Rafael teixido: los títeres me hicieron artista popular | Santiago

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El espacio de las artes escénicas del Ecuador
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Rafael teixido: los títeres me hicieron artista popular |
Santiago Rivadeneira Aguirre
Santiago Rivadeneira Aguirre
A un titiritero o a una titiritera se los puede reconocer a leguas. Aún así nos preguntamos por su apariencia y ese
desplante particular para mostrar sus inconformidades. ¿De dónde vienen? ¿Hay alguna posibilidad de
catalogarlos? ¿Les podemos hacer coincidir con otros seres, a quienes también les envuelven una cierta aura de
misterio? Además están los muñecos que parecen repetir lo que ellos dicen, pero que terminan siendo sus
contradictores. Tienen, así no se hayan propuesto, una manera particular de ver el mundo de la vida y de contar
aquellas historias simples que conmueven tanto a los pequeños como a los más grandes. Tal vez porque sus
orígenes se pierden en la neblina del tiempo. Son tan antiguos como la historia que los vio aparecer hace 30.000
años. Otros, con más intuición, astucia y conocimiento, explican que los títeres y los titiriteros –que son como una
solo cuerpo, indivisible– preceden al teatro de actores. Y lo dicen ante las evidencias de figuras de madera
articuladas movidas por hilos, halladas en tumbas egipcias en el año 2000 antes de Cristo.
En el posible recuento encontramos a artistas y pensadores que los veneraron y apreciaron casi sin miramientos:
Henrich von Kleist, Gordon Craig, Lorca, Picasso, Paúl Klee o Legar. Aunque los títeres y los titiriteros han copado
muchos espacios como el cine o la televisión, además de los teatros en todo el mundo, han preferido quedarse en
las calles, en las plazas o en los parques de pueblos y ciudades.
Nacieron con la imaginación y pertenecen a todos los tiempos y a todos los lugares de la tierra.
Por último, como para zanjar los malos entendidos, Enrique Vesely, afirma en su libro Desde los primitivos títeres
hasta los títeres checos que la cuna del teatro de muñecos fue la India y desde allí se divulgó por el mundo. En
esa región nació Vidushaka, que hasta ahora es el personaje más popular y más antiguo del teatro de títeres hindú
considerado, además, el abuelo de todos los fantoches. Y por ser Vidushaka un enano con joroba, con dientes
largos asomándose por entre los labios gruesos, la cabeza pelada, el rostro deformado, todos sus descendientes
directos o indirectos —Polichinela, Kasparek, Guignol, Punch— han heredado la joroba u otra deformidad del
desgraciado progenitor. Y más adelante, Vesely señala un antojadizo itinerario: de la India, lugar preciso del
nacimiento, pasaron a Persia, de allí a Arabia, y de Arabia los gitanos los llevaron a Europa atravesando Grecia e
Italia.
¿Por qué los títeres nunca envejecen? Le pregunto a Rafael Teixido, titiritero argentino que se nutrió de viejos
titiriteros de su país principalmente. Es una manera de iniciar una conversación que atraviesa los sentimientos, los
afectos y deriva en las precisiones necesarias que comprometen su punto de vista.
Los títeres son un mundo maravilloso. El origen de todo. Los títeres tienen que ver con el origen del ser humano,
porque están ligados al animismo, con esa historia de los viejos chamanes, con aquel personaje que se ponía una
piel de antílope o de búfalo, unas plumas de avestruz alrededor de un fuego, en estado de trance y comenzaba a
tratar de animar a la población. En México por ejemplo, está la danza del venado, que es el animal que da de
comer. Eso tiene que ver mucho con el animismo.
Hasta cierto punto, es inexplicable que haya bebés de diez meses que miran los títeres y alucinan en los brazos
de su madre. Y la verdad que a los títeres los sostienen los niños, como si existiera una especie de pacto que
tiene que ver una sensibilidad especial muy particular. Ellos –los niños– son sabios. Luego se dejan impresionar
por mucha cultura y pierden buena parte de su sabiduría.
Las marionetas jamás llegarán a envejecer. Y cabe la reiteración y la reafirmación que nos acercan a su esencia.
No sienten el lento rodar de los siglos. Viven y sonríen por encima del tiempo. Hoy gozamos delante de un teatro
de títeres igual, exactamente igual como gozaban los niños y los viejos, hace siglos, cuando rodeaban a los
juglares y saltimbanquis, cuando éstos hacían aparecer a los fantoches que llevaban ocultos debajo de sus capas.
Y sucede que yo me encuentro mucho más afín de este lado… Bueno, sucede que yo también soy titiritero, a mi me
agarraron los títeres bien de joven y me hicieron artista popular. Y los artistas populares somos así, medio
rebeldes, renegados un poco de los teatros.
Por eso habla de construir puentes, no simplemente de abjurar de una cosa o de otra. Y en eso ayuda mucho su
apellido de origen catalán que en un comienzo quería decir tejido. O Tejedor. Al final le quedaron el sonido y el
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significado que le reafirman en esta profesión maravillosa y única. Y el titiritero es como un urdidor
Va tejiendo redes, como en el telar: punto por punto. Aquí en frente en el parque de El Ejido están los tejedores, la
gente de la montaña, de las antiguas culturas, ellos se sienten un poco marginados, pero a la hora de vender su
arte a los turistas , imponen su visión del mundo y son una expresión maravillosa del Ecuador.
La historia es un sumar dice Teixido, con absoluta convicción. Eso le ha llevado a una reflexión permanente
respecto de su propia intolerancia porque cada uno tiene una historia de injusticia adentro.
A mi me tocó vivir muy cerca de la violencia, en cuerpo y alma, durante la dictadura militar en Argentina. Mi padre
estuvo en prisión, tengo parte de mi familia desaparecida, y cuando tenía doce años entré a las cárceles a
visitarles, y uno es pequeño y a uno le queda un nudo fuertísimo, muy caliente. Por eso debo luchar muchísimo
contra mi propia intolerancia y la furia que siento. Por otro lado, las gentes ven mis títeres y mis títeres llevan un
mensaje de ternura. Entienden cuál es el mensaje: la guerra contra la guerra, contra los que no tienen escrúpulos.
La violencia es una batalla perdida. La generación de mi padre ya lo sabía. Porque la represión no solo fue en
Argentina sino en toda América Latina. Sin embargo yo creo que ahora nos vamos despertando aunque alguien
vuelva a decirnos que estamos llegando demasiado lejos.
Rafael Teixido comenzó a los 18 años y lleva 25 en el oficio. Conoce cerca de 18 países, aparte de Argentina y
son los títeres quienes le llevan a todos lados. No solo eso. También deciden dónde presentarse y cuando llegan a
alguna parte, a México por ejemplo, y les dicen que deben hacer una función en Puerto Vallarta o Acapulco, ellos
dicen no mi amigo y piden ir a una comunidad donde la gente no tiene ni zapatos y andan descalzos. Es la
capacidad de sorprenderse que le permite convertirse en testigo de lo que sucede.
Qué hacer con toda esta carga, con esta sensibilidad se pregunta.
Hay genios como Galeano, que puede transformar en poesía toda esta cosa del dolor; lo mío de alguna manera
también puede ser poesía. Ir a un barrio y hablarle a la gente del hambre que la sufre todo los días, o del frío no
tiene sentido, prefiero llegar con un mensaje de alegría, con música. Sin que eso sea evadirse. Pero la gente me
ha visto y sabe que soy implacable con ciertas cosas.
En el Festival de Títeres Con bombos y platillos, se volvió a poner a prueba la sensibilidad. Porque se juntaron
varios titiriteros tradicionales como Mr. Punch, Arlequín y Puchinella, el mamulengo del noreste de Brasil y
Juancito y María de Argentina que está considerado dentro de los títeres clásicos a la altura del Guignol o
Cristobita. Esto se lo deben a Javier Villafañe que es como una especie de genio particular que sembraba títeres.
Y así ocurrió desde que Javier decidió volverse trashumante y recorrer Argentina e ir a las escuelas para hablar de
la importancia de la cultura y hacer talleres. Así lo certifican maestros que hoy andan por los setenta y ochenta
años como Roberto Espina, Di Mauro, Vera, Sánchez y otros.
También es un problema de memoria y de reconocimiento, dice Teixido.
Les digo siempre a los maestros, se lo decía a Héctor Di Mauro que hace un mes que nos dejó, en un encuentro al
que concurrieron más de doscientos titiriteros: tú fuiste con el machete abriendo el camino, nosotros vamos ya en
autopista. Se nos hace mucho más fácil. Le decía que no habíamos inventado nada solo que hemos tenido la
oportunidad maravillosa de ver grandes maestros, aprender de ellos. Eso nos ha permitido ir evolucionando a
partir de una base que es muy fuerte, por eso es reconocido el títere en Argentina.
A veces siento que hay un montón de gente que no tiene quien le exprese. O quien le escriba una historia. En
Argentina hay muchas y diversas formas de trabajar. Tenemos una ciudad muy grande como Buenos Aires, que
es toda de clase media, entonces allí hay espacio para el desarrollo loco del arte y hasta del cinismo. Porque hay
mucho público para esas realidades. Hay que reconocer, sin embargo, que Argentina tiene muchas provincias y
existe una realidad muy parecida a la de Ecuador, donde la injusticia es muy grande y donde la comunicación o la
incomunicación entre nosotros también es una realidad. Allá existe lo que llamamos una suerte de red, invisible
pero muy fuerte, que se llama de Arte y Transformación social. Se trabaja el arte no solo como la expresión
poética, de los sentimientos humanos, sino también cuando se trata de traducir y de expresar lo que pasa en la
realidad y utilizarlo como un instrumento, para la salud, la educación, la recuperación de los niños de la calle, para
tratar de ayudar a las gentes que viven en las villas en estado de marginación.
También hay la necesidad de crear un lenguaje sencillo que sea capaz de expresar la realidad. Lo recalcó con
vehemencia y convicción. Miró la Revista (El Apuntador) una vez más. Me encanta, señaló. Nos invita a reflexionar
porque desentenderse no es el mejor camino. Que no sea como en el cuento de Brecht que decía que un día
vinieron por los gitanos, pero yo no era gitano, y otro día vinieron por los judíos pero yo no era judío y ahora vienen
por mí pero ya es demasiado tarde… Entró al Teatro porque estaba por comenzar el espectáculo.
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