1 COBRANDO ÁNIMO (1 Sam. 30:1-10,21

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COBRANDO ÁNIMO
(1 Sam. 30:1-10,21-24)
INTRODUCCIÓN.La historia nos cuenta lo sucedido a David y sus hombres después de regresar a Siclag, su
pueblo. Como puede verse por el contexto, cuando David iba a participar al lado del rey filisteo
Aquis, en una batalla contra Saúl e Israel, los generales, que no se fiaban de él, presionan al rey
para que lo despida. Ésta fue la batalla en la que murió Saúl y sus hijos. Los hechos, por tanto,
se sitúan en el tiempo final, de aquellos difíciles años, en los que Saúl perseguía a David. Años,
ciertamente, de mucho sufrimiento huyendo de un sitio para otro. Bastantes salmos surgen de
esta época.
Así que cuando David y sus hombres, después de tres días, llegan a Siclag, lo que aparece
delante de sus ojos es una ciudad incendiada por los amalecitas de la que se han llevado sus
familiares y sus bienes (v. 3). Por lo que todos lloraron desconsoladamente hasta quedarse sin
fuerzas (v. 4) Y por si todo esto fuera poco, David se angustia aún más porque en la
desesperación de sus hombres lo culpan de lo sucedido, y empiezan a hablar de apedrearlo (v.
6a).
Aquí hay un punto de inflexión importantísimo que se describe en la segunda parte del v. 6:
“Pero (David) cobró ánimo y puso su confianza en el SEÑOR su Dios” (NVI). O, como dice la
RV95: “Pero David halló fortaleza en Jehová su Dios”.
Desde ese momento busca la dirección de Dios, e inicia una persecución tras los amalecitas.
Finalmente los encuentra despreocupados, disfrutando del botín que habían conseguido de
toda aquella región, y los vence, recuperando, no solo a sus familiares y bienes, sino todo el
botín que los amalecitas habían conseguido en sus correrías.
Hay un suceso en los vs. 9, 10, 21-25 de gran importancia. Allí se describe cómo por estar
‘demasiado cansados’ unos 200 hombres no son capaces de seguir persiguiendo a los
amalecitas por los escarpados lugares del torrente Besor. Así que estos no participan en la
lucha, ni en el rescate de los familiares y de los bienes. Al final veremos que este suceso da
lugar a una importante enseñanza.
Esta es, pues, la historia que tenemos por delante, de la cual destacaremos tres puntos
importantes.
I.- LAS CIRCUNSTANCIAS ADVERSAS PRODUCEN DECAIMIENTO.Viéndolo desde más altura, en todo este proceso se ve la mano de Dios guiando, protegiendo y
formando a David para su ministerio de futuro rey. Porque vemos que por la sospecha de los
generales de Aquis, Dios lo libró de tener que luchar al lado de los filisteos y en contra de
Israel. Lo que de haber sido así hubiera marcado negativamente su reinado, ya que en esa
batalla moriría Saúl. También aprendió a enfrentar situaciones difíciles y a encontrar fortaleza
en Dios, lo que sería muy importante para el resto de su vida.
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Pero todo esto es viendo las cosas con más perspectiva. Porque en el momento presente, lo
que pueden ver es que se amontona un sufrimiento sobre otro.
Después de tres días llegan a Siclag pensando, seguramente, en encontrarse con los suyos y
descansar. Pero se encuentran con la ciudad quemada y saqueada. Se han llevado a todos sus
familiares y bienes, y sus casas están quemadas. Ante tal situación, “David y los que estaban
con él se pusieron a llorar y a gritar hasta quedarse sin fuerzas” (v.4) No disimularon su dolor,
sino que lo expresaron de manera notoria. De tanto llorar se quedaron sin fuerzas. No sé si
alguna vez habéis experimentado este tipo de desesperación que te deja sin fuerzas. Gracias a
Dios no es algo frecuente en la vida, pero en ocasiones podemos participar de situaciones cuyo
sufrimiento nos deja exhaustos.
Además David ha de soportar una carga extra de sufrimiento. Ya que “se angustió mucho
porque el pueblo hablaba de apedrearlo, pues el alma de todo el pueblo estaba llena de
amargura, cada uno por sus hijos y por sus hijas” (RV95). Ahora la angustia le viene de su
propia gente. Cuando las personas sufren una profunda amargura, se suele buscar un culpable
próximo. Cuando estamos muy frustrados porque todo sale mal tenemos la tendencia de
culpar a nuestra esposa/o, o a los más próximos colaboradores. Algo encontraremos en ellos
para echarles la culpa.
Todo este cuadro de sufrimiento tiene un aspecto tipológico, y nos recuerda al Señor
Jesucristo, de quien su pueblo, por boca de Caifás el sumo sacerdote dijo “que convenía que un
solo hombre muriera por el pueblo” (Jn. 18:14). Pero, como pasó con David, el que sufrió más
tarde hasta lo sumo fue nuestro Salvador.
Pero sigamos por un momento ahí, frente a la ciudad de Siclag. La situación es espantosa: La
ciudad quemada y sus esposas, hijos y bienes capturados. David en extrema angustia. Pero
algo pasa; algo cambia.
II.- COBRANDO ÁNIMO.El v. 6 supone un claro punto de inflexión. Es por un lado el clímax de una situación de extrema
angustia pero también el inicio de un profundo ánimo, que terminaría en una gran victoria.
El esfuerzo sostenido para combatir, para obtener victorias ha de empezar con algo que
cambia internamente. Igual pasa en cualquier batalla de la vida. “Pero David halló fortaleza en
Jehová su Dios” (v. 6b). La palabra que se traduce por fortaleza lleva un prefijo que indica que
la fuerza se produce dentro, en el interior de nosotros. Todavía estamos delante de la ciudad
quemada y los hijos e hijas siguen apresados, pero algo ha pasado en el interior de este
hombre desecho, que le hace distinto al de un momento antes: ha hallado fortaleza interna. Y
la ha obtenido al ver y confiar en el Dios que no se cansa, que está por encima de todo, que me
ama, que se ha comprometido a no dejarme ni desampararme. Y ni siquiera la muerte es un
obstáculo para Él.
Pablo vivió algo similar en Asia. “Hermanos, no queremos que desconozcáis las aflicciones que
sufrimos en la provincia de Asia. Estábamos tan agobiados bajo tanta presión, que perdimos la
esperanza de salir con vida: nos sentíamos como sentenciados a muerte. Pero eso sucedió para
que no confiáramos en nosotros mismos sino en Dios, que resucita a los muertos” (2Cor. 1:8-9).
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Podemos vivir en situaciones difíciles, pero cuando el Espíritu Santo nos hace volver nuestros
ojos al Señor, entonces el más débil vencerá a mil. Como dice Heb. 11:34: “Algunos apagaron
la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se
mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros”.
Cuando toca llorar, toca llorar; cuando el Espíritu nos alumbra a Cristo y su amor, viene la
fortaleza. Y con la fortaleza cobramos ánimo y nos levantamos y batallamos.
Entonces David busca la dirección del Señor y la sigue. El esfuerzo que realizan estos hombres
es increíble. Con todo su agotamiento, con el ánimo cobrado y la guía del Señor, sacan fuerzas
para perseguir sin dilación a los amalecitas. Y siendo auxiliados por el Señor, los hallan
despreocupados disfrutando de su botín. Aunque ellos son sólo 400 los vencen y recuperan
todo lo suyo y el resto del botín.
Mal haríamos, si viéramos este pasaje solamente como un ejemplo de cómo hallar nosotros
fuerzas en el Señor. Sobre todo hemos de ver en David un anticipo del Mesías, el Salvador,
quien mediante su cruz entró en el castillo del hombre fuerte, lo venció y lo ató, para que
nosotros podamos participar de su botín, de los bienes eternos. David, como el Señor
Jesucristo, no es principalmente nuestro ejemplo, sino que primeramente es nuestro
Salvador. Jesús ha vencido en la batalla y reparte bendiciones a los que son suyos, porque Él
las ha ganado.
Finalmente, nuestro tercer punto lo ilustra la historia de los 200 hombres que están
‘demasiado cansados’ y quedan en el torrente de Besor.
III.- LA GRACIA: EL FRUTO DE LA VICTORIA ES PARA TODOS.El torrente, o arroyo, de Besor es una zona muy escarpada, y muy difícil de cruzar. La fuerza de
algunos llegó allí a su límite. No eran gente que querían escaquearse, es que estaban
“demasiado cansados” (v.10). Por eso allí quedaron 200 hombres que no les quedaban fuerzas
para continuar con la persecución de los amalecitas. Los 400 restantes sí continuaron, y como
se ve en el texto, vencen y recuperan las familias, sus bienes y todo el botín que los amalecitas
habían capturado.
Cuando vuelven al arroyo de Besor, a los 200 que allí se recuperaban, algunos de los que
habían ido a la batalla dijeron: “Éstos no vinieron con nosotros, así que no vamos a darles nada
del botín que recobramos. Que tome cada uno a su esposa y a su hijo, y que se vaya”. (1Sam.
30:22).
El moralismo que puede haber en cada uno de nosotros siempre dirá esto. En nuestro interior
somos muy conscientes de que nosotros sí hemos luchado y vencido y menospreciamos a
quienes tienen menos fuerzas y no dieron tanto de sí en la batalla. La conciencia de nuestro
esfuerzo y mérito es muy clara, pero en absoluto percibimos que ha sido Dios quien ha dado la
victoria. Nos fortaleció, nos guió, hizo que uno venciera a mil.
David, sin embargo, lo tiene claro: “No hagáis esto mis hermanos –le respondió David–. Fue el
Señor quien nos lo dio todo, y quien nos protegió y puso en nuestras manos esa banda de
maleantes que nos había atacado”. (1Sam. 30:23) Así que, de lo obtenido por el Señor,
participan todos los que son suyos.
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CONCLUSIÓN.Aunque Dios ordena todo para nuestro bien, algunas situaciones son muy difíciles para
nosotros. Entonces no vemos a Dios, sino solo la dificultad presente. En tal caso expresemos
nuestro desaliento delante del Señor.
El Espíritu Santo puede abrir nuestros ojos, y ser fortalecidos en nuestro interior percibiendo la
gracia y el poder de nuestro Señor Jesucristo. Así cobraremos ánimo.
La victoria es suya. Por su gracia nos puede hacer partícipes de sus batallas de hoy en día,
colaboradores con Él. No en su obra de salvación que fue hecha por Él sólo en la cruz, pero sí
siendo colaboradores en su obra hoy. Pero si somos suyos, por su gracia, tengamos más o
menos fuerzas, siempre participaremos de sus frutos.
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