Cuando Dios es nuestra única esperanza Todos nos enfrentamos a tiempos de necesidad en la vida. Muchas veces tratamos de usar nuestras propias estrategias para satisfacer nuestras necesidades. Usamos nuestra inteligencia, nuestra personalidad, nuestro dinero, nuestras relaciones sociales, nuestra belleza, nuestro humor, o cualquier otra cosa que nos ayude a conseguir lo que necesitamos o lo que queremos. Pero hay veces que Dios nos permite afrontar situaciones en las que no hay nada que podamos hacer para satisfacer nuestras necesidades. Es entonces cuando no tenemos otra opción que recurrir a Dios. Nuestras necesidades forman un camino que nos lleva de regreso a Dios. En el libro del Antiguo Testamento de 2 Reyes nos encontramos con una situación similar que tuvo lugar alrededor del año 550 a.C. En aquel entonces había un hombre llamado Naamán. Él era el comandante del ejército de Aram. Era un soldado valiente, un líder victorioso y era muy apreciado por su rey. El único problema era que tenía la temida enfermedad de la piel, la lepra. Esta era una enfermedad que afectaba a cada parte de su vida. 2 Reyes 5:2-3 continúa la historia con estas palabras: “De Siria habían salido bandas armadas que se llevaron cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual se quedó al servicio de la mujer de Naamán. Ésta dijo a su señora: „Si rogara mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra.‟” Aram era un vecino del norte de Israel con quien tenían batallas de vez en cuando. Algunos de los soldados de Naamán habían atacado a Israel y se habían llevado cautivos. Esta joven sirvienta había sido uno de esos cautivos. Pero en lugar de estar amargada por su cautiverio y alegrarse de la desgracia de su amo, esta joven le habló del poder sanador del Dios de Israel. Naamán respondió yendo a Israel para encontrar la curación. Cuando él y los que iban con él llegaron a la casa de Eliseo el profeta, un mensajero salió a recibirles: «Ve y lávate siete veces en el Jordán; tu carne se restaurará y serás limpio.» Naamán se fue enojado diciendo: «Yo que pensaba: “De seguro saldrá enseguida, y puesto en pie invocará el nombre de Jehová, su Dios, alzará su mano, tocará la parte enferma y sanará la lepra.” Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavo en ellos, ¿no quedaré limpio también?» Y muy enojado se fue de allí. Pero sus criados se le acercaron y le dijeron: —Padre mío, si el profeta te mandara hacer algo difícil, ¿no lo harías? ¿Cuánto más si solo te ha dicho: “Lávate y serás limpio”? Descendió entonces Naamán y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios, y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio. Luego volvió con todos sus acompañantes adonde estaba el hombre de Dios, se presentó delante de él y le dijo: —Ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Naamán estaba acostumbrado a ser tratado con respeto y honor, pero Eliseo ni siquiera salió a la puerta cuando Naamán llegó a su casa. Le envió un mensajero que le dijo que se lavara siete veces en el río Jordán. Las expectativas de Naaman sobre cómo Dios tenía que curarle no coincidían en absoluto con las instrucciones recibidas. Estaba tan centrado en sus ideas sobre lo que Dios debería hacer que casi se perdió lo que Dios estaba haciendo en realidad. ¿No eran los ríos de su país mejor que el río Jordán? Pero, gracias a Dios, Naaman tenía criados sabios. Si a Naamán le hubieran dicho que hiciera algo difícil, es muy probable que lo hubiera intentado hacer con sus propias fuerzas. Pero puesto que se trataba de algo sencillo, no habría manera de que pudiera atribuirse el mérito de haberse curado a sí mismo. Naamán hubiera hecho una cosa difícil, así pues ¿por qué no estar dispuesto a hacer algo sencillo también? En esta historia podemos ver que Naamán se humilló y se lavó en el río Jordán. Después de la séptima vez su piel se curó milagrosamente. Debido a esto se convirtió en creyente del Dios de Israel. La obediencia de muchas personas hizo posible este milagro. De la joven sirvienta aprendemos a perdonar y a ser una bendición para los demás, incluso si ellos han pecado contra nosotros. Su obediencia hizo posible la obra de Dios. En Naamán vemos que hay momentos en la vida en los que experimentamos situaciones donde Dios es nuestra única esperanza. En estos momentos debemos humillarnos, dejar de lado nuestras propias fuerzas y obedecer a Dios. La obediencia de Naamán hizo posible la obra de Dios. En Eliseo vemos la voluntad de ser usado por Dios. Él mostró claramente que su temor de Dios era más fuerte que su temor de los hombres. En lugar de impresionarse con Naamán y decir lo que Naamán quería oír, Eliseo temía a Dios y le dijo a Naamán lo que Dios le dijo que dijera. Aunque Naamán se enojó al principio, la obediencia de Eliseo hizo posible la obra de Dios. Estas son nuestras opciones también. ¿Vamos a perdonar y bendecir? ¿Vamos a humillarnos y confiar solamente en Dios? ¿Vamos a temer más la opinión de Dios que la opinión de los hombres y decir la verdad de Dios a los demás, para que puedan experimentar la obra de Dios en sus vidas? Porque por nuestra obediencia los demás puedan unirse a Naaman diciendo: “Ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel.”