Newsletter de la Cátedra de Empresa Familiar – Nº 20 TEMA DEL MES EL PATRIMONIO FAMILIAR, ¿PRIVILEGIO U OBLIGACIÓN? Por Rosa Nelly Trevinyo-Rodríguez, candidata Doctoral del IESE “Padre comerciante, hijo caballero, nieto pordiosero”… ¿Cuántas veces hemos escuchado este adagio? No es cuestión de nacionalidad o cultura. En cada uno de los cinco continentes existe un proverbio parecido. Todos describen cómo grandes fortunas familiares han terminado extinguiéndose en una o dos generaciones, cambiando el destino de familias empresarias que una vez estuvieron en el cenit empresarial. Las razones varían de un caso a otro; sin embargo, generalmente están ligadas a una verdad inequívoca: las prácticas familiares. Patrimonio Familiar: Todos aquellos activos tangibles y/o intangibles que conforman la riqueza que posee una familia. Quedan contenidos en esta definición los valores económicos-financieros, el capital humano-emocional (bienestar familiar) y el acervo cultural-intelectual que posean todos y cada uno de los miembros que componen la familia. El patrimonio se disuelve a lo largo del tiempo debido a las diferentes conductas y actitudes (prácticas) de los miembros de cada generación. Esta diferencia surge por dos razones: 1) Porque tendemos a medir el patrimonio solamente desde la perspectiva financiera, olvidando que la riqueza de una familia está integrada tanto por sus activos económicofinancieros como por sus activos humanos e intelectuales; y 2) Porque frecuentemente, los miembros de la familia no son conscientes o no quieren aceptar que el proceso de creación y mantenimiento del patrimonio es una labor constante, continua y sin fin. Cuando nos centramos solamente en incrementar el capital económico que poseemos, nuestra función no es diferente a la de cualquier financiero que trata de hacer crecer las inversiones de sus clientes, sacando –claro está—el más alto rendimiento. Sin embargo, cuando tratamos con nuestra familia las cosas no se reducen a dinero, tasas de interés o rendimientos netos, tampoco a propiedades, naves industriales, negocios u objetos de valor. Hay mucho más. Existen tradiciones, valores y maneras de actuar que nos han inculcado desde pequeños, sentimientos, emociones y formas de pensar que guían e impactan nuestras acciones. ¿Qué pensará mi hermano si le compro su parte del negocio? ¿Dirá que le compré barato y le saqué provecho? ¿Cómo reaccionará mi padre? ¿Se enojará mi madre? Todas estas cuestiones y otras tienen un impacto en cómo gestionamos la riqueza familiar. Hay que ser conscientes de que el valor neto de nuestra 1 riqueza no se mide sólo económicamente, sino considerando todas y cada una de las cuestiones que afectan nuestras relaciones familiares y que repercuten en la solidez del negocio familiar. El capital humano de una familia consiste esencialmente en el bienestar físico y emocional de sus miembros. Conocer bien los valores y ejercitar las virtudes es el mejor modo para incrementarlo. Los conflictos entre familiares, la envidia, el rencor, la rivalidad, el odio, las enfermedades (genéticas y/o las contraídas) etc. deterioran y disminuyen ese capital, reduciendo el valor neto de nuestro patrimonio familiar. Por el contrario, la unidad, el compromiso, la visión conjunta, la armonía, el compañerismo, la buena salud física y mental –entre otros—favorecen tanto las relaciones familiares como las estimaciones de nuestra riqueza. Muy en línea con el capital humano está el capital intelectual, que integra el conocimiento que los miembros familiares poseen y que han adquirido por diferentes vías. Entre otras, la educación formal, las experiencias propias, los valores y comportamientos inculcados en el seno familiar, las tradiciones y competencias aprendidas de los padres, abuelos, etc. Cuando los miembros familiares no están preparados intelectualmente, es difícil detectar oportunidades de crecimiento, renovación estratégica e inversión. Cuantos más conocimientos y más información poseamos, más fácil nos será tomar decisiones acertadas de negocio, evitando el desperdicio y la mala utilización de recursos escasos. Hay que incitar a todos los miembros de la familia a educarse, a formarse en finanzas, a ser buenos accionistas y a ser “generalistas” –saber un poco de cada área de la empresa–. Al igual que en las empresas, cuando analizamos nuestra familia tendemos a ignorar el capital humano e intelectual. Ya sea por la dificultad de medirlo o por no saber detectarlo, solemos basar nuestras estimaciones sobre futuro en los activos tangibles, sin considerar los intangibles. Sin embargo, ¿de qué servirá que tengamos una amplia fortuna si nos estaremos peleando por ella y causaremos heridas emocionales que tendrán impactos negativos no sólo en la familia sino también en el negocio? ¿Qué aporta que la primera generación acumule muchísimo dinero si los miembros de la segunda –quiénes probablemente lo heredarán– no estarán preparados para invertirlo, y más importante aún, para cuidarlo? Obviamente, el capital económico-financiero es necesario para sustentar el crecimiento de los activos humanos e intelectuales de la familia. Sin embargo, no es lo más importante. Lo primero es asegurar la unidad y el compromiso de los miembros de la familia, lo segundo es prepararlos adecuadamente y lo tercero –y que normalmente viene por añadidura–, es acumular capital económico-financiero. Si los miembros de la familia asumen unos valores compartidos será más probable que sean conscientes de la misión que tienen como familia, fomentando la unidad, el aprendizaje, la educación continua y la detección de oportunidades que den al negocio una ventaja sostenible en relación a sus competidores y que les permita custodiar y transmitir a sus hijos un legado. Cada generación debe ser consciente de la responsabilidad que implica administrar el patrimonio familiar y de que su misión es renovar continuamente la empresa familiar. La renovación estratégica es un aspecto básico para la supervivencia y la preservación del patrimonio. 2 Por otro lado, comprender que el proceso de creación y mantenimiento de riqueza es continuo y no termina con la primera generación, ni con la segunda, ni con la tercera, sino que dura por siempre es un punto clave. Hay que vislumbrar que probablemente nosotros NO veremos nunca si el proceso que comenzamos dio o no resultados. O sea, no presenciaremos ni averiguaremos si nuestro patrimonio pudo crecer por más de dos generaciones, y mucho menos si sigue transmitiéndose a nuestros descendientes luego de 100 ó 150 años. De ahí que nuestra visión familiar debe desvincularse de nuestro propio espacio y tiempo. La perspectiva a largo plazo de nuestro negocio, de nuestra familia y de nuestro patrimonio no debe limitarse a nuestro tiempo de vida y espacio físico, sino que debe corresponder y abarcar a todas las generaciones venideras. Para ello, son indispensables grandes dosis de paciencia, prudencia y buena voluntad. La paciencia es una virtud que toda familia debe desarrollar. En cada acción, en cada comportamiento, en cada estrategia, la paciencia ayuda a los miembros de la familia a lidiar con problemas humanos y financieros. La prudencia favorece la correcta toma de decisiones, ya que nos compromete, ante todo, a pensar en qué legaremos a las generaciones ulteriores y no en nuestro propio beneficio. La buena voluntad contribuye al mantenimiento de relaciones familiares sanas, aliviando cualquier malentendido y asegurando una larga convivencia familiar. Hay que recordar que, como familia empresaria, nuestro objetivo es proveer a futuras generaciones de los medios que las impulsen a crear más riqueza, a hacer más negocios y a desarrollarse profesional y personalmente. Cada generación debe convertirse en una primera generación y cuidar, aumentar y transmitir el patrimonio que se va acumulando. Si sólo la primera generación se dedica a generar riqueza, llegará el momento en que por más que las generaciones sucesivas lo mantengan, éste se extinguirá tarde o temprano. No se trata únicamente de mantener, sino de incrementar. Cuando los miembros de la familia pertenecientes a generaciones posteriores heredan un gran capital pero no son conscientes de lo que implica ganarlo, no lo aprecian, y la probabilidad de que lo malgasten es sumamente alta. Si a esto añadimos el hecho de que estas generaciones asocian el crear, mantener y transmitir capital con experiencias negativas (crisis, conflictos, etc.) que vivió la primera generación (o la generación que les dejó la herencia) es aún más factible que no deseen pasar por ese camino de trabajo arduo y ahorro (re-inversión) y se dediquen solamente a derrochar. Ya sea por la falta de comunicación o por la poca planificación de cómo incrementar los recursos humanos e intelectuales de la familia, la cuestión es que la motivación que impulsaba a sus antecesores es diametralmente opuesta a la de ellos. Lo que uno creó, otro lo despilfarró. No existe un sentido de transmisión, de administración de bienes para generaciones futuras. Al contrario, la idea es disfrutar y vivir como la generación anterior nunca pudo –o más bien, nunca quiso–. Al igual que todo derecho conlleva una obligación, toda posesión comporta una responsabilidad; un compromiso, si es una posesión familiar. El patrimonio familiar es tanto un privilegio como una obligación. Planificar y organizar cómo gastarlo y utilizarlo es una decisión compartida que cuando se toma en consenso por los miembros familiares implica una responsabilidad compartida, una obligación comunicada. Por otro lado, tener el privilegio de poder elegir, poder hacer, estar en una posición acomodada desde la cual se puede decidir si se desea o no servir, no sólo a los miembros de nuestra propia familia sino a todos los demás involucrados en nuestra empresa, otorga a cada 3 miembro familiar una libertad económica que no posee cualquiera. Quienes no son miembros de familias empresarias están sujetos a la necesidad de trabajar en lo que el mercado demanda. Los miembros de familias empresarias pueden permitirse el lujo de decidir si trabajan o no en el negocio, si se dedican profesionalmente a una carrera o a otra, si hacen de su futuro tal o cual cosa. No tienen restricciones financieras –como probablemente sus antecesores las tuvieron-- que los empujen a trabajar en “cualquier cosa que esté disponible”. Pueden decidir por sí mismos y están en la mejor posición para hacerlo. Las prácticas familiares implican todos y cada uno de los comportamientos de los miembros de la familia –incluido el fundador– en relación al negocio, al núcleo familiar y al futuro. Estos son algunos consejos útiles para mantener e incrementar el patrimonio familiar que están íntimamente ligados a estas acciones y prácticas familiares: 1) Preparar anticipadamente la sucesión; 2) Cuidar los activos humanos e intelectuales que posee la familia: 3) Idear estructuras de gobierno corporativo y familiar que promuevan un adecuado y organizado crecimiento: 4) Difundir y consensuar una misión familiar, y 5) Actuar en relación a valores y tradiciones distintivas de cada familia. Hay que recordar que la habilidad de una familia para conservar y hacer crecer su riqueza se basa en la planificación y organización de sus activos financieros, pero sobre todo de sus valores humanos e intelectuales: Sus Miembros Familiares. A fin de cuentas, así como la sucesión es una prerrogativa del fundador, también el mantenimiento y aumento del patrimonio familiar son prerrogativas de los miembros de la familia. Son ellos quienes decidirán si sus prácticas familiares (comportamiento) asegurarán la transmisión a futuras generaciones de un patrimonio que valga la pena, o si sólo heredarán deudas, problemas y conflictos que no permitirán que la misión, las tradiciones y el negocio familiar se perpetúen. Una posesión, un patrimonio familiar, implica una responsabilidad, un deber y una oportunidad de futuro. Tanto los fundadores como el resto de miembros de la familia deben ser conscientes de esto e idear formas de preservar y gestionar los activos humanos, intelectuales y financieros de los que gozan. El patrimonio familiar no se perpetúa por arte de magia. Sin una buena planificación financiera y un concepto de stewardship claro, una fortuna amasada mediante trabajo arduo y una larga dedicación puede ser fácilmente despilfarrada en pocas generaciones ¡Evitemos que esto suceda! Fomentemos buenas prácticas familiares y concienciemos a los miembros de la familia de que el proceso de creación, mantenimiento y aumento de la riqueza familiar es un ciclo sin fin, y de que cada uno debe poner su granito de arena. La AMENAZA más grande a la que está expuesto nuestro patrimonio habita muy cerca de nosotros, de hecho es parte de nuestra familia. Somos nosotros mismos quienes decidimos qué prácticas familiares fomentamos en los demás miembros familiares y qué mecanismos utilizamos para perpetuar nuestra riqueza. 4