La enseñanza de la Filosofía y la corporeidad

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“La enseñanza de la Filosofía y la corporeidad”
Janett Tourn
CES- CFE
Trabajo presentado en III Congreso de Filosofía. AFU Salto, 23-25 de
setiembre 2013 y publicado en “Convocación” Revista Interdisciplinaria de
reflexión y experiencia educativa Nº 16-17, junio 2014 Imprenta Polo
Esta presentación intenta situarse desde la necesidad de considerar nuestro ser
corpóreo para contribuir a la cuestión de enseñar filosofía.
Para ello comienzo con cita de conferencia de Jorge Larrosa, pronunciada en
el Instituto de Formación Docente de Mar del Plata en 2007:
“La experiencia, la posibilidad de que algo nos pase, o nos
acontezca, o nos llegue, requiere un gesto de interrupción, un
gesto que es casi imposible en los tiempos que corren: requiere
pararse a pensar, pararse a mirar, pararse a escuchar, pensar
más despacio, mirar más despacio y escuchar más despacio,
pararse a sentir, sentir más d e s p a c i o , d e m o r a r s e e n l o s
detalles, suspender la opinión, suspender el juicio,
suspender la voluntad, suspender el automatismo de la acción,
cultivar la atención y la delicadeza, abrir los ojos y los oídos,
charlar sobre lo que nos pasa, aprender la lentitud,
escuchar a los demás, cultivar el arte del encuentro,
callar mucho, tener paciencia, darse tiempo y espacio.”
(Larrosa 2007)
Me gusta mucho este texto de Jorge Larrosa. Supongo que debe ser porque nos
sitúa en el instante del encuentro no urgente pero urgido de ser, en estos tiempos
en los cuales éstos se vuelven cada vez más fugaces y avasallados por la
necesidad de la eficacia y del ritmo vertiginoso.
Me gusta porque nos invita a encontrar un gesto que nos convoque a estar, a
estar en, a estar con y a estar entre.
A estar en un espacio, quizá el aula; a estar con, con otros y con nosotros mismos;
a estar entre, -¿entre otros?- ; prefiero pensar a estar en el “entre”, con otros.
Me interesa situarme en el espacio, en el del aula de filosofía y en ese “entre” que
se genera por el interjuego de los cuerpos que se disponen a estar y o también
que se disponen a no querer estar.
Parto de algunas asunciones:
Algunas de ellas compartidas con colegas, Profesoras de Didáctica de la Filosofía
en IPA y CERP SW, con quienes venimos trabajando en pensar la Didáctica de la
Filosofía1.
Otras con las cuales quiero detenerme en este momento e incluir como aspecto
específico de indagación y consideración, como la corporeidad y su posible
consideración en la enseñanza de la filosofía.
Entre las primeras algunos puntos de partida:
Enseñar filosofía puede ser concebido bajo la expresión “poner en movimiento la
Disciplina”2.
¿Qué contenido darle a esta expresión?
Se trata de propiciar el pensar en el salón de clases de manera que no solo se
enseñe filosofía sino también a filosofar por lo cual la enseñanza de la filosofía, no
está dada en la transmisión de un saber acabado (Chevallard 2005), sino en la
recreación de un pensar que logra convocar activamente a todos los que estén
dispuestos a filosofar.
Filosofar es apropiarse del modo específico de producir conocimiento de la
filosofía (Tozzi, 2008) logrando alterar en alguna medida al sujeto. Enseñar
filosofía significa entonces lograr establecer las condiciones para que el pensar
circule y logre afectar las subjetividades.
En este sentido el docente de filosofía también filosofa, en tanto se expone y
comparte con sus alumnos su pensar.
1
Me refiero a las Profesoras Isabel González Briz y Mónica Planchón.
2
Disciplina entendida como “Filosofía” en tanto campo de saber.
Enseñar no se reduce a una cuestión meramente instrumental, sino que convoca a
un sujeto que se ha formado filosóficamente y puede invitar a otros a filosofar.
Como parte de las segundas asunciones, que en este caso son el centro de
desarrollo de esta presentación, parto de asumir que somos cuerpo y que todas
nuestras producciones humanas hallan su fundamento en el mismo, por lo que
todo vínculo se vuelve un vínculo corporizado.
Es decir que el “entre” cabe ser pensado como intercorporeidad.
¿Qué cabe decir entonces del cuerpo y de su presencia en el aula?
¿Desde qué lugar considerarlo?
¿Por qué intentar establecer un vínculo entre cuerpo y enseñanza de la filosofía?
El problema “cuerpo” ha cobrado relevancia en las últimas décadas desde las
ciencias sociales así como desde ámbitos filosóficos.
Desde la Antropología, la llamada “Antropología del cuerpo” de acuerdo a T.
Csordas (Csordas 1993 publicado en Citro, 2010), fue inaugurada por Mary
Douglas –antropóloga inglesa 1921-2007), recibiendo un nuevo ímpetu con los
trabajos de Michel Foucault y de Pierre Bourdieu, y luego una apertura hacia la
fenomenología sobre todo desde los trabajos de Maurice Merleau Ponty.
Se produce en el ámbito antropológico, la confluencia de dos vertientes de
pensamiento: discursos que provienen desde la fenomenología, resaltando el
carácter activo y transformador de las prácticas corporales y por otro lado,
discursos que provienen del estructuralismo y posestructuralismo que ubican al
cuerpo como producto de adjudicaciones simbólicas y formaciones disciplinarias.
En relación a la epistemología del cuerpo, desde el surgimiento de la ciencia en su
configuración moderna, el cuerpo se convierte en obstáculo epistemológico
(Bachelard, 2000).
Considerando la hegemonía del llamado paradigma cartesiano (Capra, 1992), el
cuerpo se concibe como una máquina y el sujeto se identifica con el pensamiento.
El cuerpo es asimilado a la naturaleza, que también es concebida como máquina
(Newton), y es por lo tanto transformado en objeto de indagación, al igual que una
máquina. Bajo la influencia de la Modernidad en el marco de la Revolución
Científica del siglo XVII y la configuración de las nuevas formas de organización
social, surge “el cuerpo” (Le Breton, 2006) como una posesión, como un objeto,
como un algo que se posee. Se vuelve desde el punto de vista científico objeto de
indagación y manipulación bajo la mirada analítica que concibe la posibilidad de su
conocimiento bajo el fraccionamiento (Le Breton 2006).
Este discurso se organiza en torno a la hegemonía de la concepción
anatomobiológica, que considera al cuerpo en tanto cuerpo objeto. Se toma al
cuerpo como objeto a investigar, a manipular, sin considerarlo como cuerpo sujeto,
es decir como aspecto fundamental de la subjetividad.
En el ámbito educativo, este discurso se expresa en un dispositivo disciplinario
(Foucault 2005)
que desarrolla una “tecnología de poder sobre el cuerpo”
(Foucault 2005 p. 37) contribuyendo al surgimiento del cuerpo dócil (Foucault
2005).
Al producirse, hacia finales del siglo XIX y principio del siglo XX, la crisis de la
Modernidad y junto con ella la crisis de las formas establecidas de conocer y de
hacer ciencia, comienzan a surgir nuevas formas de concebir y producir
conocimiento. Entre ellas se formulan fuertes cuestionamientos a la imagen de la
ciencia tradicional, señalando la necesidad de la inclusión del sujeto a la hora de
pensar y producir el conocimiento.
Se hace lugar para pensar el cuerpo no ya como una posesión, o como un soporte
de la razón, sino como aspecto que configura al sujeto.
En el ámbito propiamente filosófico podemos citar el planteo vitalista de F.
Nietzsche como un importante cuestionamiento a las ideas dominantes de
Occidente y especialmente, como crítica a la concepción dualista y al “alma” como
la esencia humana (Nietzsche, 1983).
Ya en el siglo XX desde la fenomenología, Maurice Merleau Ponty representará un
valioso intento de superación del dualismo.
Me interesa tomar algunas ideas de Merleau Ponty.
Tomando a la percepción como punto de partida, Merleau-Ponty llega a reconocer
que el cuerpo propio es algo más que una cosa, algo más que un objeto a ser
estudiado por la ciencia; es una condición permanente de la existencia. El cuerpo
es, según Merleau-Ponty, constituyente tanto de la apertura perceptiva al mundo
como de la "creación" de ese mundo. La primacía de la percepción significa la
primacía de la experiencia, en la medida en que la percepción presenta una
dimensión activa y constitutiva del mundo y del conocimiento.
Es así que plantea “yo no estoy delante de mi cuerpo, estoy en mi cuerpo, o mejor,
soy mi cuerpo” (Merleau Ponty, 1975 p.167).
De acuerdo a X. Escribano (Escribano 2000, pp.175-185), el cuerpo para Merleau
Ponty puede ser tematizado bajo tres dimensiones: como instrumento de
conocimiento, como ser del mundo y como expresión.
Desde la dimensión expresiva, el cuerpo es concebido como nudo de
significaciones vivientes, comparable al de la obra de arte. Las obras de arte solo
son accesibles a través de un contacto directo puesto “… que irradian su
significación sin abandonar su lugar temporal y espacial.”(Merleau Ponty, 1975 p.
168). Cualquier variación en los diferentes elementos que componen la obra de
arte, significa una variación de sentido. Así sucede con el cuerpo y su expresión.
Los gestos solo pueden ser apresados en su sentido en un contacto directo y
situado, por lo cual el movimiento se transforma en gesto, y gesto y palabra –en
tanto que la palabra también es cuerpo-, se trascienden constantemente porque
cobran sentido para un otro.
Ahora bien, el sentido que se anida en el gesto y en la palabra no es exterior y
anterior, sino que gesto y sentido, sentido y palabra, conforman una unidad. No
hay un “algo” a expresar interior y anterior,
por ejemplo a través de la cara
enrojecida, sino que ella misma es la bronca o la alegría.
“El gesto está delante de mí como una pregunta, me indica ciertos puntos
sensibles del mundo, en los que me invita a reunirme con él. La
comunicación se lleva a cabo cuando mi conducta encuentra en este camino
su propio camino.” (Merleau Ponty 1975, p. 202)
La experiencia del otro se realiza desde el cuerpo en el cual se arraiga la
conciencia, pudiendo acceder al otro, nunca de manera total, pues de lo contrario
dejaría de ser otro. Por mi cuerpo comprendo al otro así como desde otras
existencias encarnadas, también, me convierto en otro.
Es mi cuerpo el que logra captar el sentido, pues el sentido del gesto no viene
dado, sino comprendido, “recogido”, dice el autor, por un acto del espectador.
Ahora bien, ¿qué vínculo es posible establecer entre el ser corpóreo, entre el
pensamiento encarnado, entre el gesto expresivo que se expande en el espacio, y
la enseñanza de la filosofía?
¿Por qué situarnos desde la fenomenología? ¿Qué pensar desde el cuerpo como
obra de arte?
En principio entiendo que la concepción de M. Merleau Ponty habilita a hablar de
cuerpos sujetos, cuerpos que filosofan, porque el sujeto no puede ser entendido
independientemente de su ser encarnado.
El pensamiento, el pensar, se concibe situado. No soy un yo encerrado dentro de
mi cuerpo, sino que soy en tanto existencia encarnada que coexiste con otras
existencias encarnadas.
Si el pensar lo podemos entender como un pensar desde el cuerpo, entonces se
muestra en el cuerpo, o mejor dicho es el cuerpo el que piensa. No es un puro
pensamiento el que dice, argumenta, imagina, razona; es un sujeto que es cuerpo
el cual argumenta, reflexiona, imagina, escribe o lee.
Y si el acto de enseñar, y en nuestro caso el acto de enseñar filosofía, está dado a
partir de un cuerpo que a manera de una obra de arte remite a un sentido a
interpretar, sentido comprendido en su gestalt, supongo que esta vía de
comunicación puede dotarnos de posibilidades pedagógicas:
Por ejemplo, mi mirada abarca un horizonte el cual contiene a otros cuya
existencia no depende de mí, pero que sin embargo son percibidos desde mí. Mi
cuerpo, y en este caso mi mirada por ejemplo, jerarquiza y selecciona un mundo;
privilegia un espacio o ignora otro; establece la comunicación a partir de unos
gestos que serán interpretados y significados. Éste “entre” que se produce aquí
habilita al encuentro o lo entorpece, porque este “entre” depende y se configura a
partir de cómo los cuerpos significan el espacio y ubican al otro desde su
perspectiva.
Así mis gestos, mi voz, mi palabra expresa y dibuja un sentido del mundo que
propongo a todos aquellos con quienes comparto el aula.
Y así como “En un cuadro o en un fragmento de música, la idea no puede
comunicarse más que por el despliegue de los colores y de los sonidos” (Merleau
Ponty 1975, 167), el otro y yo mismo no puede expresarse si no es a través de los
gestos, de la palabra, la tonalidad, desde los silencios, desde la mirada, las
sonrisas, la seriedad, las distancias pertinentes o impertinentes, desde la
espacialidad.
El “entre” queda establecido de acuerdo a la expresión y a la comprensión del
gesto, de la expresión corporal, que se construye en un espacio habitado por los
cuerpos. No en un espacio en el cual hay cuerpos, sino en un espacio que es
jerarquizado, delineado, significado por los cuerpos y las direcciones que estos
proponen al habitarlo. “No hay que decir, pues, que nuestro cuerpo está en el
espacio ni, tampoco, que está en el tiempo. Habita el espacio y el tiempo.”
(Merleau Ponty 1975, p.156).
La comprensión no es concebida como fenómeno en el marco de la
representación, sino que está dada desde nuestra corporeidad. Comprendo el
gesto del otro desde su intención que me habita y que produce por tanto en mí el
reconocimiento de ese otro, un otro que habita de una manera particular el aula y
que se expresa de una manera también particular.
Supongo entonces que si se trata de proponer un espacio en el cual existan
posibilidades de afectarnos en tanto el filosofar propicia la transformación de sí,
entonces la lectura y la expresión de la corporalidad no es un aspecto menor.
¿Cómo invitar a los estudiantes a filosofar, a querer estar en un espacio en el cual
pasemos experiencias juntos, sino es a partir de nuestra corporalidad que se
muestra y da sus colores?
¿Cómo propiciar un lugar de encuentros en el cual no exista otra finalidad que la
de transitar filosóficamente, sino es recreando un espacio habitable?
¿Cómo invitar a otros a filosofar sino es desde el encuentro con la expresión?
Entiendo que el asumir nuestra corporeidad y por tanto la conciencia de la misma
así como de su expresividad puede contribuir a la enseñanza de la filosofía y a la
educación filosófica en tanto ambas parten de la posibilidad de lograr la
transformación de sí.
La concepción fenomenológica desde Merleau Ponty nos permite situarnos en un
aquí y ahora al cual pertenecemos y el cual también creamos. Nos permite sobre
todo mirarnos cara a cara e intentar apresar lo que pasa, lo que nos sucede,
dando lugar a la creación del mundo aula. Nos permite interpretar y comprender.
Desde otra línea de abordaje, tomando la confluencia teórica dada en la
Antropología del cuerpo, me parece importante señalar que las creencias, el
sentido común, el posicionamiento hacia el saber también habitan nuestro cuerpo
y pueden ser leídos en el mismo.
Desde este lugar entiendo relevante considerar no solo el aspecto expresivo del
cuerpo desde lo que el cuerpo puede hacer – acentuando un abordaje
fenomenológico- sino también la consideración de lo que se ha hecho con el
cuerpo, es decir tomando una lectura política del mismo.
Porque también la obra de arte – en tanto cuerpo como obra de arte- es
permeable a las relaciones de poder y por tanto las contiene.
Por lo que nuestros gestos, maneras, acentuaciones, palabras, miradas, silencios,
posicionamientos espaciales
expresan lo que las relaciones de poder han
inscripto (Foucault, 1979).
Nuestros cuerpos cooperan en el sostén de dispositivos que tienden a mantener
las mismas relaciones de poder que muchas veces los discursos denuncian.
Así cabe pensar en qué prácticas corporales (Cachorro, 2009) participamos que
sostengan y reproduzcan las relaciones de poder, ocupando el lugar de lo
instituido.
Supongo que algunas de ellas tienen que ver con paradojalmente, afianzar la
ignorancia hacia nuestro ser cuerpo y sus potencialidades expresivas, acentuando
entonces el dualismo e inhabilitando las posibilidades creativas que pueden surgir
a partir de la capacidad expresiva de nuestro cuerpo.
Por ello me parece relevante el intento de confluencia de dos concepciones
filosóficas que abordan lo corporal, intentando no reducir la complejidad de lo que
somos, de lo que han hecho con nosotros, pero también de las posibilidades de
transformación que nuestras prácticas corporales poseen.
Volviendo al texto de Larrosa que citaba al inicio creo que el mismo nos posiciona
en el “entre”, en lo inter-corporal, en las posibilidades del encuentro, del encuentro
filosófico, en tanto este es concebido como aquel que posibilita que los sujetos se
transformen.
Si se trata de pensar la enseñanza de la filosofía como espacio generador de
condiciones para el filosofar, entonces la misma se enmarca en una propuesta en
la que se incluye la creatividad, en tanto ésta es personal y contribuye a la
creación de sí mismo-a. La creatividad se da desde el cambio, la afectación, se
estimula a partir de que otro irrumpe en mi mundo.
Entiendo entonces que las posibilidades expresivas de mi ser cuerpo así como la
toma de conciencia de la creación del mundo a partir de él, se constituyen en
aspectos fundamentales para pensar la enseñanza de la filosofía: si partimos de
considerar que el “entre” es el que nos garantiza la comunicación pedagógica y en
nuestro caso filosófica, entonces cabe detenernos a pensar en cómo habitamos el
espacio y qué mundo proponemos a nuestros alumnos a través del cuerpo que
somos.
Entiendo por último que los cuerpos se vuelven condiciones fundantes para
contribuir a generar aulas en las cuales queramos estar y en las cuales
propiciemos entonces el encuentro aún en los tiempos que corren.
Bibliografía:
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 Cachorro, G. A. En Revista “Pensar a práctica” v.12 n2 2009 disponible en
www.revistas.ufg.br/index.php/fef/article/view/6326/4966. Consultado
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 Citro, S. (coordinadora) “Cuerpos plurales. Antropología de y desde los
cuerpos.” Ed. Biblos Bs. As. 2010.
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enseñado.” Aiqué. Bs. As. 2005.
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 Foucault, M. “Microfísica del poder.” Ediciones de La Piqueta Madrid 1979.
 Foucault, M. “Vigilar y castigar”. Siglo XXI Argentina 2005
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 Le Breton, D. “Antropología del cuerpo y la modernidad” Nueva Visión Bs.
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 Nietzsche, F. “Así habló Zaratustra” Alianza Editorial Madrid 1983

Tozzi, M. 2008 “Pensar por sí mismo. Introducción a la pedagogía de la
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