El siguiente texto puede ayudar a reflexionar y a entender mejor la necesidad que los sacerdotes tenemos para vivir cada vez mejor la fraternidad sacramental y lo que debemos vivir para realizar mejor nuestra misión. Por eso pedimos mucha oración para lograr lo que Cristo quiso de sus discípulos: “Que sean uno como mi Padre celestial y yo somos uno” L A F R A T E R N I D A D S A C E R D O T A L CANTO: TAN CERCA DE MI TAN CERCA DE MI TAN CERCA DE MI QUE HASTA LE PUEDO TOCAR, JESUS ESTA AQUI. Míralo a tu lado por la calle, caminando entre la multitud. Muchos ciegos van sin quererlo ver llenos de ceguera espiritual. Le hablaré muy quedo al oído, le diré las cosas que hay en mí, y que sólo a El le interesarán, El es mas que un mito para mí. No busques a Cristo en lo alto, ni lo busques en la oscuridad, muy dentro de tí, en tu corazón puedes adorar a tu Señor. 1. REFLEXION: SU NATURALEZA: (Se Sugiere invitar a todos poner atención a esta reflexión para que después compartan entre todos o por grupos las ideas más significativas e importantes y posteriormente a modo de petición pedir a Dios por los sacerdotes) ¿QUE ES LA FRATERNIDAD SACRAMENTAL?. El presbiterio es un signo colectivo del Buen Pastor, pero sólo es tal en la medida en que sea una “fraternidad” o comunión. De ahí que el Concilio Vaticano II hable de “íntima fraternidad sacramental”: “Los presbíteros, constituidos en el orden del presbiterado, se unen entre sí por la íntima fraternidad sacramental” (PO. 8). Por el sacramento del Orden se crea una especial comunión entre todos los que participan del sacerdocio ministerial de Jesucristo. Hacer real esta “sacramentalidad” del presbiterio, como una concretización de la sacramentalidad de la Iglesia, es un punto base de la espiritualidad del sacerdote, especialmente del llamado “diocesano” o “secular”. La comunión presbiteral tiene una base ontológico-funcional: arranca de la «común ordenación sagrada y de la común misión», como ya notara la Constitución «Lumen gentium» al hablar de la unión de los sacerdotes entre sí (LG. 28). No se trata de un consejo encaminado a promover la santidad sacerdotal, aunque a ello contribuyen grandemente las cálidas relaciones de amistad entre los presbíteros. La «fraternidad sacramental» es como un vínculo de consanguinidad que une a todos los miembros del presbiterio: por las venas del espíritu de todos los sacerdotes corre la sangre de un mismo sacramento, y sobre los hombros de todos pesa la común misión apostólica. Por el sacramento del Orden los presbíteros se incorporan al sacerdocio ministerial de Jesucristo y se hacen responsables mancomunadamente de su misión de Buen Pastor. Desde este momento, el presbítero pasa a pertenecer a otra familia: los «suyos» son ahora todos los miembros del presbiterio. Y esto no por un acto jurídico de ordenación social, ni en función de una mayor eficacia pastoral, que tiene su evidente peso, sino por la misma naturaleza del sacerdocio, del cual participan por igual todos los presbíteros de la Iglesia. La Iglesia es el gran sacramento de Cristo, esto es, signo visible de su presencia invisible, e instrumento eficaz de su gracia salvífica. De esta sacramentalidad crística participan todos los cristianos, según su vocación y carisma. A este respecto hay que hacer notar que los presbíteros la participan de un modo nuevo y único, por cuanto su sacerdocio es esencialmente distinto del sacerdocio común de los fieles. Los presbíteros son sacramento personal de Cristo-Sacerdote, y esta sacramentalidad sacerdotal les pone en relación fraterna con todos los demás presbíteros de la Iglesia, con los cuales comparten el sacerdocio y la misión del propio Jesucristo. Decir que el sacramento del Orden suprime las fronteras geográficas, raciales, sociales, culturales, etc., es decir poco. El Orden Sacerdotal va mucho más allá: genera una nueva e idéntica naturaleza en cada uno de los presbíteros, razón por la cual todos los sacerdotes de la Iglesia son hermanos entre sí. La unión de los presbíteros con los obispos y entre sí, en el ámbito clerical, puesto que se funda en el sacramento del Orden, es de derecho divino. Según esto, ningún sacerdote puede quedar excluido de la fraternidad sacramental de los demás sacerdotes, sean cuales fueren las circunstancias concurrentes, porque el sello del carácter sacerdotal permanece en él para siempre. Dicha comunión presenta una verticalidad, en virtud de la cual obispos y presbíteros se vinculan mutuamente, en una actitud de ayuda, corresponsabilidad y afecto. Las correctas relaciones obispo-presbíteros exigen del primero comportamientos de paternidad y de amistad con los sacerdotes, como los tuviera Jesús con sus discípulos (LG. 28); de transparente fraternidad con ellos, sin renunciar a su condición de hermano mayor (PO. 7); de prioritaria solicitud por sus problemas y de permanente diálogo con los mismos, puesto que son sus «colaboradores y consejeros necesarios en el ministerio de enseñar, santificar y apacentar al Pueblo de Dios». A los presbíteros, por su parte, se les pide actitud sinceramente colaboradora con el orden episcopal, y comportamiento filial, caritativo y obediencias hacia su obispo, con el cual forman el presbiterio diocesano (LG. 28; PO. 7). Pero la comunión presbiteral tiene, además, una dimensión horizontal o de relaciones mutuas entre los mismos sacerdotes, las cuales fueron bautizadas por el Concilio con la atrevida a la vez que afortunada expresión de «íntima fraternidad sacramental». La visibilidad de la fraternidad sacerdotal pertenece a la estructura de la Iglesia sacramento, la cual en su humilde peregrinar tiene que aparecer como «signo levantado en medio de las naciones» (Is. 11, 12), para que se vea que la filiación divina, traída por Cristo, no es una utopía impensable, sino una realidad que genera fraternidad entre los cristianos y que de los sacerdotes hace hermanos. La fraternidad sacerdotal es «sacramento», expresión y ¿causa? de aquella unidad que para los suyos impetró Jesús: «Y así se pone de manifiesto aquella unidad con que Cristo quiso que fueran los suyos consumados en uno, para que conociera el mundo que El había sido enviado por el Padre» (PO. 8). De la visibilidad de nuestra fraternidad sacramental depende también la eficacia evangelizadora de nuestro sagrado ministerio: creerán cuando nos vean unidos. Mas para que dicha fraternidad sacerdotal alcance valor testimonial es necesario que la teología de la fraternidad sacramental no se quede en el terreno puramente especulativo, sino que se traduzca en afecto sincero y ayuda mutua entre los miembros del presbiterio diocesano, pues «ningún presbítero puede cumplir cabalmente su misión aislado y como por su cuenta, sino sólo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la dirección de los que están al frente de la Iglesia» (PO. 7). El Concilio mismo señala numerosos puntos que pudieran servir tanto para un examen personal o comunitario, e igualmente en línea de un trabajo por construir la “fraternidad sacramental” del presbiterio. He aquí algunos: • Relación entre todos los sacerdotes (diocesanos y religiosos). • Armonía de relaciones entre las diferentes generaciones de sacerdotes (jóvenes y ya no tan jóvenes). • La hospitalidad. • La vida comunitaria (el cultivo de la beneficiencia y comunión de bienes). • La solicitud particularmente con los enfermos, afligidos, con los que tienen exceso de trabajo, los solitarios... • Reuniones recreativas y en plan de descanso... • El fomentar la vida en común, la convivencia, las reuniones frecuentes y periódicas... • Ayuda mutua en el cultivo de la vida espiritual e intelectual. • El fomentar la santidad de los sacerdotes en el ejercicio de su ministerio a través de una ordenación de la vida, en asociaciones con estatutos reconocidos por la competente autoridad eclesiástica. • Obligación de prestar un auxilio oportuno a quienes sufren dificultades, y si fuere necesario, incluso, amonestarlos discretamente. • A quienes desfallecieron en algo, mostrar una fraterna caridad y magnanimidad, orar con insistencia a Dios por ellos y ser siempre como verdaderos hermanos y amigos (cf. PO 8). Esta vida de comunión, exige un auténtico espíritu de abnegación y sacrificio; es una verdadera ascesis el esfuerzo que tenemos que hacer por comprendernos y ayudarnos. No podemos declinar nuestra condición de miembros de una comunidad sacerdotal; muy al contrario, debemos tomar conciencia de que en buena parte cada uno somos responsables de la espiritualidad y ministerio de los demás miembros del presbiterio diocesano. Esta es la comunidad en la que nos hallamos integrados, con las consiguientes ventajas y responsabilidades. (Se ponen en común las frases más importantes y se comentan) E X P O S I C I Ó N D E L S A N T I S I M O CANTO, ALTISIMO SEÑOR ALTISIMO SEÑOR, QUE SUPISTE JUNTAR A UN TIEMPO EN EL ALTAR SER CORDERO Y PASTOR, QUISIERA CON FERVOR AMAR Y RECIBIR A QUIEN POR MI QUISO MORIR. (Se puede hacer una estación al Santísimo) ORACIÓN DE LOS SACERDOTES Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, Verbo eterno del Padre. Sumo Sacerdote de todos los hombres. Te damos gracias porque has tenido a bien disponernos para tu sacerdocio. Reconocemos que nos has escogido, y no nosotros a ti, que somos indignos y débiles y que, sin tu gracia, no seríamos capaces de seguir tal llamamiento. Pero tú nos has dispuesto. Debemos ser tus testigos. Te damos gracias, Angel del Gran Consejo. Debemos proclamar tu verdad. Te alabamos, Palabra de eterna verdad. Debemos renovar tu sacrificio. Te alabamos, Sacerdote y víctima por toda la eternidad. Debemos administrar tu gracia. Te bendecimos, Gracia encarnada del Padre y te damos gracias, solamente gracias, par que nos has llamado a tu santuario, a tus altares y a tu propia misión sacerdotal. Te damos gracias. También por nosotros hablaste al venir al mundo. También yo he venido para hacer tu voluntad; tú me preparaste un cuerpo. También por nosotros suspirabas aquella larga noche en que rezaste por tus apóstoles, antes de elegirlos. También por nosotros fuiste manso y paciente al soportar a tus discípulos, que eran incapaces de entender. También por nuestro trabajo sentiste júbilo, cuando alababas a tu Padre, al regresar los discípulos. También por nosotros rezaste lleno de preocupación, para que no titubease nuestra fe y fuéramos robustecidos en Pedro, si Satanás pretendía cribarnos como se criba el trigo. También nosotros estábamos presentes en tu espíritu, cuando tú dabas a los apóstoles la ley de su vida en el sermón de la montaña y en el padre nuestro, el compendio de su oración. También a nosotros se refería tu palabra, cuando decías a tus apóstoles: no se turbe vuestro corazón; no temáis, hombres de poca fe, os he puesto para que vayáis y traigáis fruto; no está el discípulo sobre el maestro; el que no renuncia a todo, no puede ser mi discípulo; en tus apóstoles nos llamaste amigos, niñitos, tus hermanos, que te son tan caros como un hermano, una hermana y una madre. Tu palabra quería tocar también nuestro corazón, cuando decías a tus apóstoles estas palabras y muchas más que nos ha transmitido tu Evangelio como legado destinado a tus sacerdotes y que nosotros deberíamos leer de rodillas y con lágrimas en los ojos. A nosotros te referías, cuando dijiste palabras ante las que se han postrado temblorosos todos los poderes y fuerzas de la historia: “Id, enseñad a todos los pueblos y bautizadlos; haced esto en memoria mía; a quien perdonéis los pecados, le serán perdonados; lo que desatéis en la tierra, será desatado también en el cielo. ¡Oh Jesús!, Sacerdote y rey por toda la eternidad tú quieres que seamos y sigamos siendo tus sacerdotes. Seas alabado por toda la eternidad. Mira, Señor, nosotros queremos comenzar una y otra vez a ser aquello a lo que tú nos has llamado. Nos entregaremos de nuevo, alegres y valientes al día cotidiano, en el que debemos madurar más aún, hasta ser apóstoles y sacerdotes de tu santa Iglesia. Tú mismo nos envías a estos caminos. A menudo son largos, pesados y monótonos para nuestro débil e impaciente corazón. Danos, por tanto, tu Santo Espíritu y, en esta nueva peregrinación nuestra, el espíritu de tu sacerdocio, el espíritu de temor de Dios, el espíritu de comprensión, el espíritu de humildad y de casto temor de poder deshonrar al Dios santo por nuestros pecados, el espíritu de fe y de amor en la oración, el espíritu de castidad y de pureza varonil, el espíritu de ciencia y sabiduría, el espíritu de amor fraternal y de unidad sin envidia ni discordia, el espíritu de alegría y de confianza, el espíritu de longanimidad y magnanimidad, el espíritu de obediencia, de paciencia y de amor a tu santa Cruz. Haz que en este camino tengamos siempre ante los ojos a Dios, tu Padre, que caminemos siempre en su presencia, trabajemos honradamente en la formación de nuestros sentimientos, nos mantengamos unidos fraternalmente, llevemos los unos las cargas de los otros y de esta forma cumplamos tu santa ley. Haz también que cada día seamos más semejantes a ti mediante nuestro esfuerzo fiel, sostenido, desinteresado, especial, por nuestras súplicas ¡oh Sabiduría eterna de Dios! Pero sobre todo y por encima de todo, danos la gracia de la oración y del amor a ti, ¡oh Jesús! ¿Qué somos sin ti? Unos extraviados. Pero cómo podríamos poseerte si no es haciendo de ti, cada día de nuevo y cada día más, el centro de nuestro corazón, sea por la oración, sea por el amor. Concédenos, Señor, si de verdad nos quieres tener por sacerdotes tuyos, aquellos dones sin los cuales no se puede ser en verdad sacerdote tuyo, otórganos la gracia de la oración, del recogimiento, de la interioridad. Sosténnos, si queremos apartarnos de ti, distraídos y esparcidos, atráenos a ti, si somos insensatos, y si fuere menester con las espinas del dolor, de la amargura de corazón y de la penuria. Concédenos sólo una cosa: la gracia de ser de verdad hombres de oración y de serlo más cada día. Si somos hombres de oración, estaremos y continuaremos siempre en comunión contigo, seremos en medida creciente lo que somos según tu voluntad y lo que debemos ser: tus discípulos, tus apóstoles, tus sacerdotes, los testigos de tu verdad y los administradores de tus misterios. Nos alabamos y te alabamos de ser tus sacerdotes: sacerdotes, y nada fuera de ello, sacerdotes en servicio pleno. Tú nos miras, tu mirada penetra hasta nuestro corazón, tu amor nos llega al corazón. Y dices: “vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15, 14). Y nosotros nos atrevemos a dirigir a ti nuestra mirada, con humildad y confianza, y decir: con tu gracia seremos lo que nos has mandado ser. Amén. PRECES POR LOS SACERDOTES A nuestro Santo Padre el Papa, llénalo de tus dones, Señor. A los Cardenales y Representantes Pontificios, dales tu luz, Señor. A los Arzobispos y Obispos, dales tus gracias, Señor. A los sacerdotes párrocos, dales el celo de tu gloria, Señor. A los sacerdotes vicarios, guíalos, Señor. A los sacerdotes directores de seminarios, ilumínalos, Señor. A los sacerdotes religiosos; perfecciónalos, Señor, A los sacerdotes diocesanos, santifícalos, Señor. A los sacerdotes confesores y directores espirituales hazlos dóciles instrumentos del Espíritu Santo A los sacerdotes predicadores, instrúyelos, Señor. A los sacerdotes misioneros, sosténlos, Señor. A los sacerdotes asistentes de movimientos de laicos, dirígelos en todas sus empresas, Señor. A los sacerdotes orientadores de los jóvenes, inflámalos en tu amor, Señor. A los sacerdotes directores de obreros y campesinos, dales amor a los a los pobres, Señor. A los sacerdotes encargados de los hospitales, dales caridad y abnegación, Señor. A los sacerdotes enfermos y ancianos, dales paciencia, Señor A los sacerdotes aislados, acompáñalos, Señor. A los sacerdotes turbados y en crisis, dales la seguridad y la paz, Señor. A los sacerdotes jóvenes, cuídalos y oriéntalos, Señor. A los sacerdotes perseguidos y calumniados, defiéndelos, Señor A los sacerdotes en peligro, líbralos, Señor A los sacerdotes tentados, dales fortaleza, Señor. A los sacerdotes difuntos, dales la gloria, Señor. A los seminaristas y aspirantes al Sacerdocio, dales la perseverancia en su vocación, Senor. A todos los Sacerdotes: Transfórmalos en Ti, Señor. Y que el Espíritu Santo los posea, y que por ellos renueve la faz de la tierra. Divino Corazón de Jesús, Corazón lleno de celo por la gloria del Eterno Padre: te rogamos por todos los sacerdotes, Señor, llénalos de fe, de esperanza y de amor a Ti sobre todas las cosas, y al prójimo como a ellos mismos. Así sea. CANTO: CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES Cantemos al amor de los amores, cantemos al Señor; Dios esta aquí, venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor. GLORIA A CRISTO JESUS. CIELOS Y TIERRA BENDECID AL SEÑOR, HONOR Y GLORIA A TI, REY DE LA GLORIA AMOR POR SIEMPRE A TI, DIOS DEL AMOR. BENDICION: Bendice, bendice, bendíce alma mía Bendice, bendice, bendíce al Señor.