La necesidad de un plan para el Patrimonio Industrial ALBERTO HUMANES Instituto del Patrimonio Histórico Español El patrimonio industrial es el testimonio de una de las épocas más interesantes de la historia de la humanidad, la industrialización, que ha supuesto para ésta la revolución económica y social más importante desde el período neolítico1. La actividad industrial realizada, desde entonces hasta el fin de la mecanización, ha dejado gran número de restos que cada vez más van considerándose como parte de nuestro patrimonio cultural. La creciente valoración por nuestra sociedad del patrimonio industrial creo que se puede explicar desde dos aproximaciones reveladoras: de un lado, por la consideración estética de la ruina, de los restos de máquinas y edificaciones que en un momento dado comienzan a parecernos bellos, y de otro, por el carácter emotivo del propio fenómeno industrial, por la significación efectiva del recuerdo complaciente de un pasado pretendidamente heroico. El interés cultural de la sociedad actual por las ruinas, por los fragmentos, por los pedazos que evocan más que explican, al- canzará hacia la mitad del siglo XX, como no podía ser de otro modo, a la arquitectura e ingeniería industriales. En esos años, la escritora Marguerite Yourcernar evidenciaba que esta sociedad sentía gozo estético frente a la mutilación y, en general, frente al efecto traumático del tiempo2. La reconsideración cultural de estos restos industriales comenzará como un fenómeno reivindicativo y asociativo, que irá convirtiéndose en intelectual, de estudio, académico..., hasta derivar en su consideración patrimonial. Es significativo, y no sólo por la metodología de estudio empleada en los primeros casos, que el nuevo fenómeno se denominara como arqueología industrial. La aceptación social del mismo, desde esta angulación, quizás se pueda explicar como lo hace el director de cine Win Wenders: «[...] lo fragmentario, o roto, hunde sus raíces más profundamente en la memoria que lo completo. Lo roto tiene una superficie como rugosa a la que nuestra memoria se puede agarrar. En la superficie lisa de lo completo la memoria se 43 1 Figura 1. Gustave Eiffel, Torre, Exposición Universal de París, 1889. Figura 2. Alberto del Palacio, Puente colgante, Bilbao, 1893. CASANELLES, E.: «Patrimonio industrial y museológico en Cataluña», Boletín del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, n.º 21, diciembre, 1997. Industrial Heritage. A summary of the main concepts of the industrial heritage, TICCIH, 2006. 2 YOURCERNAR, M.: «El tiempo, gran escultor», Alfaguara, Madrid, 1989. LA NECESIDAD DE UN PLAN PARA EL PATRIMONIO INDUSTRIAL Figura 3. Albert Khan, Hangares Glenn Martín, Baltimore, 1937. 44 3 WENDERS, W.: «La ciudad. Conversación entre Win Wenders y Hans Kolhoff», Quaderns, n.º 177, 1989. 4 ASSUNTO, R.: L’antichitá come futuro, Milán, 1973. 5 BORSI, F.: Introduzzione a la archeología industriale, Roma, 1978. 6 BAILLIET, E.: «La emancipación del Patrimonio Industrial», VIII Jornadas Internacionales de Patrimonio Industrial. Gijón 2006. 7 La Ley 16/1985, de 25 de junio, de Patrimonio Histórico Español considera monumentos a «aquellos bienes inmuebles que constituyen realizaciones arquitectónicas o de ingeniería, u obras de escultura colosal siempre que tengan interés histórico, artístico, científico o social». resbala»3. Aparte de que la continua revisión de los ideales estéticos a lo largo del siglo XX lleva a considerar como valor aquello que en otros momentos no lo tenía, o incluso aparecía, en palabras de Assunto, como valor negativo o como no-valor4. La segunda aproximación será la de entender el origen de la valoración del patrimonio industrial en la curiosidad por un mundo pasado pero próximo, en un indulgente interés de la sociedad por lo que ha sido superado, por lo obsoleto, por lo acabado, «[...] y, por lo tanto, patético»5. Los restos de edificaciones, las máquinas y demás elementos son los testimonios reales de un modo de trabajar perdido, constituyen el testimonio de una época heroica que se sabe irrecuperable. Los restos que nos han llegado de aquel trabajo, después de un primer momento de rechazo por la sociedad, acaban convirtiéndose en un testimonio afectivo. Las generaciones posteriores comienzan a mitificar los lugares del trabajo de sus mayores. Lugares de la memoria. Este reconocimiento afectivo se traducirá en interés como objeto de estudio, historia socioeconómica, movimiento obrero, cultura del trabajo, evolución urbana, arquitectura industrial y un largo etcétera hasta su valoración actual como bien patrimonial que hay que preservar. La consideración como patrimonio de gran parte del mundo industrial se debe entender como una nueva conquista de la sociedad postmoderna por conservar su memoria. De la valoración exclusiva del monumento indiscutible del pasado a la valoración de su entorno, de los conjuntos históricos, de los jardines y los parques, de la arquitectura popular, de la ingeniería, de la arquitectura industrial, del paisaje, del territorio..., han sido pasos decididos de la sociedad del siglo XX por extender su patrimonio cultural cada vez a un mayor número de bloques de su pasado que desea mantener como testimonio del mismo. La emancipación de alguno de ellos como categoría propia se ha ido produciendo sucesivamente en un no muy largo período de tiempo. Ahora le ha llegado el turno al patrimonio industrial, que aunque todavía no supera el 1% del total de los Bienes de Interés Cultural que forman el patrimonio histórico español6, posee características determinantes para reclamar una categoría específica en las nuevas leyes de defensa del patrimonio cultural7. Mientras esto se va produciendo, la administración de cultura del Estado promueve un plan para el patrimonio industrial al más alto nivel, es decir, con carácter nacional y equiparando en interés a éste con otros patrimonios objeto de un Plan Nacional, como las Catedrales. ¿Por qué el Ministerio de Cultura promueve un Plan Nacional para el Patrimonio Industrial? Hasta ahora hemos visto cómo en los últimos años se ha producido una aceptación social cada vez mayor por el pasado industrial, que se ha ampliado la consideración estética de los elementos industriales y que se ha asimilado emocionalmente el fenómeno de la industrialización. Además, constatamos que este reconocimiento por parte de la Administración española está en consonancia con el que recibe desde el mundo universita- rio y académico, y por parte de organismos internacionales, como la UNESCO o el Consejo de Europa. Sin embargo, el interés último del Ministerio de Cultura por promover un Plan Nacional de Patrimonio Industrial se debe a la obligación de preservar unos bienes que por su especifidad escapan de los parámetros de tutela habituales, el interés real se debe a la meditada reacción ante la evidencia de encontrarnos ante unos bienes de difícil conservación, porque los elementos industriales quizás sean los más vulnerables y en situaciones más precarias de todos los bienes patrimoniales. El propio texto del plan nos lo explicita: «La justificación de arbitrar un Plan Nacional de Patrimonio Industrial reside en la necesidad de protección y conservación de un patrimonio que, por su propia especificidad, presenta un rápido deterioro y está expuesto a desaparecer»8. Además avanza algunas de las causas de su fragilidad: «La precariedad del patrimonio industrial se debe, entre otros factores, a: • El gran número de elementos a conservarse. • Se trata de elementos sujetos a continua transformación. • Obsolescencia funcional, que implica una ausencia de rentabilidad económica. • En la mayoría de los casos se ubican en espacios urbanos de situación privilegiada. • Habitualmente ocupan grandes superficies de propiedad única. • Absoluta desprotección legal. • Carencia de sensibilización hacia este patrimonio, tanto por parte de las Administraciones como de la sociedad. • Dificultad de su conservación íntegra, es decir, que se pueda contar con la presencia de todos sus elementos originarios. • Carencia y/o diversidad de criterios a la hora de plantear su conservación o derribo»9. El primer problema con que nos encontramos a la hora de atender al patrimonio in- Figura 4. Walter Gropius y Adolf Meyer, Fábrica Fagus Alfefd an der Geine, 1910-1914. dustrial es el gran número de elementos que lo compone. Si lo comparamos con el Plan de Catedrales, sabemos que éste cuenta con noventa conjuntos monumentales; sin embargo, en nuestro caso la suma es enorme y, lo peor de todo, desconocida. La inexistencia de inventarios fiables y la falta de criterios comunes para su realización por los organismos competentes hacen tremendamente difícil la tarea de su conservación. El abrumador número de elementos industriales parece provocar en estos organismos una sensación de incapacidad de acometer su conservación, produciéndose, por tanto, su desatención. Por ello, el primer cometido del plan será el de elaborar un inventario general de bienes industriales, que permita conocer la situación de la totalidad del patrimonio industrial español y que ayude a los responsables de su gestión en la siempre difícil decisión sobre qué elementos conservar o no, en la programación de intervenciones, etc. Mientras tan- 45 8 Documento base del Plan Nacional de Patrimonio Industrial. Ministerio de Educación y Cultura. 2001. 9 Ídem. LA NECESIDAD DE UN PLAN PARA EL PATRIMONIO INDUSTRIAL Figura 5. Owen Williams, Daily Express, Mánchester, 1939. 46 10 11 Borsi, Franco, op. cit. Borsi, Franco, op. cit. to, se propone la realización de un listado restringido de los de mayor interés para así poder ir determinando el alcance del plan, aunque sea de forma progresiva y aproximada. Una de las características fundamentales del patrimonio industrial es que sus elementos están sujetos a continuas transformaciones. Franco Borsi nos hablaba de la desenvoltura con la que «el sistema histórico-industrial se va modificando sobre la base de la fácil obsolescencia de la técnica»10. Las continuas transformaciones debidas a los cambios del proceso productivo, a las innovaciones tecnológicas, a las renovaciones por obsolescencia funcional, a los cambios de uso, a la evolución del negocio, etc., provocan modificaciones constantes en los bienes industriales: ampliaciones, adiciones en épocas sucesivas, cancelaciones de áreas, sustitución e introducción de nueva maquinaria para satisfacer nuevos procesos, etc. Esta singularidad de las estructuras industriales, a la que hay que sumar la precisión arquitectónica con que han sido diseñadas las edifi- caciones atendiendo a requerimientos de espacio, iluminación y ventilación excesivamente determinados, ha provocado, en su pequeña historia, significativas destrucciones que suponen pérdidas irreparables, y, además, una dificultad añadida para el reconocimiento de muchos de los bienes que han sobrevivido hasta nuestros días. Esta característica supone, así mismo, la casi imposibilidad de la conservación íntegra de la mayoría de ellos por la dificultad de contar con la presencia de sus componentes originarios. El patrimonio industrial está estrechamente relacionado con el lugar. Tanto geográfica como topológicamente esta vinculación se establece por su natural dependencia del suministro de materiales, de las fuentes energéticas, del transporte, de la concentración de mano de obra, etc., que en casi todos los casos converge en un fenómeno eminentemente urbano, y en muchos trasciende al territorial. El edificio industrial rara vez aparece aislado; lo normal es que se encuentre unido a otros formando verdaderos conjuntos industriales. En su consideración patrimonial, la fábrica, además de valorarse por su arquitectura, su tipología, su estilo, etc., o por sus aspectos histórico-tecnológicos, debe entenderse como «el baricentro de un sistema»11, que congrega, por estricta conexión funcional, conjuntos fabriles, dispositivos ingenieriles, grandes maquinarias, talleres, almacenes, viviendas, economatos, fondas, escuelas, calles y plazas, jardines, lugares para el ocio y para el culto..., hasta llegar a formar estructuras urbanas complejas que definen auténticas «ciudades industriales», y que en muchos casos se conectan con otras o con los puntos de suministro o transporte, extendiéndose por un territorio, hasta formar lo que el plan llama paisajes industriales. El problema aparece cuando estas fábricas o estos conjuntos industriales se en- Figura 6. Fábricas azucareras San Juan (1889) y San Isidro (1900), Granada. Ejemplo de fábricas suburbanas enlazadas con la ciudad por medio de la carretera, la acequia y el ferrocarril, situadas en medio de la vega, que la expansión de la ciudad actual las alcanza y las engloba. Figura 7. Instalaciones de Altos Hornos de Vizcaya, en Sestao. Ejemplo de complejo industrial insertado en el conjunto urbano de la margen izquierda de la Ría de Bilbao. 47 LA NECESIDAD DE UN PLAN PARA EL PATRIMONIO INDUSTRIAL 48 12 En la actualidad, la única posibilidad de protección real que tienen las administraciones es la declaración como Bien de Interés Cultural. 13 BERNAL, A. M., y CASTILLO, J. J.: La cultura del trabajo. Foro de Arquitectura Industrial en Andalucía, Sevilla, septiembre, 2005. Figura 8. Antonio Palacios, Sala de turbinas de la central eléctrica del Metro, Madrid, 1922. Figura 9. Gilles Gilbert Scott, Central térmica, antes de la rehabilitación para Tate Gallery, Londres, 1939. cuentran en espacios urbanos que han llegado a tener una situación privilegiada en el conjunto de la ciudad o en el territorio. La presión inmobiliaria sobre estas áreas obsoletas, generalmente de propiedad única lo que facilita cualquier operación, es terrible; y en algunos casos con probada agresividad, como es ampliamente conocido. Las administraciones públicas acaban por ceder en su defensa inicial ante la magnitud de esta presión y ante los escasos recursos de todo tipo con que cuentan para su conservación12, y también ante la falsa estrategia, en el mejor de los casos, de sacrificar una parte para salvar lo más posible. En los que se logran conservar, generalmente dándoles un nuevo uso, lo primero que se suprime es el carácter industrial de la edificación o de la zona, en la tendencia generalizada de hacer desaparecer el recuerdo del trabajo y de los trabajadores en los escenarios que ya no son industriales13, eso sí, mistificando sus elementos emblemáticos que no minoren sus intereses económicos. Otros de los factores que hacen difícil la conservación del patrimonio industrial son la falta de protección legal que ha disfrutado hasta el momento, la escasa sensibilización hacia su consideración patrimonial por la sociedad, y, en concreto, por las diferentes administraciones competentes en su conservación, y la pluralidad de criterios a la hora de plantear intervenciones para su recuperación. Los esfuerzos del mundo intelectual y artístico, durante los últimos cuarenta años, en defensa del patrimonio industrial ha supuesto una cierta concienciación en la sociedad sobre estos bienes y sobre el peligro de degradación o de desaparición que han tenido y siguen teniendo ante el exagerado desarrollo urbano de nuestro territorio, sobre todo cuando ha coincidido en estos años con una feroz reconversión en muchos sectores industriales. Esta toma de conciencia ha llevado a la revalorización de este patrimonio en gran parte de nuestra sociedad actual. Pero no podemos estar satisfechos, porque, aunque en nuestros días parece que el valor históricocultural de las edificaciones industriales está fuera de toda duda, «falta una sensibilización de la opinión pública, falta un programa específico, y, sobre todo, criterios para la con- servación y para la rehabilitación de este patrimonio, falta una formación especializada por parte de quienes van a intervenir en este tipo de acciones, y, por último, falta una legislación específica para la protección de este patrimonio, tanto a nivel estatal como autonómico»14. Estas carencias denunciadas por Macu Aguilar hace una década, hoy se han corregido un poco, aunque sigue siendo manifiestamente insuficiente. Continúa existiendo falta de sensibilización política, que se traduce desde las administraciones en falta de políticas culturales patrimoniales, falta de usos públicos o desorientación respecto a los mismos, y en la notoria incomprensión para valorar el patrimonio industrial con distintos parámetros que al patrimonio histórico en general. A su vez, la falta de criterios coherentes en muchas de las rehabilitaciones e intervenciones que se realizan y el desconcierto de las administraciones a la hora de plantear conjuntamente usos imaginativos y adecuados, no hace sino generar mayor confusión en la comprensión de este patrimonio. Porque si algo podemos tener claro en estos momentos es que las intervenciones deben tender, sobre todo, a conservar la veracidad del testimonio industrial, a hacer entender los procesos productivos, los logros tecnológicos, o los desarrollos arquitectónico-urbanísticos. Las intervenciones para aprovechamiento de grandes contenedores con cierta impronta histórica rara vez han brindado la posibilidad de un ejemplo de interés arquitectónico. Uno de los aspectos más innovadores del plan en la conservación de los bienes industriales es que no sólo se trata de recuperar el valor de significación del contenedor, sino también el del contenido. Esperemos que la puesta en marcha del Plan Nacional de Patrimonio Industrial, así como las revisiones legislativas sobre patrimonio en marcha, suponga además del reconocimiento explícito e incuestionable para el patrimonio industrial, una clarificación conceptual y metodológica para los responsables de su gestión. El propio texto del plan se muestra optimista y con voluntad de liderar la conservación del patrimonio industrial en todo el territorio español: «La propuesta de la Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales, a través del Instituto del Patrimonio Histórico Español, para articular dicho plan se basa en el convencimiento de que su desarrollo tendrá el valor de ser una referencia orientativa y de unificación de criterios de intervención en el tratamiento e instrumentación de este tipo de patrimonio tan específico, frágil y desatendido»15. Figura 10. Draga Jaizkibel, Pasajes de San Pedro, Euskalduna, Bilbao, 1934. 49 14 AGUILAR CIVERA, I.: Arquitectura industrial. Concepto, método y fuentes, Valencia, 1998. 15 Documento base del Plan Nacional de Patrimonio Industrial, Ministerio de Educación y Cultura, 2001. Figura 11. Tanque de Cepsa, Santa Cruz de Tenerife.