El arte del siglo xv, al servicio de la literatura de suspense del siglo xx

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EL ARTE DEL SIGLO XV, AL SERVICIO DE LA LITERATURA DE SUSPENSE DEL SIGLO XX: LA TABLA
DE FLANDES, DE ARTURO PÉREZ-REVERTE
POR
JUAN CRUZ MENDIZÁBAL
(Indiana University of Pennsylvania)
La partida de ajedrez, tabla del maestro Pieter Van Huys, es símbolo y realidad al mismo tiempo. Hay en él una verdad que quedó oculta entre los pinceles
del flamenco y que se esclarece en pleno siglo XX. Cinco siglos de un silencio de
tumba, que se rompe en el estudio de una restauradora, en Madrid, descorriéndose
el velo de un episodio de antaño, dando luz verde a acontecimientos modernos
que habrán de seguir siendo influenciados por la tabla del flamenco.
En La partida de ajedrez hay tres personajes que pinta el flamenco. Dos jugadores y una dama. Triángulo inicial, que habrá de proyectarse también en la vida
del siglo XX. A los personajes del cuadro los reconocemos como Roger, Femando
y Beatriz de Borgoña. Roger y Femando han crecido juntos desde niños. Roger,
joven aún, sale a luchar con el rey de Francia, contra Inglaterra. Fiel al rey Carlos
VII de Francia permanece en la corte hasta que libre de compromisos vuelve de
nuevo a su amigo Fernando, ya duque de Ostenburgo y casado con Beatriz de
Borgoña. Éstos son los tres personajes que pinta Van Huys y en cuyo cuadro ha
encubierto unas secretas palabras bajo la pintura, y que la restauradora, Julia, con
técnicas modemas logra leer y poner al descubierto el angustioso mensaje que el
pintor dejó en su cuadro: "Quis necavit equitem", ¿quién mató al caballero?
Desde este momento, momento inicial de la novela, entramos en la intriga, en
lo misterioso y policiaco del caso. ¿Qué se quiso decir con la pregunta? La
restauradora, Julia, será el lazo que una al trío de la pintura con el trío que surge
desde que ella visita a su ex-amante y profesor de arte, Alvaro, bajo la mirada
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protectora y celosa del anticuario, César. Había que dar respuesta a aquella pregunta que quedó silenciada durante cinco siglos en la pintura del flamenco. Los
personajes de la pintura viven en un marco histórico y sus vidas se desarrollan en
la época en que Borgoña gozaba de un próspero ducado.
Arturo Pérez-Reverte ha enmarcado históricamente los acontecimientos de la
novela y basándose en la pintura de un tal Pieter Van Huys (que bien puede ser
Pieter Van Reverte), hace una novela de intriga y misterio que trasciende todo
tiempo, todo artista y todo cuadro, llegando a las mentes ansiosas que quieren
descubrir lo desconocido. La novela está bien elaborada. Es atractiva y encuentra
lectores que buscan escapar de la rutina diaria, gozando de los maravillosos y
fantásticos hechos que se hilvanan entre aconteceres del siglo XV y del XX, entre
juegos de ajedrez que aclaran tanto en el XV como en el XX los misterios
envueltos en las cuadrículas blanquinegras del ajedrez. Investigación de crímenes,
crímenes amorosos, siguiendo jugadas de ajedrez. Suspense angustioso de aficionados investigadores. Y entre misterios e intrigas, toda una vida del mundo de
los subastadores, anticuarios, pintores y restauradores; músicos, matemáticos,
homosexuales e historiadores, siempre teniendo de fondo el cuadro titulado La
partida de ajedrez que, en sí mismo, lleva encerrado un misterio y oculta la
verdad de una tragedia.
Van Huys, en su tabla, ha dejado impresa una realidad que, para los ojos poco
críticos, pasa desapercibida. Los dos caballeros que se concentran en el juego, son
Roger de Arras y Femando de Altenhoffen, duque de Ostenburgo, casado con
Beatriz de Borgoña, que en el cuadro está sentada, vestida de traje oscuro y
leyendo frente al ventanal desde el que se puede ver el cielo azul de Flandes.
Roger fue asesinado en 1469. ¿Quién mató al caballero? Es pregunta clave que
hace Van Huys en el cuadro de 1471. Aquel suceso, casi desapercibido, oculto y
sin castigo, va a tener consecuencias y repercusiones en seres humanos del siglo
XX.
Julia está empeñada en averiguar lo que ocurrió entre aquel trío de Ostenburgo.
Quiere saber quién y por qué motivo mató, asesinó, a Roger de Arras. Para ello se
requiere la presencia de un experto en ajedrez porque según el anticuario, César,
protector de Julia, "Ese retorcido Van Huys... empiezo a creer que tenía un
sentido de humor bastante peculiar, nos está invitando a jugar al ajedrez" (78).
Julia, que ha hablado previamente con su ex-amante, Alvaro, le pide que le
proporcione datos históricos sobre los personajes pintados en el cuadro. Alvaro se
los proporciona, pero no se los lleva en persona, como en ello habían quedado,
sino que lo hace un mensajero, ¿mensajera?, al parecer. Este simple hecho molesta
a Julia, que en el fondo esperaba verlo, pero le agrada a César, que siente un
olímpico desprecio por Alvaro: "Tan grosero como siempre -murmuró César con
desdén" (79).
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El lector se percata de las similaridades que van apareciendo entre el cuadro,
con su triángulo humano, y el triángulo que empieza a rodear al cuadro: Roger Femando - Beatriz, del siglo XV, tiene su correspondiente triángulo en el siglo
XX: César - Alvaro - Julia.
Asesinado Roger de Arras, Femando encarga a Van Huys, pintor amigo de los
tres, un cuadro en el que se ponga de manifiesto quién mató a Roger: "Así que
pintase ese cuadro maestro Van Huys. Por el cielo, píntalo. Quiero que todo esté
allí, y que sea tu mejor, tu más terrible obra" (190).
Cinco siglos más tarde, Julia, que restaura el cuadro, queda envuelta en lo que
Van Huys ha dejado plasmado en el cuadro. Su más terrible obra, en la que
"incluso el suelo de la habitación donde sitúa a los personajes está ajedrezado en
blanco y negro. Eso, además del carácter simbólico del cuadro, confirma que el
jugador del centro es Roger de Arras... Y todo este tinglado, efectivamente, se
articula en tomo al ajedrez" (84).
El mensaje de Van Huys lo recibe Julia, que por medio de Alvaro se entera de
quiénes son los personajes que rondan la historia del ducado de Borgoña entre los
años 1431 y 1485. El año 1431 nace Roger de Arras y el año 1485 muere Beatriz,
recluida en un convento. En estas fechas rigen el ducado Felipe el Bueno y Carlos
el Temerario, último duque de Borgoña. Beatriz es sobrina de Felipe el Bueno y
prima de Carlos el Temerario. Femando de Altenhoffen, duque de Ostenburgo y
esposo de Beatriz intenta buscar el equilibrio entre las fuerzas francesas y
borgoñosas. El partido francés se apoya en Roger de Arras y el borgoñón busca
apoyo en la influencia de Beatriz quien por otro lado parece tener relaciones
amorosas con Roger de Arras.
Establecidos los personajes y puestas en su punto histórico las relaciones entre
los tres personajes, queda ahora por resolver el problema que nos presenta el
ajedrez que Van Huys pinta en sus tablas. Para ello hay que dar con un experto
ajedrecista, capaz de jugar hacia atrás y dar así con la pieza criminal. El ajedrecista
es Muñoz. Arturo Pérez-Reverte utiliza aquí el juego del espejo, espejo velazqueño,
en el que se reflejan los personajes flamencos y españoles. La intriga y el misterio,
no es sólo de una época, sino que se proyecta en las vidas de seres relés de épocas
futuras. El autor crea un perfecto paralelismo entre los tres personajes del cuadro
y su pintor y los tres personajes del mundo artístico del Madrid del siglo XX, y
Muñoz, el ajedrecista que va a solucionar el misterio planteado por Van Huys.
En la tabla de Flandes, Van Huys pinta la intriga y el suspense. Implanta los
datos y deja etemizada la jugada de ajedrez que hace obligatoria la pregunta
dramática de: "Quis necavit equitem". La víctima es el personaje central del
cuadro, Roger de Arras, fiel -¿fiel?- amigo de Femando y admirador -¿sólo
admirador?- de Beatriz. Y Beatriz, la dama negra, sentada frente al balcón sueña
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con su valeroso amante y poeta Roger de Arras. Los presiente a los dos jugados al
ajedrez, pero no los mira, no levanta los ojos, porque el pintor Van Huys podría
captar en ellos secretos indecibles. Pero el astuto Van Huys siguiendo las claras y
firmes órdenes de Femando pinta La partida de ajedrez: "No hay, como ves,
venganza posible, maestro Van Huys. Sólo en tus manos y en tu ingenio la fío, y
nadie más te pagará un cuadro al precio que yo te pagaré éste. Quiero justicia,
aunque sea para mí sólo. Aunque sea para que ella sepa que lo sé, y para que
alguien además de Dios, cuando todos seamos cenizas como Roger de Arras,
quizá también pueda saberlo" (190). Pintura, por tanto, testimonio de un hecho
desconocido para la mayoría de su época, pero que cinco siglos más tarde se
aclarará, viéndose cumplidos así los deseos de Fernando, descubriendo acontecimientos que acaecen a los personajes de las tablas y que son ellos, al mismo
tiempo, causantes de los mismos.
Personaje paralelo a Van Huys es el ajedrecista Muñoz, salido del "club o
sociedad recreativa", donde se concentran los aficionados al ajedrez. Muñoz es el
mejor. Su aspecto extemo, sin embargo, es más de pintor que de ajedrecista, de
inspector más que de cómplice. Pérez-Reverte lo describe así: "con la arrugada
gabardina puesta y abotonada... conservaba un aire huraño, desconfiado... puso
una cara que no precisaba comentarios... Después, adoptó una actitud suspicaz, a
la defensiva... A fin de cuentas, sólo era un contable. Un oficionista... La luz del
local le daba un aire fatigado, acentuando la sombras en sus ojos que parecían más
hundidos. Con las grandes orejas asomando sobre el cuello de la gabardina, la
nariz grande y el rostro ahuesado, parecía un poco desgarbado y flaco" (100 a
105).
Convencido por César y por Julia, Muñoz, el intérprete de Van Huys, se
enfrenta al cuadro y a la jugada de ajedrez plasmada como una interrogación
eterna, revelando en las jugadas llevadas a cabo, un grave secreto. "¿Quién mató
al caballero?". Ante el asombro de Julia y la satisfacción de César, Muñoz empieza a des-jugar la partida y lo hace porque "las reglas del ajedrez ya eran casi las
mismas que ahora... Si quien desarrolló esa partida lo hizo con reglas modernas,
tal vez podamos resolverla. Si no, será difícil" (106).
Paralelamente al encargo que Femando da al maestro Van Huys, de vengar los
hechos por medio de su ingenio, el encargo dado a Muñoz es dar respuesta a la
pregunta de Van Huys. No es, sin embargo, tan sencillo. Las complicaciones
iniciales de Borgoña empiezan a tener eco en la vida del siglo XX, en la vida de
Julia y en la de sus amigos más próximos. Así, reconoce que "las complicaciones
habían empezado mucho antes anudándose de forma irreversible; aunque hasta
entonces no llegaron a salir a la luz en su aspecto más desagradable. En rigor se
podía decir que comenzaron en 1469, cuando aquel ballestero mercenario... tensó
la cuerda engrasada de su arma antes de apostarse junto al foso del castillo de
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Ostenburgo a esperar, con paciencia de cazador, el paso del hombre por cuya piel
sonaba, en su bolsa, un tintineo de oro" (112). Por supuesto, su víctima habría de
ser Roger de Arras.
Como Roger desaparece de la vida de sus dos amigos, desaparece también de
la vida de Julia, Alvaro, su ex-amante, su profesor adorado, el que le ha enviado
la información histórica del cuadro "La partida de ajedrez", así como de sus
personajes. Roger muere atravesado por la flecha mercenaria. Alvaro, en la ducha,
con fractura de la base del cráneo. ¿Accidente? ¿Homicidio?
De los personajes del cuadro, quedan Femando, Beatriz y el pintor Van Huys.
De los personajes del Madrid del siglo XX, quedan así mismo, César, JuHa y el
ajedrecista Muñoz. Sigue el paralelismo impuesto por Pérez Reverte. Paralelismo
que al mismo tiempo tiene su raíz y su desarrollo, su complicación y solución en
LM. partida de ajedrez- Es ahora la muerte de Alvaro la que se mantiene en misterio
y secreto, hasta el final. En el primer tercio de la novela se da cuenta de la muerte
de Alvaro, dejándonos en la incertidumbre de si fue casual o infligida. Esto se
resolverá más tarde a través, también, de jugadas de ajedrez.
Contamos, pues, con un muerto tanto en el cuadro como fuera de él y desconocemos a los asesinos. Así como Van Huys pone todo su empeño y arte en damos
la pista del asesino, también Muñoz sigue constante, buscando en las piezas ya
jugadas de ajedrez, al autor de la muerte de Roger de Arras. Se va haciendo más
patente la relación entre cuadro e investigación, entre músicas, tramas y trampas
artísticas. Porque, según el dueño original del cuadro de van Huys, el ex director
de orquesta, también Juan Sebastián Bach: "era un taimado tramposo. Su obra
está llena de traeos. Es como si de vez en cuando una nota, una modulación o un
silencio dijeran: encierro un mensaje, descúbrelo.
—Como en el cuadro -dijo Muñoz" (237).
Cuadro y vida real; paralelo. Una muerte en el siglo XV y la muerte reciente de
Alvaro en el siglo XX. "Se establecía un vínculo entre La partida de ajedrez,
Alvaro, Julia y el presunto, posible o lo que diablos fuera, asesino" (124).
La complicación a la que nos lleva el autor en esta interacción histórica o,
según Unamuno, intrahistoria, se observa en la multitud de planos o puntos de
vista de que consta. Dice Muñoz: "Hay algo extraño en esta partida... Yo creo que
la cuestión se reduce a un problema de punto de vista. Lo que tenemos aquí son
niveles que se contienen unos a otros; una pintura contiene un suelo que es un
tablero de ajedrez, que a su vez contiene personajes. Esos personajes juegan con
un tablero de ajedrez que contiene piezas... Y todo, además reflejado en ese
espejo redondo de la izquierda... Si le gusta complicar las cosas, puede añadirse
otro nivel: el nuestro, desde el que contemplamos la escena o las sucesivas
escenas. Y, puestos a enredar más el asunto el nivel desde donde el pintor nos
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imaginó a nosotros, espectadores de su obra..." (137). Es ésta, una descripción de
puntos de vista netamente unamuniana o unamunesca, la multiplicidad de Juanes,
de personalidades, de puntos de vista.
A pesar de la complicación o multiplicación de niveles, Muñoz persiste en
resolver el enigma que dejó pintado Van Huys. Si los niveles complican el camino
de la solución, no es algo nuevo para el jugador de ajedrez que está constantemente envuelto en multitud de posibles movimientos personales y del oponente. La
complicación no es sólo intrínseca sino extrínseca, por la manera de elaborarse
toda la investigación. Las jugadas hechas hacia atrás, es decir, el "análisis retrospectivo... reconstruir la partida hacia atrás para comprobar cómo se llegó a esa
situación... una especie de ajedrez al revés", que había indicado anteriormente
Muñoz, le lleva a concluir quién fue el asesino. "En pura lógica ajedrecista,
cuando eliminamos todo lo imposible, lo que queda, por improbable o difícil que
parezca, tiene forzosamente que ser cierto... Lo que pasa es que, además, en este
caso podemos demostrarlo.
Julia miró al jugador con nuevo respeto.
—Es increíble. De novela policiaca.
César frunció los labios.
—Me temo, querida, que es exactamente de lo que se trata -levantó los ojos
hacia Muñoz-. Continúe, Holmes... He de confesar que nos tiene con el alma en
vilo" (142).
En un cuadro paralelo, la muerte de Alvaro invita a conjeturas, a arriesgar
opiniones y dar por hecho que el criminal, si lo hubo, tenía alguna oculta razón
como la tuvo quien dio órdenes de asesinar a Roger. Si el cuadro de Van Huys es
de novela policiaca, la desaparición de Alvaro y la entrega del documento horas
más tarde de su desaparición, le mueve a Menchu a comentar:
—"Oye, esto lo coge Agatha Christie y hace un novelón.
Julia torció la boca, sin humor.
—Sí, pero con un muerto de verdad" (150).
Una novela policiaca dentro de otra novela policiaca, pero que deja de serlo,
puesto que la muerte de Alvaro, amante de Julia es de verdad. Tanto Roger como
Alvaro, son personajes de ficción de Pérez Reverte, con su reflejo, espejismo y
realidad, hechos ficción policiaca, o ficción policiaca hecha realidad. Lo cierto es
que el lector no se percata de la creación literaria de Reverte sino que sigue con
angustiosa incertidumbre personal, los rastros que le lleven a las muertes de Roger
y Alvaro, ambos muertos de verdad.
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Es la intrahistoria unamuniana lo que se deja entrever a través de la novela; es
el cordón umbilical que une las complicaciones de dos distanciados siglos. Complicaciones policiacas que "comenzaron en 1469 cuando aquel ballestero mercenario... tensó la cuerda engrasada de su arma" (112) o lo que dice el anticuario
César, con la convicción de quien sabe secretos claves: "Picasso, y me pesar citar
a ese farsante, es Monet, es Ingres, es Zurbarán, es Brrueghel, es Pieter Van
Huys... Incluso nuestro amigo Muñoz, que sin duda se encuentra en este momento inclinado sobre un tablero, intentando conjurar sus fantasmas al tiempo que nos
libra de los nuestros, no es él sino Kasparov, y Karpov. Y es Fisher y Capablanca,
y Paul Morphy, y aquel maestro medieval, Ruy López... Todo constituye fases de
la misma historia, o quizá sea la misma historia que se repite a sí misma... y tú,
Julia, bellísima, ¿te has parado a pensar cuando estás delante de nuestro famoso
cuadro, en qué lugar te encuentras, si dentro o fuera de él?" (168).
La intrahistoria unamuniana podríamos definirla aquí como el poso de la
historia después de haber eliminado los hechos accidentales de la misma. Es la
esencia histórica que ha descrito César al decir lo que es Picasso y lo que es
Muñoz o para el caso donde se encuentra realmente Julia. Aparte de la intrahistoria,
Muñoz insiste en aclarar un hecho llevado a cabo cinco siglos atrás y cuyas claves
las ha colocado Van Huys con verdadero afán de complicar la situación. "Van
Huys tuvo que reírse mucho para su coleto, al saber que en el espejismo de las dos
torres iba a gastarle una buena broma a quien intentara resolver su acertijo" (182).
Muñoz, no obstante, lo resuelve. Inclinado sobre su tablero, desenreda las jugadas, resuelve los acertijos de Van Huys, se maneja con soltura, sin dificultad
alguna por las falsas pistas que le indica el pintor y, por fin, anuncia encogido de
hombros que "Fue la dama negra la que mató al caballero... Signifique eso lo que
signifique... —Significa -murmuró (Julia), aún aturdida por la revelación- que
Femando de Altenhoffer era inocente... Significa -añadió, estremeciéndose- que
fue Beatriz de Borgoña la que hizo matar al caballero" (185).
El misterio de La partida de ajedrez queda resuelto. Su contrapartida, por el
contrario, la muerte de Alvaro, queda, a esta altura de la novela, sin solución.
Incluso se desconoce si fue un asesinato o un accidente fatal. Estamos a mitad de
la novela y Muñoz que espera librarse de su cometido, se ve nuevamente obligado, como lo fue Van Huys, a quedarse junto a Julia. Ha surgido un desconocido
ajedrecista que juega a distancia, enviando escuetas jugadas, indicando la posición de las piezas en el tablero de ajedrez. Misterio, intriga.
Se da un nuevo asesinato relacionado con el cuadro. Menchu, encargada de
subastarlo, se encuentra en medio de una situación comprometida. Decide robar
La partida de ajedrez, pero le llega la muerte, por asesinato, frente al cuadro
mismo de Van Huys. Julia, por su parte, parece estar perseguida por agentes
sospechosos pero siempre protegida por César, activo homosexual al que le gusta
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estar rodeado de jóvenes apolos, pero siempre protector incondicional de Julia,
como aparece en todas las páginas de la novela. Hará lo que sea para que nunca
sufra daño alguno Julia, la niña de su vida. Ella será la dama blanca a la que habrá
de defender de cualquier asechanza, de cualquier daño.
El juego sigue. El incógnito ajedrecista envía sus jugadas y mensajes una vez
que Muñoz acaba las suyas. "La dama blanca está en peligro, pues debió retirarse
a lugar seguro en vez de andar por ahí complicándose la vida" (205). De acuerdo
con Muñoz, el jugador desconocido "juega condenadamente bien al ajedrez"
(205).
De acuerdo con Muñoz, el juego de ajedrez es un juego violento, es atacar y
matar, comer piezas hasta llegar a matar al rey, es "un sucedáneo de la guerra;
pero también algo más... Me refiero al parricidio... se trata de dar jaque al rey...
de matar al padre. Yo diría que, más que con el arte de la guerra, el ajedrez tiene
mucho que ver con el arte del asesinato" (223). Muñoz y el misterioso jugador
siguen empeñados en ponerse obstáculos, e incluso eliminarse, con el fin de
aclarar la muerte de Alvaro. ¿Quién mató a Alvaro? Eco de aquella pregunta
inicial: "Quis necavit equitem". Por medio del ajedrez se nos descubrirá también
la identidad del misterioso criminal.
Como en otros muchos momentos de la novela, Pérez-Reverte hace jugosos
comentarios irónicos sobre la sociedad de hoy, sobre las aficiones e intereses de
moda y las intrincadas y hasta soberbias investigaciones académicas, como cuando comenta que el cuadro de Van Huys se hará famoso al ponerse a tiro de
comentaristas; "empezaría a ser estudiado... iba a convertirse en centro de
polémicos debates, se escribirían sobre él artículos de prensa, tesis eruditas, textos
especializados como el que ya preparaba la misma Julia... Ni siquiera su autor, el
viejo maestro flamenco, pudo imaginar nunca que su cuadro iba a conocer semejante fama" (242). Pérez-Reverte juega con nosotros, sus lectores, sus intérpretes,
sus visionarios, manteniéndonos envueltos en la intriga y en el misterio que
envuelven no sólo al cuadro flamenco sino a los actores del siglo XX, afectados
definitivamente por la pintura de Van Huys.
Aclarar la muerte de Alvaro es ahora la obsesión de Julia, y tras ella va PérezReverte y vamos nosotros, los lectores. Oímos decir por primera vez a Julia que el
asesino de Alvaro es un agente femenino, "¿Os dais cuenta? Ahora me refiero a
nuestro jugador invisible en femenino, como si fuese mujer" (270). Como que ha
sido una mujer vestida de impermeable y gafas oscuras la que entregó los datos
recopilados por Alvaro. "La misteriosa dama del impermeable no deja de rondarme
la cabeza" (270).
La muerte de Menchu no añade intriga alguna a la historia. Es un asesinato,
una muerte casi por accidente. Una muerte que tiene su explicación y hasta su
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lógica; un asesinato predicho por Muñoz: "Haga lo que haga... estoy seguro que
nos comerá una pieza" (275).
La partida va llegando a su fin. Los movimientos del jugador invisible siguen
dándose en clave y nadie, de momento, sospecha quién pueda ser. De una cosa,
con todo, están convencidos tanto Julia, como Muñoz, de que el jugador y el
criminal son la misma persona. La emoción y el desconcierto llegan al sumo al ver
que ha desaparecido el cuadro del apartamento de Julia. Queda una tercera parte
de la novela para aclararnos la situación y "Sherlock Muñoz y Julia Watson"
(302) siguen clavados al tablero de ajedrez, a la búsqueda de cualquier señal que
les dé la pista del asesino.
No tarda mucho Muñoz en dar con el causante de todo. Estaba allí cerca, entre
ellos. Era el mismísimo anticuario César. Tenía razón Julia al darle género femenino al criminal. César, su César, su protector, el homosexual que se disfrazó de
señorita con gabardina y gafas de sol y le llevó personalmente los papeles de
Alvaro, después de haberle dado un golpe mortal en la nuca y haberlo puesto bajo
la ducha. Es César el que mató a Menchu colocando una botella en el sexo, cosa
que reprueba y repugna a Julia: "¿Qué necesidad tenías de hacer lo de la botella?... Fue algo inecesario. Asqueroso y horrible" (397), le dice Julia a César,
"nada tenía que ver con el ajedrez. Más bien un ajuste de cuentas. Con todas
nosotras" (397).
Muñoz está sorprendido de que César, que según dijo no había jugado al
ajedrez desde su juventud, supiera mover de ese modo las piezas. La razón está en
el Alfa PC 1212, le dice César, "un ordenador personal que trabaja con un
complejo programa de ajedrez de veinte niveles de juego... lo compré al día
siguiente de matar a Alvaro" (401). Hay algo más en las jugadas de César; un
rasgo sentimental y humano. Podía haber acabado con todos y cada uno, ganando
así la partida y eliminado todo obstáculo, haciéndose con el cuadro y marchándose al extranjero. Pero César es leal a Julia, a la dama blanca y así lo reconoce
Muñoz cuando dice: "comprendí que el jugador misterioso nunca había tenido
intención de comerse la dama blanca; que estaba, incluso, dispuesto a perder la
partida antes de dar ese paso... -miró a Julia-. Porque usted jamás corrió peligro
real en esta historia" (365).
El papel de César ha sido defender la dama blanca. Muñoz añade, dirigiéndose
a César: "Ha jugado en todo esto un papel extraordinario: alfil blanco travestido
de reina negra, actuando a uno y otro lado del tablero... Y esa misma condición es
la que le ha vencido... Le aseguro a usted que es la primera vez en mi vida que
presencio, logrado con tan alto nivel de perfección, un suicidio sobre el tablero"
(367). Suicidio que, en este momento de la novela, es una premonición.
Para Pérez-Reverte, el ajedrez es símbolo de la vida, vida complicada y de
múltiples salidas. Ha logrado una novela de intriga, redonda, donde el paralelismo
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entre La partida de ajedrez de Van Huys y la vida de los personajes de hoy, es
casi exacto. César tiene que ser homosexual para poder adoptar al mismo tiempo
la posición de alfil y dama negra "encamado bajo el negro ropaje de Beatriz de
Borgoña o, lo que viene a ser lo mismo, la reina del ajedrez. Y frente a eso,
opuesto a ello como la luz al día, su amor por Julia... Esa otra condición que en
usted resulta igualmente dolorosa" (367).
César, criminal descubierto, explica todos los hechos, todos los pormenores.
Justifica la muerte de Alvaro porque él "había ocupado un lugar que yo jamás
podría ocupar. En cierta forma... era mi rival. El único hombre capaz de apartarme de ti (Julia)" (380). El cuadro de Van Huys habla de rivalidades y celos. Roger
y Fernando con Beatriz al fondo. Aquí, son Alvaro y Julia con César de fondo
travestido en la dama de negro. Allí la que mató fue la dama negra. Aquí, el
travestí César, un César que piensa en Julia más que en sí mismo, y quiere dejarla
protegida para siempre. César, tiene todavía algo más que comunicar a su princesa, a su dama blanca: "Además hay otro pequeño detalle. Julia lo miró sombría.
—¿Qué detalle?
—¿Has oído hablar -César hizo una mueca irónica- de una cosa que se llama
Síndrome de Nosecuántos Adquirido, algo que parece estar grotescamente de
moda?... Pues lo mío es un caso terminal. Dicen" (409).
Julia reacciona incómodamente sorprendida. No lo puede creer. No lo quiere
creer. Se rebela ante semejante confesión: "Estás mintiendo". "¿Desde cuándo lo
sabes?". "Dime que mientes". "Nunca me dijiste nada". César, despechado y
desolado le responde con ironía: "¿Por qué había de hacerlo?... Disculpa si
parezco poco delicado, querida, pero mi recto siempre ha sido cosa mía" (409).
César, no acepta ni hospital, ni manicomio, ni cárcel. Seis meses de vida y un
"horror morir de semejante vulgaridad... Prefiero reservarme un final florentino,
entre los objetos que amo. Una salida así, discreta y dulce, va más con mis gustos
y mi carácter... ¿Cuándo?... Dentro de un rato. Cuando tengáis la bondad de
dejarme solo" (410).
La dama de negro, Beatriz de Borgoña, acaba sus días en un monasterio,
carcomida por las memorias, agostados su piel y su corazón. El anticuario César,
abandona este mundo solo, al salir Julia, "Y el carrillón que sonó en el mismo
instante en que ella cerraba la puerta como si fuese la losa de una tumba, igual que
si todo estuviera previsto de antemano y cada uno hubiera intepretado a conciencia el papel asignado en la obra, que concluía sobre el tablero, a la hora exacta
cinco siglos después del primer acto, con la precisión matemática del último
movimiento de la dama negra" (412).
Para terminar, con la ironía que caracteriza a Pérez-Reverte, cuando Muñoz
pregunta a Julia cómo pensaba suicidarse César, le contesta: "Acido prúsico...
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dice que un pistoletazo es más heroico, pero le dejaría en la cara una desagradable
expresión de sobresalto. Prefiere tener buen aspecto" (410).
Con admirable destreza, Pérez-Reverte ha logrado un paralelismo entre los
hechos del siglo XV y los del XX, enlazados por la tabla flamenca o, mejor quizá,
son dos círculos concéntricos cuyo eje común es el cuadro, en el que la historia se
repite, reflejándose en el espejo del tiempo.
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