Multiculturalismo en Israel: ente el modelo ideal y el proceso histórico

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Multiculturalismo en Israel: ente el modelo ideal y el proceso histórico
Por: Sergio Rotbart
Los bienes de la globalización han hecho impacto en Israel tanto como los males que
conlleva. Fundamentalmente, el país vive en la contradicción de una nación que
pregona la unión del pueblo alrededor de valores compartidos, pero que en sus
prácticas neo-liberales ha conducido a una brecha económica sin precedentes.
Cuando
el
estado
amalgamadora
se
de
bienestar
desmiembra,
contenido
el
idílico
en
el
sionismo
multiculturalismo
como
se
ideología
convierte
en
sectorialismo salvaje.
Había una vez un israelí que trabajaba en la sucursal telavivense de una empresa
multinacional con base en los Estados Unidos. Volvió una noche a su casa en su
automóvil japonés. Su mujer, que trabajaba en una firma de importación de cocinas
alemanas, ya estaba en casa. Su pequeño auto italiano solía desplazarse más
rápidamente en el torbellino del tráfico. Tras una cena consistente en carne
argentina, zanahorias de California, miel mexicana, queso francés y vino español, se
sentaron a ver un programa en su televisor, fabricado en Singapur. El programa era
un documental sobre la Guerra del Golfo, durante la cual el gobierno israelí liderado
por el nacionalista Itzjak Shamir aceptó la presión norteamericana de no responder
por la vía militar a los ataques de misiles iraquíes, y en cambio confiar en el accionar
de la primera potencia mundial. Mientras lo contemplaban, se sentían calurosamente
patrióticos, y muy orgullosos de ser israelíes.
Esta paráfrasis de un texto de Raymond Williams sobre el nacionalismo a fines del
siglo XX, originalmente ejemplificado mediante el caso inglés de la guerra de las
Malvinas-Falkland, en pleno auge de la liberalización y transnacionalización de la
economía
británica
impulsadas
por
Margareth
Thatcher,
resulta
sumamente
oportuna y vigente para comenzar a desentrañar el dilema del alcance y las
características de la identidad nacional en una sociedad tan integrada a la economía
internacional moderna y al libre mercado capitalista "globalizado" como lo es la
actual sociedad israelí. Efectivamente, los poderosos elementos internacionales y
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supranacionales han penetrado en la realidad israelí de un modo extraordinario en
los últimos años, coexistiendo con las viejas ideas sobre la nacionalidad y la
identidad colectiva. Esos elementos no sólo se manifiestan en el caso de los
mercados mundiales de alimentos y de bienes manufacturados, sino también en la
pertenencia activa a una alianza política y militar y a una comunidad económica
supranacional.
La coexistencia de una economía transnacional con la vigencia del estado-nación
como marco representativo de las identidades y grupos sociales tiende a reforzar el
argumento según el cual el nacionalismo es una "construcción" ideológica –y, por lo
tanto, artificial- cada vez más alejada de las necesidades y prácticas concretas que
componen esos marcos colectivos. Lo que intelectuales como el citado Williams, Eric
Hobsbawm y Benedict Anderson sostuvieron acerca del carácter construido y
homogeneizador del nacionalismo en general, en Israel se tradujo en la crítica "postsionista" al consenso nacional supuestamente basado en un modelo monolítico que
dio lugar a prácticas y discursos discriminatorios contra otros grupos nacionales (los
árabes-palestinos) o comunidades judías de origen distinto a la elite ashnkenazí (los
inmigrantes judíos de los países árabes). Según esa líneas de pensamiento que
cuestiona el pasado y la vigencia del sionismo en Israel, el viejo modelo del "crisol
de diásporas ya no responde al proceso actual, en el que la pluralidad de
comunidades, culturas y sectores es más determinante de las relaciones sociales
existentes que el presunto denominador común basado en una identidad nacional
homogénea. Muchos analistas de este fenómeno incluso llegan a afirmar que la
sociedad israelí de hoy es ya multicultural, más cercana al modelo de convivencia
entre distintas comunidades étnicas que caracteriza a los Estados Unidos que al de
estado-nación más integral de algunos países europeos.
DEL CRISOL DE DIASPORAS A LOS ENCLAVES CULTURALES
Sin embargo, hay dos componentes que caracterizan al multiculturalismo -al menos
a su tipo ideal- cuya existencia en el caso israelí es, cuanto menos, parcial y
marginal: el pluralismo, entendido como el respeto a los derechos y las prácticas
del otro, de lo distinto, y una identidad colectiva que, respetando las diferencias,
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aglutine a los distintos grupos en un común denominador (como podría ser la
identificación con la democracia y la idea de solidaridad social).
Por el contrario, la sociedad israelí de las últimas tres décadas atraviesa un proceso
de fragmentación, tribalización de las diferencias culturales, polarización ideológica y
profundización de la brecha social cuyo resultado es la coexistencia, en estado de
tensión latente o de conflicto abierto, de varios enclaves socioculturales. Es más
probable que un israelí laico, de origen ashkenazí, con una afiliación política de
centro-izquierda, sienta mayor afinidad con el mundo de valores, ideas y costumbres
de un judío laico norteamericano o italiano que con el de otro israelí de origen
oriental, tradicionalista y votante del partido Shas.
De acuerdo a la clasificación efectuada por el sociólogo Baruj Kimmerling, en Israel
se están consolidando culturas e identidades separadas una de la otra: la religiosanacional, la ultra-ortodoxa (judía pero no sionista), la oriental-tradicionalista, la
árabe israelí y la de la clase media laica. Esta última, que constituyó la base principal
sobre la que se forjó y desarrolló la cultura dominante llamada "cultura israelí", está
perdiendo su hegemonía cultural, paralelamente a la caída del poder del estado,
pero conserva su centralidad como clase. Kimmerling explica que la clase media-alta
laica preserva su dominio en los grandes negocios, el comercio y la industria, los
medios de comunicación institucionalizados, los altos grados del ejército y la
academia, aunque también en estas áreas se percibe cierta erosión de su posición
dominante. Pero este sector lentamente comienza a tomar conciencia de su carácter
de clase estrecho y de su pérdida de hegemonía cultural, y bosqueja los nuevos
límites de su "comunidad imaginada". La primera expresión contracultural que logró
independizarse de la cultura dominante, con la intención de reemplazarla o al menos
luchar por ese espacio, fue la cultura nacionalista-religiosa militante encarnada en el
movimiento Gush Emunim (sobre cuyos miembros incluso el líder socialista Yaacov
Jazan dijo que eran los "nuevos jalutzim" -pioneros-). Desde mediados de la década
del ´90 esa posición de desafío y lucha por la hegemonía cultural la ocupa
fundamentalmente Shas.
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El espectacular crecimiento de Shas en los últimos años expresa la expansión de un
fenómeno ya existente en la sociedad israelí, aunque en este caso se le ha sumado
el componente étnico. Se trata de los grupos religiosos ultra-ortodoxos no-sionistas
o antisionistas cuya relación con el estado judío es puramente instrumental, guiada
por la persecución de fines sectoriales (recursos para financiar sus organizaciones y
preservar su autonomía, además de la imposición de preceptos religiosos a nivel
nacional). El rasgo distintivo de Shas con respecto a las otras corrientes religiosas
ortodoxas, además del mencionado aspecto étnico, es que permite la participación
de miembros que no cumplen con el ideal prescriptivo de consagrarse al estudio de
la Torá, pero alcanza con que respeten el descanso sabático y/o envíen a sus hijos a
una escuela de su red educativa para que sean aceptados como parte del
movimiento. En este sentido, la red social, educativa y religiosa de Shas actúa como
una suerte de estado dentro del estado, cumpliendo funciones de asistencia y
bienestar social que el estado israelí viene sesgando y desmantelando, al dar lugar a
que las fuerzas del mercado actúen en su lugar.
DEL COLECTIVISMO ESTATAL AL INDIVIDUALISMO MERCANTIL
Lo que por lo general no está explicitado ni sugerido en la tesis del multiculturalismo
es que el pasaje del monolitismo del estado-nación al pretendido pluralismo de la
sociedad civil y los movimientos sociales es que también implica el pasaje de ciertas
formas de equidad social, cuando el estado de bienestar aún funcionaba como tal, al
individualismo posesivo del mercado, en el que no hay correctivos para las
desigualdades que éste produce. El nacionalismo y el apego a las formas
tradicionales de identidad colectiva aún perduran en el capitalismo transnacional
precisamente porque el mercado y el consumo no pueden satisfacer todas las
necesidades humanas, esencialmente no lucrativas, de nutrición y atención, apoyo y
comodidad, amor y fidelidad, pertenencia y participación. El hecho de que existan
hoy en día, aun en sociedades materialmente ricas, tantas personas desatendidas y
despojadas, es sin duda un problema público. Dejar ese problema en manos del
mercado es un remedio peor que la enfermedad, porque las relaciones mercantiles
están guiadas por la persecución del lucro privado, no por intentar resolver asuntos
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públicos como la pobreza, la desocupación, la degradación del medio ambiente y los
derechos de los trabajadores extranjeros.
Resulta paradójico que hoy en día la mayoría de los políticos aún aferrados a una
concepción monolítica del sionismo, que suelen hablar de los valores tradicionales
del arraigo, la integridad territorial, el pueblo y la lealtad sean quienes también
promuevan la política de privatizaciones y expansión del mercado, dominado por los
capitales transnacionales, en la economía nacional. Hoy en día tanto laboristas como
nacionalistas de derecha comparten la común adhesión a la doctrina neoliberal, cuya
aplicación profundiza la fragmentación social, pero siguen endiosando a la unidad y
el consenso nacional como ideales inmaculados de la sociedad. Mientras que las
prácticas concretas y materiales conducen al individualismo y el interés sectorial, el
discurso ideológico sigue fiel al colectivismo y a un comunitarismo imaginario,
inexistente en la vida real.
Por otro lado, los críticos "post" del esencialismo sionista ven como un fenómeno
positivo la declinación del estado-nación y el supuesto ingreso a la era multicultural,
que estaría caracterizada por un universalismo democrático. La coexistencia híbrida
de mundos culturalmente diversos y autónomos no garantiza, sin embargo, la
eliminación de la opresión y la discriminación. Al colocar el acento en los grupos
culturales y movimientos sociales particulares se corre el riesgo de subestimar o
ignorar lo que ocurre en la totalidad de la formación social, en la que prevalecen las
desigualdades y las relaciones de dominación inherentes al desarrollo capitalista. La
preocupación por la integridad social ha pasado a ser una propiedad casi exclusiva
de la derecha nacionalista, que propone la integridad territorial como componente
principal de la identidad nacional. La izquierda, en cambio, ha aceptado renunciar a
ese componente pero, junto con ello, también ha renunciado a proponer nuevas
formas de solidaridad social, con lo cual ha pasado a ser condescendiente con la
desarticulación de la sociedad en fragmentos separados casi por completo.
Como sucede a nivel mundial, en una etapa en que el capitalismo de corte neoliberal
ha alcanzado una expansión y hegemonía sin precedentes, también en Israel el
desafío para cualquier izquierda que aspira a ser una fuerza popular y, a la vez,
alternativa a un orden esencialmente injusto, es construir un espacio público que
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garantice el desarrollo económico y la igualdad de oportunidades para todos y, a la
vez, sea fiel expresión de las distintas comunidades autónomas que componen el
marco nacional. Mientras tanto, en una realidad en la que la lucha por la hegemonía
cultural se ha acentuado notoriamente está claro cuál es la fuerza residual: el
sionismo laico de corte laborista, cuál es la fuerza emergente: el sectorialismo y el
individualismo posesivo, pero no se ha consolidado a‫ת‬n ninguna fuerza hegemónica.
El multiculturalismo, por lo tanto, en el contexto israelí es más un mito que una
fuerza social real.
Material extraído de la página de Hagshamá. www.wzo.org.il/es
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