Indicadores y relevancia social del conocimiento Jorge Núñez Jover Universidad de La Habana Una versión apareció en: Universalización y cultura científica para el desarrollo local, coord. Irene Trellez y Miriam Rodríguez, Editorial Félix Varela, La Habana, 2008, pp.77-102. INTRODUCCIÓN La construcción de indicadores de cultura científica, percepción pública y participación ciudadana da continuidad al proceso de construcción de indicadores que revelan facetas diversas de los nexos ciencia-sociedad. Los indicadores de insumo de la segunda postguerra, los indicadores de producto referidos básicamente a la oferta científico y tecnológica de los años 60`s y 70`s, los indicadores de innovación que reflejan la apropiación de la oferta por el sistema productivo, de moda en los 90`s, han encontrado su continuación en los llamados indicadores de impacto social, cuyo debate ha aceptado y encaminado la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología (Ricyt). Muy especialmente en los indicadores de impacto se revela el interés por estimar adecuadamente la relevancia social del conocimiento, la ciencia y la tecnología. Parece así disminuir el interés por ilustrarnos “con sofisticación de dos dígitos decimales la marginalidad de la ciencia latinoamericana, ya conocida hasta el hartazgo a partir de bases de datos como la del ISI” (Herrera, et. al, 1994, p.248) y adentrarnos más en los problemas relativos a la apropiación social del conocimiento, a la estimación de en qué medida el conocimiento, la ciencia y la tecnología satisfacen grandes necesidades humanas o permanecen divorciadas de ellas.1 Sugiero que el debate sobre indicadores de percepción pública, cultura científica y participación ciudadana se articulen a esas intenciones medulares, es decir, intentemos que ellos nos hablen de la apropiación y la relevancia social de la ciencia. Nada debería separarnos de esa tarea mayor. Para ello sería conveniente considerarlos como indicadores sociales, es decir, apuntando al cumplimiento de metas sociales deseables: Justicia Social, acceso a la educación, acceso a los beneficios del conocimiento, participación democrática, mejoría de los servicios culturales, entre otros muchos. Como ha sido criticado, los indicadores con frecuencia sirven para estimar aspectos superficiales del desarrollo científico y tecnológico y pueden “llegar a constituirse en una trampa en la que se enredan científicos y administradores, a la vez, es un seguidísimo imitativo de los patrones observados en los países industrializados” (Herrera, et. al, pp 231-232). 2 En efecto, los indicadores son los lenguajes en que se expresan hoy las políticas (Albornoz, 1999) pero ya sabemos cuán erradas han sido muchas políticas en cuanto a lo que debería ser su fin básico: atender la calidad de vida de la totalidad de la población, la equidad, la justicia social, el cuidado ambiental, ayudando a satisfacer necesidades humanas básicas y garantizando educación de calidad. No debería ocurrir que los indicadores reforzaran a las malas políticas expresando superficialidades distanciadas de las problemáticas sociales medulares. Ello pudiera ocurrir si al final, por ejemplo, las encuestas sobre cultura científica sólo terminaran por informarnos sobre la fracción de la población que cree en la existencia del “chupa cabras”, la credulidad del público por la astrología, u otros fenómenos semejantes. Me parece más interesante explorar el sistema educativo, su calidad, el acceso de la población al mismo, entre otros elementos que permitan juzgar en mayor medida la cultura social, incluida la cultura científica. Si la hipótesis de Albornoz (1999) fuera correcta y el interés actual por los indicadores revelara una mayor disposición de los gobiernos a intervenir en materia de política científica y tecnológica, entonces el debate conceptual sobre los indicadores deja de ser una cuestión meramente técnica y debería servir para ofrecer mejores pautas de intervención estatal en materia de conocimientos, ciencia y tecnología. Es probable que los indicadores puedan contribuir a restablecer la primacía perdida de la política frente a la gestión. Todo debate sobre Política Científica debe comenzar por explicitar los objetivos del desarrollo y los valores en que descansan. Lo mismo debe suceder con los indicadores. De lo contrario podríamos tener al final algunos datos, tan irrelevantes en términos sociales como la ciencia que intentan medir. LA FUNCIÓN VALORATIVA DE LOS INDICADORES Los indicadores son constructos de carácter social (López Cerezo y Luján, 2002) y como tales les subyacen consideraciones teóricas y axiológicas diversas. Es posible, por ejemplo, descubrir detrás del predominio de los indicadores bibliométricos una teoría bastante tradicional de la ciencia que la identifica con el conocimiento que ella produce, asume la producción de conocimiento nuevo como tarea esencial de la ciencia y atribuye a las revistas del “main stream” y sus árbitros la capacidad de juzgar el valor de esas novedades. En esa perspectiva a la sociedad se le concede un papel muy modesto; ella aparece al final del modelo lineal, aceptando las contribuciones que la ciencia, movida por una voluntad internalista, pueda realizar. En cambio, la ciencia tiene otras metas muy importantes que cumplir: transmisión de una perspectiva científica a toda la población, educación de especialistas que requieren base científica, formación de científicos, garantizar el prestigio y la autonomía del país en ciertas áreas, etc.(Velho, 1994). 3 Como dice Velho detrás de la cientometría hay una epistemología de valor muy discutible para América Latina. Detrás del traslado mimético de los indicadores de los países industrializados a los nuestros, además de una epistemología también está aquella vieja idea del desarrollo que lo identifica como un camino único que seguirán todos los países a imagen y semejanza de los países desarrollados. También es visible una axiología que se asienta en un valor clave: el escenario futuro deseable es el de los países desarrollados. Al margen de discutible, en términos éticos y políticos, esas teorías y esos valores parecen impracticables. En lugar de esto los indicadores deberían ayudar a identificar problemas medulares y buscarles soluciones, en lugar de alentar falsas quimeras. Al aceptar la epistemología y la axiología que subraye a tales indicadores, los científicos y los administradores se enredan en el seguidismo imitativo que comentamos antes y pierden de vista lo esencial: la relevancia social del conocimiento. Recordemos que los indicadores cumplen diversas funciones. La función descriptiva se orienta a producir información sobre el estado del sistema, en este caso científico-tecnológico. Por su parte, la función valorativa juzga ese estado según un cierto horizonte deseable. Es probable que el debate sobre indicadores acepte con más frecuencia como referente, los indicadores de los países desarrollados (comparación que será siempre desfavorable) que la problemática social que el conocimiento y la ciencia deben atender. La construcción de nuevos indicadores debe cuidar mucho las bases epistemológicas, sociales y axiológicas en que se sustentan. Los indicadores deberían ayudarnos a evaluar/criticar/orientar las estrategias sociales en materia de conocimientos de cara a los problemas del desarrollo. Los indicadores relativos al conocimiento, la ciencia y la tecnología deben ser indicadores vinculados a metas socialmente deseables y deben servir para indicar si hay movimiento en la dirección deseada (Licha, 1994). Hay varios obstáculos adicionales que pueden dañar ese propósito. Uno de ellos es basarse exclusivamente en los indicadores promedios que ocultan las profundas diferencias de carácter regional, entre grupos sociales, etc. Es necesario contextualizar los indicadores permitiéndoles que nos hablen de la diversidad, de las diferencias. No basta contar con indicadores nacionales promedios sino regionales, locales, que se refieran a espacios diferenciados. Hay que recordar que las teorías más recientes de la ciencia (las epistemologías alternativas a aquellas que mencioné) no solo enfatizan su carácter social, sino 4 que, en consecuencia, asumen su carácter local (Chambers, 1993). Tan importante es la idea de la ciencia y la tecnología como construcciones sociales como la idea de la localidad del conocimiento. Así, por ejemplo, estudios recientes sobre desigualdades espaciales en materia de bienestar y salud reflejan diferencias significativas que reclaman prioridades de acción y conocimientos ajustados a esas diferencias, por ejemplo en la atención a las enfermedades. Sirve para ilustrar esto último, el tema de la distribución especial de la lepra y la tuberculosis en Cuba. No existen como un problema nacional y así lo reflejan las estadísticas promedio, pero si pueden ser un problema local, puntual y en esos contextos hay demanda de acciones y conocimientos específicos.2, 3 En algunos países de la región que pueden exhibir niveles altos de sus estudios de posgrado, encontramos que esas capacidades se encuentran bastante concentradas en espacios específicos, lo cual no me parece precisamente una virtud. Sería interesante que los indicadores nos aportaran información sobre la distribución espacial de las instituciones productoras de conocimiento e inferir de allí criterios sobre su capacidad para atender problemas regionales específicos. Algo semejante podría hacerse para los diferentes sectores (salud, transporte, educación, etc.) de modo que puedan deducirse de tales ejercicios estrategias apropiadas. Los indicadores pueden ayudar a esto. En resumen, transitar de indicadores promedios a los indicadores contextualizados, articulados a realidades espaciales y sectoriales. Una de las cuestiones que el debate sobre indicadores debería inducir en los políticos y los gestores de conocimientos es la disposición a crear indicadores regionales, sectoriales que permitan definir estrategias apropiadas. Al comparar los países debería tomarse en cuenta hasta qué punto ellos promueven la producción de tales indicadores contextualizados.4 Otra trampa posible es la tendencia a solo utilizar indicadores cuantitativos. Un argumento a favor de estos es que solo así pueden hacerse comparaciones entre países. Varsavsky (1972) decía que la utilización exclusiva de “índices cuantificables (...) es ya mala en economía, peor en sociología y suicida en metaciencia” (p.27). Creo que el cuantitativismo extremo también reposa en una epistemología en desuso y no debería inducirse a los gestores de conocimiento, ciencia y tecnología a apoyarse exclusivamente en ellos, sino también en opiniones y juicios de valor que no se reflejan necesariamente en números. Entre los expertos en indicadores pueden encontrarse diversos énfasis en relación al valor de la comparación entre países. Para algunos ese es un asunto esencial, para otros la heterogeneidad social y científica de los países obliga a mucha cautela en materia de comparaciones. En cualquier caso, sugiero que la utilización de indicadores cuantitativos y cualitativos que ayuden a las tareas sociales que nos interesan no debe subordinarse a la producción de indicadores para fines comparativos. 5 Si se les piensa bien, los indicadores como parte de la planeación y gestión pueden servir para cuestionar los factores estructurales y los modelos institucionales que limitan la función social del conocimiento y la ciencia. Por ejemplo, no hay duda que el dominio de los indicadores bibliométricos refuerzan el modelo lineal institucionalizado alentando conductas en la comunidad de investigación que acentúan el divorcio ciencia – desarrollo. Como dicen Dagnino y Thomas (1997), esa comunidad debe ser “reigenierizada” es decir, reorientada su labor hacia problemas de investigación de interés para el desarrollo. Los indicadores pueden “halar” en esa dirección. La función valorativa de los indicadores supone que al fijar una agenda de indicadores, se sugiere de hecho, una agenda de relevancia. El debate sobre indicadores debe ayudar a subrayar la relevancia de la ciencia, la cultura científica, la percepción pública y la participación ciudadana en términos de su significación para el desarrollo. LO ESENCIAL ES LA APROPIACIÓN SOCIAL DEL CONOCIMIENTO Un debate sobre indicadores de ciencia y tecnología parece situarnos dentro de un universo lingüístico que obliga a ciertas restricciones. Esas restricciones vienen impuestas por ciertos modos habituales de concebir ciencia y tecnología. En este apartado quiero sugerir que tomadas demasiado estrictamente pueden impedirnos ver ciertos asuntos relevantes de lo que se ha llamado “modo de apropiación social del conocimiento” (Fernández Poluch, 1997). Los conceptos de I + D e incluso el de capacidad científica y tecnológica (en el sentido que se usa habitualmente en los indicadores) pueden resultar muy estrecho por debates vinculados a la cultura científica, la percepción pública y la participación ciudadana. Pensar la cultura científica supone desplazarse del sector I + D e intentar comprender el modo en que la sociedad incorpora conocimientos, racionalidades, valores, estilos de pensamiento, formas de conducta, habilidades que les permitan situarse en mejores condiciones para encarar los desafíos del desarrollo social. Para ello sería conveniente evitar algunas exclusiones u omisiones. Así, por ejemplo, debería evitarse una distinción rígida entre ciencia y tecnología. Más bien el concepto de ciencia debería comprenderse como incluyendo la idea de tecnología, entendida como un producto cultural que se funda en la racionalidad científica. También habría que entender el concepto de ciencia como inclusivo de las ciencias sociales. Al pensar en la cultura científica y evaluar su presumible contribución a la democracia es preciso entender que las carencias de referentes históricos y politológicos afectan considerablemente un ejercicio ciudadano democrático. Comprender la sociedad, sus riesgos y desafíos exige conocer de estructuras de clases, relaciones de poder, entre otras muchas cosas. Todo ello es 6 esencial para la cultura científica. De igual modo la tecnología debe comprenderse como un concepto que incluye tanto tecnologías físicas como sociales. De igual modo la ciencia no debería asociarse exclusivamente con investigación. Es necesario englobar actividades de conocimiento fundamentales para el desarrollo como el “aprender haciendo”, las transferencias de saberes y destrezas (Argenti, 1997), la educación, la innovación, el asesoramiento, la consultoría, la evaluación de tecnologías, los servicios de salud, los medios de comunicación, la atención al medio ambiente, la formación de gestores y técnicos capaces de diseminar saberes, técnicas, destrezas de importancia social, entre otras muchos procesos que involucran conocimientos de gran interés social. En otras palabras la reflexión sobre indicadores, desde un punto de vista social, debe orientarse a estimar las capacidades sociales para desarrollar, absorber, usar y distribuir conocimientos, de origen local o internacional. Coincido con la idea (Estebanez, 1997) de que la idea de “sistema de conocimiento” es de gran utilidad para introducir la diversidad de funciones vinculadas a la circulación del conocimiento, a su producción, transmisión, acopio, difusión y uso. La I + D es solo una parte del proceso de apropiación social del conocimiento y el locus de tal proceso desborda las instituciones de investigación, universidades y empresas. Tal proceso se extiende o debe extenderse a todo el cuerpo social. La idea de cultura científica debería estar asociada a la capacidad de encontrar soluciones inteligentes y socialmente viables a los problemas sociales, movilizando para ello conocimientos y técnicas (físicas y sociales) apropiados, más que a un inventario actualizado de teorías y conceptos científicos. En algunos ámbitos la detección y solución de problemas sociales exige de una gran “densidad científica” y en otros no. Pero todos requieren de conocimientos y técnicas que se apoyan en el cultivo de la razón, el ejercicio de la racionalidad y la capacidad de asimilar y utilizar los conocimientos. Todo ello nos habla de la cultura social. Volviendo a la idea de “sistema de conocimiento” hay que agregar que el mismo debería ser “contexto céntrico” (2002, de Souza Silva), es decir, el contexto social debería ser la clave en la construcción y orientación social del sistema. Ese sistema debería ser también profundamente democrático en el sentido del mayor alcance posible en lo que respecta a personas involucradas como productores, gestores y beneficiarios. Considero que tanto las pasadas como actuales generaciones de indicadores deberían servirnos de instrumentos para estimar las capacidades sociales de producir, diseminar, transferir y utilizar conocimientos y la articulación de tales capacidades a las necesidades del desarrollo social. 7 SOBRE LA CULTURA CIENTÍFICA Las nociones de cultura científica, percepción pública y participación ciudadana están muy conectadas entre sí. La razón es que los argumentos de carácter estético (enriquecer la vida) y de coherencia intelectual (comprender la vida intelectual de una época exige conocer la ciencia que la constituye) que han servido para argumentar la importancia de la cultura científica, la popularización de la ciencia o el alfabetismo científico (denominaciones diversas que apuntan hacia objetivos semejantes) han ido cediendo en importancia ante argumentos de naturaleza política que subrayan la importancia de la cultura científica como un recurso para un ejercicio ciudadano más competente y un fundamento más sólido para intervenir en asuntos de interés social. Para ello se toma en cuenta la profunda influencia que la ciencia y la tecnología tienen sobre la vida de los ciudadanos. La preocupación puede expresarse así: ¿Cuál puede ser el fundamento de la participación inteligente de los ciudadanos en una sociedad cada vez más influida por la ciencia y la tecnología mientras estas sólo las conocen los expertos? (Prewitt, 1997). Se supone que una mayor información científica puede ofrecer opciones superiores en materia de participación pública y ejercicio de innovación democrático. Se asume también que los sistemas educativos, los medios de comunicación y los movimientos sociales (ecologistas, etc) deben contribuir a la formación científica de los ciudadanos participativos y críticos. Desde luego que hay algo de simple en esa formulación. No es fácil apropiarse del contenido conceptual de la ciencia contemporánea. Para la mayoría de las personas eso es inalcanzable e incluso lo es para los científicos que suelen ser ignorantes en campos ajenos a su especialidad. Por otra parte no es evidente que algunos temas científicos que gozan de preferencia publicitaria como los del origen del universo, los agujeros negros, entre otros, se vinculen directamente con una participación ciudadana efectiva. Tampoco los medios colaboran demasiado, muchas veces inclinados hacia la banalización y los asuntos estridentes tipo OVNIS, parapsicología, etc. Por otra parte, la tarea de la alfabetización científica parece arrojar resultados relativamente magros.5 Se afirma que menos del 7 % de los adultos estadounidenses son alfabetos científicos y entre los posgraduados la cifra alcanza el 26 % (Hanzel y Trefil, 1997). Otras investigaciones revelan que el evaluar cultura científica resulta que en Portugal sólo el 1 % de la población puede considerarse bien informada y en Gran Bretaña el 13 %. (Urueta, 1999). 8 A esto se suma que mucha información sobre alimentación, vitaminas, drogas, etc es contradictoria, ambigua y experimental (Prewitt, 1997). Más información puede generar más incertidumbre. Tampoco hay que exagerar la determinación tecnocientífica de las sociedades contemporáneas. Hay muchos otros problemas que resolver para garantizar la participación ciudadana efectiva: el monopolio de los medios de comunicación y su capacidad de manipulación, la fragilidad de las organizaciones sociales frente a los formidables poderes económicos y políticos que ejercen hoy el dominio, serían también obstáculos a considerar. El problema no se reduce a elevar la experticia social frente a los expertos encargados de definir asuntos de interés colectivo. En realidad a la cultura científica se le han atribuido diferentes contenidos que suponen diferentes estratégicas educativas. El manejo de los lenguajes científicos y las teorías fundamentales, la comprensión de la naturaleza de la ciencia (entendida en clave epistemológica casi siempre), las consecuencias sociales del desarrollo científico, los valores implicados en la empresa científica, son aspectos que suelen asociarse a la idea de cultura científica. Así, la cultura científica debe permitir aproximar la ciencia a los problemas humanos, sociales, aportando un cambio en la visión de la ciencia, desmitificando estereotipos y aportando una visión actualizada sobre la práctica científica. Desde los años 80`s el acento se ha venido desplazando cada vez más hacia la funcionalidad de esa cultura para interactuar con el contexto, interpretándola como “la capacidad de usar los conocimientos científicos en la toma de decisiones personales o sociales” (NSTA, 1982). Es obvio que en nuestros países la idea de cultura científica es importante, al menos como recurso para superar una visión estrecha de la cultura, notablemente retórica y literario centrista. Entre nosotros, como en casi todas partes domina la escisión entre las ideas de ciencia y cultura. Y no debería ser así, como dice Gabriel García Márquez “La idea de que la ciencia sólo concierne a los científicos es tan anticientífica como es antipoético que la poesía sólo concierne a los poetas”. Pero esa idea está bastante institucionalizada. Es razonable también suponer que la cultura científica debe tributar a una mayor capacidad para interpretar mensajes evitando así la manipulación; puede hacerlo no tanto por los lenguajes y contenidos sustantivos de la ciencia, sino por los modelos de pensamiento que ella escarna mejor que otras manifestaciones culturales: la búsqueda y procesamiento de información, el debate, la confrontación de las ideas con las realidades empíricas, la verificación, la comprensión de la naturaleza contextual y en última instancia relativa de todas las afirmaciones de conocimiento. Los comentarios anteriores permiten comprender que la cultura científica puede ser interpretada de diferentes modos y con variados fines. Estimo que la perspectiva más interesante es aquella que no la reduce a la apropiación de 9 lenguajes y teorías científicas; opto mejor por aquella que la vincula a conocimientos que permiten comprender temas públicos y el ejercicio de la participación ciudadana informada así como la adopción de decisiones personales fundamentadas (para lo cual es importante conocer sobre diagnostico prenatal, transmisión del SIDA, anticonceptivos, fertilizantes, etc). Esto la aproxima más a la idea de apropiación social del conocimiento defendida antes. A los efectos de la cultura científica como expresión del proceso de apropiación social del conocimiento vinculado a los objetivos del desarrollo, me parece especialmente relevante que entendamos la ciencia en el sentido que hemos discutido en el apartado anterior y muy especialmente incluyendo a las ciencias sociales y económicas, así como a la comprensión del condicionamiento social de la tecnología, tanto físicas como sociales. La cultura científica debería distanciar a los ciudadanos de un determinismo tecnológico que enajena la capacidad social de debatir sobre ciencia y tecnología y debería permitirle comprender los “objetivos no científicos de la ciencia”. En otras palabras, comprender la intersección entre ciencia y sociedad, así como la posibilidad de construir contratos sociales para la ciencia alternativos a los dominantes. Sin restar importancia a los medios de comunicación, me parece necesario insistir en que pese a todas las críticas posibles, es el sistema educativo el que tiene la máxima responsabilidad en esa cultura científica. Y sabemos que en América Latina hay importantes deudas sociales en materia de educación.6 En ocasiones los problemas del sistema educativo son vistos como distanciados del sistema científico. Nada más fatal para los objetivos del desarrollo y menos atinado para expandir la cultura científica.7 Ya se ha dicho en numerosas ocasiones que “el principal desafío y, al mismo tiempo, la mayor oportunidad que enfrenta la Región está en el área de la educación” (Herrera, 1994, p. 214). De la educación deben esperarse diversas contribuciones sustantivas al desarrollo, entre ellas: 1. La provisión de investigadores, técnicos y otros profesionales vinculados a la actividad científica y tecnológica. 2. Garantizar cultura científica a la sociedad y a través de ella, competencias para el ejercicio de las diversas actividades que el desarrollo reclama. La conexión entre ambas debe ser subrayada “El sistema científico-técnico debiera ser visto como integrado al de educación, desde el preescolar hasta la universidad” (Ibid, p. 216) De modo que la búsqueda de indicadores de ciencia y tecnología, en particular aquellos que intenten apreciar lo relativo a la cultura científica, deben ofrecernos información relevante sobre la educación que garantizan una sociedad cualquiera. 10 Para ello están disponibles y pueden mejorarse a través de censos y otras vías los indicadores clave de acceso a la educación, tales como retención, eficiencia terminal, cobertura de la educación superior, carreras que se brindan, entre otros muchos. Los indicadores, por ejemplo, deberían hablarnos de la presencia de la investigación en los currículos universitarios, no sólo en las carreras de ciencias, sino en todas. Es posible obtener información interesante sobre cultura científica observando la incorporación de los estudiantes a las carreras de ciencias, la eficiencia terminal de las mismas, la incorporación de los estudiantes y docentes a actividades de investigación. En suma, si la actividad de investigación está integrada o no la formación universitaria de los estudiantes –y la pregunta podría extenderse a los restantes niveles de educación- parece un dato relevante para evaluar el tema de la cultura científica y no porque la tarea de la educación sea formar investigadores (como alguna vez se enfatizó) o porque la ciencia sea identificable a la investigación, sino porque el cultivo de la investigación parece una vía importante para cultivar los modelos de pensamiento y la capacidad reflexiva que se postulan como valiosas para el ejercicio ciudadano. Sería interesante también que los indicadores exploren la oferta y el acceso de los graduados universitarios a los estudios de posgrado. Aquí entiendo por educación de posgrado aquella que debe continuar a los estudios universitarios y no se reduce a las especializaciones, maestrías y doctorados. Al hablar de posgrado estoy pensando en el concepto de “educación para toda la vida” que debiera ser parte esencial de las estrategias de desarrollo (Morles, V, 1996; García Guadilla, 1996; Arocena y Sutz, 2001). El volumen y calidad de su oferta, la participación de los graduados en ellas, etc, ofrecen un ángulo interesante para estimar competencias en materia de producción, diseminación y aplicación de conocimientos, asunto vital para la cultura científica. Con el objetivo de explorar el acceso social a la educación científica, parece necesario considerar otras dimensiones. Todo hace pensar que la educación a distancia de calidad se presenta como una respuesta inevitable de los sistemas educativos cuyo acceso masivo bajo las formas tradicionales es imposible. Sería interesante estimar las respuestas que los diferentes países y regiones están dando a este asunto y las estrategias que ponen en práctica. Otro punto se refiere a la educación de adultos. Dar oportunidad de continuar estudiando a los adultos, tengan o no títulos universitarios, ofrece la posibilidad de mantenerse actualizado en cuestiones de interés personal y social que requieren información científica: cuidado de la salud, sexualidad, alimentación, atención a los hijos, cuidado del ambiente, etc.8, 9 También es importante considerar la educación no formal a cargo fundamentalmente de los medios de comunicación, responsables en gran medida de la popularización del conocimiento, la ciencia y la tecnología. 11 La banalización de los medios, la pseudo ciencia y la anticiencia con que invaden a la población son responsables en alguna medida de las carencias culturales que todos apreciamos. Sería interesante observar la tendencia opuesta, es decir, la presencia en los medios de comunicación de programas dedicados a realizar popularización científica y tecnológica seria, la presencia en ellos de debates interesantes sobre el papel de la ciencia en la sociedad y si fuera posible, conocer la audiencia real de los mismos. También se debería recoger información sobre editoriales, publicaciones, sitios web y otros canales a través de los cuales se divulgue el conocimiento, en especial el científico y tecnológico. Sobre la participación ciudadana y la percepción pública La cuestión de la participación ciudadana debe asociarse a dos ideas básicas: 1. Cómo la sociedad genera demandas de conocimientos, ciencia y tecnología para la solución de problemas sociales. Tiene que haber demandas audibles y capacidades institucionales para atenderlas. Es la cuestión de los mandatos del conocimiento, es decir, los procesos que conducen a la toma de decisiones acerca de lo que debe ser investigado y el conocimiento que debe ser producido, asimilado, transferido, aplicado. 2. De qué modo la sociedad accede al conocimiento y sus beneficios. El primer punto dependerá mucho de los objetivos y los valores que orienten los procesos de desarrollo. Es poco probable que el modelo social que concentra la riqueza y desatiende las necesidades de las mayorías favorezca la participación ciudadana en la construcción social del conocimiento, la ciencia y la tecnología. Los indicadores deberían ayudarnos a formular juicios bien fundados al respecto y apreciar los giros favorables que las políticas sociales vayan experimentando al respecto. La democratización de la ciencia en la región exige, ante todo, alentar el proceso de apropiación social del conocimiento por parte de las mayorías, lo que pasa por el acceso a la educación en todos sus niveles y la orientación de las trayectorias tecnocientificas hacia objetivos sociales de amplio alcance popular (Dagnino y Thomas, 1997). Como dice Varsavsky (1972) a la preocupación por el know-how debería incorporarse una seria preocupación por el know-what, es decir, el conocimiento acerca de a qué se dedican las acciones de conocimientos, a qué objetivos se aplican y el alcance social de las mismas.10 12 Para ello, tal y como se ha sugerido en el debate social sobre otros tipos de indicadores, habría que explorar el trabajo que realizan los diferentes países para identificar sus problemas sociales medulares y cómo articulan en torno a ellos sus capacidades científicas. Herrera (1973) sugirió que los investigadores, organizaciones sociales, instituciones públicas, etc deberían promover diálogos que permitieran identificar problemas o áreas de investigación de interés social y construir así los “fines sociales de la investigación”, creando grupos multidisciplinarios para abordarlos; sugirió además que cualquier abordaje de esa naturaleza debería integrar tecnologías físicas y tecnologías sociales: “no existe prácticamente ningún problema social importante que no requiera además de la contribución de las tecnologías físicas en sentido estricto, el aporte de disciplinas humanas y sociales a medicina, psicología individual y social, economía, sociología, etc” (p. 997). También Varsavsky (1972) encontró en la fusión entre tecnologías físicas y sociales un signo de un desarrollo científico alternativo, más participativo y mejor orientado a fines sociales.11 Como vemos, estos autores –y yo participo de esa idea- al hablar de participación pública no excluyen de ese concepto a la comunidad de investigación. Como han indicado Dagnino y Thomas (1997) en un escenario de democratización económica que permita orientar las trayectorias tecnocientificas hacia la satisfacción de necesidades humanas básicas, lo primero que hay que hacer es reorientar las prioridades de la comunidad de investigación, para lo cual su participación activa y conciente es imprescindible. También es interesante conocer cómo se discuten en los diferentes escenarios de gobiernos los temas vinculados al desarrollo científico y tecnológico y los canales que disponen para ser audibles las necesidades sociales. En nuestros países es importante conocer hasta qué punto las comunidades de investigación y otros profesionales son consultados para ofrecer críticas y recomendaciones sobre programas de interés social (ciencia reguladora). El tema del riesgo y la capacidad social para enfrentarlo me parece un tema medular que atraviesa las nociones de cultura científica, percepción pública y participación ciudadana. Sería interesante conocer cómo las diferentes sociedades crean condiciones para gestionar el riesgo. Cada país necesita crear ordenamientos legales, recursos técnicos y humanos capaces de lidiar con el riesgo. Los indicadores deberían hablarnos de en qué medida los países crean capacidades institucionales para afrontar esos desafíos (oficinas de evaluación de tecnologías, divulgación a través de los medios de comunicación, formación de personal técnico, etc).12 13 La cuestión de la percepción pública del conocimiento, la ciencia y la tecnología tampoco puede ser simplificada a través de una dicotomía entre aquellos que están a favor de la ciencia y los que la critican. Es conocido que en países donde existe un alto desarrollo científico y tecnológico y educacional existe una percepción bastante crítica de la tecnociencia y sus impactos. Algunas encuestas sugieren, sin embargo, que en países menos avanzados existe en tal sentido una actitud más complaciente. Asumo que si nos situamos en una perspectiva cientificista, toda critica a la ciencia debe ser interpretada como negativa pero si nos colocamos en una perspectiva ciencia-tecnología-sociedad, es preciso comprender: 1. La ciencia no garantiza el desarrollo (Salomón, 1985). La ciencia es sólo una variable de la totalidad social y su funcionamiento y orientación social dependen de otras variables, en particular los agentes políticos y económicos. 2. Lo que convierte a la ciencia en una fuerza social transformadora –o al contrario, en una actividad elistesca y divorciada de las necesidades sociales- es la sociedad que la produce, los intereses que atiende, los actores que le dan sentido. La crítica social a la práctica científica no tiene por qué significar no comprenderla o subvalorarla. De igual modo, elogiarla puede ser muestra de ignorancia o incompetencia analítica. Más bien la educación científica debe contribuir a impedir que la ciencia se tome como mito y a la vez evitar que la desacralización de la ciencia, conduzca a depositar en ella las culpas que se generan desde otros ámbitos. La ciencia tiene idólatras y adversarios culturales (Weinberg, 2003) a los que la cultura social debería presentar alternativas razonables. Los indicadores, no necesariamente cuantitativos, deberían ayudarnos a estimar cómo la cultura social se apropia de una imagen verdaderamente comprensiva de los nexos ente la ciencia, la tecnología y el desarrollo social. Pero esa imagen no se forma espontáneamente. Sólo la puede socializar la educación. Aún cuando pueda ser acusado de defender intereses gremiales, me parece que deberíamos obtener información sobre cómo se han institucionalizado en los diferentes países cursos CTS en los diferentes niveles de educación, sus públicos y los efectos que de ellos resultan. OBSERVACIONES FINALES 1. Los indicadores de cultura científica, percepción pública y participación ciudadana deben ser enfocados como indicadores sociales; ellos deben 14 servir para ofrecernos información y si es posible contribuir a la relevancia social de la ciencia. 2. La definición de tales indicadores exige de una severa vigilancia epistemológica y axiológica. Debemos procurar que las imágenes del conocimiento, la ciencia, la tecnología y la sociedad que le subyacen sean coherentes con los propósitos del desarrollo social sustentable, equitativo y con justicia social. 3. Desde el punto de vista metodológico es conveniente, operar con indicadores contextualizados que capten la diferenciación espacial, la diversidad. Junto a indicadores cuantitativos, es preciso apelar a indicadores cualitativos. Debe inducirse en los políticos la tendencia a crear indicadores regionales y sectoriales que revelen las interacciones ciencia-sociedad. No podemos olvidar que al fijar una agenda de indicadores, se define de hecho una agenda de relevancia. 4. A los efectos de la cultura científica se debe prestar especial atención a la educación, en las diferentes modalidades que en este documento se esbozan. El problema de la percepción pública debe desbordar las habituales visiones positivas y negativas, tratando captar en qué medida la sociedad se apropia de una visión compleja y problemática de los vínculos ciencia-tecnologíasociedad (o desarrollo social). 5. 6. La participación ciudadana debe ser concebida en el doble sentido de contribución pública a la construcción de definiciones y trayectorias tecnocientíficas y apropiación social de los avances de la ciencia La Habana, mayo del 2003 15 NOTAS 1. Recientemente el programa de Naciones Unidas para el desarrollo dio a conocer el Índice de Adelanto Tecnológico (IAT) que se presenta como una medición de la innovación el acceso tecnológico, además de la educación y las aptitudes para aprovechar eficazmente la tecnología. Con este indicador sintético al final resulta lo mismo: una ilustración más de la enorme brecha que separa el mundo desarrollado del subdesarrollado. (PNUD,2001). 2. El informe sobre el desarrollo humano ilustra la desigual distribución de la tecnología dentro de un mismo país a través de caso de la India. Allí radica el Centro Tecnológico de Bangalore, de muy alto nivel, pero de conjunto, en la India el adulto típico recibió 5,1 años de estudio, hay un 44% de analfabetismo, entre otros indicadores negativos. Con el proceso de transnacionalización de la ciencia y la innovación, las corporaciones transnacionales colocan enclaves tecnológicos en diferentes países, lo que puede alterar las estadísticas dando la apariencia de un desarrollo tecnológico local que dista bastante de ser el resultado de un esfuerzo endógeno. 3. El Índice de Desarrollo Humano (IDH) es un indicador promedio que no dice nada acerca de cómo se distribuye lo que intenta medir dentro de un país , sin embargo la desagregación por regiones dentro de algunos países ha llevado a debates y presionado para la formulación de políticas locales. 4. Los indicadores pueden cumplir funciones normativas. En el estado de San Pablo, Brasil, se institucionalizó un indicador que refleja desarrollo humano y responsabilidad social. El mismo se convirtió en referencia obligatoria para la administración de todas las ciudades. Para el caso de Cuba, me parece que el camino más promisorio para la creación de indicadores que nos hablen de apropiación social del conocimiento, del empleo del conocimiento, en particular científico y tecnológico, en las tareas de desarrollo en los diferentes contextos, se abre a partir de los ejercicios de planeación estratégica que desarrollan todos los ministerios, organismos, empresas, universidades, gobiernos locales, etc. en los cuales se fijan metas -con marcado carácter social habitualmente- y definen los indicadores a través de los cuales medirán el alcance de sus metas. Dicha planeación supone un ejercicio de participación en la construcción de objetivos e indicadores bastante interesante. 16 5. Las encuestas reflejan carencias importantes en materia de cultura científica asociada, por ejemplo, a percepción de riesgos. Así, en Australia el 49% de los encuestados considera que los riesgos de la biotecnología superan sus beneficios, pero el 59% no pudo citar un ejemplo. (PNUD, 2001). Según Hanzel y Trefil (1997), de 24 físicos y geólogos consultados sobre la diferencia entre DNA y RNA, solo 3 pudieron hacerlo y eran personas que trabajaban en campos vinculados a esos conceptos. 6. La información estadística indica que el gasto medio en los niveles de educación primaria, secundaria y terciaria en América Latina están bastante alejados de la media internacional (PNUD, 2001, p.93). 7. Los argumentos a favor de la educación son muchos. Se ha reportado que el hincapié del gasto público en la escolarización básica aumenta las posibilidades de escapar de la pobreza. Se estima que 10 años de escolarización ofrecen una probabilidad del 90% de no caer o salir de la pobreza. Los países que han tenido éxito reciente en los procesos de desarrollo, exhiben habitualmente tasas muy altas de escolarización. En Corea el 68% de los estudiantes que terminan el nivel medio, acceden a la educación superior (PNUD, 2001). 8. Según el PNUD (2001): “Los estudios sugieren que la capacitación ofrecida por empresas arrojan mayores beneficios que otra capacitación de posgrado, en los países tanto en desarrollo como industrializados”. (p.91). Se sabe que en Colombia, Indonesia, Malasia y México gran proporción de las empresas no ofrece capacitación a los trabajadores. (idem). 9. La educación debe permitir a la agente adaptarse a nuevas pautas de empleo. Es el caso de los programas vocacionales en Dinamarca, la enseñanza de oficios en el Reino Unido, los programas comunitarios en Brasil orientados a jóvenes de comunidades pobres para que utilicen las computadoras, etc. Tan importante como la enseñanza académica es la enseñanza de oficios y la enseñanza en el empleo. 10. Según el PNUD (2001): “Los países en desarrollo no debían ser rehenes perennes de las agendas de investigación establecidas en función de la demanda de mercado mundial” (p.9). En otro lugar, el propio informe dice que el mercado puede producir “juegos de vídeo y paliativos para la calvicie, pero no necesariamente eliminará la mala salud, la desnutrición, el aislamiento y la carencia de conocimientos que padecen los pobres” (p.45). 11. En el caso de Cuba este punto puede ser ilustrado por la exitosa campaña seguida para la erradicación del dengue. Ella involucra trabajo científico de primer nivel, educación de la población, voluntarios capaces de manejar las técnicas indicadas, así como una combinación inteligente de tecnologías físicas y sociales, así como una participación ciudadana muy activa. También a modo de ilustración de cómo la combinación de ciencia y tecnología de avanzada con tecnologías 17 sociales puede generar resultados científicos de gran relevancia y soluciones sociales importantes, es posible mencionar la combinación de biotecnología e inmunología de avanzada con el desarrollo del nivel primario de salud y la medicina poblacional. Con ello se logra el objetivo de crear sistemas de diagnóstico para el consultorio del “médico de la familia”, crear medicamentos con acciones cada vez más preventivas y evaluar el efecto poblacional de cada nueva intervención médica. A esta combinación se le ha denominado “Inmunoepidemiología” y constituye un terreno científico virgen. (Lage, 2002). 12. Los riesgos ambientales suelen serlo para ciertos ecosistemas mientras que en otros los impactos son diferentes. Es el caso, por ejemplo, de los conejos europeos en Australia donde se han convertido en una verdadera plaga cuyo control reclama inversiones millonarias. Por ello cada país necesita crear ordenamientos legales y recursos técnicos y humanos capaces de lidiar con el riesgo, por ejemplo en materia de seguridad biológica. (PNUD 2001). REFERENCIAS Albornoz, M. (1997): “La Política Científica y Tecnológica en América Latina Frente al Desafío del Pensamiento Único”, Redes, vol. 4, No. 10, octubre, Buenos Aires. Albornoz, M. (1999): “Indicadores y la Política Científica y Tecnológica”, disponible en www.ricyt.edu.ar Argenti, G. (1997): “Tercer Taller Iberoamericano/Interamericano Indicadores de Ciencia y Tecnología”, disponible en www.ricyt.edu.ar sobre Arocena, R (1995): La Cuestión del Desarrollo Vista Desde América Latina, EUDECI, Montevideo. Arocena, R; Sutz, J (2001): La Universidad Latinoamericana del Futuro, UDUAL, México. Chambers, D.W. (1993): “Locality and Science: myths of centre and periphery”, Mundialización de la Ciencia y Cultura Nacional, Editorial Planeta, Madrid. 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