Exposición “Los Ballets Russes de Diághilev y su influencia en el

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Sobre Sergei Diághilev y los Ballets Russes
Diághilev no era bailarín, ni coreógrafo, ni siquiera tenía talento musical
como le comunicó su profesor Nikolai Rimsky-Korsakov al graduarse en
1892 en el Conservatorio de San Petersburgo.
Sin embargo Diaghilev, que le gustaba llamarse a sí mismo el “patrón de
artistas”, reunió en los Ballets Russes a los más importantes creadores de
vanguardia del momento, con los mejores integrantes del Ballet
Imperial del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, dirigidos entonces por
el coreógrafo Marius Petipa.
En su proyecto participaron prestigiosos diseñadores como León Bakst y
Alexander Benois, con los que había fundado el grupo que editó la revista
Mir iskusstva ( Mundo del arte); bailarines y coreógrafos como Vaslav
Nijinsky, Tamara Karsavina, Anna Pavlova a los que había conocido
durante su etapa como productor en los Teatros Imperiales; coreógrafos
como Mijail Fokine o Léonide Massine; compositores como Debussy,
Chopin, Chaikoyski, Satie, Scarlatti, Strauss, Stravinsky, Schumann,
Músorgski, Prokofieff, Ravel o Falla; pintores como Picasso, Matisse,
Goncharova
El estreno de Los Ballets Russes de Diághilev, tuvo lugar en La Ópera de
París el 19 de mayo de 1909 y desde ese momento cambió el concepto del
ballet clásico al conseguir crear un espectáculo revolucionario donde danza,
drama, música y arte se fundieron en un todo.
Y durante las dos décadas siguientes el estreno de una obra de los Ballets
Russes se convirtió en el acontecimiento cultural del año, primero en
Francia, después en el resto de Europa y posteriormente en todo el mundo.
El trabajo de esos años de grandes éxitos desde 1909 a 1929 se puede
contemplar en esta exposición. Obras como Sheherazade (1910), El pájaro
de fuego (1910), Sadko (1911) o Le coq d,or (1914), están muy bien
representados en esta muestra con los diseños originales de los decorados y
vestuarios.
Desde 1909, la compañía comienza sus giras internacionales y en 1911 se
independiza de los Ballets Imperiales. Se convierte en una compañía
independiente, en su primera temporada los Ballets Russes actuaron en
el Théâtre du Châtelet. Cada año, en las mismas fechas, la compañía volvía
a París, al principio al Théâtre du Châtelet, más tarde a otros teatros, como
el Théâtre Mogador de París, después a Montecarlo y Londres.
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A partir de 1911, la troupe da también representaciones en Roma, Viena,
en el «Grand Théâtre» de Ginebra, Barcelona y Madrid. Baila en América
del Sur a partir de
1913; en los Estados Unidos desde 1915; tras
la Primera Guerra Mundial, actúan en Bélgica entre 1922 y 1928; en
Lausana y Berna en 1923; en los Países Bajos en 1924. La última
representación de la compañía se dió en Vichy el 4 de agosto de 1929.
Cuando la compañía de Diághilev llegó por primera vez en mayo de 1916 a
Madrid, el público español no estaba demasiado habituado a la danza y las
propuestas coreográficas de los rusos suponían
una revolución con
respecto a la danza clásica, que se exhibía entonces en los teatros
europeos.
En el período de mayo de 1916 a julio de 1918, obligados por la
imposibilidad de continuar en París debido a la guerra, la compañía tenía
temporada estable en el Teatro Real de Madrid y en el Teatro del Liceo de
Barcelona, ocupando los espectáculos rusos ocupaban una parte importante
de la temporada en los dos principales teatros del país. En ese momento el
empresario Arturo Serrano, del Teatro Infanta Isabel de Madrid, organizó
una gira por trece ciudades españolas, que comenzó en Valladolid y llegó a
Salamanca, celebrándose la actuación en esta ciudad que acoge la
exposición, la noche del 3 de abril de 1918.
En la primera actuación en el Teatro del Liceo de Barcelona en junio de
1917, los Ballet Russes de Diághilev llevaron 62 bailarinas, 28 bailarines,
150 comparsas y figurantes y una orquesta de 74 profesores. Durante la
temporada en el Teatro Real de Madrid, sobre todo si asistía la familia real,
el número de participantes en el espectáculo podía llegar hasta 450
personas.
En su gira por las provincias españolas, la compañía estuvo formada por
160 personas, entre músicos, bailarines y técnicos, que en sus viajes
ocupaban al menos once vagones de tren . Dos vagones de primera clase
que eran ocupados por los directivos, los técnicos más cualificados y los
bailarines estrella. Dos vagones de segunda clase para el resto del personal.
Seis o siete vagones para el transporte de los decorados escenográficos, los
vestuarios y demás atrezzo, que viajaban en un tren de mercancías un día
antes.
Pero aun con esta compañía tan reducida la actuación de los bailes rusos en
el teatro Bretón de Salamanca sorprendió a los espectadores poco
acostumbrados a contemplar montajes tan espectaculares.
El programa que presentaron los Ballets Russes en Salamanca habían sido
estrenadas entre 1909, año de la presentación de los Ballets Russes en
Europa, y 1911. Se trataba de creaciones menos comprometidas y que
exigían decorados más sencillos. Interpretaron aquella noche: Carnaval, Les
Sylphides, El espectro de la rosa y danzas de la ópera El príncipe Igor.
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La primera actuación Carnaval fue estrenada en París en el Teatro de la
Ópera en junio de 2010 con música de Robert Schumann, argumento de
Leon Bakst y Michel Fokine, coreografia de Michel Fokine y decorado y
vestuario de León Bakst , donde narra en un acto las andanzas de Arlequín,
Pierrot y Colombina.
La segunda obra presentada aquella noche en el Bretón fue Sylphides.
Estrenada en el Teatro de Châtelet de París el 2 de junio de 1909 con
música de Frédéric Chopin y coreografía de Michael Fokine. Los decorados y
el vestuario habían sido realizados por Alexandre Benois para las bailarinas
Anna Pavlova y Tamara Karsavina en las sylphides y Vaslav Nijinsky en su
interpretación del poeta.
La tercera obra de la noche fue la puesta en escena de El espectro de la
rosa. Estrenada en el Teatro de Châtelet de París el 6 de junio de 1911 con
la música de Carl María von Weber y coreografía de Michael Fokine. Los
decorados y el vestuario de Léon Bakst y la interpretación de la famosa
pareja Vaslav Nijinsky y Tamara Karsavina.
La cuarta y última obra: danzas de la ópera El príncipe Igor que había sido
estrenada en el Teatro de Châtelet el 18 de mayo de 1909 con la música de
Alexandre Borodine y coreografía de Michael Fokine. El diseño del decorado
y de los vestuarios es de Nicolas Roerich y la interpretación de la danza
estuvo a cargo de Adolf Bolm y Sophie Fedorova. La orquesta, aquella
noche en Salamanca, estuvo dirigida magistralmente por el maestro Turina.
Podemos concluir que la presencia de los Ballets Russes de Diághilev en
España durante la Primera Guerra Mundial supuso un fenómeno social y
artístico que representó un gran acontecimiento en la historia del arte del
siglo XX y contribuyó de forma señalada en abrir a los espectadores a la
modernidad.
Se convirtió en la compañía de ballet más prestigiosa de ese periodo y
una de las corrientes que más ha influido en la cultura occidental europea
durante las primeras décadas del siglo XX dentro de la corriente
denominada como orientalismo (originarias de países árabes de norte de
África y Oriente medio).
Poco tiempo antes, entre 1883 y 1888, Richard F. Burlón había traducido los
17 volúmenes de Las mil y una noches, hecho que impulsó la edición de
multitud de publicaciones que tenían como referencia los argumentos de
estos cuentos árabes del Oriente Medio medieval que influyeron
notablemente en la sociedad culta.
Una parte importante de esta exposición la ocupa la representación de
Sherezade, que se estrenó el 4 de junio de 1910 en la Ópera Garnier,
París, con coreografía de Michel Fokine y decorados y vestuario de León
Bakts. Sherezade supuso uno de los mayores éxitos de los Ballets Russes.
Diághilev cuidó como empresario todos los detalles y Bakst pudo diseñar
con absoluta libertad y logró que su trabajo influyera en un sector de la
sociedad europea occidental. Como manifiesta Cyril Beaumont, crítico e
historiador de la danza, “…los que no vivieron en los maravillosos años
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anteriores a la Primera Guerra Mundial no pueden imaginarse la inmensa
influencia ejercida por Baskt cuyo nombre estaba en todos los labios.”
Uno de los artistas que recibió influencia de la obra de Bakts fue Demeter
Chiparus, autor de esculturas criselefantinas que se pueden ver en esta
exposición, gracias a la cesión de importantes coleccionistas rusos y de la
Art Déco Gallery, uno de los exponentes más representativos del Art Decó.
En esta corriente orientalista, en Viena floreció a principios del siglo XX una
producción de bronces policromados y realizados de forma artesanal que
representaban tiendas árabes, mercados de animales exóticos o cazadores
de leones montados en camellos, los europeos se sentían muy atraídos por
estos temas y por las noticias que llegaban de países como India, Persia,
Siria, China y Egipto.
Algunas de las piezas que se muestran en esta exposición, forman parte de
la colección permanente de Casa Lis, Museo Art Nouveau y Art Decó de
Salamanca.
La danza rusa del siglo XIX se había formado bajo la influencia de tres
personalidades extranjeras : el francés Marius Petipa, el sueco Christian
Johannsen y el italiano Enrico Cecchetti. La aportación de estos tres extranjeros
definieron los Ballets del Teatro Imperial que se caracterizaban por la gracia y
exactitud técnica francesa, la agilidad italiana y el temperamento y la destreza
física de los rusos.
Pero era necesario que se dieran unas circunstancias especiales para que se
produjera el encuentro de un conjunto de artistas excepcionales que es difícil
que se vuelva a repetir en la historia de la danza. Y fue Diághilev el que se
encargo de reunir a este extraordinario grupo.
Así con León Bakst y Alexandre Benois crearon la revista Mir iskusstva, que
tenía como objetivo promover el Art Nouveau en Rusia. Benois que había sido
director escénico del Teatro Mariinsky y Bakst que además de escenógrafo era
pintor y decorador formaron la base del lanzamiento de los Ballets Russes en
Europa.
Se añadió a este grupo Mijail Fokin, bailarín y coreógrafo que se había formado
en la Escuela de Ballet del Teatro Imperial Mariinsky de San Petesburgo y que
en 1909 pasaría a formar parte de los ballets Russes como coreógrafo principal.
A este grupo de artistas se unieron los mejores bailarines formados en el
Mariinsky: Anna Pavlova, Tamara Karsavi, Vaslav Nijinsky o Sergei Legat entre
otros.
Sin duda la producción de los Ballets Russes durante este periodo ha sido objeto
de multitud de exposiciones en toda Europa en los últimos años. Hay que
señalar que la exposición de Salamanca reside en la aportación de dos aspectos
que apenas han sido tratados hasta el momento:
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Por un lado el trabajo de diseñadores de escenografías como Vrubel o
Vasnetsov que abordan la representación de leyendas rusas y que
mantienen la esencia de las tradiciones del folklore campesino.
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La aportación de creadores como Roerich y Goncharova que partiendo de
un conocimiento intelectual profundo de la cultura y la tradición rusa lo
reinterpretan desde el punto de vista de las nuevas vanguardias.
Un ejemplo de esto lo podemos ver en Le coq d,or donde podemos apreciar la
influencia de los rojos y amarillos característicos de los iconos rusos en la
escenografía diseñada por Goncharova.
Después de la muerte de Diáguilev —Venecia, 19 de agosto de 1929— la
propiedad de la compañía fue reclamada por los acreedores, y los bailarines se
dispersaron. En los años siguientes, la compañía fue recompuesta con el nombre
del Ballet
Ruso
de
Montecarlo,
con
la
participación
de
George
Balanchine y Tamara Tumanova , como originarios de los Ballets Russes. Pese
a todas las tentativas de Serge Lifar y de Borís Kochno, la troupe no sobrevivió a
su fundador.
Uno de estos aspectos que se destacan en la exposición es la estrecha relación
de estos espectáculos con la tradición y la cultura rusa. No debemos olvidar que
la estructura medieval que ligaba a los campesinos a la tierra como siervos de la
gleba no desaparece hasta bien entrado el siglo XIX, con la reforma agraria de
1861 que abolió la servidumbre. De esta forma, mientras en Europa se buscaba
la inspiración en los primitivos foráneos, los artistas rusos solo tenían que mirar
a su alrededor para plasmar en sus creaciones la riqueza del folklore rural.
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