El karma y los males de la sociedad Por el Dr. H. Spencer Lewis, F.R.C. Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. Hemos señalado frecuentemente en nuestras enseñanzas oficiales y en nuestras revistas, que cuando el hombre trata de interpretar las leyes de la naturaleza, y las leyes de Dios, y sistematiza sus interpretaciones en fórmulas éticas y morales, generalmente hace muchos errores y crea diversos males, trayendo sobre sí y sobre los demás ciertas condiciones kármicas que son difíciles de ajustar por medio de la compensación. Hay un antiguo proverbio entre los Rosacruces, que dice: "Las leyes que el hombre hace son las leyes que el hombre rompe". Por otra parte, es un principio bien establecido entre los filósofos místicos, que una ley divina, una ley hecha por Dios, y una ley natural verdaderamente inmutable, no pueden romperse. Hablamos de violar las leyes de Dios y las leyes naturales, pero esta es una forma inexacta de hablar, pues lo que queremos decir es que el hombre, en tales casos, actúa en oposición a estas leyes y se pone en desarmonía con ellas, pero en realidad no las rompe. Todo eso puede parecer como un análisis puramente filosófico del asunto, pero tiene el propósito de señalar que las leyes hechas por el hombre, o sus interpretaciones de las leyes divinas y naturales, son no solamente contradictorias en general sino que, además, son tan flexibles, tan fáciles de romper, tan variadas en la interpretación y tan injustas en la aplicación, y tan fáciles de evadir por medio de tecnicismos legales y raciocinios psicológicos que, en resumen, frecuentemente el hombre, individual y colectivamente, se convierte en una víctima de las circunstancias que él mismo ha creado con el montón de fórmulas terrenales y reglamentos constitucionales. Cierto es que la generalidad de los individuos, ya deliberadamente, ya sin darse cuenta, adoptan el principio de dejarse guiar por la consciencia. Sin embargo, es tan fácil acallar la propia consciencia con excusas y razonamientos inventados por conveniencia, y es tan fácil encontrar tecnicismos legales o excusas y explicaciones legales, que encontramos a la sociedad sufriendo bajo las condiciones que ella misma crea. No todos los sufrimientos de la sociedad son kármicos, a menos que usemos el término karma para incluir también las reacciones automáticas. Muy a menudo las ciudades, estados, comunidades y grupos de individuos, han inventado y creado una combinación de leyes y principios que llaman código moral y legal, bajo el cual la sociedad no tarda en encontrarse en un enredo, y en una mezcolanza de complicados principios que traen desagradables reacciones diariamente, en una forma tan automática como la del hombre que necesariamente cae al suelo si se tira del techo de un edificio. La sociedad sufre hoy miles de reacciones automáticas y los resultados de sus enredados esfuerzos para reformar a los individuos e interpretar leyes fundamentales. Este sufrimiento de parte de la sociedad se manifiesta en el sufrimiento de los individuos y de los grupos de individuos, así como en los asuntos del pueblo, la nación o la raza. Y, sin embargo, los principios de la ley de compensación y de karma se citan como excusa o como explicación de estos sufrimientos, alegando que gran parte de los sufrimientos de los individuos o naciones son el resultado del karma creado en vidas anteriores por los individuos de las naciones; mientras que, de hecho, esos sufrimientos no son kármicos, sino reacciones completamente automáticas que resultan de actitudes mentales y actos efectuados por los individuos o naciones en esta encarnación presente. Como una ilustración del punto central de mi argumento, quiero mencionar nuestro sistema casi universal de crear y establecer leyes nacionales y morales, estatutos civiles y locales, no solamente con el propósito de castigar a aquellos que consideramos violadores de las leyes naturales y divinas, sino también con el propósito de interpretar lo que creemos comprender de esas leyes y principios divinos. De ese modo el hombre se apodera del privilegio de interpretar y divulgar su concepción de las leyes divinas y naturales, convirtiéndose en legislador independiente y juzgando también las acciones de los demás a la luz de esas leyes arbitrarias. Todos sabemos que este proceso se ha vuelto tan complejo, tan enredado, tan flexible y susceptible a las variaciones y modificaciones, que continuamente nos vemos obligados a someter el formalismo y la interpretación de estas leyes y estatutos a otros grupos de individuos, tales como Tribunales Supremos y Tribunales de Apelación, para que vuelvan a interpretar o traducir las leyes, confirmando o negando la acostumbrada aplicación que de ellas se hace. Por lo tanto, ¿hemos de azorarnos de que un promedio de los hombres encuentre imposible evadir el problema de enredarse en este laberinto de interpretaciones, traducciones y aplicaciones? Los más esclarecidos legisladores admiten francamente que el promedio de los individuos de una sociedad continuamente viola o rompe algunas de las leyes hechas por el hombre, y que es prácticamente imposible que un ser humano normal (especialmente si es ligeramente excéntrico o desequilibrado, o si es una persona ignorante) pueda vivir de un día para otro en nuestros países y ciudades nominalmente civilizadas, sin romper o violar de una manera consciente o inconsciente un cierto número de estas leyes humanas. El filósofo místico sabe que si un grupo de hombres se reúne y aceptan algunos principios, procedimientos o prácticas, algún código ético o un credo o dogma, estableciéndolo como ley para ellos y para otros, y están de acuerdo en que todos lo cumplan y se responsabilicen en su violación, el resultado es que, aunque este acuerdo no establece o crea una ley Cósmica que necesariamente obliga a todos los individuos, de hecho obliga a aquéllos que han formulado el código, procedimiento o dogma, y obliga también a quienes se enteran de él y lo aceptan; desde ese momento se convierte en un principio sagrado en la vida de las personas que lo han aceptado, aunque este carácter no garantice que estas leyes, dogmas o credos estén en armonía con las leyes divinas. Pero si esas personas que han creado esas leyes, códigos o dogmas los han aceptado como obligaciones sagradas, entonces, si deliberadamente y a sabiendas los violan o quebrantan, no solamente habrá una reacción automática como consecuencia de sus actos, sino que también habrá una condición kármica que los responsabilizará de manera que tengan que efectuar una compensación alguna vez. En esto podemos ver otra vez el principio fundamental del Karma y de la Mente Cósmica, en el sentido de que el Cósmico toma en consideración los motivos, intenciones y propósitos de nuestros actos, más bien que la naturaleza de los actos mismos. Si un grupo de hombres, o una nación, establecen ciertas leyes y las proclaman vigentes sobre ellos y sobre otros, y estos otros las aceptan convirtiéndolas en obligaciones sagradas, el Cósmico acepta esta condición en vista del juramento solemne a la promesa efectuada por cada individuo; y además, el Cósmico no permitirá que los individuos que hacen leyes y reglamentos incluyendo castigos para los violadores, queden ellos mismos exentos de castigos si ellos mismos quebrantan estas leyes. En otras palabras, los creadores de las leyes quedan responsabilizados bajo las leyes que ellos mismos han creado. La ley del Karma actúa con la misma fuerza sobre los creadores de las leyes que ellos mismos violan, como sobre otros que en cierto modo son víctimas más o menos inocentes de las circunstancias creadas por estas leyes humanas. Mi argumentación especial en este asunto concierne a las leyes penales y la manera cómo se interpretan, aplican, ensayan y usan para castigar a los violadores de códigos hechos por el hombre. Mi argumentación no dice que no debamos tener códigos legales y morales o leyes y principios para la salvaguardia y conducta debida de los individuos y los grupos. Pero lo que sí mantengo es que en vez de los miles de leyes e interpretaciones hechas por los hombres, que continuamente cambian en su modo de aplicación, debiéramos tener una tabla de principios basados en leyes Cósmicas, divinas, los cuales deben promulgarse y enseñárseles a los jóvenes y los adultos, demostrándolos de tal manera que resulten comprensibles, para que la humanidad logre vivir diariamente sin violar todos los días algunas de las leyes y sin aminorar su futuro estado de felicidad y libertad. El primer gran beneficio que podemos obtener al modificar nuestros estatutos criminales y civiles, haciendo que armonicen con los principios Cósmicos, seria nuestra comprensión correcta de la causa de las violaciones, es decir, la causa de los crímenes, delitos y flaquezas de nuestras condiciones sociales; y, en segundo lugar, resultaría una mejoría en nuestra aplicación de las leyes, pues todo el mundo vería que se aplicaban de manera uniforme, sin preferencias o excusas, ya que el factor principal no sería el juicio humano y el correspondiente castigo a los violadores, sino el juicio del Cósmico y el castigo o procedimiento establecido por la Ley de Karma. Todo filósofo místico sabe que aunque el hombre use su ingeniosidad, y la ingeniosa ayuda de los abogados para establecer una excusa técnica o un proceso legal para cubrir sus violaciones o para llevar a cabo una acción injusta, escapando de ese modo la justicia humana, o tergiversando las apariencias para tapar las realidades, no puede nunca escapar del juicio del Cósmico, ni de los castigos o procesos de la justicia amplia e imparcial del Cósmico. También toda la humanidad llegaría a comprender que el Cósmico considera el motivo y propósito más bien que los actos en sus detalles obvios, pero, además, ni las circunstancias sociales, mundanas, religiosas, ni ninguna otra característica de esta naturaleza tendría peso alguno en el juicio Cósmico, excepto la condición o cualidad de ignorancia o incapacidad mental de comprender. No habría tales cosas como el riguroso castigo para el pobre, y las privilegiadas consideraciones y tolerancias para los ricos. No se les ofrecería consideraciones y privilegios especiales a las personas de alto rango social o comercial, sin dar consideraciones a los humildes. Otra consideración importante es que la sociedad se jacta de que en la creación de leyes y estatutos legales, civiles y criminales, procura la justicia y la corrección de tendencias perversas, con el propósito de establecer la justicia, la sinceridad y la bondad. Sin embargo, nosotros, que estudiamos ese asunto, sabemos que la sociedad en general, en especial en los países más civilizados, está llena de hipocresía en este asunto. Con las leyes que ha creado, y con las irregularidades en sus aplicaciones, la sociedad demuestra que no es justa con todos, y que nada más trata de castigar la maldad, en vez de tratar de corregirla. El mundo es rápido para condenar, rápido para censurar o clamar castigo para los errores de los demás. Esta es una tendencia humana natural, que a menudo alega en un esfuerzo para distraer la atención de sus propias transgresiones. "Aquel que no haya pecado que lance la primera piedra". Si esta admonición bíblica fuera considerada meticulosamente, disminuiría notablemente el estigma que se lanza contra aquellos declarados convictos. En cada hombre puede encontrarse algo bueno. Bajo la superficie yace algún hermoso color y contraste". ¿Por qué no ver el oro en la humanidad en vez de ver el desperdicio?