Las primeras ciudades. El nacimiento de la civilización

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Las primeras ciudades. El nacimiento de
la civilización
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Eridú, la elegida por los dioses. «Después de que la
realeza descendiera del cielo, ésta residía en Eridu»,
dice la Lista Real Sumeria para ensalzar la
antigüedad de esta ciudad, fundada cerca de la
desembocadura del Éufrates en el golfo Pérsico,
entonces mucho más al norte que en la actualidad.
Primero fueron modestas aldeas con casas de
adobe, y Luego, poblados amurallados. Por fin,
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hacia 3500 a.c., surgieron en Mesopotamia
ciudades de miles de habitantes, con grandes
templos y un poder central
Por Alejandro Gallego. Centro Superior de
Estudios de Oriente Próximo y Egipto.
Universidad Autónoma de Madrid, Historia
NG nº 140
En el II milenio a.C., los habitantes de Babilonia
recordaban una época anterior en la que sus
antepasados habían vivido de modo muy
distinto al suyo. «No se había construido
ningún templo, / No había brotado ningún
junco… / no se había construido ninguna casa,
no se había creado ninguna ciudad… / el
mundo era un marjal y un cañaveral…», decía
un poema en honor del dios Marduk. Fue
justamente la aparición de esta divinidad la
que cambió la situación creando la primera
ciudad de la historia: «Entonces Marduk
construyó Uruk, él creó Eanna».
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La leyenda babilónica puede verse como el
reflejo de un hecho fundamental de la historia
de la humanidad: el surgimiento en
Mesopotamia de las primeras ciudades
propiamente dichas. Desde luego, este
fenómeno no fue obra de un dios, ni tampoco
se produjo de forma repentina, como sugiere el
poema. Al contrario, lo que los historiadores
denominan a veces «revolución urbana»
constituyó un proceso gradual que, aunque
alcanzó su punto de cristalización en
Mesopotamia, se inició anteriormente en
diversos puntos a lo largo del Próximo Oriente,
desde el Levante hasta Irán. Allí fueron
surgiendo poblados de dimensiones cada vez
más considerables, basados en la producción
agrícola, a menudo defendidos con murallas y
con prácticas religiosas complejas.
Según algunos historiadores, Jericó, Çatal
Hüyük o tal vez Eridu habrían sido las
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primeras ciudades de la historia, aunque la
definición de lo que es una ciudad sigue siendo
hoy en día tema de controversia entre los
arqueólogos.
Las murallas de Jericó
Los primeros pasos en el proceso de
urbanización se registran en el área de la actual
Siria y Palestina. Allí, entre 12000 y
7500 a.C., grupos de cazadores-recolectores
abandonaron por primera vez su modo de vida
itinerante, el único que había conocido la
humanidad durante el largo período del
Paleolítico, para instalarse en pequeños
poblados en los que se desarrolló una
economía agrícola y ganadera, característica
del Neolítico. Las casas, a menudo redondas,
tomaron la forma de cabañas semienterradas.
También
se
observan
enterramientos
individuales y colectivos que sugieren que el
sentimiento religioso de los habitantes de estas
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aldeas estaba relacionado con un sentido de
pertenencia a un lugar.
El ejemplo más impresionante de los
asentamientos de este período se encuentra en
Tell es-Sultan, en el valle del Jordán. Desde la
década de 1950, la arqueóloga británica
Kathleen Kenyon excavó el yacimiento y lo
identificó con Jericó, la primera ciudad de
Palestina que conquistaron los israelitas tras
abandonar Egipto, según el relato del Antiguo
Testamento. Éste cuenta que Josué, el sucesor
de Moisés, sometió la urbe a asedio y que sus
murallas fueron derribadas al son de las
trompetas.
Este episodio se situaría históricamente entre
1400 y 1260 a.C., pero el yacimiento estudiado
por Kenyon y arqueólogos posteriores –en
particular, la misión italiana de la Universidad
de Roma-La Sapienza– posee niveles mucho
más antiguos, que se remontan al VIII milenio
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a.C. Para entonces, Jericó constituía un enclave
densamente poblado, con casas circulares de
ladrillos de adobe hechos a mano. Además,
contaba con una muralla de piedra y una torre
circular de nueve metros de altura, una obra
que presupone el trabajo colectivo de toda la
comunidad.
Cabe destacar asimismo el hallazgo de unos
impactantes cráneos humanos, con el rostro
cubierto de arcilla moldeada y las cuencas de
los ojos rellenadas con conchas; un indicio de
que los habitantes de Jericó practicaban ritos
funerarios y, por tanto, tenían una
preocupación profunda por el Más Allá, algo
común en otras regiones del Levante.
¿Es la Jericó del VIII milenio a.C. la primera
ciudad de la historia, como sostuvo Kathleen
Kenyon?
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Hoy
día
se
piensa
que
no
sería
correcto considerarla como tal. Su tamaño era
modesto –cuatro hectáreas de superficie– y ni
siquiera parece que sus no más de 2.000
habitantes practicaran la agricultura, sino que
dependían para su subsistencia de la caza y la
recolección, aunque en cambio consta que se
dedicaban al comercio. Su sociedad, en fin,
tampoco estaba jerarquizada, pues no se han
documentado palacios ni templos.
El misterio de Çatal Hüyük
En el período que va de 7500 a 6000 a.C.
aproximadamente,
las
experiencias
de
urbanización se ampliaron notablemente,
alcanzando no sólo el Levante, sino también
Turquía, Mesopotamia e Irán. Las dimensiones
de los núcleos habitados también aumentaron,
como se aprecia en el yacimiento más
destacado de este período, Çatal Hüyük, en el
centro de la actual Turquía, descubierto por
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James Mellart en la década de 1950. Se trata de
un impresionante poblamiento, de 13 hectáreas
de superficie, el triple de Jericó, y se calcula
que albergaba entre 5.000 y 7.000 habitantes.
Las casas eran rectangulares y bastante
estandarizadas, y estaban adosadas unas a
otras. Los habitantes de Çatal Hüyük
fabricaban cerámica y su economía era
diversificada, con la agricultura como base
principal.
Con todo, el aspecto más llamativo de Çatal
Hüyük es el de sus prácticas religiosas. Por un
lado, se han encontrado enterramientos
cuidadosamente dispuestos bajo el suelo de las
casas, indicio de una preocupación por los
difuntos, como ya ocurría en Jericó.
Además,
parece
que
había
edificios
específicamente dedicados al culto. Se ha
observado que las paredes de algunas
viviendas estaban decoradas con grupos de
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cabezas de animales como toros, jabalíes,
buitres y comadrejas, elaboradas a partir de sus
cráneos, así como con pinturas murales de gran
interés, en las que se adivinan formas de
manos, toros, ciervos, jabalíes, onagros, lobos,
osos y leones; hay una especialmente
interesante en la que se aprecian unos buitres
devorando unos cuerpos humanos, algunos de
ellos decapitados. Igualmente sorprendente es
el hallazgo de estatuillas femeninas y símbolos
de fecundidad como un pecho modelado, lo
que ha sugerido la existencia de un culto a la
«diosa madre».
Pese a ello, no es seguro que esas casas de
Çatal Hüyük fueran «santuarios» ni que
hubiera una clase de «sacerdotes»; más bien se
trata de un culto doméstico.
Sin duda, Çatal Hüyük representa un salto
cualitativo respecto a los asentamientos
precedentes, pero cabe señalar que aún carece
de los rasgos que nos permitirían definirlo
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como una ciudad. El dato más elocuente al
respecto es que en un momento dado el núcleo
fue abandonado por sus habitantes y en su
lugar surgieron pequeños poblados en la
llanura circundante, como si Çatal Hüyük
hubiera alcanzado el máximo crecimiento
posible con los recursos disponibles. Como
escribe Charles Redman, Çatal Hüyük fue «un
prematuro destello de esplendor y complejidad
que tuvo lugar con mil años de antelación».
La llanura mesopotámica
El salto hacia la urbanización no se produciría
en Levante ni en Anatolia, sino en las tierras
situadas entre el Tigris y el Éufrates. Entre los
milenios VI y V a.C., grupos de agricultores y
ganaderos abandonaron las estribaciones
montañosas en torno a Mesopotamia, como los
Zagros, para instalarse en la llanura. En estas
fértiles tierras aluviales se desarrolló una
economía agraria de gran rentabilidad, que
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tuvo como requisito una organización social
capaz de crear un complejo sistema de canales
de riego y de diques para controlar las crecidas
estacionales de los ríos. Ello favoreció la
producción masiva de cereal, la aparición de
excedentes destinados a la comercialización y,
en fin, un crecimiento demográfico sostenido,
que dio lugar a poblados cada vez más
nutridos y, en último término, a auténticas
ciudades.
En todo este proceso se observan en
Mesopotamia tres culturas principales que en
parte son contemporáneas: las de Hassuna,
Samarra y Halaf, así llamadas por el
yacimiento principal de cada una.
La cultura de Hassuna, en la alta Mesopotamia,
corresponde a los primeros desplazamientos
de población desde las tierras altas a las bajas.
Los poblados estaban formados por casas de
forma rectangular, bastante regulares, y sus
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habitantes se dedicaban a la agricultura de
secano, la ganadería y también a la caza. Se ha
documentado el uso del metal, concretamente
del cobre, y la presencia de materiales como la
obsidiana o el cristal de roca, lo que prueba la
existencia de amplios contactos comerciales en
el Próximo Oriente.
La cultura de Samarra, por su parte, se
desarrolló en una zona más meridional, en la
que se practicaba ya la agricultura
mediante irrigación. La población se
concentraba en pequeñas aldeas, pero también
encontramos un enclave de mayores
dimensiones, Tell es-Sawwan, con una
arquitectura más compleja. Las casas estaban
construidas con adobes regulares, hechos con
molde y reforzados en el exterior, una
característica que perdurará en las ciudades
mesopotámicas. Además, el poblado estaba
rodeado por una muralla defensiva y contaba
con una cerámica decorada notablemente
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elaborada. En Choga Mami se ha hallado otro
núcleo de dimensiones también importantes,
con una población en torno al millar de
personas; insuficiente, sin embargo, para
hablar de una ciudad. Lo mismo puede decirse
de los poblados de la cultura de Halaf, que
sustituyó a la de Hassuna en el norte de
Mesopotamia y cuya característica cerámica, de
enorme calidad, se ha hallado en Irak y Siria.
Sus asentamientos, como el de Arpachiyah,
estaban formados por viviendas pequeñas de
planta circular que no superaban los doscientos
habitantes.
En torno a 4500 a.C. surgió en el norte de
Mesopotamia, sustituyendo a la cultura de
Halaf, una nueva cultura, la de Obeid, que se
expandiría ampliamente hacia el sur. Su
nombre procede del yacimiento de Tell elObeid, pero hoy sabemos que su origen se
encuentra en Eridu, un lugar habitado al
menos desde 5000 a.C. Según el mito
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mesopotámico del diluvio, Eridu aparece como
la primera de las ciudades antediluvianas:
«Después de que la realeza descendiera del
cielo, ésta residía en Eridu». En una
composición posterior, conocida como el
Génesis de Eridu, la ciudad es mencionada de
nuevo como la más antigua de todas las urbes,
planificada por los dioses y sede del dios Enki.
La primera metrópoli
Con una población entre 2.000 y 4.000
personas, Eridu era ciertamente más que una
aldea, pero no alcanzaba aún las dimensiones
de las ciudades que pronto surgirían. Quizás el
recuerdo milenario de Eridu como una ciudad
de gran antigüedad se debe a su especial
significación religiosa, pues fue allí donde
nacieron los primeros templos, recintos
monumentales dedicados exclusivamente al
culto, con mesas de ofrendas y cerámica de
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calidad, y que se consideran el precedente de
los zigurats mesopotámicos.
Tras el largo período de pervivencia de la
cultura de Obeid –unos mil quinientos años–,
germinó al fin la primera experiencia urbana
completa, durante el llamado período de Uruk
(3500-2900 a.C.). Fue entonces cuando en la
baja Mesopotamia se creó una completa red de
canales que permitió una expansión económica
y demográfica sin precedentes, así como la
aparición
de
sociedades
jerarquizadas,
dominadas por burócratas y sacerdotes que
controlaban los recursos. Sin duda, fue una
época de grandes transformaciones: se
desarrolló la escritura, surgieron sistemas
religiosos completos y, sobre todo, aparecieron
las primeras ciudades de la historia
propiamente dichas.
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La principal de ellas fue Uruk. Se trata de un
asentamiento que ya había sido ocupado en el
período de Obeid, aunque entonces sus
dimensiones eran modestas. Durante el
período de Uruk, el núcleo creció rápidamente,
hasta alcanzar los 10.000 habitantes, cifra que
hacia 2700 a.C. ascendió a entre 50.000 y 80.000.
En su extenso término, con una superficie de
400 hectáreas y rodeado por una muralla de
diez kilómetros de longitud, se han hallado
diversos recintos sagrados de grandes
proporciones, así como un zigurat.
Uruk, y poco después los grandes núcleos
sumerios de la baja Mesopotamia, alumbraron
así la primera experiencia completa de vida
urbana de la historia, un proceso que
enseguida se extendería por amplias regiones
del Próximo Oriente –como muestran el
yacimiento sirio de Tell Brak, el turco de
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Arslantepe y el iraní de Susa– y transformaría
para siempre el curso de la civilización.
Para saber más
Mario Liverani. El antiguo Oriente. Crítica,
Barcelona, 2008.
Los orígenes de la civilización. Charles L.
Redman. Crítica, Barcelona, 1990
http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/gr
andes_reportajes/10526/nacimiento_civilizacion.html?_pag
e=2
[26/08/2015]
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