LA TRADICION ISLAMICA DE LA REFORMA

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Índice
Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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PRIMERA PARTE
TRADICIÓN Y REFORMA
1.
2.
3.
4.
La reformaenel islam . . . . . . . . . . . .
La tradición . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
El ichtihad, principio de movimiento.
El taqlid o la inercia . . . . . . . . . . . . .
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5. Orígenes del reformismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
6. El reformismo (islah), de la salafiya . . . . . . . . . . . . . . . . . .
77
93
SEGUNDA PARTE
EL MOVIMIENTO REFORMISTA
TERCERA PARTE
LOS RETOS ACTUALES
7. El islam y los desafíos del mundo moderno . . . . . . . . . . . . .
8. Fidelidad y movimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Conclusión. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Glosario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Introducción
Entre los muchos lugares comunes que tienden a dar una falsa imagen del islam, uno de los más recurrentes es considerarlo incapaz de
evolucionar a causa de su fanatismo y su inmovilismo. Con demasiada
frecuencia se ha querido confundir la decadencia de las sociedades musulmanas, que es un hecho histórico, coyuntural, con lo que erróneamente se ha llamado decadencia del islam, cuando este, en realidad,
mantiene todo su vigor intrínseco. También es preciso desconfiar de las
interpretaciones simplistas basadas en una mala traducción de la palabra islam, pues no significa sumisión en el sentido de abandono ciego y
resignado, sino que debe ser comprendido como el acto de adhesión
total y voluntaria a la llamada de Dios, lo cual implica una actitud activa del sujeto.
¿Y si el islam fuera todo lo contrario de la imagen que dan de él sus
enemigos o quienes solo lo conocen de oídas, a través de las imágenes
caricaturescas que se transmiten desde hace siglos en el mundo occidental? ¿Y si fuera lo contrario, también, de las malas interpretaciones
que hacen de sus adeptos unos extremistas cuyo rasgo principal es la
ignorancia? Por último, ¿y si en vez de ser la religión de la beatería y el
estancamiento, fuera, por esencia, la de la razón y la reforma permanente? Abordar estos interrogantes es el propósito de este estudio que,
a contracorriente de los lugares comunes repetidos hasta la saciedad,
afirma que el islam está completamente volcado en la acción, porque se
basa en el vínculo indisoluble entre tradición y progreso. Por eso defendemos la idea fundamental de que el reformismo no es una opción nueva o coyuntural, sino un concepto central del islam. Esa es la tradición
islámica de la reforma.
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El islam ortodoxo, suní, se caracteriza por una adhesión de la mayoría de los musulmanes a un credo, unos principios y unas reglas jurídicas que configuran una religión del justo medio (din al-wasat). Esta
noción del justo medio, que con frecuencia aparece en el Corán y la
Sunna profética, es la que expresa la verdadera vocación del islam.
Nuestra intención es ayudar a desprenderse de ideas preconcebidas y
lugares comunes simplistas, explicando que el islam se ha aplicado a lo
largo de la historia gracias a una evolución casi permanente. Lo destacable de la tradición no es que sea compatible con el reformismo, sino
que ella misma es esencialmente reformista. Es una constante del islam.
Aunque no se puede ocultar que hubo periodos de esclerosis, cabe señalar que en una perspectiva histórica –de largo plazo– el islam se manifiesta en continua evolución, porque la tradición bien entendida no consiste en inmovilizar los conceptos islámicos primitivos en una suerte de
rigidez cadavérica, sino en ser fuente de vida y de progreso. Es un capital dinámico que debe ser reactivado continuamente. Por eso tradición
y reformismo van juntos.
De entrada es preciso concretar varios términos que van a ser centrales en este estudio.
Reforma no es revolución ni desbarajuste. Es, por el contrario, un
afán de continuidad eliminando imperfecciones, escorias y malas interpretaciones.
Tradición no significa esclerosis, como tampoco progreso significa
modernidad. La tradición no es inmovilismo. Aunque excluye la idea
de ruptura con el pasado y se opone a un concepto determinado de modernidad, entendido como lo huidizo, lo instantáneo o lo transitorio, no
descarta la razón ni el progreso. En realidad, la tradición, «vínculo entre el pasado y el presente»,2 no es de su tiempo sino de todos los tiempos, pues su característica es ser una transmisión (tradere), lo cual implica conservar lo esencial del capital y hacer que fructifique gracias a
las adaptaciones más convenientes. La tradición es fidelidad a las fuentes y a los principios fundamentales y, al mismo tiempo, promesa de un
futuro.
Esta es una de las verdades cruciales del islam: la línea de fractura
no se sitúa entre el reformismo y la tradición. Porque de lo que se trata
es, precisamente, de «volver a pensar el islam sin romper con el pasado»,3 es decir, manteniendo la relación estrecha entre la autenticidad
(assala) y la evolución natural de las cosas. En estas condiciones, el
debate se plantea entre la tradición, asociada al progreso y el reformismo, y el concepto vago de «modernidad».
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Modernidad es una palabra manida de significado impreciso. Es tan
elástica que se puede hacer que diga cosas muy distintas, pero en cualquier caso se ha convertido en un concepto ideológico y, al mismo
tiempo, en el objeto de un culto impermeable a la crítica. Pero debemos
ser precisos, aunque para ello tropecemos con cierto pensamiento dominante. Si tradición no debe equipararse a conservadurismo, y menos
aún a esclerosis, modernidad tampoco puede confundirse con progreso.
Aunque durante siglos las dos palabras han podido confundirse –por
ejemplo, Ibn Jaldún, en su Muqaddima, llama moderno a todo lo que
incumbe al progreso–, cabe señalar que hoy en día el término moderno
no es sinónimo de progreso. Como escribe Baudelaire, es «lo transitorio, lo huidizo, lo contingente»;4 tiene ese cariz de rendir culto a la época que es por naturaleza lo efímero, la moda. Es una «moral canónica
del cambio que pretende ser siempre contemporánea y por lo tanto en
ruptura continua, renovada, con lo Antiguo».5 Lo que hace, en el fondo,
es negar todos los valores antiguos sin llegar a superarlos.
Es más: la modernidad, concretamente, nació como ideología de los
pensadores franceses prerrevolucionarios del siglo XVIII, los de las llamadas lumières (los «ilustrados»). Lo más característico de esta ideología es su propensión a disfrazar el sentido de los conceptos, de modo
que los ideólogos de la modernidad, por mucho que lo intentaran, eran
incapaces de aplicar la razón. Lejos de la concepción abstracta de los
filósofos de la revolución francesa, la verdadera razón es una exigencia
que está de acuerdo con la realidad, es la inteligencia que somete las
pasiones y, por consiguiente, es lo contrario de las ideologías, que a
menudo son ídolos ciegos y –lo vimos con el Terror– totalitarios y sanguinarios. Alain Touraine señala que hoy en día la idea de modernidad,
más que al reino de la razón, corresponde «a la liberación de deseos y a
la satisfacción de demandas».6 La ideología de la modernidad lleva
esencialmente la marca del individualismo, que siempre ve al individuo
y sus derechos y nunca a la sociedad. Esto es lo que lleva al dogma de
un laicismo que reduce la religión a un asunto privado, es decir, a la
negación misma de la religión, cuando no lleva lisa y llanamente a «renegar de la religión»7 para suprimir lo espiritual y expulsar a Dios de la
sociedad y la vida de los hombres.
Jean-Claude Michea destaca el hecho de que el individualismo extremo, con su proclamación de la libertad absoluta del individuo contra
todos, otorga derechos ilimitados, incluido el de explotar al prójimo o
el de «casarse con su perro»; es la marca de fábrica de las ideologías de
la modernidad, como el liberalismo.8 La modernidad pasa por alto a la
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comunidad e idealiza al individuo; desprecia a la sociedad, aboga por la
destrucción de los órdenes antiguos (naturales) y acaba por despojar de
dimensión histórica al hombre. La modernidad es de alguna manera la
vuelta al estado prehistórico o el advenimiento del estado posthistórico.
En este sentido es incompatible con la religión, gracias a la cual el
homo religiosus no es el individuo del instante, sino el hombre de todos
los tiempos. Lo sagrado y lo histórico no son conceptos opuestos, sino
que están íntimamente unidos. Frente al individuo abstracto y desarraigado de los ideólogos de la modernidad, tenemos al hombre concreto e
histórico de la tradición religiosa.
Proponemos una distinción entre modernidad y modernización, ya
que la modernidad-ideología es exactamente lo contrario del progreso.
El verdadero progreso no es algo indeterminado, no es un movimiento de cambio desordenado y ciego, a merced de las pasiones o los
conceptos abstractos. Tampoco se puede reducir el progreso a los cambios técnicos producidos por el ingenio incesante de los hombres. Si es
discutible contraponer sistemáticamente el progreso técnico y el moral,
también es temerario afirmar que los avances técnicos suponen obligatoriamente un progreso del género humano, porque la mecánica social
no se rige por las mismas reglas que el desarrollo científico. El filósofo
tradicionalista Louis de Bonald (m. 1840) sostuvo que solo puede haber
progreso «cuando la finalidad de dicho progreso está presente como
contenido racional, como idea de la perfección».9 Pero la idea de la
perfección la da la tradición. Por lo tanto el verdadero progreso debe
guiarse por la razón basada en la tradición.
En estas condiciones el vínculo entre progreso y tradición es indisoluble. La tradición es transmisión, y por lo tanto movimiento. El progreso es continuidad. El progreso, entonces, surge de la tradición como
«la tradición surgió del progreso».10 Como recibe todo su contenido de
la tradición, el progreso es la prolongación de la tradición. De modo
que, en el caso del islam, puede decirse que la tradición estimuló el
progreso, pues gracias a ella «la sociedad se elevó»11 y la civilización
árabe-islámica prosperó. La tradición islámica es tan poco contraria a la
idea de progreso que, como es sabido, el islam impulsó un formidable
movimiento a favor del progreso y el conocimiento científico, dejando
a los sabios libertad total en su terreno. Los historiadores recuerdan que
los árabes y los musulmanes estaban en la cima de la civilización cuando Occidente pasaba por un periodo de oscuridad y decadencia.12
El científico egipcio Ahmed Zewail, premio Nobel de química en
1999, destaca la aportación del islam al pensamiento científico: «Sin
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los trabajos de los sabios árabes, desde sus traducciones de los filósofos
griegos hasta sus descubrimientos en astronomía, matemáticas, arquitectura, medicina, alquimia y toda clase de disciplinas, el desarrollo
europeo tendría varios siglos de retraso».13 Ya Voltaire afirmaba:
En nuestros siglos de barbarie e ignorancia que siguieron a la decadencia
del imperio romano lo recibimos casi todo de los árabes: astronomía, química, medicina y, sobre todo, unos remedios más dulces y saludables que los
que conocieran los griegos y romanos. El álgebra es una invención de esos
árabes; incluso nuestra aritmética nos la aportaron ellos… En el segundo
siglo de Mahoma los cristianos tenían que instruirse con los musulmanes.14
Sigrid Hunke escribe que «el sol del islam» iluminó Occidente aportando a Europa todas las grandes ciencias que le permitieron prosperar
a su vez.15 Mohammed Arkoun también considera que el pensamiento
islámico que surgió y se desarrolló durante los primeros siglos después
de la Hégira contribuyó «a la formación de la civilización occidental.
Ciertos aspectos de lo que hoy se llama modernidad eran propios de la
civilización que se desarrolló en el pensamiento islámico durante los
primeros siglos de la Hégira».16 Se podrían poner muchos ejemplos de
la aportación científica de los árabes y musulmanes en el ámbito de la
ciencia, la geografía y la traducción. Es de destacar sobre todo que la
sed de conocimientos estuvo muy pocas veces en conflicto con la fe.
Contrariamente a lo que afirmaba Renan, el islam no apartó a sus adeptos de las ciencias exactas.17 Es más, la búsqueda de conocimientos es
en el islam un deber religioso. El derecho al conocimiento está planteado en el primer versículo revelado a Mohammed: «¡Lee en nombre de
tu Señor, que ha creado!» (Corán, XCVI, 1).
Yussuf al-Qaradawi señala que en la historia del islam no ha habido
conflicto entre ciencia y religión, porque «esta idea es completamente
ajena tanto al espíritu como a la letra de sus enseñanzas», y destaca que
el Corán y la Sunna del Profeta animan continuamente a hacer el esfuerzo del conocimiento y el saber:
El islam no impone ninguna restricción a la ciencia experimental; por el
contrario, la respeta y la alienta, y crea un clima psicológico e intelectual
apropiado que le permite desarrollarse. El estudio de la Sunna muestra que
el islam sentó las bases y los principios del aprendizaje y la enseñanza.18
Como puede comprobarse, no se trata de preconizar un «islam del
progreso», porque es una idea reductora –desarrollada por ciertos pen15
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sadores occidentalizados– que niega lisa y llanamente el hecho de que
el islam es el progreso. Algo que resulta evidente si se tiene en cuenta
que el islam es din wa dunya, religión y sociedad, es decir, no la confusión sino la combinación de los objetivos terrenales y los del más allá,
conforme a las necesidades de la verdadera naturaleza humana (fitra) y
al ideal basado en una visión de Dios, del hombre y del universo, en la
que todo lo terrenal debe proclamar el principio de la unicidad divina
(tawhid). Al ser religión y sociedad, el islam no puede ser estático, porque una sociedad es viva y evolutiva por naturaleza.
Por lo tanto, carece de sentido proponer un islam de progreso, ya que
el islam es progreso. Asimismo, carece de sentido proponer un islam
moderado, porque el islam es moderación, como también buscar procedimientos para la reforma porque, como demostraremos, la tradición es
reformista por esencia.
Así las cosas, el debate no puede reducirse a una contraposición ficticia entre dos conceptos tan vagos como «modernidad» e «integrismo». En el fondo, no hay ninguna contradicción entre la tradición islámica y el progreso.
Para los musulmanes todo se reduce a recuperar el impulso progresista del islam, es decir, la verdad del islam, que es la de una relación
estrecha entre la autenticidad y el seguimiento de las evoluciones naturales. Entre el conservadurismo anquilosado, pasado sin futuro, y la
occidentalización por medio de una ideología de la modernidad que es
presente sin pasado, es preciso reafirmar con fuerza la tradición dinámica, expresión de un islam bien entendido que concilie la fidelidad al
dogma invariable con la atención por las evoluciones. No nos cansaremos de recordar que la reforma (islah) es esencial en el islam. El reformismo, basado en la tradición e inspirado en el ichtihad, es lo que hace
que la tradición y el progreso sean indisolubles.
La primera parte de nuestro estudio consistirá en definir el reformismo y la tradición, basándonos sobre todo en el análisis de los pensadores tradicionistas más representativos. En contra de ciertos lugares comunes y muchos prejuicios, proponemos una lectura nueva del
pensamiento musulmán y de la noción de tradición, asociada aquí al
reformismo. Un análisis objetivo permite afirmar que la sabiduría (hikma), el pragmatismo y la consideración por los cambios necesarios son
lo que ha prevalecido con más frecuencia en el islam. Es decir, que el
esfuerzo de interpretación (ichtihad) nunca ha cedido ante la imitación
ciega (taqlid) que favorece el anquilosamiento.
La segunda parte estudiará la vigorosa capacidad del islam para
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adaptarse y reformarse, en particular el movimiento reformista llamado
de la salafiya, que se desarrolló desde finales del siglo XIX hasta la primera mitad del XX.
La tercera y última parte tratará de los desafíos actuales. Frente al
repliegue extremista y sectario o la disolución occidentalista a ultranza,
la tradición reformista, revitalizada por el ichtihad –que no es la revolución sino la evolución por el «buen camino»–, debe ser el principio
de un renacer musulmán que responderá a los retos del mundo moderno
y podrá concernir a toda la humanidad. Partiendo de que las soluciones
solo pueden venir del propio islam, ya que nunca se progresa abandonando la propia identidad, lo que pondrá en evidencia toda la vitalidad
creadora de la religión musulmana será la «reactivación» de la tradición
islámica y del ichtihad.
La finalidad de estas reflexiones es mostrar que el islam verdadero
es todo lo contrario de unos movimientos obtusos y fanáticos, meras
caricaturas que sirven los propósitos de los islamófobos. Es mostrar
que el islam conserva la capacidad de responder, de un modo positivo y
constructivo, a los retos del mundo moderno.
Notas
1. Véase nuestra obra Islam. L’avenir de la Tradition entre révolution et occidentalisation, Le Rocher, París-Mónaco, 2008, 620 pp. Traducción árabe e inglesa (Islam. The
Future of the Tradition: Between Revolution and Westernization), King Abdulaziz Public Library, Riyad, 2010.
2. Henri Lacordaire, Œuvres philosophiques et politiques, 1872.
3. Mohammed Iqbal, The Reconstruction of Religious thought in Islam, Oxford University Press, Londres, 1934. Traducción francesa de Eva de Meyerovich, Reconstruire
la pensée religieuse en Islam, Adrien Maisonneuve, París, 1955.
4. Charles Baudelaire, Le peintre de la vie moderne, IV La modernité, 1963.
5. Jean-Marie Domenach, Approches de la modernité, Ellipses, París, 1995.
6. Alain Touraine, Critique de la modernité, Fayard, París, 1992.
7. Salsabil Klibi, «La laïcité: État de droit ou déni de la religion?», en État de droit
et liberté religieuse en Méditerranée, colectivo, Publications de la Revue marocaine
d’administration locale et de développement (REMALD), col. «thèmes actuels», n.º 54,
Rabat, 2006.
8. Jean-Claude Michéa, Impasse Adam Smith, Climat, París, 2002 (2.ª ed. Flammarion, col. «Champs», 2006).
9. Louis de Bonald, cita en Spaemann Robert, Un philosophe face à la Révolution.
La pensée politique de Louis de Bonald, traducido del alemán (Der Ursprung der Soziologie aus dem Geist der Restauration. Studien über L.G.A. de Bonald, 1959), Hora Decima, París, 2008.
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10. Jean D’Ormesson, Réponse au discours de réception à l’Académie française de
Madame Yourcenar, 22 de enero de 1981, Gallimard, París, 1981.
11. Mohammed Chiguer, Pensée piégée, islam et modernité, Rabat, 2008.
12. Véase André Miquel, L’Islam et sa civilisation, Armand Colin, París, 2002.
13. Entrevista en Le Nouvel observateur, n.º 2020, jueves 24 de julio de 2003.
14. Voltaire, Essai sur l’Histoire générale et sur les moeurs, 1754.
15. Sigrid Hunke, Le Soleil d’Allah brille sur l’Occident, trad. fr., Albin Michel,
París, 1963.
16. Mohammed Arkoun y Louis Gardet, Islam, hier demain, Buchet-Chastel, París,
1978.
17. Véase Vincent Monteil, La pensée arabe, Seghers, París, 1974; Seyyed Hossein
Nasr, Sciences et savoir en Islam, Sindbad, París, 1979; Youssouf Al Qaradawi, Le Prophète et le savoir, Arrissala, París, 2001.
18. Yussuf al-Qaradawi, op. cit., 2001.
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