El 'googletecario' universal El ruso Sergey Brin es el bibliotecario más poderoso de la historia. Los ordenadores de su Google rastran en la 'web' para indexar 3.000 millones de páginas en menos de medio segundo. Él manda y corrige a la máquina. Texto de Javier Martín. Fotografía de Catherine Karnow. Sergey Brin recibe 1.777 preguntas cada segundo, y las contesta en medio. Nadie sabe más que este chico ruso. Eso, al menos, es lo que creen los habitantes de Internet, que le hacen 150 millones de preguntas al día. Sergey Brin es, con Larry Page, el creador de Google (www.google.com). Pongámosle a prueba. Buenos días, señor Google: "Borriquito como tú, tuturú"; 0,15 segundos después, Google localiza media docena de opciones entre 3.000 millones de webs. Aquí está: "Borriquito como tú, tururú", frase pronunciada en un foro de discusión, en donde, por lo que sigue, fue lo más suave que se dijeron ese día. Señor Google, no me vale: busque "Borriquito como tú, tururú, y Peret!; 0,03 segundos después, el inmutable Google vuelve con la letra completa del borriquito y otros 202 documentos, la mayoría de ellos karaokes. La letra de Borriquito como tú despierta el interés por su autor. Los nuevos servicios de Google traen en 0,22 segundos un total de 21.900 referencias sobre Peret: las dos primeras, de un grupo que se llama Perte, escritas en romaní; pero la tercera es sobre la vida de un rumbero llamado Pedro Pubill Calaf, Peret. Esto es Google, la biblioteca universal. "Somos el buscador más grande, el más rápido y el de más calidad de la historia de Internet", declara Sergey Brin repantingado en su sofá rojo. No lo dice muy ufano. Él, un joven matemático, sabe, primero, que la historia de Internet es corta, y segundo, que los buscadores, incluso el suyo, son torpes. "Nos queda muchísimo por mejorar". Y cada día lo hacen. Los ordenadores de Google corrigen la ortografía de los clientes. Si se escribe "Pheret", contgesta Google: "Quiso decir Peret". La ortografía, pese a lo que cree Gabriel García Márquez, no es un problema del castellano. "Hay un 10% errores ortográficos en las búsquedas", dice Brin. Quince millones de faltas ortográficas al día. Google busca páginas escritas en 35 idiomas, aunque la comunicación con el internauta se amplía a 66 idiomas. "Paginae inlingua hispanica exploratae sunt de Peret", dice en antiguo latín, o "Daqmey pat Peret nejlu", en el galáctico klingon, el lenguaje de Star Trek. Esta maravilla de buscador vino al mundo en el verano de 1998, gracias a la fusión entre dos estudiantes de la Universidad de Stanford: Sergey Brin y Larry Page, que hacían su doctorado sobre nuevas vías para hallar información en Internet. Hasta que Brin y Page se conocieron en Stanford, los buscadores eran absurdos. Clasificaban las páginas según las veces que se repetía en el texto una palabra clave. Por ejemplo, sexo. El buscador automático de Altavista (1995) colocaba en primer lugar una página que decía Sexo, sexo, sexo, sexo. La alternativa era la selección artesanal de Yahoo! (1994): cientos de personas mirando páginas y colocándolas en sus directorios correspondientes, condenado finalmente al fracaso. Por entonces, un estudio demostró que el mejor buscador sólo captaba el 16% de los 800 millones de webs que había. En ésas aparecieron Brin y Page llamando a las puertas de las sociedades de capital-riesgo para que pusieran dinero para su proyecto: un buscador inteligente y automático. Era 1998. Page había cumplido 25 años, y Brin, 24. Tenían un primer servidor con piezas de colorines Lego para protegerlo del polvo, que se conserva en la Universidad de Stanford como pieza de museo. Así no era fácil que les tomaran en serio. A falta de bunas ofertas decidieron montar ellos mismos la empresa. Se llevaron los ordenadores a la cama de Page. Para los planes de negocios había que llamar a la puerta de al lado, el dormitorio de Brin. Tenían 25 millones de páginas indexadas (el 0,8% de las de hoy) y recibían al día 10.000 consultas (el 0,006% de las de hoy). Sus PC o daban más de sí. Necesitaban dinero para comprar computadoras y memoria. En aquel verano de 1998, la pareja conoce a Andy Bechtolsheim, ex alumno de Stanford y una leyenda en el mundo tecnológico, cofundador de Sun Microsystems y vicepresidente de Cisco Systems. A la media hora, Techtolsheim les había firmado un cheque por 100.000 dólares a nombre de algo que aún no existía: Google Inc. En febrero de 1999, Sergey Brin y Larry Page patentan PageRank, su algoritmo de clasificación de páginas. Tienen 500.000 consultas por día, son ocho en la empresa y se trasladan a unas oficinas nuevas. La mala noticia: se han gastado el dinero, los terabytes están por las nubes. Sin embargo, el proyecto de Brin y Page ya era un producto, un goloso producto, y ahora son los inversores los que llaman a la puerta de Google. El sistema funcionaba. No había un gran servidor, sino PC domésticos en red que buscaban las páginas siguiendo fórmulas matemáticas que combinaban 10.000 millones de variables. De ahí el nombre que Page y Brin le dieron a la empresa: Google, pronunciación de googol, o sea, un uno seguido de cien ceros. Los empleados son googlers; el lugar donde trabajan se llama googleplex, yh por sus pasillos deambulan gigantescos balones de goma que hacen 'glu glu glu! cuando alguno de los estresados ingenieros se sube encima para relajarse. Google no clasifica las páginas por las veces que una palabra clave (Peret) aparece en una web, sino que su algoritmo PageRank interpreta como un voto, sin intervención humana, cada web que da un enlace a una página de Peret. La que reciba más menciones estará mejor clasificada, aunque los algoritmos ideados por Brin y Page también valorarán más, por ejemplo, el enlace hacia Peret proveniente de la Sociedad General de Autores que el enlace de un particular. Google usa más de cien algoritmos para clasificar los resultados de sus búsquedas, aunque el más famoso es el PageRank, que puntúa las páginas: The New York Times, 9; EL PAÍS, 8; As, El Mundo, Abc y fcbarcelona.com, 7; Marca y La Razón,6; RealMadrid.com, 2. El 10, la divinidad, es, faltaría más, para Google y empresas tecnológicas como Sun, Apple, Yahoo!, Microsoft, ADobe y Macromedia, y centros públicos y educativos como la NASA, el MIT, Nature o la Universidad de Oxford, única web europea con el 10. No hay más de veinte calificaciones con un 10 entre un universo de 3.000 millones de direcciones. Google trae la democracia a Internet; "un enlace, un voto", como les gusta decir a los ingenieros de Google, un ejército que ocupa el 40% de los puestos de trabajo de la empresa. Pero sobre los votos está Sergey Brin. Él corrige la máquina. Nadie probablemente ha tenido tanta influencia en Internet. Algo para lo que ni siquiera Birn estaba preparado. Él tiene que decidir sobre la marcha situaciones que no habría imaginado cinco años antes. Los abogados de la Iglesia de la Cinciología se presentaron ante Google el pasado año para que quitara una página noruega que criticaba la cienciología. Los abogados adujeron que era una página con contenidos de propiedad de la Iglesia. Brin quitó la web, con lo que agradó a uno y consiguió las críticas de los que luchan contra la censura. Brin le niega a la fundadora de Body Shop una publicidad en la que insultaba al actor John Malkovich. Brin prohíbe la publicidad del alcohol. Brin negocia con China. Brin prohíbe la publicidad del tabaco. Brin prohíbe las páginas porno. Mientras Page se encarga más directamente de la investigación, Brin se ha tenido que centrar en la estrategia empresarial. Él decide entre el Bien y el Mal. Es el gran ojo de Internet, con capacidad para censurar o no una página de su índice. En Alemania, Francia o Suiza no salen webs nazis, aunque sí en China, donde, en el lado opuesto, la búsqueda sobre derechos humanos conduce milagrosamente a dependencias del Gobierno. Brin encuentra que el poder de Google es tan grande que puede incluso cambiar Internet, hundir negocios, fomentar el nazismo o censurar el aborto. El problema es que el índice de Google es el índice de Internet. En otras ocasiones no es censura, sino simplemente que la máquina ha decidido colocar una página den una mala clasificación. "el 90% de los internautas no pasa de la primera página de resultados. Si no encuentran lo que buscan vuelven a intentar la búsqueda con otras palabras". Eso puede significar la ruina de un comercio. Brin siempre dice los mismo: "Nosotros no hemos hecho cambios en nuestros servidores. No hemos manipulado los resultados manualmente. Son las máquinas". Aun así se empiezan a escuchar voces para que un poder tan importante no descanse en manos privadas. A Google se le compara con el servicio eléctrico o el alcantarillado de las calles, los servicios públicos básicos. Es el googlepolio. La máquina y los algoritmos no pueden ser inocentes. Google nos da, como páginas informativas de Peret, páginas que venden discos de Peret. El asunto cobra más relevancia si el internauta busca información sombre, por ejemplo, el cáncer de pecho (las búsquedas sobre salud son las más abundantes): el resultado son páginas que venden medicinas. Tanto el público como Brin se sienten estafados. "El éxito o el fracaso de Google depende de la confianza del público. No podemos defraudarle". Al mes siguiente, los sabios rastreadores de Google habrán eliminado esa incursión seudopublicitaria. Google también persigue a los listillos. Se ha querellado contra Searchking, que se anunciaba alardeando que iba a conseguir para sus clientes un alto PageRank. La querella fue doble: primero, la empresa, porque efectivamente lo consiguió con un cliente, y posteriormente, Google se dio cuenta y la atrasó en el ranking, con lo que perdió visitas y negocio. Searchking pidió a Google daños y perjuicios; luego Google se querelló contra ella por anunciar cosas imposibles. Google sólo ha cometido un fallo hasta ahora, y no es culpa suya: el retraso de la salida a Bolsa a causa de la crisis. Brin y Page y los inversores de capital, deberán esperar a convertirse en billonarios. De momento, Brin se resiste a recaudar dinero por colocar webs en posición preferente. Google vive de su motor de búsqueda, que da servicio a grandes empresas como Vodafone o portales como Yahoo!, y también de las webs comerciales que pagan 70 dólares al mes por aparecer bien apartadas de las informativas y en otro color. En estos cinco años, Google ha dejado de ser un mero buscador de direcciones. Es casi un navegador. Ya no se entra en Internet, se entra en Google. Cuatro de cada cinco consultas se hacen al imperio de Sergey Brin, quien niega su poder. Él sólo quiere conseguir el mejor buscador de inteligencia artificial, con la mejor respuesta en el menor tiempo. De momento funciona así: "Canta y sé feliz". Respuesta: "Eurovisión 1974. Bringhton. Pedro Pubill Calaf (Peret). Ten Points". Todo en 0,11 segundos de rastreo entre 3.000 millones de páginas. ¿Es Brin Dios? EP[S] EL PAÍS SEMANAL Número 1.381. Domingo 16 de marzo de 2003 páginas21-27