4.7. EL CALENDARIO

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4.7. EL CALENDARIO
Calendario se puede definir como un sistema arbitrario de
subdividir una escala temporal utilizado por la sociedad para medir
convenientemente el tiempo según las necesidades de la vida social.
Sirve para fijar el instante en que ocurren los sucesos de la vida
cotidiana (aspecto cronológico), y para determinar los intervalos de
tiempo entre acontecimientos (aspecto cronométrico).
De acuerdo a la definición, en el calendario hay dos partes
esenciales: una escala de tiempo, que es la base fundamental del
calendario, y una división o estructuración arbitraria de esa escala.
Tanto una parte como la otra son arbitrarias. Según se utilice una
escala de tiempo lunar o solar, o una combinación de ambas, se
obtienen calendarios lunares, solares o lunisolares (árabe, gregoriano e
israelita como ejemplos respectivos).
La historia del calendario es tan antigua como la civilización
misma. Todas las comunidades han tenido un calendario para regular
las actividades agrícolas, religiosas,...
Los primeros calendarios de los que se tiene conocimiento
detallado corresponden a culturas ampliamente desarrolladas, tales
como los sumerios, chinos o mayas.
Los sumerios, hace más de 500 años, establecieron un
calendario lunar, adoptando la escala de tiempo determinada por las
fases de la Luna. Establecieron un año de 360 días dividido en 12
meses lunares. Cada mes lunar constaba de 30 días de 12 “horas”.
Dado que un mes lunar dura en realidad, aproximadamente, 29.53
días, los meses lunares se iban retrasando respecto a las fases de la
Luna.
1
El
calendario
anterior
evolucionaría
en
Babilonia
a
un
calendario lunisolar. Hacia el siglo octavo antes de Cristo, los
astrónomos de Babilonia habían determinado ya la duración del año
trópico en 365.249 días solares, sirviéndose de las tablas de eclipses
cuidadosamente registrados durante mucho tiempo. Esta duración lo
convertía en inconmensurable con la del año compuesto de meses
lunares. El notable desarrollo de la astronomía babilónica permitió
determinar la relación entre el número de días del mes lunar y del año
solar
trópico.
En
torno
al
500
a.C.
se
hizo
el
trascendental
descubrimiento de que cada 19 años el ciclo de las fases lunares volvía
a coincidir con el año solar. Puesto que 19 años solares son casi
exactamente 235 meses lunares, mientras que 19 años lunares del
calendario eran 228 meses lunares, bastaba añadir un mes a siete de
los años del calendario, dentro de cada periodo de 19 años, para
completar los 235 meses lunares y hacer coincidir de nuevo el
calendario con los ciclos naturales de la Luna y el Sol.
El calendario israelita adopta el esquema del babilónico.
Además introduce un nuevo elemento, la semana de siete días. El
origen de la semana es un misterio no descifrado todavía. Mientras los
otros intervalos de tiempo usuales en los calendarios, días, meses y
años, se basan en períodos astronómicos de importancia para las
actividades prácticas de la vida diaria, la semana aparece como un
período
artificial
sin
relación
aparente
con
ningún
fenómeno
astronómico. El ciclo semanal de siete días se propagó primero a oriente
y luego a occidente, encontrándose hoy prácticamente incorporado en
todos los calendarios como ciclo regulador de las actividades laborales.
La historia del calendario gregoriano, utilizado en la actualidad
en la mayoría de los países civilizados, se remonta a más de 4000 años,
al calendario egipcio. El calendario solar egipcio fue adoptado por los
romanos en el año 46 a.C. con una reforma por decreto de Julio César
2
dando lugar al calendario juliano. Este calendario estuvo en vigor en
occidente unos dieciséis siglos hasta la reforma gregoriana del mismo,
efectuada por el Papa Gregorio XIII en 1582, que dio lugar al calendario
Gregoriano actual.
3000 años a. C. los egipcios establecieron un calendario solar.
La vida social del antiguo Egipto se regulaba por las inundaciones
periódicas del Nilo. Ellos habían observado que el comienzo de las
inundaciones coincidía aproximadamente con la primera aparición de la
estrella Sirio poco antes de la salida del Sol. El intervalo de tiempo entre
dos sucesos similares era de unos 365 días solares, aproximadamente
un año trópico, y fue adoptado como duración fija del año de su
calendario. Los 365 días del año se dividían en 12 meses de 30 días,
seguidos de cinco días adicionales. Cada día tenía 24 horas, 12 diurnas
y 12 nocturnas. Este año solar no se ajustaba mediante ninguna
corrección al año solar trópico, aproximadamente un cuarto de día más
largo, lo que originaba un adelanto progresivo del comienzo del año del
calendario respecto al trópico. Los egipcios se percataron de ello a
causa del desplazamiento de las estaciones naturales a lo largo de los
meses del año. Ellos dividían el año en tres estaciones de cuatro meses,
la de las inundaciones, la estación de siembra y la estación de cosecha,
correspondiente al ciclo anual de crecida y descenso de las aguas del
Nilo. Si el principio del año, relacionado con la estrella Sirio, se hacia
corresponder con la estación de las inundaciones, los egipcios se
percataron que para que volviera a producirse esa coincidencia debían
transcurrir unos 1460 años. En el año 238 a. C. se intentó una reforma
consistente en añadir un día cada cuatro años, con objeto de hacer
coincidir el año del calendario con las estaciones naturales, pero la
oposición de las clases sacerdotales impidió su puesta en práctica. El
calendario solar egipcio, con su año fijo de 365 días, presentaba
notables ventajas para los cálculos astronómicos y fue adoptado
durante muchos siglos por los astrónomos occidentales (Copérnico
todavía lo usaba en sus tablas de los planetas y la Luna).
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El calendario juliano fue establecido en Roma por Julio César en
el año 46 a. C. (708 desde la fundación de Roma). La reforma vino de la
mano del astrónomo alejandrino Sosígenes. Debido a que se habían
acumulado tres meses de retraso respecto al ciclo natural de las
estaciones en el anterior, el año 46 duró 445 días, por lo que se le llamó
año de la confusión. Se adoptó un año solar común de 365 días, el
mismo del calendario egipcio, dividido en 12 meses de 29, 30 y 31
según el siguiente orden: Januarius (31), Februarius (29), Martius (31),
Aprilis (30), Maius (31), Janius (30), Quintilis (31), Sextilis (30),
September (31), October (30), November (31) y December (30). A
diferencia del año solar egipcio que era inmutable se introdujo un año
de 366 días cada cuatro años, intercalando un día adicional entre el 23
y 24 de febrero, al que se le llamó año bisiesto. En los años bisiestos el
mes de febrero tenía 30 días y todos los meses pares tenían 30 días y
los impares 31. A pesar de la sencillez del ciclo de cuatro años de
Sosígenes, los romanos intercalaron al principio equivocadamente un
bisiesto cada tres años, de forma que durante los primeros treinta y
siete años a partir del año 45 a. C., en el que entró en vigor el
calendario juliano y que fue bisiesto, se habían intercalado varios años
bisiestos de más. En el año 8 a. C. el emperador César Augusto rectificó
esta intercalación errónea de los bisiestos, y puesto que los trece
bisiestos de más correspondían a cincuenta y dos años, el emperador
suspendió la intercalación de bisiestos hasta el año 8 d. C., a partir del
cual se aplicó correctamente la intercalación de bisiesto cada cuatro
años hasta la reforma gregoriana de 1582. El mes Quintilis había
pasado a llamarse Julius en honor de Julio César, y en el año 24 a. C.
el mes Sextilis pasó a llamarse Augustus, en honor del emperador
Augusto. Para que el mes dedicado a Augusto no hubiera menos días
que el dedicado a Julio César, que tenía 31 días, se añadió un día a
Agustus, que se restó a Februarius. El mes de febrero quedó con 28
días los años comunes y 29 de los bisiestos, y los meses de septiembre
y noviembre pasaron a tener 30 días, para evitar tres meses seguidos de
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31 días. De esta forma, la duración de los meses quedó alterada en la
forma que se ha conservado hasta la actualidad.
De este modo, la duración del año en el calendario juliano es, en
término medio, igual a 365.25 días solares medios, es decir, es más
largo que el año trópico solamente en 0.0078 días. La cuenta del tiempo
con años julianos durante los 128 años dará una discrepancia con la
cuenta de años trópicos aproximadamente de un día, y durante 400
años la discrepancia será de unos tres días (por ejemplo, el día del
equinoccio de primavera, transcurridos 400 años por el calendario
juliano, comenzará tres días antes). Esta discrepancia no tienen
importancia práctica y, por esto, todos los países europeos usaron el
calendario juliano cerca de 16 siglos.
Este retraso acumulado del calendario juliano respecto al año
trópico se traduce en un adelanto de la fecha juliana en que cae el
equinoccio de primavera. Es decir, los comienzos de las estaciones se
van adelantando en el calendario juliano de forma que en 20200 años
las estaciones se habrán adelantado medio año, y el invierno vendrá a
caer en la época correspondiente al verano y viceversa.
El calendario gregoriano, constituido por el Papa Gregorio XIII
en 1582, es un calendario juliano reformado. El adelanto progresivo de
las fechas del año en que comienzan las estaciones debido al desfase
entre le año juliano y el trópico influye en la fecha en que la fiesta
religiosa de la Pascua lo que provocó la reforma.
En el Concilio de Nicea, celebrado en el año 325 d. C., se
determinó que la Pascua de Resurrección debía celebrarse en el
domingo siguiente al primer plenilunio después del equinoccio de
primavera. En el año en que en el Concilio de Nicea (año 325 a. C se
estableció este reglamento) el día de equinoccio de primavera por el
calendario juliano caía en el 21 de marzo, tras corregir el desfase de tres
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días acumulados. En 1582, es decir, transcurridos 1257 años, el día del
equinoccio de primavera coincidía ya con el 11 de marzo. Este paso del
día del equinoccio de primavera a fechas más tempranas provocaba
confusiones e incertidumbre en la determinación del día de Pascua de
Resurrección y de otras fiestas cristianas. La reforma del calendario,
realizada según el proyecto del doctor y matemático italiano Antonio
Lilio, preveía, ante todo, el retorno de la fecha civil del 21 de marzo al
día del equinoccio de primavera y, además, una enmienda en la regla
del cómputo de los años comunes y bisiestos con el fin de reducir la
discrepancia con la cuenta de años trópicos. Por esto, en la bula del
Papa Gregorio XIII había dos puntos:
1) Después del 4 de octubre de 1582 fue prescrito
considerar no el 5, sino el 15 de octubre.
2) No considerar en el futuro bisiestos aquellos años
principios de siglo en los que el número de centenas no
se dividiese exactamente por cuatro.
Con el primer punto de esta bula se eliminaba la discrepancia
de 10 días del calendario juliano con la cuenta de años trópicos,
acumulada desde el año 325, y al año siguiente el día del equinoccio de
primavera comenzó de nuevo el 21 de marzo.
Con el segundo punto se establecía que la duración del año civil
en el término de 400 años sería igual a 365.2425 días solares medios.
De este modo, el año medio civil se convirtió en un año más largo que el
año trópico solamente en 0.0003 días, y la cuenta del tiempo por el
calendario gregoriano y por los años trópicos dará una discrepancia de
un día tan sólo al cabo de 3300 años.
La reforma gregoriana del calendario, si se exceptúan algunos
países católicos como España, Francia, Italia o Portugal, no fue
aceptada inmediatamente por las diferentes naciones occidentales. A
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partir de 1582, por consiguiente, coexistieron en Europa los dos
calendarios, juliano y gregoriano, hasta que paulatinamente se fue
generalizando el uso del calendario gregoriano. En Inglaterra, por
ejemplo, se conservó el calendario juliano hasta el año 1752, en el que,
además, el comienzo del año se trasladó del 25 de marzo al 1 de enero.
En Rusia se pasó el calendario gregoriano en 1918. En este año, de
acuerdo al decreto del gobierno soviético, en lugar del 1 de febrero se
consideró que era el 14 de febrero, ya que la discrepancia del calendario
juliano con la cuenta de años trópicos en el año 1918 ya era de 13 días.
El comienzo del año civil (Año Nuevo) es un concepto
convencional. En el pasado, en algunos países, el Año Nuevo
comenzaba el 25 de marzo, el 25 de diciembre, o en otros días. En
Rusia, por ejemplo, hasta el siglo XV, se consideraba que el 1 de marzo
era el primer día del año, y desde el siglo XV hasta 1700 se estimaba
que este día era el primero de septiembre, en la actualidad es el 1 de
enero.
También es convencional la elección del comienzo de la cuenta
de los años, es decir, establecer la era. Se define como era cronológica la
medida del tiempo mediante el calendario a partir de un origen
determinado. En el pasado existieron hasta 200 eras diferentes,
relacionadas con acontecimientos reales (entronización de monarcas,
guerras,
olimpiadas),
legendarios
(fundación
de
Roma)
o,
más
frecuentemente, religiosos (“creación del mundo”, “diluvio universal”, y
otros). En la era cristiana del calendario gregoriano actual, de uso casi
universal hoy día, los años se empiezan a contar a partir del nacimiento
de Jesucristo. La era cristiana fue introducida por Dionisio en el año
525 d. C.
Es importante tener en cuenta que los años del calendario
gregoriano se cuentan en la era cristiana a la manera de una escala sin
cero. Es decir, la era cristiana comienza con el año 1 d. C.,
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designándose el año precedente como el año 1 a. C. Por consiguiente,
cualquier suceso ocurrido durante el primer año de la era cristiana,
aunque sólo sea un día o un mes después de Cristo, se cuenta como
ocurrido en el año 1 d. C. Sin embargo, el intervalo de tiempo
transcurrido desde el nacimiento de Cristo hasta un instante cualquiera
del año 1 d. C. no llega a valer evidentemente un año, sino solamente
una fracción decimal del mismo. En general, cuando se mide el tiempo
de forma continua a partir del comienzo de la era cristiana, el intervalo
de años realmente transcurridos en una unidad menos que el número
ordinal del año del calendario. El intervalo entre los años 50 a. C. y 50
d. C. no es de 100 años, sino únicamente de 99. Para evitar estas
dificultades cronológicas, los astrónomos colocan un año 0 antes del
año 1 d. C. y cuentan los años positiva o negativamente a partir del
comienzo del año 0, que se identifica con el año 1 a. C. El año 50 a. C.
se designa astronómicamente –49. Los siglos o períodos de cien años,
contados a partir del comienzo del año 0 en adelante, comienzan
siempre en años múltiples de 100 en la cuenta astronómica.
El sistema astronómico de numerar los años se extiende
analógicamente a los días del año y del mes, es decir, a la fecha del
calendario. Se define como fecha de un suceso el instante en que tiene
lugar el suceso expresado en las subdivisiones auxiliares del calendario.
En la numeración de los días del año y del mes del calendario civil se
omite el día 0, cometiendo el mismo error matemático que en el
cómputo de los años. El comienzo astronómico del año, designado 0,
coincide con el día 31 de diciembre del año preferente. Este caso se
aplicará en la definición de la escala del tiempo de efemérides abordado
posteriormente.
En el calendario gregoriano, los siete días de la semana se
suceden
cíclicamente
sin
interrupción,
independientemente
del
cómputo de los días, meses y años del calendario. Esto origina la no
coincidencia de los días de la semana con los días del mes en años
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sucesivos. Esto implica un problema si se quiere averiguar en que día
de la semana caerá una determinada fecha. El ciclo de años hasta la
repetición de la sucesión en fechas de los días de la semana es de 28
años, sin tener en cuenta la supresión de los tres bisiestos cada 400
años.
En el calendario gregoriano hay varios problemas de diferente
importancia práctica. El primero es la no coincidencia del año medio de
365.2425 con la del año trópico. La segunda se debe a si caótica
estructura interna: meses desiguales (28, 29, 30 y 31 días), la semana
no está integrada en los meses (los días de la semana no tienen fecha
repetitiva en los diferentes meses) ni en los años (tal como ha sido
expuesto anteriormente). Este segundo problema tiene como principal
coincidencia el que exista una variación relativa de hasta el 11% en el
número de días laborables en un mes, oscilando de 24 a 27, lo que
genera importantes problemas económicos. Otro problema es la
movilidad de las fechas festivas, la Pascua, por ejemplo, puede oscilar
35 días (desde el 22 de marzo hasta el 25 de abril).
Una reforma que corrija el primero de los problemas no es
absolutamente necesaria, pues la exactitud astronómica del calendario
gregoriano es suficiente para la vida social, recuérdese que para que
aparezca un día de error tienen que transcurrir 3314 años. Han existido
varias propuestas de reforma para minimizar este problema. Una de
ellas se debe al belga F. Moreau y consiste en suprimir los días bisiestos
milenarios múltiplos de 4000 de forma que corrige el error de un día de
retraso, el equinoccio de primavera pasaba al 20 de marzo.
También se han propuesto muchos planes para reformar la
estructura interna del calendario gregoriano, pero al único que se ha
prestado cierta atención internacional ha sido al llamado calendario
mundial, propuesto por la organización “Asociación del calendario
mundial”, que se adapta esencialmente al esquema propuesto en 1843
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por el sacerdote italiano M. Mastrofini. Este esquema consiste en lo
siguiente: todos los trimestres del año tienen la misma duración de 13
semanas, es decir, de 91 días. El primer mes de cada trimestre contiene
31 días, y los dos meses restantes 30 días cada uno. De este modo,
cada trimestre ( y cada año) comenzará en un mismo día de la semana.
Pero, como 4 trimestres de 91 días cada uno suman 364 días, mientras
que el año debe contener 365 ó 366 días (el bisiesto), entre el 30 de
diciembre y el 1 de enero se interpone un día que está fuera de cuenta
de los meses y semanas, el día internacional festivo del Año Nuevo. Y en
el año bisiesto un día semejante festivo, fuera de la cuenta de los meses
y semanas, se intercala después del 30 de junio. El calendario mundial
satisface a las necesidades laborales de una ordenación racional del
tiempo, pero a costa de interrumpir la continuidad del ciclo semanal.
Tal discontinuidad del ciclo semanal tiene repercusiones cronológicas y
afecta a la determinación de la fecha de la Pascua. Estas dificultades,
unidas a la dificultad práctica de cambiar los diferentes calendarios
actualmente en vigor, han impedido hasta ahora la adopción del
calendario mundial. La cuestión respecto a la introducción de un
calendario nuevo solamente puede ser resuelta a escala internacional.
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