1 “NIÑOS CON DISCAPACIDAD ESCOLARIZADOS EN CENTROS PRIVADOS: APROXIMACIÓN A LA RESPONSABILIDAD CIVIL” Patricia López Peláez Profesora Titular de Derecho Civil Vicesecretaria General de Asuntos Jurídicos de la UNED (España) A. Introducción. B. Sujeto responsable. C. Criterio de atribución de la responsabilidad. D. Extensión personal de la responsabilidad. E. Bibliografía básica A. Introducción La regla general en materia de responsabilidad civil extracontractual recogida en el artículo 1.902 del Código Civil español, y en cuya virtud se responderá de los actos u omisiones propios que causen daño a otro interviniendo culpa o negligencia, se ve completada por lo dispuesto en el artículo 1.903 del mismo cuerpo legal, que recoge la responsabilidad por actos u omisiones ajenos, de personas de quienes se debe responder, a no ser que se pruebe que se empleó toda la diligencia de un buen padre de familia para prevenir el daño. En este sentido, establecía en su redacción inicial el artículo 1.903 del Código Civil, en su apartado 5º que “Son por último responsables los maestros y directores de artes y oficios respecto de los perjuicios causados por sus alumnos o aprendices mientras permanezcan bajo su custodia”. El sistema hacía por tanto responsable personalmente al maestro o profesor de los daños ocasionados por sus alumnos. Dicho sistema en su aplicación había dado lugar a una serie de preguntas que surgían constantemente a la hora de resolver los casos prácticos que se planteaban en la realidad, entre ellas las de determinar quienes eran responsables (el establecimiento docente o el personal que trabajaba en el mismo, únicamente quienes realizaban funciones estrictamente docentes o también el personal docente encargado de las funciones directivas), o cómo interpretar la expresión “mientras (los alumnos) estuvieran bajo su custodia”, porque únicamente de los daños causados durante la misma respondían los educadores. También se planteó la cuestión de si era necesario que los alumnos tuvieran alguna limitación en su capacidad de obrar, por ejemplo la minoría de edad, para que surgiera la responsabilidad de sus educadores, o si éstos respondían siempre de los daños que ocasionaran los alumnos, aunque fueran mayores de edad, y especialmente qué pasaría si los estudiantes estaban afectados por alguna discapacidad, y el hecho de si esta situación debía influir en la determinación de la responsabilidad civil. 1 2 A cada una de estas preguntas la jurisprudencia española fue ofreciendo diferentes respuestas, en muchas ocasiones distintas, e incluso contradictorias, pues casi siempre venían determinadas más por las circunstancias del caso concreto, y por el deseo de ofrecer la mayor reparación posible al perjudicado, que por la adopción de un criterio lógico igual para todas. En bastantes casos se acudía incluso a la solución de resolver el supuesto no en virtud del apartado del precepto relativo a la responsabilidad de los profesores por hechos dañosos de los alumnos, sino en virtud del apartado relativo a la responsabilidad del empresario (el centro docente) por hechos dañosos de sus dependientes (los profesores). Ahora bien, en la actualidad no tenía mucha explicación, no que los maestros y profesores respondieran de los daños ocasionados por sus alumnos cuando se probara su negligencia en su deber de vigilancia y educación, sino que se presumiera dicha negligencia. Tal sistema, en la situación actual de la enseñanza, en la que se ha generalizado el acceso a la misma de la población (con la consecuencia de que se ha elevado el número de alumnos que se coloca a cargo de cada profesor), y en la que parte importante de la jornada escolar se desarrolla fuera de las aulas (en actividades complementarias, deportivas, de recreo...), y teniendo en cuenta además que en la actualidad la relación profesor-alumno ha variado notablemente, y la autoridad del primero se cuestiona constantemente, resultaba injusto. También se convirtió en un freno para la práctica de actividades extraescolares, tan recomendadas por la pedagogía actual. Por ello, durante los años ochenta los docentes llevaron a cabo numerosas movilizaciones, estimuladas porque durante esos años se plantearon algunos supuestos en los que se obligó a los profesores a hacer frente a reclamaciones de gran importancia económica pero derivadas de hechos que difícilmente podían controlar. Estas movilizaciones se tradujeron en la reforma del Código Civil de 7 de enero de 1.991. Tras dicha reforma el precepto antes citado, 1.903, establece en su apartado 5º que “Las personas o entidades que sean titulares de un Centro Docente de enseñanza no superior responderán por los daños y perjuicios que causen sus alumnos menores de edad durante los periodos de tiempo en que los mismos se hallen bajo el control o vigilancia del profesorado del Centro, desarrollando actividades escolares o extraescolares y complementarias”. Es necesario recordar aquí que los daños ocasionados pueden ser constitutivos de un delito de homicidio o asesinato, o de un delito o falta de lesiones, entre otros. Si así fuera, habrá de estarse a lo dispuesto en la Ley Orgánica 5/2000, de 12 de enero, reguladora de la responsabilidad penal de los menores, y en el Código Penal de 1995 (aprobado por Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, y modificado desde entonces en varias ocasiones)1. 1 Recordemos que es doctrina reiterada del Tribunal Supremo español que la sentencia penal absolutoria, a no ser que declare no haber existido el hecho del que los daños hayan podido nacer, no impide que la jurisdicción civil pueda, valorando libremente las circunstancias del supuesto, apreciar una situación de culpa civil, y declarar la responsabilidad civil correspondiente. Véase la Sentencia de 18 de octubre de 1999. 2 3 En otro caso, el régimen de la responsabilidad por los accidentes y lesiones ocurridos en los centros docentes es hoy por tanto el siguiente: B. Sujeto responsable Como regla general ya no responden los profesores concretos de los daños sufridos por sus alumnos menores de edad durante el tiempo que están bajo su vigilancia, sino el titular del Centro, que es, dice el Código Civil, quien debe adoptar las correspondientes medidas de organización2. Es decir, será responsable, si el centro es privado, la persona física o jurídica titular del colegio. En los debates parlamentarios de la reforma se planteó en particular si no era posible identificar director del centro con responsable de las medidas de organización del mismo, y por tanto responsable de los daños causados. Desde luego, es verdad que en la nueva organización de los colegios es el director y los cargos próximos, y por supuesto el Consejo Escolar, quien organiza la actividad escolar, pero lo cierto es que la ley ha hecho responsables a los titulares de los centros y no a los organizadores de dicha actividad, en el supuesto de que no coincidan unos y otros. En este caso además la reforma lo único que habría conseguido es desplazar la responsabilidad del profesor concreto al director del centro, amen de hacer imposible encontrar a un profesor que quisiera asumir las funciones de director, cosa ya de por sí difícil en muchas ocasiones3. Por otra parte, la expresión “centro docente” no se ha de interpretar en sentido restrictivo, en opinión de la doctrina más generalizada. De esta forma quedan incluidos, además de colegios e institutos, guarderías infantiles y centros de educación preescolar, entidades organizadoras de campamentos, granjas-escuela, y demás centros que realizan actividades educativas, como conservatorios y centros de enseñanza de música, danza, artes plásticas y diseño, y también se incluyen los internados y residencias estudiantiles4. Todos ellos responderán de los daños sufridos por sus alumnos. Lo que sí es necesario es que se trate de un centro de enseñanza no superior. Esto se debe a que, normalmente, en los de educación superior los alumnos son mayores de edad, por lo que ya son responsables personalmente de los daños que causen. 2 Parece estarse creando un nuevo tipo de negligencia, hasta ahora desconocida en el ordenamiento civil: la “culpa in organizando”. 3 Establece la Sentencia de 22 de diciembre de 1999 (a propósito de un accidente en clase de gimnasia) que no cabe descargar en el Director del colegio una especie de responsabilidad genérica por todo lo que ocurre en el mismo. En cambio, en la de 10 de octubre de 1995 sí se establece la negligencia de la Directora del colegio, dado que no existía control efectivo del acceso de los alumnos a un patio, ni vigilancia de sus juegos en el mismo, ni se había retirado de dicho patio un armazón metálico inútil para su finalidad originaria de canasta de baloncesto y del que los niños solían colgarse. 4 En la Sentencia de 30 de diciembre de 1999 se resuelve precisamente un supuesto de un accidente ocurrido en un albergue, dependiente del Institut Catalá de Serveis a la Joventut, en el que se impartía durante el mes de julio un curso de lengua francesa. 3 4 El Código Civil no dice que la responsabilidad que impone se predique tan sólo de los centros que imparten enseñanzas regladas, por ello en principio parece que igualmente responderán todas las organizaciones o instituciones que se dediquen a la formación y enseñanza de menores de edad, cualquiera que sea la actividad concreta desarrollada, aunque sea no reglada (hípica, conducción de motocicletas, escultura, grabado, academias que refuerzan la enseñanza de determinadas materias, como informática, matemáticas, inglés...). De cualquier forma, aunque el Código Civil induce a pensar que se ha trasladado la responsabilidad del profesor al centro docente en el que está integrado, lo cierto es que sigue siendo posible demandar personalmente al profesor, en virtud de lo dispuesto en el artículo 1902, siempre que su propia imprudencia haya sido causa del daño. Si es posible se hará además por la vía penal, más rápida. Por ello, lo que se ha producido no es una exención de responsabilidad de los profesores por su negligencia, sino un aumento de la garantía, de la solvencia (sería absurdo además que los profesores no respondieran frente al perjudicado, y sin embargo sí lo hicieran frente al centro por vía de repetición, como luego veremos). Por último, hay que recordar que prácticamente todos los centros docentes de titularidad privada tienen concertado un seguro de responsabilidad civil, que, mediante el pago de una prima, desplaza a una Compañía de Seguros la obligación de pagar las indemnizaciones provenientes de daños causados o sufridos por los menores a su cargo. No ocurre lo mismo con los centros de titularidad pública, pero en tales casos, al ser responsable la Administración, no parece que pueda plantearse un problema de solvencia para efectuar los pagos. C. Criterio de atribución de la responsabilidad Dado que se mantiene el último inciso del artículo 1903 del Código Civil, que permite a los Centros Docentes de titularidad privada exonerarse de responsabilidad mediante la prueba de que utilizaron toda la diligencia de un buen padre de familia para prevenir el daño, es decir, de la inexistencia de culpa, esto supone que el sistema sigue siendo culpabilista, de responsabilidad por culpa o negligencia, y que no se ha modificado el principio teórico que inspira la regulación de la responsabilidad extracontractual en general. Lo que sí es verdad es que la diligencia exigible al titular del Centro privado se debe medir con relación a la elección y control del profesorado, y al mantenimiento de infraestructuras y medios necesarios para desarrollar sus actividades docentes, y no ya de una manera puramente subjetiva, de vigilancia de los menores encomendados a su cuidado. La responsabilidad del centro no se agota por tanto en la que pueda derivar de la negligencia de su personal, también incluye la que derive de otras situaciones a las que dicho personal puede ser completamente ajeno. 4 5 En cualquier caso, a pesar de que el sistema siga siendo en principio culpabilista, de responsabilidad por culpa o negligencia5, en la doctrina y jurisprudencia se observaba hace ya algunos años una fuerte tendencia a la objetivación, hacia la responsabilidad derivada de la simple relación de causalidad entre una acción u omisión ocurridas durante el tiempo de vigilancia del centro y un daño ocasionado por ellas. Esta tendencia hacia la objetivación está fundamentada en que la actividad docente con menores tiene un riesgo propio, por las características mismas de la infancia, por naturaleza inconsciente e imprudente; de lo que se trata es de que los menores estén libres de peligro durante el tiempo dedicado a su formación, de manera que si se produce algún daño, habrá que indemnizarlo. En virtud de ese riesgo, que debió haber sido previsto y evitado por el centro escolar, debe responder éste (siempre teniendo en cuenta que la previsión de riesgo que debe hacer el centro no debe llevar a que, en un afán de evitar todo riesgo, lo que por otra parte es imposible, se limiten actividades necesarias en la formación del alumno; hay sucesos que entran en el desarrollo normal de la vida escolar, y que sólo podrían evitarse coartando de manera excesiva la libre actividad de los menores). Esta tendencia hace que, en la práctica, el nivel de diligencia exigido a los centros docentes privados sea tan elevado (siempre teniendo en cuenta las circunstancias de persona, tiempo y lugar), que resulta prácticamente imposible exonerarse de responsabilidad. A pesar de todo ello, si el centro es de titularidad privada, aunque sea concertado, el criterio de imputación de la responsabilidad como regla general sigue siendo el subjetivo, y por lo tanto serán responsables los centros de los daños causados o sufridos por sus alumnos menores de edad y debidos a culpa o negligencia de dichos centros, pudiéndose exonerar de responsabilidad si demuestran que obraron con la diligencia debida. Se plantea por tanto como una cuestión fundamental determinar el grado de diligencia exigible a estos centros docentes. En la práctica, y de acuerdo con la regla general de tener en cuenta las circunstancias de persona, tiempo y lugar para medir la diligencia establecida en el artículo 1104 del Código Civil, pues no es la misma la vigilancia que debe prestarse dentro del aula que en el recreo, ni respecto de niños pequeños, de adolescentes a los que se debe reconocer un margen de libertad superior, o de menores discapacitados, los criterios que el Tribunal Supremo suele utilizar para determinar si existió o no una diligencia suficiente son los siguientes: 5 Afirma así la Sentencia de 10 de marzo de 1997 que “...si bien es cierto que la jurisprudencia de la Sala ha evolucionado en el sentido de objetivizar la responsabilidad extracontractual, no lo es menos que tal cambio se ha hecho moderadamente, recomendando la inversión de la carga de la prueba y acentuando el rigor de la diligencia requerida, según las circunstancias del caso, de manera que ha de extremarse la prudencia para evitar el daño, pero sin erigir el riesgo en fundamento único de la obligación de resarcir, y sin excluir, en todo caso y de modo absoluto, el clásico principio de la responsabilidad culposa”. 5 6 - La edad de la víctima, pues a menor edad hay que prestar una mayor vigilancia, y en cambio a mayor edad hay que ir reconociendo un margen mayor de libertad para no lesionar los derechos del menor y reconocer el desarrollo de su personalidad. Lógicamente, también deben tenerse especialmente en cuenta las situaciones de incapacitación o de discapacidad. - La actividad en la que se ha producido el daño, si se debió o no permitir, y si, permitida, necesitaba o no una especial vigilancia por su peligrosidad. - Las instalaciones del centro y su adecuación a las actividades que en ellas se desarrollaban. - La ausencia de profesores, o su falta de atención. - El que la conducta dañosa sea imprevisible, o se haya visto anunciada por comportamientos previos que habrían debido ser tenidos en cuenta. Además, hay que añadir que en principio las simples autorizaciones o prohibiciones, al menos en alumnos de corta edad, no deben bastar para justificar la disminución de la vigilancia, porque se debe prever que tales autorizaciones o prohibiciones pueden ser muy fácilmente excedidas o transgredidas, respectivamente. Por último, es necesario destacar que, en estos centros privados, el concepto mismo de culpa o negligencia está llamado a experimentar una desmesurada extensión, pues la jurisprudencia se verá inclinada a inventar cada día mayores deberes de vigilancia y seguridad, a cargo del titular de cualquier actividad relacionada con la educación, con la finalidad de poder acudir a la “culpa en la organización” para poder obtener una declaración de responsabilidad del centro docente, en protección del perjudicado, cuando las posibilidades reales y efectivas de los titulares de dichos centros de organizar todas y cada una de las actividades escolares no son muy grandes, en especial con relación a alumnos de dieciséis o diecisiete años. Además, por muchas medidas que se tomen, no se podrán evitar ciertos daños que sufren o causan los alumnos y que estadísticamente son inevitables a medio y largo plazo. Por ello quizá sería aconsejable una nueva reforma del Código Civil que declarase la responsabilidad objetiva de los titulares de los centros docentes privados, como ya se ha hecho con los públicos, si bien entendiendo que en todo caso no responderán los centros, públicos ni privados, de todos los daños que causen los alumnos, o por cualquier fallo en la organización, sino sólo de aquellos daños que sean previsibles en su actividad, la escolar, a largo plazo, por típicos e inherentes a la misma, y respecto de los cuales son quienes se encuentran en la mejor situación para prevenirlos, y para distribuirlos socialmente a través del seguro. Si se opta por mantener para los centros privados la responsabilidad extracontractual por riesgo, subjetiva pero fuertemente objetivada, el criterio que debe presidir tanto la determinación la negligencia del agente, de la persona a la que se podía exigir el cuidado y atención necesarios para evitar el daño, como la determinación del nexo causal ente la acción u omisión y el daño producido, es el de la previsibilidad del daño. Es el criterio que parece más equilibrado, y por otra parte ya está recogido en nuestro Código Civil, en concreto en el artículo 1.107, y en él se inspiran además todas las Sentencias del Tribunal Supremo que hemos 6 7 encontrado relativas a este tipo de responsabilidad, aún en materias no relacionadas con la actividad docente, sea para admitirla, por ser el riesgo previsible, sea para denegarla si no lo era, sea para compensar las culpas respectivas reduciendo la indemnización. A diferencia de lo anterior, tratándose de centros docentes de carácter público, a la vista del criterio general establecido en los artículos 106.2 de la Constitución y 139.1 y 145.1 de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común6, la regla básica del sistema de responsabilidad patrimonial de la Administración es la de que el ciudadano no tiene que sufrir los daños que tengan su origen en la actuación administrativa, aunque ésta sea lícita y se oriente al bien común, y por tanto debe ser indemnizado de los mismos. Por ello la responsabilidad de la Administración se configura como absolutamente objetiva, según mantiene de manera prácticamente unánime la doctrina; basta la relación causa-efecto entre la prestación del servicio y el daño causado a un particular para que surja para la Administración el deber de repararlo, aunque tal prestación no sea defectuosa. Este sistema supone que, producido un daño, a o por un alumno menor de edad, y durante el periodo de tiempo en que éste se encontraba bajo el control y vigilancia del profesorado, surge para la Administración titular del centro docente la obligación de repararlo, y ello con independencia de si el funcionamiento del centro fue o no normal, y con independencia de la culpa o negligencia de los profesores. En cambio, con relación a los centros docentes que han formalizado con la Administración un concierto, en cuya virtud recibirán fondos públicos para ayudar a su sostenimiento, su responsabilidad debe regirse por las reglas del Código Civil, pues aunque el “concierto escolar” se pudiera configurar como una figura cercana a la concesión administrativa, la titularidad del centro no corresponde a la Administración, y aunque la intervención de ésta en los centros concertados es muy fuerte, no lo suficiente como para imponerles la misma responsabilidad civil. Por tanto, su responsabilidad civil por daños ocasionados por sus alumnos mientras están bajo su custodia no será objetiva, aunque sí fuertemente objetivada, y deberá sustanciarse ante la jurisdicción civil, pudiendo ser reclamada la indemnización sólo al centro (en virtud de los apartados 4º o 5º del artículo 1903), o sólo al profesor (en virtud de lo dispuesto en el artículo 1902), o a ambos, lo que será lo más frecuente. D. Extensión personal de la responsabilidad Dado que la responsabilidad por hecho ajeno es excepcional, hay que establecer con la mayor exactitud posible los límites de la misma. Así, en lo que se 6 Esta norma rige para todas las Administraciones públicas como norma básica, abarca todo tipo de actividad administrativa, y atiende no tanto a la idea de culpa sino a la de lesión indemnizable. Ha sido desarrollada por el RD 429/1993, de 26 de marzo, que aprueba el Reglamento de los Procedimientos en materia de responsabilidad patrimonial de las Administraciones Públicas, y modificada por la Ley 4/1999, de 13 de enero, que dio una nueva redacción a varios preceptos. 7 8 refiere a la extensión personal de la responasbilidad, el Código Civil se refiere ahora únicamente a los perjuicios que causen los “alumnos menores de edad”. Por lo tanto, en principio los daños ocasionados por alumnos mayores de edad deberán ser indemnizados por ellos mismos (no entra en juego la responsabilidad de los padres establecida en el artículo 1903.2 del Código Civil, puesto que los hijos mayores ya no están bajo su guarda). En opinión de algunos autores no obstante deben entenderse incluidos en la responsabilidad de los centros docentes los alumnos mayores de edad que están incapacitados, o no pueden gobernarse por sí mismos (y se encuentren en centros especiales para discapacitados); esto lo entienden así porque la razón del precepto es en su opinión que se proteja a los alumnos que no tienen capacidad para responder de sus propios actos, se deba esto a su minoría de edad, o a que efectivamente no puedan comprender el alcance de los actos que realizan aunque sean mayores. En cambio otros autores defienden que la razón de ser del precepto que desplaza la responsabilidad civil al centro docente no es proteger al alumno sino al profesor, por lo que no se puede aplicar por analogía la regulación de los menores de edad a los mayores, habrá que atender al tipo y grado de incapacitación, que pueden ser tan variados como las personas incapacitadas, cuando ésta exista. El mismo criterio se defiende, respectivamente, respecto de los mayores de edad física o psíquicamente disminuidos pero que no han sido incapacitados ni se encuentran en patria potestad prorrogada. Con relación a los menores emancipados legalmente, o que lleven vida independiente, el Código Civil asimila su capacidad a la de los mayores de edad (artículo 322), con lo que en principio responderán personalmente de los daños que causen, y no el centro docente. Y decíamos “en principio” al inicio de esta sección porque, en nuestra opinión, hay otro matiz a tener en cuenta: si la razón de ser de la responsabilidad de los centros docentes es el deber de vigilancia y custodia de sus alumnos resulta lógico que no respondan de los daños ocasionados por los mayores de edad, puesto que ya son capaces de conocer las consecuencias de los actos que realizan, de comprenderlas, y de regir su vida por sí mismos; de hecho con la mayoría de edad se acaban las instituciones de protección de los menores, como la patria potestad y la tutela, salvo casos excepcionales. Ahora bien, si la razón de ser de aquella responsabilidad no es tanto la vigilancia de los menores encomendados a su cuidado, como el hecho de que los centros docentes son quienes tienen que adoptar todas las medidas de organización necesarias en el establecimiento para prevenir tales daños, entonces no se comprende muy bien que se haga distinciones entre los alumnos mayores de edad y los menores. 8 9 En realidad, pensándolo bien, si se responde por falta de vigilancia es lo mismo que el vigilado tenga discernimiento como que no lo tenga, pues aunque lo tenga una vigilancia adecuada habría evitado el daño. De cualquier forma, la minoría de edad delimita por imperativo legal el ámbito de la responsabilidad. También la delimita el hecho de que el menor ha de ser alumno del centro en cuestión, es decir, alumno matriculado, o al menos ya aceptado, en el centro de que se trate, y que esté incorporado a su actividad docente. Por lo tanto, si el daño ha sido causado en el centro docente, pero no por un alumno menor, sino por un profesor, o un tercero, no será responsable del mismo el centro, en cuanto centro docente, sin perjuicio de que sí pueda serlo por la vía de los artículos 1903.4 (el profesor es un dependiente del establecimiento) o 1902 (por negligencia propia al haber dejado entrar en las instalaciones a un extraño) del Código Civil. Si el daño hubiera sido causado por un alumno menor de edad pero que no pertenece al mismo centro, sino a otro, en principio será responsable el centro docente al que pertenece el menor, por su negligencia en dejarlo salir durante el horario escolar, y no el centro en que se encuentra, aunque las circunstancias pueden hacer que respondan ambos centros, solidariamente si no se puede determinar la parte de cada uno en la responsabilidad (por ejemplo, si el alumno se encuentra allí porque acude a una competición deportiva). Y si no pertenece a ningún centro escolar (pero va a jugar al patio de recreo), serán responsables del daño que cause sus padres (ex artículo 1903.2), o el centro (ex artículo 1902, por haberlo dejado entrar)7. Por último, queda en pie la cuestión de a quién se ha de causar el daño. En principio, dado que el precepto legal no distingue, se han de indemnizar los daños ocurridos mientras los alumnos se encuentran bajo la vigilancia del profesorado tanto si se han ocasionado por los alumnos a otros alumnos, como si se han causado a profesores8, a terceros ajenos al centro docente, o incluso a sí mismos. Este último supuesto, muy frecuente con relación a menores de edad (lo cierto es que muchos de los daños sufridos en un centro docente se los han causado las propias víctimas), ha planteado en algún momento ciertas discusiones, por el tenor literal del precepto (“... daños ... que causen ... y no “...daños que se causen...”), y por la concurrencia de la regla del artículo 1902 del Código Civil, de la que se desprende que cuando el daño se lo ha causado uno a sí mismo no se puede reclamar a otra persona. 7 La Sentencia del Tribunal Supremo de 28 de junio de 2004, por ejemplo, reconoce la responsabilidad de un colegio por daños sufridos por un menor que no era alumno del mismo, pero se encontraba dentro de su recinto, en concreto en las instalaciones deportivas. 8 La Sentencia del Tribunal Superior de Cataluña de 19 de julio de 2002 resuelve un caso en el que fue una profesora quien solicitó el resarcimiento en vía administrativa y le fue denegado; contra la denegación interpuso recurso contencioso-administrativo, que le fue admitido y sustanciado en su favor. Los hechos probados declaran que la profesora tropezó con el pie de uno de sus alumnos, y aunque la zancadilla no se demostró, sí quedó acreditado que los estudiantes no estaban en su lugar y que la profesora sufrió daños cuantificables. 9 10 Ahora bien, es hoy doctrina unánime que no se ha de distinguir si el alumno menor de edad se ha causado un daño a sí mismo o a otra persona a los efectos de establecer la responsabilidad del centro docente, puesto que el artículo 1903 del Código Civil tiene una amplia redacción, y no hace distinción alguna, únicamente se refiere a quién ha de causar los daños, pero no a quién debe ser la víctima. De aplicarse tal exclusión se llegaría además a un resultado absurdo en los centros privados, como es el de que si con un mismo juego peligroso un alumno causa un daño a otro alumno responderá el centro, salvo que demuestre su absoluta diligencia, pero si se lo causa a él mismo, en virtud de la responsabilidad por hechos propios sería el perjudicado quien tendría que demostrar la negligencia del profesor, o del centro, para obtener su responsabilidad. Y, por otra parte, si las autolesiones se ocasionan en un centro público no cabe duda de que responderá la Administración, y por razones de coherencia del sistema hay que defender el mismo criterio, si no está expresamente prohibido, para los centros privados. Finalmente, el centro indemnizará los daños que hayan ocasionado los alumnos solos, o con ayuda de otros alumnos. Y por supuesto si se los han ocasionado a los alumnos otras personas, integradas en la plantilla del colegio o no, siempre que ocurran durante el tiempo en que están bajo el control y vigilancia del centro (en estos supuestos responderá respectivamente como empresario, ex artículo 1903.4, o por negligencia propia, por haberles dejado entrar, ex artículo 1902), y sin perjuicio de la responsabilidad personal de dichas personas (ex artículo 1902). Por otra parte, son también indemnizables los daños ocasionados a las cosas, sean de otros alumnos, de los profesores o personal del centro, o de terceros ajenos al mismo. Si se trata de cosas propias, hay que tener en cuenta lo expuesto para los daños que se cause la propia víctima. Cuando el daño ha sido causado por un alumno menor de edad o incapacitado se plantea una interesante cuestión, que es la de determinar si en su conducta puede apreciarse también la culpa o negligencia, a los efectos de declararlo responsable, a él o a sus padres9, del daño que cause, o al menos de aplicar la reducción correspondiente en la cuantía de la indemnización si el daño se lo ha causado a sí mismo, supuesto muy frecuente tratándose de menores de edad. La jurisprudencia ha declarado en diferentes ocasiones que en principio no es posible declarar culpables de sus propios actos a los menores o incapacitados, por su especial falta de capacidad de entender, pero sí se han tenido en cuenta, en ocasiones, las conductas de menores ya capaces de discernir, y también que sus propios movimientos son, en ocasiones, los únicos de los que puede hablarse como causantes del daño. 9 Es el supuesto de la Sentencia de 10 de diciembre de 1996, en la que se condena a una profesora por negligencia al permitir que una alumna de cuatro años llevase un broche con un imperdible, que clavó en el ojo a otro compañero, y en cambio se exonera de culpa a la madre de dicha alumna, que permitió que la niña fuese al colegio con tal broche. 10 11 Por tanto, hay que decidir dónde se encuentra la capacidad de discernimiento en cada caso, sin que parezca equitativo hacer responder en exclusividad al agente del daño, en este caso el centro docente, cuando el alumno causante, o la víctima, pudieron darse cuenta del peligro e incurrieron también en negligencia10. Podría incluso apreciarse la culpa exclusiva de la víctima, con la consiguiente falta de responsabilidad del centro docente, aunque el altísimo nivel de diligencia que hoy se exige a los centros docentes hace que esto sea en la actualidad prácticamente imposible11. Recordemos aquí que el hecho de que los menores sean frecuentemente insolventes no quiere decir que siempre lo sean, pueden tener bienes, o tenerlos en el futuro, para responder de los daños que ocasionen, y la responsabilidad es por principio universal. No obstante, será difícil apreciar la culpa exclusiva de la víctima, aún en los supuestos de autolesiones, a los efectos de excluir la indemnización del centro docente, pues casi siempre existirá también culpa del centro, por falta de vigilancia, y además en muchos supuestos el menor no tendrá capacidad personal o discernimiento suficiente como para apreciar en él culpa de ningún tipo. E. Bibliografía básica - Agoués Mendizábal, C. El régimen jurídico de los centros docentes de educación no universitaria, Comares, Granada, 2000. - Díaz Alabart, S. Responsabilidad de los centros docentes públicos y de su profesorado por los daños causados por sus alumnos, en “Cuestiones sobre responsabilidad civil”, Díaz-Ambrona Bardají, Mª. D. (coord), Colección Estudios de la UNED, Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid, 2000, págs. 11 a 37. - Díaz Alabart, S. Comentario a la Sentencia del Tribunal Supremo de 3 de diciembre de 1991, en los Cuadernos Civitas de Jurisprudencia Civil, nº 28, ene-mar de 1992, págs. 115 a 121. - Díaz Alabart, S. Comentario a la Sentencia del Tribunal Supremo de 15 de diciembre de 1994, en los Cuadernos Civitas de Jurisprudencia Civil, nº 38, abr-ago de 1995, págs. 631 a 642. 10 De hecho el Tribunal Supremo ya ha reconocido en varias ocasiones la concurrencia de culpa de la víctima en el daño que se ha ocasionado, a los efectos de moderar la indemnización reclamada. Así lo ha hecho por ejemplo en la Sentencia de 30 de diciembre de 1999 (menor con trece años que salta por balcones exteriores a la altura de un tercer piso de una habitación a otra), o en la de 14 de febrero de 2000 (menor con doce años que salta por la ventana de un séptimo piso con la intención declarada de suicidarse). 11 Sin embargo así ha ocurrido en la Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña de 12 de junio de 1997. En ella se juzgan los daños sufridos por un alumno de once años que, durante un partido de balonmano en clase de gimnasia, se colgó de una de las porterías que le golpeó en su caída; con relación a los mismos se afirma que el necesario nexo causal entre el daño sufrido y el funcionamiento del servicio público no existe, al derivar dicho daño de la propia conducta de la víctima; no hubo fallo mecánico ni defectuoso funcionamiento de las instalaciones deportivas, ni la lesión fue consecuencia de un lance propio de la actividad deportiva, ni de la falta de vigilancia, por lo que no hay factores imputables a la Administración. 11 12 - Díaz Alabart, S. Comentario a la Sentencia del Tribunal Supremo de 18 de octubre de 1999, en los Cuadernos Civitas de Jurisprudencia Civil, nº 52, ene-mar de 2000, págs. 309 a 322. - Díaz Alabart, S. “La responsabilidad de la Administración en la enseñanza”, en el libro Responsabilidad de la Administración en la sanidad y en la enseñanza de S. Díaz Alabart y C. Asúa González, Ed. Montecorvo y Xunta de Galicia, Madrid, 2000. - Galicia Mangas, F.J. “Responsabilidad patrimonial de la Administración en el ámbito educativo”, Atelier, Barcelona, 2003. - Garnica Martín, J.F., La acción directa frente al asegurador en supuestos de responsabilidad de agentes públicos. Jurisdicción competente, en Actualidad Civil, nº 42, 13 al 19 de noviembre de 2000, págs. 1507 a 1527. - Gómez Calle, E. Comentario a la Sentencia del Tribunal Supremo de 4 de junio de 1999, en los Cuadernos Civitas de Jurisprudencia Civil, nº 51, sep-dic de 1999, págs. 1187 a 1195. - Jerez Calderón, J. J., La responsabilidad patrimonial por funcionamiento de la Administración educativa, en “La responsabilidad patrimonial del Estado (II)”, Boletín del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid, nº 24, enero 2003, págs. 113 a 143. - Lasarte Álvarez, C. Principios de Derecho Civil, Tomo 2 (“Derecho de obligaciones”, págs. 361 y siguientes), Trivium, Madrid, 2002. - López Barba, E. Responsabilidad civil extracontractual de centros docentes (Comentario a la Sentencia del Tribunal Supremo de 30 de diciembre de 1999), en la Revista de Derecho Patrimonial, nº 5, año 2000/2001, págs. 287 a 295. - Molinari, L. Il sistema delle responsabilità nella scuola, Giuffrè ed., Milan, 1995. - Moreno Martínez, JA Responsabilidad de centros docentes y profesorado por daños causados por sus alumnos, McGraw-Hill, Madrid, 1996. - Moretón Sanz, F., Ruiz Jiménez, J. y Tejedor Muñoz, L, Comentario a la Sentencia Del Tribunal Supremo de 29 de junio de 2000. La responsabilidad civil de los centros docentes, en el Boletín de la Facultad de Derecho nº 16, 2000, págs. 241 a 256. - Muñoz Naranjo, A. Responsabilidad civil de los docentes, régimen jurídico y jurisprudencia, Monografías de Escuela Española, Praxis, Barcelona, 1999. - Navarro Belmonte, A. Comentario a la Sentencia del Tribunal Supremo de 10 de noviembre de 1990, “la responsabilidad de los educadores”, en el Anuario de Derecho Civil, abr-jun de 1992, págs. 783 a 801. - Revilla González, J.A., La acción directa contra el asegurador en el proceso civil, Trivum, Madrid, 1996. 12 13 - Rubio Torrano, E. Comentario a la reforma del Código Civil de 7 de enero de 1991, en los “Comentarios a las reformas del Código Civil” de R. Bercovitz Rodríguez-Cano (coord.), Tecnos, Madrid, 1193, págs. 919 a 941. - San Julián Puig, V. De la responsabilidad civil de los maestros a la responsabilidad civil del titular del centro docente (análisis civil, penal y administrativo de la cuestión), Dykinson, Madrid, 2001. - Signes Pascual, M. La responsabilidad de los educadores según el artículo 1903 del Código Civil, tras su reforma por Ley de 7 de enero de 1991, en La Ley, 1992, vol. I, págs. 958 a 961. - Soro Mateo, B. La responsabilidad patrimonial de las Administraciones públicas (práctica jurídica), Tecnos, Madrid, 2001. - Tauler Romero, M. La responsabilidad civil en el desarrollo de la actividad educativa privada, en la Revista de Derecho Privado, 1994, jul-ago, págs. 639 a 658. - Zelaya Etxegaray, P. La nueva responsabilidad civil de los centros docentes en el Código Civil español, en la Revistra Jurídica de Navarra, nº 16, 1993, págs. 87 a 108. 13