin Blackburn, “The New Collectivism”, New Left Review. Londres, núm. 233,
enero-febrero de 1999. Léase también “Le retour de collectivisme: la nouvelle économie.
poliique des fonds de pension”, Mouvements num 5, septiembre-octubre de 1999.
(14) Citado por el Tribunal de Cuentas en su Rapport sur la sécurité sociale, septiembre de
1999.
(15) Palabras citadas en Le Monde del 23 de octubre de 1999.
(16) Es la última frase del capitulo que Micttel Aglietta dedica a la globalizacián financiera
en la obra colectiva del Cepii, L’Economíe mondiale 2000, La Découverte, Paris, 1999.
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