MARIA, MADRE Y FORMADORA DE DISCÍPULOS MISIONEROS EN EL DOCUMENTO CONCLUSIVO DE APARECIDA 1. P. Francesco Petrillo, OMD 1. El acierto de Aparecida “Fue un acierto que nos reuniéramos allí y elaboráramos el documento sobre el tema: ‘Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en él tengan vida’ ”2. Con estas palabras que suenan como una gozosa y agradecida alabanza a la Providencia Divina por haber dispuesto que el santuario de Aparecida fuera el escenario de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y que el tema fuese exactamente el que se ha tratado, el Papa Benedicto XVI ha querido responder a una serie de cuestionamientos tendientes a minimizar el valor del argumento elegido y, a la vez, a ofrecer una importante clave de lectura del Documento Conclusivo de Aparecida3. El discurso a la Curia Romana, ocasión en la que el Papa ha tocado este tema el pasado 21 de diciembre de 2007, es una de las sedes más relevantes en las que el santo Padre evalúa los más altos momentos de su servicio petrino en el contexto de la vida de la Iglesia universal. En esta particular circunstancia el Papa ha puesto al centro de la atención de la Curia Romana el significado de su viaje a Brasil indicando en este evento un verdadero Kairós, un momento oportuno, de gracia y de positivo crecimiento de la Iglesia peregrina en América Latina. El acierto al que el Papa se refiere alcanza también las coordenadas de espacio y tiempo del evento de Aparecida que de inmediato proyectan un profundo y hermoso perfil mariano sobre todo el desarrollo de la V Conferencia y que ha marcado sensiblemente todo el Documento Conclusivo. Era la primera vez que una Conferencia General del Episcopado latinoamericano se reunía en un santuario mariano y ya de por si el lugar dice todo el significado. Nunca como esta vez el espacio físico ha sido no sólo el contenedor de una actividad, sino el ícono del seno materno en el que poco a poco los participantes sentían nacer y formarse el discípulo de Jesucristo y el misionero que la Iglesia espera para el nuevo milenio. Si a esto añadimos que su inauguración el 13 de mayo coincidía con la memoria de Nuestra Señora de Fátima y que su conclusión, el 31 de mayo, recurriera la memoria de la Visitación de María a la casa de Isabel, a nadie escapa que esta hermosa inclusión, en la que se ha introducido la solemnidad de Pentecostés el 27 de mayo, ha sido otra 1 V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento Conclusivo (desde ahora DC), Aparecida, Brasil, mayo 2007. 2 Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana, 21 de Diciembre de 2007. 3 Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana: “¿Hizo bien Aparecida, buscando la vida para el mundo, en dar prioridad al discipulado de Jesucristo y a la evangelización? ¿Era una retirada equivocada hacia la interioridad? No. Aparecida decidió lo correcto, precisamente porque mediante el nuevo encuentro con Jesucristo y su Evangelio, y sólo así, se suscitan las fuerzas que nos capacitan para dar la respuesta adecuada a los desafíos de nuestro tiempo”. 1 coordenada cronológica que, junto con el espacio físico, ha colocado el evento de Aparecida en un contexto providencialmente mariano. Cada día, subiendo la pequeña colina sobre la que se ubica el monumental santuario de Nuestra Señora Aparecida, los obispos renovaban la experiencia de subir a “ese piso alto de la casa” (Hechos 1,13) donde los Apóstoles presididos por Pedro, se reunían para la oración en compañía de María, la madre de Jesús, de algunas mujeres y de sus hermanos. El don del Espíritu ha permitido así que los cuatro principios que originan y conservan la profunda unidad eclesial de Pentecostés se manifestaran también durante la V Conferencia con una evidencia física y transformadora que ha contribuido, sin lugar a dudas, al éxito de este importante encuentro eclesial. En efecto Pentecostés revela los cuatro principio fundamentales de la vida del discípulo y misionero: el principio pneumático, que vence la dispersión, lleva al conocimiento profundo de Cristo y de la realidad e infunde valor; el principio eucarístico, que reúne a los convocados alrededor de la misma mesa y los hace un cuerpo solo y hermanos entre ellos; el principio petrino, tan evidente cuando el Papa ha inaugurado la Conferencia misma y que se ha prolongado en el ministerio y la enseñanza de los obispos; y el principio mariano, porque la comunidad no sólo está unida en el si de María a la alianza, sino que en ella encuentra a la madre de los discípulos revelada por Cristo crucificado, esto es la Jerusalén que acoge y reúne a sus hijos para hacerlos habitar en el templo de Cristo resucitado4. La V Conferencia de Aparecida viviendo en ese clima y encontrando en esos principios su punto central para responder a las preguntas que han motivado su convocatoria: ¿qué significa ser discípulos de Cristo? ¿cómo se realiza esto? ¿cómo actúa un discípulo? ha hecho posible que ella no se replegara en un estéril análisis de corte socio-político, sino reafirmara que a la base del sujeto nuevo que se origina en la historia y que llamamos discípulo está en un acontecimiento que fascina, atrae y conforma a Cristo. Los obispos han encontrado de verdad a María en la celebración de su V Conferencia, no como descontado acto devocional, sino como “un acontecimiento”, “don” incomparable que testimonia la identidad discipular y contribuye a la formación de los discípulos misioneros5. Es por eso que en numerosas intervenciones durante la asamblea han deseado que la presencia de María ocupara un lugar “transversal” y “paradigmático” a lo largo del Documento Conclusivo secundando confiadamente la invitación explícita que el santo Padre hizo en la vigilia de la inauguración de la V Conferencia de ponerse a su escuela6: 4 Ha sido sobre todo Von Balthasar quien ha venido a caracterizar los elementos esenciales del cristianismo refiriéndolos a cuatro principios o dimensiones que confluyen en el misterio de la Iglesia y a afirmar que el principio mariano es omnicomprensivo en cuanto las abarca a todas. Cf B. Leahy, El principio mariano en la eclesiología de Hans Urs von Balthasar, Ciudad Nueva, Madrid 2004. 5 Cf DC n. 25 : “Alabamos al Señor Jesús por el regalo de su Madre Santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia en América Latina y el Caribe, estrella de la evangelización renovada, primera discípula y gran misionera de nuestros pueblos”. 6 Benedicto XVI, discurso en la Basilica de Aparecida durante el rezo del santo rosario en la tarde del día 12 de mayo 2007: “María santísima, la Virgen pura y sin mancha, es para nosotros escuela de fe destinada a guiarnos y a fortalecernos en el camino que lleva al encuentro con el Creador del cielo y de la tierra. El Papa ha venido a Aparecida 2 “María, Madre de Jesucristo y de sus discípulos, ha estado muy cerca de nosotros, nos ha acogido, ha cuidado nuestras personas y trabajos, cobijándonos, como a Juan Diego y a nuestros pueblos, en el pliegue de su manto, bajo su maternal protección. Le hemos pedido, como madre, perfecta discípula y pedagoga de la evangelización, que nos enseñe a ser hijos en su Hijo y a hacer lo que Él nos diga (cf. Jn 2,5)”7. El mismo Pontífice ha testimoniado, en el ya citado Discurso a la Curia Romana, que de inmediato la venerada imagen de “Nuestra Señora de Aparecida” lo ha conmovido y llevado a la comprensión que existe un principio fundamental para la edificación de la casa donde los discípulos rezan y esperan: “la pobreza de Dios y la humildad de la Madre”: “De un modo muy particular me conmovió la estatuilla de la Virgen. Algunos pobres pescadores, que repetidamente habían arrojado en vano sus redes, sacaron la estatuilla de las aguas del río, y después, por fin, se produjo una pesca abundante. Es la Virgen de los pobres, que se hizo también pobre y pequeña. Así, precisamente mediante la fe y el amor de los pobres, se formó en torno a esta figura el gran santuario, que, haciendo siempre referencia a la pobreza de Dios, a la humildad de la Madre, constituye día tras día una casa y un refugio para las personas que rezan y esperan”8. Otra voz, la del cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y presidente del comité de redacción del Documento Conclusivo, ha expresado en una entrevista lo que muchos otros participantes han igualmente advertido como experiencia inolvidable de los días transcurridos en el santuario mariano de Aparecida: “Cada mañana hemos celebrado las Laudes y la Eucaristía junto a los peregrinos al santuario de Aparecida. El sábado y el domingo llegaban a ser muchos miles. Celebrar la Eucaristía junto al pueblo de Dios es diferente a celebrarla sólo los obispos entre nosotros. Todo esto nos ha dado la sensación viva de la pertenencia de nuestra gente, de la Iglesia que camina como pueblo de Dios, de nosotros obispos como de sus servidores. Los trabajos de la V Conferencia se han desarrollado en un ambiente ubicado de bajo del santuario mariano. Desde allí seguíamos escuchando las oraciones, los cantos de los fieles... En el Documento Conclusivo hay un punto que se refiere a la piedad popular. Son páginas bellísimas. Yo creo, más bien estoy seguro, que han sido inspiradas por este hecho. Después de las contenidas en la Evangelii nuntiandi, son las cosas más bellas escritas acerca de la piedad popular en un documento de la Iglesia. Me atrevería a decir que lo de Aparecida es la Evangelii nuntiandi de América Latina, es como la Evangelii nuntiandi...9” 2. El método de Aparecida. El discípulo nace siempre del encuentro personal con Jesucristo. Este es el dato originario y fundamental: cualquier otra definición, si no llega a identificar ese punto de partida, se queda siempre en una indicación penúltima. Es suficiente leer los Evangelios o los escritos apostólicos para ver como el dinamismo del encuentro personal con Jesucristo está en la raíz misma del método de vida cristiano: el encuentro con el con gran alegría para deciros en primer lugar: "Permaneced en la escuela de María". Inspiraos en sus enseñanzas. Procurad acoger y guardar dentro del corazón las luces que ella, por mandato divino, os envía desde lo alto”. 7 DC, n. 1. 8 Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana. 9 Entrevista con el Card. Jorge Mario Bergoglio, 30 Giorni, (edición italiana) n. 11 – novembre 2007, p. 20. 3 paralítico (Mt 9,1-7); con Mateo (Mt 9,9); con la hija de Jairo y con la mujer enferma (Mt 9, 18-26); con los dos ciegos (Mt 9,27-31); con el mudo endemoniado (Mt 9, 32-34); con el joven rico (Mt 19, 16-22); con la viuda de Naím (Lc 11, 11-17); con el centurión (Lc 7, 1-10); con los primeros discípulos y con Natanael (Jn 1, 35-51); con Nicodemo (Jn 3, 111); con la Samaritana (Jn 4, 1-42); con el Eunuco (Jn 8, 26-40); con Saulo (Hechos 9, 119). Siendo el cristianismo un acontecimiento de esta naturaleza, no existe ninguna condición previa, sino aquella disponibilidad a dejarse tocar, sanar, mirar, abrazar por una presencia humana. Basta que la humanidad de una persona, tal y como está, entre en contacto con la persona de Jesús para que pueda experimentar la novedad que Él ha traído, trayéndose a si mismo, como nos recuerda San Ireneo de Lyon10. La V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe poniendo al centro de su atención el tema del cristiano, o sea del discípulo de Cristo y del camino para la formación de su conciencia y de su actuar misionero ha evidenciado la urgencia del momento que la Iglesia vive y la percepción de los desafíos que la situación actual plantea a la fe y a la vida de las comunidades cristianas. Hoy somos más concientes de la verdadera naturaleza de la crisis acerca de la identidad cristiana y de la misión. No basta hablar de Nueva Evangelización sin preguntarse por el sujeto que la llevará a cabo. Sería ilusorio darlo por descontado, pues son tantos los hombres y mujeres de Latinoamérica que creen ya saber lo que es el cristianismo y no tienen curiosidad alguna de conocerlo. Por ello no es suficiente una estrategia propagandista para atraerlos a la fe, ni siquiera un poco más de formación, de vida interior o un genérico ”suplemento de alma”. Lo que la Iglesia hoy día necesita con mayor urgencia es que sus hijos recuperen por entero y en profundidad su identidad y se entreguen gozosos al anuncio misionero. Por demasiado tiempo se ha dado por descontado que para ser cristiano es suficiente nacer en un ambiente relacionado a la cultura cristiana. Sin embargo, no ha sido nunca tan actual como hoy la afirmación de Tertuliano quien, en el siglo segundo decía: ”cristianos no se nace, sino que se llega a ser”. Por lo tanto hay que empezar por despertar el interés por Jesucristo y su evangelio. El documento conclusivo de Aparecida nos describe de manera cristalina el método, el itinerario del encuentro con la humanidad de Jesús: “la naturaleza misma del cristianismo consiste, por lo tanto, en reconocer la presencia de Jesucristo y seguirlo. Esa fue la hermosa experiencia de aquellos primeros discípulos que, encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de estupor ante la excepcionalidad de quien les hablaba, ante el modo cómo los trataba, correspondiendo al hambre y sed de vida que había en sus corazones. El evangelista Juan nos ha dejado plasmado el impacto que produjo la persona de Jesús en los primeros discípulos que lo encontraron, Juan y Andrés. Todo comienza con una pregunta: “(Jn 1,38). ¿Qué buscan? A esa 10 Ireneo de Lyon, “[El Señor] trajo toda novedad trayéndose a si mismo, como lo había anunciado”, Adversus Haereses, IV,31,1. 4 pregunta siguió la invitación a vivir una experiencia: “Vengan y lo verán!” (Jn 1,39). Esta narración permanecerá en la historia como la síntesis única del método cristiano” 11 . Es sorprendente ver con cuanta fuerza Aparecida descubre en la narración del llamado de los primeros discípulos la “síntesis única del método cristiano”. Se trata del método (metà odòn, en griego: a través de un recorrido) que siguió Jesús a lo largo de su vida pública para originar la comunidad de los discípulos y que el Documento Conclusivo ha asumido con lúcida claridad, conciente que no puede existir otro camino por recorrer. Si la puesta en juego es la generación del discípulo misionero, debemos recorrer el mismo camino que Jesús ha fijado desde el inicio y que la Iglesia recorre desde hace más de dos mil años. Aparecida emplea la palabra “método” en sentido fuerte, o sea de la misma manera por la cual Jesús ha dicho “Yo soy el camino” (Jn 14,6), el ser del camino del cristiano. Se trata, en concreto, de comprender qué significa ser de Cristo, como sucedió a los primeros discípulos y, a partir de ellos, a millones de personas hasta hoy12. Aparecida ha ofrecido – sobre todo en el fundamental capítulo sexto de su Documento Conclusivo, capítulo, cabe destacarlo, de honda textura mariana - una precisa actuación del método de vida cristiana inaugurado por Jesús. Desde el centro del amor Trinitario somos atraídos a Jesucristo. Él es el gran “Sì” que de manera continua y fiel Dios pronuncia sobre el hombre y que encuentra su cumplimiento en el “sí” que el discípulo pronuncia cada día ante la experiencia de su presencia. Aparecida no parte ni de un análisis, ni de un proyecto, elementos evidentemente fundamentales, pero al interior de un horizonte más amplio. El método del discipulado es otro: partir de un encuentro que sucede en lo cotidiano, dejándose interpelar por la realidad. El análisis, el proyecto proceden de allí. Se puede partir del misterio de la fe si somos concientes que el ser cristiano no es una decisión mía, no es una teoría, sino el encuentro personal con el acontecimiento de Cristo en la comunidad. La Iglesia podrá contar con sujetos en grado de transmitir el gozo de la fe, de tener la audacia de comunicarla en la vida real a través del modo de vivir las cosas de todos los días, si ellos mismos han sido “cautivados” por Jesucristo, si viven con la conciencia de haber encontrado la perla preciosa: “la alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo”13. He aquí que la iniciación cristiana, urgentemente invocada en el Documento Conclusivo (cf. nn. 289294), es obra Suya a la que nosotros estamos llamados. 11 DC, n. 244; Cf también DC n. 276: “Cristo nos da el método: “Vengan y vean” (Jn 1,39), “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6). Con él podemos desarrollar las potencialidades que están en las personas y formar discìpulos”. 13 DC, n. 29. 12 5 Aparecida ha puesto al centro de su vida la vida de Cristo mismo, la alegría que nace de haberlo encontrado, la personalidad nueva que brota del seguimiento de él y de la comunión que se genera entorno a él. La misión, que compromete al discípulo no es, por lo tanto, fruto de una estrategia proselitista, que con el tiempo llega a cansar, sino la necesaria atracción que se reproduce con los mismos efectos experimentados en el encuentro personal que cada uno ha tenido con Cristo. Este es el método de Aparecida para que nuestra América viva. Este es el método experimentado por la Virgen María quien desde las raíces de su ser ha sido “la discípula”, osea “la fiel”. 3. María, primera y perfecta discípula, en el corazón del acontecimiento cristiano. A lo largo de estos últimos treinta años la reflexión de los exégetas y teólogos sobre la Virgen, recuperando un pensamiento patrístico14, ha valorizado la visión de María como “discípula del Señor”. Un precursor de esto fue el Papa Pablo VI quien, en su célebre alocución con la que clausuró la III sesión del Concilio Vaticano II (21 de noviembre de 1964), afirmó que María “a lo largo de su vida terrenal ha realizado la perfecta dimensión del discípulo de Cristo”,15 y en la exhortación Marialis cultus (2 de febrero de 1974) propuso la Virgen como “la primera y más perfecta discípula de Cristo”.16 Juan Pablo II en numerosas ocasiones llama a María “discípula”. De su magisterio cabe señalar dos textos: el primero se encuentra en la exhortación Catechesi tradendae (16 de octubre de 1979), donde el santo Padre afirma que: “Ella ha sido la primera de sus discípulos: primera en el tiempo, pues ya al encontrarle en el Templo, recibe de su Hijo adolescente unas lecciones que conserva en su corazón; la primera, sobre todo, porque nadie ha sido enseñado por Dios con tanta profundidad”17. El segundo texto está en la encíclica Redemptoris Mater (25 de marzo de 1987), donde el tema del discipulado se relaciona de manera explícita con el tema del seguimiento: “María madre se convertía así, en cierto sentido, en la primera « discípula » de su Hijo, la primera a la cual parecía decir: « Sígueme » antes aún de dirigir esa llamada a los apóstoles o a cualquier otra persona (cf. Jn 1, 43)”18. Algunos meses antes, el 15 de agosto de 1986, había sido promulgada una Misa votiva de la Virgen con el título: “Santa María, discípula del Señor”19. La V Conferencia ante el desafío de ofrecer a la Iglesia de America Latina y del Caribe, una conciencia renovada del sujeto evangelizador (el discípulo) y de su tarea en la vida real de los hombres de hoy, ha dirigido gozosamente su mirada a la Virgen María, la que testimonia el nexo entre el Misterio y la carne, para que le muestre la auténtica identidad de discípulo, le enseñe la manera justa de comunicar a Cristo y de crear 14 Es particularmente conocido el texto de San Agustín “¿Acaso no ha cumplido la voluntad del Padre la Virgen Maria [...]? Por cierto que hizo la voluntad del Padre Maria santísima y por esto le vale más haber sido discípula de Cristo que haber sido madre de Cristo. Lo repetimos: fue por Ella mayor dignidad y mayor felicidad haber sido discípula de Cristo que heber sido madre de Cristo”. Sermo 25,7; PL 46, 937. 15 En Acta Apostolicae Sedis 56 (1964) p. 1016 16 Pablo VI, Marialis cultus, 35 17 Juan Pablo II, Catechesi tradendae, 73 18 Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 20 19 Congregatio pro Cultu Divino, Collectio missarum de Beata Maria Virgine, Editio typica, Libreria Editrice Vaticana 1987, Formulario 10, pp. 41-43. 6 relaciones y situaciones transformadas por su presencia, para que nuestros pueblos en Él tengan vida20. La relación que existe entre María y Cristo, y entre María y la Iglesia, legitima la posibilidad misma de una especifica pastoral mariana y aclara en qué sentido podamos hablar de un “método mariano” o de un “perfil mariano” que sean formativos de auténticos discípulos de Cristo y de la urgencia de desarrollarlo en todos los sujetos de la comunidad eclesial comprometiéndoles en la misión. Cristo es el evangelio mismo, y el contenido esencial del anuncio cristiano21. Y Cristo nos has sido dado por María, como nos es ofrecido y entregado hoy por la Iglesia. La Virgen es reconocida como espacio auténtico de encuentro con Cristo22; más aún es protagonista del nacimiento de la Iglesia en nuestro continente y forjadora de la unidad cultural e histórica contribuyendo a evitar que América Latina sea apenas “un mero continente, un hecho geográfico con un mosaico ininteligible de contenidos. Tampoco somos una suma de pueblos y de etnias que se yuxtaponen. Una y plural, América Latina es la casa común, la gran patria de hermanos”23. “En esto reside el valor incomparable del talante mariano de nuestra religiosidad popular, que bajo distintas advocaciones, ha sido capaz de fundir las historias latinoamericanas diversas en una historia compartida: aquella que conduce hacia Cristo, Señor de la vida, en quien se realiza la más alta dignidad de nuestra vocación humana”24. El Documento Conclusivo de Aparecida ha enfatizado, siguiendo al Papa Benedicto XVI, que ser discípulo no es adherir a una ideología o a un programa ético. Es un acontecimiento, es un encuentro con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva25. En definitiva es “estar con Cristo y su justicia”26. Es vivir en Él, movido por el Espíritu Santo, ante el Padre y para el Padre. Esa existencia nueva es en la comunidad de los discípulos misioneros, en la Iglesia. Este acontecimiento que origina el discípulo, en Aparecida encuentra un punto privilegiado en el “acontecimiento mariano” donde se concentra el misterio de los redimidos. La Virgen es ella misma un gran acontecimiento al cual todos los demás hacen referencia y hacen grumo en su corazón. Es un hecho, un macizo que indica la vía, el método. Es la Odigitria, o sea aquella que indica el camino, el auténtico método cristiano. Esta filigrana mariana, casi un entramado que se deja apreciar en cada capitulo del 20 Referencias marianas se encuentran distribuidas en todo el documento conclusivo cumpliendo con el declarado deseo de los obispos. Cf nn. 1, 141, 261, 262, 265, 266, 268, 269, 270, 271, 272, 274, 280b, 320, 364, 451, 424, 553, 554. 21 Cf. PABLO VI, Evangelii nuntiandi, n. 27; JUAN PABLO II, Redemptoris Missio, n. 44. 22 La parte más significativa de la mariología de Aparecida (nn. 266-272) se encuentra de hecho colocada al interior del fundamental capítulo 6.1:”Una espiritualidad trinitaria del encuentro con Cristo”, destacándose entre los espacios y lugares de experiencia del encuentro con Cristo. 23 DC, n. 525. 24 DC, n. 43. 25 DC, n. 243. 26 Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana. 7 Documento Conclusivo, personaliza en términos humanismos el recorrido discipular, de manera que nunca sufra una reducción gnóstica o moralista. María es el antídoto contra la ideologización de la identidad del discípulo o el vaciamiento de su misión en un estéril funcionalismo. En continuidad con Puebla que indicó en María la que preserva el Evangelio de la continua tentación de desencarnarlo y de desfigurarlo hasta transformarlo en ideología, en racionalismo espiritualista27, Aparecida parece ver la misma amenaza ahora con el sujeto humano que nace del anuncio del Evangelio. También éste está sometido a la posibilidad de un extravío que termine por identificarlo con un activista social, sin verdadera conciencia de pertenencia y de asombro por lo que ha encontrado, abstractamente referido a una doctrina que no encuentra verificación e incapaz de edificar un pueblo a Dios. Si María vence todas las herejías, (Tu sola cunctas haereses interemisti in universo mundo) según el antiguo dicho que ha entrado también en el Breviario Romano, en la hora de Aparecida está llamada, sobre todo, a vencer la herejía de un discipulado falso o incompleto: “Hoy, cuando en nuestro continente latinoamericano y caribeño se quiere enfatizar el discipulado y la misión, es Ella quien brilla ante nuestros ojos como imagen acabada y fidelísima del seguimiento de Cristo. Ésta es la hora de la seguidora más radical de Cristo, de su magisterio discipular y misionero”28. En efecto, para muchos cristianos el riesgo es de vivir un cristianismo más nocional que real: un conjunto de nociones tradicionales sin referencia a la vida. La falta de experiencia personal del acontecimiento cristiano incapacita para comprenderlo. No menor difusión parece adquirir hoy entre nosotros la reducción del cristianismo a ética, a valores comunes. Ha sido una tentación antigua. Ya san Agustín lo reprochaba a los pelagianos: “Este es el horrendo y oculto veneno de vuestro error: que pretendéis hacer consistir la Gracia de Cristo en su ejemplo y no en el don de su Persona”29. El Documento Conclusivo de la V Conferencia acogiendo plenamente la dimensión mariana del discipulado ha reconocido que allí encuentra “el mejor remedio para una Iglesia meramente funcional o burocrática” puesto que ella confiere “alma y ternura a la convivencia familiar...es paradigma de humanidad, es artífice de comunión”30. La mariología de Aparecida parte de la afirmación antropológica que el significado más exhaustivo de la criatura es pertenecer a Otro, es responder y seguir con el don de la propia libertad. Por eso Aparecida, queriendo de inmediato encontrar un espacio humano donde todo esto se encuentre de manera visible y acabada, advierte la necesidad de dirigir su mirada sobre la discípula por excelencia: 27 Cf Documento de Puebla, n.301. DC, n. 270. 29 San Agustín, Contra Iulianum Opus Imperfectum. 30 DC, n. 268. Brendan Leahy ha oportunamente decantado de Von Balthasar un análisis que se refiere al carisma femenino de la humanidad afirmando que: “sin la mariología el cristianismo se expone impercetiblemente a volverse inhumano. La Iglesia se vuelve funcionalista, sin alma, una empresa en continuo movimiento, sin descanso, y los proyectistas la dejan irreconocible. Y dado que en este mundo masculino todo lo que tenemos es una ideología que suplanta a otra, todo resulta polémico, crítico, amargo, exento de humor y, sobre todo, pesado, y la gente y las masas huyen de tal Iglesia. Cf B. Leahy, El principio mariano en la eclesiología de Hans Urs von Balthasar, p.152. 28 8 “Imagen espléndida de configuración al proyecto trinitario, que se cumple en Cristo, es la Virgen María. Desde su Concepción Inmaculada hasta su Asunción, nos recuerda que la belleza del ser humano está toda en el vínculo de amor con la Trinidad, y que la plenitud de nuestra libertad está en la respuesta positiva que le damos”31. La verdad del discípulo que María muestra con su personal experiencia es la de la pertenencia, la del vínculo, la de la libertad donada y relacional que no penaliza la criatura sino que la eleva a su más alta belleza. Aquí el discurso antropológico se proyecta en una pedagogía de la fe extremadamente relevante en tiempos de cambio epocal y nos recuerda que el discipulado no es una teoría, ni una serie de reglas por cumplir o de nociones por aprender, sino un camino educativo hacia el verdadero ser, hacia la verdad de si mismo provocada por la fascinación que Cristo ejerce sobre el corazón del hombre. Aparecida habla de “aspiraciones profundas despertadas por el encuentro con Cristo”, “atracción”, “asombro”32 suscitadas por una Presencia, de la misma forma que el yo se despierta por el atractivo de la realidad. En efecto nos sorprendemos interesados cuando aparece ante nosotros algo que nos fascina y atrae sacándonos de nuestra apatía y poniendo en movimiento razón y libertad. “El hombre cuanto más conoce la realidad y el mundo y más se conoce a si mismo en su unicidad, le resulta más urgente el interrogante sobre el sentido de las cosas y sobre su propia existencia”33. El dinamismo educativo que lleva los primeros discípulos a seguir a Jesús se funda todo sobre una pregunta existencial “¿qué buscáis?” (Jn 1,38), que los obliga a entrar en la identidad de si mismos, en ese conjunto de exigencias y evidencias que constituyen su rostro de hombre y que la Biblia llama sintéticamente “corazón”34. Esta pregunta equivale a pedir “¿quién eres?”; es una invitación a ir a lo más profundo de nuestro yo. Obliga a ponernos frente a nosotros mismos y reconocer la urgencia de una respuesta adecuada a la inmensidad de lo que nuestro corazón exige. María es discípula en esa profundidad del ser porque ella misma, ante la irrupción del misterio trinitario que entra radicalmente en su existencia, vuelve a su corazón, se pregunta sobre el sentido de las cosas y consigna su libertad ante el don recibido. Aparecida identifica aquí el magisterio discipular de la Virgen, reconociéndola como la persona humana más fascinante del acontecimiento que es la persona de Cristo Jesús: “La máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de “hijos en el Hijo” nos es dada en la Virgen María quien por su fe (cf Lc 1,45) y obediencia a la voluntad de Dios (cf Lc 1,38), así como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús (cf Lc 2,19.51) es la discípula más perfecta del Señor”35. Volviendo a la clave interpretativa que el Papa ha dado de todo el documento de Aparecida, - porque de esto en verdad se trata - podríamos decir que ha querido 31 DC, n. 141. Cf DC n. 244. 33 Juan Pablo II°, Encíclica Fides et Ratio, n. 1 34 Cf. 1 Sam 16,7; Dt 7,17; 1Re 3,9; Mc 2,6.8; 3,5) 35 DC, n. 266. 32 9 explicitar precisamente el siguiente dinamismo afirmando que “ser discípulo de Cristo es un camino de educación hacia nuestro verdadero ser, hacia la forma correcta de ser hombres”36. El discipulado de “talante mariano”37 proclamado en Aparecida encarna este modelo antropológico relacional que hoy, es más urgente que nunca recuperar para superar las estrecheces y las aporías de un modelo antropológico doblegado sobre si mismo (nuevo narciso) y pobre de relaciones (posee mucha ciencia y poca con-ciencia), rico de tener y aparentar, pero pobre de sentido y de esperanza.38 Los ataques culturales lanzados hoy contra la noción más profunda de la identidad y de la moralidad de los discípulos se han vuelto tan poderosos que parecen totalmente insuperables. Vivimos en una época en la que los cristianos están amenazados en su misma identidad. Esto quiere decir que ellos o son más discípulos, o sea adhieren a la fe bautismal de manera coherente, o terminan por homologarse a la mentalidad dominante. Aparecida subraya con fuerza que María enseña un discipulado encarnado en un proyecto de vida, siempre itinerante y completo sólo cuando alcanza la profundidad del misterio pascual de Cristo: “del Evangelio emerge su figura de mujer libre y fuerte, conscientemente orientada al verdadero seguimiento de Cristo. Ella ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como madre de Cristo y luego de los discípulos, sin que fuera ahorrada la incomprensión y la búsqueda constante del proyecto del Padre. Alcanzó, así, a estar al pie de la cruz en una comunión profunda, para entrar plenamente en el misterio de la Alianza”39. A la luz de María, el discipulado no es un momento puntual y tampoco una experiencia de conocimiento radiante, sino una verdadera peregrinación de maduración posible solo en la convivencia con el misterio del Hijo, a lo largo de toda su existencia y que también fue marcada por la dificultad de la comprensión. Ella fue discípula de su Hijo desde la Anunciación hasta el misterio Pascual. En Ella la fe ha tenido un verdadero desarrollo que ha requerido firmeza, perseverancia y, por sobre todo, una particular “fatiga del corazón”40. Esto es lo que la diferencia del camino de los demás discípulos quienes, aún estando unidos a Jesús por una confianza obediente, amistad e íntimo afecto, hallan difícil seguirlo en base a dos niveles: entrar en comunión con su vida que implica «cargar con la propia cruz» (Mt 16,24-25) y asimilar su enseñanza que transmite los misterios del reino de Dios (Mt 13,11-12). Por el contrario, ellos muestran dificultad en el seguir el ejemplo del maestro y en el comprender su enseñanza (Mc 6,52; Mt 16,4-12; Mt 15; Mc 4,13). La comunión con Jesús ha significado para la Madre una auténtica educación de la fe, marcada por una particular “fatiga del corazón”, una especie de noche oscura del alma. La de María fue una inteligencia de la fe, vivida en la fatiga de la obediencia, en el riesgo de la oscuridad y de la gradualidad de la comprensión. “En María, entonces, se opera una verdadera mistagogía (o introducción en el misterio) 36 Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana. Cf DC n. 43. 38 La relacionalidad es constitutiva de lo humano y teologicamente se funda en la comunicación divina con el Dios trinitario. Esta dimensión ha sido estudiada en relación a Maria en un reciente Congreso: Maria Persona in relazione, Atti del VI convegno AMI, Roma 8-9 settembre 2007, Theotokos, anno XV – 2007 – n. 2. 39 DC, n. 266. 40 Juan Pablo II°, Encíclica Redemptoris Mater, 25 de marzo de 1987, n.17. 37 10 permanente y progresiva que le permite penetrar en la verdadera identidad de Cristo y seguirlo en la comunión de vida hasta compartir el misterio pascual. Pre-avisada acerca del futuro del Mesías que se desarrollará bajo el signo de la contradicción u oposición (seméion antilegómenon: Lc 2,34) de parte de los adversarios, ella participa del sufrimiento de Jesús incomprendido y finalmente asesinado por mano de los impíos, como si una espada le traspasase el alma (Lc 2,35).”41 Sin caer en la retórica se puede afirmar que en el Documento de Aparecida la Virgen ha sido propuesta a la Iglesia en América Latina y a todo el mundo como la primera y más perfecta discípula porque en su vida se hallan reunidos de manera eminente los contenidos del ‘estatuto discipular’: la fe42 (Cf Jn 14,1), que en María llega a definir su identidad – ella es “la creyente” (Lc 1,45) – y a ser causa de su bienaventuranza (cf ib.) y de su maternidad ya que “creyendo concibió”; la abnegación43 (cf. Mt 16,24; Lc 14,26-27), porque ella, olvidándose a si misma, se hizo don para los demás (cf Lc 1,39-45), vivió atenta a las necesidades de su prójimo (cf Jn 2,1-5); la acogida de la Palabra44, que fue una actitud característica en ella (cf. Lc 1,38; 2,19.51; 11,27-28), ‘pobre del Señor’, crecida en el amor y la observancia de la ley (cf. Lc 2,22-24.27.39.41); el servicio recíproco45 (cf. Mc 10,42-45; Mt 20,24-28; Lc 22,24-27), típico de los amigos de Jesús (cf. Jn 13,14-15), y el servicio a la causa del Reino,46 por el cual María se ofreció totalmente como la sierva del Señor a la persona y a la obra de su Hijo; la condivisión del destino del Maestro47 (cf. Jn 15,20) ya que ella estuvo indisolublemente unida al Hijo en el amor, en el dolor (cf Lc 2,34-35), en la gloria; la experiencia de la cruz48 (cf. Mt 16,24; Lc 14,27), que en María alcanzó su máxima cota ya que, llena de fe, estuvo bajo la cruz del Hijo, acogiendo las palabras del Salvador moribundo (cf. Jn 19,25-27); la vigilancia activa y orante (cf. Mt 24,22-44; Mc 13,33-37; Lc 21,36) que en María, miembro e icono de la Iglesia, se hizo espera de la venida del Espíritu en Pentecostés (cf. Hechos 1,14) y ardiente deseo de la última venida del Señor: “el Espíritu y la esposa dicen: “¡Ven!” (Ap. 22,17); la comunión hombre/mujer y la dignidad de la mujer expresada por la praxis de Jesús (cf Jn 4,27; Jn 8,1-11; Lc 8, 1-3; Mt 28, 9-10) que se hace evidente en el canto de María “discípula por excelencia entre discípulos”49 y mujer capaz de comprometerse con su realidad y de tener una voz profética ante ella. 4. María, la discípula que construye y crea comunión. María de Nazaret, desde su aparecer en la historia, se presenta como persona “en comunión”, según la triple dimensión relacional teológica, humana y cosmológica. El contraste que Ella evidencia sea con la historia dolorosa de la humanidad como con la cultura dominante empapada de individualismo, culto de si mismos, búsqueda 41 S. De Fiores, Maria, Madre y discípula, formadora de los discípulos misioneros, en Maria, madre de discípulos: Encuentro continental de pastoral mariana y congreso teológico pastoral-mariano, Ed. Celam, Bogotá 2007, p. 41. 42 DC, n.266. 43 DC, n. 553. 44 DC, n. 271. 45 DC, n. 272; 46 DC, n. 267. 47 DC, n. 280, b. 48 DC, n. 266. 49 DC, n. 451. 11 exasperada de la felicidad, agudiza los síntomas de una sociedad fragmentada y sin vínculos, es dramático. La sociedad global, enfatizando el yo y su auto realización, no favorece el amor: propone más bien un modelo consumista, donde el otro, el tú, interesa solo como transacción de negocio. En la mejor de las hipótesis, los demás son evaluados como compañeros de aventura en la actividad del consumo esencialmente solitario, socios en los goces del consumo, cuya presencia y activa participación puede sólo contribuir a acrecentar tales placeres. En este “mundo liquido”50 amar al prójimo como a si mismo no es más percibido como acto de nacimiento de la humanidad, como regla de oro de la vida moral. La solidaridad humana es la primera víctima del triunfo del mercado del consumo y el ansia engendrada por el miedo vuelve a levantar muros de división entre los individuos, los grupos, los pueblos. Es la muerte de la comunidad humana que, por el contrario, se construye sobre la reciprocidad, el amor y el servicio a partir del más débil. Aparecida reconoce y propone a María como modelo acabado de humanidad reconciliada y reconciliadora y para construir y crear relaciones de comunión entre los discípulos. Es evidente que se trata de un rasgo de los más primordiales y experienciales de la historia bíblica de María y de la fe los pueblos latinoamericanos que, alrededor de Ella han tenido vivencias compartidas, han forjado lo más hermoso de su cultura, han descubierto la pertenencia a Dios y se han experimentado a si mismos como hermanos. Han sido esos los momentos privilegiados, vividos principalmente a la sombra de los santuarios marianos, cuando la piedad mariana se ha hecho educacionalmente operativa, transformadora y cuando se han anudado auténticas vivencias de amor a la Madre de Dios. El resultado ha sido el de volver a tener el rostro de hijos y hermanos: “Nuestros pueblos...también encuentran la ternura y el amor de Dios en el rostro de Maria. En ella ven reflejado el mensaje esencial del Evangelio. Nuestra Madre querida, desde el santuario de Guadalupe, hace sentir a sus hijos más pequeños que ellos están en el cuenco de su manto. Ahora, desde Aparecida, los invita a echar las redes en el mundo, para sacar del anonimato a los que están sumergidos en el olvido y acercarlos a la luz de la fe. Ella, reuniendo a los hijos, integra nuestros pueblos en torno a Jesucristo”51. El “Si” de María es un acto de libertad personal de un alcance tan amplio que, traduciendo el concepto expresado por Aparecida, podríamos llamarlo teoantropológico puesto que se abre ante la historia de la humanidad, como diálogo humano con el Padre, en orden al cumplimiento de los tiempos escatológicos. Este “si” que inaugura la historia nueva se cumple en el “si” de la Cruz, donde la Virgen Madre es conducida a la maternidad universal, no de manera abstracta, sino tan concreta que la lleva a colaborar a la generación de la comunidad de los discípulos como nueva Eva. La historia de la humanidad se construye según esta dinámica del amor sin límites y no según el delirio de omnipotencia que contaminó al primer Adán y la primera Eva; no 50 La expresión pertenece a Zygmunt Bauman quien vuelve a menudo sobre la estructura relacional de la persona y sobre las graves dificultades que encuentra para realizarse. En su obra “Amore liquido” evidencia todo esto con mayor atención. Cf Z. Bauman, Amore liquido, Laterza, Bari-Roma 2004, pag. 107-163. 51 DC, n. 265. 12 según los proyectos de alcanzar el cielo sin Dios, como en la torre de Babel que se desmorona en el fracaso de la confusión y de la anti-comunión: “Maria de Nazaret es interlocutora del Padre en su proyecto de enviar su Verbo al mundo para la salvación humana y con su fe llega a ser el primer miembro de la comunidad de los creyentes en Cristo, y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos”52. “Perseverando junto a los apóstoles a la espera del Espíritu (cf Hch 1,13-14), cooperó con el nacimiento de la Iglesia misionera imprimiéndole un sello mariano que la identifica hondamente. Como madre de tantos, fortalece los vínculos fraternos entre todos, alienta a la reconciliación y el perdón, y ayuda a que los discípulos de Jesucristo se experimenten como una familia, la familia de Dios. En Maria, nos encontramos con Cristo, con el Padre y con el Espíritu Santo, como asimismo, con los hermanos”53. La misión de María en la economia de la salvación, nos recuerda Aparecida, no es nunca un acto cerrado, o privado. Por el contrario, su protagonismo se despliega en una historia que hunde sus raíces en el proyecto de amor Trinitario y que culmina en la “plenitud de los tiempos”. “El nacido de mujer” (Ga 4,4) es sin duda Cristo, el hijo de Maria, esperado de los tiempo y promesa de la historia, pero ya a partir de ese nacimiento, con todo el proceso dinámico de la maternidad que comprende el concebir, el educar, el acompañar, se empieza a gestar la maternidad nueva de los discípulos de su Hijo. Será parto de dolor y de gozo que María protagoniza continuamente y del cual los pueblos latinoamericanos se sienten generados: “Con ella, providencialmente unida a la plenitud de los tiempos (cf Ga 4,4), llega a cumplimiento la esperanza de los pobres y el deseo de salvación. La Virgen de Nazaret tuvo una misión en la historia de la salvación, concibiendo, educando y acompañando a su Hijo hasta el sacrificio definitivo. Desde la cruz, Jesucristo confió a sus discípulos, representados por Juan, el don de la maternidad de Maria, que brota directamente de la hora pascual de Cristo: “Y desde aquella hora el discípulo la recibió como suya” (Jn 19,27)54. Si el proyecto de “comunión” preside toda la economía de la salvación, el rol de la mujer plenamente en comunión no sará nunca algo decorativo, sino “indispensable y decisivo”: “Presencia materna indispensable y decisiva en la gestación de un pueblo de hijos y hermanos, de discípulos y misioneros” es el rol que Aparecida reconoce a la Virgen para que la Iglesia en América Latina y el Caribe sea “morada de sus pueblos, casa de los pobres de Dios [...] Iglesia que refleja, vive y comunica ese don de inaudita unidad que encuentra en la comunión trinitaria su fuente, modelo y destino”55. 52 DC, n. 266. DC, n. 267. 54 DC, n. 267. 55 Cf DC, n. 524. 53 13 Esta afirmación de Aparecida nos muestra a la Iglesia como “casa de familia”, “morada de los pueblos”, “casa de los pobres de Dios”: el imperativo de anudar vínculos es el programa pedagógico de la Iglesia. La pastoral mariana, en tiempos de inestabilidad cultural, - ha escrito oportunamente el Padre Joaquín Allende Luco – cuando el drama antropológico de nuestro tiempo, es el desplome y el raquitismo de los vínculos y, con ello, la disolución de las culturas vigorosas y la proliferación del nihilismo con sus pobres hilachas de cultura, apunta a que – en personas y comunidades crezca un tal vínculo con la Madre de la Iglesia. El vínculo personal es un carisma por excelencia de la marianidad56. Aparecida reconoce en la Virgen María ese hondo protagonismo materno a servicio de la formación de la Iglesia-familia, donde los discípulos se descubren más hermanos. El coraje de educar a la escuela de María se traduce en términos de proyecto concreto y de decisión de actuar la educación mariana como educación integral de la personalidad del discípulo. La madre plenamente madre, no sólo engendra personas, sino que educa personalidades. María es la educadora de nuestra madurez humana y de nuestra santificación: “Como en la familia humana, la Iglesia-familia se genera en torno a una madre, quien confiere “alma” y ternura a la convivencia familiar, Maria, Madre de la Iglesia, además de modelo y paradigma de humanidad, es artífice de comunión. Uno de los eventos fundamentales de la la Iglesia es cuando el “sí” brotó de Maria. Ella atrae multitudes a la comunión con Jesús y su Iglesia, como experimentamos a menudo en los santuarios marianos.”57 Se puede afirmar que el rasgo pedagógico que Aparecida privilegia es el de María como educada por Cristo y educadora de Cristo y de los cristianos. Educar teniendo presente su su ejemplaridad significa descubrir la misión de aquella continua generación que se realiza como acogida y acompañamiento en la vida58. El ser cristiano ofrece al proceso educativo las metas más altas a las que puede llegar, por medio de desarrollo 56 57 Cf J. Allende Luco, Para que nuestra America viva, Ed. Nueva Patris, Santiago de Chile 2007, 63-64. DC, n. 268. 58 Cf Juan Pablo II°, catequesis miércoles 4 de dicembre de 1996, “Aunque se realizó por obra del Espíritu Santo y de una Madre Virgen, la generación de Jesús, como la de todos los hombres pasó por las fases de la concepción, la gestación y el parto. Además, la maternidad de María no se limitó exclusivamente al proceso biológico de la generación, sino que, al igual que sucede en el caso de cualquier otra madre, también contribuyó de forma esencial al crecimiento y desarrollo de su hijo. No sólo es madre la mujer que da a luz un niño, sino también la que lo cría y lo educa; más aún, podemos muy bien decir que la misión de educar es según el plan divino, una prolongación natural de la procreación. María es Theotokos no sólo porque engendró y dio a luz al Hijo de Dios, sino también porque lo acompañó en su crecimiento humano [... ]. La misión educativa de María, dirigida a un hijo tan singular, presenta algunas características particulares con respecto al papel que desempeñan las demás madres. Ella garantizó solamente las condiciones favorables para que se pudieran realizar los dinamismos y los valores esenciales del crecimiento, ya presentes en el hijo. Por ejemplo, el hecho de que en Jesús no hubiera pecado exigía de María una orientación siempre positiva, excluyendo intervenciones encaminadas a corregir. Además, aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y en las tradiciones del pueblo de Israel, será él quien revele, desde el episodio de su pérdida y encuentro en el templo, su plena conciencia de ser el Hijo de Dios, enviado a irradiar la verdad en el mundo, siguiendo exclusivamente la voluntad del Padre. De "maestra" de su Hijo, María se convirtió así en humilde discípula del divino Maestro, engendrado por ella”. 14 libre de la fe y de la obediencia al designio del Padre, como sucedió en María desde el momento de la anunciación hasta el Calvario, donde el don de sí la llevó a expropiarse de sus más íntimas exigencias de madre en favor de una maternidad universal para la vida plena de cada hombre y de cada mujer: “[María] crea comunión y educa a un estilo de vida compartida y solidaria, en fraternidad, en atención y acogida al otro, especialmente si es pobre y necesitado. En nuestras comunidades, su fuerte presencia ha enriquecido y seguirá enriqueciendo la dimensión materna de la Iglesia y su actitud acogedora, que la convierte en “casa y escuela de comunión” y en espacio de espiritualidad que prepara para la misión”59. María maestra y educadora por excelencia: camino de Dios hacia el hombre y del hombre hacia Dios es por eso metodología de la educación cristiana, no en el sentido teórico, sino en el sentido de excelencia y de paradigma universal. En Aparecida se instaura una nueva paideia, cristocéntrica: “Haced lo que Él os diga”(Jn 2,5); donde el amor es reconocido como regla suprema de toda relación humana. Con su maternidad espiritual María es lugar del encuentro entre Dios y el hombre, el modelo de toda creatura que reconoce el absoluto/Dios y cree en Él y en su palabra. En María se realiza el encuentro paradigmático de la criatura abierta a la trascendencia y modelo de todo discípulo y del hacerse discípulo. 5. María discípula consagrada para la misión El Documento de Aparecida, habiendo asumido que discipulado y misión son las dos caras de una misma medalla, reconoce con facilidad, incluso si el icono de una María misionera es extraño al imaginario colectivo de los cristianos, que la proto discípula no puede no ser a la vez la proto misionera. Los datos neo testamentarios que hacen de ella, naturalmente después de Cristo consagrado y enviado al mundo (cf. Jn 10,36) y en comunión con los apóstoles, la primera y más alta expresión de la Iglesia evangelizadora, son claramente identificados en el documento de Aparecida y hacen referencia en modo explícito al milagro de Caná con su exhortación a hacer lo que Jesús nos diga (cf Jn 2,5)60, de la Visitación (cf Lc 1,39-45), donde enseña, sobe todo a salir de nosotros mismos en camino de sacrificio, amor y servicio61 y en el hecho que, en torno a ella volvemos a recibir con estremecimiento el mandato misionero de su hijo: Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos (Mt 28, 19)62. En realidad, ya desde el anuncio del ángel, emerge que la consagración-vocación de María fue ordenada esencialmente a la maternidad mesiánica (cf. Lc 1,30-33). Lo cual no significa que la misión de la Virgen Madre se haya limitado a dar a luz al Salvador, ya que a lo largo de 59 DC, n. 272. DC, n. 364. 61 DC, n. 553. 62 DC, n. 364. 60 15 toda su vida ella, como «proto misionera», anticipa a la Iglesia en la dinámica «consagración en el Espíritu-misión apostólica». “La Virgen de Nazaret tuvo una misión única en la historia de la salvación, concibiendo, educando y acompañando a su hijo hasta su sacrificio definitivo. Desde la cruz, Jesucristo confió a sus discípulos, representados por Juan, el don de la maternidad de Maria, que brota directamente de la hora pascual de Cristo:”Y desde aquel momento el discípulo la recibió como suya” (Jn 19,27). Perseverando junto a los apóstoles a la espera del Espíritu (cf Hch 1,13-14), cooperó con el nacimiento de la Iglesia misionera, imprimiéndole un sello mariano que la identifica hondamente”63. La Virgen desempeñó con su niño los cuidados maternales que cualquier madre cumple come gestos muy humanos propios de la esfera natural como: envolverlo en pañales o amamantarlo y gestos que son propios de la “esfera religiosa”, comunes a todas las madres de Israel, como fue el presentarlo al templo. Sin embargo, en la perspectiva de los evangelios los gestos cumplidos por la Virgen no son acciones que se puedan circunscribir en la “esfera privada”: ellos poseen siempre un valor simbólico permanente y universal, valioso para todos los tiempos y para todos los discípulos y discípulas del Señor. En otras palabras poseen un valor salvífico. Aparecida recoge estos datos que ya son parte de la mirada con la que la Iglesia comprende el rol único de la Virgen en la economía de la salvación y, a la vez, contempla que hay otras misiones de la Virgen que están en estrecha conexión con la maternidad mesiánica y que de brotan de ella. Se trata de la misión que los pueblos latinoamericanos han experimentado en la evangelización fundante y que constituye una memoria imborrable del protagonismo mariano que ha impreso un sello que la identifica hondamente. El servicio misionero de María ha sido para los pueblos del continente latinoamericano un experiencia hasta tal punto decisiva que constituirá la clave hermenéutica para comprender el hondo y permanente actuar misionero de la Virgen. María ha escuchado el clamor de vida que surgía de nuestros pueblos cuando el anuncio del Evangelio sufría las contradicciones de la espada y de la conquista y se hizo peregrina de la fe, consoladora de los pobres, sanadora de heridas sangrantes y mundos destrozados. Alrededor de la madre se gestó la unidad entre los pueblos sin que hubiera vencidos ni vencedores. En América Latina la marianidad, en clave simbólica, tiene raíces en el mito fundante de la cultura, en el acontecimiento del Tepeyac, perpetuado en el ícono del rostro mestizo de María de Guadalupe. Fue el Pentecostés de América, presidido por María y el humilde Juan Diego que abrió la efusión de los dones del Espíritu sobre nuestros pueblos. Este es el dato que desde Puebla en adelante forma parte de la comprensión más original y encarnada acerca de la misión de la Virgen: “María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros. Ella, así como dio a luz al Salvador del mundo, trajo el Evangelio a nuestra América. En el acontecimiento guadalupano, presidió, junto al humilde Juan Diego, el Pentecostés que nos abrió los 63 DC, n. 267. 16 dones del Espíritu. Desde entonces, son incontables las comunidades que han encontrado en ella la inspiración más cercana para aprender cómo ser discípulos y misioneros de Jesús. Con gozo, constatamos que se ha hecho parte del caminar de cada uno de nuestros pueblos, entrando profundamente en el ejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles y significativos de su gente”64. La visita de Nuestra Señora al continente latinoamericano es comparable con el acontecimiento de la Visitación, momento de la efusión del Espíritu y primordial Pentecostés. Cada acción, cada palabra de aquel evento bíblico salvífico tuvo su fuente en la gracia del Espíritu. Del Espíritu trajo origen la prisa con la que María realizó su viaje (cf Lc 1,39); del Espíritu procedió el sobresalto de gozo de Juan aún en el seno de su madre (cf Lc 1,40.44) y el saludo de bendición de Isabel a María; del Espíritu vino la luz que permitió a la esposa de Zacarías de reconocer en la esposa de José a “la madre del Señor” (cf Lc 1,43), a Juan de advertir la presencia del Mesías; del Espíritu procedió la gracia que santificó al profeta y el cántico que brota del corazón de la Virgen (cf Lc 1,4655). A la mirada de los obispos de América Latina, no parecen exagerados, por lo tanto, los títulos con los que se llama a María “imagen perfecta de discípula misionera”65, “primera discípula y gran misionera de nuestros pueblos”66 y “gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros”67 en cuanto se ofrece como el prototipo, después de Cristo, de la dinámica consagración-misión. Tocamos así también un punto crítico de la misionariedad hoy68 cuando, a causa de una creciente confusión en este nivel surge en muchos la objeción si acaso es lícito también hoy "evangelizar" y si no sería mejor exponer sólo las propia ideas sin favorecer ninguna conversión y respetando la conciencia de los demás. Hoy en día, hay una confusión creciente que induce a muchos a desatender y dejar inoperante el mandato misionero del Señor (cf. Mt 28, 19). A menudo se piensa que todo intento de convencer a otros en cuestiones religiosas es limitar la libertad. Sería lícito solamente exponer las propias ideas e invitar a las personas a actuar según la conciencia, sin favorecer su conversión a Cristo y a la fe católica: se dice que basta ayudar a los hombres a ser más hombres o más fieles a su propia religión, que basta con construir comunidades capaces de trabajar por la justicia, la libertad, la paz, la solidaridad. Además, algunos sostienen que no se debería anunciar a Cristo a quienes no lo conocen, ni favorecer la adhesión a la Iglesia, pues sería posible salvarse también sin un conocimiento explícito de Cristo y sin una incorporación formal a la Iglesia. 64 DC, n. 269. Cf también n. 4: “La visitación de Nuestra Señora de Guadalupe fue acontecimiento decisivo para el anuncio y reconocimiento de su Hijo, pedagogía y signo de inculturación de la fe, manifestación y renovado impulso misionero de propagación del Evangelio”. 65 DC, n. 364. 66 DC, n. 25. 67 DC, n. 269. 68 Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización, Roma, 3 de diciembre de 2007. 17 También en este sentido en la escuela de María, se vence una de las más graves formas de agnosticismo y relativismo presentes en el pensamiento contemporáneo y de desconfianza en la verdad que, en el contexto actual, sería imposible de encontrar. Aquí la presencia de María, que acoge en su seno como don a Aquél que ha dicho “yo soy la Verdad” (Jn 14,6) y parte de prisa para compartirla, (cf Lc 1,39) se funde con la de toda la tradición apostólica y eclesial: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3) y denuncia lo que llevaría a perder lo único que puede atraer la inteligencia y fascinar el corazón del hombre. Detener la mirada sobre María y reconocerla como imagen perfecta de la discípula misionera, significa para los obispos latinoamericanos, volver a recibir “con estremecimiento”, junto con ella y en torno a ella, el mandato misionero de su Hijo: Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos (Mt 28,19) y escucharlo como comunidad de discípulos misioneros, que han experimentado el encuentro vivo con Cristo y quieren compartir todos los días con los demás esa alegría incomparable69. 69 Cf. DC., n. 364. 18