DEONTOLOGIA PRACTICA (III) Miguel Albertí Amengual Presidente de la Comisión Deontológica. La diligencia y el abandono de defensa.El deber general de diligencia, además de obligación civil del letrado frente al cliente derivada de sus relaciones contractuales ex art. 1544 del Código Civil, constituye un deber ético sobre el que se cimienta la confianza cliente-abogado, en el convencimiento de que éste defenderá los intereses que le resultan encomendados con toda la dedicación necesaria y con los conocimientos técnicos que le proporciona su capacitación profesional. Así, los abogados vienen obligados con la propia parte a cumplir con el máximo celo y diligencia la misión de defensa, ateniéndose a las exigencias técnicas, deontológicas y éticas adecuadas a la tutela jurídica del asunto confiado (art. 42 Estatuto General de la Abogacía Española). Por su parte, el Código Deontológico de la Abogacía Española impone al abogado el deber de mantener una conducta profesional íntegra, honrada, leal, veraz y diligente, fundamentada en la confianza, que no debe defraudar (arts. 4 y 13.1), viniendo obligado a ejercer la defensa con diligencia y dedicación y de forma íntegra (art. 13, aptdos. 10 y 11). Ante la interposición de una queja por presunta infracción de tales preceptos, en primer lugar deberá analizarse, como presupuesto previo, la realidad del encargo y consiguiente aceptación del mismo por el letrado, cuestión ésta cuya acreditación corresponde en todo caso al cliente quejante y que, frecuentemente, resulta objeto de controversia ante la inexistencia de hoja de encargo, lo que obliga en tales supuestos a acudir para su constatación a la prueba indirecta o indiciaria, como pueden ser el abono de provisión de fondos, otorgamiento de poder, realización de actos propios por las partes, etc. Por su parte, y en cuanto a la alegación como hecho obstativo de haberse dado cumplimiento a la misión de defensa, es el letrado quien debe acreditar que, efectivamente, llevó a cabo las necesarias actuaciones en defensa de los intereses de su cliente, invirtiéndose en tal caso el “onus probandi” por aplicación del principio de facilidad probatoria, sin que pueda imponerse al denunciante la carga de tener que demostrar un hecho negativo, cual sería el abandono de la defensa denunciado. Al respecto, y no obstante el derecho del abogado de abstenerse a declarar en el procedimiento seguido en su contra, debe evitarse el dar la “callada por respuesta”, no formulando alegaciones, ni proponiendo prueba alguna, ni ofreciendo en su descargo una versión exculpatoria del abandono imputado, ya que tal postura, como consecuencia de la reseñada inversión de la carga de la prueba, no podrá beneficiar al abogado denunciado. Determinada en su caso y de forma indubitada la existencia del encargo, el tipo básico de la infracción del deber de diligencia se constituye en tanto que el abogado que tiene la obligación de desempeñar la función de defensa no realiza con la debida prevención, agilidad o precisión todos o cualquiera de los cometidos que dicha función le exige, poniendo todos los medios a su alcance y, obviamente, con independencia del resultado obtenido (v.g., retraso sustancial en la interposición de una demanda de reclamación de alimentos por desidia del abogado y sin causa justificativa alguna). Dicha falta, de carácter imprudente o culposa, precisa para su consumación la concurrencia de un daño o perjuicio en los intereses del cliente o en los de la Administración de 1 Justicia. El error, en principio y salvo casos de culpa inexcusable, atendidas las circunstancias concretas del caso, no dará lugar a responsabilidad deontológica, sin perjuicio de las civiles que correspondieren. Asimismo, salvo la concurrencia de especiales circunstancias, el simple retraso o pequeña dilación, sin la concurrencia de un riesgo perentorio, daño o lesión a los derechos o intereses del cliente, no conlleva tampoco una respuesta disciplinaria. Junto a este tipo básico existe un tipo agravado, que viene denominándose “el abandono de la defensa”, caracterizándose por una falta continuada de diligencia consistente en una inactividad total o material en las funciones propias de la defensa. Contrariamente al tipo básico, se está ante una infracción dolosa, sin que para su consumación deba concurrir la causación de un resultado lesivo (que, de darse, serviría para agravar la conducta), siendo suficiente el colocar el interés del cliente en una situación de riesgo o peligro. Son ejemplos claros de dicha conducta el no proceder a la interposición de las oportunas acciones judiciales ni a realizar ninguna actuación encaminada a realizar el encargo profesional asumido, teniendo incluso al cliente en la creencia de que el asunto está en trámite; no asistir a una audiencia previa o al juicio oral, pese a estar debidamente citado, sin mediar causa alguna; no haber interpuesto en tiempo y forma recurso de apelación encargado frente a la sentencia de instancia ni presentado impugnación al recurso de apelación formulado por la contraparte, etc. La infracción de tal normativa viene constituyendo de ordinario una falta grave de conformidad con lo prescrito en el articulo 85 a) del Estatuto General de la Abogacía y 75 a) del Estatuto del ICAIB, pudiendo ser sancionada conforme a lo dispuesto en los artículos 87.2 del Estatuto General de la Abogacía y 77.2 del Estatuto del ICAIB con la suspensión del ejercicio de la abogacía por una plazo no superior a tres meses. No obstante, y siempre a la luz del principio de proporcionalidad, especiales circunstancias pueden servir tanto para estimar su degradación a leve (v.g., al ser insignificante el resultado lesivo, dejación del propio cliente, etc.) como para cualificarlo a muy grave (v.g., casos de graves daños acompañados de engaños persistentes y/o falsedades). 2