Las causas de la guerra de Corinto: un análisis tucidídeo*

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Las causas de la guerra de Corinto:
un análisis tucidídeo*
César FORNIS
Universidad de Sevilla
RESUMEN
El anónimo autor de las Helénicas de Oxirrinco aplicó el método de Tucídides en su análisis de las causas de la guerra de Corinto, de tal forma que el oro persa distribuido por el rodio Timócrates (aitía) sólo
fue el catalizador de la oposición al imperialismo lacedemonio por parte de unos estados griegos económicamente exhaustos (alethestáte próphasis). En este trabajo mostramos la dinámica y los efectos
que bajo distintas caras y en escenarios diferentes revistió el imperialismo de Esparta en el período de
entreguerras, así como la resistencia, primero pasiva y después activa, a la que dieron lugar.
Palabras clave: Guerra, causa inmediata, causa verdadera, imperialismo, resistencia, Helénicas de
Oxirrinco.
ABSTRACT
The anonymous author of the Hellenica Oxyrhynchia applied the Thucydides´ method to the analysis
of the causes of the Corinthian War, so the Persian gold distributed by Timocrates the Rhodian (aitia)
was only the catalyst of the opposition to the Lacedaimonian imperialism on the part of some Greek
states economically exhausted (alethestate prophasis). In this work we show the evolution and effects
that the Spartan imperialism had in different ways and stages during the inter-war period, anyway the
resistance, first passive and then active, they moved.
Key words: War, immediate cause, genuine cause, imperialism, resistance, Hellenica Oxyrhynchia.
La mejor manera de abordar el complejo problema de las causas de la guerra de
Corinto consiste sin duda en partir del modelo tucidídeo, esto es, de la distinción
entre unas causas próximas (aitíai), que ciertamente funcionan como desencadenantes de la contienda, y una razón más profunda y verdadera (alethestáte próphasis),
aunque más distante en el tiempo, que la explica y la dota de sentido1. Fue un continuador del genial hijo de Oloro, el anónimo autor de las Helénicas de Oxirrinco,
quien aplicó con acierto este método a la guerra corintia, de tal modo que, por encima de la aparente corrupción obrada por el oro persa en ciertos políticos antilaconios –en realidad el dinero del bárbaro venía a subvenir las costosas exigencias bélicas en unos estados griegos de magras finanzas tras la larga y dura guerra del Pelo* El presente estudio se inscribe en el Proyecto de Investigación «Las sociedades griegas en la guerra de
Corinto», financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia (HUM 2004-02095).
1 Th. 1.23.5-6 y 88, sobre las causas de la guerra del Peloponeso.
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poneso–, como propone Jenofonte2, reconoció en los efectos del imperialismo lacedemonio sobre las sociedades helenas el auténtico leitmotiv de la conflagración3.
Dado que en otro lugar nos hemos ocupado de los dos factores que de forma más
inmediata encendieron la llama de la contienda4, en este trabajo expondremos los
desarrollos y consecuencias que bajo distintas caras y en escenarios diferentes revistió el imperialismo de Esparta dentro y fuera de las ciudades griegas durante el período de entreguerras, así como de la resistencia, primero pasiva y después activa, a
la que dieron lugar.
Asia Menor
Muchos griegos deploraban la forma en que los espartanos habían «traicionado» a
los griegos minorasiáticos, que en 404 perdieron su autonomía y pasaron a soberanía
del Gran Rey en virtud de los acuerdos sellados en 411 por Esparta y Persia5. Pero este
entendimiento entre ambos poderes no iba a durar mucho. El origen del desencuentro
se puede remontar a la restitución de Ciro el Joven en su antigua posición de κ£ρανος
de las satrapías occidentales6 en 403 tras unos meses confinado por su presunta participación en una conjura para asesinar al nuevo rey, su hermano mayor Artajerjes II,
llamado Memnón, que había sucedido a su padre Darío II a comienzos de 4047. El
regreso de Ciro provocó inmediatamente tensión con Tisafernes, sátrapa de Lidia, de
quien dependían las ciudades griegas en suelo asiático. Con el pretexto de reunir tropas contra Tisafernes, Ciro organizó en 401 la expedición de mercenarios griegos
–entre los que se encontraba el historiador Jenofonte, narrador de sus aventuras y desventuras en la Anábasis– que, con el propósito primero secreto y luego declarado de
contestar el derecho al trono de su hermano, se adentraron en el corazón del imperio
persa y combatieron en Cunaxa, cerca de Babilonia, obteniendo una victoria a la que
la muerte de su protector privó de significado. Aunque la expedición no marchó bajo
ninguna bandera ni contó con la sanción oficial de ningún estado griego, muchos de
estos mercenarios eran de origen peloponésico, y setecientos de ellos lacedemonios al
mando de Quirisofonte, a lo que cabe añadir el apoyo logístico espartano desde el mar
a través de su navarco Samio8. Como ha señalado Hamilton, este respaldo implícito de
Esparta a la empresa tiene poco que ver con panhelenismo9.
2
HG. 3.5.1-2.
Hel. Oxy. 7.2-5 (cito por la canónica edición teubneriana de Vittorio Bartoletti [Leipzig, 1959], aunque
existe una nueva, también en Teubner, a cargo de Mortimer Chambers [Stuttgart-Leipzig, 1993], que presenta una diferente numeración de los fragmentos).
4 Fornis, e.p.
5 Th. 8.18, 37, 58.
6 El término suele traducirse por virrey, pero en realidad por sus funciones se trata del general en jefe de
las tropas reales persas en la península anatólica: κòριον y στρατεγÍς τ”ν π£ντων son los términos griegos que emplea Jenofonte (HG. 1.4.4; 3.2.13; cf. D.S. 14.26.4; Nep. Ages. 2.3).
7 X. An. 1.1.1-3; Plu. Art. 3.
8 X. HG. 3.1.1-2 y D.S. 14.19 (esp. 4-5 para los espartanos), además del primer libro de la Anábasis.
9 Hamilton 1992: 43.
3
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Con la muerte de Ciro, Tisafernes le sucede en la dignidad de káranos10 y recupera el control de su satrapía, presionando sobre las ciudades griegas de Jonia, que
habían apoyado la revuelta, para que se sometan y paguen tributo, ya que a lo que
parece con Ciro habían disfrutado de algún tipo de estatuto especial ajeno a la tradicional organización en satrapías11. Cuando el sátrapa ataca Cime y Mileto, los
griegos asiáticos vuelven sus ojos hacia una Esparta que, olvidando los acuerdos con
el Gran Rey pactados en el transcurso de la guerra jónica, recupera la propaganda de
liberación e intercede en defensa de los griegos sometidos al «bárbaro»12. En consonancia, en calidad de «líderes de toda Grecia« (π£σης τçς `Ελλ£δος
προστ£ται), tal y como se dirigen –según Jenofonte– los jonios a los espartanos,
los éforos despachan en 400 al harmosta Tibrón con un ejército integrado por cuatro mil aliados y mil neodamodes13. Además del malestar jonio, los espartanos eran
sin duda conocedores de que al menos ciertas partes de Pisidia, Cilicia y Misia escapaban al control persa14, con lo que su intervención podía destapar una revuelta
generalizada en Asia Menor.
Tibrón será el primero de una serie de harmostas enviados por Esparta a un escenario distante como Asia Menor antes y durante la guerra de Corinto, hasta que por la
paz del Rey en 386 los lacedemonios reconocieron la soberanía de Artajerjes sobre
este territorio, incluidas las ciudades griegas allí asentadas. Los harmostas son conocidos desde el año 426 –cuando uno de ellos se pone al frente de la recién fundada
colonia de Heraclea Traquinia–, su figura se va haciendo más familiar conforme avanza la guerra del Peloponeso y sobre todo a la finalización de ésta, momento en que
Lisandro, arquitecto y principal rostro represor del llamado segundo imperio esparta10 Judeich 1892: 40-41; Hamilton 1979: 107, 118; Westlake 1981: 257-258, 261-262; Orsi 2004: 41.
Según Lewis 1977: 140 el nombramiento corresponde al año 397.
11 Lewis 1977: 120-123. Contra Orsi 2004: 42 n. 6.
12 Por etnia, por lengua, por costumbres, por creencias, los pobladores de las ciudades de la costa minorasiática eran sin lugar a dudas griegos, bien que lógicamente sometidos a la intensa influencia cultural autóctona. Sin embargo, esas mismas ciudades se levantaban en un territorio cuya soberanía tradicionalmente
reclamaba el Gran Rey persa, que no parecía dispuesto a renunciar al control y explotación de esta fértil y
próspera llanura litoral. Esta dualidad les sometía a los vaivenes de las relaciones entre los persas y los estados hegemónicos griegos, quienes llegado el caso no vacilaban en utilizarlos como moneda de cambio en
beneficio de sus propias ambiciones imperiales (hemos analizado esta situación en Fornis 2006). No es
casualidad que sea en la transición del siglo V al IV cuando se acuña el recurso retórico –hoy diríamos el
eslogan– de la libertad de los griegos asiáticos en tanto comunidad helénica definida e individualizada (cf.
Seager y Tuplin 1980).
13 X. HG. 3.1.4. Sobre los neodamódeis, hilotas liberados que se habrían integrado con ciertas restricciones en el cuerpo cívico espartano en virtud de las necesidades y objetivos imperiales, véase Fornis 2003: 270272. A este respecto, Parke 1933: 45 precisa que al Estado espartano le resultaba sensiblemente más barato
el mantenimiento de neodamodes que el de mercenarios. El aprovechamiento militar de estos manumisos
queda más allá de toda duda; asunto distinto es la repercusión social que tendría dentro de Esparta la liberación de millares de hilotas. Cartledge 1987: 290 dice que «sirvió para dividir a los hilotas contra sí mismos»,
aunque no modificó sustancialmente el abismo social y económico abierto entre la clase dominante espartiata y las clases dependientes.
14 Así lo indica que Ciro pretextara que su expedición mercenaria marchaba contra pisidios y cilicios (X. An.
1.2.1 y 4). Sobre los problemas en Pisidia y Misia, cf. X. HG. 3.1.12 (allí combaten los sátrapas Farnabazo y
Manía) y Hel. Oxy. 21.1 (los misios eran autónomos durante la expedición de Agesilao).
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no, puebla de ellos la geografía griega. En este contexto, y salvo con la posible excepción de Brasidas, el harmosta es siempre el gobernador de una ciudad, responsable de
una guarnición lacedemonia asentada en la acrópolis de la misma con la que asegura
el orden interno y la lealtad a Esparta del régimen local. Pero, cruzado el umbral del
siglo IV, las nuevas necesidades del imperialismo espartano, particularmente en suelo
asiático, hacen del harmosta un alto oficial que tiene a su cargo tropas mucho más
nutridas y heterogéneas –fundamentalmente extraídas de las clases inferiores lacedemonias (neodamodes, hypomeíones), más los aliados y mercenarios–, así como territorios muchos más extensos que comprenden varias ciudades, siempre con la misión
de hacer el mayor daño posible al persa, ya sea mediante la conquista o defección de
ciudades, ya mediante el saqueo y expolio de los campos15.
Establecida su base en Éfeso, Tibrón realizó levas locales hasta alcanzar los dos
mil jonios y contrató a unos cinco mil mercenarios veteranos de la campaña de
Ciro16. Como oportunamente recuerda Parke17, el mero contraste de los amplios
efectivos de los que dispuso Tibrón frente a los mucho más limitados de Brasidas
durante su campaña tracia de 424 –sólo mil aliados y mil quinientos mercenarios–
ponen de manifiesto los cambios experimentados por Esparta en su proceso de
expansión imperial. Incapaz de que su reducido y exclusivista cuerpo cívico soporte el peso del nuevo imperio ultramarino, Esparta no sólo se convierte en el primer
estado griego en recurrir al empleo masivo de mercenarios, sino que en el orden
interno multiplica categorías y subcategorías sociales (neodamódeis, hypomeíones,
desposionaûtai, trésantes, móthakes, nóthoi, tróphimoi, aphétai, adéspotoi, eryktêres) integradas por individuos con estatuto jurídico inclasificable y una posición
social ambigua18 que sólo tienen en común su marginación política y económica con
respecto a los hómoioi y el aprovechamiento militar del que son objeto19. En este
limbo jurídico conviven, pues, antiguos ciudadanos «desclasados» con hilotas manumitidos, aunque en este último caso de forma controlada y nunca masiva. El proceso entraña sus riesgos, como queda patente en la famosa conspiración de Cinadón,
cuyo intento de galvanizar el odio hacia los espartiatas de estos grupos que pueblan
los «aledaños» del políteuma espartano fue abortado por los éforos en su misma
cuna20. Sin duda es también como válvula de escape para aliviar este tipo de tensio15 El trabajo seminal y todavía vigente sobre la utilización de harmostas y la acomodación de sus funciones
a las diferentes fases del imperialismo espartano sigue siendo Parke 1930. La documentación sobre estos oficiales, con fecha y duración de sus funciones (incluyendo un catálogo onomástico final), fue reunida por
Gabriele Bockisch 1965, que dedica el punto noveno a los harmostas que cumplieron servicio entre 401 y 386.
16 D.S. 14.37.1.
17 Parke 1933: 43.
18 Ninguna de las perífrasis modernas («ciudadanos de segunda clase», «ciudadanos parciales», «ciudadanos incompletos») designa con propiedad el lugar que ocupaban en el jerarquizado y complejo universo
social lacedemonio. Sobre estos grupos dependientes, véase Fornis 2003: 258-272, donde se puede encontrar
la bibliografía anterior más relevante.
19 Sobre el progresivo incremento de dependientes incorporados al ejército lacedemonio en este período
con el fin de hacer frente a las necesidades imperiales, puede consultarse Falkner 1992: 229-230; Ruzé 1993:
299-301; Carlier 1994.
20 Sobre el prâgma de Cinadón, acontecido durante el primera año de reinado de Agesilao (por tanto entre
399 y 397), puede verse ahora Fornis, e.p. (bis), que recoge el prolífico debate generado por el episodio e
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nes intestinas, y no únicamente por motivaciones imperialistas, por lo que las autoridades espartanas destinaban a un elevado número de estos dependientes a escenarios bélicos muy distantes, les permitían enrolarse como mercenarios a las órdenes
de dinastas extranjeros como Dionisio el Viejo o Ciro el Joven o bien les instalaban
como colonos con misiones de vigilancia en las fronteras lacedemonias, donde previsiblemente les serían entregadas tierras para su sostenimiento, ya fuera en propiedad o en usufructo21.
El año de mandato de Tibrón no sólo estuvo yermo de cualquier logro estratégico –más allá de la dominación de la Eólide septentrional y de la Misia pergamenea–,
sino que además el harmosta se vio incapaz de controlar a sus hombres para que no
sometieran a pillaje indiscriminado los territorios que atravesaban, buena parte de
los cuales pertenecían a ciudades jonias aliadas de Esparta22. Las quejas de los
sýmmachoi se tradujeron en el destierro de Tibrón apenas hubo regresado a Esparta23. La explicación es muy sencilla. A diferencia de lo que sucedió en la guerra jónica, Esparta no contaba ahora con los imprescindibles fondos persas para pagar la
soldada de los numerosos mercenarios, de modo que el botín y el pillaje se convierten en los principales mecanismos de autofinanciación de esta clase de combatientes y dependerá en gran medida de las dotes de mando de su comandante el mantenimiento de la disciplina en condiciones adversas; una consecuencia inevitable será
el avance en el proceso de personalización del poder, así que el jefe militar, antaño
mucho más sujeto a las directrices emanadas de la polis, disfrutará de tanto más
poder cuanto se gane la lealtad de sus hombres24.
A Tibrón le sucede en el puesto Dercílidas, apodado «Sísifo» por su ingenio, que
no sólo pone coto a las tropelías de los cireos25, sino que además sabe sacar partido de
las rencillas personales entre Tisafernes y Farnabazo para asolar y saquear sucesivamente las satrapías de ambos. A requerimiento de las ciudades griegas del Quersoneso,
los espartanos extienden en 398/7 su tutela o protectorado hasta esta región, que soportaba incursiones de los tracios. Al final Dercílidas forzará una tregua, en la primavera
de 397, por la cual los persas respetarían la autonomía de las ciudades griegas de Asia
Menor a cambio de la retirada del ejército lacedemonio26.
La campaña de liberación de los griegos minorasiáticos emprendida por los lacedemonios, que se prolongaba ya tres años, llevó a Farnabazo a la determinación de
interpreta éste como una conjura protagonizada por dependientes integrados en el ejército y cercanos en
ideario y educación a los «iguales», pero a los que se negaba la ciudadanía plena y, consecuentemente, el disfrute de un klêros y el ejercicio de las responsabilidades públicas.
21 Cozzoli 1978: 223-224; Carlier 1994: passim.
22 La aparente incompetencia de Tibrón para cuidar de que sus hombres, y particularmente los cireos
contratados, estuvieran bien alimentados y pagados –evitando así el daño a los aliados– se hace más evidente en comparación con su inteligente sucesor Dercílidas (véase al respecto Parke 1933: 44 y Krasilnikoff
1992: 30-31).
23 X. HG. 3.1.8.
24 Lengauer 1979: 95-127; Marinovic 1988: 39-42.
25 El retrato de Jenofonte lo muestra más atento a las necesidades de los mercenarios y así debió de ser
cuando las Helénicas de Oxirrinco (16.2) se refieren a éstos como «los Dercilídeos».
26 X. HG. 3.1.3-2.20; D.S. 14.35.1-38.3. Para los pormenores de las campañas de Tibrón y Dercílidas,
junto con una valoración estratégica, véase Westlake 1986 y Orsi 2004: 43-50.
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convencer al Gran Rey para que emplease parte de su proverbial riqueza en la financiación de una gran flota que desafiase la hegemonía espartana en el Egeo. Con la
aprobación de Artajerjes, el sátrapa destina no más tarde de comienzos del año 397
quinientos talentos de plata para el desarrollo de un importante programa de construcción naval en Chipre, Fenicia y Cilicia27, mientras confía el mando estratégico
de esta nueva flota al ateniense Conón de Anaflisto28, exiliado voluntariamente de
su patria desde que, temiendo posibles represalias del dêmos tras la derrota de Egospótamos, encontró refugio en la corte de su amigo y protector, el rey chipriota
Evágoras de Salamina, vasallo de Artajerjes29. Sin embargo, el apoyo del Gran Rey
a este empeño no fue constante, como demuestra el hecho de que, construidas las
naves, las tripulaciones no percibieron regularmente su salario y se acumularon
retrasos de varios meses, lo que provocó descontento e incluso un motín en su base
de Cauno, en Caria30. La ejecución de Tisafernes a raíz de su derrota ante Agesilao
en la batalla de Sardes (vid. infra) propició que el patrimonio del sátrapa fuera invertido en saldar la deuda con los remeros, a los que se hizo entrega de doscientos veinte talentos de plata, y en sufragar con otros setecientos la guerra, ya en curso, contra Esparta31. Pero, aun habiendo servido para aliviarlos, las propiedades del desdichado Tisafernes no dejaron de ser una solución eventual a los graves problemas
económicos derivados del mantenimiento de la flota, los cuales sólo parecen haberse resuelto definitivamente cuando en el otoño de 395 Conón viaja a Babilonia para
encontrarse con Artajerjes y obtener de él un compromiso materializado en el nom27 Sobre los preparativos y movimientos persas en estos años se consultará con beneficio Falkner 1992:
239-242.
28 D.S. 14.39.1. Otras fuentes difieren en los detalles que rodean el nombramiento de Conón como almirante persa. Así, en el Evágoras de Isócrates (55) el rey chipriota ejerce una destacada mediación ante «los
generales del rey persa» (presumiblemente Farnabazo), mediación que sin embargo es suprimida en el relato de los mismo hechos en su Filipo (62). Según Nepote (Con. 2-3) y Justino (6.1), con leves variantes, Conón
releva en el cargo a Tisafernes, acusado de revuelta –con base o sin ella– por Farnabazo. Ni este último ni
Evágoras tienen protagonismo en el relato de Ctesias (FGrH 688 F 30), seguido, también con ciertos matices, por Plutarco (Art. 21.2-4), en el que es el propio médico griego, entonces en la corte persa, quien, junto
a otros consejeros, intercede ante el Gran Rey en favor de Conón. Pese a que Conón era por entonces un apátrida, Corsaro 1994: 117 ve en este nombramiento una apertura diplomática persa hacia Atenas, un medio de
incitarla al abandono de la alianza espartana.
29 Isoc. 9.52-55; Lys. 19.36 nos dice que, al igual que su estrecho colaborador Nicofemo, Conón formó
una segunda familia en Chipre, donde tenía esposa y un hijo, aunque conservaba la ciudadanía ateniense.
30 Isoc. 4.142 habla de hasta quince meses de retraso; Hel. Oxy. 19.2 censura agriamente esta despreocupación del soberano persa por sostener con determinación un conflicto que él mismo ha contribuido a desencadenar, situación que ya padecieron los espartanos durante la guerra jónica antes de la llegada de Ciro el Joven.
Sobre estos hechos, véase Bruce 1962. Ya con anterioridad Conón sufrió un bloqueo en la misma base naval
caria de Cauno a manos de una flota pelopónesica de ciento veinte naves dirigida por el navarco espartano
Fárax, bloqueo que se prolongó durante varios meses (los tres años del citado pasaje de Isócrates son una obvia
exageración; Barbieri 1955: 105 supone que el rétor se está refiriendo a toda la guerra, hasta la batalla de Cnido,
y no a un solo episodio) y que sólo fue roto cuando Artafernes y Farnabazo acudieron con refuerzos terrestres
(D.S. 14.79.4-5). Según Lewis 1977: 141 con n. 43 esta «ineptitud» y «parsimonia» del programa de rearme
naval persa son más evidentes cuando se adopta una perspectiva egea, como hacen los autores griegos, que no
tiene en cuenta que al Rey también le preocupaba un Egipto independiente. Por el contrario Costa 1974: 49 n. 58
no ve vacilación en la política de Artajerjes, sino «machinations of the satraps».
31 Hel. Oxy. 19.1-3.
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bramiento de un ταµÉας (administrador o tesorero) que librase cualquier cantidad
requerida por él32.
La noticia de que el Gran Rey armaba esta gran flota alcanza Esparta en el otoño
de 397, lo que provoca que a comienzos del año siguiente Agesilao fuera enviado
a Asia con ocho mil hombres más –dos mil neodamodes y seis mil aliados, además
de treinta hómoioi– y provisiones (sîtoi) para seis meses33, una campaña en la que
rehusaron participar atenienses, corintios y beocios y que sin duda debió de generar alarma en Grecia en cuanto a la progresión de las ambiciones lacedemonias34.
Después de devastar las propiedades de los señores persas del Helesponto35,
Agesilao reunió contingentes de todas las ciudades griegas de Asia; a fin de superar las carencias en el cuerpo de caballería, ordenó que los más pudientes contribuyeran con caballos, armas y jinetes. En el invierno de 396/5 el rey entrenó enérgicamente a las tropas locales. El resultado de tantos desvelos se dejaría ver la primavera siguiente, cuando Agesilao derrotó al ejército persa en el río Pactolo, cerca
de Sardes, capital de la satrapía de Lidia. La consecuencia inmediata fue que
Artajerjes envió a Titraustes con la orden de decapitar a Tisafernes, ocupar su lugar
y ofrecer la autonomía a los griegos asiáticos si pagaban el antiguo tributo, propuesta que fue rechazada por el Euripóntida36. Después de haber reunido un importante botín del saqueo sistemático de las satrapías de Lidia, Frigia Helespóntica y
Capadocia, la campaña asiática de Agesilao adquiría consistencia con una victoria
de prestigio que, lejos de satisfacer o enorgullecer a las ciudades griegas del continente, pudo hacerlas temer que una Esparta más poderosa y vencedora del bárbaro
endureciera su yugo sobre el solar helénico37.
32
D.S. 14.81.5-6; cf. Nep. Con. 3.2-4.
X. HG. 3.4.1-3 y Ages. 1.6-7; Plu. Ages. 6.1-3. Krasilnikoff 1993: 88-89 ha pensado que una parte sustancial de los aliados enrolados con Agesilao serían mercenarios con el argumento de que es difícil que cualquier polis hubiera prescindido de un elevado número de ciudadanos durante tanto tiempo; según el autor
danés, en este contexto sîtoi se refiere al dinero para la adquisición de raciones y no al grano en sí, cuya cantidad para seis meses (unas 1.100 toneladas) hubiera sido imposible de transportar. Ruzicka 1983: 106 n. 9 y
Cawkwell 2005: 162 creen que la gran flota fenicia del Gran Rey no tendría el Egeo como destino, sino
Egipto, ya que los planes para someter de nuevo al independizado delta habían sido pospuestos como consecuencia de la revuelta de Ciro.
34 X. HG. 3.5.5; Paus. 3.9.2-3.
35 Remitimos de nuevo a Krasilnikoff 1992: 31-33 para la eficiente conducta de Agesilao al frente de un
ejército que al tiempo que causa gran daño al enemigo con su depredación satisface sus propias necesidades
con el botín procurado, del cual la parte en especie es consumida por las tropas y el resto vendido y convertido en misthós.
36 X. HG. 3.4.25; D.S. 14.80.8; Polyaen. 7.16.1; Plu. Ages. 10.5 y Art. 23.1; Nep. Con. 3.1. Diodoro y
Polieno son más explícitos que un escueto Jenofonte, lo que hace pensar que el anónimo de Oxirrinco, la
fuente de la que beben, narraba con detalle estos acontecimientos en la parte perdida de su obra. Sobre las
razones que se esconden tras la muerte de Tisafernes, véase Westlake 1981.
37 Perlman 1964: 68, Seager 1967: 98, Bonamente 1973: 106-108 y Hamilton 1979: 203 aseguran que fue
un factor decisivo en el advenimiento de la guerra de Corinto. Por el contrario Buckler 2004: 85, que siempre desdeña el elemento económico, considera un rotundo fracaso la campaña asiática de Agesilao porque no
había hecho daño significativo al imperio persa ni había liberado a los griegos asiáticos.
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Peloponeso, istmo de Corinto y Grecia central
Desde el momento mismo de la victoria en la guerra del Peloponeso comienzan a
surgir fricciones entre Esparta y sus principales sýmmachoi. La primera saltó a la hora
de decidir el destino de Atenas en abril de 404: corintios y tebanos, entre otros muchos
aliados –y no pocos espartanos–, clamaron por la destrucción de la ciudad y la esclavización de la población, pero Lisandro hizo valer su criterio de que no merecía tal fin
quien había prestado grandes servicios a Grecia en horas de extremo peligro, una clara
referencia a las guerras médicas38. Casi al mismo tiempo Esparta rechazaba compartir con sus aliados el botín de guerra obtenido, cuando éstos sí habían compartido en
cambio los gravosos costes del conflicto39. Ambos hechos quizá tuvieron por entonces
un carácter revelador para corintios y beocios de la vía adoptada por Esparta y de cómo
era plausible que, en su afán hegemónico, Lisandro utilizara Atenas para sus propios
planes imperialistas40. Se explica así que rehusaran unirse primero a la expedición de
Pausanias al Ática, alegando que los atenienses no habían violado las spondaí 41, luego
a la de Agis II a Élide42, posiblemente hicieron lo mismo con la de Tibrón a Asia
Menor en 39943 y, por último, con la de Agesilao al mismo lugar en 396, en este caso
pretextando un mal augurio44. En contra de la voluntad de Esparta manifestada a través de un decreto de los Treinta Tiranos, muchos de los proscritos y exiliados atenienses de este régimen laconizante encontraron refugio en Tebas –y en menor medida en
Corinto45– e incluso recibieron ayuda en su preparación para regresar a Atenas y
luchar por el restablecimiento de la democracia, no sólo por parte de ciudadanos privados –Trasibulo pudo contar con préstamos de acaudalados polítai beocios, entre
otros de los líderes de la facción antilaconia46–, sino lo que es más importante, por el
38
X. HG. 2.2.19-20; Plu. Lys. 15.2-3; Isoc. 14.31; Polyaen. 1.45.5.
X. HG. 3.5.5; Plu. Lys. 27.4; Iust. 5.10-12-13. Tan arbitraria decisión vulneraba la estricta práctica y
reglamentación del derecho consuetudinario helénico, como se ha encargado de recordarnos Pascual González 1997.
40 Ste. Croix 1972: apéndice XXI señala que Esparta no podía permitir que la desaparición de Atenas
redundara en un fortalecimiento aún mayor de la posición tebana en Grecia central. Según Kounas 1969: 8,
Corinto pretendía suplantar a Atenas en la primacía naval y comercial. Buckler 2004: 3 sospecha que corintios y tebanos esperaban repartirse el territorio ático.
41 X. HG. 2.4.30.
42 X. HG. 3.2.25; D.S. 14.17.7, que pone la campaña bajo el mando de Pausanias en lugar de Agis II.
43 Aunque D.S. 14.36.1-2 no lo especifica.
44 X. HG. 3.5.5. Paus. 3.9.2 dice que los corintios estaban deseosos de tomar parte en la expedición hasta
que súbitamente se les quemó el templo de Zeus Olímpico y lo consideraron un mal presagio, pero como bien
ha expresado Bearzot 1993: 103-104, «il riferimento all´omen appare qui soltando un utile expediente per
uscire da una situazione politica imbarazzante». El Periegeta también registra (3.9.3) un infructuoso intento
de mediación espartana a través de Aristomélidas, suegro de Agesilao, que cultivaba excelentes relaciones
con los tebanos –fue juez en el singular proceso a los plateenses en 427– para convencer a éstos de que se
adhirieran a la campaña asiática del rey euripóntida. Falkner 1992: 237, 243 presume que los espartanos no
podían utilizar los puertos corintios por la hostilidad de éstos –ante el manifiesto interés de Esparta en
Occidente (vid. infra), fundamentalmente en Sicilia–, de modo que utilizaban los eubeos.
45 Cf. Aeschin. 2.147-148, referido al exilio de sus propios padres.
46 Hel. Oxy. 17.1; Iust. 5.9.8. Cf. Lys. 30.22, que alude a un embargo ejecutado por los tebanos como consecuencia del impago de un préstamo de dos talentos. Cartledge 1987: 285-286 ha sugerido que, en corres39
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Las causas de la guerra de Corinto: un análisis tucidídeo
mismo Estado, como lo demuestran las leyes que, pese a la prohibición espartana, fueron votadas y aprobadas por los tebanos, una de las cuales imponía un talento de multa
a quien negase auxilio a los exiliados en la medida de sus posibilidades y otra obligaba a hacer caso omiso de la presencia de hombres armados contra los Treinta47. No en
vano en el verano de 395 los embajadores tebanos harían valer estos servicios en su
alegato para captar la benevolencia de los atenienses en favor de una alianza48.
Mégara también mostró su desafección hacia Esparta, aunque no de forma tan
explícita como Corinto y Tebas. Así, en un primer momento acogieron demócratas
atenienses que, como el orador meteco Lisias, se exiliaron del régimen oligárquico
apoyado por los espartanos49, pero cuando éstos proclamaron la orden de no acoger
a enemigos de los Treinta, los megarenses parecen haberla cumplido, al igual que el
resto de las ciudades salvo Argos y Tebas50. Si creemos a Demóstenes51, Mégara
habría recibido durante un tiempo un harmosta y una guarnición lacedemonia a instancias de Lisandro, pero el testimonio es más que dudoso y viciado por el interés
de presentar a los espartanos obsesionados con rodear el Ática de harmostas y guarniciones (los coloca incluso en Beocia, donde es seguro que no había). Tampoco hay
noticia de que la constitución oligárquica megarense hubiera sido alterada ni de que
se hubiera instalado una decarquía. Lo cierto es que, por disconformes que pudieran
estar los megarenses con el tratamiento que Esparta había dado a sus aliados tras la
victoria sobre la arché ateniense, no llegaron a romper sus vínculos de amistad y
alianza con ella, ni tan siquiera cuando la construcción de una poderosa coalición en
torno al sinedrio de Corinto y la financiación persa hacían presagiar malos augurios
para la supervivencia del imperio lacedemonio.
Otros aliados más débiles, sobre los que pesaban viejas cuentas por reluctancia
hacia el liderazgo espartano o por haber hecho defección de la liga del Peloponeso,
pondencia, los atenienses no interfirieron en la anexión beocia de Oropo, bien situada en la ruta de acceso al
Ática por el nordeste, que se materializó en 402 ó 401 (vid. infra); Buck 1994: 28 y 2005: 37-38 no sólo comparte esta opinión, sino que incluye en el «trato» a la también fronteriza Eleuteras, que si bien habría caído
en manos beocias aún en tiempo de guerra, hacia 411, no fue reclamada por Atenas a su finalización (según
el estudioso canadiense era parte del pago de Trasibulo por la ayuda a los exiliados) y, lo mismo que Oropo,
sólo volvió a ser territorio ateniense con la disolución del estado federal beocio tras la paz del Rey.
47 D.S. 14.6.3; 32.1; X. HG. 2.4.2; Din. 1.25; Plu. Lys. 27.2-4; Hel. Oxy. 17.1; Lys. 12.95, 97 y fr. 24.1
Gernet-Bizos; Iust. 5.9.8. Tales medidas invalidan la tesis de Morrison 1942: 76-78 que atribuía a Ismenias
un intento de lucrarse personalmente con el dinero solicitado a los exiliados atenienses a cambio de protección. Con todo, Cloché 1918: 322, 328-334 restó trascendencia a estas disposiciones tebanas –la segunda de
la cuales consideraba incluso espuria– porque no fueron acompañadas de una ayuda militar o financiera de
carácter estatal, cuando en realidad, según arguye Lendon 1989: 303, la ausencia de un compromiso militar
se explica mejor por «la impotencia y el aislacionismo beocios frente al abrumador poder espartano» en los
años que siguen a la victoria en la guerra del Peloponeso. Esta buena disposición de los tebanos hacia los exiliados atenienses sólo puede explicarse porque la hetería antilaconia´ de Ismenias –que no filoateniense,
como precisa con rigor el historiador de Oxirrinco (17.1): οÄ δε\ περö τÍν ’ΙσµενÉαν αãτÉαν µªν ειÕξον
¢ττικÉζειν ªξ •ν πρñθυµοι πρÍς τÍν δçµον ªγένοντο ¾ς Ïφυγεν– parece encontrarse, si no ya en el
poder, por lo menos en posición de disputárselo seriamente a la facción de Leontíades.
48 X. HG. 3.5.8 y 16; D.S. 15.25.4.
49 X. HG. 2.4.1; Lys. 12.17.
50 D.S. 14.6; Plu. Lys. 27.5-7.
51 Dem. 18.96.
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Las causas de la guerra de Corinto: un análisis tucidídeo
fueron disciplinados de manera brutal. Es el caso de Élide, estado con una tradición
democrática consolidada que había rechazado la paz de Nicias y abandonado la liga
para pasar a formar parte de la cuádruple alianza con Atenas, Mantinea y Argos, con
cuyo respaldo humilló a Esparta en los juegos olímpicos del año 42052. Con posterioridad, en un momento indeterminado de la guerra decélica, los eleos concitaron
de nuevo las iras espartanas al prohibir al rey Agis II realizar un sacrificio en el santuario panhelénico de Zeus en Olimpia bajo el pretexto de que «sacrificios y respuestas oraculares no estaban permitidos en una guerra de griegos contra griegos»53.
Pero si cuando la batalla de Mantinea hirió de muerte en 418 a la coalición antilacedemonia en el Peloponeso Esparta no tomó en principio medidas contra eleos y
mantineos, ahora, en torno al cambio de siglo54, el ultimátum espartano a los eleos
para que dejaran autónomas a sus comunidades periecas –una vez más Esparta se
presenta como abanderada del principio de autonomía para encubrir sus proyectos
imperialistas–, imposible de aceptar, forzará una contienda en franca desigualdad55.
Las implicaciones olímpicas son claras, casi como para ser considerada una guerra
sagrada –oficialmente no lo era– por dirimir la ascendencia sobre el santuario, como
las que tenían a Delfos como centro56. Ahora bien, se han visto otras motivaciones
en la pretensión espartana de controlar la costa noroccidental del Peloponeso, puerta de acceso al Adriático y al Oeste57, y concretamente los estratégicos puertos eleos
de Cilene y Fia, en la orilla sur del golfo de Corinto, dado el escaso desarrollo militar de puertos mesenios como los de Ciparisia, Pilos o Metone58.
Dos años viendo su rico territorio agostado de extremo a extremo por las devastaciones y saqueos conducidos por Agis y Pausanias –Jenofonte afirma que una
sola campaña sirvió para aprovisionar a todo el Peloponeso–, que llegaron a afectar incluso a la tierra sagrada de Olimpia, más una stásis en el interior de la capital, Elis, que casi provoca el derrocamiento del régimen democrático –los esparta-
52
Th. 5.49-50. Cf. Fornis 1999: 74.
X. HG. 3.2.21-22; D.S. 14.17.4.
54 Los problemas de datación del inicio de la guerra elea, que no parecen ofrecer salida (se han barajado
fechas que van de 403 a 399), han sido abordados con bastante detalle por Cook 1981: 530-555, que defiende los años 400 ó 399, así como por Unz 1986 y Buckler 2004: 12-21, quienes se decantan por 401; en dichos
trabajos se puede encontrar la abundante literatura moderna que desde el siglo XIX se ha ocupado con distinta suerte de este tema.
55 X. HG. 3.2.23; D.S. 14.17.5 añade la demanda espartana de que los eleos pagaran la parte que les
correspondía de los costes de la guerra del Peloponeso –una amarga ironía habida cuenta que los lacedemonios no habían compartido el botín obtenido–, con el fin de dotar de mayor solidez y plausibilidad a los pretextos para iniciar un conflicto contra ellos. Por el contrario en Paus. 3.8.3 el ultimátum se ciñe exclusivamente a Lépreo y no a todas las ciudades periecas, a lo cual el Periegeta hace responder a los eleos que lo
harían «cuando vieran libres a los periecos de Lacedemonia» (probable anticipación de la conocida respuesta de Epaminondas a Agesilao en las negociaciones de paz de 371).
56 La cuestión es abordada en profundidad por Sordi 1984a y 1984b, que concluye que no tuvo la consideración de guerra sagrada posiblemente por la inexistencia de una anfictionía en Olimpia, lo que lastraba la
internacionalización del conflicto.
57 Falkner 1996.
58 Roy 1997, que asegura que en los momentos finales de la guerra del Peloponeso, o ya concluida, Esparta se hizo con el control de otros puertos de esta región, como el de la cercana isla de Zacinto.
53
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Las causas de la guerra de Corinto: un análisis tucidídeo
nos apoyaron al rico oligarca Jenias contra el demócrata Trasideo, que tenía el respaldo mayoritario del dêmos y había aglutinado el movimiento de resistencia al
invasor–, fueron suficientes para que los eleos pidieran una paz que les resultó altamente gravosa, pues debieron renunciar a la Trifilia y a las demás ciudades periecas que les disputaban los arcadios, entregar las naves, derruir los muros de la ciudad y los de sus puertos de Fea y Cilene y, por último, comprometerse a participar
en lo sucesivo en todas las expediciones organizadas y dirigidas por Esparta. Si
mantuvieron la prostasía o presidencia del santuario olímpico fue porque los pisatas, que también la reivindicaban en virtud de que habían tenido el control de los
juegos hasta el año 580, «no eran más que gente del campo incapaz de administrarlo» (χωρÉτας ειÕναι καö οôκ ãκανου\ς προεστ£ναι)59. Pese a todo los eleos
lograron preservar su Constitución democrática y no recibieron una guarnición
lacedemonia60.
Por otro lado, desde el final de la guerra del Peloponeso Esparta había ido extendiendo su dominio fuera de la península que constituía su ámbito natural de influencia, el Peloponeso, para alcanzar los alrededores del golfo de Corinto e incluso
Grecia central, sirviéndose de dos confederaciones, la aquea y la focidia, respectivamente. El primer paso fue, una vez concluida la guerra elea, la expulsión de los
mesenios de Cefalonia y, sobre todo, de Naupacto, la base naval que tanto daño les
había causado durante la guerra del Peloponeso y que, tras ser devuelta temporalmente a sus originales pobladores, los locros ozolas, pasará, al igual que Calidón,
también al norte del golfo de Corinto –ésta en una fecha desconocida anterior a
389–, bajo control aqueo61. La integración de estas importantes plazas en la confederación aquea había sido plena, como demuestra la concesión de la ciudadanía
aquea a los habitantes. Puesto que desde Naupacto se puede ejercer un control de la
navegación por el golfo de Corinto, tradicional área de influencia corintia y principal ruta hacia el Oeste62, puede imaginarse sin dificultad el malestar de los corintios
e indirectamente de los tebanos, que se veían cada vez más aislados en Grecia cen59 X. HG. 3.2.30-31; D.S. 14.17.4-34.1; Paus. 3.8.5 alude al desmantelamiento de los muros de la ciudad,
en aparente contradicción con Jenofonte, quien señala que la polis elea estaba sin amurallar. La condición de
rustici no era el único impedimento para dejar el control del santuario en manos pisatas, tampoco sus lealtades políticas inspiraban confianza a los lacedemonios, pues Pisa había contado con el respaldo argivo durante su administración olímpica y después de Leuctra se apoyarían en los tebanos, unos y otros enemigos de
Esparta (cf. Sordi 1984a: 28).
60 Roy 1997 cree que el desmantelamiento de la flota elea al final de la guerra podía buscar atacar directamente las bases sociales del régimen democrático eleo, preparando así el camino para el golpe oligárquico que
se estaba gestando, aunque finalmente éste fracasó. En efecto, no sin problemas Trasideo retuvo las riendas del
poder, no sabemos hasta cuándo, porque para el año 365 Élide había dejado de tener un ordenamiento democrático (X. HG. 7.4.15; acaso el momento más propicio para la metabolè politeías fuera a resultas del triunfo diplomático espartano en la paz del Rey). Perlman 1964: 74-75 cree que a comienzos del siglo IV Esparta tuvo cuidado en no dar la impresión de que interfería en los asuntos internos de otros estados, incluso cuando los hubiera aplastado militarmente.
61 X. HG. 4.6.1 y 14; D.S. 14.34.2-3 y 15.75. Cf. Larsen 1968: 85, 167; Merker 1989: 303-305, que sin
embargo sitúa el paso de Naupacto bajo control aqueo varios años más tarde, en el contexto de la expedición
de Agesilao contra los acarnanios en 389. En cuanto a Calidón, Hamilton 1979: 287 cree que pasó a dominio aqueo justo después de que los acarnanios se unieran al sinedrio de Corinto en 395.
62 Fornis 1999: 11-12.
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tral en medio de aliados de los lacedemonios63. Y si en la costa sur del golfo Esparta
pudo, como hemos visto, acceder al control de los puertos eleos gracias a su victoria sobre Élide, de ello podrían derivar consecuencias para la salud económica del
estado corintio, tradicional explotador del comercio con Occidente64.
Pero sin duda el principal escollo a la hegemonía espartana era Tebas. Un factor
desdeñado por Jenofonte es el progresivo fortalecimiento político, militar, económico
y territorial de Tebas desde la guerra del Peloponeso, particularmente desde la última
fase, la guerra decélica. En primer lugar, durante la guerra arquidámica, Tebas se apropió, con el beneplácito de Esparta, del territorio, los votos en el consejo federal y el
derecho de elegir a dos beotarcas de que había disfrutado Platea hasta su rendición en
42765. La ciudad misma no paraba de crecer demográficamente con la incorporación
de beocios llegados de numerosas aldeas sin fortificar que huían de las incursiones atenienses66. En el aspecto económico la vecindad con el Ática hizo de los tebanos los
mayores beneficiados del saqueo y el pillaje sobre la chóra ática practicado por los
peloponesios desde el fuerte de Decelia. Las Helénicas de Oxirrinco dan fe de que los
tebanos obtenían un sustancioso botín y esclavos que rápidamente trasladaban a su
ciudad67. Concluido ya este conflicto, en 402 ó 401, los tebanos afianzaron su control
de la confederación beocia con la anexión de Oropo –en el curso alto del Asopo, pero
en manos atenienses de una manera casi continuada desde 507– aprovechando su
intervención en la stásis que vivía la ciudad68. Más incierta es la recuperación, por las
mismas fechas y también en detrimento de Atenas, de la villa de Eleuteras69. Es curioso que estos episodios de expansionismo de los tebanos se conjuguen, aparentemente
sin dificultad, con la mencionada protección y colaboración que los tebanos prodigaron a los demócratas atenienses en el exilio.
Pues bien, este estado tebano fortalecido que había afianzado su control en la
confederación beocia observaba con creciente inquietud una injerencia lacedemonia
en Grecia central que también podemos remontar a la primera parte de la guerra del
63 Larsen 1968: 156; Salmon 1984: 346-347 (junto a la intervención espartana en otras áreas); Pascual
González 1995b: 207-209. Curiosamente, en su análisis de la sociedad corintia en 395, Kagan 1961: 339-341
pasa de puntillas sobre estos factores y, por supuesto, los supedita a la llegada de Timócrates con el oro persa
a la hora de explicar la decisión de marchar a la guerra contra Esparta. Buck 1994: 57 añade que los locros
de Hesperia también sufrían la expansión aquea por esta región.
64 Véase v.gr. Pascual González 1995b: 205-206, quien como Hamilton 1979: 212, quizá carga en exceso de contenido económico los agravios corintios contra Esparta.
65 Th. 3.68.3; Hel. Oxy. 16.3. Cf. Salmon 1978: 112.
66 Hel. Oxy. 17.3.
67 Hel. Oxy. 17.4-5, precedido por el valioso excursus sobre el ordenamiento constitucional beocio (16);
cf. Hardy 1926 sobre la magnitud y efectos de la devastación y el pillaje del Ática en la fase final de la guerra del Peloponeso. Este enriquecimiento suele ponerse en estrecha relación con el salto de Tebas y la confederación beocia al rango de potencia hegemónica en el primer tercio del siglo IV. En este sentido, Cook
1981: 1 ha equiparado a Beocia con Lacedemonia (sin su red de aliados, obviamente) en cuanto a población
y poderío militar en este tiempo.
68 D.S. 14.17.1-3; Theopomp. FGrH 115 F 13. Cf. Buckler 2004: 9-10 para los detalles del proceso de
naturalización.
69 Así lo ha postulado Buck 1994: 28 a partir de un estudio que identifica Giptocastro con Eleuteras y sus
torres de guardia como beocias y no atenienses.
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Peloponeso, cuando Esparta y Beocia eran aliados en la lucha contra la arché ateniense. Ya en 426 los espartanos explicitaron su voluntad de intervención en esta
región con la fundación de Heraclea en Tráquide, colonia estratégicamente emplazada a apenas cuarenta estadios de las Termópilas, en la vía de paso natural entre
Grecia septentrional y central70. Desde ese mismo momento quedó claro que tanto
los pueblos de la región, hostiles a la liga del Peloponeso, como el hegemón de este
área geopolítica, la confederación beocia, cuyo consejo federal era controlado por
los tebanos, entendían como un peligro la presencia lacedemonia. Prueba de ello
serían los duros ataques que sufrieron los heracleotas y la guarnición lacedemonia
en el invierno de 420/19 por parte de enianes, dólopes, melieos y algunos tesalios,
que dejaron la ciudad herida, situación aprovechada por los beocios a comienzos del
verano siguiente para ocupar la plaza y despedir al comandante lacedemonio
Agesípidas bajo el pretexto de mal gobierno; Tucídides consigna que la maniobra
beocia no gustó en absoluto en Esparta71.
La cosa no quedó ahí, pues en el otoño de 413 Agis II condujo una expedición al
golfo Malíaco durante la cual el rey espartano no sólo volvió a establecer una guarnición en Heraclea, sino que además tomó el control de Equino, al norte de dicho
golfo, confiscó ganado de los eteos –que sólo devolvió tras el pago de un rescate–,
y exigió rehenes y dinero a los aqueos de Ftiótide y a otros pueblos sometidos a los
tesalios72. Cuatro años después, en el invierno de 409/8, en el curso de un nuevo
enfrentamiento contra los rudos eteos, los colonos heracleotas fueron traicionados
por los aqueos de Ftiótide y sufrieron setecientas bajas, incluida la del harmosta
lacedemonio Labotes73.
Desde la derrota de Atenas en 404 una Esparta que se arroga todos los beneficios
de la victoria extiende su dominio con mayor descaro por el área central de Grecia
mientras aumenta el nerviosismo beocio por estos movimientos en la vecindad de su
frontera septentrional. En 399 una discordia civil en Heraclea, donde convivían
colonos lacedemonios y población autóctona, dio a Esparta el pretexto para enviar a
Herípidas, quien llegado al lugar después de cruzar territorio beocio ejecutó a unos
quinientos agitadores y asentó los asuntos a su agrado, retomando una vez más el
control de la colonia a través de una guarnición; a renglón seguido el estratego
espartano repetiría esta acción en la también rebelde ciudad de Ete, donde expulsó
a la población e instaló otra guarnición74. Controlado el valle del Esperqueo, es muy
70 Th. 3.92.1-4; D.S. 12.59.3-4. Recientemente Szemler 1996: 99-104 ha recuperado la vieja nota de Cary
1922 e incorporado argumentos topográficos para sostener que desde su fundación en 426 la colonia espartana de Heraclea en Tráquide cumplía la función clave de proteger el acceso a Grecia central desde el norte
continental, y así fue también durante la guerra corintia (de ahí la lucha por su control entre tebanos y lacedemonios), erigiéndose como un paso más estratégico que el tradicionalmente reconocido de las Termópilas,
situado siete kilómetros al sudeste. La importancia estratégica de la colonia ha sido defendida también con
fuerza por Falkner 1999, que se circunscribe a la guerra arquidámica.
71 Th. 5.51-52.1.
72 Th. 8.3.1; Ar. Lys. 1168-1170; cf. Larsen 1968: 156.
73 X. HG. 1.2.18.
74 D.S. 14.38.4-5; Polyaen. 2.21. Dados los problemas de adaptación al calendario juliano de las referencias cronológicas proporcionadas por Diodoro, es igualmente posible datar la expedición de Herípidas en
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Las causas de la guerra de Corinto: un análisis tucidídeo
posible que las acciones de Herípidas se extendieran a Tesalia y ésta fuera la ocasión en que los espartanos, en cooperación con el tirano Licofrón de Feras, situaron
una guarnición en la ciudad tesalia de Farsalo75, destacamento que no aparece en
nuestras fuentes antes del otoño-invierno de 395, cuando sucumbe ante los lariseos
y sus aliados beocios y argivos76. Hay consenso entre la crítica moderna en ver en
el establecimiento de estas guarniciones un intento de aislar a Beocia en Grecia central y frustrar toda posibilidad de expansión en cualquier dirección77. No es de extrañar, por tanto, que esta intromisión espartana en un área geopolítica sensible sobre
la que los beocios tenían sus propias ambiciones, igualmente imperialistas78, contribuyera decisivamente a afirmar el control de la facción antilaconia de Ismenias al
frente de la ciudad de Tebas y del estado federal beocio y, en consecuencia, a incrementar la tensión hasta convertirla en hostilidad manifiesta y desembocar finalmente en el estallido de la guerra de Corinto79.
Con todo, a pesar de los evidentes signos de disconformidad que hemos visto más
arriba, la ruptura definitiva se hará esperar hasta 396, cuando Agesilao, en vísperas
398, como hacen por ejemplo Hamilton 1979: 121 y Cook 1981: 69 n. 49. Los eteos se refugiaron en Tesalia,
desde donde los beocios les reintegrarían a su tierra en el primer año de la guerra corintia, como consecuencia de la exitosa campaña de Ismenias en la región (D.S. 14.82.6). Buck 1994: 29 considera que la marcha
de Herípidas a través de tierras beocias proporciona el contexto para un apotegma laconio recogido por
Plutarco (Mor. 229 c) en el que Lisandro –que según él acompañaría a Herípidas, aunque es extraño que
Diodoro no lo mencione– pregunta a unos indecisos beocios si marchará a través de su territorio con las lanzas verticales (o sea, en son de paz) u horizontales (en guerra); es preferible, junto con Westlake 1985: 279
y Cook 1981: 71, ver una mejor ocasión para la anécdota en la campaña beocia de Lisandro de 395, cuando
trataba de provocar secesiones dentro de la confederación.
75 Así Westlake 1935: 59; Larsen 1968: 156-157; Cook 1981: 71-73. El asesinato del rey macedonio
Arquelao en el invierno de 400/399, en medio de luchas dinásticas, frenó la expansión macedonia por Tesalia,
que se apoyaba en la dinastía de los Aléuadas de Larisa, coyuntura que aprovecharon los espartanos para
intervenir militarmente en favor de su aliado Licofrón de Feras, el cual, gracias a su contundente victoria
sobre los lariseos en 404, aspiraba a la posición de tágos de Tesalia; cf. en este sentido, Westlake 1935 5759, Morrison 1942: 66-74, Hornblower 1985: 235-236 y Pascual González 1995a: 759-761, que se basan fundamentalmente en el panfleto anónimo περö πολιτεÉας, hallado entre los trabajos del rétor ateniense
Herodes Ático (siglo II d.C.) pero que parece beber de fuentes contemporáneas tesalias. Hornblower relaciona además estos hechos con la intervención de Lisandro en el Egeo septentrional y concretamente en Tasos,
donde realiza una purga de demócratas (Polyaen. 1.45.4; Nep. Lys. 2.2; Plu. Lys. 19.3, donde dice Mileto en
lugar de Tasos).
76 D.S. 14.82.6.
77 Cloché 1918: 334; Andrewes 1971: 223; Cawkwell 1976: 81; Hamilton 1979: 154; Cook 1981: 73-74;
Cartledge 1987: 287-289; Pascual González 1992: 425. Sólo Perlman 1964: 75-76 minimiza la intervención
espartana tanto en Heraclea como en Tesalia aduciendo que la primera en realidad no era una ciudad griega,
sino una colonia militar y por tanto entraba dentro de las competencias de Esparta asegurar su control, mientras que en el caso tesalio el empeño lacedemonio no fue estable ni duradero.
78 Véase Cook 1981: 248-250, para quien Fócide era el primer paso natural en la puesta en práctica de
estos planes imperialistas y, por tanto, no fue casualidad que Ismenias y los suyos eligieran este estado como
parte de su argucia para desencadenar la guerra de Corinto (las invasiones tebanas de territorio focidio se
repitieron en diversas ocasiones a lo largo del siglo IV).
79 Para el papel jugado por el antilaconio Ismenias en los acontecimientos que convirtieron un conflicto
local en uno panhelénico, véase Fornis e.p. La presión lacedemonia sobre la frontera norte de Beocia es indicada como la principal motivación de Ismenias por Andrewes 1971: 217-226; Cawkwell 1976: 81; Cook
1981: 167-182; Hornblower 1985: 232-240; Cartledge 1987: 287-289; Pascual González 1992.
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de una campaña asiática cuyos fines imperialistas disfrazaba de panhelénicos para
generar menos oposición entre los griegos, intentó realizar un escenográfico sacrificio cargado de reminiscencias homéricas en Áulide, en suelo beocio, pero fue interrumpido por un escuadrón de caballería enviado por los beotarcas, que objetaron que
el rey espartano no hacía debido uso de la mántica oficial beocia y esparcieron por el
suelo las víctimas ya ofrecidas en el altar80. Los estudiosos modernos coinciden en
señalar la significación de la afrenta tebana81, pero ha pasado más desapercibida la
provocación que entrañaba la acción del ambicioso diarca euripóntida, destinada a
poner en un serio aprieto al gobierno del antilaconio Ismenias82.
Occidente
La intervención espartana en Sicilia en apoyo del tirano Dionisio el Viejo –las
dos ciudades mantenían excelentes relaciones diplomáticas desde la fase final de la
guerra del Peloponeso, aunque no es seguro que hubiese un tratado de por medio–
también debió de preocupar a muchos griegos, particularmente a los corintios, que
no debían de permanecer ajenos a la situación interna que se vivía en su apoikía, y
bajo esta luz ha de interpretarse la presencia de agentes que, como Nicoteles, combatían al tirano83. Corinto había llegado a la fase final de la guerra del Peloponeso
muy mermada en sus recursos y con una flota precaria en número y calidad de naves,
insuficiente para hacer valer una posición de privilegio –que no hegemónica– en el
comercio del Oeste84. De hecho, antes incluso del acceso al poder de Dionisio,
“Sparta inizia ad affacciarse direttamente sulla Sicilia in qualità di potenza egemane, e sostituisce progressivamente corinto anche nel suo tradizionale ruolo di prima
interlocutrice ne riguardi della sua edonia, Siracusa”85. A su vez la retirada de estos
80 X. HG. 3.4.3-4; 5.5; Plu. Ages. 6.4-6 y Lys. 27.1-2. El grandilocuente ritual, con Agesilao transmutado
en un nuevo Agamenón «conductor de hombres», estaba encaminado a revestir de panhelenismo una empresa personalista (véase v.gr. Bommelaer 1983 y Ragone 1996).
81 Es de todos conocido que desde este momento, si no antes, Agesilao fue alimentando a lo largo de su
reinado un visceral odio hacia los tebanos que condicionó su política al frente del Estado espartano, incluso
teniendo el rey relaciones de parentesco con conspicuos ciudadanos de Tebas (cf. en general Hamilton 1994).
82 En efecto, como ha remarcado Lendon 1989: 310, «si el tebano permitía a Agesilao su sacrificio augural, estaría admitiendo que Beocia era enteramente impotente de cara a la fuerza espartana y así que su política de hostilidad había fracasado. Si, por otro lado, él expulsaba a Agesilao con las armas, estaría procurando un casus belli e incrementaba el temor de los beocios a la guerra, temor que podría arrojar a más beocios
en los brazos de su oponente Leontíades».
83 Véase Hornblower 1985: 237-240 y 1992: 122, que enfatiza la importancia de los vínculos de
συγγένεια o parentesco y, de otra parte, reflexiona sobre el grado de progresión de la injerencia espartana
en Sicilia desde la guerra jónica. También Pascual González 1995b: 209-212 lo considera un factor importante, aunque desde una perspectiva exclusivamente corintia y en combinación con otros factores (intervención en Élide y golfo Corintio). Sin embargo D.S. 14.75.5 recuerda a corintios avisando a Dionisio del ataque cartaginés sobre Siracusa y luego colaborando decisivamente en la defensa.
84 Tanto es así que los corintios aprovecharían el dinero persa entregado por Conón y Farnabazo en 393
para construir una flota (X. HG. 4.8.10; cf. Pascual González 1995b: 198-201).
85 Giuliani 1994: 150, 153.
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mercados influyó a todas luces sobre el tejido económico y social de la polis corintia, incapaz de generar los recursos agrícolas necesarios como para sustentar a su
numerosa población86. Es probable que los atenienses también vieran con inquietud
el interés espartano en el Adriático, un área que habían cultivado política y comercialmente87.
En el mismo año de la capitulación de Atenas, Diodoro nos cuenta que Aristo,
uno de los más distinguidos (τ”ν ªπιφαν”ν) espartanos, fue enviado a Siracusa
con la misión declarada de derrocar el régimen unipersonal de Dionisio el Viejo,
pero en realidad con la intención de consolidarlo en el poder (αôτ συναòξοντες
τὴν ¢ρχὴν), en un momento delicado en que la onerosa paz con Cartago del año
anterior había incrementado la oposición interna al tirano. El Sículo asegura que la
motivación de los espartanos era poder contar en el futuro con la cooperación de un
estado dotado de excepcionales recursos humanos y económicos. Tras poner sus planes en conocimiento de Dionisio, el poco escrupuloso Aristo excitó al pueblo con
promesas de devolverlo la libertad y, cuando se hubo ganado su confianza, mató al
corintio Nicoteles, su prostátes y a la sazón principal enemigo del týrannos88.
Es muy posible que Lisandro se encuentre detrás de este proyecto de alianza con
Dionisio89. De hecho dos anécdotas relatadas por Plutarco evocan una relación cordial entre ambos personajes y sitúan a Lisandro –bien es cierto que en una fecha
indeterminada90– como πρεσβευτÈς en la corte de Siracusa91.
El apoyo espartano al tirano sería refrendado en 398 mediante un permiso para
reclutar cuantos mercenarios lacedemonios deseara para su segunda guerra contra
Cartago92, presumiblemente entre los no ciudadanos (inferiores y periecos), y dos
años después con el envío de treinta naves que, a las órdenes de Farácidas –sin duda
el Fárax de Jenofonte93, que ejerce la navarquía en 397/6–, participaron en la tercera guerra cartaginesa, con Siracusa asediada por los púnicos y el pueblo a punto
de la revuelta, que no llega finalmente a cristalizar gracias a una decisiva intervención verbal de Farácidas94. Pasaron diez años antes de que Dionisio pudiera devolver el favor a los lacedemonios. Lo haría en 387, bajo la forma de veinte naves que
dieron a los lacedemonios la superioridad sobre los atenienses en el Helesponto,
cuando se decidía la suerte de la guerra corintia95.
86 Sobre la explotación y diversificación de los recursos corintios, véase Salmon 1984: 130-131, 402,
Pascual González 1995b: 192-196 y Fornis 1999: 6-10.
87 Corsaro 1994: 119.
88 D.S. 14.10.2-3; en 14.70.3 el Sículo emplea también el nombre de Aretes para el mismo espartano.
89 Bommelaer 1981: 178, aceptado por Hornblower 1992: 122.
90 Dentro de la carrera política y militar de Lisandro la fecha que mejor encaja es 402-400 (cf. Hamilton
1979: 96; Pascual González 1995b: 210-211), si bien otra coyuntura apropiada se daría entre 398 y 397, con
una Esparta preocupada por el rearme naval persa y por los preparativos de la expedición asiática de Agesilao
(así Anello 1996: 404). Dejan abiertos ambas posibilidades Bommelaer 1981: 177 y Giuliani 1994: 156.
91 Plu. Lys. 2.7-9.
92 D.S. 14.44.2.
93 X. HG. 3.2.12.
94 D.S. 14.63.4 y 70.1-2; se confirma aquí “l’esistenza di un canale preferenziale tra Dionigi e Sparta”
(Giuliani 1994: 154-155).
95 X. HG. 5.1.26.
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Egipto
Simon Hornblower, principal adalid de la tesis de que la injerencia espartana en
Sicilia preocupó a los griegos continentales hasta el punto de conducirlos a la guerra96, ha llamado también la atención sobre la más especulativa, pero intrigante,
implicación espartana en Egipto97. Una noticia de Diodoro hace a los espartanos
entablar en 397/6 una alianza con el faraón Neferites –llamado Nefereo por el
Sículo–, en rebelión contra la dominación persa98, por la cual a cambio de la ayuda
prestada el egipcio envió a Esparta el equipamiento para cien trirremes y quinientas
mil medidas de grano, aparentemente en relación con los preparativos de la expedición de Agesilao a Asia Menor99. También en opinión de Caroline Falkner la presencia permanente de una gran flota lacedemonia en el sureste del Egeo y las negociaciones con Egipto pudieron alarmar no sólo a los griegos, sino también a Artajerjes
en cuanto a las intenciones espartanas en Asia Menor, así que el Gran Rey ordenaría el rearme naval persa en Chipre como respuesta100.
Rodas
Rodas no sólo era estratégicamente una base naval de primer orden, desde la cual
se podían apoyar además las operaciones terrestres en suelo cario, sino que también
cumplía un importante papel de control del acceso al Egeo meridional y como escala en la ruta del grano egipcio que tenía como destino el Ática101. Desde que la isla
logró el sinecismo entre 411 y 408 en torno a la recién fundada ciudad de Rodas,
proceso que fue acompañado del establecimiento de la oligarquía de los Diagóridas
y de la escisión de la arché ateniense102, la situación era de constante tensión entre
demócratas y oligarcas, que como veremos derivará en brotes de stásis ya entrado el
siglo IV. Fue en la estación de bonanza de 396103 cuando el pueblo rodio, aparentemente por medios no violentos104, expulsó a la armada peloponésica y acogió en su
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Hornblower 1992.
las habituales incertidumbres dinásticas que rodean el ascenso al trono de un nuevo rey,
en este caso Artajerjes II, desde 404 el delta había escapado al control persa (que retenía el Alto Egipto) bajo
la figura del faraón Amirteo. Cf. Cawkwell 2005: 162.
99 D.S. 14.79.4; cf. Iust. 6.2.1.
100 Falkner 1992 : 245.
101 Infra y Ps. Dem. 56: passim.
102 Th. 8.44.1-3; D.S. 13.75.1; Str. 14.2.9-10. Cf. Berthold 1980: 33; David 1984: 271. Es errónea la aseveración de Bruce 1961: 167 de que los Diagóridas acceden al gobierno años después, tras la revuelta contra Esparta.
103 La fecha es incierta –el lógico terminus ante quem lo marca el derrocamiento de los Diagóridas en el
verano de 395–, pero 396 es el año que se adecua mejor al curso de los acontecimientos que preceden al estallido de la guerra de Corinto (cf. Barbieri 1955: 116; Perlman 1964: 79; David 1984: 272; Strauss 1986: 106107; Cartledge 1987: 290), sin que se puede descartar del todo 397 (Bruce 1961: 167-168) o el invierno de
396/5 (Grenfell y Hunt 1908: 212).
104 No ha dejado de causar asombro e incluso escepticismo entre los estudiosos que los espartanos accedieran sin más, o bien no ofrecieran resistencia, en la evacuación del puerto de Rodas cuando en los últimos
98 Aprovechando
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lugar a la de Conón, que se encontraba en Lorima, en la perea continental de Rodas,
y que seguramente desempeñó el papel de instigador de la revuelta, como asegura
Pausanias citando la autoridad de Androción105. La suerte quiso que Conón capturara también los barcos de grano que el rey egipcio Neferites I (o Nefereo), en rebelión contra el Gran Rey, enviaba a Esparta en virtud de una presunta alianza (vid.
supra) y que recalaron en la isla ignorantes de que ésta había cambiado de manos.
El almirante persa de origen ateniense hizo de Rodas el cuartel general de su flota,
reforzada ahora con la llegada de diez naves cilicias y ochenta fenicias conducidas
por un dinasta sidonio, cortando de paso ulteriores intercambios o comunicaciones
entre la flota espartana en el Egeo y Egipto106.
El cambio de alianza por parte de Rodas no debió de satisfacer por completo ni
de ofrecer suficiente garantía de lealtad a Conón, de modo que no mucho después,
a comienzos del verano de 395107, el ateniense aparece mezclado en una revolución
(ªπαν£στασις) democrática que dio al traste con la oligarquía de los Diagóridas,
la cual había apoyado, si no liderado, la insurrección contra Esparta108. Nuestra
diez años había demostrado ser una excelente base naval para las operaciones lacedemonias en el Egeo.
Alguno como Berthold 1980: 35-36 ha intentado buscar una explicación razonable para esta aparente incógnita imaginando que Conón pudo hacer una maniobra de distracción que alejase a la flota peloponésica del
puerto y entonces el pueblo rodio aprovecharía para cerrar éste. Otros como Barbieri 1955: 117 han preferido pensar que los espartanos abandonaron por voluntad propia la isla, cuyo interés estratégico habría sido
desplazado por la presunta necesidad de navegar hacia el Helesponto para apoyar desde el mar las operaciones de Agesilao en Asia. Westlake 1983: 335-337 ha criticado ambas hipótesis, la primera del alemán porque
aduce que no tiene reflejo en nuestra única fuente, Diodoro, quizá olvidando que el Siciliota sólo pretende
ofrecer un resumen de los acontecimientos, la segunda del italiano, creemos que más acertadamente, porque
el rey euripóntida no requería de protección naval para su campaña asiática, y menos a costa de perder una
estación naval de la importancia de Rodas. La alternativa de Westlake no se presenta más prometedora, pues
arguye que los espartanos desalojaron la isla porque corrían el riesgo de ser derrotados en un futuro por la
flota de Conón (por entonces inferior en número, pero llegaban noticias del programa de construcción naval
del Rey), a lo que se uniría la soterrada hostilidad del pueblo rodio; el autor neozelandés pasa por alto la ofensiva espartana de 391 para recobrar la isla, sustentada desde el interior por un grupo de oligarcas laconizantes capaz de plantear serios problemas a la facción demócrata en el poder (X. HG. 4.8.20-30; 5.1.5-6; D.S.
14.97.1-4; 99.4-5).
105 D.S. 14.79.6; Androt. FGrH 324 F 15 apud Paus. 6.7.6.
106 D.S. 14.79.7. Las consecuencias negativas que la pérdida de la base naval rodia tuvo, a efectos logísticos, sobre la campaña asiática de Agesilao son expuestas por Falkner 1992: 243.
107 El historiador de Oxirrinco narra estos hechos justo después de la batalla de Sardes y antes de la disputa entre locros y focidios que prendió la mecha de la guerra corintia. Para la fecha existe bastante consenso en la literatura moderna: Barbieri 1955: 129; Bruce 1961: 168; Perlman 1968: 260; David 1984: 272.
108 Bruce 1961: 167-169; Berthold 1980: 36; Funke 1980b: 61-62; David 1984: 272. A contrario, Westlake
1983: 338-340 atribuye a los miembros de la familia Diagórida unas asombrosas facultades premonitorias que
les permitieron prever la reacción del pueblo rodio y la retirada de la flota peloponésica, con lo que, contra sus
naturales inclinaciones proespartanas, «negociaron un acuerdo con Conón para la expulsión» como única salida para mantenerse en el poder (cf. también Barbieri 1955: 130: n. 3: «É piuttosto verosimile che essi, per conservare il potere, non avessero contrastato il rivolgimento antispartano del 396 favorito da Conone»).
Nada más enterarse de la defección, los espartanos apresaron y ejecutaron al Diagórida Dorieo, un prominente vencedor en diversas competiciones atléticas de carácter panhelénico y un significado laconizante
–por lo menos en el pasado–, que en ese momento se encontraba en el interior del Peloponeso (Paus. 6.7.16). La respuesta de los estudiosos a la motivación del viaje de Dorieo al Peloponeso no pasa de la mera especulación: incitar a la revuelta contra Esparta, como su compatriota Timócrates (Barbieri 1955: 117-119,
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información proviene únicamente del anónimo de Oxirrinco, pues en esta ocasión ni
Jenofonte ni Diodoro mencionan el episodio109. Conón no quiso estar presente en el
momento del golpe, presumiblemente para eludir toda responsabilidad si fracasaba,
así que poco antes zarpó para Cauno con veinte naves, dejando la ciudad y el puerto al cuidado de sus lugartenientes Jerónimo y Nicofemo, que situaron guardias en
el puerto y en las proximidades del ágora, quizá para facilitar la huida de los conspiradores en caso de ser necesario110. Éstos, dirigidos por Dorímaco, aprovecharon
una parada militar para llevar a cabo la acción, durante la cual dieron muerte a los
miembros de la familia Diagórida y a otros once ciudadanos más. Reunida la
Asamblea, Dorímaco proclamó una politeía democrática y desterró a algunos ciudadanos proclives al régimen anterior111. En puridad se trató de una revolución interna, pero beneficiada de la connivencia, colaboración pasiva si se quiere, de Conón y
sus hombres. En suma, la defección de la estratégica isla del imperio espartano, sin
ser causa directa de la guerra de Corinto, influyó a buen seguro sobre la política desplegada por los estados involucrados en el origen de la misma112.
Atenas
Derrotada sin paliativos en la guerra del Peloponeso, Atenas no tardó en sentir la
interferencia lacedemonia en su política interna. Por el acuerdo de capitulación de
404 los atenienses quedan obligados a pagar una indemnización de guerra a Esparta,
desmantelar las murallas de la ciudad y del Pireo, carecer de armada –salvo doce
naves–, aceptar el retorno de los exiliados –obviamente de ideología oligárquica– y,
como cualquier otro aliado de Esparta, compartir los mismos amigos y enemigos
que los lacedemonios y seguirlos por tierra y por mar allá donde los condujeran113.
Los veintisiete años de conflicto contra la liga del Peloponeso, sobre todo los últimos once, con la permanente presencia lacedemonia en Decelia, habían arrasado los
campos y cosechas del Ática, dañado severamente el artesanado, el comercio y la
producción minera, alentado la huida de esclavos e interrumpido la recaudación del
aunque él sitúa la muerte de Dorieo antes de la masacre de su familia; Perlman 1964: 79 n. 8; Funke 1980b:
61), convencer a los espartanos de la buena fe de los Diagóridas para que respalden militarmente su vuelta
al poder (Westlake 1983: 143) o incluso el rechazo del episodio como invención de un ignoto panfletario
antiespartano (Jacoby, n. 6 de su comentario al pasaje de Androción en el que se basa el Periegeta: FGrH
324 F 46).
109 Hel. Oxy. 15.
110 Westlake 1983: 341 va más lejos y supone que tales medidas estaban destinadas a asegurar, incluso
con la participación activa, el éxito del golpe.
111 Sobre estos hechos véase Ruschenbusch 1982. La historiografía moderna coincide en resaltar la mesura de los demócratas en el tratamiento de sus enemigos políticos. Cuatro años después estos exiliados solicitarían la ayuda de Esparta, con lo que se produce un rebrote de la stásis rodia.
112 Para Perlman 1964: 79 y 1968: 261, Hamilton 1979: 191-192, David 1984: 272 y Hornblower 1985:
244 este hecho influyó decisivamente en el cambio de actitud de Trasibulo acerca del enfrentamiento con
Esparta (vid. infra), sobre todo en la convicción de que Atenas debía poner sus miras en la guerra naval; contra Seager 1967: 98.
113 X. HG. 2.2.20.
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phóros de los aliados, llevando a la extenuación económica de Atenas114. Pero lo
peor de todo fue el derrocamiento, por segunda vez en su historia, de su régimen
democrático y su sustitución por uno oligárquico –los llamados Treinta Tiranos–
impuesto por Esparta y vinculado particularmente a Lisandro, que lo respalda militarmente con el establecimiento de una guarnición de setecientos lacedemonios al
mando del harmosta Calibio115.
Los crímenes y confiscaciones de los Treinta pronto avivaron una resistencia
procedente de dos frentes distintos: por un lado de los exiliados demócratas refugiados en Tebas (vid. supra), que bajo el mando de Trasibulo de Estiria se organizan y se apoderan de File, un fuerte al noroeste del Ática, y más tarde del puerto
del Pireo; por otro, de muchos hoplitas ciudadanos que permanecían en Atenas y
que compartían un ideario oligárquico moderado. Serán estos últimos quienes acaben por expulsar a los Treinta –que se retiran a Eleusis– sin por ello congraciarse
con los exiliados116. La intención de Lisandro de restituir el orden, y con él el
gobierno títere de los Tiranos, se vio frustrada porque el rey Pausanias acudió también a Atenas con el ejército cívico y aliado a fin de neutralizar las maniobras de
su adversario político. Bajo la tutela de Pausanias, cuya autoridad en campaña es
superior a la de un mero harmosta, en el otoño de 403 Atenas alcanza la reconciliación social, recupera el régimen democrático y se ve libre del harmosta y la guarnición lacedemonios117. Con todo, Esparta seguía presente en la vecina isla de
Egina, donde disponía de un harmosta que vigilaba cualquier movimiento extraño
en los puertos atenienses (vid. infra).
A partir de ese momento Atenas respeta en apariencia sus obligaciones de tratado
con Esparta enviando contingentes a las expediciones demandadas por los lacedemonios, en concreto a la campaña elea de Agis II118, de fecha discutida como hemos visto,
y a la de Tibrón en Asia Menor en 400/399, si bien en esta ocasión fueron trescientos
hippeîs sospechosos de abrigar un ideario oligárquico –la caballería colaboró con el
«maldito» régimen de los Treinta– y por ello mismo prescindibles119.
Pero desde el nombramiento de Conón como almirante de la flota del Gran Rey
y lugarteniente de Farnabazo (vid. supra) fue creciendo en ciertos sectores de la
114 Las cifras hablan por sí solas: frente a la reserva de 9.700 talentos que Atenas tenía en vísperas de la
guerra del Peloponeso (Th. 2.13.-3-5) o los 3.500 talentos gastados en la magna expedición a Sicilia del año
415 (Th. 8.15.1), apenas ascienden a unas decenas de talentos las cantidades que se mueven en el Ática a
comienzos del siglo IV; de hecho la riqueza capital completa del Ática en 378 no llegaba a los 6.000 talentos (Dem. 14.19; Plb. 2.62.7).
115 X. HG. 2.3.13-14; Plu. Lys. 15.6. Para los Treinta remitimos a las dos recientes monografías de Krentz
1982 y Natalicchio 1996.
116 X. HG. 2.4.2-24; D.S. 14.33.1-4; Arist. Ath.Pol. 37-38.1.
117 X. HG. 2.4.28-38; D.S. 14.33.6; Arist. Ath.Pol. 38.3-4; Plu. Lys. 21; Paus. 3.51. No obstante la reunificación política habría de esperar hasta 401, cuando cesó la resistencia del grupo de oligarcas atrincherado
en Eleusis (X. HG. 2.4.43; Arist. Ath.Pol. 40.3).
118 X. HG. 3.2.25; D.S. 14.17.4-7.
119 X. HG. 3.1.4. Sobre la impopularidad de la caballería ateniense en el tránsito del siglo V al IV, véase
Spence 1993: 216-224; para Kounas 1969: 61, 115 estos caballeros serían voluntarios salidos de las filas «oligárquicas» y «moderadas» que deseaban demostrar a Esparta que Atenas reconocía el liderazgo espartano en
Grecia.
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sociedad ateniense un clima favorable a la colaboración con Persia como medio de
luchar contra la áspera hegemonía espartana en Grecia. De hecho las Helénicas de
Oxirrinco confirman que se habían enviado en secreto a Conón armas y tripulaciones (ὸπλα τε καö ¯πηρεσÉας)120, aunque una embajada despachada a Persia en
397121, integrada por Hagnias, Telesegoro y un tercer miembro cuyo nombre, debido al estado del papiro, no se ha preservado completo (-crates), no tuvo tanta fortuna y fue interceptada en el viaje de vuelta por el navarco espartano Fárax, que ejecutó a sus miembros sin que el Estado ateniense elevara ninguna protesta122. El anónimo de Oxirrinco identifica a este grupo deseoso de provocar la guerra contra
Esparta con el de Epícrates y Céfalo (οÄ περö ’Επικρ£τη καö Κέφαλον), prostátai
de los estratos más desfavorecidos de la sociedad ateniense (οÄ πολλοö καö δηµοτικοÉ) que de paso no despreciaban un enriquecimiento personal a costa de las arcas
120 Hel. Oxy. 7.1; cf. Isoc. 4.142, que confirma la presencia de marineros y remeros atenienses en la flota
cononiana con base en Rodas, y Pl. Mx. 245 a, sobre su condición de voluntarios y exiliados.
121 Sobre la fecha, cf. Barbieri 1955: 91-92; Bruce 1966: 272; Seager 1967: 96 con n. 6; Perlman 1968:
259; Strauss 1986: 106; Cartledge 1987: 291; Buck 1998: 89.
122 Hel. Oxy. 7.1. Cf. también Is. 11.8; Harp. s.v. ’ΑγνÉας; Androt. FGrH 324 F 18 (= Philoch. FGrH
328 F 147). Para Bruce 1966: 277 la embajada no era oficial, sino responsabilidad de la facción «radical»
de Céfalo y Epícrates (aquí coincide con Perlman 1968: 259, Kounas 1969: 116 y Strauss 1986: 106), o bien
los atenienses se negaron a admitir que tuviera ese carácter por miedo a las represalias (así Seager 1967: 96,
Sensi Sestito 1979: 22-24 y Badian 1995: 82, que subrayan que el término presbeía utilizado por las fuentes indica que fue necesariamente autorizada por las instituciones: por la Boulé y de forma reservada en opinión de la italiana, por la Ecclesía y abiertamente según los anglosajones). Develin 1989: 206 incluye de
hecho a estos enviados en el listado de servidores públicos atenienses del año 397/6. Por un fragmento del
cómico Platón (fr. 119 Edmonds) y una noticia de Hegesandro en Ateneo (251 a-b) sabemos que el mismo
Epícrates participaría personalmente junto a Formisio en otra legación que sí llegó hasta el Rey –del que
recibieron regalos que fueron interpretados como sobornos por ciertos sectores de la sociedad ateniense– en
una fecha indeterminada –probablemente justo después de la batalla de Cnido– y con desconocido propósito. Formisio habría sido, según el discurso 34 de Lisias y el argumento de Dionisio de Halicarnaso que le
precede, el proponente de un decreto que limitara la ciudadanía a los terratenientes tras el acuerdo de reconciliación que, de haber sido aprobado, hubiera privado de la ciudadanía a cinco mil atenienses; su poblado
bigote le hace víctima de las chanzas de Aristófanes en Ra. 965 y Eccl. 97, pero la segunda alusión indica
que siguió activo en política en la década de los 90.
En estos primeros años de siglo, antes del estallido de la guerra, ha datado Culasso Gastaldi 2004: 3555, tanto por criterios epigráficos como por el contexto histórico, los pactos con el Gran Rey alcanzados por
una embajada ateniense que vio facilitada su empresa por el buen hacer de Heraclides de Clazómenas, apodado Basileús (debemos entender que el apelativo responde a sus buenas relaciones con la corte aqueménida), razón por la cual es honrado como benefactor por la Asamblea ateniense (IG I3 227 + II2 65; se trata
en realidad de la renovación de un decreto honorífico publicado en el siglo anterior que ahora, sin duda por
conveniencia política, se reedita). Tradicionalmente se viene interpretando que este epígrafe recogería el
acuerdo logrado por Epílico en 424/3 (cf. Andoc. 3.29), bien que en él no aparezca su nombre (los argumentos son desglosados, y criticados, por Culasso Gastaldi, que recoge la bibliografía anterior). En realidad Funke 1980a: 64 n. 52 ya había fechado la estela en los primeros años 90 y había reparado en su importancia para las relaciones áticopersas en este momento; con buen criterio el sabio alemán también advertía
sobre la falta de base para atribuir la moción a una facción política concreta (se ha propuesto la de Agirrio
sacando la precipitada conclusión de que éste era enemigo de Heraclides sólo porque Arist. Ath.Pol. 41.3
testimonia que ambos incrementaron sucesivamente la subvención por asistencia a la Asamblea). Las hipótesis de Funke y de Culasso Gastaldi son atractivas, mas lejos de ser concluyentes por el estado fragmentario de las dos piedras.
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públicas ( ν’ αôτοÜς ªκ τ”ν κοιν”ν ì χρηµατÉζεσθαι)123. Sin embargo, el rechazo de Atenas a tomar parte en la campaña «panhelénica» de Agesilao en 396124, que
ciertamente implica una toma de posición oficial del Estado –como bien ha enfatizado Giovanna de Sensi Sestito125–, revela que el antilaconismo no era atributo
exclusivo de los llamados «radicales».
Con este telón de fondo, en una fecha incierta –probablemente el invierno de 396/5
o la primavera de 395126–, se produjo el incidente protagonizado por Deméneto de
Peania, que con la complicidad de los buleutas pero sin respaldo oficial –«se decía» (¾ς
122 Hel. Oxy. 7.2. A juzgar por la oratio XXVII de Lisias, el patrimonio de Epícrates –aceptado que sea
el de Cefisia y no otro homónimo el encausado– se incrementó notablemente durante la guerra, y se sugiere que no por medios demasiado lícitos: de apenas tener para su propio sustento había pasado a tener una
bonita casa, a cumplir con liturgias y a pagar las eisphoraí (9-10). Sobre Céfalo puede verse ahora Besso
1997, que, por encima de la imagen de demagogo de extracción humilde y con una retórica encendida y plagada de insultos que transmite la comedia aristofánica, nos lo presenta, quizá forzando las escasas evidencias e idealizando un tanto al personaje, como un político con un proyecto coherente de reconquista de la
hegemonía para Atenas, un proyecto fundamentado en el control directo o indirecto de áreas geopolíticas
estratégicas como el Egeo septentrional y el Helesponto. Como más abajo sostenemos que el conjunto de la
ciudadanía ateniense estaba predispuesta a ir a la guerra contra Esparta y sólo esperaba el momento adecuado para ello, no está justificado en las fuentes el calificativo de «radicales» que acostumbran a prestar a estos
líderes los estudiosos modernos (cf. Seager 1967: 96). Para poder explicar el subsiguiente comportamiento
de la Asamblea (vid. infra), la lectura del Oxirrinquio hecha por Bruce 1963: 290, errónea en nuestra opinión, es que sólo una parte de este grupo, para él numéricamente mayoritario, los más «extremistas», compartirían las ansias bélicas de Epícrates y Céfalo. Cloché 1919: 161 n. 5 ya los dividía en belicistas a ultranza y belicistas partidarios únicamente de una guerra circunscrita a la liberación del yugo espartano y, por lo
tanto, no expansionista.
124 Pl. Mx. 244 d y 245 a; Isoc. 4.142; Paus. 3.9.2.
125 Sensi Sestito 1979: 21-22.
126 Así Meyer 1909: 58 ss.; Cloché 1919: 157 y 1934: 12; Beloch 1922: 66; Parke 1933: 49 n. 2; Sealey
1956: 179; Seager 1967: 95; Kounas 1969: 61; Lehmann 1978: 117 ss.; Sensi Sestito 1979: 2 (verano de
396); Funke 1980a: 66 con n. 57; Strauss 1986: 109-110 con n. 73; Tuplin 1993: 170-171; Schepens 1993:
180 n. 33. Mucho menos probable, si bien posible, es el invierno de 397/6 o primavera de 396 (Bruce 1967:
72; Hamilton 1979: 178 n. 45; Hornblower 1985: 246-247; Bianco 1992-93: 10; Buck 1998: 89; Besso 1999:
126), aunque entonces no había tenido lugar aún la partida de Agesilao para Asia Menor ni, lo que es más
importante, la defección rodia de Esparta para recibir a Conón, episodios ambos que bajo nuestro punto de
vista resultan claves para comprender la evolución de los acontecimientos.
Las discrepancias se deben a que nuestra única fuente (Aesch. 2.78 también parece aludir al hecho, siempre que se acepte la identificación de su harmosta lacedemonio ΧεÉλων con el ΜÉλων de Jenofonte), el anónimo de Oxirrinco, dice un poco más adelante (9.1): «así terminan los acontecimientos de ese invierno y
comienza el octavo año (Ïτος ïγδοον)», y el problema es que ignoramos el punto de partida de este bloque o período de la obra del historiador de Oxirrinco (recordemos que la obra en sí comienza en 411, donde
se interrumpe la de Tucídides). Puesto que el historiador oxirrinquio siguió una estructura narrativa en estaciones como la tucidídea, las que puedan asumir ese significativo papel son el θερος –la estación de bonanza o militar– de 404 (marcada por el final de la guerra del Peloponeso), el de 403 (caída de los Treinta/reconciliación ateniense) o el de 402 (considerado tradicionalmente un año «vacío» de acontecimientos, pero que
Lehmann 1978: 109-110 y sobre todo Schepens 1993: 190-195 han defendido con persuasión, recuperando
la vieja teoría de Meyer 1909: 63-64, como el del comienzo de una auténtica hegemonía espartana que sustituía a la dynasteía de Lisandro); entre otras ventajas esta última opción se acomoda bien a una concepción
helenocéntrica y no sólo atenocéntrica de los acontecimientos como la que se presupone en unas Helleniká.
En función de qué referencia adoptemos, el episodio de Deméneto, ocurrido durante el séptimo año, podrá
situarse en 397, 396 ó 395.
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λέγεταi) que había informado en secreto a la Boulé–125, equipó y fletó un trirreme de
los muelles para unirse a Conón. Más que la nave, ineficaz por sí sola, lo que tiene
importancia es el gesto, que sin duda pretendía provocar una reacción antiespartana
entre la ciudadanía ateniense. Al mismo tiempo el hecho de que esta vez se tratara de
una nave del Estado ponía en un serio compromiso la posición oficial del gobierno ateniense, con el consiguiente riesgo de represalia por parte lacedemonia. Sin embargo, el
historiador de Oxirrinco nos dice que quienes estaban satisfechos con la situación actual
(Ïστεργον τὰ παρñντα) y deseaban evitar, al menos por ahora, el conflicto directo
con Esparta, aquellos de posición acomodada (a los que se refiere con las expresiones
οÄ ªπιεικεÜς καö τὰς οôσÉας Ïχοντες, «los ilustres y con propiedades», γνριµοι καö
καρÉεντες, «notables y cultivados»126), reaccionaron alarmados y provocaron tal alboroto que los buleutas se vieron obligados a convocar a la Asamblea (τÍν δçµον), donde
los polítai decidieron seguir el consejo de Trasibulo, Ánito y Ésimo de denunciar el
hecho a Milón, harmosta de Egina, y negar cualquier responsabilidad de la ciudad en el
asunto (¾ς οô µετά τçς πñλεως ταˆται πεποιηκñται)127. Este grupo social sería
obviamente el más perjudicado en caso de guerra con Esparta, pues por un lado sus campos sufrirían las invasiones del ejército lacedemonio y por otro sobre ellos mismos
recaería el mayor esfuerzo económico a través de contribuciones extraordinarias (eisphoraí) y de liturgias ahora que no existía el tributo imperial porque la arché se había
evaporado128. Al final Milón no logró interceptar a Deméneto en las proximidades de
Tórico, en la costa este del Ática, y el ateniense consiguió su objetivo de unirse a la flota
de Conón129.
127 Lo que no implica incredulidad por parte del historiador, como bien apostilla Seager 1967: 95.
Hornblower 1985: 150 n. 23 habla de “autorización ofical, pero no necesaramente de la Asamblea”; a juzgar
por el revuelo que causó el asunto, es difícil que medio millar de bulentas tuviera conocimiento del mismo, probablemente sólo estarían al corriente los pritanos, y quizá no todos (dadas las desavenencias entre facciones
políticas). Según Develin 1989: 206 este hecho en sí mismo no descarta que Deméneto pudiera ser un servidor
público, en concreto un estratego, pero el meticuloso lenguaje del anónimo de Oxirrinco lo hace muy improbable. Strauss 1986: 110 da por seguro que Deméneto pertenecía a la facción de Epícrates y Céfalo, mientras
Besso 1999: 126-127 lo hace amigo de Conón e incluso sospecha que éste pudo estar detrás de todo el asunto.
128 Contra esta identificación, asumida por la crítica moderna desde Meyer 1909: 49, se ha pronunciado
Pecorella Longo 1971: 53 n. 3. Con buen criterio Sealey 1956: 179 y Seager 1967: 95-96, además de
Pecorella Longo, ibid., precisan que esta descripción es más social que política, esto es, no se aplica a un
grupo o facción políticamente activa, sino a un sector de la sociedad ateniense –con independencia de si responden o no a un concepto restrictivo de clase– que temía la guerra contra Esparta –en lo que coincidía con
el conjunto de la ciudadanía– sin por ello ser laconizante (como lo es en su mayoría para Cloché 1919: 158
y 1934: 7-8, 12 y Kounas 1969: 61-62; según Bruce 1963: 290-291 se trataría de oligarcas no laconófilos
temerosos de que los problemas con Esparta trajeran el fin de la amnistía en Atenas).
129 Hel. Oxy. 6. Sensi Sestito 1979: 17-21 sostiene que todos los demócratas, ya fueran radicales o moderados, actuaron en concierto y no es lícito atribuir la acción de Deméneto exclusivamente a la facción de
Epícrates y Céfalo. En su discurso Sobre la herencia de Hagnias (11.48), Iseo registra un caso asombrosamente similar protagonizado por un tal Macarto, quien en una fecha desconocida vendió su tierra, compró y
equipó un trirreme con el que zarpó para Creta, llevando también a su demo la inquietud de que el incidente provocara la guerra con los lacedemonios.
130 Cf. Ar. Eccl. 197-198, con la famosa dicotomía entre los pobres que quieren sacar al mar las naves
frente a los ricos que se oponen a ello.
131 En lugar de una persecución, Aesch. 2.78 (vid. supra n. 126) recoge una escaramuza contra el lacedemonio Quilón de la que salen airosos Deméneto y Cleobulo –tío precisamente de Esquines–, aunque reitera-
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De una parte de estos γνριµοι, pero sobre todo del pueblo llano, temeroso de
que una Atenas en situación de aislamiento político, precariedad de recursos y con
el Pireo y la ciudad sin amurallar se precipite a una guerra suicida contra Esparta,
se nutría el abigarrado y heterogéneo grupo dominante en la Ecclesía –impropiamente denominado «moderado» por la historiografía moderna–, cuya prostasía o
liderazgo era asumido por Trasibulo, Ésimo y Ánito132. En esta tríada cabe singularizar la poderosa personalidad de Trasibulo, hijo de Lico, del demo de Estiria,
veterano de File y alma del movimiento de restauración democrática tras el sangriento interludio de los Treinta Tiranos, el cual era ante todo un hombre de armas,
un organizador y un administrador más que un orador, tarea esta última que desempeñaría dentro de su facción un hombre más dotado para la palabra como Ánito,
famoso acusador de Sócrates y en cambio defensor de Andócides en el proceso por
la parodia de los misterios eleusinos133. Sin embargo, la impronta política de Ánito
iba a ser mucho más deleble que la de Trasibulo; de hecho desaparece repentinamente de nuestras fuentes en 395134. Del tercer prostátes, Ésimo, sólo sabemos de
su participación en dos embajadas después de la paz del Rey, a Quíos y a Metimna135, mientras que del período inmediatamente anterior apenas contamos con
una alusión crítica en La Asamblea de las mujeres de Aristófanes136, lo que acaso
mos que no hay seguridad de que el orador se esté refiriendo a este incidente. Precisamente no volvemos a
tener noticias de él hasta su generalato en el Helesponto en 388/7 y 387/6 (X. HG. 5.1.26), que de alguna
forma confirma su prominencia política.
132 Hel. Oxy. 6.2. Pensamos que el panorama dibujado por el historiador de Oxirrinco simplifica de alguna forma una realidad sociopolítica más compleja (cf. Funke 1980a: 6-7; Lehmann 1978: 81; por el contrario Badian 1995: 82 va demasiado lejos al atribuir a los prejuicios del historiador de Oxirrinco una ficticia
división de la sociedad ateniense). Por lo tanto no podemos suscribir la tendencia de los estudiosos modernos a etiquetar como «moderados» o «radicales», «pacifistas» o «belicistas», «hawks» o «doves», «liberales» o «moderados» a las hetairías y grupos políticos que operan en Atenas. Así por ejemplo es más que cuestionable la idea, ya tradicional en la historiografía moderna, de que Trasibulo era un líder demócrata moderado que identificaba sus intereses con los de las clases propietarias (véase a este respecto la crítica de Alfieri
Tonini 1972: 127, Strauss 1986: 91 y Buck 1998: 92). Kounas 1969: 102-105 (también Bearzot 1981: 20-21),
incluye en esta corriente de opinión a Arquino, pero, además de que extrañaría esta colaboración después de
que en 403 Arquino moviera una graphè paranómon que anuló la ley de ciudadanía de Trasibulo (vid. infra
n. 139), pervierte todo su análisis al hablar de un «partido de centro» en el que tienen cobijo «moderados» y
«liberales», mientras Singh 1971: 112 hace lo propio con Agirrio sin otra base que el hecho de que éste fuera
nombrado estratego en el Helesponto a la muerte de Trasibulo. Por otra parte, si el grupo «radical» de Céfalo
y Epícrates hubiera sido mayoritario, como quieren Bruce 1963: 290 y Saur 1978: 235, interpretando «los
muchos y los del pueblo» en un sentido numérico y no político, la Asamblea nunca habría denunciado la
acción de Deméneto.
133 Pl. Ap. passim y D.S. 14.37.7 (proceso de Sócrates); Andoc. 1.150 (misterios). Sobre Ánito, véase
Plácido 1984-85.
134 En 387/6 le vemos ocupar el cargo –no demasiado prominente– de sitophýlax o supervisor del grano
(Lys. 22.8-10), si es que no se trata de otro Ánito, cosa bastante probable. Tradiciones posteriores de dudoso crédito aseguran que Ánito fue ejecutado sin juicio previo por unos arrepentidos atenienses o bien se exilió en Heraclea Póntica, donde moriría lapidado (D.S. 14.37.7; D.L. 2.43).
135 IG II2 34 (Quíos); IG II2 42 (Metimna).
136 El verso 208 lo presenta dando tumbos –quizá a causa de una cojera–, como un Estado ateniense sumido en una grave crisis financiera tras la derrota de la guerra del Peloponeso. Por Lisias (13.80, 82) sabemos
que en 403 Ésimo encabezó el solemne retorno de los demócratas del Pireo a la ciudad.
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denote una parvedad de relevancia política durante la guerra de Corinto137. Más que
de un grupo estable da la impresión de que se trata de una coalición coyuntural de
facciones o grupúsculos destinada a encarar la situación creada por la acción de
Deméneto138.
Cabe recordar que en este análisis del historiador de Oxirrinco sobre la arena
política ateniense en vísperas de la guerra de Corinto se ha echado en falta la mención de ciertos rétores que tuvieron relevancia en la actividad pública del cambio de
siglo como Arquino139 o Agirrio140.
137 Alfieri Tonini 1972: 143; Accame 1978: 199 («un personaggio assai più oscuro», una mención que para
el italiano es indicativa de la buena información de P sobre la situación interna en Atenas); Strauss 1986: 96.
138 Con buen criterio Seager 1967: 96 reaccionaba así contra la corriente dominante hasta ese momento
representada por Beloch 1884: 11, Meyer 1909: 50, Barbieri 1955: 163 y Perlman 1964: 67.
139 Veterano de File y el Pireo (Dem. 24.135; Aesch. 2.176; Plu. Mor. 345 d), Arquino de Cele desempeña
un prominente papel en la restauración democrática de 403. Contra la opinión de Sealey 1956: 181, que tildaba a Arquino, junto con Formisio y Meleto, de «unimportant man», Funke 1980a: 17-18 y Sartori 1996: 307310 han destacado su “prudencia política” y han reivindicado el protagonismo de Arquino al frente de una vía
intermedia entre la facción demócrata radical y la de los antiguos oligarcas, un puente entre ambos que trataba
de limar asperezas y promover la reconciliación; Strauss 1986: 97-98 le sitúa más cerca de los oligarcas, cuya
presencia en Atenas trataría de fortalecer. Isoc. 18.2 y Sch.Aesch. 1.163 lo señalan como el creador de la paragraphé, por la cual cualquier ciudadano contra el que se llevara un caso podía interponer un recurso si éste
infringía la amnistía; de no menor importancia fue la graphè paranómon que interpuso con éxito contra la propuesta de Trasibulo para conceder la ciudadanía a los que habían contribuido a la restauración democrática (IG
II2 10 y 2403; Arist. Ath.Pol. 40.2; Aesch. 3.195) y la limitación de la recompensa que recibieron los que estuvieron en File a una corona de olivo –y no de oro– y a una suma de mil dracmas en conjunto –menos de diez
por cabeza– para sacrificios y ofrendas a la Diosa Madre (Aesch. 3.187-190). En 403/2 introduce oficialmente
el alfabeto jónico en Atenas (Theopomp. FGrH 115 F 155), lo que para Sartori 1996: 309 revelaría su amplia
visión política ya que, además de reconocer la difusión del alfabeto milesio, la medida evocaría los vínculos con
el mundo jónico y, consecuentemente, con un imperio marítimo que algún día podría ser reconstruido. No hay
noticias suyas después de esa fecha salvo por una controvertida alusión en Pl. Mx. 234 b a su famoso discurso
fúnebre –que probablemente date de la guerra del Peloponeso–, hecho que induce a pensar que moriría poco
después (así Treves 1937: 135 y Strauss 1986: 97) o cuando menos perdió que influencia sobre la opinión pública (Lehmann 1978: 78-79; según Sartori 1996: 311 con n. 19 «per effetto della propaganda dell´ambiente attorno a Trasibulo»).
140 Políticamente activo al menos desde 405 (Ar. Ra. 367 con escolio, que le tacha de afeminado), Agirrio
de Colito fue responsable de la instauración del µισθÍς ªκκλησιαστικñς o pago compensatorio de un óbolo
por asistencia a la Asamblea, que luego elevaría a dos Heraclides de Clazómenas y a un trióbolo el propio
Agirrio poco después de la restauración de la democracia (Arist. Ath.Pol. 41.3), en cualquier caso antes de
comienzos de 391 (momento de la representación de Ecclesiazusae, donde la triobolía es objeto de la reiterada ironía de Aristófanes). No tan claro está su papel en relación con el θεωρικñν o fondo estatal para espectáculos: si bien Harp. s.v. θεωρικ£ (= Philoch. FGrH 328 F 33) le atribuye su creación (Buchanan 1962: 2934, 48-60 acepta el testimonio y lo sitúa en 395), Plu. Per. 9.1 y 34.2 asegura que fue Pericles, pero en ambos
casos carecemos de testimonios contemporáneos –muy en particular del corrosivo Aristófanes–, así que es la
tradición recogida por Iust. 6.9.1-5 y Sch.Aesch. 3.24 la más acreditada hoy día entre los estudiosos (aunque
el primero fue Beloch 1922: 343, véase sobre todo Ruschenbusch 1979), la que asegura que el teórico sería
introducido por el que fuera su gran organizador y administrador a mediados del siglo IV, Eubulo. Agirrio
era ante todo un hombre de finanzas: en Andoc. 1.133-135 aparece como arrendatario de la quincuagésima
cobrada sobre las mercancías que pasaban por el Pireo entre 402 y 399, utilizando prácticas poco honestas
para eliminar competidores e incrementar los beneficios, lo que le llevó a enfrentarse con Andócides, mientras Isoc. 17.31-32 le presenta asociado a Pasión, el famoso banquero de origen esclavo, en 399. Sobre
Agirrio véase en general Sartori 1996, que lucha contra la imagen forjada por Aristófanes.
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Pues bien, menos de un año después el propio Trasibulo patrocinaría una alianza
defensiva con los beocios que arrojaba virtualmente a Atenas a la guerra contra Esparta141. La explicación de semejante volte-face se halla en la política interna ateniense
en estos comienzos del siglo IV, donde las distintas facciones en juego pugnaban por
el reparto de poder en los asuntos domésticos, mas convergían en la directriz fundamental que debía seguir la política exterior, la necesidad de combatir la hegemonía
lacedemonia como vía para restaurar el poder y la influencia de Atenas en el Egeo,
siendo sólo motivo de divergencia la ocasión propicia para hacerla explícita142.
En este intervalo de tiempo se había materializado el compromiso de financiación
persa encarnado en la persona de Timócrates143, que venía a consolidar el anterior
logro de Conón al privar a Esparta de la estratégica base naval de Rodas; no menos
importante fue el ofrecimiento de alianza de los beocios, en el plano militar porque
disponían del segundo mejor ejército hoplítico de Grecia, en el personal porque el de
Estiria tenía contraída una deuda de gratitud desde la acogida que Tebas dispensó a él
y al resto de exiliados atenienses –escenificada por las enormes estatuas de Heracles y
Atenea que Trasibulo dedicó en el templo de Heracles en Tebas144–, así como presumibles lazos de philía o xenía con prominentes tebanos145; y aún podemos encontrar
un motivo más en la acentuación de la política imperial espartana, tanto en Grecia central como en Asia, donde Agesilao había vencido sin paliativos a las huestes persas en
los alrededores de Sardes146. En suma, en el verano de 395 se daban las condiciones
141 IG II2 14 conserva parcialmente el texto de la symmachía entre atenienses y beocios. La principal fuente literaria es X. HG. 3.5.7 y 16-17, pero cf. también Lys. 16.3; Isoc. 14.27-28; Andoc. 3.25; Philoch. FGrH
328 F 148; Paus. 3.5.3-4; Plu. Lys. 28.3; 29.1. A nuestro conocimiento Kounas 1969: 119-123 es el único
estudioso que niega a Trasibulo el papel de arquitecto de esta alianza.
142 Han incidido especialmente en este punto Bruce 1963, Seager 1967, Perlman 1968 y Sensi Sestito
1979, pero véase también Meyer 1909: 51; Cloché 1919: 162 y 1934: 9, 12; Barbieri 1955: 165; Sealey 1956:
181; Alfieri Tonini 1972: 128; Strauss 1986: 91; Bianco 1992-93: 9-11; Corsaro 1994: 118 n. 24; Buck 1998:
93. Por el contrario Kounas 1969: 26-92 defiende vehementemente la existencia de una significativa facción
oligárquica y laconizante –aun reconociendo que «the primary sources do not abound with examples of philolaconism during this period» (pág. 56)–, en ocasiones aliada con los demócratas «moderados», que se oponía a cualquier veleidad expansionista.
143 Sobre la misión de Timócrates, vid. supra nn. 2 y 3, así como Fornis e.p. Las clases más desfavorecidas, las más inclinadas a la guerra por las posibilidades de independencia y de renacimiento imperial que
puede traer, recibían un fuerte respaldo a su ánimo belicista, mientras que algunos sectores de las clases propietarias opondrían ahora menos resistencia porque el oro del bárbaro evitaría, o al menos aligeraría, las pesadas cargas de guerra sobre sus patrimonios (cf. Cloché 1934: 13; Alfieri Tonini 1972: 129).
144 Paus. 9.11.6.
145 Desde su estancia como refugiado en Tebas Trasibulo anudó contactos personales con aristócratas
tebanos, en particular con Ismenias, prostátes de la facción antilaconia, una relación basada en la ayuda y
beneficio mutuos, como ha visto Buck 2005, de la que se derivan importantes consecuencias políticas en virtud de la influencia que ambos ejercieron durante un tiempo en sus respectivos estados (Singh 1971: 92-93,
108-109 va más lejos al imaginar un vínculo de xenía o amistad ritualizada, ciertamente no atestiguada). Cf.
también Strauss 1986: 107.
146 Cloché 1919: 163-165 y 1934: 14-16 y Bruce 1963: 293-294 destacan sobre todo la amistad de los
poderosos vecinos beocios; también lo hace Accame 1951: 49-51, que añade además los ecos de la victoria
de Agesilao en Sardes (que si de un lado infundiría el temor a un incremento de la presión hegemónica espartana en Grecia, de otro inclinaría a los persas a comprometerse definitivamente en apoyar las actividades
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Las causas de la guerra de Corinto: un análisis tucidídeo
políticas y económicas para que Atenas intentara con ciertas garantías abandonar su
situación de aislamiento y sacudirse el dominio lacedemonio.
Conclusión
No debemos albergar dudas en cuanto a que la guerra de Corinto hunde sus raíces
en la situación creada por la guerra del Peloponeso. La lectura que Esparta hizo de su
victoria fue una burla de su propagandística declaración inicial de «liberar a todos los
griegos de la tiranía ateniense»145. El destino de los griegos de Asia Menor, ya pactado con Persia en 411 a precio de oro, fue pronto seguido por otros griegos del continente y las islas, expuestos a una hegemonía espartana cimentada en tres pilares básicos: subordinación política, control militar y exacción financiera146. La insatisfacción
de sus propios aliados, privados de los beneficios materiales de la victoria, creó el
caldo de cultivo de un descontento hacia Esparta que no dejó de crecer conforme ésta
construía, regentaba y explotaba un nuevo imperio que, antes peloponésico, ahora
extendía sus tentáculos por Grecia central y septentrional e incluso alcanzaba las costas de Asia Menor147.Y es que muchos integrantes de la capa dirigente espartiata no
podían cerrar los ojos a las riquezas que podían prodigarles los antiguos súbditos de la
arché ateniense. Pero a medida que Esparta echaba sus redes diplomáticas o militares
en diferentes direcciones por todo el mundo griego, llevaba en muchos casos a estas
regiones la desestabilización o la ruptura del equilibrio de fuerzas148. En este sentido
el oro persa portado por Timócrates sólo fue el catalizador de las resistencias al imperialismo lacedemonio en una Grecia económicamente exhausta149.
antiespartanas), argumento éste que es visto por Perlman 1964: 68 como la razón principal del cambio de
opinión de Trasibulo; para Kagan 1961: passim, esp. 327-329 y Alfieri Tonini 1972: 129 lo más importante
era la ayuda financiera persa a unos estados griegos con los recursos económicos agotados; según Seager
1967: 98, Sensi Sestito 1979: passim, esp. 38-42 y Bianco 1992-93: 19-20 influyeron varios factores en distinta medida. No es admisible la hipótesis de Strauss 1986: 111 de que Trasibulo pudo dejarse guiar de su
propia ambición y, a fin de privar de gloria a su presunto rival político Conón (la hostilidad personal entre
ambos no está en absoluto demostrada), estaba dispuesto a precipitar una guerra terrestre para así asumir él
mismo el mando.
147 Th. 1.139.3; 2.8.4; 4.85.1.
148 Hamilton 1997: 46-47. Aunque los pasajes de Jenofonte (HG. 3.4.2 y 7) no incluyen referencias cronológicas, hay casi communis opinio entre los investigadores en situar en 403/2 la orden de los éforos para deponer las decarquías instauradas por Lisandro al final de la guerra peloponésica y restablecer las «constituciones
ancestrales» en las ciudades del imperio (los argumentos son desarrollados por Andrewes 1971: 206-216; contra Smith 1948: 150-153 y Hamilton 1992: 47, que retrasan la abolición de las decarquías al verano de 397). Si
bien Esparta no abandona el uso de harmostas y guarniciones en lugares estratégicos, ni renuncia a la imposición del tributo, vital para el sostenimiento de la flota, su hegemonía se cimentará principalmente en la instauración y sostenimiento de regímenes oligárquicos moderados y de base más amplia (las «constituciones ancestrales»), que, sin perder su naturaleza laconizante, no arrastraran el clientelismo personal de las decarquías.
149 Dramatizándolo un poco, Buckler 2004: 4 plantea «whether the alliance that had won the war could
survive the peace.»
150 Corsaro 1994: 119.
151 Supra n. 3; véase Fornis e.p.
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