Santa Juana de Arco, Virgen

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Santa Juana de Arco, Virgen
Es Francia, en el año 1412, desde 1339 se estaba llevando a cabo la
Guerra de los Cien Años contra Inglaterra y cada vez con menos
esperanzas de lograr la victoria.
Por si esto no bastara, los franceses se hallaban divididos en dos
partidos: Armanacos y Borgoñeses, cuyas perpetuas batallas
impedían una acción conjunta contra los invasores. Finalmente, los
borgoñeses se unieron a los invasores mediante tratados
vergonzosos.
¡Por quién repicaban las campanas! Por la muerte de Francia... Se le
despojaba de su vestimenta espiritual, la dignidad, el valor y la pureza
desaparecía del suelo francés, pero cuando daba sus últimos
suspiros se produjo un milagro… El milagro que daría nueva vida y
nuevo espíritu a la nación francesa.
El día 6 de enero de 1412 nació en una humilde casa de la aldea de
Don Remy, a orillas del río Mosa, una niña quien fue bautizada con el
nombre de Juana por sus padres Jaime de Arco e Isabel Romee.
Santa Juana de Arco llamada "La Doncella" nació el día de la
Epifanía. Su padre era un hacendado de cierta importancia, bueno,
humilde y frugal aunque un poco huraño, la madre, quien amaba
mucho a sus cinco hijos, educó a sus dos hijas en los quehaceres
domésticos, Juana declaró más tarde: "Sé coser e hilar como
cualquier mujer"; pero nunca aprendió a leer ni a escribir, sin
embargo, apenas sabía hablar cuando ya decía el padre nuestro y el
ave maría. Desde pequeña mostró ya una devoción muy notable.
Demostraba un fervor al rezar las sencillas oraciones que su buena
madre le enseñaba, palabra por palabra. Su padre no podía
comprender la afición de Juana al rezo y a la contemplación pues le
parecía excesiva.
Los vecinos de la familia, en el proceso que se siguió para la
rehabilitación de la doncella dejaron su testimonio: se distinguió por
su caridad hacia los pobres y enfermos.
Juana decía "Dios no se cansa nunca de ayudarnos, tenemos que
imitarlo". Era particularmente bondadosa con los peregrinos. Después
de su primera comunión, su fervor aumentó y frecuentemente tenían
que ir a buscarla a la iglesia. Con frecuencia iba al Santuario de
Vermont a unos 3 Km de su casa a llevarle coronas de flores y un
cirio a la Virgen. Invitaba a su hermana menor Catalina, quien se
cansaba prontamente de rezar, pero Juana sonreía: "A mí no me
cansa nunca... Eso es lo que más me gusta en la vida. Cuando rezo,
me parece que Dios y la Virgen están de verdad a mi lado, como si
quisieran hablarme".
A los 12 años comenzó a tener visiones, pero éstas eran todavía
imprecisas. Era como si Dios la hubiera querido ir preparando.
Cuando iba al bosque con sus amigas, Margette y Hauviette, su
madre se quedaba pensativa porque aunque la niñez de Juana era
feliz, desde hacia poco la niña que era dulce, buena y piadosa
parecía tener una gran preocupación.
"¡Señor!, rezaba la madre, "que no le ocurra nada malo, que pueda
ser feliz".
La elegida sería feliz de un modo muy especial, con una dicha forjada
con sacrificios y dolores.
En aquella época la situación de Francia era realmente desesperada,
en mayo de 1420 por el Tratado de Troyes, el reino de Francia había
pasado a manos del rey de Inglaterra, entrando en vigor en el 1422. A
la muerte de Enrique V (agosto de 1422) y Carlos VI (octubre de
1422), Enrique VI, nieto de ambos fue proclamado Rey de Francia e
Inglaterra a los 9 años de edad.
Su tío, el regente Juan de Lancaster, Duque de Bedfor, gobernaba en
su nombre casi toda Francia. El hijo de Carlos VI que tenía 19 años
contaba con una pequeña parte del centro de su reino. Era débil y
resoluto y estaba rodeado de muchos cortesanos ambiciosos e
intrigantes que le impedían hacer frente a los ingleses. Carlos VI, o el
Delfín como se le solía llamar, considerando su situación perdida se
entregó a frívolos pasatiempos en su corte.
Algo de esto ya se le había revelado a Juana y por eso cuando
estaba en las montañas con sus amigas quedó pensativa y
entristecida al recordarlo.
Les comentó que estaba apenada por Francia.
Hauviette dijo: "Sí; mi padre también habla a veces de esto, pero no
tienes que preocuparte. ¡Eso es cosa de hombres!".
- "Ya lo sé, pero yo siento como si tuviera que tomar parte en esa
lucha…"
- "¡Oh! -Exclamó Mergette, echándose a reír- ¡ya te veo vestida de
soldado!; ¡El capitán Juana de Arco!".
- ¡No os burléis! ¡No os burléis! Exclamó ella. Es algo grande, algo...
Sagrado y se echó a llorar. Y ambas amigas se asustaron.
Pero ella no podía decirles que desde algún tiempo tenia visiones. A
los 14 años tuvo la primera de las experiencias místicas que habían
de conducirla por el camino del patriotismo hasta la muerte en la
hoguera. Primero oyó una voz y vio un resplandor; más tarde las
voces se multiplicaron y empezó a ver aquellos rostros celestiales
que eran San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita por los cuales
desde su infancia sintió particular devoción.
Poco a poco le revelaron la misión que Dios tenía destinada para ella.
Le decían que dios sentía gran compasión por el reino de Francia y
que ella tenía la misión de salvar a su patria.
¡Oh, no puedo creer eso que decís! ¿Yo he de ser un guerrero?
¿Dirigir un ejército? ¡Si ni siquiera ser leer ni escribir!
Pero el arcángel San Miguel le dijo que Santa Catalina y Santa
Margarita serían sus instructoras. Envuelta en intensa luz, abrazada a
las santas y percibía su perfume.
Pasó el tiempo y empezó a manifestarse en la joven el don de la
profecía. Sus voces le habían confiado en parte lo que estaba
aconteciendo en Francia: Domémy, población situada en la frontera
con Lorena, se veía en constante peligro de un ataque armado.
Antes de acometer su gran empresa, Juana, junto con sus padres,
por lo menos una vez, tuvo que huir a la población de Neufchateau.
Cuando su padre venía a decirles que se prepararan para la marcha,
ella ya todo lo tenía listo. La muchacha no se atrevía a hablar de sus
dotes a su padre quien estaba cada vez más intrigado con su hija.
Ella para no despertar la cólera de su padre mantuvo silencio.
Pero Jaime vivía obsesionado con un sueño que se repetía, veía a su
hija Juana delante de los soldados, dándoles órdenes. “Si eso
pudiese llegar a pasar por su cabeza”, murmuraba a su esposa,
"¡sería capaz de matarla con mis propias manos, antes de que llegara
a realizarlo!"
Providencialmente, Durand Lassois, pariente de los Arco, vino a
buscar a Juana para que se quedara unos días con su mujer quien
tenía muchos deseos de verla.
Como Juana confiaba mucho en Durand le relató durante el camino lo
que sus voces -como ella las llamaba- le habían manifestado.
Pero en mayo de 1428, las voces se hicieron imperiosas y explícitas:
la joven debía presentarse ante Roberto de Baudricourt, comandante
de las fuerzas reales, en la cercana población de Vancouleurs,
gracias a las insistentes gestiones de Durand consiguió que
Baudricourt la recibiera. Ella le dijo que le mandara comunicar al rey
Carlos que no dieran aún batalla a sus enemigos, pues Dios le tenía
destinada una ayuda para dentro de poco tiempo. Pero después de
oírla dijo que estaba loca. Ella le explicó que debía hacerla general y
darle una escolta de hombres armados para ir a la presencia del rey.
Eran las órdenes. Y, el próximo año Carlos VII sería coronado.
Baudricourt se burló de sus palabras y despidió a la muchacha
diciéndole a Durand que la llevara a su padre con la encomienda de
que le diera una buena paliza.
Cuando volvió a su casa Juana tuvo que soportar las burlas y los
desprecios de muchos de sus vecinos. Algunos afirmaban que había
puesto a su pueblo en ridículo.
No obstante, Hauviette y Margette la animaban. Pasaron algunos
meses, Juana no había intentado nada más porque sus consejeros le
decían que aguardase. Mientras tanto, sus padres trataban de
encauzar su camino hacia el matrimonio, el pretendiente era un joven
bueno y laborioso pero muy apasionado. Juana lo rechazó
repitiéndole que no se podía casar ni con él ni con nadie, que el
matrimonio no era su camino. El joven la amenazó.
Juana le confió lo sucedido a Margette y le dijo que sus voces le
habían ordenado que se fuera de ahí. Había llegado el momento
doloroso en que tenía que abandonar a sus padres. Los enemigos
empezaban a sitiar Orléans y ella tenía que empezar a actuar,
Durand que iba a solicitar la ayuda de Juana porque su esposa
esperaba un hijo, no sospechaba que estaba siendo una vez más un
instrumento del destino.
Juana se dirigió nuevamente a Vaucouleurs. Baudricourt había
recibido la noticia oficial de una derrota que la joven había predicho.
Su escepticismo desapareció: le dio una escolta de tres soldados y la
mandó a ver el rey. Juana pidió que le permitieran vestirse de hombre
para proteger su virtud.
Cuando llegaron a Chinon donde se hallaba el monarca, Carlos se
había disfrazado para desconcertar a Juana: pero ella le reconoció
por una señal secreta que le comunicaron las voces y que ella
transmitió al rey que estaba entre los cortesanos habiendo sentado
en su trono a otro. Ella había dicho en una misiva que lo reconocería
entre una multitud. Eso bastó para persuadir a Carlos VII del carácter
sobrenatural de la misión de Juana. Ella le pidió un regimiento para ir
a salvar a Orleáns. La mayor parte de la corte que la creía impostora
y visionaria se opuso. El rey decidió enviar a Juana a Potiers a que la
examinara una comisión de Teólogos. La comisión la encontró "no
reprochable" y aconsejó al rey que se valiera de sus servicios.
Su estandarte tenía bordado los nombres de Jesús y María y una
imagen del Padre Eterno, a quien dos Ángeles presentaban, de
rodillas, una flor de lis, la expedición partió de Blois el 27 de abril.
Juana dirigía revestida con una armadura blanca. El 29 de abril, a
pesar de algunos contratiempos, el ejército entró a Orléans, cayeron
los fuertes defendidos por los ingleses y se levantó el sitio, Juana
había recibido una herida de flecha bajo el hombro. Todo lo había
profetizado. El favorito del rey, La Trémouille y el arzobispo de Reims
se inclinaban a negociar con los ingleses ya que consideraban la
liberación de Orlénas como obra de la buena suerte. Sin embargo,
Juana emprendió una campaña a lo largo del río Loire con un triunfo
aplastante. Juana quería coronar inmediatamente al rey. El camino a
Reims estaba prácticamente conquistado y el último obstáculo
desapareció con la inesperada capitulación de Troyes.
El 17 de julio de 1429 Carlos VII fue solamente coronado. Con este
acto terminó la misión de Juana y su carrera militar de triunfos. Una
vez más recibió una herida en el muslo durante una batalla en París
porque el monarca no envió refuerzos. Ya los nobles de la corte la
miraban con recelo. En Compiegne en mayo de 1430 organizó otro
ataque sin Éxito.
La joven fue capturada y hasta bien entrado el otoño estuvo presa en
manos del duque de Borgoña. El rey y sus compañeros la
abandonaron a su suerte.
El 21 de noviembre los ingleses la compraron por 23,000 libras
esterlinas. Juana estaba perdida. Ellos no podían condenarla a
muerte por haberlos derrotado, pero la acusaron de hechicería y
herejía. Y como los ingleses y borgoñeses habían atribuido sus
derrotas a los conjuros mágicos de la doncella, no es de extrañarse
su acusación de brujería.
Los ingleses la condujeron, dos días antes de Navidad, al castillo de
Rouer. El 21 de febrero de 1431 compareció por primera vez ante un
tribunal presidido por Pedro Cauchón, Obispo de Beauvais, un
hombre sin escrúpulos. El tribunal elegido por Cauchón estaba
compuesto de magistrados, doctores, clérigos y empleados
ordinarios. El 6 sesiones públicas y 9 privadas, la doncella fue
interrogada acerca de sus visiones, voces, vestidos de hombre, de su
fe y de sus disposiciones para someterse a la Iglesia. Sola y sin
defensa, hizo frente a sus jueces. Toda palabra que pronunciaba era
tergiversada por aquellos miserables. Fue trasladada nuevamente a
un calabozo, pese a tantos días de privación y sufrimiento una fuerza
milagrosa sostenía a la doncella.
El proceso o el calvario de Juana se prolongó desde el 28 de
diciembre de 1430 al 29 de mayo de 1431.
Cuando se vio frente a una gran multitud en el cementerio de Saint-
Ouer, perdió valor e hizo una vaga retracción negando haber recibido
un mandato celestial. Fue condenada a prisión perpetua; pero los
ingleses exigían su ejecución. Ya fuere por voluntad propia, ya por
artimañas de los que deseaban su muerte, Juana volvió a vestirse de
hombre, contra la promesa que le habían arrancado sus enemigos.
Cuando Cauchón y sus amigos fueron a interrogarla por su
infidelidad, Juana ya había recobrado su valor, declarando
nuevamente que Dios la había enviado y que las voces procedían de
Dios.
Era miércoles, 30 de mayo de 1431. Fray Martín Ladvenu fue el
encargado de comunicar a Juana la sentencia y tras una edificante
confesión, la absolvió.
Cuando se le informó como moriría dijo:
“¿Por qué ha de ser quemado mi cuerpo, que no ha tocado nadie?
¡Preferiría ser decapitada a morir en una hoguera!”
Cauchon y los suyos volvieron a intentar que se retractara de todo,
pero no lo consiguieron.
Le pidió al Fray Martín la comunión que le había sido negada y se le
concedió después de una consulta. Si Cauchón hubiera estado
seguro de la culpabilidad de Juana no habría accedido a semejante
petición. Esto hace doblemente abominable la decisión de la muerte
de Juana en la hoguera.
Cuando hubo comulgado, Juana se puso una túnica y descendió de
la torre, para subir a la carretera que tenía que conducirla al suplicio.
La conducta de la doncella fue conmovedora. Cuando los verdugos
encendieron la hoguera, Juana pidió a un fraile dominico que
mantuviese una cruz a la altura de sus ojos y murió invocando el
nombre de Jesús.
“¡Dadme agua... Agua bendita… ¡Jesús!… ¡Jesús…!” Murió el 30 de
mayo en la Plaza del Mercado Viejo, sufriendo el martirio con la
convicción de haber obedecido los designios de Dios con respecto a
Francia.
La santa no había cumplido aún los veinte años. Sus cenizas fueron
arrojadas al Sena. Juan Tressart uno de los secretarios del Rey
Enrique VI, hizo eco de que: “Estamos perdidos! ¡Hemos quemado
una santa! Las protestas por la muerte de Juana se extendieron y
Enrique, rey de Inglaterra mandó muchas circulares intentando
demostrar que no era más que una farsante.
Veintitres años después de la muerte de Juana, su madre y dos de
sus hermanas pidieron que se examinase nuevamente el caso y el
Papa Calixto III nombró a una comisión encargada de hacerlo. El 7 de
julio de 1456, el veredicto rehabilitó plenamente a la santa.
Las diligencias duraron ocho meses. De común acuerdo, condenaron
los procedimientos empelados contra la doncella, haciendo constar su
deseo de someterse a la investigación del Papa, en lo cual nunca fue
atendida. La encontraron inocente y ordenaron dos reparaciones
públicas, una en el cementerio de Saint-Ouer y otra en el lugar del
suplicio. En el siglo XIX se levantaron varios monumentos, se puso su
nombre a varias calles y plazas y se intensificó su recuerdo mediante
libros, medallas y otros objetos religiosos.
En 1863, Monseñor Dupanloap, obispo de Orléans, solicitó al Papa
Pío IX que se concediera a Juana de Arco todos los honores de la
Iglesia. En enero 27 de 1894, el Papa León XIII firmó la introducción a
la causa del proceso de beatificación. Luego develaron una imagen
de la nueva beata detrás del altar.
Más de cuatro y medio siglos después, el 17 de mayo de 1920, el
Papa Benedicto XV la canonizó. La ceremonia comenzó a las ocho y
terminó a la una y media de la tarde.
Después de otorgar la bendición apostólica, exclamó: ¡Santa Juana
de Arco: Rogad por nosotros! ¡Santa Juana de Arco: Rogad por
nuestra Patria! ¡Que desde el Alto Lugar donde está, Ruegue por
nosotros!
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