La pluralidad étnica y la nación mexicana

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LA PLURALIDAD ÉTNICA Y LA NACIÓN MEXICANA1
Salomón Nahmad Sitton
Investigador Titular C
CIESAS Pacífico Sur
1. Consideraciones Teóricas
En esta etapa del siglo XXI cuando ha sido aprobada, por la Organización de Naciones
Unidas, la Declaración Sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, se antoja reflexionar
profundamente sobre los problemas de la pluralidad social y cultural de la humanidad y en
particular, sobre los fenómenos de la variabilidad cultural, entendiéndose por ello la
diversidad de idiomas, territorios, sistemas políticos, costumbres, hábitos, organización
social, valores, formas genéricas de conducta, etcétera. En el pensamiento más puro del
humanismo se han manifestado siembre dialécticamente, la contradicción entre la igualdad
como fundamento básico de todos los seres humanos en todas las formas de relaciones
entre los diversos pueblos que componen la humanidad y su contraparte, la diversidad, que
se manifiesta en las diversas formas de expresión, lo que da peculiaridad y especificidad a
cada pueblo, a cada cultura dentro de cada nación.
No es fácil poder concebir o imaginar a la humanidad uniforme y homogénea, dadas las
diversas experiencias de cada sociedad en su largo proceso histórico, en su experiencia al
relacionarse con el medio ambiente ecológico y su geografía, así como a las diversas
formas de adaptación y regulación específica de cada grupo humano a las particularidades
de su mundo circundante.
La humanidad, en su conjunto, es una sola y se expresa como una comunidad universal,
pero en el largo proceso evolutivo ha seguido diversas formas de expresión civilizatoria y
por ello, los grupos sociales y los pueblos que la configuran se manifiestan a través de sus
patrones culturales.
Estos fenómenos de adaptación y ajuste específicos del ser humano en sociedad han sido
preocupación substancial de las ciencias antropológicas, al tomar como eje central de su
investigación los fenómenos de la pluralidad de la sociedad humana con el fin de lograr una
explicación, hacer una evaluación y definir las diversas formas de la futura vida social de la
humanidad.
Preocupa a las ciencias sociales y en especial, a la antropología social esclarecer estos
fenómenos, a la luz del desarrollo y transformación de las distintas naciones, debido al
acelerado crecimiento de las comunicaciones, del contacto permanente entre diversas
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Parte de este trabajo fue realizado durante mi estancia entre 1984-1985 como profesor visitante en el
Departamento de Antropología de la Universidad de Arizona bajo los auspicios de ésta y la Fundación
Fullbright, también parte fue publicado en el libro Política cultural par aun país multiétnico publicado en 1988
y coordinado por Rodolfo Stavenhagen y Margarita Nolasco.
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regiones del mundo y el constante incremento demográfico de la población. Hoy en día no
podemos ser ajenos a los hechos que suceden en lejanos continentes y países. Y cuando nos
referimos a países, estamos pensando en términos de la nueva macro organización que el
ser humano ha creado, al dividir la tierra en áreas geopolíticas específicas, pero que no
necesariamente corresponden a unidades étnicas homogéneas, en términos de idioma,
cultura, religión, tradiciones y formas de vida.
Los Estados nacionales modernos, 180, que contienen a la totalidad de la población humana
del mundo, 6,500 millones, han tenido que recurrir a diversos tipos de políticas para lograr
la unidad y lealtad nacional. La mayoría de las naciones contienen, dentro de su estructura
poblacional, a grupos étnicos o pueblos que se refieren a categorías sociales, caracterizadas
como parte de un segmento dado de la humanidad, marcado por una tendencia de patrones
y formas de vida que lo identifican étnicamente. No extraña que éstas especificidades deban
estar, inevitablemente, presentadas en todo individuo aislado, cualitativa o
cuantitativamente. La presencia de estas categorías sociales diferenciadas ha otorgado a los
Estados modernos las diversas formas de organización sociopolítica, con el fin de resolver
las contradicciones que emergen de su realidad social y de la composición étnica de su
población.
Las diversas modalidades para lograr la unidad nacional se han fincado en consolidar el
nacionalismo, a partir de una unidad nacional ideal, que en algunos casos parte de la
homogenización lingüística y en otros de la homogenización religiosa o política. Estas
diversas formas de acciones dirigidas por los Estados pretenden que la población responda
uniformemente a los conceptos. La diferencia étnica en el contexto de las naciones ha
generado, contra las minorías nacionales étnicas, actitudes de xenofobia que han llevado a
algunos sectores de la sociedad nacional a cometer actos de genocidio o etnocidio;
entiéndase el primero como la destrucción física y biológica de un pueblo, que manifiesta
divergencias étnicas en relación con el grupo social dominante, y en el segundo caso, el
etnocidio, como la liquidación y muerte de todas las características culturales que son
propias de los grupos étnicos dominados y colonizados.
El grupo dominante controla los mecanismos racionalizadores que justifican su
etnocentrismo, tales como hacer creer que las características propias de su grupo étnico son
la máxima expresión de cultura y civilización, y por lo tanto, los demás grupos deben
sujetarse a sus designios.
Los grupos étnicos minoritarios generalmente fueron y son, dominados y conquistados por
otros que mantienen la hegemonía y el poder sobre éstos. Los conquistadores mantienen
sistemas de dominio discriminante, ya sea racial o cultural, hacia los grupos sometidos.
Esto permite un sistema de explotación totalmente irracional, en comparación con el
sistema generalizado de la economía del país.
Por su parte, los grupos étnicos minoritarios generan mecanismos defensivos que preservan
sus características culturales, lingüísticas, políticas y religiosas pero sobre todo, defienden
su espacio territorial, asomándose a las estructuras jurídicas vigentes del estado.
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Al esquema anterior habría que llamarlo “pluralismo basado en la desigualdad” dentro del
cual la sociedad dominante espera mantener esta situación que le otorga privilegios
económicos, políticos y culturales; tal es el caso de México, mismos que les son negados a
las minorías étnicas, las cuales viven en condiciones de marginalidad, explotación y
discriminación.
Las naciones que tienen Estados basados en un centralismo generalmente ejercen el poder
vertical y unilateralmente, lo que genera que el pluralismo basado en la desigualdad se
acreciente y se fortalezca, de tal manera que cualquier posibilidad de demandas presentadas
por las minorías étnicas son consideradas ilegales y son reprimidas por el poder estatal. En
muchos de los países con estados centralizados se generan, entre los grupos étnicos,
demandas de secesión y autonomía de la nación dominante; a estas acciones, la respuesta
ha sido sin excepción la represión y el aniquilamiento.
El proceso de descolonización de las naciones hoy emergentes de las metrópolis europeas y
coloniales, ha permitido que algunos Estados reconozcan su pluralidad étnica y, a partir de
ello, la estructuración y la génesis de su propia constitución social y política. En este
sentido, algunos Estados que reconocen este hecho lo enmarcan en la igualdad individual y
social, con el fin de construir una sociedad cada vez más igualitaria. Tal es el caso de Suiza,
quien se ha manifestado que a pesar de la dificultad que representa construir una nación
basada en el pluralismo igualitario, no es menos difícil que construirla como una sociedad
plural basada en la desigualdad, en donde los grados de marginalidad se amplían para los
grupos étnicos, y la resistencia se acentúa y sistemáticamente se niegan a participar en la
construcción de la sociedad. Asimismo, se manifiesta de una forma especial en el interior
del grupo étnico dominado la desvalorización de la identidad propia del individuo y la
evasión y fuga de la realidad, a través de formas de vida antisociales y autodestructivas,
como el alcoholismo, el crimen, la violencia, la indiferencia por sus condiciones de vida y
el aislamiento físico y social del individuo, de la familia y de la comunidad.
Un país que tienda a construir una sociedad igualitaria y que reconozca el pluralismo étnico
y cultural tiene la necesidad y la obligación de replantear los modelos construidos bajo un
esquema colonial, e intentar la descolonización, a partir de una transformación de las
estructuras sociales que han sido impuestas a partir del sistema colonial; tal es el caso de
México.
2. Perspectiva Histórica
En los restos arqueológicos de las diversas civilizaciones generadas en el interior de lo que
hoy se llama México, se manifiesta una característica básica: la diferenciación de grupos
humanos que han constituido unidades sociales específicas, con sus propios modelos de
desarrollo social, cultural y político.
La antigüedad de la cultura en el territorio mexicano se remonta 20 000 años. La etapa
precolonial se caracterizaba por la presencia multiétnica de los grupos que vivían en el
territorio hoy conocido como América.
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Algunas de estas regiones tuvieron, desde los periodos más antiguos, una convivencia
permanente y durante varios milenios, en relaciones multiétnicas, como es el caso de los
pueblos que vivían en lo que hoy es el estado de Oaxaca en México. Aprendieron a vivir y
a respetarse en la diferencia, y cuando esto no se daba, los enfrentamientos entre los
diversos pueblos generaban conflictos y guerras que terminaban, finalmente, en el intento
de construir una sociedad que respetara la pluralidad.
A partir de la Colonia, la Metrópoli diseñó un modelo de sociedad que siguiera el esquema
europeo encaminado a dar a toda la población india una unidad religiosa y lingüística, al
mismo tiempo que su sometimiento político y económico a la sociedad colonizadora. La
rebelión indígena, desde el inicio de la conquista y a final del periodo colonial, fue patente.
Sólo a los pueblos que manifestaron sumisión y entrega total al sistema colonial, como fue
la minoría étnica tlaxcalteca, se les permitió mantener ciertas características que les daban
identidad y autonomía. No fue así en el caso de otros pueblos indígenas que se mantuvieron
rebelados permanentemente a la dominación.
Al final de la etapa colonial en México no cabe duda que los grupos criollos españoles se
apoyaron en la población india para la liberación nacional, y a partir de ello, los autores de
la Independencia plantearon tesis y proyectos políticos para erradicar la esclavitud, la
encomienda y todas las formas de explotación feudal. A partir de la Independencia, México
se definió como un Estado federal, pero la constitución de sus estados respondió en gran
parte a la estructura de tipo colonial y a la presión de los grupos de poder. Los criollos,
demandaron la constitución de estados dentro de la república, de acuerdo con sus intereses
de hegemonía económica, política y cultural y no a los intereses de la mayoría de la
población indígena del país.
Ningún estado, a excepción de Tlaxcala, correspondía en su estructuración a una relación
de los pueblos indígenas que vivían dentro de las entidades federativas; incluso algunos
estados, a propósito, fraccionaron a los pueblos indígenas en dos o más entidades
federativas e, internamente, los seccionaron en distritos políticos, primero, y después en
municipios, de tal manera que no se permitiera la aglutinación del pueblo originario y se
evitara su fortalecimiento político y económico para poder participar en la construcción de
la Nación.
La presencia de los pueblos indígenas en el contexto de la sociedad nacional no ha
liquidado la categoría social de indio. Por el contrario, a pesar del manifiesto deseo de la
igualdad jurídica como la de 1992 y 2001, la continuidad del sistema colonial está presente
en la conciencia de los dirigentes y de los ciudadanos. El proceso de liberación regional no
ha incluido la descolonización interna. La construcción de la identidad nacional se
manifiesta ambivalente y contradictoria: se exalta el pasado precolonial de las sociedades
étnicas, pero se rechaza y niega su continuidad. La alternativa propuesta es la incautación
de su florecimiento histórico, para buscar la fuente del nacionalismo, y la desaparición de la
pluralidad actual, para reforzar el esquema del grupo dominante. Esto es, integrarse en el
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modelo sin liquidar el colonialismo interno; consolidar el sistema capitalista sobre la
continuidad colonial.
Algunas naciones han optado por constituir estados federados, como el caso de México,
donde desde el momento mismo de la independencia se discutió en el congreso la necesidad
de respetar las características y peculiaridades de cada región del país, y a partir de ello,
constituir una federación de estados que diera la opción para que las distintas regiones de la
nación se manifestaran en lo político, en lo económico y en lo cultural, de acuerdo a sus
propias características. Pero dichos estados fueron constituidos como respuesta a los
intereses de la población criolla, y sólo en algunos casos como respuesta a la población
mestiza. Para los pueblos indígenas no se otorgó ninguna opción; por el contrario, se
fracturaron sus regiones en diversos estados, distritos y municipios.
A partir de la organización de la nación mexicana, las contradicciones entre la población
indígena y la sociedad nacional se fueron agudizando, y durante todo el siglo XIX se
manifestaron en guerras y rebeliones que estallaron violentamente durante la Revolución de
1910.
Históricamente se ha negado el reconocimiento de la participación de los indígenas en las
luchas revolucionarias de México, pero los hechos confirman su activa participación, y los
gobiernos emanados de estas luchas pocas veces han satisfecho sus demandas de carácter
agrario y político. Hasta muy recientemente algunas regiones fueron pacificadas
parcialmente (yaquis y mayas). Todas las regiones étnicas tienen una muy reducida
participación dentro de la sociedad nacional y estatal y se limita a un mínimo su inclusión
en el ámbito político. Esta última se resume en el manejo de los asuntos domésticos de la
propia comunidad, asignando al grupo mestizo dominante aquellos de carácter regional,
estatal y nacional. Los más de 60 pueblos indígenas de México, con una población de más
de 12 millones de habitantes, que se mantienen en condiciones socio culturales de
dependencia significativa, conservan las siguientes características que reafirman su
identidad:
a)
b)
c)
d)
e)
f)
g)
h)
Territorio integrado
Unidad en la identidad étnica
Demografía amplia
Unidad lingüística
Sistemas de poblamiento disperso y cabeceras políticas
Unidad económica
Sistemas de parentesco y de familia que dan cohesión al grupo étnico
Sistemas de gobierno tradicional que se mantienen sobre los sistemas de gobierno
institucional
i) Ideas acerca del hombre y de sus filosofías propias
j) Sistemas de reproducción de la sociedad, a través de una educación propia.
Estas características, tomadas en su conjunto, nos permiten tener una visión diferente del
marginalismo en el que se tiene hoy día a los pueblos indígenas, y quienes, a pesar de esto,
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poseen una cohesión política, económica, social y cultural que mantiene vigentes a sus
instituciones.
Por el contrario, los planes, proyectos y políticas públicas del Estado para disminuir la
supuesta marginalidad y pobreza, modificar la relación interétnica asimétrica y las
condiciones de desigualdad social, en vez de fortalecer a las poblaciones indígenas, han
acrecentado a las estructuras caciquiles regionales y a las burocracias que manejan y
administran estos proyectos. Los resultados se diluyen en la cadena de instituciones y de
burócratas que lo único que hacen es impedir la posibilidad del cambio.
La esperanza que desde hace décadas se ha abrigado por eliminar dichas condiciones y
lograr una participación real y efectiva de este núcleo de población a la vida nacional, no se
ha cumplido. Las estructuras locales, como son los centros rectores regionales y las
capitales de los estados, mantienen y reafirman los sistemas de dominio y control que no
permiten el cambio. Cada vez que se intenta llevar inversión pública a estas regiones
indígenas, ésta se queda en el camino; cada vez que se quiere optimizar la organización de
los pueblos indígenas, éstos caen en los canales de la desorganización y de la manipulación,
y cada vez que se desea estimular el desarrollo social, éste se queda en la desorganización y
la utopía.
Es cierto que a partir de la Revolución se ha logrado una cierta paz con los pueblos
indígenas, pero no se ha logrado la sociedad igualitaria y multicultural a la que
utópicamente se ha aspirado. El Estado ha disminuido y aun ha perdido su capacidad de
negociación con los ellos, lo que ha dado como resultado que en algunos casos éstos
busquen vías no pacíficas para la solución de sus problemas; como el caso del
levantamiento armado del EZLN en 1994.
México no ha enfrentado el fenómeno del colonialismo interno para reorientar las líneas
políticas para con los pueblos indígenas originarios. En la supuesta reforma del Estado
nunca se ha tocado el fondo de la injusticia de origen. Consideramos que en América Latina
el fenómeno se viene dando de forma similar; sin embargo, Bolivia y Ecuador en estos
últimos años han avanzado significativamente y México ha quedado relegado entre los
países menos abiertos a un cambio y a una reforma de fondo que elimine el carácter del
colonialismo interno.
La población mexicana, que se siente internamente ligada al proceso de la colonización y
que participa culturalmente de expresiones de vida ligadas a las metrópolis coloniales, ve
con desprecio, con indiferencia e incluso con discriminación, la presencia de otras culturas
dentro de lo que se ha llamado la sociedad nacional, y las consideran arcaicas, atrasadas,
primitivas, y hay quienes les atribuyen ser los causantes del subdesarrollo del país,
sobretodo en los últimos años con los gobiernos conservadores del PAN y del PRI.
Simultáneamente se da una sobrevaloración del pasado histórico de estos pueblos y se
retorna a éste para apoyar la nacionalidad mexicana.
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También la nación se ha incautado los valores históricos de estos pueblos originarios para,
a partir de ellos, construir la historia nacional; pero sin reconocer que los pueblos indios
actuales preservan y cuidan los elementos substanciales de sus antiguas culturas. Esto
significa que se ha abierto una barrera para estos pueblos entre su pasado y su presente, al
intentar enajenar su patrimonio histórico y cultural y desviar su análisis, de acuerdo a los
intereses de los grupos dominantes. Son pueblos que desde hace 4 ó 5 mil años han tenido
experiencias en la convivencia con grupos étnicos diversos, o, para decirlo de otra manera,
en el largo proceso histórico de las sociedades indígenas, la pluralidad étnica ha sido su
forma de convivir, y por ello, no es de extrañar que representen una experiencia viva, de
gran atractivo para el científico social que esté interesado en el estudio de las relaciones
interétnicas en un contexto sincrónico y diacrónico amplio.
Las clases dirigentes y la población poseedora del control económico no reflexionan acerca
de la pluralidad lingüística y cultural que da especificidad a cada región de México, y a
toda la sociedad en su conjunto. Es más claro para el investigador extranjero darse cuenta
de la presencia de las antiguas culturas mesoamericanas en la vida moderna de México, que
para la propia población que vive inconsciente y enajenado de este fenómeno.
Esta diversidad y pluralidad cultural y étnica ha generado, desde el momento mismo de la
constitución de la nación, grandes discusiones y controversias, y se ha llegado a plantear la
necesidad de su desaparición, ya que no viven y participan de los valores del resto de la
sociedad nacional. ¿Qué hacer? ¿Cómo enfrentar esta pluralidad? ¿Qué proyecto construir
en torno a esta diversidad? ¿Cuál es la dirección de la evolución de estos pueblos? ¿Cómo
resolver las contradicciones de su presencia en relación con la organización política de la
nación, los estados y los municipios?
Estas son las grandes interrogantes que sirven de marco a las discusiones y controversias.
La propia población afectada e interesada en el asunto no ha participado en dicho análisis, y
hasta recientemente empezó a sentirse en la vida nacional su presencia como grupo de
presión política, a escucharse su voz y su punto de vista, de cuál sería el proyecto histórico
de su propia realidad, y su rol en la sociedad nacional, en particular con el levantamiento
armado en Chiapas.
No ha sido fácil para estos pueblos poder clarificar, después de casi 500 años de
sometimiento y colonialismo, cuál debe ser su proyecto y cómo articularlo al contexto del
proyecto de la sociedad nacional, pero han plasmado sus demandas en manifiestos y
conclusiones de sus congresos y reuniones.
3. Resistencia
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A continuación se exponen algunos ejemplos de cómo estos grupos étnicos han enfrentado
la resistencia hacia los procesos de aculturación y de homogenización, y la defensa de sus
bienes frente a las fuerzas dominantes:
Pequeños grupos de hablantes de pima, que no llegan a mil, o de kiliwas del estado de Baja
California, que no sobrepasan las seis o siete familias, siguen manteniendo sus costumbres
y tradiciones, pese a la intensa penetración de la cultura occidental.
También es importante recordar la lucha de los pescadores seris del estado de Sonora, que
habitan la Isla del Tiburón, y de cómo han defendido su vida cultural; pero sobre todo,
cómo se enfrentaron al gobierno del estado y al gobierno nacional en la pretensión de
despojo de su territorio, cuando el gobierno del estado les indicó que la Isla no tendría
ninguna utilidad para la tribu y que sería bueno cederla al estado ya que por su naturaleza
desértica no producía nada. A esto, los seris respondieron que lo mismo sucedía con la
Península de Baja California, y que por qué razón el gobierno mexicano no regalaba la
Península a Rusia, a China o los Estados Unidos. Después de largas discusiones, el
gobierno federal tuvo que reconocer la propiedad de la Isla en favor del pueblo seri de
apenas 500 personas.
Los coras y tepehuanos han resistido asimismo en forma violenta y pasiva la
occidentalización, en términos de la destrucción de su propia identidad y a pesar del
aislamiento, la segregación e incluso, de ciertas formas sociales de marginación. Los coras
y wirarikas o huicholes manifiestan la necesidad de reproducir su propio grupo y de
preservarlo; su lucha por sus tierras, sus bosques y recursos naturales los ha enfrentado a
los grupos de poder económico y político más poderosos del país, sin que se haya
doblegado su espíritu combativo. Es visible el deseo de mantener la cohesión a través de las
autoridades tradicionales, quienes, no obstante no conocer totalmente las estructuras
modernas de la sociedad nacional, luchan por todos los medios para conservar esa
cohesión.
Los yaquis de Sonora hoy en día consideran “yoris” o extranjeros a todo el mundo que los
rodea, y no obstante el alto grado de utilización de tecnología moderna en el campo de la
agricultura y la ganadería, siguen sustentando sus esquemas de identidad étnica
inconmovibles. La tribu sigue manteniendo su propia fuerza militar para enfrentarse a
cualquier situación. Recientemente, el gobernador del estado y los dirigentes burocráticos y
políticos han intentado dividir la tribu y romper sus propias estructuras sociales, para lograr
resquebrajar la fuerza interior que da la identidad étnica yaqui a cada uno de sus miembros.
Estamos seguros, por el largo proceso histórico por el que han pasado los yaquis, que su
resistencia es mucho mayor que la capacidad de la sociedad moderna por destruirlos como
pueblo indígena.
Pero, si bien es cierto que este fenómeno que estamos señalando se da en grupos pequeños,
que van desde seis familias a 15 ó 20 mil individuos, en el caso de los nahuas, con cerca de
tres millones de hablantes, no es de extrañar su toma de conciencia en cuanto a la
modificación de los sistemas semifeudales y coloniales que todavía existen en la enorme
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región donde viven (18 estados), y su organización defensiva en contra de las fuerzas más
conservadoras que pretenden mantener el status quo.
Otros grupos, como el caso de los mixes y los huaves en el estado de Oaxaca, han
organizado su resistencia contra un grupo étnico dominante, el zapoteco, que también es
indígena; los mixes lo intentan a través de la composición de un distrito político, cuya
propuesta ya han enviado al Congreso Federal, a través de un diputado. Los huaves resisten
con violencia la opresión y la agresión permanente de los zapotecas del Istmo, dentro de un
sistema clasista mezclado con la lucha interétnica y que da mayor cohesión y fortaleza a
este grupo de pescadores del estado de Oaxaca.
Pero si bien, por un lado los zapotecas presionan a los grupos minoritarios de Oaxaca, por
el otro lado, desde el punto de vista de la propia etnia, mantienen una fuerte cohesión. En
un estudio reciente sobre el Sindicato de Petróleos Mexicanos en Coatzacoalcos, Veracruz,
se encontró que está controlado por zapotecas, y bajo su dirección sólo permiten el trabajo a
miembros del propio grupo étnico; de la misma manera, los sistemas laborales se están
adaptando a las necesidades del propio pueblo zapoteco.
En el caso de Yucatán, por única vez en los años 80s el partido dominante del país (PRI)
eligió a un gobernador maya, que tiene una profunda identidad étnica con su grupo y a
quien las clases no mayas del estado cuestionaron y criticaron en relación a su origen maya.
Esto mismo se refutó durante la celebración del Primer Congreso Nacional de Pueblos
Indígenas, celebrado en Janitzio, Michoacán en 1975, y en el cual, por primera vez en la
historia de México, se reunieron cerca de 2500 representantes de todos los grupos indígenas
del país y donde tuvieron la oportunidad de dialogar, conocerse y saber de la magnitud de
su propia realidad y problemática. Basta leer algunas de las conclusiones de este Congreso
para saber la dimensión que en la proyección nacional de México tiene el pluralismo étnico,
y el hecho de que estos pueblos están reclamando reconocimientos, derechos y
oportunidades que reflejan la necesidad de cambio del sistema social, económico, político y
cultural del país.
Hay entidades federativas donde las características de las relaciones interétnicas son
totalmente asimétricas, como en el caso de Chiapas, donde, a pesar de que la mayoría del
estado es indígena, las oportunidades que han tenido para participar en los cargos de
elección popular, a nivel estatal y federal, son casi nulas, y las relaciones interétnicas se
mantienen como en el pasado colonial.
Un hecho importante que habrá que tomar en consideración para el análisis de una
reestructuración socio política de la nación mexicana es la presencia del estado de Tlaxcala.
Es la unidad estatal más pequeña desde un punto de vista territorial, pero responde a
necesidades planteadas desde el momento mismo de la conquista por la población
tlaxcalteca y ha continuado desde la Independencia hasta nuestros días. Es un estado que
responde a la unidad original que componía este pueblo.
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Si bien es cierto que este estado no posee riquezas potenciales en su territorio, no por ello
ha dejado de manejar sus propios mecanismos de poder y sus propias decisiones, de tal
suerte que hoy en día es una de las zonas con mayores índices en los niveles educativos, en
su integración de comunicación y, en general, en su desarrollo. Ha mostrado un equilibrio
mucho más claro que regiones como Oaxaca o Chiapas; y un factor decisivo en la
transformación de esta región y parte del valle poblano, se debe precisamente a esta
autonomía federal que ha permitido la autogestión del grupo étnico original y ha logrado
características que no se reflejan en otras entidades de la república.
Este ejemplo nos permite formular la hipótesis de que de ser factibles las estructuras
basadas en la identidad étnica, éstas pueden transformarse en unidades geopolíticas a corto
y mediano plazo y superar con mayor rapidez su presente situación de marginación y
colonialismo interno, a partir del manejo autónomo y autogestionado de sus propias
regiones.
4. Participación Política
La presencia diferenciada de los pueblos indígenas de México es un indicador muy claro,
muy preciso, de que éstos mantienen un proyecto histórico que tiene una continuidad
permanente. Hay quienes afirman que esta continuidad no debe seguir y deben integrarse al
fenómeno histórico general nacional, participando sólo en las luchas generales y no en sus
luchas particulares.
Los indígenas viven su propia utopía, la de su reorganización grupal, no sólo en el ámbito
de la defensa de su propia cultura, sino en la defensa de sus intereses, tanto territoriales
como los de carácter político.
Las luchas a las que se han enfrentado los indígenas durante los últimos 200 años en las
distintas regiones del territorio nacional, reflejan muy claramente que existe un principio
medular, que es de mantener la propia identidad, a pesar de la agresión, la represión, y los
intentos por la disolución de esta identidad.
Hay, asimismo, quienes consideran que no existe la conciencia grupal, y que más bien es
una conciencia unitaria, aldeana, y parroquial Es interesante poder mencionar que no es
sólo deseo de tener territorio, de tener espacio, de tener el sistema de reproducción
biológica, sino también un deseo y una necesidad de ser, y ser significa ratificar el propio
proyecto histórico que han venido construyendo a lo largo del tiempo. Por ejemplo, se
podría mencionar el intenso esfuerzo humano, el desgaste social que han sufrido los yaquis
en el noroeste del país, para tener y sostener su propio ser y su propia identidad, y su ser
utópico en la práctica se manifiesta como una actitud de rebeldía a aceptar las formas y los
estilos de vida que impone la sociedad mestiza mayoritaria.
Desde el punto de vista político, los grupos étnicos se organizan y se estructuran en función
de una resistencia en contra de los grupos que rodean a esta unidad sociológica. Esto no
implica desconocer las contradicciones internas que se dan dentro del grupo. Las propias
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unidades, como cualquier sociedad, llevan en su interior posiciones antagónicas dialécticas,
pero éstas son similares a las de carácter regional o estatal, e incluso, a las de carácter
nacional, y no son más que manifestaciones de un mismo proceso general y que,
necesariamente, tendrá que resolverse en el desarrollo de éstas; sin embargo, ante la
amenaza externa, fundamentalmente en las relaciones interétnicas asimétricas, se mantiene
la cohesión y la unidad del pueblo.
Así pues, consideramos que las reivindicaciones de carácter étnico, que aparecen como
utopías de los pueblos, son demandas manifiestas que se expresan en sus reuniones, en sus
congresos y en las conclusiones que han tenido los indígenas de México en las últimas
décadas. Dentro de éstas, han mostrado una necesidad de afirmar la identidad que implica
una revitalización étnica, y no sólo actuar defensivamente, sino además adoptar una actitud
de autoafirmación y de definición propia frente a la sociedad nacional y frente a los otros
grupos étnicos y así avanzar políticamente.
En este sentido, la fuerza unificadora de los pueblos y la revitalización básica se
fundamenta en la estructura económica: la propiedad colectiva de la tierra; no debe
olvidarse que en México las comunidades étnicas poseen más de 30 millones de hectáreas.
Esto significa que tienen en propiedad un potencial económico bien importante para su
propio desarrollo y el del país, ya que poseen dentro de su territorio reservas y recursos
naturales de enorme importancia estratégica.
Este poder económico, asociado a la organización tradicional fincada en el apoyo
comunitario, en los trabajos colectivos y en el mantenimiento de la propiedad comunal,
simultáneamente con la estructura social cohesiva que le da el sistema religioso sincrético a
la comunidad; permite que la unidad regional étnica se afiance y se adopten actitudes
defensivas y autoafirmativas, y que quienes hace tiempo atrás pregonaban que estaban
condenados a desaparecer, sobrevivan fortalecidos con sus caras étnicas singulares.
La revitalización étnica tiene implicaciones de fondo, pues supone la rebelión en contra de
los opresores. Esto se ve y se conoce todos los días en las distintas regiones interculturales
y étnicas del mundo, y lo mismo sucede en México, en la medida que los pueblos
despiertan y activan sus propias luchas de liberación. La nación requiere de un
reordenamiento geopolítico total, ya que el sistema de organización administrativo y
político del país se da a partir del proceso colonial. En este sentido, la lucha anticolonial o
de descolonización no ha terminado y no terminará, a nuestro modo de ver, hasta que la
sociedad mayoritaria reconozca y reafirme la presencia de estos pueblos y se les otorguen
sus plenos derechos en la estructura nacional.
Esto implica el reconocimiento jurídico, legal y constitucional de su lengua, de sus sistemas
de organización política y de sus sistemas de gobierno, así como una participación cada vez
más amplia en el manejo de las entidades federativas y la creación de nuevas entidades
(cuadro 1) de acuerdo con la Constitución Política y una participación más amplia en las
decisiones nacionales.
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Cuadro 1
Posibles entidades políticas por demandas étnicas
Nuevas unidades geopolíticas y Estados que necesitan reformularse
1. Maya
Yucatán, Quintana Roo y Campeche
2. Mayanse: tzeltal, chol, tzotzil, lacandón, tojolabal, zoque. Chiapas
3. Istmo: zapoteco, mixe, huave, zoque, náhuatl.
Oaxaca y Veracruz.
4. Mixteco, trique, amuzgo.
Oaxaca y Guerrero.
5. Tlapaneco, náhuatl.
Guerrero.
6. Náhuatl, totonaco.
Puebla y Veracruz.
7. Huasteca: huasteco, náhuati, tepehua.
Hidalgo, Veracruz, San Luis Potosí y Puebla.
8. Otomí del Valle del Mezquital
Hidalgo.
9. Mazahua, otomí.
México, Querétaro.
10. Purépecha.
Michoacán.
11. Huichol, cora y tepehuano
Nayarit, Durango y Jalisco.
12. Tarahumara, guarojío, pima y tepehuano.
Chihuahua y Sonora
13. Mayo y yaqui.
Sinaloa y Sonora.
La negación de esta revitalización étnica indudablemente que a largo plazo va a ocasionar
grandes rebeliones de las etnias; estas rebeliones, que históricamente la sociedad nacional
reconoce y de las cuales tiene conciencia, son parte de los mecanismos defensivos de ellas.
Por esto, consideramos que si los grupos étnicos no reciben una respuesta de la sociedad
nacional más ajustada a sus demandas, será cada vez mayor la actitud de rebelión y de
disidencia y en este sentido, es importante señalar que la religión sincrética mesoamericana
es una de las instituciones que dan unidad a las sociedades; ésta sirve como la amalgama de
todos los elementos culturales que se aglutinan en el entorno y se consolidan para mantener
la identidad del grupo.
Los rituales y las creencias también están profundamente relacionados con las actividades
económicas y con la estructura social. En esta dirección, la presencia de esta pluralidad
étnica entra en franca contradicción con el proyecto de sociedad nacional monoétnica y
uniformadora, que ha intentado construirse a partir de la Independencia. La
homogenización de la población nacional ha sido más una utopía que la utopía de los
propios indígenas, ya que éstos si se han sostenido tenazmente y mantienen su propia
dirección y línea histórica.
5. Pluralidad Étnica y los Derechos Humanos
Entre los derechos humanos étnicos están el derecho al producto íntegro del trabajo, el
derecho a una remuneración justa, el derecho a la asistencia social y al descanso, el derecho
a una educación que respete la pluralidad lingüística, y sobre todo, la garantía a la
propiedad colectiva de la tierra, que asegure la reproducción biológica y social de cada
grupo étnico.
Son reivindicaciones sociales y demandas que requieren de una verdadera participación en
la legislación de las normas jurídicas que rigen la vida nacional y la de los estados.
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Además consideramos que las leyes que han surgido a partir del derecho positivo ponen
mayor énfasis en los derechos individuales que en los derechos sociales y, sobre todo, no se
asume una responsabilidad definida dentro del derecho, como uno que tienda a lograr una
sociedad justa, sino que conduce a una sociedad que tutela a los pueblos indígenas, a los
marginados y débiles, en vez de articularlos en la estructura jurídica de la sociedad y con el
ejercicio pleno de sus derechos, mismos que deben ser la base fundamental para la
convivencia social de todos los grupos que integran la nación. La reforma constitucional del
2001 aunque contiene avances significativos más aparece como declarativa que como
acciones y políticas que transformen profundamente el colonialismo interno.
Creemos que, de acuerdo con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la
Declaración de Montreal de la Asamblea de Derechos Humanos, se deben eliminar en
México todas las formas de discriminación racial o social y todo intento de separación de
los pueblos indígenas y, con más razón ahora que se cuenta con la Declaración Universal de
los Pueblos Indígenas y el Convenio 169 de la OIT. Cuando se afirma que se les debe dar
un lugar en la estructura política y administrativa de la sociedad, se ratifica la condición de
igualdad entre todos los miembros de la sociedad nacional. Esto implica la eliminación de
toda forma disfrazada de explotación y una participación más activa de los pueblos
indígenas de México en la formulación de las leyes y por lo tanto, deben participar
políticamente de manera proporcional el resto de la población, dentro de las legislaturas
locales y dentro del poder legislativo nacional. Por ello, ni puede negarse a las minorías
étnicas el derecho a participar, como lo establecen las declaraciones universales ya
mencionadas, junto con los otros miembros de la comunidad del país en sus proyectos
nacionales. De esta manera, tendrán el derecho de promover sus propias tradiciones, de
profesar y practicar sus patrones culturales y religiosos y asimismo de usar y desarrollar sus
propios idiomas (que en este campo es donde se ha avanzado ligeramente con la creación
del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas). Por la misma razón, estas minorías étnicas
tendrán la obligación de contribuir al desarrollo de su comunidad, de su grupo, de la región
y del país.
Consideramos que en México, a pesar de los intentos por lograr cambios estructurales en la
vida económica, social cultural y política del país, las condiciones objetivas y reales en que
viven los pueblos indígenas en México, no les ha permitido participar en igualdad de
circunstancias que el resto de la población nacional. Por ello, se puede afirmar, que en
México existe una permanente violación a los derechos básicos para con los pueblos
originarios.
Sabemos que el esfuerzo realizado hasta hoy obedece a acciones paternales y caritativas
hacia los grupos indígenas, las tenues referencias jurídicas referidas a ellos, ratifican
nuestra afirmación.
La sociedad mexicana, capitalista, burguesa y dependiente, de principios del siglo XXI,
continúa intentando que el proyecto de la sociedad homogenizadora y monoétnica se
proyecte como un sistema totalitario integrativo, de acuerdo con las declaraciones del
Director General de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas
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(CDI), Luis H. Álvarez de que la integración a un modelo de corte hispano-católico se
imponga a toda la población. A nuestro entender en esta primera década del siglo XXI, no
habrá posibilidad de resolver esta contradicción hasta que la sociedad total (la nación) no
resuelva sus contradicciones fundamentales y estructurales.
La evolución humana tiende a un proceso general de desarrollo y de transformación de las
diversas sociedades, esto es indiscutible, aunque hoy se cuestionan las teorías del
desarrollo, la humanidad tiende, desde su lejana historia, al cambio social y a la
transformación. Toda la sociedad humana está permeada por un proceso de cambio, pero
este cambio, indudablemente que tiene su propia dirección en cada unidad social y en cada
pueblo. Estas características particulares, sumadas todas, a su vez conforman la unidad
humana en general. Lo general debe desarrollar sus propias especificidades y sus propias
líneas culturales, pero dejando y permitiendo el desarrollo de sus partes.
Pensamos que la sociedad del futuro, planteada dentro de un socialismo de evolución lineal
homogeneizante y que tenga como proyecto político la disolución de la pluralidad étnica,
cae en el mismo error que el capitalismo burgués y neoliberal que hemos descrito. Por ello,
pensamos que el desarrollo multilineal debe ser la respuesta a las demandas de los pueblos
(etnias) que conforman la nación o las naciones. En este sentido, el proyecto hacia un
devenir histórico a largo plazo de la unidad de la humanidad, no podrá ser el de conformar
una sociedad plana y uniforme, sino que seguramente será una sociedad dinámica,
multifacética, con diferentes caras y con diferentes estilos y modos de ser y de vivir. El
respeto a esta pluralidad y a esta evolución multilineal, debe ser la respuesta que se dé a
estas partes sociales que integran la humanidad.
El proyecto de México no es un proyecto aislado, está inmerso en el proyecto de todas las
naciones del mundo y no podrá, a pesar de que se intente por medios represivos o por
medio de sistemas autoritarios de un signo o de otro, disolver o liquidar este reclamo
étnico.
La experiencia humana en otras regiones del planeta nos demuestra que los grupos étnicos
se mantienen en permanente y constante lucha por reconquistar su propio espacio territorial
y su propio espacio político; por ello, consideramos que la integración y el logro de la
identidad nacional deben conformarse con la presencia de los pueblos indígenas y no con su
anulación, que sólo genera y generará perturbaciones graves y desquiciamientos de la
estructura social del país y del mundo (véase el caso del pueblo tibetano confrontado con la
República Popular China que no resuelve el conflicto de sus minorías étnicas.
Consideramos que quienes ofrecen a los grupos étnicos la posibilidad de este desarrollo
multilineal indudablemente tendrán el apoyo de las comunidades y pueblos indígenas.
Quienes se manifiestan en sentido contrario, para lograr su destrucción y su aniquilamiento
(etnocidio o genocidio), como formas para terminar esta pluralidad, no tendrán más que la
respuesta de resistencia o la rebelión; de esta manera, creemos que la perspectiva utópica de
los pueblos cada día está más cerca de su realización.
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Construir esta sociedad tendrá sus implicaciones en el sentido en que no será nada fácil la
construcción de una nación multiétnica y de evolución multilineal; al principio será mucho
más complicado su reordenamiento, pero en el momento en que se logre la transformación
geopolítica y administrativa, sobretodo, en el aspecto económico, al desaparecer las formas
de explotación que hoy son la llaga fundamental que se deja ver y sentir en las regiones
étnicas, permitirá la construcción de una sociedad más real, más objetiva, más humana y
más apegada al contexto de los pueblos que forman la nación mexicana. Se perfilaría una
unidad no homogénea, sino formada por partes, y en la cual quedarían incluidos todos los
pueblos indígenas de México que han logrado resistir todo tipo de colonialismo y agresión.
Esta preocupación revela que en el mundo la justicia no podrá lograrse y los derechos
humanos no podrán ser válidos si sólo se toma en términos del individuo y no de los
colectividades sociales. Una sociedad universal más justa requerirá revisar el respeto y el
reconocimiento a la dignidad que se merecen todos los grupos étnicos minoritarios,
fundamentalmente los pueblos nativos de las naciones constituidas sobre éstos, porque —
como en el caso de México— no se entenderá la historia si no incluimos en ella la
participación y la aportación que han tenido los indígenas en la vida colonial, en la lucha de
Independencia y sobre todo, en la Revolución, para buscar una sociedad más justa y
equitativa, lo que todavía no se ha logrado en México.
Reconocer la pluralidad y rediseñar el modelo político y social que se ajuste a esta
diversidad, en los campos de la educación, de la justicia, del desarrollo económico, de la
distribución de la riqueza, de la seguridad social y de la cultura, son esenciales para
transformar la sociedad que intenta construirse sobre bases reales y no con utopías
pseudoliberales y pseudodemocráticas ajenas a la composición de su población.
Desde nuestro punto de vista, los proyectos de incorporación, asimilación, integración u
homogenización, en el fondo, son políticas etnocéntricas y racistas y lo que intentan es
mantener el status quo de la explotación, del dominio y del sometimiento de las minorías
étnicas nativas.
La población indígena de México ha participado con su inteligencia, con sus recursos, con
su trabajo en la construcción de la sociedad nacional y ha aportado su cultura para ofrecer
al mundo la cara real de lo que es México. Ellos luchan por un sistema de descolonización
interna que les confiera su lugar dentro de la sociedad nacional, reconociendo su pluralidad
cultural y lingüística y definiendo los ámbitos de su autonomía, al mismo tiempo que
haciéndolos participar en el desarrollo económico y político de la nación.
Al principio del siglo XXI México atraviesa por una de las mayores crisis en su historia. La
búsqueda de un proyecto nacional que encuentre una vía a esta crisis no podrá imaginarse y
diseñarse sin la inclusión de los pueblos dentro de éste. El fracaso de las anteriores políticas
debe servir para configurar el futuro, reconociendo y ratificando los derechos reclamados
históricamente por los grupos étnicos, al aceptar la pluralidad cultural como la base del
proyecto nacional.
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